lunes, 27 de febrero de 2012

CINCO MINUTOS



CINCO MINUTOS


Un ruido extraño despertó a Alonso abruptamente, apenas había dormido algunas horas y el viento afuera soplaba con fuerza batiendo las ramas de los árboles que golpeaban su ventana. Guardó silencio un instante y se dio cuenta que la lluvia, que había caído intensamente durante el día, al fin había cesado. Era una noche helada y el viento recio presagiaba que la tormenta continuaría en algunas horas.

Aunque estaba cansado por el viaje que había hecho durante la tarde, se levantó, se colocó su bata y fue a dar una vuelta de rutina por la casa. Primero revisó las habitaciones del segundo piso y las ventanas permanecían cerradas.

Luego bajó al primer piso y recorrió los cuartos con total normalidad, todo estaba en orden y tranquilo. Al pasar desde la cocina a la sala principal volvió a escuchar ese extraño sonido que lo había inquietado antes, pero esta vez estaba casi seguro que no había sido el viento. Sin encender la luz de la habitación, caminó por el comedor mirando detenidamente todos los rincones iluminados por la tenue y lejana luz del pasillo; y fijando su vista en el ventanal que daba a la terraza, notó que las cortinas estaban levemente corridas.

Era su paranoica costumbre de cada noche, dejar todo bien cerrado incluyendo las gruesas cortinas verdes que daban al patio. En su mente tenía un imagen precisa de cómo quedaba todo antes de dormir y sabía que algo no estaba bien.

Se acercó sigilosamente y con todos sus sentidos alertas hacia el ventanal, hasta que vio en el pasillo marcas de pisadas y barro. Por un momento se estremeció, su corazón sintió un extraño pálpito entre miedo y coraje; pero rápidamente se hizo a la idea de que si alguien había entrado en la casa, necesitaría algo con qué defenderse.

Hizo una pausa pensando en las posibilidades que tenía a la mano. La cocina estaba demasiado lejos como para ir en busca de un cuchillo, ni pensar en subir nuevamente a su habitación, así que lo más cercano en ese momento era el atizador de fierro forjado que estaba en la chimenea de la sala.

Respirando profundo, se acercó lentamente en la oscuridad hacia la esquina de la chimenea, pero al estar a pocos pasos de alcanzarlo recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo aturdió. Un sonido agudo en sus oídos invadió el silencio de la noche, su vista comenzó a nublarse, su respiración se desvanecía pesadamente y todo se fue a negro.

Lentamente los ojos de Alonso se abrían tras largos minutos inconciente. Estaba en medio de la sala, atado a la silla que usaba en su despacho. Sus manos estaban amarradas a los brazos de ella, mientras que sus pies lo estaban por detrás del eje del asiento y otra cuerda cruzaba su pecho hasta el respaldo de la silla.

La incómoda y dolorosa posición lo mantenía totalmente inmóvil. Una tenue luz del pasillo cercano iluminaba levemente la habitación. Frente a él, a contraluz, pudo distinguir la silueta de un hombre alto y fornido que se le acercaba.

El hombre, al darse cuenta que comenzaba a despertar, le arrojó el agua que traía en un vaso a la cara, diciendo:

—Eso es para que despiertes más rápido… ahora conversaremos un rato… yo te haré algunas preguntas y tú me responderás.

Enérgicamente pero en vano, Alonso intentó soltar sus manos o mover los pies, que permanecieron fijos en su posición, mientras el agua aún caía por su cara hasta mojar su pecho.

— ¿Quién eres? —preguntó Alonso.

—Nadie que te interese conocer —respondió el hombre— sólo contesta mis preguntas y vivirás... ¿Dónde guardas los planos del proyecto en que has estado trabajando?

Esa pregunta era fácil de responder para él, pero estaba intrigado por el interés que el hombre mostraba en los planos. Sabía que grupos opositores al proyecto habían hecho hasta lo imposible para impedir que se terminara con éxito. Sin embargo la construcción no se detuvo y en pocas horas sería la gran inauguración.

—No los tengo en la casa —respondió algo dubitativo.

Apenas alcanzó a terminar la frase cuando recibió un fuerte puñetazo en plena cara, el golpe seco tuvo en respuesta una leve queja y luego sólo silencio.

—Lo preguntaré nuevamente. ¿Dónde guardas los planos del proyecto?

—Yo no soy el encargado de guardarlos, para eso están los jefes de proyecto.

Un nuevo golpe cayó sobre su cara con similar fuerza, sin conseguir que Alonso revelara nada sobre los planos. La sangre le comenzaba a caer por la boca y ya sentía el sabor salino de sus labios hinchados.

El hombre sacó una especie de cilindro de su cinturón, que se extendió al apretar un botón. El cilindro ahora era una vara metálica y maciza. Sin mediar palabras, el sujeto lanzó un golpe directo a su brazo izquierdo con la vara de acero. El grito hizo eco en la sala, mientras afuera el viento que no había bajado en intensidad, daba paso a relámpagos y truenos. La noche gris se iluminaba de vez en cuando en centellantes luces azuladas seguidas de estruendos como de mil caballos al galope.

Una y otra vez Alonso negó la tenencia de los planos o de saber algo sobre ellos, mientras los golpes caían uno tras otro cada vez que terminaba de responder.

—No nos estamos entendiendo, así que pasaremos a otro tipo de interrogatorio.

El hombre encendió la luz de la sala y miró alrededor de la habitación. Detuvo su mirada en el piano que estaba a un costado de la sala. Se acercó a él, se sentó en el taburete y comenzó a presionar las teclas demostrando que no tenía la más mínima idea de ejecutar tan bello instrumento.

—Nunca aprendí —dijo— pero seguro es un bonito pasa tiempo.

Dejando de lado el instrumento, se aproximó nuevamente a su víctima. Sujetó fuertemente su mano derecha en el brazo de la silla y sacó un enorme cuchillo para intimidarlo. El reflejo del acero brilló sobre su cara y la silueta aserrada del filo se contorneó frente a sus ojos.

— ¿Podrás tocar sólo con nueve dedos? ¿No creo que te moleste? —dijo con tono irónico, mientras colocaba el cuchillo sobre la uña del dedo meñique.

Lo miró fijamente a los ojos esperando que el miedo creciera en su víctima, pero Alonso no parecía reaccionar con sus palabras. Para él era sólo una amenaza de un hombre desesperado por respuestas. El hombre notó la falta de miedo en sus ojos y ejerció presión con el cuchillo, haciéndole sentir que la amenaza era más seria de lo que parecía.

Al ver que la expresión temeraria de su rostro no cambió, retiró el cuchillo por un instante y lo amordazó para evitar que se escucharan sus gritos. Pronto cambió esa leve sonrisa amenazante de su cara y con mucho odio, cortó su dedo dejando escapar un grito de dolor desgarrador, que se apagó tras la mordaza que tapaba su boca. La sangre manaba como una cascada roja, mientras su cuerpo se retorcía de dolor amarado a la silla. El hombre dejó de lado el cuchillo y colocó un pedazo de tela que tapó la dolorosa herida.

— ¿Pensabas que bromeaba?... ahora quiero saber dónde está lo que hace media hora te estoy pidiendo. Quiero los planos del proyecto y los quiero ahora o tocarás el piano con ocho dedos… eso sería divertido verlo... ¿Me dirás dónde están?

Los ojos de Alonso que habían permanecido apretados del dolor, ahora se abrían casi al punto de salirse de su cara, mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas. Ante tal amenaza y viendo la decisión de su captor, asintió con la cabeza dándole a entender que esta vez hablaría. El hombre sacó la mordaza de su boca y se quedó esperando la respuesta, Alonso bajó la mirada un instante aferrándose con su mano izquierda al brazo de la silla y tras respirar profundamente, le lanzó un escupitajo directo a la cara.

— ¡Púdrete!... yo no los tengo y si los tuviera no te los daría.

Eso hizo enfurecer al hombre de tal manera, que acertó un fuerte puñetazo en su cara y le colocó nuevamente la mordaza en la boca. Sujetó su mano a la silla, mientras Alonso forcejeaba sin parar y con un rápido movimiento cortó su dedo anular. Tanto fue el dolor que sintió esta vez, que Alonso se desmayó.

Mientras permanecía inconsciente, el sujeto le vendó los muñones en la mano para detener el flujo de sangre y colocó a la vista los trozos de dedos hábilmente cortados en las junturas.

Tras algunos minutos, volvió a mojarle la cara con agua para despertarlo. Los ojos de Alonso se abrían con dificultad y con muestras de gran dolor. Sentía el fuerte impulso de empuñar su mano mutilada queriendo sobar los fantasmas de los dedos faltantes pero el dolor le recordaba que ya no estaban en ese lugar. Sólo quedaban unos ensangrentados trapos.

— ¿Sabes? Me estás impacientando de verdad, creo que no razonas. Tal vez estás dormido aún —y volvió a lanzarle agua a la cara— quiero que entiendas que sólo quiero los planos del proyecto y te dejaré en paz.

Nuevamente asintió con la cabeza, aunque esta vez con ánimo resignado. El sujeto le retiró la mordaza de la boca y Alonso preguntó entre gemidos de dolor y el temblor de su cuerpo.

— ¿Para qué quieres esos planos? El proyecto se inaugurará mañana y no puedes hacer nada para evitarlo.

Una risa burlona salió de boca de su captor:

—Para qué querría evitarlo. No es eso lo que buscamos, sólo necesito saber cuales son los pilares que sostienen el edificio, saber las debilidades de tu hermoso rascacielos.

El sujeto tomó el cuchillo nuevamente y lo colocó en otro dedo mirándolo a los ojos decididamente.

— ¿Dónde están los planos? —repitió lentamente pero con voz autoritaria.

—Te lo diré, pero primero debes contarme qué harás con ellos.

Volvió a reír antes de responderle.

—No estás en condiciones de hacer preguntas o de exigir explicaciones, pero te daré una respuesta si eso te deja tranquilo y me dices lo que quiero saber.

Alonso tenía su mirada perdida esperando las palabras del sujeto e intentando desprenderse del dolor intenso y punzante.

—Hace siete años en esos terrenos mi padre tenía su restaurante, cuando un inversionista vino a ofrecerle la oportunidad de su vida. Le contó del nuevo proyecto y le ofreció tener su restaurante totalmente moderno en uno de los pisos de la torre. Mi padre accedió a vender confiado en las promesas hechas, así como el resto de los dueños de esos terrenos. El proyecto se demoró y se demoró hasta que esa empresa se declaró en quiebra y los contratos quedaron sin validez.

Alonso que se había involucrado en ese proyecto hacía un par de años, desconocía por completo lo que el hombre decía.

—Mi padre comenzó a deprimirse y a ser presa de las deudas. Hasta que un día decidió ponerle fin a su vida. Cuatro años más tarde cuando todo se había olvidado, comenzaron la edificación del nuevo proyecto. Entonces descubrí que los empresarios del nuevo proyecto, eran los mismos inversionistas que habían estafado a los dueños anteriores.

El sujeto hizo una pausa reflexiva que inundó de silencio la habitación. A la distancia Alonso pudo oír cómo la lluvia caía afuera antes que continuara su relato.

—Ahora después de tanto tiempo de larga espera, es el momento de concretar nuestros planes. Todo está perfectamente planificado; ninguna pista los llevará a nosotros y nada nos liga a todo lo que pasará. No necesitas saber más detalles. Ahora haz tu parte y no quiero más mentiras si quieres salir de esto con vida.

Todo comenzaba a tener sentido para Alonso. El proyecto se inauguraba en algunas horas. Si obtenía esos planos y sus intenciones de un gran atentado se concretaban, nadie podría enterarse de esa conspiración a tiempo y todo lo inculparía a él. Así que debía hacer algo para impedir que los obtuvieran.

La presión del cuchillo comenzaba a herir su dedo, él ya sabía de lo que el sujeto era capaz y no necesitaba ponerlo a prueba otra vez.

—Los planos están en una caja fuerte escondida tras un cuadro en mi despacho —dijo resuelto.

El hombre fue hasta el despacho para corroborar lo que Alonso le había señalado, movió el cuadro y ahí estaba la caja fuerte, sólo necesitaba la combinación. Regresó a la sala y empujando la silla por el pasillo, el sujeto trasladó a Alonso hasta la habitación señalada y digitó la combinación que resignadamente le dijo. Sólo había un problema, además de los números necesitaba su huella digital para abrirla.

—Bien..., ¿A qué dedo corresponde la huella para la caja? —preguntó el sujeto.

—El dedo índice de la mano que me estas mutilando..., pero no lo cortes, por favor..., yo te ayudo a abrirla, pero no lo cortes, no lo soportaría.

—No intentes nada estúpido… la abres, me entregas lo que vine a buscar y te ato nuevamente antes de irme.

El sujeto le desató ambas manos y los pies permitiéndole sacarse la cuerda de encima y levantarse. Alonso estiró sus adormecidas piernas y sus adoloridos brazos. El intenso dolor de su mano recorría desde los dedos hasta lo más profundo de su espalda. Con dificultad se acercó a la caja fuerte, colocó su dedo índice en el lector y un sonido electrónico precedió el cambió de la luz del indicador de rojo a verde. Aunque no podía ver al sujeto que se encontraba a su espalda y levemente inclinado a su izquierda, sintió el aire del suspiro que exhaló al cambiar la luz. Alonso abrió lentamente la caja debido al dolor que sentía en su mano.

La habitación se iluminó con la luz de un relámpago que cruzó el cielo y al tiempo que el trueno resonó en la distancia, Alonso empujó a su captor hacia atrás con todas sus fuerzas. El sujeto tropezó con la silla y cayó de espaldas sobre el piso. Mientras yacía en el suelo, Alonso intentó tomar un arma que mantenía escondida en la caja fuerte. Pero a pesar de sostenerla con ambas manos, el intenso dolor y la ausencia de dos dedos le impidieron jalar el gatillo.

Su captor se levantó rápidamente y se abalanzó sobre él con mucha rabia, de un golpe voló el arma de sus manos y comenzó a golpearlo. Alonso se defendía intentando bloquear los golpes del sujeto. Recibió un par de golpes en las costillas que le quitaron el aliento, y siguió recibiendo golpes hasta caer al suelo y quedar tendido sin movimiento.

El sujeto lo arrastró hasta la cocina y tomó un cuchillo tipo machete. Afirmó con fuerza la mano de Alonso que permanecía casi inconciente. Alzó la mano y de un certero golpe le mutiló los tres dedos restantes de la mano. El metálico sonido de la hoja contra el piso, se escuchó seguido por un grito retumbante que se apagó con un nuevo estruendo de truenos que provenía de afuera. El hombre volvió a golpearlo en la cara repetidas veces hasta noquearlo…

El agua en la cara lo despertó nuevamente, sus ojos lentamente se abrieron; estaba atado y amordazado, mientras intentaba reconocer en donde se encontraba. Su ojo derecho apenas se abría mientras aún sentía la hinchazón en los labios y el escozor de la parte interior de sus mejillas al rozar con los dientes. Escuchó varias voces a su alrededor y una de ellas era la de su conocido captor, pero su borrosa vista le impedía distinguir sus rasgos.

—Despiertas a tiempo para la celebración... —le dijo con tono irónico— Hoy es el gran día y gracias a ti ya tenemos todo listo para el espectáculo… te agradecemos tu vital ayuda... jajajajaja.

Cuando el agua de sus ojos terminó de caer y su vista se fue acostumbrando a salir de las penumbras, pudo darse cuenta que lo tenían al interior de una camioneta. Estaba rodeado de unos tambores que seguramente eran explosivos. Habían pasado varias horas desde que fue aprisionado y torturado en su propia casa. Pero no había nada a su alrededor que le indicara cuan avanzado estaba el día.

A la esperada inauguración asistirían cientos de personas; también empresarios e importantes autoridades. Se suponía que nadie que no estuviera autorizado debería estar en el edificio en esos momentos. Pero ellos portaban credenciales especiales de acceso, y estaban disfrazados como técnicos de mantención, supuestamente trabajando en los detalles finales de la obra. Tenían todo perfectamente planificado. Alonso intentaba desatarse sin poder conseguirlo, tenía todo su cuerpo adolorido y el frío del subterráneo se sentía hasta los huesos. La luz que entraba por las ventanas del vehículo era escasa y no lograba distinguir cuantos hombres eran los que hablaban afuera.

Al mirar su mano derecha recién pudo apreciar que el sujeto le había mutilado todos los dedos y ahora llevaba una ensangrentada envoltura de tela cubriendo los muñones, tristes vestigios de lo que alguna vez fue una mano. La sangre seca se había endurecido en la tela, pero cuando Alonso intentó palpar los fantasmas de sus falanges, el dolor surgió intenso y profundo hasta el tuétano de los huesos.

Se estremeció por completo encogiendo instintivamente los codos y apretando la mandíbula, la cual también le infringió un punzante dolor. Todo su cuerpo era un campo de batalla que había sido azotado por un bombardeo de golpes la noche anterior.

El sujeto abrió la puerta lateral de la camioneta apuntando con una linterna la cara de Alonso, la luz cegó por un instante el único ojo que podía mantener abierto y luego cambió de dirección.

—Estamos listos para irnos… Perdón por no ofrecerte nada para comer pero adonde vas no lo necesitarás.

El hombre activó un dispositivo y finalmente se despidió de él cerrando las puertas de la camioneta devolviéndole a las sombras su sitial. Los pasos de los sujetos se alejaban lentamente haciendo eco en las paredes del estacionamiento; luego se escuchó el ruido de otras puertas cerrándose y el motor de un vehículo que se alejaba.

Un silencio absoluto se apoderó del lugar y la desesperación de Alonso por salir comenzó a crecer. Él se movía de un lado a otro intentando soltarse las amarras con mucho dolor. Después de un gran esfuerzo, finalmente consiguió soltar sólo una de sus manos, la que tenía mutilada y herida. Como pudo se arrastró hasta donde su captor había activado los explosivos. Doblando las rodillas, apoyó su espalda contra el costado de la camioneta y empujando con todas sus fuerzas logró ponerse en pié.

El panel del dispositivo tenía muchos cables, unas perillas, botones y un marcador digital con luminosos números rojos que indicaba ciento cinco minutos y bajando. Poco menos de dos horas para la explosión, tiempo suficiente para intentar escapar. Pero por más que lo intentaba, Alonso no conseguía soltar su otra mano, ni sus pies, ni siquiera logró aflojar la mordaza en su boca. Tampoco pudo abrir la puerta de la camioneta a pesar de sus esforzados intentos.

Con resignación y con el dolor de su mano mutilada intentó mover las perillas en el panel para ver qué resultaba. Las telas se humedecieron nuevamente con la sangre nueva que comenzó a empapar los trapos. Con el borde de la palma sólo pudo presionar un par de botones y el reloj digital saltó de noventa y siete a sesenta minutos y bajando. Su corazón se exaltó al máximo y su desesperación crecía más y más. Todo lo que consiguió con su estúpida maniobra fue acelerar el proceso y ahora no sabía qué más hacer. Aún amordazado, intentaba gritar con todas sus fuerzas sin conseguir que alguien lo escuchara.

Alonso balanceaba su cuerpo golpeando con el hombro los laterales de la camioneta, intentando hacer el mayor ruido posible; quizás así alguien lo escucharía. Ya estaba exhausto, totalmente agotado y con hombro adolorido. Alonso se dejó caer en el piso de la camioneta. Una cuota de culpabilidad lo embargó y también el dolor de saber que cientos de personas morirían si esa bomba finalmente estallaba.

Recordando los movimientos que hizo anteriormente; pensó que si realizaba los mismos pasos a la inversa posiblemente el tiempo aumentaría. Se incorporó nuevamente y se dirigió al panel. Lo intentó con mucha dedicación, pero nuevamente el reloj acortó el tiempo, de cincuenta y cinco a treinta minutos.

Un gritó desesperado y angustiado se apagó tras la mordaza, perdido en el silencio de ese oscuro estacionamiento. La sangre comenzaba a gotear abundantemente por su mano y el dolor se intensificaba por el esfuerzo realizado. Sentía como si el brazo entero le estuviera siendo arrancado, su estómago se revolvía entero por la agonía y sentía que en cualquier momento se desplomaría al suelo.

Por un instante permaneció tranquilo intentando dejar atrás su aflicción, a ratos respiraba corto y en rápidas repeticiones, luego hacía largas pausas conteniendo el aliento hasta exhalar nuevamente y volver a llenar sus pulmones del viciado y frío aire.

Después de tantos intentos inútiles por zafarse y casi resignado a que esto sucedería sin remedio; un pensamiento llenó su mente en un acto desinteresado y valiente. Si estaba destinado a concretarse, era preferible que la explosión aconteciera antes de lo que ellos habían planeado; al menos de esa manera no moriría tanta gente inocente. Alonso estaba resignado a que nada lo salvaría de su fatal destino y a convertirse en mártir anónimo, ya que seguramente nunca encontrarían su cuerpo entre los escombros.

Irguió su cuerpo adolorido una vez más afirmándose en los tambores y balanceándose con los pies juntos y firmes. Apretó los botones nuevamente consiguiendo que el reloj bajara de veintinueve a cinco minutos. Con ello había sentenciado definitivamente su vida por salvar la de cientos y comenzaba la cuenta regresiva de sus últimos momentos.

Cuatro minutos se encendieron en el reloj digital y las imágenes de su familia y sus amigos comenzaron a desfilar por sus lúgubres ojos. Las cosas buenas que hizo en la vida le traían el dulce sabor de la realización, mientras aquellas que no pudo concretar apretaban su garganta con amargura.

Tres minutos y cerró los ojos meditando profundamente en lo que había más allá de este umbral que estaba por atravesar, comenzó a orar aunque no era muy dado a esas cosas e intentaba ponerse a cuenta con su vida aún joven; un arquitecto exitoso de sólo treinta y cinco años.

Un minuto restaba para enfrentarse a su destino y los últimos segundos lo hicieron llorar amargamente, sus alaridos cansados y apagados por la mordaza, hacían un eco ahogado en la soledad del subterráneo.

Treinta segundos y Alonso comenzó a estrellar su cuerpo contra las paredes de la camioneta empujando los tambores y haciendo los últimos esfuerzos por soltarse en un arrebato desesperado en busca de que un milagro ocurriera a última hora.

Quince segundos y cerró los ojos tragando su ira, su impotencia y su dolor. Las últimas gotas de sangre caían desde su mano cercenada tiñendo el piso de la camioneta que lo aprisionaba. Respiraba profundamente contando para sí los últimos instantes de su vida: —cinco, cuatro, tres, dos... y todo terminó.


Publicación reeditada 2012



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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°
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viernes, 17 de febrero de 2012

AMOR CAUTIVO



AMOR CAUTIVO



Los sonidos lejanos de puertas abriéndose y cerrándose retumbaron en sus oídos despertándola de su largo sueño. Luego el silencio envolvía nuevamente sus sentidos y suaves murmullos de voces distantes recorrían la habitación. La oscuridad era dueña de sus ojos que permanecían cubiertos por una improvisada venda.

El aire se sentía denso y saturado por el calor de su respiración. Sus pies y manos estaban atados y parecía estar recostada sobre un duro colchón. Por más que intentaba traer a su memoria las imágenes previas a ese momento, seguía sin recordar cómo había llegado a ese lugar. Sólo tenía lejanas luces de lo último que hacía antes de despertar allí.

Recordaba que iba caminando por la calle, era una noche fría de invierno y llevaba un largo abrigo negro que le cubría hasta más abajo de sus rodillas, el cual no sentía tener puesto en ese momento. Su elegante sombrero y unos zapatos negros de tacón alto, le daban un toque de elegancia y distinción.

El taconeo de sus pasos hacía eco en la brumosa noche, mientras la niebla húmeda mojaba sutilmente las calles vacías. Al llegar a la parada de taxis, extrañamente esa noche no había ninguno, seguramente porque el gélido aire que golpeaba la piel hacía que la gente deseara estar a resguardo y no caminando por las calles.

A lo lejos vio las luces de un vehículo que se aproximaba, mientras más cerca estaba notó que se trataba de un taxi que venía ocupado. El vehículo se detuvo precisamente frente a ella y el pasajero abrió la puerta para bajar. El hombre descendió dejando la puerta abierta para que ella subiera.

Apenas alcanzó a acercarse a la puerta, cuando sintió una mano fuerte que la sujetó por la cintura y otra que le tapaba la boca con un paño. Su vista comenzó a nublarse y por más que luchó por zafarse de esos brazos fornidos, se desvaneció en la oscuridad de la noche. Luego de eso despertó en aquel lugar húmedo y frío, sin poder moverse, con la vista vendada y con una mordaza que le impedía gritar.

De pronto la puerta de la habitación se abrió con un chirrido metálico que la hizo sobresaltarse. Su cuerpo se estremeció por el miedo y levemente se escuchaban sus gemidos y sollozos. Un aroma inconfundible a estofado inundó la habitación y su boca sintió la grata sensación de estar cercana a probar bocado.

Su estómago ya gruñía hace largo rato y tenía la boca seca y amarga. Sintió el peso de alguien que se sentó a su lado y le decía con voz firme:

—Te voy a desatar y a quitarte la mordaza para que puedas comer; pero la venda se queda en tus ojos. Si gritas o intentas escapar te mueres, si intentas sacarte la venda, te amarraré nuevamente y no comerás en tres días… ¿Entendiste?

Ella asintió con su cabeza y permaneciendo quieta como oveja en el matadero, él hizo de acuerdo a lo conversado y comenzó a llevar cucharadas de estofado a su boca. Así ella saboreaba el primer bocado después de muchas horas cautiva. Sin importar que estuviera algo falta de sal, devoraba cada cucharada como si fuera su última comida. Y antes que se le ocurriera mencionar palabra, él le dijo:

—Disfrútala y no hagas preguntas por ahora; todo saldrá bien para ti y para nosotros, sólo estamos esperando que tu marido nos pague por tu rescate.

Ella hizo una pausa después de terminada la frase y dio un largo suspiro reteniendo la bola de comida en la boca. Luego continuó comiendo hasta acabarse todo.

— ¿Deseas ir al baño?... Aprovecha ahora porque debo atarte nuevamente y no sé por cuanto tiempo será.

Ella aceptó la propuesta y él la encaminó con la venda puesta hasta el baño.

—Entrarás, cerrarás la puerta y podrás sacarte la venda; a tu izquierda encontrarás el interruptor de la luz. Cuando termines, sacarás el cerrojo de la puerta y te colocarás la venda primero, luego abrirás la puerta… ¿entendido?

Aunque no respondió a lo dicho, ella hizo según las indicaciones que se le habían dado. Al volver se sentía cansada y somnolienta, él la amarró otra vez a la cama tendiendo sus piernas como antes y lentamente ella se durmió por el somnífero que él había puesto en su comida.

Horas después despertó asustada al escuchar una discusión que había afuera de la habitación. La oscuridad tenía cautivos sus ojos y sus piernas estaban entumecidas tras horas sin moverlas. El viento frío se calaba por la rendija de la puerta silbando suavemente hasta su cara. Sentía su garganta apretada y la nariz húmeda y congelada. Apenas lograba enroscar los dedos de las manos por el frío.

Mientras tras la puerta de la habitación, los dos hombres seguían discutiendo acaloradamente, ambos se culpaban mutuamente porque todo había salido mal. Al parecer sus planes se complicaban y tenían que tomar decisiones radicales respecto de la mujer, pero no lograban ponerse de acuerdo.

Ella se mantenía expectante, intentando escuchar lo que ellos decían a través de la puerta. La discusión terminó abruptamente con la frase.

—Sólo hazlo— seguida de un fuerte portazo que estremeció las paredes.

Los pasos de uno de los sujetos se alejaban por el corredor, mientras el otro seguía murmurando muy molesto. Luego se escucharon los golpes airados contra lo que parecían ser tambores metálicos y otras cosas.

La puerta de la habitación se abrió nuevamente dejando escuchar el terrible ruido de las bisagras faltas de aceite y a los segundos alguien se sentó en su cama. El silencio la mantenía expectante y temerosa, tan sepulcral era el momento que podía escuchar el latido de su propio corazón. El sujeto en la cama se movía incómodo, sin emitir palabra alguna, pero soltando leves sonidos como gruñidos acallados.

El silencio se rompió abruptamente con un singular ruido metálico, al parecer el sujeto estaba manipulando un arma. No sabía si la estaba cargando o la limpiaba, pero el sonido la atemorizaba.

Ella estaba impaciente, temblaba del miedo y movía levemente los dedos de sus frías y nerviosas manos. Suspiraba profundo, ahogada por la angustia y la presión de la mordaza en su boca. La adrenalina fluía por su cuerpo y cada sonido la sobresaltaba más aún. Los nerviosos movimientos del sujeto sólo conseguían apretar su estómago y exaltar su angustiado corazón.

Él se ponía en pié nuevamente y daba vueltas en la habitación. Tras unos pasos ansiosos se sentaba otra vez y manipulaba el arma, la cargaba, la descargaba, suspiraba y murmuraba casi imperceptiblemente. Así se mantuvo varios minutos mientras ella tragaba saliva de amargura sin saber su incierto destino.

A la distancia se escuchó un fuerte y resonante portazo metálico, luego unos pasos acercándose por el pasillo. El sujeto a su lado se levantó de la cama y salió rápidamente de la habitación. Unos segundos después tres disparos se escucharon seguidos por los gritos apretados de los sujetos, luego un silencio sostenido y aterrador invadió la atmósfera haciéndose dueño de la situación.

La mujer permanecía sobre la cama inmóvil, llorando del pánico, amarrada y amordazada sin saber lo que había sucedido afuera. Después de unos instantes de total silencio, intentó soltarse las amarras sin conseguirlo. Los fuertes nudos no aflojaban y sus muñecas ya sentían el escozor del forcejeo.

Los minutos se hacían interminables y la incertidumbre la consumía viva. Intentó balancearse en la cama, pero no se pudo mover ni un centímetro, luego trató de correr la mordaza de su boca y de sacarse la venda de los ojos, pero en nada prosperaba.

De pronto un ruido la hizo quedarse quieta y en silencio nuevamente. Escuchó el leve chirrido que produjo la puerta de la habitación al abrirse. Tal fue el silencio producido, que ella pudo escuchar la respiración y los quejidos de quien se arrastraba hacia ella; la cama se hundió con el peso del sujeto que se arrimaba dificultosamente a su lado.

Sintió en su cara la mano fría y húmeda que lentamente corrió la venda de sus ojos y luego desató la mordaza diciendo en voz muy baja y dolorida:

—No grites… nnn…

Al quedar descubiertos sus ojos, la luz impactó su vista que lentamente comenzó a salir de las tinieblas y vio al hombre ensangrentado sentado a su lado, debatiéndose entre la vida y la muerte.

—Nadaaa resultó bien… paaa… —le dijo con voz moribunda.

Después de unos segundos para tomar aire y acomodarse nuevamente en la cama, prosiguió su relato. Sus ojos parecían perdidos en el horizonte, mientras con su mano derecha se apretaba el estómago.

—Nada resultó bien para nosotros… tu marido no quiso pagar el rescate que pedíamos… nos dijo —quédense con ella, ni siquiera daré aviso a la policía— y se limitó a desatender todos nuestros llamados... Ya no podíamos retenerte aquí así que mi socio decidió que sería mejor matarte y hacerte desaparecer… claro que él no se ensuciaría las manos y quería que yo me encargara de eso... mmm

El dolor le obligó a hacer una pausa mientras intentaba recuperar el aliento, no había posición posible que mitigara su sufrimiento.

—Esto tenía que ser sencillo… sólo debíamos conseguir que nos diera el dinero y soltarte en algún lugar alejado… pero nunca el trato fue matar a alguien.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y desde lo más profundo, dejó escapar un grito de angustia desgarrador que hizo eco en la habitación. Fue un grito de dolor tan triste y desconsolador que partía el alma verla sufrir de esa manera. Él se sintió conmovido y culpable a la vez de tanto dolor.

Entre sollozos y con la voz quebrada de la amargura, ella dijo:

—Él tiene otra mujer desde hace años, hemos mantenido nuestras vidas aparentando como si nada pasara. Pero nunca pensé que esto sucedería y que él encontraría la excusa perfecta para deshacerse de mí para siempre.

Él la miró con ojos compasivos y llenos de culpa, mientras la sangre continuaba fluyendo de su vientre y sentía que su aliento cada vez le faltaba más.

—Mi herida no es superficial —dijo con mucha dificultad— y mi socio está muerto allá afuera, si no te desato ahora no podrás escapar... Déjame alcanzar las amarras para soltarte y dejar que te vayas de aquí.

Estiró sus brazos para desatar la cuerda, lentamente le ayudó a extender sus dormidas piernas y sus brazos, y con gran esfuerzo le ayudó a colocarse bien sobre la cama.

— ¿Fuiste tú el que me dio de comer? —preguntó ella mientras se enderezaba.

Él asintió con la cabeza mientras resistía el aún más intenso dolor y medio cerraba los ojos en una mueca de notorio malestar… Ella no se alejó de él, sino que le sostuvo su cabeza y examinó su herida. Él sangraba profusamente y su cuerpo comenzaba enfriarse como un témpano de hielo. Su cara cada vez más pálida apenas sostenía los colores en su semblante. Ahora era ella quien le ayudaba a estirarse en la cama, acomodando la almohada en su cabeza y permaneciendo a su lado.

— ¿Dónde estamos? —preguntó otra vez ella, descargando todas las consultas que había retenido por horas— ¿tienen algún teléfono aquí?... ¿qué tan lejos está la ciudad?... ¿podrás resistir hasta que pida ayuda?...

Él negó cada una de las preguntas con su cabeza, mientras apretaba su mano y resistía el intenso dolor. Ella sintió una extraña cercanía por su raptor, una mezcla entre agradecimiento por liberarla y compasión por su estado moribundo. En esa situación desvalida ese extraño había logrado cautivar su corazón dolido y desamparado. Pero las vueltas de la vida lo tenían ahí en sus brazos a punto de morir, ella intentó levantarse pero él le sujetó la mano pidiéndole que se quedara un instante.

—Eres mi ángel protector —le dijo casi susurrando— perdóname por todo lo sucedido, siento que me quedan pocos minutos y no quiero morir solo.

De algún modo ella comenzó a admirar su valentía, si bien seguramente la vida lo había empujado a tomar caminos torcidos, él respetaba la vida de una inocente mujer y se enfrentó a su propio cómplice por defender lo que creía correcto. Sin mediar palabras, sin explicar nada, ella se acercó y le besó los labios en una completa e inexplicable entrega de afecto. Él correspondió ese beso único y agónico, lleno de complicidad y entrega; sabiendo que no se verían nunca más y que además la muerte estaba pronta a separarlos.

Ella estaba en libertad de irse, pero su corazón estaba cautivo en sus brazos y así permanecieron algunos minutos más. Ella lo miró a los ojos, mientras su vista se nublaba y sus manos heladas sostenían las de ella firmemente, hasta el instante agónico de su último respiro, cuando exhalando suavemente le dijo:

—Gracias por no abandonarme...


Publicación reeditada 2012

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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jueves, 2 de febrero de 2012

EL NOVELISTA




EL NOVELISTA


Una noche mientras escribía mi tercera novela romántica, me sentí saturado, poco inspirado y decidí tomar un descanso para poder despejar mis ideas. Puede que hayan sido cerca de las diez de la noche, en realidad no siempre miro el reloj cuando escribo. En todo el día sólo había conseguido avanzar unas pocas y mediocres páginas, tras borrar falsos comienzos e intentos fallidos de frases sin sentido. Como siempre lo he dicho.

—Si no me gusta a mí, no le gustará a quien lo lea.

Bajé a la cocina a prepararme algo de comer, porque mi estómago con sus gruñidos ya estaba reclamando. Luego de saciar mi hambre, ordené todo en la cocina antes de sentarme en el sillón a disfrutar una película. Era increíble la cantidad de loza sucia que acumulé en pocas horas, si parecía que un batallón había desayunado y almorzado en mi casa.

La temperatura había bajado bastante y me vi obligado a prender la chimenea. Cuando estaba listo para disfrutar las siguientes dos horas frente al televisor. De pronto la luz se cortó sin explicación y mis planes para esa noche se arruinaban. Llamé a Víctor de la parcela vecina y tenía el mismo inconveniente.

—Al parecer es problema en la planta eléctrica —dijo con mucha seguridad.

Qué noche más decepcionante y aburrida me esperaba, y aún no me sentía cansado como para ir a dormir. Encendí un par de velas en el comedor y recorrí la casa asegurándome que las ventanas estaban correctamente cerradas. No es muy inteligente prender la chimenea y que el calor se escape por algún torpe descuido.

Subí a mi habitación a escuchar algo de música sobre mi cama. Aún no perdía la esperanza de que el apagón no durara toda la noche. De todas maneras, dejé encendido el interruptor de mi pieza para que la luz prendiera en cuanto regresara la energía.

Ya llevaba más de media hora tendido en la cama, con los audífonos en mis oídos, cuando la habitación se iluminó nuevamente. Me acordé entonces de las velas en el comedor y bajé a apagarlas. Mientras bajaba las escaleras, la luz comenzó a parpadear y tras unos segundos de indecisa incandescencia, se volvió a apagar.

Por un momento había pensado que podría retomar mis planes para esa noche, pero ese segundo apagón terminó por convencerme de hacer otra cosa. De todas maneras ya me había hecho a la idea de apagar las velas del comedor, así que continué bajando entre las sombras y penumbras. Antes de llegar a ellas, golpearon a la puerta de manera suave, muy sutilmente, casi sin fuerzas.

El estremecimiento inicial del golpecito en medio de la oscuridad, pronto se matizó con la rabia de tener que atender a quien anduviera afuera a esas horas de la noche. Me acerqué intranquilo a la puerta con una de las velas en la mano.

— ¿Quién es? —pregunté con tono molesto y seco.

—Me llamo Sandra y estoy perdida —respondió la voz tímida de una niña.

Entreabrí la puerta sin quitar la cadena y un rayo de luz iluminó su cara dejando ver su silueta entre las sombras.

—Mi hermanito y yo estamos perdidos ¿Nos puede ayudar?

No podía negar que la situación me incomodó bastante; pero qué podía hacer, esa noche nada estaba saliendo según lo esperado y, ahora debía atender la urgencia de esos niños perdidos. Saqué la cadena y abrí la puerta invitándolos a entrar en mi casa. Un viento gélido cruzó el umbral estremeciéndome. La temperatura era extrañamente más baja de lo habitual.

Cerré la puerta y me estremecí otra vez, al ver que ambos niños iban con delgadas chaquetas que seguramente no cobijaban mucho. Nunca había visto a esos niños en los alrededores.

— ¿De dónde son? —pregunté mientras los alumbraba con la vela.

—De la ciudad —dijo ella— fuimos a ver a mi abuelo, salimos a jugar un rato y nos alejamos un poco de la casa. Luego se cortó la luz y no encontrábamos el camino de vuelta y ahora que vimos la luz volver corrimos hasta llegar a tu puerta.

Ella tenía mucho desplante a pesar de tener unos once años y el pequeño con no más de cinco, permanecía en silencio a la sombra de su hermana. Ambos se veían bien vestidos, con sus zapatos llenos de lodo y un intenso olor a humedad que emanaba de sus ropas poco comunes.

— ¿Cómo se llama tu abuelo? ¿Te acuerdas en cuál parcela vive?

—Se llama Alberto y vive al pie del cerro, pero no recuerdo exactamente la ruta.

Yo no conocía a nadie con ese nombre por los alrededores, aunque yo sólo iba por esos lados cuando necesitaba paz para escribir. Así que fui a llamar a mi vecino Víctor por teléfono, posiblemente él sabría quién era. Pero el teléfono estaba como muerto, sin tono. Se estaba convirtiendo en la noche más patética de toda mi vida. No podía echarlos a la calle, así estaba obligado a alojarlos por algunas horas.

Aunque yo ya había comido, los hice pasar a la cocina para prepararles algo caliente, tal vez una sopa. Me parecía lo más acertado para que entraran en calor. Ellos se sentaron en la mesa de la cocina y se mantuvieron en silencio mientras yo les preparaba una sopa en sobre. En cuanto la coloqué en la mesa ambos comenzaron a comer como si no hubieran comido en días. Sólo el leve golpeteo de las cucharas al rozar el plato y los suaves sorbetes al llegar el líquido a la boca se lograban escuchar en el silencio.

— ¿Quieren un poco más? —Pregunté, al mismo tiempo que recordaba las palabras de mi madre— Se sirve sin preguntar, los viajeros siempre llevan hambre.

Ambos asintieron con la cabeza mientras aún tomaban las últimas cucharadas del primer plato. El pequeño no hablaba nada, era muy tímido para su edad. Eran cerca de las doce de la noche y la luz aún no volvía. Ambos habían terminado su segundo plato de sopa, pero seguían tan pálidos como pollos congelados. Resignado a que tendría que alojarlos toda la noche, coloqué un par de leños más en la chimenea para avivar el fuego y fui a buscar mantas para los dos.

—Voy por una frazadas, mientras pueden acomodarse en el sillón —les dije esperanzado que la luz volviera.

Cuando volví con las mantas quedé totalmente petrificado con la imagen que tenía frente a mí. Los pequeños a los que les abrí mi puerta, se habían transformado en dos jóvenes de unos quince años él y veinte años ella. Sus rasgos eran los mismos, sus ropas las mismas, sólo parecía que yo me hubiera demorado años en volver a la habitación.

Mi corazón estaba acelerado al máximo, jamás en la vida había experimentado algo tan sobrenatural como en ese instante. La visión me había dejado perplejo y me costaba trabajo acercarme a ellos. Por más que los miraba no lograba convencerme de que eran ellos, aunque sabía que no estaba soñando.

Con mucho temor me limité a preguntarles si estaban bien. Ellos asintieron con la cabeza. Mi corazón parecía escaparse de mi pecho. Me acordé entonces de una vieja película, donde unas amables criaturas se convertían en grotescos monstruos al darles de comer después de medianoche.

Me acerqué a ellos mientras permanecían sentados. El olor a humedad se volvió más intenso y putrefacto como aguas estancadas. El lodo que en un principio sólo cubría sus zapatos, ahora les llegaba hasta las rodillas. Yo ya no podía pensar con claridad, sólo intentaba no evidenciar el pánico que me envolvía de pies a cabeza. Por mi mente pasaban miles de pensamientos y no tenía respuestas para nada de lo que sucedía.

La escena era espantosa y sólo podía fingir que todo era natural, mientras evitaba que se notara mi cara de espanto y mis manos temblorosas. Les pasé las mantas y me acomodé en el sillón frente a ellos, estaba decidido a no quitarles los ojos de encima en toda la noche. Ella se sentó al borde del sofá y él se estiró horizontalmente acomodando su cabeza sobre las piernas de su hermana.

Permanecimos largas horas en silencio. Coloqué una de las velas sobre la cornisa de la chimenea y las otras dos en la mesa de centro entre nosotros. Eso era lo único que me mantenía alerta y sin cerrar los ojos. El vaivén de sus cuerpos, me hizo comprender que ya estaban en un profundo sueño, mientras yo luchaba por no cerrar los ojos y perderme en la oscuridad.

Cada minuto era interminable, estaba desesperado, horrorizado, no podía ni por un momento permitirme dormir. Las horas habían pasado lentas, la leña aún estaba consumiéndose y el calor era agradable pero no me sentía tranquilo. Me acomodé nuevamente en el sillón para estirar mis retraídas piernas y miré el reloj por enésima vez. Eran las tres de la mañana y había logrado permanecer despierto una hora más.

Mis ojos parecían como dos bloques de cemento y el aire tibio se hacía cada vez más pesado, todo confabulaba para hacerme claudicar. El olor a lodo podrido era insoportable, hasta respirar se hacía tedioso. A duras penas podía permanecer despierto y mi cabeza se balanceaba hacia delante cada cierto tiempo. Mis párpados cansados se cerraban de vez en cuando oscureciendo todo, necesitaba pararme y hacer algo para vencer el sueño.

Me levanté del sillón con tan poca sutileza que al retirar la manta, la brisa apagó las velas sobre mesa. La oscuridad se apoderó de la habitación. Mi reacción fue tal que en dos tiempos, ya tenía la caja de fósforos en la mano para encender nuevamente las velas. Mis manos temblaban y con mucha dificultad conseguí abrir la caja. Los delgados palitos cayeron por todos lados; tomé el primero y comencé a rasparlo al borde de la caja hasta quebrarlo. Uno, dos, tres intentos fallidos y no conseguía que el fuego encendiera. Finalmente la negra cabeza se prendió y pude prender las dos velas sobre la mesa.

Mi respiración estaba muy agitada y la adrenalina corría al máximo por mis venas, eso consiguió quitarme el sueño por largos minutos y permanecer despierto una hora más.

Al pasar las horas y antes que las dos velas se consumieran por completo, esas pequeñas llamas me habían mantenido despierto y luchando contra todo. Pero mis ojos se desplomaban y sin darme cuenta, entre los últimos brillos de las velas frente a mí, sucumbí ante la adversidad.

Las sombras se estiraron hasta cubrir mis ojos, de pronto un torbellino de polvo blanco comenzó a perseguirme y por más que intentaba correr, el torbellino me envolvía. También atraía las nubes del cielo oscuro y las mezclaba con el polvo creando una espesa masa de lodo.

En medio de esa masa de barro comencé a ver las caras superpuestas de los niños que se alternaban. Ellos me miraban con sus ojos oscuros y su presencia maléfica. Yo intentaba escapar de ellos pero la oscuridad comenzaba a hacerse infinita.

A lo lejos podía ver un leve y diminuto punto de luz que se perdía en la infinidad de un campo marchito. Comencé a correr hacia él, pero mis pies se pegaban al piso en un lodo fangoso que me rodeaba. Con cada paso que daba mis pies más se hundían en el negro fango, poco a poco comenzaba a hundirme tratando de avanzar hacia la luz.

Ya tenía medio cuerpo enterrado cuando aparecieron frente a mí los niños y me abrazaban con sus manos llenas de lodo. Pero no era un abrazo de cariño, sino más bien me empujaban hacia abajo llevando mi cuerpo cada vez más profundo. Apenas podía sostener la cabeza levantada intentando respirar con mi boca alzada hacia el cielo oscuro. Casi podía saborear el barro entrando por mi boca.

De un salto volví en mis sentidos dejando atrás esa angustiosa pesadilla. Las velas estaban totalmente apagadas y en la chimenea poco quedaba de las cenizas humeantes. En medio de la oscuridad podía ver sus siluetas inmóviles. Mientras despertaba mi entumecido cuerpo, lentamente la habitación comenzó a aclararse.

El olor putrefacto ya era totalmente insoportable, peor que cualquier cosa que hubiera sentido antes. Me tapé la nariz intentando respirar poco profundo, pero hacía arcadas involuntarias cada cierto tiempo.

Me incorporé con las manos heladas y los dedos de los pies entumecidos. Me acerqué a ellos para despertarlos; primero hablándoles suavemente. Luego los moví, pero mi mano quedó envuelta en un barro negro. La piel se me puso de gallina y la garganta se me cerró sin poder decir palabra. Los jóvenes ahora eran sólo dos cadáveres putrefactos recostados en mi sillón. Estaban cubiertos de ese lodo negro y podrido, llenos de gusanos como si hubieran estado allí por días descomponiéndose. Sus ropas estaban gastadas y malolientes, rasgadas a pedazos y apolilladas. Sus huesudas manos estaban entrelazadas en un tierno signo de afecto.

No soporté la impresión de todo eso y vomité en el mismo lugar. Vacié mi estómago de lo poco que había comido y corrí hasta la puerta para salir a tomar aire fresco. Sentía que el olor estaba impregnado en todo mi cuerpo, de hecho sentí ese maldito olor impregnado en toda la casa por semanas. El sol despuntaba tras los cerros y el calor de los primeros rayos me dio el valor para volver nuevamente a la casa. La putrefacción permanecía en el aire, pero en mi sillón sólo quedaba una masa fangosa descomponiéndose lentamente. Lo que haya sido que alojé en mi casa esa noche había desaparecido dejando su rastro inolvidable en mi mente.

— ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían? ¿Por qué se convirtieron en lodo?

Esas preguntas me atormentan hasta el día de hoy, cada vez que cierro los ojos veo sus caras convirtiéndose en estatuas de fango. Ni siquiera fui capaz de volver a escribir novelas románticas y las pocas hojas que escribí ese día fueron también mis últimas en ese género.


Publicación reeditada 2012


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