lunes, 27 de febrero de 2012
CINCO MINUTOS
CINCO MINUTOS
Un ruido extraño despertó a Alonso abruptamente, apenas había dormido algunas horas y el viento afuera soplaba con fuerza batiendo las ramas de los árboles que golpeaban su ventana. Guardó silencio un instante y se dio cuenta que la lluvia, que había caído intensamente durante el día, al fin había cesado. Era una noche helada y el viento recio presagiaba que la tormenta continuaría en algunas horas.
Aunque estaba cansado por el viaje que había hecho durante la tarde, se levantó, se colocó su bata y fue a dar una vuelta de rutina por la casa. Primero revisó las habitaciones del segundo piso y las ventanas permanecían cerradas.
Luego bajó al primer piso y recorrió los cuartos con total normalidad, todo estaba en orden y tranquilo. Al pasar desde la cocina a la sala principal volvió a escuchar ese extraño sonido que lo había inquietado antes, pero esta vez estaba casi seguro que no había sido el viento. Sin encender la luz de la habitación, caminó por el comedor mirando detenidamente todos los rincones iluminados por la tenue y lejana luz del pasillo; y fijando su vista en el ventanal que daba a la terraza, notó que las cortinas estaban levemente corridas.
Era su paranoica costumbre de cada noche, dejar todo bien cerrado incluyendo las gruesas cortinas verdes que daban al patio. En su mente tenía un imagen precisa de cómo quedaba todo antes de dormir y sabía que algo no estaba bien.
Se acercó sigilosamente y con todos sus sentidos alertas hacia el ventanal, hasta que vio en el pasillo marcas de pisadas y barro. Por un momento se estremeció, su corazón sintió un extraño pálpito entre miedo y coraje; pero rápidamente se hizo a la idea de que si alguien había entrado en la casa, necesitaría algo con qué defenderse.
Hizo una pausa pensando en las posibilidades que tenía a la mano. La cocina estaba demasiado lejos como para ir en busca de un cuchillo, ni pensar en subir nuevamente a su habitación, así que lo más cercano en ese momento era el atizador de fierro forjado que estaba en la chimenea de la sala.
Respirando profundo, se acercó lentamente en la oscuridad hacia la esquina de la chimenea, pero al estar a pocos pasos de alcanzarlo recibió un fuerte golpe en la cabeza que lo aturdió. Un sonido agudo en sus oídos invadió el silencio de la noche, su vista comenzó a nublarse, su respiración se desvanecía pesadamente y todo se fue a negro.
Lentamente los ojos de Alonso se abrían tras largos minutos inconciente. Estaba en medio de la sala, atado a la silla que usaba en su despacho. Sus manos estaban amarradas a los brazos de ella, mientras que sus pies lo estaban por detrás del eje del asiento y otra cuerda cruzaba su pecho hasta el respaldo de la silla.
La incómoda y dolorosa posición lo mantenía totalmente inmóvil. Una tenue luz del pasillo cercano iluminaba levemente la habitación. Frente a él, a contraluz, pudo distinguir la silueta de un hombre alto y fornido que se le acercaba.
El hombre, al darse cuenta que comenzaba a despertar, le arrojó el agua que traía en un vaso a la cara, diciendo:
—Eso es para que despiertes más rápido… ahora conversaremos un rato… yo te haré algunas preguntas y tú me responderás.
Enérgicamente pero en vano, Alonso intentó soltar sus manos o mover los pies, que permanecieron fijos en su posición, mientras el agua aún caía por su cara hasta mojar su pecho.
— ¿Quién eres? —preguntó Alonso.
—Nadie que te interese conocer —respondió el hombre— sólo contesta mis preguntas y vivirás... ¿Dónde guardas los planos del proyecto en que has estado trabajando?
Esa pregunta era fácil de responder para él, pero estaba intrigado por el interés que el hombre mostraba en los planos. Sabía que grupos opositores al proyecto habían hecho hasta lo imposible para impedir que se terminara con éxito. Sin embargo la construcción no se detuvo y en pocas horas sería la gran inauguración.
—No los tengo en la casa —respondió algo dubitativo.
Apenas alcanzó a terminar la frase cuando recibió un fuerte puñetazo en plena cara, el golpe seco tuvo en respuesta una leve queja y luego sólo silencio.
—Lo preguntaré nuevamente. ¿Dónde guardas los planos del proyecto?
—Yo no soy el encargado de guardarlos, para eso están los jefes de proyecto.
Un nuevo golpe cayó sobre su cara con similar fuerza, sin conseguir que Alonso revelara nada sobre los planos. La sangre le comenzaba a caer por la boca y ya sentía el sabor salino de sus labios hinchados.
El hombre sacó una especie de cilindro de su cinturón, que se extendió al apretar un botón. El cilindro ahora era una vara metálica y maciza. Sin mediar palabras, el sujeto lanzó un golpe directo a su brazo izquierdo con la vara de acero. El grito hizo eco en la sala, mientras afuera el viento que no había bajado en intensidad, daba paso a relámpagos y truenos. La noche gris se iluminaba de vez en cuando en centellantes luces azuladas seguidas de estruendos como de mil caballos al galope.
Una y otra vez Alonso negó la tenencia de los planos o de saber algo sobre ellos, mientras los golpes caían uno tras otro cada vez que terminaba de responder.
—No nos estamos entendiendo, así que pasaremos a otro tipo de interrogatorio.
El hombre encendió la luz de la sala y miró alrededor de la habitación. Detuvo su mirada en el piano que estaba a un costado de la sala. Se acercó a él, se sentó en el taburete y comenzó a presionar las teclas demostrando que no tenía la más mínima idea de ejecutar tan bello instrumento.
—Nunca aprendí —dijo— pero seguro es un bonito pasa tiempo.
Dejando de lado el instrumento, se aproximó nuevamente a su víctima. Sujetó fuertemente su mano derecha en el brazo de la silla y sacó un enorme cuchillo para intimidarlo. El reflejo del acero brilló sobre su cara y la silueta aserrada del filo se contorneó frente a sus ojos.
— ¿Podrás tocar sólo con nueve dedos? ¿No creo que te moleste? —dijo con tono irónico, mientras colocaba el cuchillo sobre la uña del dedo meñique.
Lo miró fijamente a los ojos esperando que el miedo creciera en su víctima, pero Alonso no parecía reaccionar con sus palabras. Para él era sólo una amenaza de un hombre desesperado por respuestas. El hombre notó la falta de miedo en sus ojos y ejerció presión con el cuchillo, haciéndole sentir que la amenaza era más seria de lo que parecía.
Al ver que la expresión temeraria de su rostro no cambió, retiró el cuchillo por un instante y lo amordazó para evitar que se escucharan sus gritos. Pronto cambió esa leve sonrisa amenazante de su cara y con mucho odio, cortó su dedo dejando escapar un grito de dolor desgarrador, que se apagó tras la mordaza que tapaba su boca. La sangre manaba como una cascada roja, mientras su cuerpo se retorcía de dolor amarado a la silla. El hombre dejó de lado el cuchillo y colocó un pedazo de tela que tapó la dolorosa herida.
— ¿Pensabas que bromeaba?... ahora quiero saber dónde está lo que hace media hora te estoy pidiendo. Quiero los planos del proyecto y los quiero ahora o tocarás el piano con ocho dedos… eso sería divertido verlo... ¿Me dirás dónde están?
Los ojos de Alonso que habían permanecido apretados del dolor, ahora se abrían casi al punto de salirse de su cara, mientras las lágrimas corrían a raudales por sus mejillas. Ante tal amenaza y viendo la decisión de su captor, asintió con la cabeza dándole a entender que esta vez hablaría. El hombre sacó la mordaza de su boca y se quedó esperando la respuesta, Alonso bajó la mirada un instante aferrándose con su mano izquierda al brazo de la silla y tras respirar profundamente, le lanzó un escupitajo directo a la cara.
— ¡Púdrete!... yo no los tengo y si los tuviera no te los daría.
Eso hizo enfurecer al hombre de tal manera, que acertó un fuerte puñetazo en su cara y le colocó nuevamente la mordaza en la boca. Sujetó su mano a la silla, mientras Alonso forcejeaba sin parar y con un rápido movimiento cortó su dedo anular. Tanto fue el dolor que sintió esta vez, que Alonso se desmayó.
Mientras permanecía inconsciente, el sujeto le vendó los muñones en la mano para detener el flujo de sangre y colocó a la vista los trozos de dedos hábilmente cortados en las junturas.
Tras algunos minutos, volvió a mojarle la cara con agua para despertarlo. Los ojos de Alonso se abrían con dificultad y con muestras de gran dolor. Sentía el fuerte impulso de empuñar su mano mutilada queriendo sobar los fantasmas de los dedos faltantes pero el dolor le recordaba que ya no estaban en ese lugar. Sólo quedaban unos ensangrentados trapos.
— ¿Sabes? Me estás impacientando de verdad, creo que no razonas. Tal vez estás dormido aún —y volvió a lanzarle agua a la cara— quiero que entiendas que sólo quiero los planos del proyecto y te dejaré en paz.
Nuevamente asintió con la cabeza, aunque esta vez con ánimo resignado. El sujeto le retiró la mordaza de la boca y Alonso preguntó entre gemidos de dolor y el temblor de su cuerpo.
— ¿Para qué quieres esos planos? El proyecto se inaugurará mañana y no puedes hacer nada para evitarlo.
Una risa burlona salió de boca de su captor:
—Para qué querría evitarlo. No es eso lo que buscamos, sólo necesito saber cuales son los pilares que sostienen el edificio, saber las debilidades de tu hermoso rascacielos.
El sujeto tomó el cuchillo nuevamente y lo colocó en otro dedo mirándolo a los ojos decididamente.
— ¿Dónde están los planos? —repitió lentamente pero con voz autoritaria.
—Te lo diré, pero primero debes contarme qué harás con ellos.
Volvió a reír antes de responderle.
—No estás en condiciones de hacer preguntas o de exigir explicaciones, pero te daré una respuesta si eso te deja tranquilo y me dices lo que quiero saber.
Alonso tenía su mirada perdida esperando las palabras del sujeto e intentando desprenderse del dolor intenso y punzante.
—Hace siete años en esos terrenos mi padre tenía su restaurante, cuando un inversionista vino a ofrecerle la oportunidad de su vida. Le contó del nuevo proyecto y le ofreció tener su restaurante totalmente moderno en uno de los pisos de la torre. Mi padre accedió a vender confiado en las promesas hechas, así como el resto de los dueños de esos terrenos. El proyecto se demoró y se demoró hasta que esa empresa se declaró en quiebra y los contratos quedaron sin validez.
Alonso que se había involucrado en ese proyecto hacía un par de años, desconocía por completo lo que el hombre decía.
—Mi padre comenzó a deprimirse y a ser presa de las deudas. Hasta que un día decidió ponerle fin a su vida. Cuatro años más tarde cuando todo se había olvidado, comenzaron la edificación del nuevo proyecto. Entonces descubrí que los empresarios del nuevo proyecto, eran los mismos inversionistas que habían estafado a los dueños anteriores.
El sujeto hizo una pausa reflexiva que inundó de silencio la habitación. A la distancia Alonso pudo oír cómo la lluvia caía afuera antes que continuara su relato.
—Ahora después de tanto tiempo de larga espera, es el momento de concretar nuestros planes. Todo está perfectamente planificado; ninguna pista los llevará a nosotros y nada nos liga a todo lo que pasará. No necesitas saber más detalles. Ahora haz tu parte y no quiero más mentiras si quieres salir de esto con vida.
Todo comenzaba a tener sentido para Alonso. El proyecto se inauguraba en algunas horas. Si obtenía esos planos y sus intenciones de un gran atentado se concretaban, nadie podría enterarse de esa conspiración a tiempo y todo lo inculparía a él. Así que debía hacer algo para impedir que los obtuvieran.
La presión del cuchillo comenzaba a herir su dedo, él ya sabía de lo que el sujeto era capaz y no necesitaba ponerlo a prueba otra vez.
—Los planos están en una caja fuerte escondida tras un cuadro en mi despacho —dijo resuelto.
El hombre fue hasta el despacho para corroborar lo que Alonso le había señalado, movió el cuadro y ahí estaba la caja fuerte, sólo necesitaba la combinación. Regresó a la sala y empujando la silla por el pasillo, el sujeto trasladó a Alonso hasta la habitación señalada y digitó la combinación que resignadamente le dijo. Sólo había un problema, además de los números necesitaba su huella digital para abrirla.
—Bien..., ¿A qué dedo corresponde la huella para la caja? —preguntó el sujeto.
—El dedo índice de la mano que me estas mutilando..., pero no lo cortes, por favor..., yo te ayudo a abrirla, pero no lo cortes, no lo soportaría.
—No intentes nada estúpido… la abres, me entregas lo que vine a buscar y te ato nuevamente antes de irme.
El sujeto le desató ambas manos y los pies permitiéndole sacarse la cuerda de encima y levantarse. Alonso estiró sus adormecidas piernas y sus adoloridos brazos. El intenso dolor de su mano recorría desde los dedos hasta lo más profundo de su espalda. Con dificultad se acercó a la caja fuerte, colocó su dedo índice en el lector y un sonido electrónico precedió el cambió de la luz del indicador de rojo a verde. Aunque no podía ver al sujeto que se encontraba a su espalda y levemente inclinado a su izquierda, sintió el aire del suspiro que exhaló al cambiar la luz. Alonso abrió lentamente la caja debido al dolor que sentía en su mano.
La habitación se iluminó con la luz de un relámpago que cruzó el cielo y al tiempo que el trueno resonó en la distancia, Alonso empujó a su captor hacia atrás con todas sus fuerzas. El sujeto tropezó con la silla y cayó de espaldas sobre el piso. Mientras yacía en el suelo, Alonso intentó tomar un arma que mantenía escondida en la caja fuerte. Pero a pesar de sostenerla con ambas manos, el intenso dolor y la ausencia de dos dedos le impidieron jalar el gatillo.
Su captor se levantó rápidamente y se abalanzó sobre él con mucha rabia, de un golpe voló el arma de sus manos y comenzó a golpearlo. Alonso se defendía intentando bloquear los golpes del sujeto. Recibió un par de golpes en las costillas que le quitaron el aliento, y siguió recibiendo golpes hasta caer al suelo y quedar tendido sin movimiento.
El sujeto lo arrastró hasta la cocina y tomó un cuchillo tipo machete. Afirmó con fuerza la mano de Alonso que permanecía casi inconciente. Alzó la mano y de un certero golpe le mutiló los tres dedos restantes de la mano. El metálico sonido de la hoja contra el piso, se escuchó seguido por un grito retumbante que se apagó con un nuevo estruendo de truenos que provenía de afuera. El hombre volvió a golpearlo en la cara repetidas veces hasta noquearlo…
El agua en la cara lo despertó nuevamente, sus ojos lentamente se abrieron; estaba atado y amordazado, mientras intentaba reconocer en donde se encontraba. Su ojo derecho apenas se abría mientras aún sentía la hinchazón en los labios y el escozor de la parte interior de sus mejillas al rozar con los dientes. Escuchó varias voces a su alrededor y una de ellas era la de su conocido captor, pero su borrosa vista le impedía distinguir sus rasgos.
—Despiertas a tiempo para la celebración... —le dijo con tono irónico— Hoy es el gran día y gracias a ti ya tenemos todo listo para el espectáculo… te agradecemos tu vital ayuda... jajajajaja.
Cuando el agua de sus ojos terminó de caer y su vista se fue acostumbrando a salir de las penumbras, pudo darse cuenta que lo tenían al interior de una camioneta. Estaba rodeado de unos tambores que seguramente eran explosivos. Habían pasado varias horas desde que fue aprisionado y torturado en su propia casa. Pero no había nada a su alrededor que le indicara cuan avanzado estaba el día.
A la esperada inauguración asistirían cientos de personas; también empresarios e importantes autoridades. Se suponía que nadie que no estuviera autorizado debería estar en el edificio en esos momentos. Pero ellos portaban credenciales especiales de acceso, y estaban disfrazados como técnicos de mantención, supuestamente trabajando en los detalles finales de la obra. Tenían todo perfectamente planificado. Alonso intentaba desatarse sin poder conseguirlo, tenía todo su cuerpo adolorido y el frío del subterráneo se sentía hasta los huesos. La luz que entraba por las ventanas del vehículo era escasa y no lograba distinguir cuantos hombres eran los que hablaban afuera.
Al mirar su mano derecha recién pudo apreciar que el sujeto le había mutilado todos los dedos y ahora llevaba una ensangrentada envoltura de tela cubriendo los muñones, tristes vestigios de lo que alguna vez fue una mano. La sangre seca se había endurecido en la tela, pero cuando Alonso intentó palpar los fantasmas de sus falanges, el dolor surgió intenso y profundo hasta el tuétano de los huesos.
Se estremeció por completo encogiendo instintivamente los codos y apretando la mandíbula, la cual también le infringió un punzante dolor. Todo su cuerpo era un campo de batalla que había sido azotado por un bombardeo de golpes la noche anterior.
El sujeto abrió la puerta lateral de la camioneta apuntando con una linterna la cara de Alonso, la luz cegó por un instante el único ojo que podía mantener abierto y luego cambió de dirección.
—Estamos listos para irnos… Perdón por no ofrecerte nada para comer pero adonde vas no lo necesitarás.
El hombre activó un dispositivo y finalmente se despidió de él cerrando las puertas de la camioneta devolviéndole a las sombras su sitial. Los pasos de los sujetos se alejaban lentamente haciendo eco en las paredes del estacionamiento; luego se escuchó el ruido de otras puertas cerrándose y el motor de un vehículo que se alejaba.
Un silencio absoluto se apoderó del lugar y la desesperación de Alonso por salir comenzó a crecer. Él se movía de un lado a otro intentando soltarse las amarras con mucho dolor. Después de un gran esfuerzo, finalmente consiguió soltar sólo una de sus manos, la que tenía mutilada y herida. Como pudo se arrastró hasta donde su captor había activado los explosivos. Doblando las rodillas, apoyó su espalda contra el costado de la camioneta y empujando con todas sus fuerzas logró ponerse en pié.
El panel del dispositivo tenía muchos cables, unas perillas, botones y un marcador digital con luminosos números rojos que indicaba ciento cinco minutos y bajando. Poco menos de dos horas para la explosión, tiempo suficiente para intentar escapar. Pero por más que lo intentaba, Alonso no conseguía soltar su otra mano, ni sus pies, ni siquiera logró aflojar la mordaza en su boca. Tampoco pudo abrir la puerta de la camioneta a pesar de sus esforzados intentos.
Con resignación y con el dolor de su mano mutilada intentó mover las perillas en el panel para ver qué resultaba. Las telas se humedecieron nuevamente con la sangre nueva que comenzó a empapar los trapos. Con el borde de la palma sólo pudo presionar un par de botones y el reloj digital saltó de noventa y siete a sesenta minutos y bajando. Su corazón se exaltó al máximo y su desesperación crecía más y más. Todo lo que consiguió con su estúpida maniobra fue acelerar el proceso y ahora no sabía qué más hacer. Aún amordazado, intentaba gritar con todas sus fuerzas sin conseguir que alguien lo escuchara.
Alonso balanceaba su cuerpo golpeando con el hombro los laterales de la camioneta, intentando hacer el mayor ruido posible; quizás así alguien lo escucharía. Ya estaba exhausto, totalmente agotado y con hombro adolorido. Alonso se dejó caer en el piso de la camioneta. Una cuota de culpabilidad lo embargó y también el dolor de saber que cientos de personas morirían si esa bomba finalmente estallaba.
Recordando los movimientos que hizo anteriormente; pensó que si realizaba los mismos pasos a la inversa posiblemente el tiempo aumentaría. Se incorporó nuevamente y se dirigió al panel. Lo intentó con mucha dedicación, pero nuevamente el reloj acortó el tiempo, de cincuenta y cinco a treinta minutos.
Un gritó desesperado y angustiado se apagó tras la mordaza, perdido en el silencio de ese oscuro estacionamiento. La sangre comenzaba a gotear abundantemente por su mano y el dolor se intensificaba por el esfuerzo realizado. Sentía como si el brazo entero le estuviera siendo arrancado, su estómago se revolvía entero por la agonía y sentía que en cualquier momento se desplomaría al suelo.
Por un instante permaneció tranquilo intentando dejar atrás su aflicción, a ratos respiraba corto y en rápidas repeticiones, luego hacía largas pausas conteniendo el aliento hasta exhalar nuevamente y volver a llenar sus pulmones del viciado y frío aire.
Después de tantos intentos inútiles por zafarse y casi resignado a que esto sucedería sin remedio; un pensamiento llenó su mente en un acto desinteresado y valiente. Si estaba destinado a concretarse, era preferible que la explosión aconteciera antes de lo que ellos habían planeado; al menos de esa manera no moriría tanta gente inocente. Alonso estaba resignado a que nada lo salvaría de su fatal destino y a convertirse en mártir anónimo, ya que seguramente nunca encontrarían su cuerpo entre los escombros.
Irguió su cuerpo adolorido una vez más afirmándose en los tambores y balanceándose con los pies juntos y firmes. Apretó los botones nuevamente consiguiendo que el reloj bajara de veintinueve a cinco minutos. Con ello había sentenciado definitivamente su vida por salvar la de cientos y comenzaba la cuenta regresiva de sus últimos momentos.
Cuatro minutos se encendieron en el reloj digital y las imágenes de su familia y sus amigos comenzaron a desfilar por sus lúgubres ojos. Las cosas buenas que hizo en la vida le traían el dulce sabor de la realización, mientras aquellas que no pudo concretar apretaban su garganta con amargura.
Tres minutos y cerró los ojos meditando profundamente en lo que había más allá de este umbral que estaba por atravesar, comenzó a orar aunque no era muy dado a esas cosas e intentaba ponerse a cuenta con su vida aún joven; un arquitecto exitoso de sólo treinta y cinco años.
Un minuto restaba para enfrentarse a su destino y los últimos segundos lo hicieron llorar amargamente, sus alaridos cansados y apagados por la mordaza, hacían un eco ahogado en la soledad del subterráneo.
Treinta segundos y Alonso comenzó a estrellar su cuerpo contra las paredes de la camioneta empujando los tambores y haciendo los últimos esfuerzos por soltarse en un arrebato desesperado en busca de que un milagro ocurriera a última hora.
Quince segundos y cerró los ojos tragando su ira, su impotencia y su dolor. Las últimas gotas de sangre caían desde su mano cercenada tiñendo el piso de la camioneta que lo aprisionaba. Respiraba profundamente contando para sí los últimos instantes de su vida: —cinco, cuatro, tres, dos... y todo terminó.
Publicación reeditada 2012
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