martes, 23 de abril de 2013

PELIGROSA SEDUCCION


PELIGROSA SEDUCCION



Alonso se encontraba sentado frente al cuerpo sin vida de la mujer. Estaba desnudo, empapado de sudor, su respiración se sentía agitada, poco menos de lo que había estado minutos antes mientras copulaba con ella. Su mirada recorría el cuerpo pálido e inerte, mientras sus manos sudorosas permanecían sobre la cama, a veces quietas otras veces sin saber dónde colocarlas.

No sabía qué hacer, jamás pensó que su primera experiencia terminaría en semejante tragedia. Sus ojos recorrían el cuerpo sensual de la mujer, sus pechos esponjosos, sus curvas bien formadas y sus muslos contorneados. Sin duda los cuarenta no habían pasado por ella o la buena mano de un cirujano dejaba una firma recomendable en ese cuerpo de ensueño. El largo cabello aún húmedo caía caprichoso sobre parte de su cara, tapando sus ojos cerrados que parecían estar durmiendo.

Alonso intentaba retener en su memoria lo bueno que pudiera recordar de ese momento, quería imaginar sobre esa cara los ojos azules y excitados, antes de que todo se desencadenara y se saliera de control. En sus manos aún sentía el olor de su piel, sus labios aún mantenían el sabor de su cuerpo maduro. Al cerrar los ojos las imágenes de esa noche aparecían fugases en su recuerdo. Sus reflejos lujuriosos en los espejos de la habitación estaban grabados en su memoria como una película porno para un adolescente. Las sensaciones en su piel estaban cargadas de un magnetismo inolvidable, casi perpetuo; aunque percibía que en cualquier momento todas esas sensaciones se perderían.

Era la primera vez que se armaba de valor y dejaba atrás su timidez para invitar a una mujer a una cita y a pesar de no ser tan atractiva, ella lo hacía sentir bien. Por mucho tiempo había pensado en hacer cosas como ésas. Salir a tomar unas copas y conquistar a una mujer sin importar su apariencia; una mujer madura y deseosa que le quitara su prolongada virginidad. Él sólo buscaba una aventura con una mujer que no huyera de sus veinticinco años.

Esa noche todo había salido según lo planeado, alrededor de la una de la mañana ya tenía en vista, desde su lugar en la barra, a la mujer a quien se le acercaría. Llevaban minutos mirándose mutuamente, él pidió un último trago; en realidad dos, uno para ella y otro para él, y se le acercó sin vacilar. Alonso intentaba no evadir su mirada, eso sería signo de debilidad. Pretendía ser todo un galán y un seductor; actuar como mujeriego aunque jamás lo había sido, asumir ese rol ficticio que sólo existía en su mente.

Al llegar a su lado colocó ambos tragos sobre la barra, y sin decir nada tomó suavemente su mano. En ese momento un intenso magnetismo se produjo en ella como si una inyección de adrenalina ingresara de golpe por sus venas. Ella no pudo decir que no y lo siguió hasta la pista de baile mientras sus ojos permanecían fijos en ella.

Por más de una hora disfrutaron de la música, luego él se le acercó y le susurró al oído mientras con su cara acariciaba su cuello. Ella había tomado unas copas de más, pero no era el licor lo que la movía, era esa extraña sensación que él le hacía sentir; un perfume cautivante que la provocaba y la estremecía. Estaba hipnotizada por su presencia, por sus palabras y sus caricias; ella accedió a su atrevida invitación y dejaron el lugar para ir a un sitio más privado.

El tiempo transcurría en una esfera de otra dimensión. Los minutos que les tomó llegar al cuarto de motel fueron como un pestañeo para ambos. Él sabía perfectamente el efecto que estaba causando en ella, sabía cómo elevar sus sensaciones y seducirla de manera que se entregara sin vacilar. Sus besos y caricias la embriagaron hasta tenerla rendida en su lecho, la tomó en sus brazos llevándola por un viaje de placer incontenible, era totalmente imperceptible que él era sólo un principiante.

Con manos hábiles y rápidas quitó la blusa sin arrancar un solo botón. Mientras besaba su cuello pasó su mano por la espalda de ella y con un toque de sus dedos medio y pulgar soltó el hermoso sostén de encaje negro. Sus firmes pechos quedaron expuestos al aire mientras la respiración agitada de ambos se confundía en un único sonido. La mujer mantenía sus ojos cerrados mientras él observaba cada movimiento a través de los espejos.

Un remolino de sensaciones descendió en la habitación y en pocos momentos los besos y las caricias los despojaban de sus ropas. Él sostenía sus caderas mientras la poseía por primera vez. Su primera sensación húmeda y placentera, esa calidez acuosa que lo rozaba con intensidad y desenfreno. Hasta que él tuvo su primer orgasmo en ella. Una sensación irrepetible y adictiva con una explosión de placer que lo dejó volcado sobre la cama. Ambos hicieron una pausa recostados sobre el calor de la cama. Sus agitadas respiraciones buscaban un momento de descanso de tan intensos minutos.

— ¿Dónde estaba escondido este hombre toda mi vida? —se preguntaba la mujer sin decir palabra, mientras intentaba recuperar el aliento.

—Parece que lo he hecho bien —se decía él aplaudiendo hacia adentro el haber compensado su inexperiencia con acciones.

Alonso pasó nuevamente sus manos por el cuerpo de la mujer, poco a poco se encendían nuevas sensaciones en ella, su piel ardiente parecía que iba a estallar. Y antes de que él se lo insinuara de alguna manera, ella ya estaba estimulándolo otra vez.

—Sólo espero que me dure toda la noche —decía ella en su mente mientras recorría con su boca desde su pecho hasta su ingle.

Alonso se dejó acariciar por ella mientras su deseo crecía nuevamente y esa sensación presurosa de estar en ella nuevamente se apoderaba de él. Por largos minutos ambos gozaron de esa lujuria, de esa pasión incontrolable, de esa aventura de una noche que parecía no acabar. Alonso sacó fuerzas nuevas para satisfacer a la incansable mujer que una y otra vez tenía orgasmos fugaces y prolongados. Ella comenzó a sobre exaltarse, sus gemidos eran cada vez más fuertes y ambos estaban entregados por completo a sus impulsos más básicos, empapados en sudor. Ambos se movían como caballos desbocados hasta que ella exhaló con un grito y desplomó sobre la cama sin emitir más sonidos.

Estaba quieta y silenciosa, tendida en la cama; él pensó que eso era natural, que la había llevado a un límite de éxtasis extraordinario y sin cuestionarse más, se levantó de la cama y fue al baño a refrescarse. Al volver se recostó a su lado y se dio cuenta que ella no se movía, tampoco parecía respirar. Alonso la movía pero ella no reaccionaba, intentó reanimarla soplando aire por su boca y masajeando su pecho, pero nada la volvía de su estado de eterno letargo. No sabía qué hacer, por largos minutos se quedó contemplando su silueta desnuda a su lado de la cama.

Muchas cosas pasaban por su mente, pero una muerte bajo cualquier circunstancia le traería problemas. Ninguna explicación sería comprensible, nadie le creería lo sucedido, era culpable por naturaleza y sintió mucho miedo de ir a parar a la cárcel por semejante situación. Se dirigió al baño nuevamente y tomó una larga ducha, necesitaba aclarar sus pensamientos y tomar la mejor decisión. Finalmente se vistió y la vistió a ella sacándola de la habitación y colocándola en el auto. A la distancia parecía como si estuviera durmiendo, además a las cinco de la mañana no sería algo que llamara la atención. Por largos minutos condujo sin rumbo hasta llegar a lugares oscuros y desolados; estacionó su auto frente a un acantilado, mientras pensaba temerosamente en lo que haría ahora. Él no había hecho nada malo, pero por alguna extraña circunstancia la mujer estaba muerta y sentada en su auto.

Luego de mucho pensarlo, desvistió a la mujer y con mucho pesar se deshizo del cuerpo lanzándola por una solitaria quebrada. Esa primera vez marcó un deseo extraño dentro de él, sabía que ese magnetismo que fluía a través de su ser era algo muy sobrenatural. Las caricias de sus manos y sus besos seductores, todo ese ritual había llevado a esa mujer a un lecho de muerte, no podía ser coincidencia ni el infortunio de una noche.

El trauma de esa primera noche quedó atrás y también las dudas de ese peligroso magnetismo que parecía ser parte de su esencia. Pronto esa situación pasajera ya se había convertido en algo recurrente. La intensidad máxima de sus deseos ya había causado la muerte de otras dos mujeres, las que se habían desvanecido en sus brazos. En el corto plazo se había convertido en un adicto a esas sensaciones extremas y aunque los cuerpos de ninguna de ellas habían sido descubiertos aún, no sabía cómo controlar las consecuencias de su fatal magnetismo. Pero ese poder con el que cargaba lo hacía sentirse único y capaz de dominar a cualquier mujer, había despertado en su interior a un ser que no pensaba que podía existir en este mundo.

Pronto su apariencia diurna tímida, sencilla y apacible, comenzó a oponerse a ese hombre conquistador e imparable, lleno de seducción y magnetismo en que se convertía por las noches. Él era irresistible a las mujeres y cada día mejoraba su técnica más y más; a veces las encantaba sin tener que llevarlas consigo, pero prometiéndoles una nueva salida juntos. Tan peligroso e impredecible se había tornado esa virtud, que a veces seducía sólo para probarse a sí mismo que tenía la capacidad de hacerlo. Le daba lo mismo la estatura o la hermosura de la mujer, para Alonso era sólo una más, sólo un juguete para sus encantos. No le tenía respeto ni temor a nadie, mientras más difícil se hacían al principio, mayor era el desafío para él. Era cosa de minutos para verlas salir del brazo con él, sonriendo como hipnotizadas atrapadas en su red de encantos.

Pero todo cambiaría el día que el primer cuerpo fue encontrado. Era una mujer de treinta dos años, morena de tez clara. A esa altura ya habían sido diez sus víctimas fatales y otras muchas se habían salvado de ese final, porque sólo fueron seducidas por él sin que llegaran a intimar. Alonso sabía bien que no podía dejar que todas llegaran a ese éxtasis explosivo y fatal, ya que tarde o temprano podría cometer un error. En cosa de semanas, seis de los diez cuerpos habían aparecido en los diferentes lugares en que los había abandonado.

No había un patrón que le diera a la policía algún indicio de quién era el asesino. En todos los casos la autopsia indicaría lo mismo: ingesta de alcohol, muerte por paro cardíaco y heridas post mortem a causa de la caída en alguna quebrada o mordeduras de animales salvajes, cuando las dejaba en algún predio eriazo. Aunque tuvieran algún rastro de su semen o algún cabello en los cadáveres, él nunca estaría en la lista de sospechosos. Las había escogido al azar en cualquier lugar, incluso en diferentes ciudades.

Alonso estaba cansado de llevar esa doble vida, ahora quería tener de día esa vida opulenta y desinteresada que pretendía vivir por las noches. Su nueva vida debía incluir un plan de selección con el cual actuar. Ya no escogería mujeres al azar en bares o en discotecas, ahora las escogería por su apariencia y su dinero; no sólo tomaría sus deseos, sino que además todo lo que ellas le dieran a cambio. Varios meses después y con ese modo de operar rápidamente había conseguido mujeres adineradas, sedientas de pasión y capaces de darle todo lo que él quisiera con tal de verlo otra vez.

Alonso cuidaba siempre de no excederse en sus impulsos, ya que no quería tener otra mujer muerta entre sus brazos. La prensa ya había dejado atrás el sensacionalismo de los primeros hallazgos. Pero la policía jamás dejaría en el olvido un caso así. Por otro lado ya no era un pobre desconocido y la desaparición de cualquiera de esas mujeres de posición apuntaría directamente hacia él.

Ahora tenía un auto lujoso y vivía en un departamento muy bien ubicado; había dejado de trabajar y tenía todo el día para preocuparse de su apariencia. Iba al gimnasio y por las noches visitaba a sus amigas adineradas, siempre reprimiendo los límites a lo que él sabía que podía llegar. Pero esa sed de exteriorizar todas sus capacidades lo atormentaban y lo consumían vivo, estaba condenado a reprimir todo su potencial por miedo a matar nuevamente; de alguna manera debía encontrar un escape a esa maldición que lo envolvía.

Esa noche Alonso decidió no salir con ninguna de sus amigas conocidas, necesitaba volver a sus primeras experiencias aunque fueran fatales. Estaba ahogado en su deseo de ser él mismo una vez más, era algo completamente necesario a punto de estallar en su interior. Fue a un bar cualquiera a las afueras de la ciudad, nada muy ostentoso porque no quería llamar la atención, sólo necesitaba ser un desconocido más sentado en la barra bebiendo algo. Ya había pasado más de un año desde esa primera noche en que descubrió ser un semental lujurioso y peligroso al mismo tiempo. No quedaba un ápice del joven tímido y recatado que algún día fuera.

Pidió unos tragos esperando ahogar en parte esa necesidad que crecía en su interior, esas ganas enfermas de ser un instrumento de placer. Pero ese impulso era más fuerte que su voluntad y en pocos minutos ya se había acercado a una mujer a su lado. Conversaban y se reían distendidamente; ella ya estaba atrapada en sus encantos, en ese magnetismo envolvente y cautivante. Alonso pedía otro trago intentando evadir lo inevitable, al pasar de los minutos y de las copas fue ella la que lo invitó a retirarse del lugar, a lo que él accedió.

Sabiendo cual era el desenlace que le esperaba a la mujer si la noche continuaba el curso que había iniciado, Alonso no quiso llevarla a ningún lugar conocido y condujo su auto con rumbo a la playa. Poco a poco él comenzaba a sentir esa satisfacción de controlar toda la situación nuevamente, de ser un magneto de pasión y seducción, esa emoción de volver a ser el gran amante que solía ser. Ella lo acariciaba todo el camino, no tenía real conciencia de lo que estaba a punto de suceder, ni a donde realmente se dirigía esa aventura.

Alonso estacionó el auto en un mirador que daba a la playa, era noche primaveral de luna llena y el reflejo iluminaba el mar con su estela plateada. Los besos y caricias aumentaron la excitación del momento; era una noche de desenfreno y pasión desenfrenada al borde de la locura. Pero a pesar de todo el ambiente sensual y envolvente, ella aún no se entregaba por completo.

Dos cosas pasaron por la mente de Alonso, o los tragos habían calmado su magnetismo envolvente, o por haber estado tanto tiempo reprimiendo su verdadero don, ahora no estaba causando el efecto deseado. Se sentía adormecido, como si todo eso fuera un sueño aletargado, así que se esforzó por aumentar esa magia natural que siempre fluía por su piel.

Esta vez las cosas tomaban el rumbo que él quería, la temperatura aumentaba mucho, entre besos y caricias; la pasión y el deseo estaban fluyendo sin límites en el aire. Con la destreza de siempre consiguió desabotonar su blusa y sumergirse entre sus pechos. Ella había hecho lo propio con su camisa acariciando su piel desnuda y sudorosa. Alonso acercaba peligrosamente sus manos por sus muslos y cuando él pensaba que todo estaba listo, ella se alejó de él bajándose del auto.

Con ambas manos se abanicaba la cara y se ventilaba ante la atónita mirada de él, ella se paró frente al auto mirándolo en todo momento y esbozando una sonrisa. Cuando él ya pensaba que esa noche de pasión llegaba a su fin; ella se desvistió sensualmente a la luz de la luna. Los reflejos azulados sobre su piel dibujaban los contornos delicados y deseados de la mujer, Alonso volvía a creer en el destino de esa noche. Cuando ella terminó de sacarse cada pieza de ropa, corrió desnuda por las dunas de arena en dirección al mar.

Alonso pasó de sentirse confundido y frustrado a excitado nuevamente. Descendió del vehículo también y la siguió corriendo tras ella hasta alcanzarla en la arena antes de que entrara al agua. El juego seductor se tornaba demasiado lúdico para él, la mujer le sacó la camisa y el resto de la ropa; se besaron con más pasión y sin más preámbulo comenzaron a copular en la arena. El vaivén de las olas, acompañaba el ritmo de sus cuerpos iluminados por la luna.

Ese nuevo escenario lo mantenía alerta y desconcentrado, sin embargo ella estallaba una y otra vez en éxtasis. Cuando él pensaba que todo acababa, ella volvía a retomar el ritmo con sus gemidos. Alonso se sentía muy extraño, por un lado estaba disfrutando al máximo el momento sin tener que refrenarse en nada, pero por otro lado necesitaba que todo fuera como sus primeras y fatales experiencias. Por un instante llegó a pensar que al fin había encontrado a la única mujer capaz de resistir cien por cien su magnetismo explosivo.

Ella acabó nuevamente sobre él y se detuvo un instante, lo besó intentando recuperar el aliento perdido. Se levantó nuevamente y salió corriendo y riéndose en dirección al mar hasta zambullirse en las aguas cálidas. Alonso se levantó y la alcanzó entre el apacible oleaje que les bajaba la temperatura a sus ardientes cuerpos. El vapor subía desde sus hombros por sobre la superficie de las saladas aguas. Tomándola de los brazos, Alonso volvió a unirse a ella, deseoso de su cuerpo húmedo y ardiente. El agua les llegaba hasta más arriba de la cintura, la adrenalina de ambos se disparaba y estaban prendidos como antorchas.

Ambos estaban en la misma sintonía, ella comenzaba a gemir nuevamente y a excitarse más allá de sus límites. Al fin estaba entregada, extasiada y perdida por su encantador magnetismo, presa en las manos de su cazador. Estaban en lo más alto de sus sensaciones a punto de conseguir un nuevo orgasmo en conjunto, cuando él sintió un pequeño dolor en su pierna derecha. Ella seguía aumentando su excitación, se movía hacia arriba y hacia abajo siguiendo el vaivén de las olas.

Un nuevo pinchazo se dejaba sentir en las piernas de Alonso, un intenso dolor que lo hizo mirar a su alrededor. De una manera inexplicable, el altísimo nivel de sus feromonas, había atraído una gran cantidad de medusas a su alrededor. La luz de la luna iluminaba las pequeñas masas blanquecinas que se reunían en torno a ellos. Algunas de ellas lo habían aguijoneado y las toxinas comenzaban a hacer efecto en él.

Ella continuaba moviéndose más intensamente sin percatarse de lo ocurrido, Alonso intentaba sostener el peso de la mujer y al mismo tiempo resistir el dolor que comenzaba a expandirse hacia su estómago. La mujer totalmente conectada con su deseo más profundo estallaba en el máximo nivel de excitación que jamás había experimentado. El agua ya les llegaba a la altura del pecho. Ella no resistió esa sensación de eterno éxtasis y su corazón dejó de latir abrazada a él como muchas otras.

El peso del cuerpo inerte de la mujer junto al efecto del veneno, tumbaron a Alonso en el agua. Con mucha desesperación él intentaba sacarse a la mujer de encima sin lograrlo, las medusas continuaban atacándolo y lentamente perdía las fuerzas para luchar. A la luz de la luna, sin testigos y envenenados de lujuria, ambos fueron arrastrados por las olas hasta perderse en el vaivén del apacible mar.



Publicación reeditada 2013
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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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