martes, 3 de enero de 2012
DESPERTARES
DESPERTARES
La noche se cubría con un manto de tranquilidad, mientras las estrellas adornaban la cúpula celestial. No había luna que invitara a las bestias de la noche a merodear tras la cálida brisa del verano. Los grillos permanecían dormidos y el croar de las ranas ya no se escuchaba alrededor.
De pronto, un desesperado grito rompió el silencio en el que se sumergía la noche. En la oscuridad de la habitación, su agitada respiración y sus latidos acelerados, parecían hacerse tan fuertes como una estampida de animales.
Él se sentó en la cama y pasó su mano temblorosa por su frente llena de un frío sudor, su cuerpo estaba empapado hasta los huesos a causa de esa pesadilla que lo atormentaba cada noche; los sueños y fantasmas de una vida pasada yacían presentes en la habitación.
Él extendió su mano para encender la luz, procurando esquivar los objetos que permanecían en su velador. Aún se sentía aletargado y exaltado por el miedo. Con lentos y temblorosos movimientos apartó el reloj, pasó a llevar el teléfono y finalmente alcanzó el interruptor de la lámpara.
La luz le obligó a cerrar levemente sus ojos claros aún sumergidos en las penumbras, su boca seca y amarga le instó a buscar el vaso de agua que cada noche llevaba a la habitación. Alzando la mano para alcanzarlo, se dio cuenta que el vaso estaba vacío. Con un dejo de molestia y decepción, se preparó mentalmente para levantarse y dirigirse a la cocina para saciar su sed.
Ese amargor en la boca lo quemaba y la sensación de calor no sofocado, era como un incendio en su mojado y agitado pecho. Se quitó la mojada sudadera con la que estaba durmiendo y empapó su cuerpo bañado en sudor.
Atravesó la alcoba para ponerse una nueva sudadera seca y la bata. Cruzando el umbral de su habitación, se encaminó por el oscuro pasillo directo hacia la cocina. Pero al entrar en ella y encender la luz, se resbaló cayendo de espaldas sobre un líquido viscoso que llenaba el frío piso de baldosas.
El fuerte golpe lo aturdió levemente, el dolor de la caída recorría desde la cadera hasta la base de su cabeza. Su vista estaba algo nublada, en parte por el golpe y en parte porque aún no se acostumbraba a la luz en sus ojos. Al momento de incorporarse ese líquido tomó color y consistencia en sus manos, estaba sumergido en un mar abundante de sangre.
Su corazón se exaltó por la impresión, miraba sus manos y no podía creer lo que estaba palpando. Por más que buscó por todos lados el origen de ese manantial rojizo, en una y otra dirección no encontró nada, sólo veía su cuerpo inmerso en el espeso charco.
Tanta sangre no podía haber aparecido así no más en su cocina, debía haber algún indicio de su origen. ¿Estaría aún soñando? ¿Sería que estaba aún sumergido en su pesadilla?
Mientras miraba de un lado a otro, una gota densa y viscosa cayó pesadamente sobre su cabeza; miró hacia el techo de la cocina y una nueva gota golpeó su cara deslizándose por su mejilla. Con pavor pudo comprender que el líquido provenía desde la habitación superior y se había filtrado hasta acumularse abundantemente en el piso helado.
Sintió un escalofrío estremecedor que congeló su espalda aún húmeda por el sudor, su mente se perturbó al pensar lo que encontraría en la habitación de arriba. Nada bueno podría esperarlo si se había filtrado desde el viejo piso de madera, cruzó el entretecho y tiñó la habitación de su mortal color. Una nueva gota cayó sobre su nariz y antes que resbalara completamente de su cara la secó con el antebrazo de la bata.
Se puso en pié y lavó sus manos en el fregadero, el agua se llevaba lentamente el rojo de su piel. Mojó su cara para despejarse un poco más y darse valor para comenzar a subir las extensas escaleras. Mantuvo sus manos un instante bajo el chorro de agua y llenando sus palmas, mojó también su cabeza para sentirse más fresco y menos agitado.
Se secó con un paño de tela y antes de salir por el umbral de la cocina, tomó consigo un atizador de fierro forjado. Se encaminó por el pasillo encendiendo las luces a su paso. Al pararse al borde de la escalera y mirar hacia arriba, los peldaños se hacían una aventura interminable. A cada paso que daba sobre los viejos tablones, el crujir de la madera a medida que avanzaba hacía más tensa la situación.
Balanceando su peso para evitar al máximo el retumbante sonido, finalmente llegó al borde superior de la escalera. Giró por el corredor y extendió su mano para encender la luz del pasillo. Extrañamente la luz de la última habitación estaba encendida, aunque él recordaba haberla apagado.
Intentó hacer memoria del recorrido realizado antes de bajar a dormir. Habitualmente recorría cada noche la casa entera, cerrando minuciosamente las ventanas y cada una de las cinco puertas de las habitaciones superiores. Luego apagaba las luces y tras llevar un vaso grande de agua a su habitación se acostaba en su cama.
El miedo lo embargó, sus manos temblorosas apenas sujetaban el atizador, sus piernas parecían de lana a punto de cortarse. Ya no sabía si continuar avanzando o devolverse a pedir ayuda a algún vecino. Pero para ser sincero consigo mismo, no tenía buena fama en el vecindario y era conocido por ser ermitaño, poco sociable y distante con la gente.
Mirando hacia el suelo por un instante, tragó un sorbo de su amarga y seca saliva y se propuso acelerar sus pasos. Se armó de valor para enfrentar su destino, lo que tuviera que ver en esa habitación era mejor verlo de inmediato y no alargar más esa tensa situación.
Se encaminó valientemente por el pasillo, cada paso sobre el viejo piso de madera retumbaba pesadamente causando eco en el silencio de la noche. Cuando finalmente llegó frente al umbral, hizo una pausa antes de empujar la puerta entreabierta por donde se filtraba un has de luz. Su mano temblorosa impulsó la vieja puerta, la que con un chirrido metálico de las secas bisagras, se abrió completamente.
Al instante vio derribada sobre el piso, la antigua vitrina de trofeos de su lejana juventud. Muchos años atrás él había sido un destacado deportista, fue campeón de muchos torneos desde sus tiempos de colegio y al llegar a la universidad continuó dedicado al deporte y a sus estudios.
Fue así como conoció a la que fuera su esposa, ella también era una destacada atleta, juntos compartieron las alegrías de sus logros y llenaron esa vitrina con copas, medallas y recuerdos de todos sus viajes. A su mente llegaron los recuerdos fugaces de aquellos lejanos años, el nacimiento de sus hijos y los días que compartieron en esa casa, hasta la penosa tarde en que murieron en un accidente carretero.
Cada noche que soñaba con los sucesos de ese trágico día, despertaba exaltado envuelto en sudor y con su corazón triste a punto de estallar. Su familia había sido destruida a causa de un estúpido error humano. Su mujer y sus dos hijos murieron al instante e el lugar del accidente, mientras que él sobrevivió tras meses de recuperación.
A pesar de ello jamás quiso vender esa casa y cada día recorría las habitaciones, trayendo los vitales recuerdos de su familia a su memoria. Poco a poco se fue alejando de la gente y escondiéndose más y más en su mundo. Pasaba largas horas frente a esa vitrina observando atónito cada recuerdo y cada viaje compartido.
De pronto los cristales rotos esparcidos por el suelo, reflejaron levemente sobre su cara la luz de la ampolleta obligándolo a dejar atrás sus gratos recuerdos. Al mirar nuevamente a su alrededor, se dio cuenta que no había nadie más que él en la habitación, la ventana estaba cerrada como solía dejarla cada noche.
Avanzó un par de pasos al interior del cuarto y pudo ver que por los contornos del mueble levemente levantado, se filtraba un charco rojo de sangre. Debajo de la pesada estructura se podía ver que yacía el cuerpo de un hombre.
¿Quién era? ¿Por qué estaba allí? ¿Cómo terminó debajo de la vitrina? Intentó levantar el pesado mueble desde el costado sin moverlo ni un centímetro. Al rodear la estructura para ver el rostro de la persona que yacía ahí, se estremeció por completo. Sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo, una brisa cálida atravesó la habitación y sus piernas casi se doblan de la impresión.
Al instante reconoció esas facciones tan familiares, la forma de la cara, la inconfundible agudeza de su nariz y ese mentón redondo sembrado por una abundante barba gris. Esas inconfundibles facciones que había visto por años frente al espejo de su habitación, era su propia cara la que estaba ahí bañada en sangre y cristales.
Al mirar sus manos que temblaban de espanto y horror, el atizador que llevaba consigo desde la cocina ya no estaba y su cuerpo paulatinamente tomó un color grisáceo, hasta transparentarse en la luz que lo rodeaba. Totalmente confundido, impactado y sin poder moverse a ningún lado, sintió su cuerpo tornarse tan liviano como una pluma. Dejó de sentir el peso de los años y el dolor de su gastado cuerpo. Su figura que en realidad ya era una fantasmal silueta en la habitación, lentamente desaparecía y se esfumaba definitivamente de esta tierra.
Publicación reeditada 2012
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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°
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