miércoles, 8 de agosto de 2012

LA OSCURA DAMA DEL LAGO


LA OSCURA DAMA DEL LAGO


El aire templado de la noche me invitaba a abrir las ventanas para que la brisa de la noche acariciara suavemente mi piel. Desde la cabaña se podía ver claramente la superficie del lago reflejando la luz de la luna. Ya casi había olvidado como se veía ese paisaje por las noches de luna llena, ya que hacía más de ocho años que no iba por esos lados. Esa cabaña pertenecía a mis padres y en mi niñez, durante las vacaciones de verano, era el lugar habitual para escaparse por dos meses. En ocasiones mis padres nos llevaban unos días en invierno, para disfrutar del apacible entorno del bosque, de los árboles altos y la vegetación abundante.

A veces cuando uno se ausenta de algún lugar por mucho tiempo, al verlo nuevamente uno se vuelve a enamorar o se desencanta completamente al descubrir que esos recuerdos guardados en la memoria son diferentes a la realidad. Lamentablemente tendría que esperar hasta el otro día para volver a recorrer los alrededores a la luz del sol y saber si mis recuerdos me ayudarían a reencantarme con ese hermoso lugar. El viaje había sido tan largo que a penas llegué a ver la puesta del sol tras las colinas del occidente.

El aire cálido del verano fluía por las habitaciones renovando el ambiente que olía a polvo y encierro. Quien diría que al final sólo la muerte de mis padres podría traerme de vuelta a ese hermoso lugar. Y pensar que hace unos pocos meses ellos habían estado allí, frente a ese mismo lago, disfrutando de la última visita a esos lugares. La vida es tan frágil que cuando menos se lo espera, la llama se extingue y el alma vuela al infinito, dejando esa pila de huesos y carne que vuelven a la tierra.

Encendí las luces exteriores y cambié también aquellas ampolletas que estaban quemadas, luego conecté el refrigerador nuevamente a la corriente y lo abrí para que se fuera ese olor a húmedo. Afortunadamente cada vez que mis padres iban dejaban todo limpio y guardado. La única suciedad que había era el polvo que se había acumulado en esos meses. Por un instante mientras me dedicaba a limpiar y a barrer las habitaciones, me pareció escuchar un susurro en el exterior. Era como dos personas conversando, pero cuando me asomé por la ventana, no había nadie. Entonces salí de la cabaña para estar seguro, pero no había nadie en los alrededores.

Entré nuevamente para continuar ordenando y aseando; después de ese agotador viaje yo sólo quería comer algo y descansar plácidamente hasta el otro día. Regresé a la cocina para comenzar a guardar los víveres que había traído con el fin de estar un par de semanas allí. Por más hermosos recuerdos que tenía de mi niñez, no estaba en mis planes inmediatos hacerme cargo de ese lugar. Por el contrario, muchas veces había recriminado a mis padres por no venderlo. Desde mi punto de vista, significaba más un gasto que una inversión ya que ni siquiera lo arrendaban. Toda vez que algún amigo de ellos lo quería usar, sólo les bastaba con pedirlo prestado con anticipación y mi padre les entregaba las llaves para que lo usaran. Lamentablemente ellos ya no estarían para hacerse cargo de las cosas, ni para disfrutar de su pequeña cabaña.

Mientras barría la sala y sacaba las cenizas acumuladas en la chimenea, por segunda vez escuché ese extraño ruido que parecía un susurro lejano. Era como una especie de zumbido que me obligó a dejar lo que estaba haciendo en ese momento y a guardar silencio. Pero entre el ruido que hacían las ramas de los árboles al mecerse por el viento y los sonidos de grillos y ranas cantoras que se percibían alrededor, no logré escuchar nada fuera de lo común, aquel sonido constante, molesto y repetitivo había cesado nuevamente.

Continué haciendo mis labores pero esta vez una extraña intranquilidad me invadía, era una sensación difícil de explicar. Era un sentimiento triste y desolador como si hubiera un profundo vacío en mi interior. No era una necesidad de algo, tampoco la tristeza de estar en la cabaña de mis padres y que ellos no estuvieran más a mi lado. Estaba seguro que tampoco era un llanto ahogado por su pérdida, ya que había llorado a mares desde el mismo día que me avisaron que habían tenido un grave accidente. En ese momento no necesité saber más detalles, algo en mi interior me avisó que los había perdido para siempre.

Pero eso era diferente, era como si una voz interna o la voz de algo a mi alrededor, quisiera hablarme o intentara comunicarse de alguna manera. Eso me mantenía muy inquieto y expectante. De un instante a otro la sensación se hizo más fuerte, mi corazón estaba muy agitado latiendo con mucha fuerza, casi a punto de salir de mi cuerpo. Comencé a sentirme sofocado, me faltaba el aire; miraba a mi alrededor sin poder encontrar una explicación a lo que me causaba esa agonía.

La temperatura de mi cuerpo subía y subía, comencé a sentirme como una antorcha encendida. El calor invadía todo mi ser, mis manos comenzaron a sudar sin parar y mis latidos hacían fluir una gran cantidad de adrenalina por mis venas. Nunca en mi vida había experimentado esa sensación desesperante, casi suicida. Sentía mis ojos pesados y mi piel estaba completamente mojada en sudor. Las ganas de gritar me invadían y mis manos comenzaron a temblar; casi no podía mantenerme en pie y mis piernas se doblaban cada vez más.

Me senté un momento para recuperarme de mi malestar, pero fue peor; el calor de mi cuerpo aumentaba y mis fuerzas flaqueaban hasta hacerme caer. Estaba tendido en el suelo pero sin perder la conciencia y comencé a arrastrarme hacia la puerta. Con los codos y brazos me impulsaba poco a poco hasta que finalmente alcancé la manilla y pude abrir la puerta para salir y respirar profundamente el aire de la noche. El bosque estaba claro, la luna brillante penetraba la espesura de los árboles y provocaba reflejos en el agua del lago.

Pero mi agitación no disminuía, así que me arrastré desde la entrada en dirección al agua. Me sujeté de la baranda del sendero que conectaba la cabaña con el muelle y me impulsé hasta colocarme en pie nuevamente; paso a paso avancé hasta llegar al borde del muelle. Aún sofocado y casi sin aire, me quité la camisa y los zapatos para me dejarme caer al agua. Sin duda que eso debería calmar esa sensación extenuante y apagaría ese fuego que sentía.

Durante largos minutos nadé bajo la luz de la noche, dejando que el agua fría apagara mi piel encendida en llamas. Nuevamente ese susurro gutural retumbó en mis oídos y me invadió el pánico. Me encontraba a unos cincuenta metros de la orilla y el ruido se sentía tan claro como el agua; lentamente ese sonido se convirtió en una voz que me llamaba desde las sombras. Mi nombre se escuchaba nítido al viento, mi corazón se aceleró por el miedo y comencé a nadar con total desesperación hacia la orilla. El agua agitada se ponía cada vez más helada, como si de un momento a otro se fuera a congelar.

En ese momento sentí una corriente de agua gélida que pasó bajo mis pies y comenzó a arrastrarme lejos llevando mi cuerpo hacia el centro del lago. Mis piernas se entumecían, mis manos desfallecían al intentar mantenerme a flote. Las fuerzas se me iban agotando y decidí dejarme llevar por la corriente hasta que todo se detuvo. Eso parecía sólo un mal sueño, una oscura pesadilla que me rodeaba y me aprisionaba sin salida. Nuevamente el murmullo acallaba, el agua se calmaba y volvía a su temperatura normal.

Me acerqué lentamente al muelle hasta llegar exhausto y salí del agua para volver a la cabaña. Caminé por los tablones resecos hasta llegar al sendero, cuando a cinco metros de llegar a la cabaña, la silueta de una mujer parada en el umbral de la puerta se hizo visible, ella estaba totalmente vestida de negro. De algún modo extraño, mi corazón sabía que era ella quien había susurrado mi nombre hace unos minutos atrás, que era ella quien había causado tal estrago mi alrededor, era ella la causante de tan irreal desorden.

Algo en mi interior me impulsaba a hablarle, pero mis palabras se encerraron en la oscuridad; yo estaba totalmente petrificado, sin habla y sin movimiento. Su fuerte presencia agitaba el aire y lo consumía completamente; su perfume a flores secaba el ambiente y penetraba en lo más profundo de mi ser hasta controlarme totalmente. Ella comenzó a acercarse a mí y con cada paso que daba su presencia me invadía. Saqué la daga que siempre llevo en mi cinturón y se la mostré amenazante, pero pareció no inmutarse y continuaba avanzando hacia mí.

La hoja de la daga reflejó la luz de la luna cuando la levanté para atacarla. Ella no se movió ni hizo ningún movimiento cuando se la enterré en el costado. Fue como enterrar un cuchillo en una cascada de agua, al retirar la daga de su cuerpo la hoja se volvió negra y se convirtió en cenizas como papel quemado en medio de una fogata. Sus ojos se encendieron en respuesta a mi osado ataque y con un soplido me lanzó al suelo. Mientras yo permanecía tendido sobre la hierba ella repetía una y otra vez mi nombre, y comenzó a acercarse nuevamente a mí flotando por el aire.

Ella levantó su mano izquierda, me sujetó con firmeza del cuello y comenzó a elevarme lentamente. El miedo me embargó por completo, sentía que el aire me abandonaba y que mi vista se nublaba. Mientras con su mano derecha, alzó lo que parecía un afilado puñal; la luz de la luna se reflejó sobre la hoja de frío y reluciente acero iluminando su cara. Ella tenía ojos negros y su piel era blanca como la nieve. Sus rasgos finos y definidos se grabaron en mi mente y en mi corazón; de manera que aún no logro explicar. Desde lo más profundo de mi ser y con la voz al borde de extinguirse le dije:

—Entiendo lo que estás sintiendo, yo también perdí a las personas que más he amado en la vida.

Ella se estremeció por un instante, parecía muy confundida por mis palabras a pesar de su naturaleza fantasmagórica y sobrenatural. Seguramente no esperaba que un simple mortal le dijera algo tan profundo y verdadero. Ella dejó de presionar mi garganta hasta liberarme, yo caí de rodillas sobre la hierba húmeda, mientras ella dejaba caer su arma. Ella permaneció inmóvil, confundida, como meditando en mis palabras. Entonces aproveché su estado letárgico y sin darle tiempo de reaccionar, me levanté y corrí hacia la espesura del bosque dejando atrás su figura oscura y sus ansias de matarme.

Yo corría bajo la oscuridad de la noche alumbrado suavemente por la plateada luz de la luna, me escabullí entre los árboles intentando dejarla atrás. Cada cierto tiempo miraba hacia atrás sobre mis hombros esperando no ver su silueta tras de mí. Mi corazón estaba tan agitado que tenía miedo que en cualquier momento estallara. Mi piel comenzó a sentir un calor envolvente que me consumía paso a paso. Sólo seguí corriendo sin detenerme, ocultándome tras los troncos y la hierba para poder recuperar el aliento. Pero mientras hacía esas pequeñas pausas, a lo lejos lograba ver su silueta que me seguía lentamente sin perder mi rastro y que era precedida de un aire sofocante que olía a pasto seco quemado.

Yo sabía perfectamente quien era ella. Muchas veces había escuchado su trágica historia que ahora volvía a mi memoria para ayudarme a comprender todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Avancé otro largo trecho entre los senderos olvidados y las pendientes ocultas en lo profundo del bosque. Nuevamente hice una pausa para recuperar mis fuerzas y comencé a recordar la primera vez que había escuchado de ella. Ya habían pasado más de veinte años desde ese día alrededor de una fogata junto a algunos de mis amigos más cercanos. Mientras nos turnábamos para contar las mismas historias de terror que solíamos decir una y otra vez en toda ocasión, uno de ellos habló por primera vez de la oscura dama del lago.

—Ella recorre estos lugares —dijo mi amigo— los bosques, las quebradas y las orillas del lago con sus vestidos negros y su hermosa apariencia angelical. Se dice que es normal verla en las noches entre invierno y primavera. Los meses en que comienzan a aparecer los primeros brotes y la nueva vida germina en el bosque. Nadie que se la haya encontrado cara a cara ha podido sobrevivir a su mirada asesina y cae paralizado en el mismo lugar.

Yo tenía quince años cuando escuché esa historia. Muchos años atrás un incendio de grandes proporciones, el peor que se recuerda en esos lugares, se propagaba por las laderas del cerro a las orillas del lago. Las llamas se veían a kilómetros y el humo se levantaba en una interminable columna que oscurecía el cielo. La hermosa mujer vivía muy cerca de ahí junto a su esposo y su hija pequeña. Ese día ella había ido al pueblo por suministros y al regresar, ella vio desde lejos el humo que se elevaba entre los árboles y su corazón se estremeció por completo. El sonido de las sirenas de bomberos se escuchaba a kilómetros, mientras las brigadas forestales y mucha gente, colaboraban en sofocar el fuego. Su casa se encontraba al borde de un acantilado y la única forma de llegar, era cruzando el bosque en llamas. Cuando vio la gran aglomeración de gente y los carros cerca del camino que accedía a su casa, entró en pánico.

—Mi esposo y mi hija están ahí —les dijo a los bomberos esperando de ellos su ayuda— ellos no podrán salir porque mi esposo se encuentra muy enfermo en cama.

Mientras ella les rogaba que los rescataran, nadie reaccionó a sus palabras. La verdad es que nadie la conocía, generalmente no era ella quien iba al pueblo sino su marido. Pero en esa ocasión, por la enfermedad de su esposo, ella debió ir por medicamentos y provisiones. Lamentablemente los que estaban en el lugar la confundieron con una mujer trastornada que vivía al otro lado del lago. Ella comenzó a gritar y se esforzaba por hacer que la ayudaran a sacarlos de allí, pero no consiguió hacerse escuchar. En un acto desesperado, ella se internó en el bosque corriendo por el sendero rumbo a su casa.

Los brigadieres que la siguieron se sorprendieron al ver que subiendo hacia un costado del acantilado había un estrecho sendero que terminaba en una pequeña casa escondida. Las llamas ya estaban al borde de la cabaña y el calor envolvía todo como un infierno abrasador. Al entrar en ella vieron al hombre que estaba postrado en cama, el humo ya comenzaba a entrar por las rendijas y el calor era sofocante. Al preguntarle por la mujer, él les respondió que ella había salido en busca de su hija. Cargando al hombre en brazos, los bomberos salieron de la cabaña para dejarlo en un lugar a salvo. Lamentablemente se demoraron demasiado tiempo en trasladarlo y al volver sólo encontraron las cenizas de la pequeña casa en el risco.

Por más que buscaron en todos los alrededores del bosque, nada se supo de la mujer y su hija. Finalmente el fuego fue sofocado tras largas horas de esfuerzo y arduo trabajo. Las cenizas y la desolación eran los únicos testigos del desastre que había arrasado tan hermoso paraje. Al día siguiente la niña apareció deambulando a las orillas del lago, desorientada, hambrienta, con sus vestidos rotos y llenos de hollín, pero afortunadamente no tenía heridas graves que lamentar. Al preguntarle por su madre, la pequeña les relató lo sucedido ese día del incendio. Ellas corrieron por el sendero, pero el fuego les cortó el paso. Al verse rodeadas por el fuego y sintiéndose sofocadas por el calor y el humo, ellas llegaron al borde del acantilado. La mujer abrazó a su hija y ambas saltaron al lago desde lo alto del risco, tras sobrevivir a la caída, juntas nadaron hasta la otra orilla. La mujer le pidió a su hija que la esperara ahí un momento, mientras ella iba por ayuda; finalmente la ayuda llegó pero la mujer nunca má
s regresó y nunca se supo nada de ella.

Se decía que a veces la mujer aparecía a las orillas del lago con sus largos vestidos negros y mataba a aquellos hombres que no la querían escuchar; pero hasta ese día no había escuchado de nadie conocido que la hubiera visto con propios ojos. Pero esa noche cálida, yo era testigo de su fantasmal aparición. Todo eso llegaba a mi mente mientras corría por el bosque y me internaba cada vez más sin rumbo fijo, sólo seguía el sendero que iluminaba la luna hasta donde pudiera escapar de ella.

Hice una pausa tras unos árboles y la suave brisa pareció detenerse de improviso, las ramas que se mecían quedaron como petrificadas y los insectos que cantaban armoniosos a la luna callaron. El silencio profundo estremeció mi corazón, mis brazos se entumecieron del miedo pero mi piel estaba ardiendo. Mis pies estaban pegados al piso y el aire que respiraba se hacía cada vez más denso. La silueta de la mujer apareció nuevamente entre las sombras y su largo pelo negro reflejaba la luz mientras su cuerpo flotaba hacia mí.

—¿Por qué me sigues, qué tienes contra mí?... Yo también conozco ese dolor de perder a quien se ama y quedar sólo sin rumbo, sin deseos de vivir.

Pero en esta ocasión mis palabras no tuvieron ningún efecto sobre ella y continuaba acercándose más y más hacia mí. Sacando todo el coraje desde el fondo de mi corazón, comencé a correr nuevamente entre los árboles y senderos poco transitados. Los árboles eran más pequeños en esa zona del bosque y de pronto me vi en medio de un claro donde apenas crecía la hierba. Sin darme cuenta, me encontraba cerca del acantilado donde el fuego había arrasado todo a su paso. Frente a mí estaba el lugar donde alguna vez estuvo su casa que fue arrasada por el fuego y que nunca más fue reconstruida.

Seguí corriendo con todas mis fuerzas porque sabía que ella estaba muy cerca. A unos metros del borde tropecé con un viejo bloque de cemento que estaba cubierto de hierba y musgo. Desde el suelo me arrastré para verlo más de cerca y me di cuenta que en él había un epitafio recordatorio en memoria de aquella mujer que nunca volvió a su casa después de ese día infernal. El monolito indicaba la misma fecha de hoy, pero hace más de setenta años atrás; ese día era el aniversario de aquel desastroso momento que le costó volver a ver a su querida familia.

La leyenda cobraba sentido frente a mis ojos, el corazón me palpitaba aceleradamente, el aliento volvía a faltarme y el aire se hacía irrespirable a mi alrededor. Se me erizaron los pelos del cuerpo y sentí su oscura presencia acercándose una vez más a mí; yo ni siquiera quería voltear a verla, porque sabía que ella estaba allí. Comencé a gatear hacia el borde, alejándome lentamente del monolito de cemento, sólo deseaba que ella no me siguiera, que no se hubiese percatado de mi presencia en ese lugar. Sólo rogaba que las sombras de la noche me mantuvieran oculto a sus ojos y que el recuerdo de ese lugar la distrajeran para poder escapar nuevamente.

Mis ojos encontraron la imagen del lago al llegar al borde del acantilado, me volteé para mirar atrás; pero ahí estaba ella a unos cinco metros frente a mí. Sólo había una manera de escapar de ese lugar y del destino de muerte que me esperaba. Mientras ella se me acercaba cada vez más y sin pensarlo dos veces; me levanté, tomé impulso y salté al vacío. No sabía cuantos metros había hasta llegar al agua o la profundidad a la que caería, no me importaba nada. La caída me pareció eterna y finalmente mi cuerpo se sumergió en el lago. Al salir otra vez a la superficie, nadé sin parar la misma distancia que según la leyenda, ella habría recorrido hasta la otra orilla para escapar del fuego. Desde lejos yo escuchaba el susurro de su voz que se perdía en la soledad de la noche.

Esa fue la única vez que me encontré con ella y la verdad, no me gustaría repetir la experiencia otra vez. Pero muchas preguntas quedaron rondando en mi cabeza desde ese día, todas ellas sin respuestas. Mi corazón quedó prendido de un fantasma que sólo buscaba quitarme la vida; había sido tan intenso ese momento y tan reales las palabras que salieron de mi boca, que todos esos recuerdos me atormentaban hasta el día de hoy. Finalmente me quedé viviendo en la cabaña de mis padres y cada noche de luna llena abro las ventanas y veo el reflejo de su figura en el agua o al menos eso quisiera ver. Quisiera presenciar sus hermosos ojos una vez más, acariciar su blanca piel y besar sus rojos labios que casi me quitan el aliento.



Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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