sábado, 21 de julio de 2012

LA PUERTA DE LA LUNA



LA PUERTA DE LA LUNA
(Secuela de la historia "Las puertas del sol")



El corazón aún me latía aceleradamente, podía sentir como la sangre corría por mis venas y punzaba fuertemente en mis sienes. Mi cabeza parecía que estallaría en cualquier momento, mientras un sudor frío mojaba mi espalda. El mar nos llevaba a través de sus inquietas olas y sólo ellos sabían a donde íbamos. En gran medida yo me sentía custodiado y a salvo, aunque no niego que aún no me reponía de la impresión de esas caóticas últimas horas. Aún así miraba con algo de resquemor a los nativos con los que habíamos abandonado la isla; ya antes me había confiado de los guías que contactamos y todo había terminado en un gran caos.

También llevaba muy fresco en la memoria el recuerdo de los eventos desafortunados por los que había pasado y que finalmente me habían llevado hasta allí. Hacía unas pocas horas yo era parte de una expedición junto a cuatro personas más, dos botánicos y dos arqueólogos dentro de los cuales estaba mi amigo David. Juntos habíamos organizado ese viaje y contratamos a seis nativos que nos sirvieron de guía y como cargadores de nuestras provisiones. Pero después que ellos nos engañaran y nos llevaran prisioneros a su aldea, terminé convirtiéndome en un afortunado sobreviviente.

Tenía una pena inmensa por haber perdido a mis compañeros y mucho más profunda por mi amigo del alma David. Quien hubiera pensado que nuestra aventura encontraría semejantes vueltas y que al final del recorrido, sólo uno de nosotros quedaría vivo para contar nuestra historia. A la distancia aún se apreciaba el volcán humeando mientras nos alejábamos cada vez más de esa selva. Atrás quedaban los recuerdos, los hermosos parajes y la visión de ese grandioso templo cubierto de oro.

El sol ya se encontraba bastante alto, por lo que asumí que era cerca de mediodía. La gente que compartía su bote conmigo me miraba y se sonreían, toda esa situación me hacia sentir demasiado incómodo, pero a la vez feliz de haberlos conocido y que me salvaran la vida. Poco a poco nos acercábamos a una nueva isla que parecía ser mucho más pequeña que la anterior, pero por algún motivo ellos habían escogido ese lugar para arribar.

Una vez en la costa, desembarcamos y comenzamos a trasladar todo lo que traían en los botes al interior de la isla. Ellos iban delante de mí caminando entre los árboles, abriéndose paso entre la selvática vegetación como si supieran con toda certeza hacia donde se dirigían. Finalmente llegamos a una planicie que ya estaba edificada. Al parecer los Ikirumi, como después supe que se hacían llamar, esperaban ese evento hacía mucho tiempo, y lo avanzado que estaba la construcción de la nueva aldea daba cuenta de eso.

El mismo hombre que me sacó en su embarcación hasta llegar a esa isla, ahora me ubicaba en una tienda provisoria hecha de pieles, mientras el resto de los nativos seguían transportando sus cosas desde las embarcaciones a la nueva aldea. Quise levantarme para ayudarlos pero me fue imposible, las personas de la aldea se me acercaron, me rodearon trayendo dátiles y frutos para que yo comiera y descansara. Mi estómago agradecía sus bondades ya que llevaba horas sin comer bocado y tenía mucha hambre a pesar del enorme banquete que habíamos comido la noche anterior.

Al fin después de un par de horas, ya habían trasladado todo lo necesario al interior, y cada uno con sus familias se habían instalado en sus chozas. Mi nuevo amigo Teiki, que tan gentilmente me facilitó su tienda de pieles, se acercó para compartir algo de las frutas que me habían traído los demás. Luego de permanecer sentados unos minutos sin decir nada, él me tomó del brazo para que me levantara y lo siguiera. Con una alegría inmensa reflejada en su cara, me llevó con el jefe de la tribu Ikirumi, se inclinó ante él y yo agaché mi cabeza en muestra de agradecimiento.

Ambos comenzaron a dialogar muy fraternalmente, yo no entendía nada de lo que ellos decían, pero a través de sus gestos pude comprender lo agradecido que su pueblo estaba por haberlos alertado a tiempo del desastre. El jefe se levantó de su asiento y comenzó a gritar a su gente, el resto de la aldea comenzó a acercarse y a escuchar detenidamente sus palabras, luego que terminó de hablarles cada uno siguió haciendo sus labores. Finalmente cuando todos los nativos se instalaron en sus chozas, los hombres de la aldea ayudaron arduamente en construirme una a mí también. Después de un tiempo me enteré que ese gesto había sido por orden explícita del jefe.

A pesar de las dificultades para comunicarnos, ellos me acogieron como uno más de la tribu y me hacían sentir cómodo en ese nuevo hogar. Esa noche dormí cansado por el viaje pero intranquilo por las imágenes que aún se hacían presentes en mis recuerdos. Ver a mis compañeros sacrificados y sus caras sin esperanza al momento que el cuchillo atravesaba sus pechos, me hizo despertar varias veces por la noche con sobresaltos. Sin duda eso sería algo que me costaría dejar atrás.

Los meses pasaron y cada día me sentía más parte de su tribu; yo los acompañaba en sus jornadas de cacería, en la pesca y en otras labores diarias que ellos realizaban. Debo reconocer que era un completo ignorante en esas materias. Muchas veces eran más los peces que espantaba que los que lograba pescar y en varias ocasiones estuve a punto de ser alcanzado por jabalís salvajes mientras huían de las flechas y lanzas de los guerreros. Pero poco a poco comencé a mejorar mis habilidades de cazador hasta ser capaz de conseguir mi propia comida.

Algunos meses me tomó llegar a aprender su extraño dialecto, pero eso me ayudó mucho más para hacerme entender y comprenderlos a ellos también. Lo único que me diferenciaba de ellos era que no me estaba permitido participar de sus ceremonias y rituales. Pero no era algo que me molestara, yo estaba tan a gusto compartiendo cada día con ellos y aprendiendo sus costumbres, que no quería volver a mi vida anterior. Casi en el olvido estaban mis recuerdos de la civilización, las comodidades de una casa o del transporte urbano. Sentía que estaba viviendo un sueño en un paraíso y que jamás quería despertar; ahora ellos eran mi familia.

Teiki me había ayudado mucho en ese proceso de integración y siempre me recordaba lo agradecido que estaba por haberlos alertado a tiempo para escapar. De él aprendí todo acerca de los Ikirumi, ellos eran una tribu pequeña pero muy unida; rara vez entraban en conflictos con otras tribus pero se entrenaban a diario para la lucha, la caza y la pesca.

—No estar en guerra no significa no estar preparado para ella —me decía Teiki y yo le encontraba toda la razón.

También le pregunté acerca de los Paplinko, aunque ya tenía bastante claro cual era su principal preocupación. Teiki me contó que en pocas ocasiones debieron enfrentarlos para defender sus tierras y aunque eran enemigos cercanos, hacía tiempo que estaban en un pacto de paz mutua. Ellos estaban más concentrados en acallar la ira de su dios Kulsa que en enfrentar o conquistar a otras tribus. A pesar de eso, los Paplinko o los hijos del fuego como los llamaba Teiki, no le temían al hombre civilizado. Muy por el contrario habían sido muy hábiles para aprender sus costumbres y su idioma, para acercarse a ellos como amigos y luego traicionarlos. Eso era algo que me había quedado demasiado claro después de mis cortas semanas junto a ellos, pero de no haber sido por esa situación jamás hubiera conocido a esa nueva tribu.

También aprendí que Ikirumi significaba guerreros de la luna. Quizás por eso cada mes ellos celebraban una ceremonia la noche en que la luna llena hacía su aparición. Yo había visto por varios meses cuando los guerreros de la tribu salían temprano rumbo a la selva y no volvían hasta el día siguiente. Pero a pesar de mi naturaleza aventurera y mi curiosidad nunca los seguí a escondidas, respetaba mucho la privacidad de sus rituales, aunque ganas no me faltaban de averiguar qué hacían o dónde iban.

Las semanas volvían a pasar rápidamente, el otoño y el invierno habían pasado y el día de la ceremonia de la luna había llegado otra vez. Pero según mis cálculos esa noche también correspondía al equinoccio de primavera en ese hemisferio. Era el momento en que la noche tenía la misma duración que el día. Con ello también se iniciaba la primavera y según lo celebraban muchas tribus alrededor del mundo, era el inicio de la temporada de la fertilidad.

Tal como yo lo esperaba, los preparativos para esa noche eran muchos más de los vistos otros meses y toda la tribu estaba involucrada en tareas diferentes a las que había presenciado en oportunidades anteriores. Los guerreros más adultos reunían a los jóvenes y los vestían con vistosos atuendos ceremoniales, para ellos había llegado el momento de la iniciación como guerreros de la tribu. Por otra parte aquellos que ya eran guerreros, pero que aún estaban solteros, también eran vestidos con atuendos diferentes. Las doncellas de la tribu, por su parte, eran apartadas desde la mañana para prepararlas para esa noche.

Mientras yo observaba todas las cosas que hacían, los banquetes, las vestimentas y los adornos colocados en las entradas de las chozas, el jefe de la tribu se me acercó. A esa altura yo comprendía perfectamente el dialecto.

—Ya han pasado nueve lunas llenas desde que llegaste con nosotros —me dijo— hoy es tiempo que te unas a tus hermanos.

Al principio no me di cuenta del alcance que tenían sus palabras, primero pensé que se trataba sólo de una invitación a ser parte de la celebración. Pero cuando vi a Teiki acercarse con un atuendo similar al que llevaban los guerreros solteros, me di cuenta que en realidad me estaban ofreciendo la oportunidad de incorporarme definitivamente a los guerreros de su tribu. Al ser parte de los guerreros iniciados, también yo estaría esa noche dentro del grupo aptos para ser elegidos por las doncellas para casarse.

A diferencia de otras culturas y opuesto incluso a mis propias raíces, para los Ikirumi eran las doncellas las que elegían a su marido, entre la multitud de jóvenes sin desposar que aún había. Claro que el orden en que ellas realizaban su elección también dependía de su estatus dentro de la tribu. Ver la realización de esa ceremonia iba a ser algo muy diferente en mi vida junto a ellos. Sin duda que cuando inicié mi viaje no estaba en mis planes desposarme aún, y para ser sincero quizás nunca hubiese pensado en hacerlo. Siempre privilegié mi vida aventurera y desorganizada antes que la formación de una familia. Pero estaba tan agradecido que no podía negarme, menos ahora que me sentía uno más de ellos.

Teiki me ayudó a colocarme las vestiduras para la ocasión, unas túnicas nuevas teñidas de rojo, con un cinto alrededor que tenía incrustaciones de piedras brillantes. Como yo tampoco había sido iniciado como guerrero Ikirumi, debía realizar ambas ceremonias ese mismo día, así que primero me reunieron con los once jóvenes que serían iniciados en esa oportunidad. Según mis cálculos era casi mediodía cuando salimos de la aldea con rumbo a la selva; cada uno llevaba una lanza, un cuero con agua y los pies descalzos.

Toda la tarde caminamos por largos senderos, subiendo y bajando cuencas sin comer alimentos, sólo concentrados en cánticos y meditaciones. Luego de varias horas de recorrido, nos llevaron hasta el río donde debíamos llenar los cueros con agua e intentar cazar dos peces. Afortunadamente yo ya me había acostumbrado a salir con ellos en esas tareas, por lo que no me fue difícil conseguir mi propio alimento. Después de capturar los dos peces cada uno, había que prepararlos al fuego, pero sólo uno lo podíamos comer en ese momento y el otro debíamos guardarlo para más adelante.

Una vez saciados y con los cueros llenos de agua, volvimos al sendero principal donde nos esperaban los guerreros y nos entregaron sandalias nuevas, ese era el símbolo del comienzo de nuestros nuevos pasos en la vida. Con ellas caminamos otras largas horas por la selva hasta que finalmente llegó la esperada noche. Los once jóvenes iniciados fueron llevados de vuelta a la aldea, donde debían entregar sus pescados al jefe de la tribu el que los recibiría como nuevos guerreros Ikirumi. Mientras a mi me llevaban a reunirme con los guerreros solteros para dar inicio a la segunda ceremonia. Sin duda que esa era la que me tenía más preocupado y expectante.

Luego de reunirme con los otros siete guerreros solteros de la tribu, los que también cargaban un pescado en sus manos; nos llevaron a otro lugar donde nos dieron algo más de comer y de beber. El chamán de la tribu hacía unas oraciones y unos movimientos con unas ramas que simbolizaban la fertilidad y la fuerza de su sangre guerrera. Seguimos nuestro recorrido por la selva y mientras nos acercábamos a nuestro destino, la luna aparecía imponente en el horizonte y el camino se despejaba del espesor de la selva.

Frente a mí se encontraba la segunda construcción más hermosa que había visto desde iniciada esa aventura. Un extraordinario lugar recubierto de láminas de plata de extremo a extremo, era un gran templo erigido a la majestuosa luna. Yo había recorrido lugares arqueológicos muy renombrados con mi amigo David, grandes civilizaciones en México, Perú y Egipto, pero ese templo sobrepasaba en belleza a muchas construcciones que había visto. Lo más sorprendente de todo, es que era un templo totalmente vigente. Jamás me imaginé que esa sencilla tribu alejada de la civilización tuviera a su haber semejante maravilla. No podía evitar demostrar mi asombro al ver como el resplandor de la luna iluminaba nuestros pasos, mientras el son de los tambores se hacía cada vez más alto.

Cuando llegamos a las puertas del templo, nos colocaron en círculo y sobre nuestras espaldas colocaron una capa blanca que nos cubría la cabeza. Las hermosas doncellas salieron desde el interior del templo, vestidas con relucientes túnicas blancas y velos que adornaban su cabeza. Ellas se ubicaron frente a nosotros mientras los nervios se apoderaban de mí. Ellas se nos acercaron trayendo bandejas de plata reluciente y en ellas debíamos colocar el resultado de nuestra pesca del día. Una vez llenas las bandejas, ellas colocaron brazaletes en nuestros brazos, símbolo del comienzo de ese ritual.

Ese sólo era el inicio de la ceremonia para que ellas pudieran vernos bien. Luego me enteraría que ellas sabían con anticipación a quien elegirían y que sólo los guerreros eran los que permanecían con la incógnita hasta el final. Cada una de las doncellas tomó nuevamente una bandeja y se encaminaron a través de un portal todo cubierto de plata que reflejaba la luz de la luna; era la llamada Puerta de la Luna. Ellas debían pasar una a una por el portal y dar la vuelta alrededor de todos nosotros quitándole la capa de la cabeza a uno de los guerreros por cada vuelta que se concretara.

Ocho vueltas se realizaron alrededor nuestro y yo estaba al final de la fila más nervioso que  nunca. Al verlas caminando entre nosotros sólo podía pensar en quién sería la doncella que me escogería. En todos esos meses había conocido a muchas de ellas aunque no había puesto mis ojos sobre ninguna en particular. Al terminar de descubrirles la cabeza a todos, ellas debían caminar nuevamente por el portal. El orden en que ellas desfilaban ya había sido sorteado previamente y sería ese el mismo orden en que cada una de ellas elegiría a un guerrero. Una vez que cruzaran nuevamente la Puerta de la Luna se encaminarían al final de la primera parte de la ceremonia.

Al salir por el portal la doncella de turno nos rodearía otra vez y se sentaría en las piernas de su hombre elegido. En ese momento el guerrero debía responder a la elección con un beso en la frente si aceptaba o con uno en la mano si no le correspondía. La joven que era aceptada se levantaba en compañía de su futuro marido y juntos entraban al templo donde el chamán celebraría el ritual nupcial. Por el contrario la joven no correspondida debía volver al final de la fila y tenía la opción de escoger a otro guerrero o desistir de su intento de nupcias hasta el año siguiente.

Yo había visto con mucha expectación y alegría como los jóvenes se elegían mutuamente y pasaban frente a mí en dirección al templo. En ese momento la mujer más hermosa de las doncellas de la tribu se encaminaba hacia mí. Mi corazón latió con fuerza al ver como Vikeya, que en su lengua nativa significa la flor de la mañana, se sentaba en mis piernas pidiéndome en matrimonio. En ese momento entendía todo lo sucedido ese día, Vikeya era la hija del jefe de la tribu, sin duda mi participación en ese ritual no era una coincidencia solamente. Pero eso era algo que me tenía sin cuidado, sin duda ella era la mujer que yo hubiera elegido como esposa.

Si bien habíamos compartido mucho cada día, yo había sido muy respetuoso de sus costumbres y jamás me acerqué a ella con otras intenciones, además de sólo saber que ella era la hija del jefe de la tribu, la colocaba en un sitial más alto. Pero cuando dos almas destinadas a estar juntas se conectan, nada las puede separar. La miré a los ojos y la besé en la frente aceptando su propuesta. Sus ojos brillaban de alegría y mi corazón palpitaba a mil de la emoción. Juntos nos levantamos y comenzamos a caminar hacia las puertas del templo. Ahí me encontraba yo, convirtiéndome en parte de los Ikirumi, en esas tierras donde alguna vez casi pierdo la vida, ahora finalmente encontraba a mi gran amor.


Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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