LA PUERTA EN EL ATICO
Siempre es interesante viajar en vacaciones y conocer nuevos lugares, recorrer parajes desconocidos y descubrir los secretos que ocultan los pueblos lejanos. Al menos a mí siempre me ha gustado lo misterioso y lo enigmático; me gusta pensar que una casa en medio del bosque tiene historias únicas que revelar. A veces a esas casas viejas en pueblos antiguos y olvidados de la civilización, los cuentos y relatos de la gente les otorgan un velo de misterio.
Esta vez nuestro viaje nos había llevado hacia el sur, a una casa de madera, con una gran chimenea de piedra en la cocina, con escaleras largas y empinadas. El crujir de las maderas era constante dependiendo del cambio de temperatura y para cerrar el cuadro de misterio, sobre el pasillo del segundo piso, había un acceso en el techo que llevaba a un ático.
Desde que mis ojos encontraron la figura de esa cerradura, no pude sacar de mi mente que esa casa escondía un secreto en ese viejo ático. Cartas antiguas o ropas de gente que ya no vivía en esa casa; quizás fantasmas o apariciones. Seguramente alguien tenía que haber escuchado algún relato sobrenatural alguna vez.
Esa primera noche cenamos con los dueños de la casa, los que muy amablemente nos invitaron.
—Es una costumbre siempre que tenemos visitas o nuevos huéspedes, les invitamos la cena de bienvenida —nos dijo el dueño— el viaje es largo y agotador.
El hombre tenía unos 70 años, de pelo canoso y frente amplia, tenía ojos negros y tez clara. Sus mejillas coloradas evidenciaban una leve rosácea, que cuando se agitaba mucho hacía que su nariz y parte de su frente se tornaran roja también. Su voz era profunda pero apacible y sus manos eran robustas y agrietadas por el trabajo de la tierra.
Debo ser sincero y decir que el exquisito banquete de bienvenida pasó a segundo plano, ya que en mi mente sólo daba vueltas la idea de preguntar en algún momento, si había historias fantasmales en esa casa. Ya estábamos en el postre cuando el crujir de la madera del techo, hizo sobresaltar a mi madre. En realidad todos aguantamos en silencio la respiración hasta soltar un gran suspiro de alivio. Esa era mi oportunidad para sacar el tema a la conversación.
—No te habrá asustado el fantasma de la casa —le dije a mi madre de manera irónica, sabiendo el terror que ella le tiene a esas cosas.
—Ni en broma lo digas —dijo con voz temblorosa y demostrando el pánico que esos temas le dan.
Giré la mirada a nuestro anfitrión esperando de él alguna palabra al respecto. Un leve silencio se produjo. La tensión se sentía en el aire, más densa que aguas tormentosas, hasta que calmadamente dijo:
—Esas cosas ya no se dan por acá muchacho.
Luego esbozó una sonrisa que me pareció más preocupante que sincera. En realidad su respuesta no desmintió nada de lo que yo estaba insinuando, por el contrario, dejaba ver que tales cosas habían sucedido en algún momento. Eso aumentó mis ansias de conocer detalles de algunas historias tenebrosas que se supiera en esos lugares.
— ¿Se escuchan relatos de ese tipo por acá don Bernardo? —pregunté queriendo continuar con el mismo tema.
— ¡Basta! —gritó mi madre con tono nervioso y molesto.
Guardé silencio después de eso y acabamos el postre con cierta tensión; por esa noche la cena había terminado. Luego de eso, como había sido un agotador viaje, cada uno se dirigió a su habitación para dormir. Toda la noche me la pasé pensando en cómo acceder al ático, cómo alcanzar ese lugar para explorarlo y descubrir sus secretos. En tantas cosas pensé que finalmente no me di cuenta cuando me venció el cansancio y me quedé dormido profundamente.
Tanto pensé en aquel ático, que en mi primer sueño en esa casa, me vi accediendo a ese lugar, pero mientras entraba por una puerta estrecha y oscura, alguien tomaba mis pies desde mis tobillos y me jalaba fuertemente hacia fuera. Yo luchaba por avanzar al interior de la habitación sin poder lograrlo. A lo lejos escuchaba voces sin sentido y en medio de esa escena desperté.
La luz iluminaba toda la habitación, ya era avanzada la mañana, aunque por la forma de las sombras aún no daban las doce del día. Yo me sentía cada vez más atraído por la idea de explorar ese lugar. Bajé al patio para distraerme un rato de esos pensamientos, sin embargo no había nadie de mi familia en la casa.
Me dirigí a la casa de los dueños que se encontraba algunos metros más allá. La señora estaba en la entrada y antes que yo le preguntara cualquier cosa, me dijo:
— ¿Buscas a tu familia? Salieron con don Bernardo a recorrer el bosque a caballo, seguramente estarán de vuelta pronto.
Como esa era la respuesta que buscaba, le di las gracias y volví rápidamente en dirección a la casa. Ésa era la oportunidad que esperaba para hacer de las mías. Entré corriendo y subí las escaleras hasta el pasillo del segundo piso. Me quedé un momento contemplando la puerta y rápidamente me las ingenié para alcanzarla. Traje algunas sillas y las puse una sobre otra hasta alcanzar la puertecilla. Con mucho cuidado subí sobre ellas y con un fuerte empujón logré abrirla.
Primero asomé mi cabeza lentamente; pero aparte de la nube de polvo que se levantó y el olor a madera envejecida, no había nada aterrador ahí por lo cual salir huyendo. Me animé a entrar en la habitación. Una pequeña ventana en un extremo iluminaba el cuarto por completo; en su interior había bolsas con ropas viejas, restos oxidados de herramientas en desuso y muebles pequeños llenos de polvo.
También había lo que más anhelaba encontrar, un viejo ropero y un baúl; clásicos elementos que en las historias de terror esconden los misterios de una casa. Lo primero que abrí fue el baúl pensando que en él encontraría cosas especiales y secretos familiares. Sin embargo sólo encontré más bolsas con ropas, un espejo con el marco de madera tallado a mano y diarios antiguos que me di el tiempo de revisar uno a uno, pensando que leería en ellos la típica noticia de gente desaparecida o asesinos seriales en el pueblo.
Pero no descubrí absolutamente nada, no contenían ni siquiera una frase fuera de lo común. Aparte de eso lo último que encontré fue un bloc con dibujos hechos en tinta negra, paisajes y retratos antiguos firmados al pie con las iniciales D.I.E. Al verlo me reí sabiendo que las iniciales formaban la palabra morir en inglés.
Aparte de los paisajes, también había bocetos de muebles antiguos, entre los que estaban aquel baúl, algunas sillas que había visto en la sala, dibujos de repisas, el mismo espejo que había encontrado momentos antes y el ropero.
Al principio no lo había notado, pero al mirar nuevamente el ropero, me di cuenta que era de tal tamaño que habría sido imposible ingresarlo a la habitación por la puertecilla. Era evidente que debió haber sido armado en el ático. Por algún motivo, si algo guardaba algún misterio en esa habitación, era eso.
Rápidamente me levanté y abrí sus puertas llenas de polvo, sólo para ver su interior vacío. Que gran decepción y tantas ilusiones que me había hecho por descubrir algún secreto en su interior. Me metí dentro del ropero recorriendo centímetro a centímetro sus rendijas, sin encontrar ninguna puerta oculta, ni dobles fondos. Sencillamente las fantasías en mi cabeza no ameritaban que me mantuviera más en aquel lugar.
Fue en ese instante de desconsuelo, sentado en el interior del mueble con mi espalda pegada a su fondo y mis ojos mirando hacia la habitación, donde la suave luz de la ventana al otro lado del cuarto, dejó ver un leve tallado en el interior de una de las puertas.
Mi corazón se sobresaltó de sólo pensar que había descubierto algo importante, saqué un trapo y sacudí el polvo de la puerta para poder leer esa pequeña inscripción de cinco líneas. Estaba tan concentrado intentando leer aquellas palabras, que me sorprendió en gran manera escuchar el galopar de los caballos que llegaban a la casa. Obviamente no quería que me encontraran allí, así que me apresuré a buscar en el baúl algún lápiz o algo con que escribir las palabras, pero sólo encontré las hojas del bloc de dibujo.
Recordé en ese instante un viejo truco que le enseñan a uno en el colegio para rescatar texturas, coloqué la hoja amarillenta sobre la zona donde estaban talladas las frases y froté con el mismo trapo lleno de polvo. La suciedad marcó detalladamente el relieve quedando completamente impregnado el mensaje en la hoja.
Sin perder más tiempo cerré el baúl y el ropero, y corrí por la ático hasta la puertecilla mientras guardaba el papel en mi bolsillo. En dos tiempos estaba sobre las sillas con las que me había subido hasta allí. Alcancé la puertecilla para cerrarla, cuando escuché la voz inconfundible de mi madre gritando mi nombre desde el descanso de la escalera.
Las sillas que me sostenían se desestabilizaron y me resbalé cayendo de costado sobre el piso del pasillo. Seguramente por la adrenalina que corría por mis venas, no sentí el dolor de la caída, al menos no en ese momento.
Mi madre corrió a verme y tras comprobar que no me había hecho daño, el sermón no se dejó esperar. Fueron largos minutos escuchando los retos, sin ni siquiera intentar explicar que es lo que hacía subido a esas sillas; de hecho, sólo dejé en claro que no había alcanzado a entrar a aquella habitación.
La historia de mi frustrada hazaña llegó a oídos del dueño quien esperó el momento propicio para hacer un comentario al respecto. Cuando estábamos en pleno almuerzo y todos presentes dijo:
—Así que intentaste subir al ático jovencito, luego puedo mostrarte la habitación si quieres para que no te quedes con la curiosidad de intentarlo otra vez.
Yo estaba asombrado de la proposición que él me hacía, hasta que dijo algo que me hizo comprender el motivo de sus palabras:
—En ese cuarto tengo algunas cosas de recuerdo, muebles en desuso, un baúl con periódicos viejos y un ropero lleno de ropas viejas; el problema es que el piso no está en buen estado por lo que ya nadie sube allí y sólo podrás asomar tu cabeza desde la puerta para ver la habitación.
Yo sabía que el piso estaba en buen estado, así que sólo lo había dicho esperando mi negativa y que yo desistiera de intentarlo nuevamente. Sabiendo que si contestaba algo inadecuado él me tendría en la mira para que no volviera a subir al ático, le respondí:
—Bueno, me conformo con mirar desde la puerta, aunque pensé que había cosas más entretenidas en ese cuarto.
Una vez terminado el almuerzo don Bernardo trajo una escalera con la cual me ayudó a mirar al interior del ático, él había cumplido con su parte y yo esperaba que con eso no me estuviera vigilando. Cuando se fue lo seguí de lejos para ver donde dejaba la escalera, así no tendría que correr riesgos nuevamente usando las sillas para subir. A pesar que las ganas de entrar nuevamente me estaban matando, me comporté bien el resto del día para no despertar sospechas.
Cuando faltaba poco para reunirnos a cenar, me fui a mi habitación buscando tener un instante a solas. Me recosté en la cama, a esas alturas ya podía sentir el dolor en mi cuerpo por la caída. También tenía un gran moretón que con el pasar de los días se vería peor.
Conseguí un lápiz para marcar nuevamente las letras que a medias se habían impregnado en la hoja de papel. Una a una las repasé y me di cuenta que algunas de las letras del mensaje estaban en minúscula, mientras que el resto lo estaba en mayúscula. No presté más atención a ese detalle ya que lo más importante marcar bien todo el mensaje.
LA pUERTa ESTArA CERRaDA
HAsTa QUE lA ILUMiNE UN rAYO
dE SOL eNTRAR DEbE SeR sENCILLO
PERO sALIR SERa EN bASe A LAS rESPUESTAS
mARCADAS CoN NOTOrIAS DiFErENCIAS EN MI
No lo podía creer, había encontrado algo muy interesante y ahora debía descubrir el verdadero sentido de esas simples frases. La primera parte hablaba de una puerta que se abría con la luz del sol y la segunda hablaba de la manera de salir.
— ¿Pero qué significará, la puerta cerrada se abriría con un rayo de sol?... ¿Será que existe un pasaje secreto?
Parecía muy simple y absurdo al mismo tiempo, así que guardé la hoja en mi bolsillo y bajé a cenar como si nada hubiera pasado.
Al día siguiente me la pasé haciendo la pantalla de que había olvidado el incidente del ático. Aproveché la tarde para recorrer el bosque, el olor a eucaliptos llenaba el aire por doquier. Ese olor siempre me ha traído bonitos recuerdos y una sensación extraña de tranquilidad. Los árboles largos y estirados con sus hojas verde grisáceo y sus troncos descascarados, llenaban la extensión por muchos kilómetros. El aroma del bosque parecía impregnarse en mis manos, mis pies y hasta en mi ropa. El día terminó con un lindo atardecer que se pudo apreciar desde un cerro cercano. El color anaranjado del crepúsculo me hizo olvidar por instantes las historias enigmáticas y ubicarme en la realidad que vivía, un lindo viaje por los hermosos paisajes del sur.
Al otro día se me hizo difícil encontrar un momento en que nadie estuviera en la casa, pasó toda la mañana y llegó el almuerzo. Mientras comíamos comentaron que nuevamente irían a recorrer el bosque a caballo, era la oportunidad ideal para escabullirme otra vez.
Después del almuerzo, llegado el momento del paseo, le pedí a mi padre montar con él para no despertar sospechas, yo sabía que los caballos disponibles no alcanzaban para que yo fuera solo en uno. Me subió junto a él, pero no contaba con que yo picaría al animal con un alfiler que llevaba escondido. El caballo comenzaba a moverse molesto por los leves pinchazos que yo le daba, al punto que me pidieron que me bajara para evitar algún accidente. Tras ese episodio, salieron todos cabalgando hacia el bosque y yo me quedé observándolos hasta perderlos de vista.
Rápidamente corrí al galpón donde don Bernardo había dejado la escalera y la llevé sigilosamente hasta la casa. El resto fue muy sencillo y ya estaba ahí nuevamente, parado frente al ropero. Había pensado tanto lo que debía hacer que casi mecánicamente me dirigí al costado del ropero para intentar moverlo hacia la ventana. Sin embargo era tan grande y pesado que ni en un millón de años conseguiría moverlo. Viendo lo fallido de mi plan inicial, fui al baúl y saqué el espejo que estaba allí, caminé hasta la ventana al otro lado de la habitación y sacando un poco mi mano por ella, conseguí que el sol se reflejara en el espejo y diera de pleno en las puertas del ropero.
Luego corrí velozmente hasta él y lo abrí pensando que se abrirían las puertas de un mundo fantástico, pero nada había sucedido. Lo intenté nuevamente pero esta vez manteniendo ambas puertas abiertas para ver qué pasaba en el interior. Dirigí el haz de luz en todas direcciones y nada aconteció.
Estaba totalmente decepcionado, ya me decía yo que la respuesta era demasiado tonta para ser verdad. Al retirar el espejo de la ventana un destello de luz iluminó la cara interior de la puerta con el tallado. Las letras bajo relieve reflejaron la luz como si hubieran sido de plata y en seguida el sonido de la madera crujiendo hizo eco en la silenciosa habitación.
Me acerqué nuevamente para ver una pequeña abertura en el fondo del mueble, me agaché y pude abrir una estrecha portezuela por la cual comencé a entrar hacia un pasadizo escondido. Era un pequeño túnel con una leve luz que se veía al final. Fueron como cinco metros de recorrido hasta salir nuevamente dentro del ropero. Pero ese nuevo lugar carecía de colores, todo estaba en blanco y negro, todo parecía ser un gran dibujo.
Era igual al ático que había dejado atrás pero sólo eran líneas, miré mis manos y mi piel era blanca como si yo también fuera un dibujo. Corrí hacia la ventana y al mirar a través de ella el paisaje era un boceto como los encontrados en el baúl. Fui a abrir el baúl pensando en encontrar en él alguna respuesta, pero sólo contenía pedazos de papel en blanco.
Me dirigí a abrir la puertecilla del ático, pero al levantarla, sólo se veía un fondo negro e interminable, no había nada tras la puerta. Un susurro tenebroso se escuchaba a lo lejos, como si el viento siseara desde el fondo de un abismo. Ese lugar me aterraba, así que cerré la puerta y decidí volver por donde había entrado, pero para mi sorpresa no existía puerta de regreso. Las marcas en la puerta del ropero tampoco existían. Mi corazón se aceleró y en la medida que recorría toda la habitación me sentí encerrado en un mundo fantástico y misterioso.
Asumí entonces que el modo de salir de ese lugar debía ser diferente al usado para entrar. Recordé que llevaba conmigo el papel con las frases rescatadas del ropero, sólo rogaba que las letras en él fueran reales y no hubieran desaparecido al entrar a ese mundo.
Afortunadamente el papel era legible, si ya había conseguido entrar debía fijarme en la parte del mensaje que explicaba cómo salir:
—Salir será en base a las respuestas marcadas con notorias diferencias en mí.
Así proclamaba la segunda parte del enigma y me tomó largos minutos de meditación llegar a posibles soluciones; hasta pensar detenidamente en cuales eran las diferencias a las que el mensaje se refería. Volví a mirar el escrito y recordé que mientras remarcaba las letras me llamó la atención que algunas de ellas estuvieran en minúscula. Eso debía tener algún sentido. Una a una comencé a aislar las letras diferentes dentro del mensaje de pronto, cinco palabras que me estremecieron y me confundieron más aún:
—Para salir debes saber morir.
Varias veces revisé el escrito combinando las posibles frases que podían surgir de esas líneas, pero el mensaje era tan claro y simple que no daba lugar a otra interpretación.
—Para salir debes saber morir.
¿Sería literal lo que el mensaje estaba sugiriendo? ¿Sería que morir era la única manera de escapar de ese lugar? Y si fuera así, ¿cómo lograría morir si no había ningún elemento con qué provocarme la muerte? Todo era totalmente confuso.
—Morir… morir… morir…
Sólo esa palabra daba vuelta en mi cabeza. En ese mundo de dibujos no necesitaría comer por lo que de hambre no moriría. No había elementos punzantes, la ventana tampoco era lo suficientemente grande como para saltar desde ella. Caminaba de un lado a otro revolviendo todas las cosas alrededor y no podía pensar en soluciones claras. Era como una pesadilla que me hacía enojarme conmigo mismo:
— ¿Por qué tenía que ser tan curioso y osado?… ¿Cómo llegué a terminar en esa situación tan absurda e increíble?
Entre las vueltas y mis desesperados gritos de rabia, recordé un detalle que me causó risa en su momento y fueron las iniciales de quien firmaba los dibujos: D.I.E. o como yo lo leí de pasada, muere en inglés. En ese momento sentó un pálpito en mí, como cuando descubrí el tallado en la puerta. Quizás esa era la clave, las iniciales debían estar escondidas en algún lado indicando el camino. Esa debía ser la única respuesta a todo ese misterio; pero ¿qué relación podía haber entre las siglas y la sugerencia que el enigma revelaba?
A cada instante las teorías e ideas de una y otra cosa invadían mi mente, a la vez que no conseguía las respuestas que buscaba. Cerré mis ojos por un momento intentando visualizar las siglas en cada uno de los dibujos que había visto, hasta que al fin una imagen clara se estableció en mi mente. Las letras ubicadas al pié del dibujo, estaban acompañadas de una línea oblicua y aunque parecía lo más absurdo que se me podría ocurrir, era evidente que esa línea apuntaba hacia abajo cual flecha que indica un camino a seguir.
Volví a registrar completamente toda la habitación y el baúl en busca de respuestas, pero a pesar de vaciarlo por entero, no pude encontrar las iniciales en ningún lado. Sólo tenía una posibilidad, sólo un lugar donde no había revisado; la puertecilla que llevaba a esa profunda oscuridad debería ser mi única salida.
Ya no pensaba en nada más, sólo rogaba que esa locura en mi cabeza tuviera sentido al final. Abrí la puerta contemplando el negro absoluto ante mis ojos; un miedo aterrador se apoderó de mí y mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Al mirar hacia la cara exterior de la puerta las iniciales se encontraban allí y la línea oblicua apuntaba directo al vacío.
Sentía las manos acaloradas, prácticamente podía sentir mis latidos haciendo eco en la habitación. La simpleza de los mensajes me aterraba, también el hecho de no saber qué encontraría en esa oscuridad eterna ante mis ojos. Sentía una presión en mi pecho indescriptible, estaba completamente descompensado.
Cerré los ojos y me paré al borde del abismo hasta tener el valor para dejarme caer al interior del vacío. Largos segundos me mantuve así, estupefacto, impávido, inamovible, como una gárgola parada al borde de una cornisa. Una y otra vez revisaba en mi cabeza las frases del enigma sin dar crédito a lo que debía hacer para salir de allí.
Finalmente me armé de valor y con el susurro del vacío en mis oídos, salté sintiendo el vértigo de la caída por varios segundos hasta que mis pies tocaron fondo. Al instante abrí mis ojos y escuché la voz inconfundible de mi madre gritándome. No podía creer lo que estaba sucediendo, al mirar hacia abajo, me di cuenta que estaba subido en la pila de sillas igual que la primera vez que entré en el ático; con la sorpresa perdí el equilibrio y me fui al suelo.
Con la fuerza del golpe perdí el conocimiento por unos minutos y al despertar mi familia me rodeaba, también estaban allí los dueños de la casa. Una vez recobrada la conciencia y pensando que todo era un sueño, escuché el sermón de mi madre con las mismas palabras que ya había escuchado alguna vez.
Estaba confundido y sólo pensaba en lo absurda de toda esa situación. Hasta llegué a pensar que todo había sido producto de mi imaginación. Entonces llevé la mano al bolsillo y ahí encontré el papel con las inscripciones que había recuperado en el ropero del ático. Todo había sido real, toda esa angustia vivida no había sido una pesadilla, realmente la experimenté. Mi subida a ese lugar, mi entrada a ese pasillo y mi extraño regreso, sólo que de alguna manera el tiempo había vuelto atrás regresándome al punto de inicio de esa loca aventura.
A pesar que muchas interrogantes invadían mi mente desde ese momento, nunca volví a subir al ático; para mí bastaba con una experiencia para saber hasta donde era prudente llegar. Al menos ese trozo de papel que llevo conmigo cada día, me recuerda que lo vivido en ese extraño viaje fue real; que al menos por una vez en mi vida, los misterios escondidos se hicieron una realidad.
Publicación reeditada 2013
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