domingo, 17 de febrero de 2013
EN BOCA DE LOBOS
EN BOCA DE LOBOS
Las siluetas de la gente ya se habían perdido de las calles oscuras de la noche y el agua de la lluvia se llevaba consigo la sangre de sus heridas que caía por su cuerpo. Hacía varios minutos que sangraba de su brazo izquierdo; la bala aún estaba ahí manteniendo abierta la carne desgarrada. Pedro sabía muy bien que había perdido mucha sangre, pero no podía ir a un hospital para atenderse porque harían muchas preguntas y seguramente llamarían a la policía por tratarse de una herida de bala. Pero a cada instante se sentía más débil y al borde de perder los sentidos, debía encontrar ayuda antes de que fuera demasiado tarde. El sujeto que le disparó seguramente lo dio por muerto y era mejor que siguiera pensando igual.
Pedro se dirigió a una clínica privada que conocía, esperaba tener la suerte de ser atendido sin preguntas. Con la pistola escondida entre sus ropas, entró lo más normal que pudo y sin que nadie lo advirtiera se ocultó en una sala. Buscó en todos los estantes hasta reunir todo lo necesario para curar su brazo. Tenía gasas, pinzas, bisturí y mucho alcohol sobre un mesón. Luego se escabulló por el pasillo caminando lentamente hasta que se encontró de frente con una enfermera de turno. Pedro simuló que se desmayaba encogiendo levemente las piernas y apoyando su brazo en la muralla. La mujer lo vio encorvarse y se apresuró a ayudarlo, en ese momento Pedro la sujetó de la cintura y le mostró su placa.
La primera reacción de ella fue salir corriendo pero Pedro ya la había sujetado por el brazo firmemente. Esta vez desplazó levemente su chaqueta hacia atrás hasta mostrarle el arma que llevaba en la cintura y le pidió silencio. Ella se mantuvo quieta y expectante, estaba muy temerosa y tenía razonables dudas de que fuera un detective real, pero una vez que entraron en la sala de donde él había salido, le explicó todo lo sucedido:
—Estábamos en plena investigación por un caso y alguien nos disparó desde la oscuridad, vi a algunos de mis compañeros caer a mi lado y también a mí me alcanzó un disparo, pero logré escapar justo antes que hubiera una gran explosión.
Ella se mostraba incrédula y temblorosa, sabía que una placa y una pistola no lo convertían en un policía.
—Sé que es difícil de creer pero estábamos muy cerca de desbaratar un gran contrabando de armas y si el que nos traicionó me dio por muerto, quiero que siga creyendo lo mismo hasta recuperarme y volver tras las pocas pistas que nos quedan —Pedro hizo una pausa mientras ella le quitaba la camisa ensangrentada— sólo te pido que saques la bala, sutures la herida y me mantengas escondido unas horas, luego desapareceré.
La enfermera asintió con la cabeza y lo preparó para extraerle la bala con mucho cuidado. Pedro apretaba los dientes mientras la sangre volvía a salir desde su brazo. Cuando ella terminó de suturar su herida, él se recostó sobre una camilla. Ella lo vio tan convencido y a la vez tan disminuido que decidió seguir ayudándolo y no decir nada a nadie. Escondió las ropas ensangrentadas y salió unos minutos de la sala. Al regresar traía con ella suero y una camisa limpia. Colocó el suero en el brazo de Pedro y puso la camisa cerca de la camilla.
—Intente dormir unas horas, esto le hará sentirse más recuperado. Cuando despierte diríjase por el pasillo hasta el fondo y luego doble a la izquierda encontrará una salida de emergencia. Salga por ahí y nadie lo verá.
Pedro sólo veía su silueta a contraluz mientras lentamente sentía que su cuerpo se volvía cada vez más pesado hasta desvanecerse. Así permaneció por algunas horas. Cuando despertó aún sentía el dolor en su brazo, pero la hemorragia había cesado. Encontró la camisa que la enfermera le había traído e hizo como ella dijo para salir de allí sin que nadie lo detuviera. La noche aún no se terminaba pero lentamente comenzaba a aclarar en el horizonte. Mientras caminaba por las húmedas calles, a su cabeza venían mil rostros y buscaba en sus recuerdos alguna pista que hubiera pasado por alto; algo que le revelara quien era el traidor o quién se beneficiaría con su muerte. Quién habrá sido el cobarde que les había disparado desde la oscuridad. El recuerdo de ver a sus compañeros caer a su lado permanecía en su memoria y el sonido de los disparos aún resonaban en sus oídos. Pedro se refugió cual prófugo huyendo de la justicia, en una pensión de mala muerte, donde sólo se veían prostitutas, borrachos y uno que otro extranjero refugiado. Así pasó algunos días, permaneciendo oculto y dejando que todos creyeran que en realidad había muerto en la emboscada.
La búsqueda de los cuerpos proseguía en curso en los alrededores del muelle, aunque con menor intensidad. La explosión había desmembrado la mayoría de los cuerpos por lo que sólo habían identificado a tres de los cinco policías desaparecidos aquella noche. Pero esa ventaja era algo que Pedro desconocía aunque su instinto lo estaba guiando correctamente. Sólo salía de noche para no ser visto y recurrió en secreto a cada uno de los contactos conocidos del bajo mundo que pudieran darle alguna valiosa información.
Esa noche Pedro despertó sobresaltado, la pesadilla de lo sucedido aquella noche en el muelle lo atormentaba a cada instante. Pero esta vez recordó un detalle muy singular de lo sucedido, aunque no tenía la certeza si era real o sólo parte de su sueño. Después de escuchar el primer disparo se giró para ver de donde venía el ataque, alcanzó a ver la silueta de quien les disparaba pero todo estaba muy oscuro. Entonces algunos disparos dieron sobre unos barriles de combustibles al costado del muelle y se produjo la explosión. En ese momento según sus vagas imágenes creyó ver al atacante con un impermeable morado con capucha y mangas negras. Esa sin duda era una gran pista como punto de partida, aunque posiblemente su memoria le podía estar jugando en contra. De todas formas era lo único que tenía para empezar.
Con el pasar de los días y tras indagar con todos los medios a su alcance, las alternativas se redujeron rápidamente a cinco empresas que usaban ese tipo de impermeables. Tres de ellas se encontraban cruzando la ciudad, una frente al muelle donde le dispararon y a media cuadra de ahí, una agencia de repartos de correspondencia era la última posibilidad. La lógica indicaba que cualquiera de los dos puntos más cercanos al ataque podían estar vinculados con la emboscada. Pero debería esperar hasta la noche para continuar su investigación si quería pasar desapercibido. Esa misma tarde en las noticias señalaron que una nueva víctima había sido identificada en la explosión del muelle y se temía que el último cuerpo sin encontrar hubiese sido arrastrado mar adentro por la corriente marina. Desde ese momento todos los operativos de rescate serían suspendidos en el sector del muelle. Sin duda que esa era la mejor noticia para Pedro, ahora tenía dos pistas que investigar y el muelle estaría despejado para moverse con libertad.
La noche llegaba nuevamente para cubrir sus pasos; hacía frío y la lluvia que había caído intermitente en días anteriores, amenazada nuevamente con azotar la ciudad. Bien armado y ya recuperado de su herida, Pedro se dirigió primeramente a la agencia de correos. Era más pequeña y más cercana al muelle que la otra industria, por lo que sería más práctico comenzar por ahí. Al llegar todo estaba tranquilo y rápidamente se aventuró a saltar la reja principal sin ser visto. La lluvia comenzó a caer a raudales haciendo el piso más resbaladizo, pero al mismo tiempo el ruido de las gotas al golpear el asfalto le ayudaba a ocultar el sonido de sus pasos al desplazarse.
Sigilosamente se adentró en el garaje donde se suponía estaban los vehículos de reparto, pero grande fue su sorpresa al encontrar sólo enormes cajas de madera que llenaban toda la bodega. Al fondo, en una oficina apartada, se veía la luz encendida y se oían voces. Pedro se acercó silenciosamente a las cajas intentando ver el contenido de alguna de ellas. Buscó en la oscuridad hasta encontrar una barra de acero con la que hizo palanca hasta romper uno de los embalajes y descubrir la peligrosa carga. Las cajas estaban llenas de armas automáticas, sin duda ese era el cargamento que no habían podido encontrar en su investigación.
Las pruebas estaban frente a sus ojos, pero aún le faltaba saber quien estaba detrás de ese contrabando. Comenzó a caminar en dirección a la habitación iluminada, pero sin darse cuenta pasó a llevar la barra de acero a su lado, al caer al suelo el ruido se escuchó hasta la calle y al girarse para escapar, se encontró con un tipo que le dio un puñetazo en pleno rostro. El golpe lo tiró al suelo, fue muy sorpresivo como para reaccionar; rápidamente se levantó para pelear con él; ambos daban y recibían golpes sin darse tregua. El sujeto le acertó una patada en el costado lastimándole la pierna y obligándolo a inclinarse. El siguiente golpe lo recibió en pleno rostro y Pedro cayó de espaldas sobre el húmedo piso del galpón. El hombre se lanzó sobre él golpeándolo en la cara reiteradamente, hasta dejarlo sangrando y aturdido.
Una vez que logró inmovilizar a Pedro, el sujeto llamó a sus compañeros, los que tomaron al detective arrastrándolo hasta una silla cercana y lo ataron. Entre los ruidos y voces que escuchaba, le pareció reconocer una de ellas y aunque le costara creerlo, tenía casi la certeza que era la voz de Alonso, uno de sus compañeros. Pedro agachó la cabeza y cerró los ojos para concentrarse; siempre tuvo la corazonada que tenía que ser alguien interno y corrupto quien estuviera involucrado en semejante complot y ahora todo indicaba que era Alonso. Tráfico de armas, corrupción, asesinato y quizás en cuantos delitos más estaba envuelto. Ahora todo tenía sentido para Pedro por muy duro que pareciera.
Hace unos meses cuando recién comenzaron a tener grandes avances en la investigación, Alonso su compañero solicitó ser asignado a otro caso. De esa manera se mantuvo al margen de la investigación y fuera de toda sospecha. Pedro levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente la silueta del sujeto, esperando que por algún milagro se tratara sólo de una coincidencia. Pero de pronto las luces del galpón se encendieron y la claridad reveló cada rasgo inconfundible de la cara de su colega. Alonso se acercó sin demostrar una cuota de arrepentimiento.
— ¿Sorprendido? —dijo de manera prepotente— y aún no has visto nada… Pensé que habías muerto esa noche en el muelle, en realidad parece que todos lo pensaron; porque la búsqueda de tu cadáver terminó hace varios días. Así que ya nadie te busca. Podría dispararte ahora mismo y nadie se enteraría jamás de que estabas vivo. Pero esperaré un tiempo más para hacerlo, primero hay que cerrar este asunto y luego se me ocurrirá qué hacer contigo.
La lluvia continuaba cayendo ruidosamente afuera, las luces se apagaron y se encendieron un par de linternas que se acercaron a él. Los mismos sujetos que lo ataron a la silla ahora lo llevaban a otra bodega más pequeña que estaba al interior del galpón. Al entrar en la habitación vio a contraluz que había otra persona en el suelo amarrado a un pilar. Cuando se acercaron lo suficiente ellos le iluminaron la cara para que lo viera bien.
—¡¿Alonso?! —exclamó Pedro lleno de sorpresa e incredulidad— ¿Pero qué clase de broma es esta?...
Una carcajada burlona se dejó oír en toda la habitación.
—Toma asiento junto a tu amigo, sé que te mereces una buena explicación de lo que está pasando aquí.
El hombre cuyo rostro era idéntico al de su compañero se paró frente a él, con una sonrisa complaciente y lleno de orgullo dijo:
—Hace seis meses que comenzamos a investigarlos minuciosamente a ambos, seguimos sus movimientos diarios y vigilamos sus patéticas y rutinarias vidas. Hace dos meses raptamos a tu compañero para suplantarlo y lo alejamos de ti pidiendo la asignación a otro caso. Eso apartaría toda sospecha de él y te impediría darte cuenta que esta cara es en realidad sólo una máscara…
Mientras decía esas palabras descubrió su verdadero rostro, arrojando la máscara frente a los pies de Pedro; ya no necesitaba ocultarse tras ella, ya que en cuestión de minutos todo el complot estaría finiquitado.
— ¿Me recuerdas Pedro?
Pero por más que lo intentara no lograba traer a su memoria dónde había visto antes esa cara; aunque tenía la certeza que si lo conocía de algún lado.
—Que mala memoria tienes... Hace cinco años fui uno de los veinte aspirantes a su escuadrón de elite; como ves ahora, fue un error haberme rechazado, es evidente que soy mucho mejor que todos ustedes. Escuadrón Lobo Solitario —dijo de manera irónica con una sonrisa en la cara— ahora serán sólo perros apaleados.
Pedro no le quitaba los ojos de encima y se tragaba todas las ganas de responderle, el maldito había matado a sus compañeros y ahora se jactaba de estar por sobre ellos y sobre la justicia.
—Y pensar que estuve a punto de ser un fracasado como ustedes dos —terminó de decir esas palabras mientras le hacía una seña a sus compañeros.
Ellos amarraron a Pedro al mismo poste que Alonso y luego rociaron bencina en las paredes de la bodega y cerraron la puerta de la habitación dejándolos a oscuras. Ahora Pedro lamentaba no haber hablado lo que estaba pasando con alguno de los superiores, su miedo a que fuera un complot interno lo llevó a trabajar solo para esclarecer el caso. Pero ya estaban las cartas echadas y ahora debía ver la manera de salir de allí con vida. Lo primero era despertar a su compañero, así que lo empujaba con el hombro intentando que reaccionara. Le hablaba y lo movía con fuerza hasta que finalmente Alonso despertó.
—Alonso, soy yo Pedro, ¿puedes oírme?...
—Si..., pensé que jamás volvería a escuchar tu patética voz —dijo bromeando como era su costumbre— ¿Dónde estamos?
—En algún lado cerca del muelle. Ellos acaban de irse pero volverán y en la otra habitación hay cajas llenas de armas automáticas, las mismas que por meses habíamos investigado.
—¿Por qué huele a bencina? —dijo Alonso aún un poco aturdido.
—Ellos rociaron todo el lugar. No sé que se traen entre manos, pero es mejor que tengamos un plan para cuando hayan vuelto... Amigo, de verdad llegué a pensar que eras tú el que estaba detrás de esto; pero ahora está todo claro. Lo malo es que como no sabía en quien confiar, no le avisé a nadie que vendría a este lugar; así que estamos solos en esto.
—Como en los viejos tiempos —respondió su compañero algo más repuesto.
Pedro se encorvó para alcanzar algo de su pierna derecha y luego lo deslizó a las manos de Alonso; era una pequeña daga que les serviría para cortar las amarras. Una vez que se liberaron comenzaron a revisar todo el entorno de la pequeña bodega; pero no había otra salida por donde escapar. Sólo encontraron unas cadenas que podían usar para defenderse.
—Cuidado, vienen de vuelta.... volvamos al pilar donde nos amarraron para que no sospechen.
Alonso escondió las cadenas atrás de él y sentó junto a Pedro simulando que aún estaba inconsciente. No habían podido armar un plan de escape, así que desde ese momento todo sería improvisado; pero tenían la confianza de que juntos ya habían enfrentado situaciones similares y habían salido adelante. Las luces se encendieron y los cuatro conspiradores armados entraron nuevamente a la habitación. Uno de ellos se dirigió a un rincón para instalar un pequeño aparato, al parecer se trataba de un dispositivo incendiario. Mientras los otros dos se colocaron frente a ellos.
—Nunca pensé que me serían tan útiles —dijo el líder, mientras los otros dos miraban complacidos sujetando sus armas— ya vinieron a ver el cargamento de armas y el dinero ya está en mi cuenta; lo que ellos no saben es que esas armas nunca saldrán de aquí. A los dos minutos que crucen por esa puerta todo esto explotará con ustedes adentro.
En ese momento Pedro se dio cuenta que tendrían sólo una oportunidad de escapar de allí y sería enfrentándolos antes que abandonaran esa habitación.
—Ya me imagino los titulares de los diarios —dijo el sujeto de manera irónica— Dos policías corruptos mueren en gran incendio... Caso de corrupción y contrabando de armas es resuelto por investigador privado, que irónicamente fue rechazado por el cuestionado escuadrón hace cinco años atrás— su muerte será mi ganancia y mi reconocimiento público, así me desharé de ustedes, de los compradores y de las armas.
Alonso fingiendo que lentamente despertaba de su inconsciencia, comenzó a murmurar en voz baja. Eso obligó al líder a acercarse para escuchar lo que decía, en ese instante desde su espalda sacó las cadenas y lo golpeó fuertemente en la cara. Se incorporó de un salto, torció las cadenas haciendo una especie de lazo con el que apresó el brazo del sujeto obligándolo a botar su arma. Pedro se incorporó rápidamente y antes que reaccionara el sujeto que estaba más cerca de ellos, le clavó la pequeña daga en la garganta y lo despojó de su arma. El líder se soltó de las cadenas y corrió a ocultarse detrás de unas cajas desde donde comenzó a disparar. Los otros dos hombres también se pusieron a resguardo disparando incansablemente.
Pedro y Alonso se refugiaron hacia el fondo de la habitación tras unos tambores de metal vacíos. Al menos ya eran dos contra tres y habían conseguido un arma cada uno para hacerle frente. Pero debían evitar que los sujetos salieran de la habitación y los dejaran encerrados. Alonso disparó a los focos, dejando todo a oscuras y luego se desplazó por una de las orillas sin disparar para no revelar su ubicación en la oscuridad. Pedro hizo lo propio pero en sentido contrario, eso les daría dos frentes de ataque y confundiría a los sujetos.
Con uno de los sujetos en la mira, Alonso disparó directamente a su cabeza, de inmediato una lluvia de balas se vino sobre él obligándolo a esconderse tras unas cajas. Del otro lado Pedro seguía avanzando agazapado en la oscuridad para tener un buen ángulo desde donde disparar. Entre tantas balas, alguna de ellas encendió el combustible que habían rociado dentro de la habitación; el fuego comenzó a expandirse rápidamente mientras los disparos continuaban de ambos lados. Todos estaban atrapados en la habitación y las cajas que contenían municiones comenzaron a estallar por el fuego; las balas silbaban por el aire, hasta que una bala perdida golpeó a Alonso en la pierna.
Pedro se levantó y con certero disparo logró matar al tercer sujeto que se encontraba en un rincón de la habitación. El líder corrió fuera de la habitación, mientras las llamas ya eran peligrosamente amenazantes, Pedro disparó el resto de su carga intentando darle al sujeto mientras huía, pero no lo logró. Las cajas con municiones continuaban explotando y todo podía estallar en cualquier momento. Pedro se acercó a Alonso que estaba tendido en el suelo, lo sujetó por el hombro y ambos comenzaron a avanzar entre las llamas para salir de ese lugar lo antes posible.
Ya habían avanzado gran parte del galpón cuando el sujeto volvió a entrar por el frente disparando una ráfaga de balas sobre ellos. Una de las balas pasó rozando a Alonso quien trastabilló, mientras otra hirió a Pedro en una pierna y ambos cayeron al suelo. Pedro ya no tenía balas sólo confiaba en su habilidad y en la daga que aún llevaba consigo. El hombre al verlos caídos y sin la posibilidad de escapar se acercó confiadamente a ellos sin dejar de apuntarles.
—De una u otra manera ustedes no saldrán de ésta con vida, tal vez las cosas no salieron como yo las esperaba, pero de cierta manera aún me favorece todo esto.
El sujeto levantó el arma lentamente apuntando a Pedro listo para dispararle. A lo lejos seguían escuchándose las pequeñas explosiones y el calor del fuego acercándose se hacía más presente. Las llamas iluminaban la cara del sujeto, sus ojos llenos de ira reflejaban los brillos del fuego a la distancia y una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su oscura cara.
El disparo hizo eco en la habitación, los tres permanecieron quietos por un instante hasta que Pedro dejó caer de su mano la daga que empuñaba firmemente. El sujeto dio un paso al costado y luego se desplomó frente a ellos. Pedro estaba estupefacto, al escuchar el disparo no sintió dolor y por un momento se dio cuenta que jamás había pensado en morir de esa manera. Alonso se las había arreglado para apuntarle al hombre con el arma escondida entre sus ropas y afortunadamente había acertado justo a tiempo.
Pero aún no estaban a salvo, el fuego se extendía rápidamente por todo el galpón y la carga de explosivos era un peligro latente. Ambos se ayudaron para levantarse y lentamente caminaron los metros que los separaban de la ansiada libertad. A medida que avanzaban sus fuerzas disminuían pero se daban ánimo mutuamente para continuar adelante. El dolor en ambos era tremendo y sus heridas iban dejando un rastro de sangre atrás de ellos.
Una vez afuera alcanzaron a caminar unos diez metros más apoyados uno en el otro; la lluvia continuaba cayendo alrededor mojando sus cuerpos heridos. La sangre que caía de sus cuerpos se mezclaba con el agua diluyéndose en la oscuridad de la noche. Las llamas a sus espaldas se elevaban unos tres metros por sobre la liviana construcción y mientras ambos contemplaban el infierno que habían dejado atrás, todo explotó en mil pedazos lanzándolos al suelo con mucha fuerza.
Pocos minutos después, se escuchaban a la distancia las sirenas que anunciaban que la ayuda venía en camino. Afortunadamente para ellos ya todo había terminado, el complot y las mentiras que los habían envuelto estaban disueltas. Mientras a sus espaldas las llamas lentamente consumían todo alrededor, en su interior tenían la tranquilidad de haber resuelto todo juntos nuevamente; el caso finalmente estaba cerrado.
Publicación reeditada 2013
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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°
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