viernes, 8 de febrero de 2013
SUEÑO ALADO
SUEÑO ALADO
El canto de las hadas cubría todo el Valle de los Unicornios, mientras la luz de la tarde reflejaba sus rayos cálidos y armoniosos sobre el Río de las Melodías. El viento danzaba entre los árboles llevando los suaves sonidos y el aroma de las flores recién traídas por la primavera a través del bosque. A la distancia su reflejo se proyectó al pasar junto a la fuente de plata, Verika se sentó triste a orillas del río, después de haber recorrido el bosque ese radiante día.
En medio del valle todo era tan perfecto, atrás habían quedado los fríos días del invierno, la nieve ya se había retirado y el verde fulgoroso se multiplicaba en todos sus tonos en la profundidad del bosque de Melheim. Sin embargo en su interior algo no estaba bien. Su corazón parecía vacío, desencantado y sin esperanzas. Esa paz aparente le parecía tan extraña, el valle iluminado era tan ideal que la incomodaba demasiado. Ella siempre buscaba a quien ayudar, pero ese día nadie necesitaba de su ayuda, ese día nadie requería de sus dulces palabras.
Su canto siempre melodioso tenía un toque de melancolía. Estaba sentada en medio del bosque y no quería escuchar nada de lo acostumbrado a diario, ella quería escuchar voces nuevas. Recuerdos de historias que sucedieron hace cientos de años o las sabias palabras de algún anciano del valle, pero el bosque mantenía su silencio y ella no encontraba respuestas en él.
Caminando pensativa llegó a la orilla de la fuente donde los unicornios se reunían en las noches de luna. Vio su reflejo en el agua con cara triste y se sorprendió al descubrir que sus alas una vez brillantes y vigorosas, habían ido desapareciendo lentamente. Ya no tenía los mismos deseos de volar y su magia luminosa se apagaba. Tan triste estaba que no vio a Khan, el guardián del bosque, llegar junto a ella. Con voz calma y armoniosa le preguntó:
— ¿Por qué estás tan triste pequeña?
Ella no tenía explicación para lo que estaba sintiendo, así que sólo bajó la cabeza y guardó silencio.
—Veo que no es un buen día para ti, pero no necesitas contármelo, sé exactamente lo que te está pasando y también donde está la solución.
Aunque Khan era uno de los principales ancianos y uno de los más sabios del valle, ella no reaccionó ante sus alentadoras palabras. Así que él tomó su mano y con su báculo tocó el agua en la orilla golpeando directamente sobre su reflejo. La luz iluminó toda la fuente y una nube radiante la envolvió en un sueño mágico.
—Desde el día de tu nacimiento —le dijo Khan— siempre has sido muy especial Verika, tienes el don de ver en los demás lo que otras hadas no ven y tienes capacidades que otras no tienen. Pero tu desesperanza tiene un motivo más profundo, veamos qué pasa en tu interior y descubrirás donde comenzó esa angustia.
Las imágenes aparecieron frente a ella como un torbellino de recuerdos. Podía ver todas las vivencias de su vida diaria, sus días buenos y los malos. De pronto entre las imágenes que flotaban, un instante particular de su vida se detuvo frente a sus ojos. Una mañana de verano ella recorría otros parajes en la rivera oriental del río. Escondida entre los árboles, danzando con las hojas verdes y cantando entre los remolinos de viento.
Sin planearlo ella descubrió a un hombre en su caballo que pasaba por esas tierras. Al verlo a la distancia, primeramente se escondió. Pero la curiosidad la venció y se acercó silenciosamente sin que él la viera. Ella nunca había visto alguien de la raza de los hombres personalmente, sólo había escuchado de ellos y de sus guerras que nunca acababan.
Pero él, acostumbrado a la soledad del bosque, sintió inmediatamente su presencia oculta, el aroma de su piel era llevado por el viento hipnotizando sus sentidos y con voz calma y suave le dijo sin mirarla:
— ¿Quién es la dueña de tan dulce perfume?
Con sobresalto y con vergüenza al sentirse descubierta, ella se acercó lentamente hasta él respondiendo:
—Soy Verika. ¿Y tú?
—Yo soy Franco —respondió él— y viajo en dirección al sur.
Él se giró hacia ella y al instante sus ojos unieron sus almas solitarias y sonrieron mutuamente. Ambos dominados por la curiosidad conversaron por largas horas y compartieron en la calidez de ese día. Franco estaba maravillado por su hermosa cara y sus ojos brillantes y luminosos. Por su parte Verika estaba cautivada por él, sus manos fuertes y su porte de príncipe, su caminar pausado y su mirada llenaban un espacio en su corazón que latía aceleradamente.
Ya avanzada la tarde él dijo:
—Pronto anochecerá y debo buscar refugio y encender una fogata. ¿Seguramente tú también debes partir?
—No te preocupes por mí, estaré bien, te acompañaré un poco más.
Nada parecía separarlos, caminaron largos minutos hasta que el sol comenzaba a perderse en el horizonte. Finalmente se detuvieron en una zona propicia para refugiarse. Franco colocó sus cosas en una planicie apartada y acomodó su equipaje. Ella lo observaba sin decir nada y con sus manos encendió una luz que iluminó levemente sus caras; al mirarse fijamente a los ojos no pudieron resistir sus encantos y se besaron sin decir nada más. Aquella noche de verano a la luz de la luna, simplemente se enamoraron.
Mientras el sueño desaparecía ante sus ojos, Khan dijo:
—Eso es pequeña, has conocido el amor y estar lejos de él ha opacado tu alegría, búscalo hasta encontrarlo y verás tu corazón latir con pasión nuevamente.
Su cara se iluminó por completo y sus latidos tomaron un ritmo muy agitado, nunca había sentido algo así y las sabias palabras de Khan la animaron nuevamente. La esperanza volvió a su vida y sus alas casi perdidas renacían otra vez. Desde ese día ella volaba cada mañana al lugar donde conoció a Franco con la esperanza de encontrarlo nuevamente.
Verika cantaba y danzaba cada día con el recuerdo de su primer encuentro mágico con Franco. Sabía que cuando lo viera nada la apartaría de él, ni las diferencias, ni las circunstancias, nada los alejaría. Sólo él llenaba su vida, sólo él alegraba sus pensamientos y la inspiraba. Ella había descubierto el motivo de su pena y ahora era motivo de su eterna alegría.
Por otro lado para Franco todo cambió el día que conoció a la mágica hada Verika; su viaje al sur había adquirido un sentido por el cual volver con vida. La aventura era peligrosa y el camino muy difícil, pero él debía cumplir su misión.
Franco debía llevar un poderoso talismán mágico hasta el reino de Atos, por encargo del Mago Barel. Ese talismán era un objeto de suma importancia y debía entregarlo intacto aún si en eso se le iba la vida. Sólo su caballo y su espada eran sus compañeros en esa aventura tan peligrosa.
Cuando él inició su viaje jamás pensó que sería una aventura de ida y vuelta, sabía que si sobrevivía a la travesía era muy probable que debiera permanecer en Atos. Pero ahora todo era diferente, ahora sentía con más fuerzas que nunca que debía sobrevivir a cualquier peligro y regresar a los brazos de su amada. Alrededor de dos meses le tomaría llegar a su destino y el camino de regreso al bosque de Melheim, en medio del invierno y con la nieve cubriendo los caminos, podrían hacer el retorno más largo aún. Pero Franco guardaba en su corazón el dulce recuerdo de Verika y eso le daba fuerzas cada día.
Los días habían transcurrido rápidamente y no había encontrado grandes dificultades en su viaje hasta el momento. Había avanzado hacia el sur cruzando entre los milenarios bosques y siguiendo la orilla de los ríos, desviándose sólo de ser necesario y manteniéndose alejado de los caminos y sus peligros.
Pero una noche al inicio del otoño mientras Franco dormía a la luz y el calor de la fogata, despertó por el inquietante relincho de su caballo. De pronto le sobrevino un escalofrío que recorrió todo su cuerpo y un inesperado temor al ver al animal tan intranquilo. Se puso en pié rápidamente, con una mano empuñó su espada y en la otra levantó un madero encendido para ver alrededor.
La brisa fría de la noche rozaba su cara humedeciendo sus ojos, él esperó atento y paciente pero no veía nada moverse entre las sombras. Sin embargo algo en su interior lo mantenía intranquilo. Contuvo la respiración por un instante, pero no escuchaba nada extraño en el entorno. A lo lejos se escuchaba el silbido del viento y el movimiento de las hojas cayendo al suelo del bosque. Pero sentía una presencia oculta que lo vigilaba en la oscuridad de la noche.
Franco intentó enfocar su vista en los borrosos detalles, observó cuidadosamente entre las penumbras hasta descubrir algo muy perturbador. Un leve brillo yacía escondido tras unos matorrales y permanecía al acecho. Sin despegar la vista de ese pequeño punto luminoso, dio dos pasos al frente rodeando la fogata. Su espíritu valeroso siempre lo llevaba a enfrentar cualquier dificultad. Franco arrojó el madero encendido hacia el lugar donde se encontraba la amenaza y en el acto una criatura de pelaje negro, similar a un lobo pero mucho más grande, se lanzó contra él velozmente.
Las poderosas patas del animal lo conducían raudo contra él. Por un instante sus pies se quedaron anclados al suelo y en el último instante, con un brinco a su costado esquivó el feroz ataque. Rápidamente Franco se incorporó, pero la bestia se le puso en frente nuevamente dispuesta a un nuevo embate. Al ver que el encuentro con la bestia sería a muerte, Franco se preparó para enfrentarlo con su espada. Se paró firme frente a ella escuchando los gruñidos terroríficos que hacía. Su mano dejó escapar un notorio crujido al empuñar su espada con todas sus fuerzas.
El animal comenzó a correr directamente hacia él. Franco esperaba poder esquivarla nuevamente, pero esta vez la bestia saltó sobre él empujándolo de espaldas y con las garras hirió su brazo izquierdo. Franco soltó la espada al caer, la que quedó atrapada entre unas rocas cercanas; él se apresuró a recogerla, pero para hacerlo le dio la espalda a la bestia. Un pensamiento fugaz pasó por su mente.
—Jamás le des la espalda a tu enemigo.
Comprendió que había cometido un fatal error que le traería graves consecuencias. Al ver que Franco estaba vulnerable, la bestia se abalanzó sobre su espalda, mordiéndolo a la altura de su hombro izquierdo. Mientras tenía al animal sobre él clavando sus garras y sus mandíbulas en su espalda, con la punta de los dedos Franco intentaba alcanzar su espada sin resultados. Sólo necesitaba unos pocos centímetros para alcanzarla, el intenso dolor comenzaba a recorrer todas sus extremidades, pero él se estiraba cada vez más hasta conseguir empuñarla. Con toda la fuerza que le quedaba, hizo un ágil movimiento y se giró clavando la espada directo al corazón del animal. El gruñido lastimero pero desafiante de la bestia se escuchaba cada vez más débil, el golpe certero finalmente había acabado con ella.
El peso del animal estaba sobre su cuerpo y el insoportable dolor dejó a Franco casi inconsciente, la sangre manaba por sus heridas y cada instante era una eternidad tortuosa en esa condición. Con lo que le quedaba de fuerzas consiguió salir de debajo de la bestia, su vista se nublaba. En su confundida mente sólo el recuerdo de Verika estaba presente como si ella estuviera a su lado en ese momento.
Franco se arrastró hasta apoyar su espalda contra una roca, a penas podía mover su brazo derecho. Un gran pesar se hizo presente en su corazón, el remordimiento por no haberle contado a Verika los detalles de su peligroso viaje comenzaban a atormentarlo profundamente. Se sentía casi sin fuerzas, a punto de morir, sólo pensaba que quizás jamás volverían a encontrarse.
Durante toda su travesía, mientras más lejos de ella se encontraba, más fuerte eran sus sentimientos por estar a su lado. Cada peligro que enfrentó, cada valle o río que atravesó, lo llevaron lejos de su amada. Ahora necesitaba sus caricias, sus besos, necesitaba escuchar su melodiosa voz una vez más.
En su delirio y desesperación, una luz angelical iluminó su cara pálida, era la visión de su amada que aparecía a su lado. Él oía su voz muy clara dándole ánimo, fortaleciendo su espíritu y elevando sus fuerzas hasta volver a levantarse. Pero Franco no podía dar crédito a lo que estaba sucediendo, sus sentidos estaban desvaneciéndose, seguramente todo eso eran sólo alucinaciones al borde de la muerte.
Sin darse cuenta cómo, Franco consiguió ponerse en pié y montarse en su caballo nuevamente. El dolor de sus heridas lo mantenía al límite de la inconciencia y la sangre caía por sus manos en largos goterones rojizos. El sol casi despuntaba y su caballo continuaba avanzando guiado por la magia de su amada hada. Tras largas y extenuantes horas de camino y poco antes del atardecer, Franco se desvaneció. Por largas horas su caballo continuó avanzando hasta que lo llevó a su destino sangrando y moribundo.
Los centinelas de Atos vieron de lejos cuando el caballo se acercaba a la muralla cargando algo en su lomo. Al cruzar por las puertas de la gran ciudad su misión al fin estaba cumplida y su promesa saldada, ahora sólo le quedaba recuperarse y regresar.
Luego de seis semanas de recuperación en las tierras de Atos, al cuidado de los mejores sirvientes, Franco ya estaba en condiciones de emprender su viaje de vuelta. El retorno sería fácil y ligero, ya que no estaba obligado a ser sigiloso ni a viajar oculto alejado de los caminos habituales. El invierno estaba por terminar y la nieve ya había comenzado su retroceso de los bosques. La hierba verde ganaba terreno cada día y los brotes en los árboles estaban a días de explotar en mares de colores.
Franco cabalgó durante semanas por los valles y bosques, hasta que se internó en el luminoso bosque de Melheim. Sabía que estaba a pocos minutos de llegar al lugar donde se conocieron con Verika. La primavera ya había teñido los árboles de sus más hermosos colores y el aroma a flores silvestres se movía con el viento por doquier. Caminó por las orillas del río pasando por el lugar de su mágico primer encuentro, hasta llegar a la fuente de los unicornios. Desde lejos vio a Verika peinándose en el río. Su hermosa cabellera resplandecía con los brillos del sol sobre el agua. Su piel invernal se matizaba con el rojo collar de flores que ella llevaba.
Él avanzó sigilosamente hasta llegar cerca de ella, su hidalga silueta se reflejó en el agua y ella lo reconoció de inmediato. Alegre y sin palabras Verika se levantó de un salto y lo abrazó; Franco mirando sus ojos de cristal, pensaba en todas las aventuras que había pasado para estrecharla en sus brazos y con un apasionado beso sellaron su reencuentro.
Aunque ninguno de los dos sabía lo vivido por el otro en ese largo tiempo, los esfuerzos y los problemas que cada uno superaron no habían sido en vano. La magia de los recuerdos los transportó al día de su primer encuentro, su primer beso y sus primeras caricias; esa noche mágica donde nació esa aventura que los unió.
Desde ese día Franco permaneció junto a ella en Melheim. Los meses pasaban rápido y los colores del otoño ya pintaban el Valle de los Unicornios que permanecía en paz; Verika y Franco disfrutaban de las tardes en el bosque y del entorno de su fantasía. La suave brisa los envolvía y la figura de Khan el guardián del bosque, se dirigía hacia ellos con la vista agacha. Khan había recibido noticias del Mago Barel, el mismo que había encomendado a Franco su viaje anterior. El mensaje no daba mayores detalles, sólo que le comunicara a Franco que debía volver con suma urgencia.
La preocupante noticia llevó a Franco a vestir su olvidada armadura y a empuñar su espada nuevamente. Casi había olvidado lo que era vestir para la batalla, por un momento llegó a pensar que nunca más sería necesario. Pero ahí estaba otra vez, listo para atender el llamado de su ciudad natal.
Tras despedirse de su amada Verika, comenzó su larga travesía de tres días hasta Verdel, su tierra de origen. Al arribar después de agotadoras jornadas, el Mago Barel lo recibió con un gran banquete para recuperar fuerzas y sin perder tiempo le indicó cual era el motivo de su llamado.
—El comandante de las fuerzas del reino de Atos fue emboscado por los darkkianos y el talismán que tanto te costó llevar a esas tierras, ha caído en sus manos. Ese objeto tiene poderosa facultades y en manos de los darkkianos sólo servirá para destruir. La ciudad de Atos ha sido sitiada por ellos y un pequeño escuadrón de soldados fue enviado a Verdel en busca de ayuda.
Mientras Franco comía ansioso por escuchar cuando partiría a la batalla, Barel prosiguió su relato.
—Pero lo peor es que el ejército de Darkkas avanza en gran número hacia Verdel hace largas jornadas y viene arrasando todo a su paso.
El corazón de Franco se estremeció al comprender que Verika y el valle en que ella habitaba, estarían en medio de tal desastre y nada podría impedir la desgracia que se acercaba. Su apetito se vio obligadamente interrumpido y se levantó de su asiento.
—No podemos perder más tiempo debemos partir ahora.
—Ya está todo listo y tus hombres esperan tu señal para partir —respondió Barel.
Franco salió con prontitud comandando a los jinetes del ejército de Atos y a un centenar de los mejores guerreros de Verdel. Faltaban pocas horas para el anochecer, pero no podía demorar su viaje, sabía que el destino estaba en marcha y que quizás debería dar su vida para salvar a su amada. Cabalgaban a todo galope, el sol se puso sin que se detuvieran y bajo la luz de la luna continuaron su camino. Las estrellas acompañaban su frenético avance. La noche pasó sin darse cuenta y atrás quedaban las sombras; el sol al fin se levantaba nuevamente en el horizonte. Habían cabalgado sin parar hasta encontrarse con el enemigo frente a frente. Las espadas rompieron el monótono sonido de los cascos al galope y la sangre teñía el prado en una brutal lucha de gritos y horror.
Franco espada en mano daba muerte a diestra y siniestra a sus enemigos, tenía la urgencia de acabar pronto esa contienda y saber noticias de su amada. Golpe tras golpe sus fuerzas no flaqueaban, su corazón estaba entregado por completo en la batalla y la visión de su amada lo mantenía firme y sin vacilar.
Una lanza pasó muy cerca de su cabeza obligándolo a bajar de su caballo. Pero aún sin estar sobre él seguía dándoles muerte a sus enemigos. Uno a uno caían ante el poder de su espada, manchando de sangre darkkiana todo alrededor. Las horas seguían avanzando y la balanza se inclinaba cada vez más a su favor; la victoria ya se sentía en el aire. A esas alturas las fuerzas de todos los guerreros flaqueaban, pero los valientes de Verdel seguían sin dar tregua a sus enemigos. Después de cuatro horas de intensa y sangrienta lucha, finalmente la victoria era de ellos. Las manos en alto con las espadas empuñadas hacia el cielo y los gritos de júbilo, gobernaron la planicie por largos minutos.
Franco dio órdenes a sus soldados de acampar en un claro para recuperar fuerzas y atender a sus heridos, pero él subió a su caballo y se encaminó hacia el Valle de los Unicornios que aún estaba a medio día de camino. Ni el sueño, ni el agotamiento de la batalla impedirían que continuara su viaje en busca de su amada. El viento rozaba suavemente su manchada cara, sus manos aún ensangrentadas, comenzaban a sentir el calor de la tarde. Su mente estaba fija en el camino y sus pensamientos volaban más rápido que su caballo esperando ver pronto la última colina que daba inicio al valle.
Finalmente ya estaba frente a él, subiendo ese centenar de metros, vería en su plenitud aquel bosque que por largos meses lo cobijó junto a Verika. Desde la cima pudo apreciar las fumarolas grises que subían entre los árboles. Su corazón se partió en pedazos al ver que el bosque de Melheim y todo el entorno del valle, estaba destruido y desolado. Una pena amarga lo acongojó, sus miedos más profundos estaban ante sus ojos, el temor de perder a su amada Verika estaba consumado. Ni la lucha incansable con su espada, ni el coraje desatado en la batalla, ni la larga distancia recorrida, nada había impedido la nefasta catástrofe. El sabor de la victoria se tornaba amargo y agónico.
A la vista, las extensas praderas habían sido arrasadas por el fuego y por la espada de los darkkianos. Las imágenes devastadoras entraban por sus ojos, pero su mente no daba crédito a lo que estaba viendo. No podía resignarse a aceptar tan cruenta realidad. Franco descendió de su caballo y buscó durante horas entre los cuerpos sin vida de los habitantes del valle y entre las cenizas del bosque. Pero no encontró nada, ni un sobreviviente y lo más angustiante, tampoco encontró señales de su amada.
Franco cayó de rodillas, las lágrimas brotaban sin parar, sus manos estaban bañadas en sangre y cenizas; su corazón estaba destrozado, pero él seguía buscando sin resignarse aún hasta no encontrar al menos el cuerpo de Verika. Horas después el ejército de Verdel, que tan fieramente luchó a su lado horas antes, le daba alcance y se le unía en el valle del desastre.
Tras días de incansable búsqueda, las pilas de cuerpos se acumulaban por cientos en una conmovedora imagen de una matanza sin precedentes. Tanta gente inocente muerta y toda la magia de esos parajes se habían esfumado en cosa de horas. Ni los niños habían escapado a la maldad y furia del ejército de Darkkas. Franco se sentó sumido en la amargura de ver toda esa hermosura destruida sin piedad.
Una semana después, Franco cabalgó de vuelta a su querida ciudad Verdel, aunque no pudo dar con algún indicio del paradero de Verika, se sabía que ellos no tomaban prisioneros en sus campañas del terror. Tras algunas semanas de congoja y resignada cada día más a la pérdida de su amada, se embarcó hacia las costas de Atos. Nuevamente había sido encomendado en una misión, esta vez estaría a cargo de las tropas reales en la ciudad de Atos. Su ferocidad en la lucha y sus victorias le precedían y le otorgaban ese privilegio de alcanzar nuevas metas y reiniciar su vida con nuevos horizontes. Su corazón ardía intensamente por venganza y justicia, sabía que en Atos tendría la oportunidad de enfrentar cara a cara a los darkkianos nuevamente.
Antes de partir, subió a un monte cercano para ver desde lejos el nuevo paisaje y contemplar por última vez ese paraje después de la tragedia. La fuerza de la naturaleza recobraba poco a poco la belleza arrebatada con tal ferocidad. Los ríos cristalinos retomaban sus antiguos brillos y hasta las aves volvían a anidar en los alrededores. Su corazón quedaba sepultado en ese valle, pero su cuerpo debía continuar viviendo para defender su tierra contra los enemigos. Algún día el tiempo curaría sus profundas heridas, pero las cicatrices siempre le recordarían su dolorosa pérdida.
Semanas después de la travesía al mando de los ejércitos reales, la ciudad de Atos lo recibía a la distancia al tiempo que la luz del día se iba escondiendo en el horizonte. Frente al mar apacible y la brisa, el sol bajaba lentamente llevándose los malos recuerdos y recibiendo al frío invierno. Pero Franco esperaba que los colores de la primavera pintaran pronto un nuevo amanecer. Ahora debía ver hacia ese nuevo futuro y avanzar lentamente hasta conseguir olvidar el dolor.
Los fríos meses de intensa lucha, mantuvieron sitiada la fortaleza en las costas de Atos. Las lluvias, el frío y la nieve eran fieles aliados alejando cada cierto tiempo a los enemigos del frente de batalla. Muchos de sus guerreros habían perdido la vida defendiendo la ciudad, pero mucho más eran los caídos del ejército de Darkkas. Franco había optimizado los pocos recursos que guardaba la ciudad y cada día soportaban los fieros embates del enemigo que insistía en atacarlos sin resultados. Verdel ya había enviado toda la ayuda posible en esos meses, sólo de las tierras orientales de Hettermian podrían llegar nuevos refuerzos y provisiones; pero había sido imposible darles aviso de su angustiosa situación.
Los días de batalla pasaban muy rápido, nuevamente el invierno declinaba y la cercanía del buen clima, vaticinaba jornadas más duras y difíciles. Ya no habrían días fríos o de intensa nevazón que los alejara de las puertas de la ciudad. Cada día las luchas eran más intensas y el horizonte no se vislumbraba mejor. Hasta que Franco ideó un plan que les permitiría dar aviso a sus aliados.
—Necesitaré la ayuda y coraje de cada uno de ustedes para tener éxito en esta nueva tarea. Como bien saben las provisiones que nos quedan durarán sólo algunas semanas y Hettermian es la ciudad más próxima para conseguir ayuda.
Todos estaban expectantes escuchando en silencio a Franco, sabiendo que los caminos para conseguir la ayuda estaban bajo el dominio del enemigo.
—Nuestra única alternativa para ganar tiempo en busca de la ayuda, es cruzar a través del Pantano Negro que se encuentra al costado de nuestra fortaleza. Recorrerlo sólo toma un día de camino para llegar a Hettermian.
Muchos comenzaron a murmurar sabiendo que no era un lugar fácil de recorrer; en primer lugar era imposible cabalgar por esos parajes. Había que cruzar caminando los pozos humeantes de brea ardiente y luego internarse en un tupido bosque, donde muy pocos habían sobrevivido para contarlo. Pero Franco confiado de su vigor continuó relatándoles su astuto plan.
—Deberán atacar el campamento darkkiano al amanecer para crear una distracción que me permita internarme en el pantano sin ser visto. De esa manera tendré un día de luz para alcanzar Hettermian y luego cabalgaré de noche trayendo la ayuda. Deberán resistir casi dos días de intensa lucha, pero al fin destruiremos a nuestro enemigo.
La confianza que proyectaba Franco terminó por silenciar toda duda, llevando a sus fieles guerreros a vitorearlo al finalizar su discurso.
A la mañana siguiente todo estaba listo para el ataque sorpresa; la avanzada la hicieron los arqueros derribando sigilosamente a los centinelas enemigos. Luego el resto de las tropas de Atos entró sorpresivamente en el campamento darkkiano, arrasando a la mitad del ejército enemigo. Sabiendo que aún eran suficientes para acabarlos, el cuerno de la retirada sonó y los guerreros volvieron rápidamente a la fortaleza. La distracción había dado resultados, se había cumplido el objetivo y Franco se encontraba a la entrada del pantano listo para comenzar su peligrosa travesía. Mientras tanto, las puertas de Atos se cerraban nuevamente tras el último guerrero que volvía de la batalla. Desde lejos Franco miró la ciudad por última vez esperando tener éxito en su peligrosa aventura, esa era la última esperanza para vencer de una vez la maldad de Darkkas.
Los primeros kilómetros del recorrido fueron muy agotadores, el calor era muy insoportable y lo obligaba a beber constantemente agua de una bota de cuero que él cargaba. El más mínimo error lo haría caer en la brea ardiente, causándole la muerte instantánea. Mientras recorría los desoladores parajes y rodeaba los pozos humeantes, se acercaba cada vez más al bosque más húmedo y tupido que alguien hubiera recorrido alguna vez. Pocos lo habían logrado, no existían senderos para los viajeros y era muy fácil comenzar a dar vueltas en círculos hasta perder el rumbo.
Franco se detuvo un momento para descansar y beber algo más de agua. El calor circundante era espantoso y una vez que recuperó el aliento, se apresuró a continuar adentrándose en el bosque con mucha cautela. A diferencia de los pozos que ya había dejado atrás, donde no habitaba nada por lo inhóspito del paraje, el bosque prácticamente era un laberinto de vegetación y peligros desconocidos. Ahora avanzaba entre árboles gigantescos, con cientos de años de historia que se alzaban imponentes. La poca luz que lograba penetrar sus frondosos follajes, no era suficiente para elevar la temperatura húmeda y fría alrededor.
Pero él continuaba avanzando cautelosamente. Sólo el sonido de sus pasos rompía la serenidad del bosque. Franco se detuvo un instante, cuando escuchó el crujir de ramas a sólo metros de él. Se agachó permaneciendo en silencio y alerta, desenvainó su espada sin bajar la mirada de su entorno. De pronto se vino sobre él un darkkiano que había conseguido seguirlo. Con un movimiento de su espada frenó el ataque y con el siguiente le dio muerte. Tras él apareció otro guerrero y luego otro, en total aparecieron diez enemigos armados, que lo habían seguido desde que entró por el pantano.
Franco se desplazaba de un lado a otro defendiéndose valientemente y cada cierto tiempo lograba deshacerse de otro enemigo con la habilidad de su espada. Sorpresivamente dos de ellos le atacaron al mismo tiempo; él consiguió esquivar a uno con un rápido movimiento a la derecha, pero el otro consiguió herirlo en el muslo haciéndolo caer entre la hierba. Franco empuñó nuevamente la espada y soportando el dolor de su herida, mató a ambos con ataques certeros y veloces. Sus ojos estaban encendidos de furia y sed de venganza y sabía que debía sobrevivir hasta llegar a su destino.
Después de largos y extenuantes minutos luchando contra el escuadrón que lo había seguido, sólo quedaba uno contra quien luchar. El que comandaba esa emboscada y que había permanecido como mero espectador hasta ese momento, finalmente desenfundó su espada. Era más corpulento que Franco y golpeaba con tal fuerza con su espada, que más bien parecía como si se tratara de un hacha cuyo objetivo era liquidarlo. Cada golpe entre las espadas sacaba chispas y hacían un sonoro eco en el bosque. Mientras que los golpes fallidos zumbaban surcando el aire.
Con un movimiento inesperado, el enemigo golpeó la armadura del pecho de Franco con tal fuerza que lo derribó; su pierna herida sangraba y el dolor era cada vez mayor. Con mucha dificultad consiguió ponerse en pié nuevamente; él sabía que esa lucha a muerte no la ganaría por fuerza sino con habilidad. Su armadura estaba abollada y le oprimía el pecho, también tenía otras heridas en el brazo que sangraban hasta llegar a sus manos.
Franco cayó de rodillas su pierna herida hacía que el dolor fuera insoportable. El comandante darkkiano esbozaba una enorme sonrisa en su cara dando por hecho que ya tenía ganada la pelea. Se acercaba paso a paso y confiadamente para dar el golpe final. Pero cuando levantó su espada con ambas manos para dar su siguiente golpe con todas sus fuerzas, Franco le lanzó la espada hiriéndolo en una pierna tumbándolo a tierra. Luego rodó por el suelo hasta tenerlo enfrente y le atravesó la garganta descubierta con una daga, dándole muerte instantánea. Los ojos del enemigo permanecían fijos en él, con una mezcla de dolor ira y asombro. Franco retiró la daga ensangrentada y el comandante cayó de espaldas frente a él.
Franco estaba exhausto y la feroz lucha lo había dejado muy mal herido; le faltaba el aliento y sentía que se desvanecía. Sus fuerzas lo abandonaban poco a poco, se recostó un momento sobre la hierba y tras vendar su pierna y su brazo, se puso en pié para continuar su recorrido por el espeso bosque. Cada paso era un esfuerzo sobre humano, sus ojos se nublaban, el frío y la humedad mantenían su cuerpo al borde de la hipotermia, y finalmente cayó a tierra sin fuerzas para levantarse. Con mucha dificultad se quitó la armadura que le oprimía el pecho y se tendió de espaldas sobre la hierba húmeda.
Por un instante sus pensamientos volvieron a aquellos días junto a su amada, a esos recorridos por el bosque y a las largas tardes que pasaron juntos. Luego la visión desértica y humeante del bosque incendiado y la cara lejana de Verika que se perdía en el gris horizonte. Luego recordó el propósito de su misión, sabiendo que él era la última esperanza de llegar con refuerzos a Atos. Pero las fuerzas no volvían a su cuerpo, las manos le temblaban y su mente permanecía perdida en el infinito.
Cuando ya pensaba que fallaría en su misión y su vista se tornaba borrosa, desde lo profundo del bosque una s¬¬ilueta brillante se acercó a él. Sin tocarlo lo levantó flotando hasta colocarlo suavemente a orillas de un riachuelo. Le hizo beber un líquido dulce como la miel, que lentamente fue cerrando sus heridas y dándole nuevas fuerzas. Franco se sorprendió al ver el angelical rostro. ¿Era su amada Verika?
—Si —respondió ella— pero he tomado una nueva forma, fue la única manera que algunas hadas pudimos escapar del desastre. Lamentablemente no todos lograron escapar de la muerte. La magia de Khan nos mantiene con vida hasta encontrar la forma de volver a nuestro bosque.
Verika, se acercó a él y le colgó en su cuello un pendiente de plata con forma de hojas, las mismas que sólo se encuentran en el bosque de Melheim.
—Ahora continúa tu camino mi amado, que te falta poco para llegar, este pendiente te alumbrará en las horas más oscuras y te dará fuerzas para vencer al enemigo.
En realidad aún le faltaban unas cuatro horas hasta alcanzar su objetivo, pero ya había sido curado por la mano mágica de su amada y los enemigos que lo habían seguido estaban todos muertos. Ella lo besó dulcemente y comenzó a alejarse diciéndole:
—No desmayes, ni desesperes, yo volveré a ti cuando Darkkas sea destruido y la paz sea restaurada en nuestra tierra, hasta entonces lucha incansablemente y espera mi regreso.
La luz que la envolvía comenzó lentamente a desvanecerse y la silueta de Verika se perdió en la espesura del bosque. Un sentimiento de paz y nuevas esperanzas llenó el corazón de Franco, después de haberla creído muerta, ahora sabía que en algún futuro cercano volverían a estar juntos.
El resto del camino tenía un sentido diferente en su vida, no sólo lucharía por liberar a su pueblo del enemigo, sino también por recuperar a su amada Verika. Al anochecer Franco consiguió llegar a Hettermian y rápidamente se organizaron las tropas para emprender el viaje de regreso a Atos. Centenares de guerreros se unieron a él con un sólo fin, derrotar la tiranía de Darkkas en una gran y épica batalla final. Después de cabalgar incansablemente durante toda la noche, al amanecer del segundo día las tropas aliadas llegaban a enfrentar a las hordas darkkianas.
El cuerno de la ciudad sonó largamente para anunciar que los que aún resistían al enemigo en la fortaleza, se unieran a la batalla encerrando a los darkkianos por los dos flancos. Las flechas surcaban el cielo, las espadas chocaban en el fulgor de la batalla. Los gritos de centenares de hombres zumbaban hasta el horizonte. Tras largas horas de sangrienta lucha, el destino colocaba frente a frente a Franco y a Darkkas, quien exhibía desafiante el talismán colgado al cuello. Pero Franco no le temía a nada, había enfrentado a la muerte cara a cara y había salido victorioso; su amor por Verika era su talismán y daría la vida por defender su ciudad y a su amada.
Mientras alrededor las tropas del mal eran arrasadas completamente, el duelo personal entre ambos líderes daba comienzo con toda la fuerza de sus brazos. Sus espadas chocaban con gran estruendo llenando el aire de tensión y coraje. Ninguno de los dos daba tregua, la destreza y fuerza de ambos era notable. En reiteradas ocasiones ambos habían conseguido herirse con sus espadas, pero el dolor y el cansancio paraban a un segundo plano; de esa pelea sólo uno podría salir victorioso. Ambos estaban heridos y cansados mientras la sangre de los guerreros de ambos bandos teñía de rojo los campos de Atos.
Franco tomó distancia y bajó la cabeza un momento como intentando encontrar algo de aliento antes del siguiente ataque. A su memoria volvían los recuerdos de Verika, la primera mañana que la conoció y todos esos momentos que compartieron juntos. En el aire podía sentir el perfume de su piel rodeándolo y el pendiente que ella le había dado comenzó a brillar de manera intensa. La luz inundaba su pecho haciéndolo sentir una energía renovadora que lo llenaba de fuerzas para pelear.
Franco arremetió contra Darkkas con esas nuevas fuerzas que lo impulsaban. Golpe tras golpe y decidido a acabar con esa lucha, lo hizo retroceder. Paso a paso avanzaba batiendo su espada con todas sus fuerzas hasta botar la espada de manos de su agotado enemigo. Con un certero golpe al pecho y otro en las piernas hizo caer a Darkkas de rodillas. Franco alzó su espada iluminado por el resplandor del pendiente, mientras su enemigo tomaba con ambas manos el poderoso talismán. Pero antes que conjurara algún maleficio, le cortó la cabeza despojándolo de su vida.
El enemigo había sido derrotado tras largos años de batallas y sangrientos enfrentamientos, finalmente el poderoso talismán era recuperado. No hubo guerrero darkkiano que permaneciese en pié, el día había avanzado largas horas y el campo de batalla se bañaba en un mar de sangre. El brillo de las armaduras al sol resplandecía mientras el murmullo de la batalla daba paso a los gritos de victoria de los guerreros de Atos. El sitio al reino llegaba a su fin y la paz retornaba de manos de los valientes guerreros que se unieron por restaurarla. A partir de ese día desde las costas de Atos, los valles orientales de Hettermian y hasta las tierras de Verdel, todos escucharían las historias heroicas de Franco.
Al pasar de los días y las estaciones, el Valle de los Unicornios recuperó su belleza de antaño. Franco se retiró dejando atrás los días de lucha y abandonando su preciada armadura, para llegar a la espesura del bosque de Melheim donde cuenta la leyenda, que al fin se reencontró con su amada Verika.
Publicación reeditada 2013
(^)(^)
ø(**)ø
ø(**)ø
..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°
.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
0 comentarios:
Publicar un comentario