martes, 5 de febrero de 2013

ANIMA ERRANTE




ÁNIMA ERRANTE

La hierba verde cubría la pendiente donde se había refugiado, estaba solo, escapando de las multitudes que deambulan por las calles. Desde lo alto de esa loma se podía contemplar toda la ciudad. Los edificios más altos se veían como palitos de fósforo enterrados en la tierra, las personas no eran más que partículas de polvo diminutas e invisibles a sus ojos. El viento soplaba suavemente meciendo las hojas de los árboles pero él no lo sentía. El sol de la tarde dejaba caer el calor envolvente del verano, pero él no lo podía percibir. Su mirada estaba perdida en el horizonte, entre las nubes blancas que adornaban el intenso azul del cielo, mientras él permanecía lejano imaginando todas esas cosas que ya nunca experimentaría.

De algún modo, no lograba recordar en qué momento había sucedido todo eso. Como si viviera en un sueño interminable o una pesadilla eterna, cargaba con esa maldición desde el amanecer hasta la salida de un nuevo sol. No tenían relevancia las estaciones, las horas, el lugar, nada en su entorno cambiaba lo que estaba viviendo. Sólo recordaba que un día despertó fuera de su cuerpo, suspendido en el aire, flotando sobre la hierba de esa colina.

No tenía recuerdos claros de nada como si todo fuera un sueño interminable. Podía flotar por donde quisiera. Podía atravesar muros y viajar de un lugar a otro sin problemas. Lo que al principio se veía como un milagro o un gran privilegio, pronto se convirtió en una tortuosa maldición. Quién podría soportar una eternidad en esa condición, sin ser visto por la gente, sin conversar con alguien, sin poder tocar lo que está alrededor, sin poder saborear o deleitarse con las cosas comunes y corrientes del día a día.

— ¿Qué habrá pasado con mi cuerpo? —Era la pregunta que se hacía a diario— ¿Qué era él en ese espacio flotante y sin rumbo? ¿Cuál era su destino ahora?

Siempre volvía a ese lugar y permanecía allí durante horas después de haber recorrido la salvaje ciudad en busca de respuestas, en busca de una cara familiar o un recuerdo latente. Éste era el único lugar que tenía sentido para él. Ni siquiera sabía si ésta había sido alguna vez su ciudad, sólo vagaba por las calles sin tener una luz de su pasado.

Pero algo lo impulsaba cada día a buscar esas respuestas. No tenía sentido seguir sumergido en la incertidumbre, debía averiguar qué había sucedido con su vida. ¿Estaba muerto o estaba vivo? Debía saber dónde estaba su cuerpo.

Las horas habían pasado sin retorno una vez más y se dio cuenta que ya estaba atardeciendo. Las sombras se alargaban infinitas, mientras el sol se alejaba poco a poco huyendo tras las empinadas lomas del oeste. Poco a poco era envuelto por la rojiza y tenue luz del crepúsculo, sumergiéndose en la oscuridad profunda de la noche.

Comenzó a dar vueltas como un trompo, sólo por hacer algo distinto que rompiera su diaria rutina y con la esperanza que alguna señal guiara su errante destino. No podía sentir vértigo o mareo, las sensaciones físicas ya no eran parte de su esencia. Las luces de la ciudad comenzaban a iluminar las calles. El sol ya se había ido y el cielo se adornó con centelleantes estrellas.

Descendió de lo alto con una idea en la cabeza, esa noche sus pasos serían guiados por la suerte o el destino. Comenzó a girar sobre sí mismo hasta detenerse en algún punto y emprendió la marcha en esa dirección. Avanzaba algunos metros y volvía a darse vueltas sin ninguna lógica y cambiaba de rumbo según la posición se lo indicara.

Pasó gran parte de la noche haciendo lo mismo. Pero en algún momento de su alocada aventura sintió algo extraño e inexplicable, como un pálpito diferente y electrizante que lo estremeció. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que su ser era protagonista de alguna sensación. El frío y el calor eran experiencias que sólo permanecían en un recuerdo lejano. El roce de su piel sobre las diferentes texturas estaba vedado. Lo suave, áspero o pegajoso, eran meros conceptos perdidos en el universo de las palabras.

Giró nuevamente buscando experimentar esa sensación otra vez y así estar seguro de lo que estaba ocurriendo en su interior. Era como un magnetismo, un impulso que quizás podía llevarlo a las respuestas que buscaba. Comenzó a avanzar en esa dirección con mucha determinación. La noche no significaba nada para él, no necesitaba descansar, ni dormir, ni comer, tampoco cuidarse de los peligros de la ciudad, simplemente existía atrapado en el infinito.

Tras recorrer un largo trecho a la luz de las calles, se dio cuenta que esa sensación se hacía cada vez más fuerte. Estaba aprendiendo a descifrar ese impulso que guiaba su rumbo con una claridad impresionante. Continuó avanzando por calles poco iluminadas que nunca antes había recorrido, avanzaba entre la gente sin ser visto. Era un espectro invisible de incorpórea presencia y esencia perdida.

Se había alejado completamente de todo lo conocido en su diario deambular por las calles. A medida que avanzaba se sentía más cerca de algo importante, como una certeza escondida en su interior. Estaba sorprendido que después de tanto tiempo, en la misma ciudad, aún había lugares totalmente desconocidos.

Al fin llegó frente a un gran edificio completamente iluminado, al cual sintió la imperiosa necesidad de entrar. Atravesó los muros sin dificultad y se encontró en un largo pasillo por el que circulaba mucha gente. Inmediatamente se dio cuenta que se trataba de un hospital. Las instalaciones, las enfermeras, los médicos y las camillas eran inconfundibles.

Comenzó un minucioso deambular por los rincones, por las escaleras y los extensos corredores iluminados. Cruzó los pasillos en un recorrido vertiginoso y acelerado. La curiosidad lo guiaba. Jamás había entrado a lugares similares; generalmente buscaba estar en soledad ya que los rostros de la gente no le traían ningún recuerdo.

De pronto escuchó una voz desde un rincón que le sonó más clara y diferente a los sonidos a su alrededor.

— ¿Qué te ha traído a este lugar?

Se giró buscando el origen de esas palabras y se encontró con la figura de un hombre sentado en uno de los pasillos. El hombre tenía el pelo gris y las marcas de los años registradas en su cara. Por un momento pensó que se dirigía a alguien más.

—A ti te hablo —le dijo cuando se volteó a ver si había otra persona atrás de él.

— ¿Cómo has llegado a parar aquí? ¿También estás perdido?

—Si lo estaba, pero creo que he llegado al lugar indicado.

— ¿Eso crees?…, ja, ja, ja…, —rió burlonamente— todos dicen lo mismo al llegar aquí, pero se quedan poco tiempo y luego continúan su camino.

Tanto había pasado después de la última charla que entabló con alguien, que lejos de sentirse contento o sorprendido, se sintió incómodo e ignorante. Al parecer a quien tenía enfrente, el tiempo en esa esfera fantasmal le hacía hablar con propiedad y sabiduría.

— ¿Cuánto tiempo lleva usted en este lugar?

—Ya perdí la noción de los días hace mucho —respondió el anciano— yo aparecí en estos pasillos una noche de invierno, la recuerdo porque era la primera lluvia de la temporada. Muchos vienen y se van porque encuentran lo que buscan. Otros simplemente están de paso y continúan su viaje sin retorno. Pero yo me he mantenido en los alrededores desde entonces, porque en una de esas habitaciones está mi cuerpo.

Por mucho tiempo se había preguntado si habría alguien en la misma situación que él y al fin la interrogante era contestada. Otro errante del destino atrapado en esa esfera fantasmal. Dejó atrás ese encuentro extraño sin preguntarle más detalles, necesitaba continuar avanzando sin saber hacia donde, pero sintiendo con urgencia que debía seguir adelante. Ahora más que nunca tenía la esperanza de encontrar sus propias respuestas.

Avanzó piso a piso por todos los pasillos y todas las habitaciones; entrando y saliendo con la imagen de decenas de rostros. De pronto ese impulso que lo movía se hizo muy fuerte y especial. Por un instante hizo una pausa hasta que finalmente cruzó la puerta de la habitación 405 en el ala norte del hospital. Una luz tenue envolvía el cuarto mientras algo en su interior aumentó ese impulso desesperante que lo guiaba. Había fotos familiares sobre el velador junto a un jarrón con flores y lo más impactante fue ver ese cuerpo recostado en la cama. En su mente no tenía un recuerdo de sí mismo, pero su interior clamaba la incontenible necesidad de retornar a él.

Esa increíble sensación de estar frente a ese cuerpo perdido y reclamarlo como suyo, mezclada con la impotencia de no poder tocarlo; no poder decirle a ese ser en reposo que despertara de su largo sueño. Sólo quería decirle que ya había regresado y que era tiempo de volver a casa. No hay palabras para describir sus sentimientos, si existieran las lágrimas espirituales él hubiera llorado de la emoción.

Había conseguido llegar hasta a ese lugar después de meses vagando por la ciudad, casi desesperanzado y confundido. Y ahora al contemplarse recostado en ese lecho con cables conectados a su cuerpo, no sabía qué hacer para volver a entrar en él y despertar de esa larga pesadilla. Cómo regresar finalmente a su extraviada vida después de ser un alma errante y sin destino por tanto tiempo.

Su mente se encontraba cautiva en la distancia, sólo podía verse sin llegar a descubrir sus olvidados pensamientos. No tenía ningún recuerdo de su vida anterior, no sabía si era buena o mala, o si realmente le gustaría estar de vuelta en esa realidad. Tan distante estaba en su camino que nunca había pensado realmente en quién era él. De dónde venía y hacia dónde iba en su vida. ¿Era necesario volver? ¿Estaba seguro de que eso era lo mejor en su vida?

La respuesta estaba en su interior, lo único que deseaba era poder recobrar el tiempo perdido. Recobrar lo que le pertenecía, fuera bueno o malo, ese cuerpo le pertenecía y quería recuperar su lugar en el otro mundo, en el mundo de los vivos.

Tras largos minutos de meditar en las tinieblas, salió de la habitación y recorrió los largos corredores para encontrar al hombre del pasillo. Tal vez él tendría respuestas a ese enigma que comenzó a atormentarle. Caminó por varios minutos sin poder encontrarlo, tenía muy clara la situación en la que se encontraba, más que ningún día desde la primera vez que se encontró vagando informe por la ciudad.

Era primordial saber qué hacer ahora que había encontrado su cuerpo. ¿Era ese el final del camino? Recorrió de punta a punta todo el lugar hasta encontrarlo dando vueltas sin destino.

—Otro de muchos que no encontró lo que buscaba… —dijo el hombre irónicamente.

—Se equivoca —respondió el errante— encontré lo que buscaba unos pisos más arriba, pero ahora no sé qué debo hacer para volver a mi vida.

Sorprendido de la respuesta, el anciano guardó silencio un momento con la cabeza baja, tratando de recordar algo. Luego lo miró nuevamente.

—Es muy extraño que alguien consiga encontrar su cuerpo, pero cuando eso sucede el problema es decidir qué camino tomar. Este estado intermedio es de cierta forma muy cómodo. No hay dolor, ni hambre, ni es necesario dormir para continuar existiendo un día más. Por algún motivo quedamos atrapados aquí, sin estar muertos, pero tampoco vivos, la elección de volver es difícil, pero es sólo tuya.

— ¿Pero cómo consigo regresar a mi cuerpo? —fue la réplica inmediata.

—Algo te mantiene atado a la vida y no te deja partir, algo muy importante. Debes encontrar esa respuesta y decidir si es motivo suficiente para quedarse, para volver con los tuyos a tu vida o finalmente dejarla ir y resignarte a partir. Sé que no es fácil, pero hasta que no sepas esa respuesta seguirás aquí, perdido en este fantasmal lugar…

—Yo aún estoy en esa disyuntiva —prosiguió el anciano— si alguien entrara a mi habitación a visitarme, si alguien me extrañara, quizás volvería y tomaría mi decisión. Pero hasta hoy nunca nadie ha venido a verme. Quiero pensar que tengo una familia que me ha buscado en todos lados, pero nadie sabe que estoy aquí. Pero permanezco cerca, solo y esperanzado de algo que quizás nunca suceda, en algún momento desconectarán esa máquina y no seré nada.

Tras esas palabras duras pero muy sinceras el hombre volvió a la habitación donde yacía su cuerpo. La claridad del amanecer se hacía presente a través de las ventanas. El sol lentamente comenzaba a despertar y las luces de la ciudad se apagaban como la caída de un dominó.

Él esperó varias horas en la habitación contemplando las calles cercanas y observando la habitación a la luz del día. Comenzó a fijarse en las fotos que había cerca de la cama. Un retrato con sus dos hijas y su esposa o al menos eso es lo que él creía, ya que aún no tenía ningún recuerdo en su memoria.

Las horas pasaban rápido sin que él quisiera alejarse de la habitación. El sol ya estaba en su punto más alto y sus cálidos rayos entraban por la ventana; aún cuando él no los pudiera sentir.

En ese momento, de frente a él, entraron al cuarto las dos pequeñas de la foto, acompañadas de cerca por su madre. Eran dos niñas encantadoras, muy risueñas y hermosas, más hermosas que en el retrato. Ellas se arrimaron a la cama para besarlo, una a cada lado, apretadamente. Al contemplar esa escena le dieron ganas de poder sentir esos besos en su piel, de poder palpar el calor de las niñas y tener la facultad recíproca de besarlas también.

Luego se acercó la mujer y acarició su cara.

—Hola amor, vinimos más temprano hoy. Las niñas te trajeron unos dibujos que hicieron para ti y luego saldrán con los abuelos, así que pasarán el resto de la tarde con tus padres, pero yo estaré aquí para cuidarte.

Un toque de melancolía, más bien amargura se dejó sentir en su voz y luego calló para esconder las lágrimas que estuvieron al borde de caer. Evidentemente ella no quería llorar delante de las niñas.

—Vayan con los abuelos —dijo apretando nuevamente la voz.

Sus hijas se despidieron con muchos besos, dejándola sola en la habitación por un momento. Ella tomó su mano firme y delicadamente, le besó los labios y acercando una silla suavemente le dijo:

—Todo ha sido tan difícil estas últimas semanas… —su voz se apretó unos instantes— Los médicos dicen que han comenzado a haber complicaciones… Si todo continúa decayendo pronto tu situación será irreversible y que deberemos decidir si mantenerte conectado o no. Pero yo no pierdo la esperanza de que vuelvas a nuestras vidas… —hizo una pausa con los ojos llenos de lágrimas— no pierdo las esperanzas de que todo sea sólo un sueño para ti, porque para nosotros se ha convertido en una pesadilla.

Ella apretó su mano, secó las lágrimas de su cara y lo besó otra vez en los labios, recostando luego su cabeza en su pecho, mientras las lágrimas volvían a brotar como cascadas. Una electrizante sensación comenzó a incrementarse en él, lentamente comenzó a sentir una cercanía tan fuerte con la mujer, que comprendió el gran amor que debe haber sentido por ella y sus hijas.

Ahora estaba claro lo que él quería hacer; tenía que encontrar la manera de concretar ese ansiado retorno y volver a estar con su familia. Salió de la habitación para encontrar al anciano y le contó lo sucedido con lujo de detalles esperando una sabia respuesta.

—La verdad es que conozco sólo en teoría lo que debes hacer, pero obviamente nunca lo he intentado ya que a diferencia de ti, yo no he encontrado mis respuestas… Recuéstate al costado de tu cuerpo —prosiguió el anciano— y sólo cuando sientas que estás listo para regresar, gírate sobre él para estar nuevamente unido y completo. Si no resulta la primera vez, sigue intentándolo hasta conseguirlo.

—Muchas gracias, lo intentaré… —hizo una pausa antes de alejarse y dijo— espero que este recuerdo no se pierda al pasar nuevamente al otro lado, si lo recordara volveré a visitarle…

—Sé que te irá bien en tu viaje de regreso, suerte y adiós.

Ese adiós sonó triste, seguramente el anciano sabía que no lo volvería a ver nuevamente. Muchos habían cruzado esas paredes y los mismos se habían ido por donde vinieron, de vuelta a las calles solitarias. Pasaría tiempo hasta que volviera a toparse con otra alma errante buscando las mismas respuestas, con la misma incertidumbre. Lo extraño fue despedirse de él sin poder abrazarlo o sin estrechar su mano. Sólo esperaba que sus consejos le ayudaran y poder retribuirle alguna vez su ayuda.

De vuelta en la habitación, la mujer permanecía sentada a su lado leyendo y haciéndole compañía. Él se recostó al costado de la cama y esperó un instante hasta sentir que estaba listo para volver. Luego de un primer intento fallido, volvió a repetir la acción casi una docena de veces. No entendía por qué no estaba resultando.

—Quizás el modo de hacerlo es diferente para cada uno.

Se levantó nuevamente y comenzó a dar vueltas por la habitación, miraba los ojos de la mujer mientras leía. Pero no tenía ningún recuerdo vivo de ella, ni siquiera recordaba su nombre. Poco a poco dejó de lado su afán apresurado por retornar tan y se concentró en traer de vuelta a su memoria el nombre de su amada esposa. Si habría de volver al menos debía recordar al lado de quien. Los minutos pasaron, pero el tiempo parecía detenerse en la habitación, hasta que desde lo más lejano una fugaz palabra nació en su recuerdo.

—Angélica… su nombre es Angélica…

Al instante su informe cuerpo comenzó a flotar sin poder controlarlo, la habitación se oscurecía a plena luz del día. Su conciencia cayó en unas sombras impenetrables. Luego las tinieblas comenzaron a transformarse en un blanco luminoso que lentamente comenzó a inundar su entorno. Ya no había paredes, ni habitación ni nada a su alrededor; sólo estaba él y el infinito luminoso.

Una sensación de vértigo lo invadió y sentía su ser descender de manera muy rápida pero sólo había luz a su alrededor. De pronto esas sensaciones cesaron y quedó sumergido en una total oscuridad, mientras una paz absoluta llenaba su ser. A lo lejos escuchaba sonidos y susurros de voces a su alrededor. Lentamente y con dificultad sus ojos comenzaban a ver una la luz que lo encandilaba. Las siluetas borrosas, poco a poco iban tomando forma, mientras sus fatigados párpados se resistían a abrirse por completo. Finalmente sus ojos se abrieron hasta conseguir ver con claridad la cara de su amada esposa, que permanecía de pié frente a su cama. A su lado estaban las enfermeras revisando los aparatos a los que él estaba conectado.

Ella lo abrazó y lo besó con una alegría inmensa, las lágrimas en sus ojos evidenciaban lo sufrido y esperado de ese retorno. Después de tanta espera, de tanto buscar las respuestas, al fin encontraba de regreso. Su mente había retenido cada uno de los recuerdos de su fantasmal viaje y se sentía en deuda con aquel hombre que lo ayudó a volver a su realidad.

Al pasar los días y con más fuerzas para incorporarse, les pidió a su esposa y a la enfermera, que lo sentaran en una silla de ruedas y lo llevaran abajo a visitar a un hombre que estaba postrado al igual que él hasta hace unos días. Guardó en secreto que él había sido quien lo ayudó en su retorno, ya que nadie realmente comprendería sus palabras. Entraron en la habitación 202, él se acercó a su cama, tomó su mano y le dijo:

—Sé que buscabas algún motivo para regresar, sólo te puedo decir, que aunque no lo encuentres aún, vale la pena estar acá de vuelta. Espero que me estés escuchando en este momento y que tomes la decisión correcta. Siempre estarás en mis recuerdos, adiós amigo donde quiera que estés y gracias por ayudarme a volver a casa.


“La amistad puede ser tan fuerte como el amor, no importa el tiempo que eres amigo de alguien, sino como esa persona influyó en tu vida.”



Publicación reeditada 2013


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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