miércoles, 28 de marzo de 2012

NIEBLA EN EL CAMINO


NIEBLA EN EL CAMINO


A veces la vida rutinaria nos lleva a pensar que los caminos que día a día recorremos tendrán el mismo destino una y otra vez. Pero un instante en la vida puede cambiar el futuro, así como un acontecimiento insignificante puede llegar a definir el curso de una guerra. Nadie conoce lo que depara el futuro y ése es el misterio más emocionante de vivir la vida. Pero ese no era el pensamiento de Ignacio, él siempre daba por hecho que las cosas sucedían porque tenemos el control sobre nuestras vidas. Que si nos ceñimos a las reglas de nuestras acciones, somos capaces de manejar todas las variantes incluso los imprevistos. Una noche descubrió que estaba equivocado.

Mientras conducía su auto, la brisa fresca de la primavera le permitía llevar las ventanas abiertas y disfrutar de la velocidad en esa apacible noche estrellada. La carretera estaba sin mucho tránsito y las ganas increíbles de ver a Lorena lo llevaban a acelerar lo más que podía para estar pronto a su lado.

Los momentos junto a ella eran perfectos y prefería pasar la noche en su compañía que hacer cualquier otra cosa. En su mundo calculador y equilibrado, ella era un cohete al espacio que lo llevaba por viajes de locura. Con ella dejaba de lado su rutina y podía romper las reglas que había establecido. Aunque no dejaría su libertad por estar con una mujer por mucho que la amara.

Sólo una hora de viaje lo separaba de su destino. Una hora más de camino antes de disfrutar de su compañía. Pero mientras avanzaba a la distancia vio un cúmulo blanquecino que formaba una línea en el horizonte. Poco a poco parecía acercarse a una muralla pálida e informe que atravesaba el camino. Una niebla delgada y sutil al principio, se hacía presente alrededor. De improviso esa sutileza inicial se volvió poco a poco tan densa como una mota de algodón.

La brisa húmeda golpeaba su cara mojando su piel y obligándolo a cerrar las ventanas del vehículo. No podía ver con claridad a más de diez metros de distancia, las luces frontales dibujaban sus rayos a través del aire contra esa muralla blanca, mientras el pavimento se volvía cada vez más jabonoso y la humedad mojaba el parabrisas como si estuviera lloviendo. Como Ignacio conocía muy bien ese camino decidió seguir conduciendo sin reducir la velocidad, no quería retrasarse esa noche tan especial. Si había algo que lo caracterizaba era su exagerada puntualidad y no permitiría que nada estropeara esa reputación bien ganada. Además él era un convencido que no hay excusas en la vida para llegar atrasado y que siempre es posible revertir cualquier adversidad.

Tomó el carril izquierdo de la carretera y uno a uno dejaba atrás los autos que venían a menor velocidad por su derecha. Las luces pálidas parecían detenidas en el espacio, mientras él continuaba su viaje. Las condiciones no eran para nada favorables, así que mantenía la mayor concentración posible en las luces y en las líneas de la carretera. Cada kilómetro que avanzaba se hacía interminable, a pesar que conocía de memoria cada una de las curvas, las salidas y las entradas del camino. Pero conducir con esa niebla era casi como manejar a ciegas.

Después de varios kilómetros, le pareció llegar a la salida lateral que lo conduciría directamente a la casa de Lorena. Señalizó hacia la derecha, reduciendo levemente la velocidad y tomando la curva con mucha cautela. Desde ese punto ya no faltaba más de media hora de viaje a su destino. Pero la niebla se intensificó bastante al salir de la carretera, seguramente a causa de la humedad del bosque que cercaba el camino lateral.

Ignacio mantuvo la velocidad del vehículo por algún tramo, pero lo que menos esperaba sucedió. Un animal, posiblemente un potrillo o un asno raquítico, cruzó en medio del camino por la pista derecha. En una reacción felina, desvió el auto hacia un costado eludiendo al despistado animal, ni siquiera tuvo tiempo de hacer sonar la bocina, sólo sujetó el volante con ambas manos y maniobró.

Pero al querer volver nuevamente a su carril, el auto se deslizó de cola por el pavimento resbaladizo. El vehículo bajó a la berma izquierda y se fue de frente contra un banco de arena al costado opuesto del camino. La velocidad que llevaba y lo compacta de la arena húmeda, hicieron que el vehículo subiera la pequeña pendiente y se elevara más de un metro por sobre la alambrada, cayendo por una ladera hasta parar en unos arbustos a seis metros más abajo, fuera del camino.

La bolsa de aire explotó en su cara y su cabeza quedó pegada a la tela por unos segundos. Sus brazos habían soltado el volante, buscando hacia delante algo sólido a lo que aferrarse, afortunadamente sin encontrar nada o se hubieran partido con la violencia del choque. La brisa húmeda dejaba caer su rocío en el parabrisa mientras las luces del vehículo se perdían contra un banco blanquecino y pálido de niebla. Ignacio descendió del auto lentamente, una vez que se quitó de encima el aturdimiento del golpe; se encontraba absolutamente atascado y sin la posibilidad de volver a subir el auto al camino.

Poco a poco la adrenalina y la conmoción bajaban de intensidad y aparecían los primeros dolores posteriores al accidente. Sus brazos temblaban, su pecho ardía por el golpe con el cinturón, sus piernas parecían como de lana y se doblaban levemente al caminar. Pero afortunadamente no tenía heridas visibles. Lo que más lamentaba, sin embargo, era que ahora tendría que caminar largas horas hasta llegar a su destino.

Intentó llamar desde su celular a Lorena, pero fue imposible comunicarse con ella o con cualquier otro número, seguramente la distancia del camino bloqueaba la señal del aparato. Sacó de la guantera una linterna mediana, cerró bien las puertas del auto y subió la ladera hasta volver a la ruta desde donde había caído, pero el indicador en el visor del teléfono seguía mostrando sin señal. Resignadamente comenzó a caminar sin saber cuanto exactamente le tomaría llegar a la casa de Lorena o a algún lugar donde poder pedir ayuda.

Eran un poco menos de las once de la noche, la oscuridad impenetrable del bosque se veía perturbada por los cúmulos blanquecinos y húmedos que lo rodeaban. La luz de la linterna apenas sobrevivía unos pocos metros hasta encontrarse con la enorme muralla de niebla. Las gotas de agua bajaban copiosamente desde su pelo hasta mojar su cara y su ropa. El frío de la brisa húmeda golpeaba sus oídos y su cara. A cada paso que daba se sentía más empapado y perdido. Al menos caminar era mejor que quedarse allí sentado en el auto, atascado en ese lugar y fuera de la vista de cualquiera que pasara por esa poco transitada ruta.

Mientras avanzaba, insistía en llamar por su teléfono a quien fuera; pero no conseguía señal para comunicarse. La carretera estaba vacía y el bosque parecía dormido. Hasta podía escuchar el sonido de sus pasos en la soledad. Los helechos al borde de la berma se mecían suavemente por la brisa y los árboles del bosque se desdibujaban como sombras informes perdidos en la distancia.

Su cuerpo estaba totalmente mojado por la bruma y sus manos congeladas de frío y humedad. Dentro de su mundo perfecto, no había considerado que esa noche mantener una chaqueta más gruesa en el auto, le hubiera sido de gran utilidad.

Caminó varios minutos hasta llegar a un pequeño puente sobre el estero. El murmullo del agua se dejaba oír claro cortando el silencio de la noche. Sin hacer pausas, recorrió los cincuenta metros que tenía el puente de un extremo a otro. Pero al llegar a la otra orilla todo era diferente a lo que recordaba; nada tenía el mismo aspecto. Los árboles que se recortaban entre la bruma eran distintos, parecían más altos y densos. La berma parecía desaparecer entre los helechos de la orilla y el costado del camino estaba más cerca y más denso de lo que recordaba. Cada detalle a su alrededor parecía un paraje totalmente desconocido y extraño.

Pensó por un momento que de tanto recorrer esa ruta en auto, quizás había olvidado como era realmente todo el entorno, pero aún así se sentía confundido. Siguió avanzando hasta que el camino pavimentado se acabó completamente. Poco a poco la ruta se convertía en un pequeño sendero rodeado del espesor del bosque. Ignacio sabía perfectamente que después del puente el camino continuaba por varios kilómetros más, así que la única explicación era que se había desviado al salir de la carretera.

—Seguramente salí por un desvío muy parecido al que debía tomar —pensó.

Continuó caminando hasta llegar a una zona donde el sendero se dividía en dos. No había duda que ese no era el camino correcto y debía regresar. Se giró en ciento ochenta grados y caminó de vuelta por el sendero mientras intentaba recordar cual había sido la salida lateral que lo había traído hasta allí. Las siluetas de los árboles se estrechaban en el camino, el bosque se cerraba poco a poco; y por más que caminaba no conseguía volver al puente. Finalmente después de varios minutos de agotadora caminata llegó otra vez a la zona donde el sendero se dividía en dos.

Su corazón entró en pánico, todo parecía tan confuso y escalofriante. Era imposible que caminara en círculo nuevamente hasta la bifurcación. Lo que estuviera pasando parecía muy sobrenatural y la niebla cubría todo alrededor con su manto blanquecino, denso e infranqueable.

No eran más de las doce de la noche y quedarse atrapado en esos desolados parajes era totalmente impensable. A medida que los minutos pasaban la situación iba de mal en peor. El viento comenzaba a mecer los árboles y la ventisca traía consigo susurros de voces en la penumbra. Pensando que eran personas que caminaban cerca, Ignacio comenzó a gritar por ayuda, pero sus palabras hacían eco en el espeso bosque. Nadie respondía a sus gritos aunque los susurros permanecían en la inmensidad de la niebla.

El silbido del viento rozaba sus oídos y el frío quemaba sus ojos y su piel. La niebla se hacía tan densa que apenas podía ver sus pies. Poco a poco se sumergía en un torbellino blanco, la espesura era más y más. La vegetación lentamente le ganaba terreno al sendero, hasta que sin darse cuenta, comenzó a caminar sobre la hierba húmeda. Ya casi no veía donde pisaba y sus pasos ligeros y descuidados tropezaron con unas raíces haciéndolo caer hacia el costado del camino. Su cuerpo golpeó contra unas enormes piedras y comenzó a caer por una ladera. Rodaba sin parar. Incontables veces intentó sujetarse de ramas, rocas salientes, de lo que fuera; pero nada detenía su descenso.

La caída se volvía cada vez más vertiginosa, ya no sentía sus manos, ni sus piernas mientras daba vueltas. No supo cuantos metros cayó, hasta rebotar por última vez contra una pared de tierra, el golpe lo aturdió dejándolo desmayado por largos minutos.

La noche avanzaba lentamente, las estrellas tintineaban a la distancia por sobre la densa niebla que se mantenía alrededor. Ignacio escuchaba a lo lejos un sonido peculiar como el crujido de las papas fritas. Sin noción del tiempo que había transcurrido, comenzó a abrir los ojos poco a poco. Frente a él una fogata iluminaba la cueva húmeda y mal oliente donde me encontraba. Sus párpados dejaron su ocioso estado pasivo y se abrieron completamente a la luz radiante del fuego que lo alumbraba.

Ignacio vio desde el suelo los pies de alguien que se encontraba frente a él, al otro lado del fuego. Recorrió con la mirada desde los pies hasta la cara sin hacer ningún movimiento brusco. El hombre llevaba unos zapatos negros polvorientos pero elegantes. Más arriba el manchado pantalón de tela se plegaba a la altura de las rodillas. Finalmente una camisa celeste a rayas cerraba la silueta del extraño personaje que lo miraba fijamente, como queriendo preguntar algo, pero sin poder encontrar las palabras para hacerlo. Ignacio se sobresaltó y se incorporó levemente quedando sentado con la espalda pegada a la pared de la caverna.

— ¿Dónde estoy? —fue su primera pregunta.

El hombre levantó la cabeza y sonrió diciendo:

—Eso quisiera saber yo también… Hace varias horas que estoy aquí dando vueltas y vueltas recorriéndolo todo en todas direcciones, pero con esa niebla tan densa no he podido encontrar el camino y finalmente decidí buscar refugio en esta cueva… Hacía pocos minutos que había encendido el fuego, cuando sentí tu escandalosa caída unos metros más allá. Al verte ahí tendido primero pensé que habías muerto, luego al asegurarme que estabas vivo y que no tenías nada roto, te traje aquí.

—Gracias —respondió Ignacio sintiendo el intenso dolor en la espalda, piernas y manos— es increíble que no tenga más que rasguños y golpes.

El hombre bajó la mirada esbozando una sonrisa mientras con una vara de madera atizaba el fuego. Su vista se quedaba perdida en algún lugar fijo entre las llamas y las cenizas. Hasta que levantó nuevamente la cabeza mirando hacia la entrada de la cueva y diciendo.

—Al menos ya somos dos los atrapados en este lugar.

Ignacio se puso en pié totalmente adolorido sus brazos estaban magullados y su ropa cubierta de tierra y manchas verdes por el roce con la hierba. Mientras hablaba se llevó la mano a los bolsillos, encontró las llaves del auto, las pocas monedas que cargaba, pero no pudo encontrar su teléfono. Aún se sentía conmocionado y miró su reloj para saber qué hora era.

—Las tres de la mañana —dijo con sorpresa.

—Parece que los minutos no avanzan y esa niebla maldita sigue cubriéndolo todo en todas direcciones —dijo el hombre mirando el fuego nuevamente.

Tras conversar algunos minutos, decidieron buscar una solución para salir de ese lugar. El hombre le mostró con simples dibujos en la tierra, los posibles lugares que ya había recorrido antes de encontrar esa cueva. En realidad no estaba seguro completamente de las distancias que había caminado a causa de la densidad de la niebla que le impedía ver el entorno con detalles. Por eso prefirió encender el fuego, resignado a pasar la noche allí.

Pero el hombre no había subido hacia el sendero por el cual Ignacio había caído, así que esperaba a que él despertara para recorrer juntos ese camino. Apagaron el fuego y se encaminaron en medio de la oscuridad hasta el lugar donde Ignacio cayó. La pendiente era complicada y la poca visibilidad les dificultaba aún más desplazarse cuesta arriba. Sólo tenían la tenue luz del celular del hombre que les alumbraba a pocos centímetros de sus pies. Uniendo los cinturones y amarrando sus camisetas, improvisaron una cuerda y comenzaron a subir lentamente. La hierba verde y húmeda hacía que el suelo estuviera resbaladizo, mientras las protuberantes raíces les impedían encontrar piso firme donde apoyar los pies.

A lo lejos vieron un punto luminoso que parecía perderse en la espesura del bosque, ambos comenzaron a gritar por ayuda, pero la luz se mantenía inmóvil, escondida de cuando en vez por el mecer de la hierba. A medida que subían sus torsos desnudos y mojados comenzaron a sentir el frío intenso de la noche. A cada paso dudaban más si esa aventura era el camino correcto para salvar la noche. Al menos sabían que abajo había una amplia cueva que los podía cobijar el resto de la noche hasta que volviera la claridad, si decidían volver.

El punto luminoso se encontraba cada vez más cerca, hasta que Ignacio fue el primero en llegar a él. Estiró la mano y se dio cuenta que era su linterna que había sobrevivido a la larga caída. Ignacio esbozó una sonrisa y se levantó optimista mostrándole la linterna al hombre, él no había perdido las esperanzas de que todo fuera mejor. Aunque a la luz de todo lo sucedido habían sido horas interminables y agotadoras. Luego prosiguieron su dificultoso ascenso, mientras Ignacio no despegaba los ojos del suelo buscando en todas direcciones su teléfono perdido. Después de mucho esfuerzo lograron llegar hasta el borde superior de la quebrada.

Descansaron unos minutos para recuperar el aliento y las fuerzas. Volvieron a colocarse las arrugadas y sucias camisetas para abrigar sus torsos. La niebla era persistente y no menguaba con el pasar de las horas. Todo estaba húmedo y las siluetas oscuras del bosque se desdibujaban a la distancia tras ese velo grisáceo.

—Por ese camino llegué hasta aquí —dijo Ignacio señalando a su derecha.

—Creo que esa es la dirección que yo traía también —respondió el hombre algo desorientado— pero yo bajé en algún lado del sendero hasta llegar a la orilla del río, luego perdí el rumbo y comencé a oír ruidos extraños. Parecían como animales salvajes merodeando, así que intenté volver al camino sin conseguirlo. Después de muchas vueltas encontré esa cueva y decidí esperar allí el amanecer para reanudar mi búsqueda con la luz del sol.

Luego de decidir la dirección que tomarían y esperando que los llevara a sus destinos, cruzaron el bosque intentando encontrar el sendero nuevamente. Finalmente llegaron otra vez a la bifurcación donde el camino se dividía en dos.

—Esto lo recuerdo bien —dijo Ignacio— por ese camino venía y hacía allá debería estar el puente y unos kilómetros más allá la salida a la carretera.

El hombre siguió los pasos de Ignacio sin cuestionar la dirección que habían de tomar, después de todo era más fácil devolverse que intentar descubrir otra ruta. Ya eran las cuatro de la madrugada y aún faltaban varias horas para el amanecer. El camino se ampliaba frente a ellos dejando ver nuevamente la berma y los helechos a un lado del camino.

Poco a poco la ruta se dibujaba hasta llevarlos directo al puente. Ambos recordaban haber llegado allí de distintas maneras, pero los dos coincidían en que después de haber recorrido esos cincuenta metros, todo frente a sus ojos se transformó. Mientras avanzaban por la vieja estructura se escuchaban susurros escalofriantes y guturales que se unían al crujir de la madera.

—Debe ser el viento o el agua del río —dijo el hombre.

Ignacio guardó silencio. La niebla parecía formar siluetas oscuras e imágenes difusas frente a sus ojos. Pronto lo que creían ser producto de su imaginación se convirtió en una realidad compartida.

— ¿Ves esas sombras en la orilla? —preguntó Ignacio con tono temeroso.

—Si las veo, pero pensé que eran ideas mías.

Formas similares a espectros con rostros desdibujados y cuerpos oscuros comenzaron a aparecer alrededor del puente, a ambos lados. Parecían acercarse cada vez más, mientras los sonidos guturales comenzaban a escucharse nuevamente rompiendo el silencio del bosque.

— ¡Corre! —gritó Ignacio envuelto en pánico.

 Y sin pensarlo dos veces ambos emprendieron una desenfrenada carrera. Los susurros a su alrededor se hacían más fuertes a cada paso y las imágenes cada vez más nítidas se acercaban hacia ellos. Pasado la mitad del puente y producto de la desesperación, el hombre tropezó hacia delante golpeando la espalda de Ignacio y ambos cayeron al suelo.

La brisa cada vez más fuerte envolvía sus cuerpos con el rocío de la niebla, desde el suelo sólo veían un muro gris que los rodeaba. Ni siquiera podían ver el extremo del puente en la distancia y las sombras oscuras y espectrales se acercaban cada vez más. Ambos estaban pegados al piso, petrificados de miedo. Los dos hicieron un esfuerzo sobrehumano para incorporarse y seguir huyendo. Las piernas les flaqueaban y a los pocos metros de avanzar, el hombre cayó al suelo nuevamente.

— ¡Ayúdame! —gritó desde el suelo.

El golpe sordo y los gritos desesperados, alertaron a Ignacio; el cual se detuvo y regresó a ayudarlo. Una de las figuras tomó de las piernas del hombre y comenzó a arrastrarlo. Ignacio lo sujetó de las manos con todas sus fuerzas, pero sentía que no era suficiente. Inclinando todo el peso de su cuerpo hacia atrás e intentando anclar sus pies al suelo, sentía la fuerza con que la oscura silueta jalaba de ambos.

Pronto eran dos las figuras que lo sujetaban y luego tres, ya no podía sostenerlo por más tiempo. La humedad hacía que sus manos se resbalaran y sus pies se desplazaban varios centímetros con cada jalada de las sombras. Ignacio sintió como uno de los espectros lo tomaba del brazo a él también e instintivamente soltó al hombre intentando liberarse de las garras que lo sujetaban. Tristemente vio como el sujeto era llevado hasta internarse en lo profundo del bosque. Sus gritos de horror se apagaban en la inmensidad de las sombras.

Aterrado, con los latidos a mil y la adrenalina fluyendo por sus venas, se incorporó y siguió corriendo hasta pasar los límites del puente. Continuó corriendo hasta que el aliento y las fuerzas le faltaron y finalmente se desplomó en el suelo húmedo y barroso del camino. Sabía que no debía detenerse hasta que estuviera totalmente a salvo, cuando eso sucediera recién podría volver en busca del hombre que lo acompañaba.

Se incorporó nuevamente y corrió mucho más hasta alcanzar la calle principal, allí se dio cuenta que la salida que había tomado estaba muchos kilómetros antes del camino que lo conducía a casa de Lorena. La noche ya se iba, la bruma se levantaba dejando paso a la cálida brisa de la primavera y él se sentó al borde de la carretera. El cielo comenzaba a aclarar, aunque pasaron largos minutos antes que un vehículo se detuviera para ayudarlo.

— ¿Qué le sucedió? —preguntó el conductor al verlo lleno de barro y herido.

Ignacio sabía bien que nadie lo ayudaría si contaba lo que realmente había sucedido en el bosque esa noche.

—Tuve un accidente en mi auto unos kilómetros más allá —respondió señalando el camino que se adentraba en el bosque. Le agradecería si me presta su celular para hacer un par de llamadas.

El sujeto accedió y al fin Ignacio pudo contactar a Lorena que lo había estado llamando toda la noche preocupada por su desaparición. Sin dar muchos detalles, él le indicó dónde se encontraba para que lo fuese a buscar. Al principio estaba molesta e incrédula, pero al oír lo del accidente y conociendo que él no inventaría excusas de ese tipo, Lorena accedió a ir por él.

A los minutos después llegó en su auto a ese lugar y al verlo una risa nerviosa se apoderó de ella, él estaba cubierto de barro con el semblante notoriamente cansado y varias heridas en los brazos y en la cara. Ella lo llevó a su casa mientras le preguntaba detalles de lo sucedido aquella noche. Ignacio le contó sólo en parte lo sucedido, sin poder sacarse las imágenes aterradoras que rondaban su memoria y los sonidos fantasmales que hacían eco en su mente. Él sólo quería darse una ducha caliente, cambiarse la ropa y dejar atrás todo mal recuerdo.

Durante ese día y sin la espesa neblina de la noche anterior, ambos volvieron con una grúa para intentar recoger el auto accidentado. Era increíble ver como el vehículo había saltado la cerca y caído tantos metros por la ladera sin volcarse. Tan difícil era el acceso que a la gente de la grúa le tomaría mucho tiempo y esfuerzo sacarlo de donde se encontraba.

Aprovechando eso Ignacio invitó a Lorena a dar un paseo por los alrededores. Él tenía una idea fija en la mente, encontrar pistas del paradero de aquel hombre perdido. Pero a cada paso que daba no lograba encontrar indicios de lo sucedido esa noche. El sol iluminaba todo alrededor y no había huellas visibles en la tierra húmeda.

Juntos recorrieron todo el sendero hasta llegar al puente y aunque avanzaron mucho una vez que lo atravesaron, nunca llegaron a la bifurcación en el camino. Por más que Ignacio buscaba incansablemente por la orilla del sendero, tampoco pudo dar con la ladera por donde cayó.

— ¿Qué buscas? —preguntó Lorena al darse cuenta de su actitud.

Algo había sucedido en su interior, algo que le hizo darse cuenta que si respondía esa simple pregunta, estaría obligado a relatarle todo lo sucedido. Tenía un nudo en la garganta de pensar que jamás podría decirlo, que toda esa experiencia increíble debía callarla para siempre, pero nunca olvidarla. Que no podría sacar de sus oídos esos susurros fantasmales, ni apartar de su mente la cara del hombre perdiéndose en la espesa niebla. El terror de lo vivido se apoderó de él nuevamente y sin poder soportar más la presión de los recuerdos Ignacio cayó al suelo de rodillas.

Lorena corrió a ayudarlo, pero él la abrazó fuertemente de la cintura. Él temblaba por completo y sin darle más vueltas al asunto, le contó los detalles de todo lo vivido esa noche de terror. Cómo se extravió en el camino y al hombre que conoció durante la madrugada; también lo acontecido en el puente y cómo logró escapar de allí.

Lorena estaba estupefacta, sabía muy bien que él era incapaz de inventar algo semejante. Su pensamiento racional y calculador siempre tenía una respuesta para todo y ahora lo veía ahí aterrado y desorientado.

—No hay nada que tú puedas hacer —le dijo ella con voz suave y sujetando su mano.

En ese momento Ignacio se dio cuenta que algunas cosas habían cambiado radicalmente en su interior. Comprendió que los azares de la vida no siempre son situaciones de la que se puede escapar. Que a pesar de lo que él pensaba de las relaciones, había encontrado en Lorena alguien que lo conocía y que creía ciegamente en él. Ese era el inicio de una nueva forma de ver la vida para él.

Mucho más aliviado decidieron volver y dejar atrás todo lo sucedido. Al llegar nuevamente  al puente junto al bosque, a Ignacio le pareció escuchar un grito apagado en la inmensidad de las siluetas pidiendo ayuda. No supo si Lorena lo había oído también o si eran sólo ideas de él, pero su corazón se aceleró al recorrer esos cincuenta metros. En su mente aún escuchaba los susurros de aquella madrugada y en su recuerdo llevaba la cara aterrada del hombre mientras las sombras que los rodearon, se lo llevaban en la espesa niebla del bosque.


Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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sábado, 17 de marzo de 2012

TEATRO DEL TERROR



TEATRO DEL TERROR



El día había llegado, el momento esperado por todo actor debutante se acercaba más y más. Tras horas y días de arduo ensayo, el fruto a su esfuerzo sería expuesto frente a su primer público formal. Era la culminación de un proceso de aprendizaje y el inicio de una trayectoria sobre las tablas, como se le dice al teatro. La noche anterior no había sido una compañera agradable, los nervios le habían impedido dormir bien. Una y otra vez pasaban los textos por su cabeza recordando los parlamentos y las escenas de la obra.

Después de levantarse, desayunó como de costumbre e intentó hacer del día un momento pasajero. Mientras más cosas hiciera durante el día, más despreocupado se sentiría y podría darle descanso a su cabeza. La hora del almuerzo llegó rápido, pero casi no tenía hambre. Sólo hizo de ese instante una acción rutinaria y pasajera. El cansancio de una noche de mal dormir lo venció tras la liviana comida y decidió tomar una siesta. Colocó la alarma del reloj; un par de horas sería suficiente para recobrar fuerzas.

Después de algunas horas despertó sobresaltado sin recordar lo que estaba soñando, ya que para él fue como si hubiera cerrado los ojos sólo por unos minutos. Había dormido agotado, profunda y placenteramente. Pero despertó con su cuerpo helado, sus manos estaban agarrotadas y sus pies parecían de piedra. Apenas mantenía el calor como si hubiera sido envuelto en un manto de nieve.

A esa altura de nada le serviría arroparse y dormir unos minutos más, así que decidió dejar su lecho y tomar una ducha caliente. El agua tibia cayó por su cabeza masajeando su cuero cabelludo y causando unas agradables cosquillas a medida que recorría todo su cuerpo. En la medida que el agua caía sobre él, se llevaba sus preocupaciones y le permitía parafrasear sus diálogos bajo una cascada de agua tibia.

Las últimas horas pasaron muy rápido y sin darse cuenta ya se encontraba en el camerino a la espera de que pasaran los últimos minutos antes de subir al escenario. Sus manos se mantenían heladas, seguramente por los nervios. Al rato Alejandra, una de las actrices, entraba al camerino; venía muy acelerada y atrasada, pero afortunadamente ella no entraba al escenario hasta el segundo acto.

— ¿Nervioso? —le preguntó ella mientras se cambiaba de ropa.

Víctor sólo asintió con la cabeza intentando no pensar en todo lo que venía.

—No hay como la primera vez en el escenario, este será un día que recordarás toda la vida —le dijo ella con entusiasmo— mira yo, ya llevó siete años haciendo esto y nunca olvidaré mi debut, fue una de las noches más maravillosas de mi carrera. Pero no estés más nervioso de lo normal, todo saldrá bien. Sólo sube y disfruta estar ahí.

Víctor esbozó una sonrisa y a medida que lo nervios pasaban, poco a poco comenzó a sentir que el calor retornaba a su cuerpo. El coordinador de la obra se asomó a los camerinos para indicarles que comenzarían en cinco minutos. Ya estaban listos para dar inicio a la obra, las luces comenzaron a bajar y todos los actores se colocaron en sus ubicaciones tras el telón. La oscuridad comenzó a reinar en el auditorio y las voces claras de la gente comenzaron a menguar hasta convertirse en un murmullo ahogado que continuaba apagándose.

Eran las nueve de la noche y finalmente se levantó el telón. Las luces iluminaron su cara, el teatro estaba lleno hasta los pasillos y los nervios habituales se hacían presentes en la piel erizando todos los pelos de su cuerpo. Respiró hondo e inició sus líneas con una voz fuerte y firme. Había otros actores en el escenario junto a él y todo salía perfectamente tal como en el ensayo general. Todo estaba sincronizado, el ambiente, la música, la iluminación, incluso el público estaba muy concentrado en la obra.

Víctor ya tenía total confianza en lo que hacía. Habían pasado veinte minutos desde el inicio, veinte minutos de entradas y salidas del escenario, cambios de luces y los matices habituales de un drama escénico. Era su turno nuevamente de abandonar el escenario, dijo las líneas finales de su personaje y tomó rumbo a la salida lateral que estaba cubierta por una cortina negra y gruesa.

Con su mano izquierda rozó la gruesa tela para abrirse paso y un estremecimiento se produjo al momento de traspasar los límites del escenario. Una sensación vacía lo invadió por completo. En un abrir y cerrar de ojos un miedo profundo se apoderó de él. Un frío extremo recorrió su cuerpo desde la cabeza a los pies y lo dejó paralizado de terror.

Tras bambalinas no había nada. No estaban los otros actores, no había tramoyas ni accesorios, todo estaba oscuro, era una pieza lúgubre y abandonada. Todo era muy confuso, sus latidos se volvían más lentos y su aliento le faltaba, por un momento pensó que se desmayaría, pero logró afirmarse del mismo telón.

Echó pié atrás y miró a través de la cortina hacia el escenario, pero no había nada, todo estaba en completa oscuridad. No había actores, ni público, ni música, sólo una lúgubre y tenue claridad que se filtraba desde algún lado, dejaba ver las siluetas de todo alrededor.

Aún incrédulo de lo que estaba viendo, Víctor corrió la cortina completamente y entró al escenario otra vez. Desde algún lado una suave luz como la claridad del día filtrándose por una ventana le permitía ver con dificultad el entorno. Estaba algo confundido, no podía ser de día, ya que sabía que al momento de subir al escenario ya había oscurecido.

A los primeros pasos que dio, tropezó con unas tablas carcomidas sobre el escenario y su pie cayó en un agujero que había en el piso. Se quedó unos segundos quieto sin dar crédito a lo que estaba viviendo. Volvió a incorporarse cuando su vista se acostumbró a la penumbra.

Miró a su alrededor y se dio cuenta que las maderas estaban deterioradas, las cortinas apolilladas, el polvo acumulado sobre el piso se levantaba a cada paso que él daba. Las butacas del público estaban destrozadas y cubiertas de un manto grisáceo. La alfombra de los pasillos estaba gastada por los años, era como si el tiempo hubiera pasado sin medida y él estuviera atrapado en un futuro lejano por muchos años.

Recorrió cada rincón del teatro buscando algún indicio de lo que estaba sucediendo en ese lugar, pero sólo encontraba ruina en todos lados. Luego se dirigió a las salidas, pero las puertas, ventanas y todos los accesos estaban bloqueados, algunos con gruesas maderas, otros con muros de ladrillos intraspasables.

En algunos muros se apreciaban viejos afiches de antiguas presentaciones. Los colores palidecidos por el tiempo y los bordes de los marcos metálicos llenos de óxido. Cada puerta que abrió en las oficinas de las boleterías resonaba con un chirrido retumbante que hacía eco en la soledad. Estaba atrapado en una dimensión olvidada por el tiempo.

Luego de largos minutos de recorrido, deambulando sin encontrar respuestas, decidió volver por donde había venido. Se encontraba a la entrada del pasillo, cuando se encendió la luz principal del escenario y un estruendo se dejó oír haciendo eco en rededor; parecían cadenas o metales golpeando el suelo justo detrás del gran telón. Su corazón se exaltó por el inesperado sonido, él se mantuvo en silencio y expectante sin moverse por unos segundos. Finalmente la luz se apagó y al mismo tiempo los ruidos dejaron de oírse, todo volvía a estar en silencio.

Sus pies parecían estar pegados al piso, no sabía si acercarse a ver lo que había tras el telón o si mantener la incógnita de lo que había sucedido. Al ver que todo se mantenía calmado, Víctor subió al segundo nivel, a la zona de palcos. Comenzó a recorrerlos uno a uno sin encontrar absolutamente nada.

Mientras recorría los pasillos, un viento frío que congelaba hasta los huesos se dejó sentir. Fue como la brisa pasajera que fluye cuando se abre una puerta en el invierno. Al llegar al palco principal, contempló la amplia vista frente al escenario, caminó hasta la baranda para mirar hacia abajo. Las butacas se dibujaban suavemente en la penumbra.

De pronto una escalofriante imagen se apareció frente a él, las luces laterales se encendieron e iluminaron la silueta de una mujer de largos cabellos, delgada y vestida con ropas como túnicas. Ella permanecía de pié en medio del escenario. Víctor sentía su cuerpo clavado al suelo, petrificado como estatua. La mujer levantó una de sus manos señalándolo y aunque no podía verle la cara, sintió su mirada sobre él. Otro estruendo se dejó oír en rededor y la silueta de la mujer se elevó más de un metro sobre el suelo. Ella comenzó a avanzar flotando sobre las tablas sin dejar de apuntarlo, las luces parpadeaban y el ruido se hacía ensordecedor. Era como un crujir de maderas, sonidos de metales golpeándose y una quebrazón de cristales todo al mismo tiempo.

Víctor se llevó las manos a lo oídos, por un instante agachó la cabeza y cerró los ojos, la luz se apagó de improviso y todo desapareció. Por unos segundos él permaneció paralizado con la cabeza agacha, afligido por la tétrica visión. Su corazón estaba envuelto en pánico, sus manos temblorosas, la boca abierta y los ojos desorbitados; estaba pálido como papel y frío como un témpano de hielo. Sólo quería cerrar los ojos nuevamente y aparecer ante el público como si nada de esto hubiera sucedido, escuchar los aplausos y ver a la gente pararse de sus asientos extasiados en una ovación; quería despertar de esa pesadilla que lo tenía cautivo sin poder regresar a la realidad.

Después de un instante recobró el aliento y comenzó a bajar por las escaleras hacia la platea, su ánimo decaía cada vez más, esa visión y ese espantoso lugar le quitaban las fuerzas, no sabía qué hacer ni cómo librarse de esa pesadilla.

Una vez más en la planta baja, miró nuevamente hacia el escenario con miedo de acercarse. Paso a paso y sigilosamente, avanzó por la desgastada alfombra, hasta llegar al borde de la tarima. Subió al escenario y después de permanecer un instante en silencio, comenzó a susurrar las líneas de su personaje. Víctor sabía todos los parlamentos de la obra, los de él y los de sus compañeros así que pronunciaba los diálogos completos para tranquilizarse. Cada palabra que pronunciaba le daba más fuerzas, así que comenzó a elevar cada vez más la voz. Algunos minutos transcurrieron, ya había sacado de su mente lo sucedido rato atrás y estaba muy concentrado en la actuación solitaria que hacía.

De pronto la entrada a la platea, que antes era un hermoso portal adornado con cortinas blancas, resplandeció en la oscuridad. El pórtico comenzó a deformarse tomando la forma de una boca con dientes afilados. La terrorífica figura daba aullidos, mientras el pasillo serpenteaba como flotando y las butacas se movían de un lado a otro. Los sonidos se intensificaban más y más; las maderas crujientes, los cristales rotos y los metales resonantes, se unían a los guturales alaridos de ultratumba.

Las luces de todo el teatro se encendían y apagaban. Víctor intentó continuar sus parlamentos entregando más de sí en cada frase, a pesar que el pánico le hacía temblar la voz y todo su ser. Frente a él la mujer de túnicas largas hacía su aparición nuevamente, flotaba por el pasillo entre las butacas y un remolino de viento apartaba todo a su paso. Un viento recio y gélido que escarchaba todo bajo su cuerpo levitante, comenzó a cubrir la sala con un manto blanco y helado.

Víctor continuaba con su rutina pero el terror se iba apoderando cada vez más de él, al ver que la fantasmal y escalofriante presencia se aproximaba, pensó que cerrando los ojos podría evitar entrar en pánico y que todo desaparecería, como había sucedido minutos antes en los palcos.

Pero el frío intenso le hizo sentir que ella estaba cada vez más cerca y que casi podría tocarla. Con la voz temblorosa intentaba con mucho esfuerzo continuar las frases de su personaje, pero su mente distraída olvidaba las palabras correctas. Finalmente abrió los ojos, para ver que ella se encontraba a no más de dos metros de él. Su corazón latía fuertemente, su garganta permaneció en silencio unos segundos apretada por el pánico.

Con un grito de espanto se echó hacia atrás preguntándole, sin pensar ni por un momento que el espectro le respondería:

— ¿Qué quieres conmigo?

— ¡Abrázame! —le respondió la mujer con una voz gutural.

Ella extendió sus brazos hacia él y Víctor aterrorizado completamente, cayó al suelo e intentaba levantarse sin poder conseguirlo. Gateaba hacia atrás intentando escapar hacia el telón. Él estaba desesperado y sus piernas no le respondían, así que rodó tras las cortinas y cayó por la tarima tras bambalinas, consiguiendo al fin tomar distancia de la mujer.

Los ruidos seguían escuchándose alrededor, la voz de la mujer hacía eco en su mente una y otra vez. Él se incorporó y recorrió el pasillo lateral que conecta los camerinos con el hall de entrada, pensando que tendría el tiempo suficiente de alejarse. Pero casi llegando a la salida, el espectro apareció frente a él parando su avance y obligándolo a volver.

Víctor ya desfallecía de la desesperación y tropezaba con todo lo que se le cruzaba a su paso; su corazón estaba agitado al máximo y la adrenalina fluía como un río. Volvió nuevamente al escenario y las luces dejaron de parpadear. Miró a todos lados sin encontrar a la mujer, giró sobre sus pies completamente y cuando pensaba que todo estaba bien, se giró hacia las butacas al tiempo que se dejó oír la voz tenebrosa.

— ¡Abrázame!

La mujer apareció repentinamente frente a él y lo sujetó con fuerza de lo brazos sin dejarlo escapar. El frío de su cuerpo lo paralizó por completo; su aliento gélido e invernal lo envolvía completamente y se dejaba sentir hasta los huesos. Víctor no podía moverse y sentía como se congelaban sus extremidades, su pecho parecía apretarse cada vez más y sus ojos se volvían muy pesados.

Él estaba envuelto en un torbellino blanquecino que le impedía ver a la distancia, como si una neblina espesa hubiera llenado el teatro y lo elevara por los aires. Lo último que vio antes de perder el conocimiento, fue la luz central del escenario que le encandilaba la vista y la silueta a contraluz de la mujer que le robaba lenta y totalmente su calor...

Desde lejos escuchaba una voz dulce que lo despertó, él se sobresaltó dando un grito de espanto. Estaba totalmente empapado en un sudor frío y sus ojos estaban llenos de miedo.

— ¿Te encuentras bien? —Preguntó Alejandra parada a su lado.

—Si —respondió él, aún consternado por todo— sólo me quedé dormido un momento… Creo que tuve una extraña y horrible pesadilla que parecía tan real... Una mujer fantasma que rondaba en el teatro me perseguía por todos lados… Su cuerpo helado congelaba todo alrededor y unas ventiscas polares la envolvían completamente…

¿Era tan helada como tus manos? —preguntó ella con una sonrisa en la boca.

Víctor miró sus dedos amoratados por el frío, intentó doblarlos pero parecían agarrotados, casi no sentía la yema de sus dedos. Se incorporó levemente y sintió un fuerte dolor en sus brazos, justo donde la mujer lo había sujetado firmemente. Uno de los asistentes les grito desde el pasillo:

— ¡Vamos, estamos listos para subir el telón!

Víctor reaccionó frotándose las manos y se levantó rápidamente para ir hacia el escenario. Su esperado momento al fin había llegado. Alejandra se giró hacia él antes de salir del camerino y le dijo:

— ¡Abrázame!

Él se acercó a su compañera, pero al momento de abrazarla sintió sus gélidas manos transportarlo de vuelta a la fría oscuridad del teatro. Estaba atrapado en los brazos polares del espectro, rodeado de un torbellino blanquecino, sintiendo como centímetro a centímetro su cuerpo se congelaba y el calor de su ser era absorbido por la mujer. Sus ojos pesados se abrían con mucha dificultad mientras su aliento cada vez le faltaba más.

Un ruido agudo, punzante y ensordecedor se escuchaba a la distancia mezclándose con el sonido de las cadenas y los cristales rompiéndose. Desde la oscuridad en un suspiro profundo finalmente Víctor despertó… sonaba el despertador, la ventana estaba abierta dejando entrar una ventisca helada que lo congelaba. Sus manos estaban agarrotadas por el frío y un sudor helado envolvía todo su cuerpo. Se sentó en la cama y poco a poco recobró el aliento y su respiración se fue normalizando.

Víctor miró hacia todos lados en la habitación, deseando que esta vez realmente hubiera despertado de esa pesadilla. Se incorporó rápidamente y fue a tomar una ducha caliente que se llevara ese mal recuerdo. Pero mientras se jabonaba, pudo ver en sus brazos las marcas de las manos que lo habían sujetado en el sueño. La pesadilla había terminado, pero el recuerdo de ese momento angustioso permanecería con él por siempre, junto a las marcas de las manos gélidas de esa mujer.


Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°
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