viernes, 27 de enero de 2012

EL EXTRAÑO TESTIGO



EL EXTRAÑO TESTIGO



Estaba solo aquella noche cálida y oscura, el ambiente alrededor me incomodaba. Una penumbra tenebrosa me envolvía y el aire seco se hacía más denso e irrespirable. Mi cuerpo flotaba contenido en una nube informe y relampagueante. Necesitaba encontrar las respuestas a los extraños sueños que había tenido. Era como una sensación subconsciente, profunda y oculta. Una relajada vivencia inconsciente. Como si fuera una placentera pesadilla a la que deseaba regresar una y otra vez.

Al cerrar mis ojos se desenmascaró una nueva sorpresa entre las imágenes latentes, otro misterio esperando ser revelado se liberó de sus ataduras y voló directo a mis recuerdos. Capítulos inconclusos de mi vida, incompletos y ocultos tras mis párpados cansados, esperando ser descubiertos.

Mientras dormía intranquilamente, escuché los gritos de ella perdidos tras un velo de incertidumbre. Permanecí inmóvil un momento sin saber de donde provenían sus agudos chillidos. Luego empujé una vieja puerta de madera, que explotó en un gran resplandor, marcando el umbral de un viaje que me transportaría mágicamente a otro lugar distante.

En ese lugar conocí a un anciano que estaba solo y oculto en la oscuridad. Se mecía tranquilamente sentado en una silla con sus manos entrelazadas. Sus ojos grises reflejaron levemente la luz del entorno sólo por un instante, luego se perdieron tras la penumbra en que se encontraba. Me pareció extraño pero confiable y me acerque a hablarle, pero antes de abrir mi boca él me dijo:

— ¿Sabes que una mujer fue asesinada aquí?...

Me quedé estático y sin respuesta. Quizá negué sin darme cuenta con mi cabeza, no lo recuerdo,  porque él prosiguió su relato después de una breve pausa.

—Esto pasó hace muchos años atrás. Ella era muy joven. Sólo algunos recordamos como era y lo que realmente le pasó...

Con asombro me acerqué más aún y me dispuse a escuchar su relato atentamente.

—Fue una doble tragedia —prosiguió el anciano— la mujer fue fríamente asesinada y el eco sordo de un disparo perdido, encontró el punto final de su viaje en su pecho. El asesino también moriría... Evidentemente suicidio dijeron. Un testigo escuchó los aterradores sucesos y corrió a ver lo sucedido. Encontró a la mujer muerta, tirada en el pasto húmedo de la madrugada. Al costado estaba el hombre de rodillas mirándola, con el arma en su mano; nervioso y temblando. Llevó rápidamente el cañón a su cabeza y antes que el testigo lo detuviera, haló el gatillo cayendo sobre la mujer. El testigo corrió por ayuda… fue un horrible drama pasional.

Pero algo en su relato no me convenció del todo. Una sensación interior me hizo dudar de sus palabras.

— ¿Sabes que una mujer fue asesinada aquí?... —repitió el anciano.

Nuevamente relataba todo lo anterior, como una grabación repetitiva y sin sentido, cada detalle estaba contado de memoria, tal vez lo había narrado muchísimas veces.

Escuché un susurro perdido en la inmensidad del cielo. Giré mi cabeza hacia un costado y en segundos vi una silueta oscura aparecer tras de mí. Al volver la vista al frente, el anciano ya no estaba. Giré mi cabeza nuevamente y también la silueta se había esfumado entre las sombras.

Me incorporé sin poder comprender lo que me había relatado el anciano. De alguna manera nada concordaba con lo que personalmente conocía de aquellos hechos. No dijo nada de la carta de suicidio que fue encontrada en el bolsillo del hombre y los detalles de la posición de los cuerpos no estaban bien narrados.

¿Por qué el testigo desapareció y nadie supo quien era realmente? De cierta manera lo que contaba el anciano era lo que todos conocían de lo sucedido. Palabra por palabra era el relato que el extraño testigo se había encargado de pregonar a los cuatro vientos. Pero para mí nada tenía sentido en ese trágico final pasional. Algo parecía extraviado.

De pronto una luz me envolvió, una voz me hablaba a la distancia y me transportó en un abrir y cerrar de ojos a la casa de ella. Estaba parado frente a su puerta siguiendo rumores y reviviendo lo sucedido aquella noche. El tiempo había confundido mis recuerdos, por mucho tiempo perseguí pistas sospechosas y escuché a todos los que hablaban de ello.

Pero al llegar allí esa noche, tenía la certeza que descubriría la verdad de lo que había acontecido; ese sueño me había sumergido en un mundo de recuerdos tan profundamente, que se sentía demasiado real.

La casa había cobrado vida y las luces iluminaban mis manos mientras abría la puerta, caminaba por el pasillo hasta la habitación donde ella estaba. Sus recuerdos permanecían allí y un viento frío recorría mi espalda. Mi piel sentía las corrientes de ansiedad a través de cada poro. De manera muy extraña todas las murallas que nos rodeaban desaparecieron y volví a escuchar el grito desesperado de la mujer.

Sentí que el clamor venía de muy cerca y al darme vuelta me encontré cara a cara con ella, la observé tomar un objeto cercano y me lo arrojó con fuerza. Ella comenzó a correr por el cuarto lanzándome desesperadamente todas cosas a su alcance. Esquivando sus impulsos desenfrenados. Intenté detenerla. La empujé sobre la cama y sostuve sus manos mientras su agitada respiración zumbaba en mis oídos, ella hizo una pausa y casi llorando me dijo:

—Él lo sabe todo..., siempre lo ha sabido...

Las lágrimas brotaron surcando el rosado color de sus mejillas. Sin darme cuenta aflojé las manos y sin alcanzar a responder a sus palabras, ella se soltó de mis brazos que la contenían y salió corriendo de la casa. No lograba comprender nada de lo que estaba pasando. No recordaba haberla visto llorar tan amargamente antes, ni haber tenido esa discusión tan apasionada, sólo sabía que esos recuerdos se volvían cada vez más y más reales.

Mi única certeza es que la vida es muy corta para detenerse a observar el ayer; el aquí y el ahora cobraban fuerzas infinitas. Miles de pensamientos extraños invadían mi cabeza y mi aliento se volvía cada vez más denso, caminé hacia la puerta mientras las paredes del pasillo desaparecían a cada paso que yo daba.

Me apresuré a seguirla pero perdí su rastro en el húmedo y solitario jardín. No podía ver nada a través de la oscuridad, pero sentía el susurro inquietante del viento que me guiaba paso a paso por los callejones de la noche.

Una voz lejana sumergida en mi mente, me invitaba a despertar diciendo:

—Verás una fuerte luz que te rodea, sigue esa luz hasta llegar a una puerta; entrarás por esa puerta y una vez dentro despertarás cuando cuente desde cinco y mencione tu nombre. Despertarás suavemente y sentirás paz, abrirás los ojos y recordarás todo lo que has visto en este viaje a tu pasado, regresarás al presente en paz... Cinco... Estás relajado...

En medio de las tinieblas apareció un resplandor, tal como lo había dicho la lejana voz y comencé a seguirlo. Pero antes de encontrar la puerta, vi que ella cruzaba el patio corriendo nuevamente en dirección al jardín. Se veía triste y angustiada, sus ojos vidriosos por el llanto se perdieron de mi vista por un instante. De pronto apareció él y la contuvo con un gran abrazo. Algo me parecía familiar en su cara, aunque no recordaba haberlo visto antes, mi corazón comenzó a latir fuertemente y una sensación extraña me invadía.

Ahora iban juntos caminando despreocupadamente; yo los seguí a cierta distancia sin que me vieran, para saciar mi curiosidad. Luego llegaron hasta un parque y se pararon al borde del camino tomados de la mano. Se miraban a los ojos fijamente. Se besaron con mucha pasión, mientras yo me acercaba silenciosamente amparado en las sombras de la noche.

Ella, al abrir los ojos nuevamente, se sorprendió al verme frente a ellos y comenzó a gritar desesperadamente, yo no podía oír lo que ella me decía. Sólo veía sus lágrimas caer mientras él hacia gestos con sus manos levantadas. Yo no comprendía de qué se trataba todo ese alboroto.

—Cuatro... Debes acercarte a la luz...

La luz estaba muy lejana y yo no quería volver hacia ella hasta comprender lo que estaba sucediendo. Extendí mi mano hacia la mujer para sujetarla y vi el reflejo metálico del arma que yo cargaba en mi mano derecha. La sorpresa me invadió de golpe; hasta donde recordaba yo no traía nada en mis manos. Él se colocó delante de ella protegiéndola con ambas manos en alto, mientras el murmullo de sus voces invadía mis oídos, sin poder entender nada de lo que ambos me decían. Parecía como un enjambre de abejas protegiendo el panal de manera desesperada y agónica.

En un instante de confusión máxima, ella volvió a colocarse delante de él. En ese momento mi dedo índice se desplazó ligeramente por el frío metal y un tiro salió surcando el viento, atravesando el pecho de ella mientras gritaba. Sus párpados pestañaron levemente acusando el impacto del proyectil. Luego sus labios se detuvieron, su vista se perdía en el horizonte oscuro. Los ojos aterrados de ambos se abrían casi a punto de abandonar las cuencas de sus caras. Un silencio aterrador inundó el lugar tras el disparo, yo creo que nadie esperaba que eso pasara.

—Tres... La luz se hace cada vez más intensa...

La voz se me hacía cada vez más molesta y lejana. No me interesaba seguir ninguna luz, ni entrar por ninguna puerta, sin antes comprender lo que sucedía. Sentía que por primera vez en mucho tiempo tenía verdad muy cerca de mí.

Él la sujetó por la cintura para que no cayera al suelo. La sangre brotaba a mares manchando su vestido blanco y cubriendo la hierba de rojo. Nuevamente el silencio daba paso a un segundo tiro que salió desde el arma, silbando por el aire y golpeando directamente la cabeza de él. El movimiento repentino de su testa hacia atrás, impulsó a ambos cuerpos a caer en esa dirección...

— ¿Qué hice? ¡Oh, Dios! ¿Qué hice?

Corrí hasta ellos desesperado e incrédulo aún por lo sucedido. Permanecí de pié frente a ellos sin saber como auxiliarlos. Llevé mis manos a mi bolsillo para sacar el pañuelo que siempre llevo conmigo, pero sólo encontré un papel doblado en él. Lo abrí rápidamente y lo leí con estupor e incredulidad.

—Pido perdón por lo que hice, pero no puedo vivir sin ella y no permitiré que nadie más esté a su lado. Dejo este mundo junto a ella para encontrarnos en la otra vida o en la muerte…

Entonces comprendí todo el misterio oculto en mis recuerdos. Las aguas turbias como el lodo comenzaban a esclarecerse y mis visiones pasajeras ahora tenían el sentido de la verdad. El asesino en este relato soy yo y el extraño testigo también. Mi corazón se aceleraba y mi respiración agitada me hizo perder el aliento por un momento.

—Dos... Entra por la puerta de regreso a casa...

Muy en mi interior sabía los fríos pasos que venían después de seguirlos y darle muerte a ambos. El secreto me era revelado como una visión aterradora en mi memoria y mi respiración regresaba a su normalidad antes de volver a ser yo mismo.

Ubiqué los cuerpos en la hierba de manera que pareciera que sólo ellos estuvieron allí esa noche. Coloqué el arma en la mano de él y la nota suicida cuidadosamente en su bolsillo. Me arrodillé frente a ella y me despedí con un frío beso, mientras mis manos se teñían con su sangre aún tibia. Luego me levanté y escapé del lugar.

—Uno... Tu viaje ha llegado a su fin...

Regresé a la casa de ella y dejé todo en orden, me llevé todo indicio de que yo la hubiera conocido alguna vez. Volví rápidamente a mi patrulla y me senté pacientemente a esperar el llamado policial que daría cuenta del tiroteo. Respondí a la llamada fingiendo estar muy cerca del lugar de los hechos. Esperé unos minutos más, respiré hondo y manejé la patrulla con l sirena encendida. Al regresar al lugar de los hechos, ya era el segundo oficial en llegar a la escena del crimen y nadie descubriría jamás que yo estaba involucrado en todo ese drama.

Ahora está todo claro para mí. Tanto tiempo luchando con esos extraños sueños, pensando que sólo era una pesadilla. Y ahora este secreto revelado quedará escondido en mi conciencia y atrapado tras mis labios...

— ¡Despierta Sebastián!...


Inspirada en el disco de Dream Theater: Scenes from a Memory



Publicación reeditada 2012




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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°



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martes, 17 de enero de 2012

EL PASILLO




EL PASILLO


El día se mantenía caluroso como toda tarde de verano, pero sabía que a partir de ese punto el calor comenzaría a menguar hasta terminar en una agradable noche. Era viernes y aunque no tenía horario fijo para hacer mi trabajo, me gustaba aprovechar el día hasta la última línea de luz que me lo permitiera.

Lo que hago muchas veces es sencillo, me entregan las llaves de una casa que su dueño quiere vender y debo tomar nota de todo lo que haya en ella para después tasarla. En el caso de que se venda amoblada es más lento el proceso. Pero eso mismo me ha ayudado a saber el valor de lo que contiene cada propiedad. Tan importante como su contenido es el estado en que aquello se encuentra. Pocas veces sin embargo me he encontrado con muebles de estilo o de algún valor exorbitante, pero si he tenido ese placer. Esperaba que ésa fuera una de esas ocasiones ya que esa casa la vendían a puertas cerradas.

No era de fácil acceso, estaba a unos setenta kilómetros al sur de la ciudad, desviándose por el camino que sigue la antigua carretera. Pensaba que era una propiedad descuidada y antigua, por su lejanía y porque fue construida en el siglo XIX. Pero esa impresión quedó descartada al momento de estacionar mi auto frente a la fachada.

Desde el camino principal había un portón seguido por un sendero demarcado por álamos el cual impedía ver la construcción a la distancia. La enorme casa tenía dos pisos, estaba construida de piedra y madera; su techo de tejas antiguas, con una gran chimenea que se apreciaba desde afuera. El color natural de las piedras y el roble se recortaban sobre el verde de las arboledas alrededor.

Los detalles de los dinteles, bisagras y las manillas de las ventanas y la puerta principal eran de fierro forjado. Un camino empedrado guiaba a la entrada principal que comenzaba con una escalera con cuatro robustos peldaños de piedra y sobre la cual se apreciaban grandes ventanales que permitirían la entrada del sol a la sala. Yo estaba totalmente sorprendido por los detalles y aún no la había visto en el interior.

Afortunadamente me habían dado instrucciones precisas respecto de las llaves para la puerta de entrada. Había una llave antigua guardando directa relación con el estilo y edad de la casa, para la cual había un cerrojo visible. Pero había una segunda llave para la cual era necesario mover una cubierta metálica con forma de perno que escondía un cerrojo más moderno. Una curiosa manera de ocultar la cerradura para que no desentonara con el estilo dominante de la entrada.

Abrí la pesada puerta que hizo un chirriante y agudo sonido, y crucé el umbral de la rústica entrada. Hacía tres meses que nadie ingresaba en ella y se notaba, tres meses desde la trágica muerte de su dueño. La casa estaba polvorienta, descuidada y dejada a su suerte, afortunadamente no era invierno sino hubiera habido un fuerte olor a humedad envolviendo cada rincón. Los muebles estaban tapados con sábanas blancas para evitar que se estropearan y su hija me solicitó que dejara todo tal cual estaba una vez hecho el recorrido.

Ella ni siquiera vino a ver en qué estado se encontraba todo, con suerte apareció en el funeral de su padre; lo único que ahora deseaba era venderla con todo en su interior y olvidar al que fuera su progenitor.

Era la típica casa polvorienta que ningún agente desea visitar por su lejanía. Pero para mí era o más interesante. Uno no aprende mucho de las situaciones fáciles de la vida, sino que se aprende más de esas oportunidades para conocer algo diferente. Sin embargo a pesar de la expectación y la emoción de entrar a un lugar así, al ingresar sentí una sensación muy extraña, como un escalofrío que se sumaba a la baja temperatura del lugar. Me apresuré entonces a recorrer cada rincón para mantener mi cuerpo en movimiento y no congelarme.

Después de tres horas revisando y chequeado cada detalle de la propiedad, por fin me senté en la sala frente a la chimenea a descansar un momento. Ahora podía decir que había sido una experiencia como pocas otras. La casa tenía siete habitaciones muy amplias, tres baños con tinas antiguas enlozadas. La cocina poseía su propia chimenea y mesones envidiables para cualquier cocinera.

Había dos habitaciones más que estaban alrededor de un metro bajo el nivel del suelo con ventanillas que permiten ver todo e iluminarlas completamente; algo de lo que no me percaté desde fuera al llegar. Seguramente era su salón estudio ya que había una biblioteca llena de libros y un hermoso escritorio de un tipo de madera que no pude precisar. Unas lámparas de cristal muy fino y muchos archiveros que no venían al caso abrir en ese momento. Todo era de un lujo casi indescriptible, realmente ésa era una casa sólo para verdaderos entendidos.

Y pensar que su dueño murió solo, en ese mismo asiento frente a la chimenea. Yo estaba anonadado sin dejar de observar los detalles tan finos de la decoración. Con la mirada recorrí una vez más de lado a lado la habitación, hasta fijar la mirada en la cornisa de la chimenea. Algo llamó mi atención, había una especie de manilla que sobresalía del costado, pero que era notoriamente distinta a las demás.

El cromado de ésa ya casi no recubría el metal, mientras que el óxido ya había comenzado su labor destructiva. Con curiosidad me levanté del sillón y acercándome lentamente para observarla, me dio la impresión de que más bien se trataba de una palanca. Después de lo experimentado con la puerta de entrada y de las habitaciones en el subsuelo, no me sorprendería si había algún otro secreto en esa casa.

No soporté la curiosidad, tomé la manilla con fuerza y jalé en dirección hacia mi cuerpo, pero para mi decepción no pasó nada. Sin darme por vencido, se me ocurrió girar y tirar, como si fuera la manilla de una puerta común; enseguida sentí como se deslizó y liberó algo que no supe qué era.

Miré al costado de la chimenea y alrededor de ella, por sobre la cornisa, incluso por el costado de los atizadores y nada parecía haber cambiado. Intenté revertir el movimiento y dejar todo como lo había encontrado, pero el mecanismo ya estaba trabado. Mientras intentaba averiguar con mucha curiosidad qué había sucedido, los últimos rayos de sol de la tarde comenzaban a irse, acababa el día, la luz bajaba en intensidad y la casa se tornaba más tenebrosa y fría.

No podía quedarme con la duda e irme a mi casa intrigado. Además era muy largo el viaje como para volver otro día y en realidad mi curiosidad ya estaba al límite. Dispuesto a invertir el tiempo que fuera necesario en descubrir ese misterio, guardé los papeles de registro, la declaración de haberes y ordené rápidamente mi maletín.

Luego saqué la linterna que siempre llevaba conmigo y volví decididamente a la chimenea. Tomé un atizador y me acerqué hasta las cenizas para probar suerte excavando en el único lugar donde aún no había buscado. Al interior de la chimenea.

Una leve abertura me hizo suponer que algo más se ocultaba en ese lugar. Poco a poco fui moviendo las cenizas, mientras se descubría entre la penumbra una pequeña y esperanzadora ranura.

Haciendo palanca con el atizador, empujé levemente y el sonido de mi esforzado aliento fue opacado por el chirrido metálico de una puerta de hierro oxidada. Apliqué una cuota mayor de fuerza para empujarla y se dejó sentir un viento frío y húmedo que venía desde el interior.

Mientras se abría la puertecilla escondida y alumbré con la linterna, descubrí una especie de pequeño túnel con un acceso muy estrecho. Al fin lo había descubierto, un pasadizo escondido que debía llevar a algún lugar misterioso. Al acercarme al interior de la chimenea y afirmar mi primer paso entre las cenizas, resbalé hacia el oscuro interior del pasadizo. La linterna se apagó al golpear el suelo y yo caí fuertemente golpeando mi espalda y mi cabeza. Mi vista se nubló tras puntitos negros que oscilaban de lado a lado en mi retina, hasta perder completamente el conocimiento.

Al volver en mis sentidos no veía nada, estaba sumergido en la total oscuridad. No sabía cuanto tiempo había permanecido inconciente, pero sabía perfectamente que ya era de noche. Hacía mucho frío y se me dificultaba la respiración, el aire se sentía muy denso dentro de ese pasadizo húmedo, oscuro y mal oliente.

Con las manos a tientas por el suelo, palpando las húmedas piedras que se sentían viscosas, busqué la linterna en todas direcciones hasta encontrarla. Retuve la respiración un momento hasta conseguir prenderla y sentirme aliviado de que el golpe no la hubiese dañado. Al fin levanté mi mano y pude iluminar el estrecho pasadizo por el cual había entrado y caído.

La puertecilla estaba cerrada y no tenía manilla para poder abrirla desde dentro. Un intenso y sofocante olor a humedad y cenizas se mezclaban inundando el pasillo que se extendía tanto, que la luz de la linterna no alcanzaba a recorrerlo por completo. Tampoco se trataba de una gran caverna o un túnel minero, sólo tenía dos metros y medio de altura y aproximadamente un metro y medio de ancho.

Por más que golpeaba la oxidada puerta metálica, no pude hacer que cediera. Una y otra vez retumbaron los secos golpes que hacían eco contra las paredes de piedra. Sentía bajo mis pies como si pisara una resbaladiza alfombra de musgo fangoso. Mientras más embistes daba contra el metal, más sofocado comencé a sentirme. La fatiga fue venciendo mis fuerzas y mi vista comenzó a nublarse. Me dejé caer sobre el húmedo suelo intentando recuperar el aliento. Finalmente ante mis fallidos intentos por abrirme paso de vuelta a la sala y en vista de que no podía salir por el mismo lugar que había entrado; me vi obligado a avanzar hacia el interior del pasadizo.

Estaba encerrado, congelado, aún aturdido y adolorido; ahora sólo tenía que asumir el riesgo de esa disparatada e inesperada aventura. Por un instante quise ver todo por un lado más optimista y pensé —qué bien que no vine con uno de mis trajes elegantes o lo hubiera arruinado acá adentro. O con esos zapatos nuevos de gamuza que tanto me gustan— pero a cada paso que daba, la humedad era más notoria y el frío se intensificaba haciendo temblar mis manos que con dificultad sostenían la linterna.

Aún alumbrando muy de cerca cada paso que iba dando, no conseguía ver mucho hacia delante. Recorrí unos dieciocho metros de manera muy pausada y cautelosa, el túnel comenzó a reducirse paulatinamente en altura hasta que llegué al final de ese corredor. Mis manos tocaron el borde musgoso impregnándose de ese olor putrefacto y su color verde oscuro casi marrón.

El pasadizo dio un giró a la derecha, enangostándose medio metro. Mientras avanzaba otros ocho metros, mis pies comenzaron a humedecerse y el sonido del agua golpeaba el silencio a cada paso que daba. Mi respiración se tornaba más y más pesada, el sonido de las gotas que escurrían desde el techo de piedra producían una sinfonía de pequeños chasquidos.

Un nuevo giro esta vez a la izquierda y el espacio se redujo enormemente, tanto que me obligó a encorvarme para acceder a un nuevo codo. La sensación era cada vez más claustrofóbica, mientras el frío comenzaba a dominar mi cuerpo con pequeños temblores involuntarios. De vez en cuando sentía un hilo de agua helada deslizándose por mi espalda, el estremecimiento y la desesperación ya comenzaban a hacer presa de mis sentidos.

El aire estaba tan denso que se podía cortar con una navaja, se podía saborear un dejo salino que me secaba la boca y una fuerte putrefacción a cloaca invadía el estrecho pasillo. Cinco metros más adelante y un nuevo giro a la derecha terminó en un pequeño muro de un metro y medio de alto. Había unas piedras que habían sido sacadas de su lugar y apiladas a un costado. Ya no podía avanzar de pie y tuve que comenzar a gatear en el piso mojado con más de diez centímetros de agua. Tuve que colocar la linterna en el bolsillo de mi camisa para evitar mojarla. El musgo espeso se enredaba en mis manos, mientras el sonido del agua escurriendo por los muros, parecía como pequeñas cascadas a mi alrededor.

Lentamente el piso iba tomando una notoria inclinación que descendía. El agua resonaba entre las paredes como los remos de un bote golpeando la superficie, con cada centímetro que avanzaba. Una brisa helada con un ligero aire fresco me ayudó a ventilar mis pulmones exhaustos y al borde del colapso. Esa brisa me hizo pensar que me encontraba cerca de alguna salida.

Me detuve un instante para reponer mis fuerzas. De pronto en medio de la oscuridad y el silencio, donde sólo se escuchaba el goteo del agua por los rincones y el agitado vaivén de mi respiración, un lejano alarido como enterrado en la oscuridad se dejó oír. Un desgarrador grito de dolor y desesperación, sumergido en la distancia y seguido de un eco apagado y escalofriante.

Nada de lo escuchado en toda mi vida se asemejaba a tal grito desgarrador. La piel se me erizó de pies a cabeza, sintiendo una corriente helada paralizar mi espalda y mis extremidades. Un aterrador pensamiento cruzó por mi mente —estaba atrapado en ese profundo pasadizo, quién podría descubrir que me encontraba en ese lugar. Recién el día lunes al no regresar a mi trabajo, alguien cuestionaría mi ausencia; pero nadie pensaría en buscarme allí. Moriría lentamente sin comida o quizás cerraría los ojos por el frío y me iría lastimosamente en un profundo y oscuro sueño.

Como los perros mojados, me sacudí el agua en el lomo y con ella las ideas que me invadían. Continué avanzando mientras el piso rocoso tomaba cada vez más pendiente. El agua tomaba velocidad entre mis brazos y se escurría ligera tras una lejana abertura en el muro.

El piso ya tenía unos treinta grados de inclinación cuesta abajo y cuando menos lo esperaba las piedras frente a mí cedieron. Una especie de puerta de hierro se abrió por debajo y me hizo caer unos dos metros al interior de otra habitación seguido de una cascada de agua sobre mí. La portezuela se cerró tras de mí y quedé en el suelo de espaldas, mojado completamente y muy adolorido.

El agua y la caída habían estropeado la linterna sumergiéndome en una silenciosa oscuridad momentánea. Mis ojos se iban acostumbrando lentamente a la penumbra. Un rayo de sol caía a la habitación desde un rincón elevado. Entonces me di cuenta que si había luz entonces era de día y yo había permanecido más de doce horas dando vueltas, atrapado en ese lugar.

Mis ojos comenzaron a ver siluetas mecánicas alrededor, estructuras informes que comenzaban a dilucidarse cada vez más. El piso empedrado de la habitación estaba húmedo y ennegrecido por manchas marrones. Finalmente mis ojos precisaron con horror el escenario más impensado para una mansión tan lujosa y elegante.

La habitación en la que me encontraba era aterradora, estaba llena de aparatos de tortura, cadenas, grilletes y un sin número de herramientas filosas colgadas de la pared, me sentí transportado siglos atrás, al oscuro período de la inquisición. La sangre salpicada, bañaba las paredes secas y olvidadas.

Sin duda esa no era una habitación con aparatos de colección, ese lugar verdaderamente había sido utilizado. Mi corazón estaba totalmente acelerado, pensando que en cualquier momento al mirar hacia un rincón, encontraría el cuerpo de alguien encadenado o mutilado. No había lugar donde mirar sin que me estremeciera de horror.

Cruzando al otro extremo de la pieza polvorienta había una puerta metálica, de la cual inicialmente no me había percatado. Aunque estaba cansado y adolorido por la travesía, corrí hasta ella para intentar salir por allí. Sin embargo estaba cerrada desde fuera y seguramente los interruptores de las lámparas que colgaban del techo también se encendían desde el exterior.

Nuevamente estaba atrapado en una habitación hermética y sofocante, pero al menos no tan putrefacta como el pasadizo por el cual llegué. Por más golpes que le diera a la puerta, no se abriría, mientras el sonido retumbante hacía eco en la distancia.

Dirigí la vista nuevamente al rincón que filtraba ese esperanzador rayo de sol que iluminaba levemente la pieza. Acerqué un pesado y astilloso mesón sobre el cual subirme y tomé un fierro que tenía a la mano para comenzar a roer los bordes de la pared.

Poco a poco comencé a golpear los bloques de piedra hasta que finalmente desprendí el primero. Ni siquiera fue suficiente como para que la luz entrara con mayor fuerza a la habitación, pero eso no me desalentó. Era mi única escapatoria de ese lugar y debía esforzarme al máximo para salir de allí.

Pedazo a pedazo avanzaba hasta que logré ampliar la abertura por la cual se sintió una brisa fresca que silbaba libertad. Luego de desprender una gran cantidad de bloques de piedra, ya estaba en posición de meter mi cuerpo por ahí. Acerqué una silla para poder elevarme hasta el nivel superior y con mucho esfuerzo conseguí pasar mi cuerpo a una nueva habitación.

El piso terroso era lo único de piedra, el resto de la construcción era de madera, muy descuidada; parecía una cabaña olvidada a la intemperie. Tenía una ventana sin vidrio por donde se había filtrado la luz hasta el rincón. Una mesa y dos sillas de madera. Al final de la habitación había una escalera que descendía; por la cual no tenía ninguna intención de bajar; ya suficientes problemas me había traído mi curiosidad.

La puerta estaba cerrada por una senda cadena desde afuera, así que no hubo más remedio que saltar por la ventana. El sol pegó de lleno en mi cara y mis ojos acostumbrados a la penumbra, se demoraron algunos minutos en dejar de arder con la bienvenida luz.

Las sombras acortadas que se proyectaban en el suelo me indicaban que la hora era cercana al mediodía. El aire fresco llenaba mis pulmones contaminados por el olor persistente de la humedad y el moho que aún llevaba en mi cuerpo.

Finalmente fuera de ese lugar pude contemplar con total placer la llanura donde me encontraba. Los abundantes matorrales y la enorme arboleda, mantenían la cabaña oculta, a muchos metros detrás de la mansión. Ni siquiera había un sendero demarcado que ayudara a llegar a la rústica edificación. Ese acceso nunca hubiera sido encontrado de no ser por esa accidentada y agotadora aventura. Por suerte para mí pude escapar para contar tan macabro secreto encerrado tras túneles escondidos.

El gruñido de mi estómago rompió mi contemplativo descanso y me recordó que debía volver a mi realidad. Tras recuperar las fuerzas caminé hasta la casa principal nuevamente y llamé a la policía. Ni siquiera sabía como comenzar a relatarles todo lo sucedido. La verdad no recuerdo con precisión qué les dije para que me creyeran y se hicieran presentes en el lugar.

Finalmente con tales sucesos y antecedentes la propiedad nunca se pudo vender; la hija mandó demolerla piedra por piedra y donó todo lo que había en el interior a fundaciones de beneficencia. No guardó nada que le recordara a su padre.

Algunos meses después se supo por la prensa, que en las excavaciones encontraron otros pasadizos secretos a pocos metros de donde conseguí escapar y enterrados en catacumbas, descubrieron muchos cadáveres, aunque ninguno reciente. De los gritos aterradores que escuché aquella noche de horror, nunca se supo.



Publicación reeditada 2012


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martes, 3 de enero de 2012

DESPERTARES



DESPERTARES


La noche se cubría con un manto de tranquilidad, mientras las estrellas adornaban la cúpula celestial. No había luna que invitara a las bestias de la noche a merodear tras la cálida brisa del verano. Los grillos permanecían dormidos y el croar de las ranas ya no se escuchaba alrededor.

De pronto, un desesperado grito rompió el silencio en el que se sumergía la noche. En la oscuridad de la habitación, su agitada respiración y sus latidos acelerados, parecían hacerse tan fuertes como una estampida de animales.

Él se sentó en la cama y pasó su mano temblorosa por su frente llena de un frío sudor, su cuerpo estaba empapado hasta los huesos a causa de esa pesadilla que lo atormentaba cada noche; los sueños y fantasmas de una vida pasada yacían presentes en la habitación.

Él extendió su mano para encender la luz, procurando esquivar los objetos que permanecían en su velador. Aún se sentía aletargado y exaltado por el miedo. Con lentos y temblorosos movimientos apartó el reloj, pasó a llevar el teléfono y finalmente alcanzó el interruptor de la lámpara.

La luz le obligó a cerrar levemente sus ojos claros aún sumergidos en las penumbras, su boca seca y amarga le instó a buscar el vaso de agua que cada noche llevaba a la habitación. Alzando la mano para alcanzarlo, se dio cuenta que el vaso estaba vacío. Con un dejo de molestia y decepción, se preparó mentalmente para levantarse y dirigirse a la cocina para saciar su sed.

Ese amargor en la boca lo quemaba y la sensación de calor no sofocado, era como un incendio en su mojado y agitado pecho. Se quitó la mojada sudadera con la que estaba durmiendo y empapó su cuerpo bañado en sudor.

Atravesó la alcoba para ponerse una nueva sudadera seca y la bata. Cruzando el umbral de su habitación, se encaminó por el oscuro pasillo directo hacia la cocina. Pero al entrar en ella y encender la luz, se resbaló cayendo de espaldas sobre un líquido viscoso que llenaba el frío piso de baldosas.

El fuerte golpe lo aturdió levemente, el dolor de la caída recorría desde la cadera hasta la base de su cabeza. Su vista estaba algo nublada, en parte por el golpe y en parte porque aún no se acostumbraba a la luz en sus ojos. Al momento de incorporarse ese líquido tomó color y consistencia en sus manos, estaba sumergido en un mar abundante de sangre.

Su corazón se exaltó por la impresión, miraba sus manos y no podía creer lo que estaba palpando. Por más que buscó por todos lados el origen de ese manantial rojizo, en una y otra dirección no encontró nada, sólo veía su cuerpo inmerso en el espeso charco.

Tanta sangre no podía haber aparecido así no más en su cocina, debía haber algún indicio de su origen. ¿Estaría aún soñando? ¿Sería que estaba aún sumergido en su pesadilla?

Mientras miraba de un lado a otro, una gota densa y viscosa cayó pesadamente sobre su cabeza; miró hacia el techo de la cocina y una nueva gota golpeó su cara deslizándose por su mejilla. Con pavor pudo comprender que el líquido provenía desde la habitación superior y se había filtrado hasta acumularse abundantemente en el piso helado.

Sintió un escalofrío estremecedor que congeló su espalda aún húmeda por el sudor, su mente se perturbó al pensar lo que encontraría en la habitación de arriba. Nada bueno podría esperarlo si se había filtrado desde el viejo piso de madera, cruzó el entretecho y tiñó la habitación de su mortal color. Una nueva gota cayó sobre su nariz y antes que resbalara completamente de su cara la secó con el antebrazo de la bata.

Se puso en pié y lavó sus manos en el fregadero, el agua se llevaba lentamente el rojo de su piel. Mojó su cara para despejarse un poco más y darse valor para comenzar a subir las extensas escaleras. Mantuvo sus manos un instante bajo el chorro de agua y llenando sus palmas, mojó también su cabeza para sentirse más fresco y menos agitado.

Se secó con un paño de tela y antes de salir por el umbral de la cocina, tomó consigo un atizador de fierro forjado. Se encaminó por el pasillo encendiendo las luces a su paso. Al pararse al borde de la escalera y mirar hacia arriba, los peldaños se hacían una aventura interminable. A cada paso que daba sobre los viejos tablones, el crujir de la madera a medida que avanzaba hacía más tensa la situación.

Balanceando su peso para evitar al máximo el retumbante sonido, finalmente llegó al borde superior de la escalera. Giró por el corredor y extendió su mano para encender la luz del pasillo. Extrañamente la luz de la última habitación estaba encendida, aunque él recordaba haberla apagado.

Intentó hacer memoria del recorrido realizado antes de bajar a dormir. Habitualmente recorría cada noche la casa entera, cerrando minuciosamente las ventanas y cada una de las cinco puertas de las habitaciones superiores. Luego apagaba las luces y tras llevar un vaso grande de agua a su habitación se acostaba en su cama.

El miedo lo embargó, sus manos temblorosas apenas sujetaban el atizador, sus piernas parecían de lana a punto de cortarse. Ya no sabía si continuar avanzando o devolverse a pedir ayuda a algún vecino. Pero para ser sincero consigo mismo, no tenía buena fama en el vecindario y era conocido por ser ermitaño, poco sociable y distante con la gente.

Mirando hacia el suelo por un instante, tragó un sorbo de su amarga y seca saliva y se propuso acelerar sus pasos. Se armó de valor para enfrentar su destino, lo que tuviera que ver en esa habitación era mejor verlo de inmediato y no alargar más esa tensa situación.

Se encaminó valientemente por el pasillo, cada paso sobre el viejo piso de madera retumbaba pesadamente causando eco en el silencio de la noche. Cuando finalmente llegó frente al umbral, hizo una pausa antes de empujar la puerta entreabierta por donde se filtraba un has de luz. Su mano temblorosa impulsó la vieja puerta, la que con un chirrido metálico de las secas bisagras, se abrió completamente.

Al instante vio derribada sobre el piso, la antigua vitrina de trofeos de su lejana juventud. Muchos años atrás él había sido un destacado deportista, fue campeón de muchos torneos desde sus tiempos de colegio y al llegar a la universidad continuó dedicado al deporte y a sus estudios.

Fue así como conoció a la que fuera su esposa, ella también era una destacada atleta, juntos compartieron las alegrías de sus logros y llenaron esa vitrina con copas, medallas y recuerdos de todos sus viajes. A su mente llegaron los recuerdos fugaces de aquellos lejanos años, el nacimiento de sus hijos y los días que compartieron en esa casa, hasta la penosa tarde en que murieron en un accidente carretero.

Cada noche que soñaba con los sucesos de ese trágico día, despertaba exaltado envuelto en sudor y con su corazón triste a punto de estallar. Su familia había sido destruida a causa de un estúpido error humano. Su mujer y sus dos hijos murieron al instante e el lugar del accidente,  mientras que él sobrevivió tras meses de recuperación.

A pesar de ello jamás quiso vender esa casa y cada día recorría las habitaciones, trayendo los vitales recuerdos de su familia a su memoria. Poco a poco se fue alejando de la gente y escondiéndose más y más en su mundo. Pasaba largas horas frente a esa vitrina observando atónito cada recuerdo y cada viaje compartido.

De pronto los cristales rotos esparcidos por el suelo, reflejaron levemente sobre su cara la luz de la ampolleta obligándolo a dejar atrás sus gratos recuerdos. Al mirar nuevamente a su alrededor, se dio cuenta que no había nadie más que él en la habitación, la ventana estaba cerrada como solía dejarla cada noche.

Avanzó un par de pasos al interior del cuarto y pudo ver que por los contornos del mueble levemente levantado, se filtraba un charco rojo de sangre. Debajo de la pesada estructura se podía ver que yacía el cuerpo de un hombre.

¿Quién era? ¿Por qué estaba allí? ¿Cómo terminó debajo de la vitrina? Intentó levantar el pesado mueble desde el costado sin moverlo ni un centímetro. Al rodear la estructura para ver el rostro de la persona que yacía ahí, se estremeció por completo. Sintió un escalofrío que recorrió su cuerpo, una brisa cálida atravesó la habitación y sus piernas casi se doblan de la impresión.

Al instante reconoció esas facciones tan familiares, la forma de la cara, la inconfundible agudeza de su nariz y ese mentón redondo sembrado por una abundante barba gris. Esas inconfundibles facciones que había visto por años frente al espejo de su habitación, era su propia cara la que estaba ahí bañada en sangre y cristales.

Al mirar sus manos que temblaban de espanto y horror, el atizador que llevaba consigo desde la cocina ya no estaba y su cuerpo paulatinamente tomó un color grisáceo, hasta transparentarse en la luz que lo rodeaba. Totalmente confundido, impactado y sin poder moverse a ningún lado, sintió su cuerpo tornarse tan liviano como una pluma. Dejó de sentir el peso de los años y el dolor de su gastado cuerpo. Su figura que en realidad ya era una fantasmal silueta en la habitación, lentamente desaparecía y se esfumaba definitivamente de esta tierra.



Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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