martes, 17 de enero de 2012

EL PASILLO




EL PASILLO


El día se mantenía caluroso como toda tarde de verano, pero sabía que a partir de ese punto el calor comenzaría a menguar hasta terminar en una agradable noche. Era viernes y aunque no tenía horario fijo para hacer mi trabajo, me gustaba aprovechar el día hasta la última línea de luz que me lo permitiera.

Lo que hago muchas veces es sencillo, me entregan las llaves de una casa que su dueño quiere vender y debo tomar nota de todo lo que haya en ella para después tasarla. En el caso de que se venda amoblada es más lento el proceso. Pero eso mismo me ha ayudado a saber el valor de lo que contiene cada propiedad. Tan importante como su contenido es el estado en que aquello se encuentra. Pocas veces sin embargo me he encontrado con muebles de estilo o de algún valor exorbitante, pero si he tenido ese placer. Esperaba que ésa fuera una de esas ocasiones ya que esa casa la vendían a puertas cerradas.

No era de fácil acceso, estaba a unos setenta kilómetros al sur de la ciudad, desviándose por el camino que sigue la antigua carretera. Pensaba que era una propiedad descuidada y antigua, por su lejanía y porque fue construida en el siglo XIX. Pero esa impresión quedó descartada al momento de estacionar mi auto frente a la fachada.

Desde el camino principal había un portón seguido por un sendero demarcado por álamos el cual impedía ver la construcción a la distancia. La enorme casa tenía dos pisos, estaba construida de piedra y madera; su techo de tejas antiguas, con una gran chimenea que se apreciaba desde afuera. El color natural de las piedras y el roble se recortaban sobre el verde de las arboledas alrededor.

Los detalles de los dinteles, bisagras y las manillas de las ventanas y la puerta principal eran de fierro forjado. Un camino empedrado guiaba a la entrada principal que comenzaba con una escalera con cuatro robustos peldaños de piedra y sobre la cual se apreciaban grandes ventanales que permitirían la entrada del sol a la sala. Yo estaba totalmente sorprendido por los detalles y aún no la había visto en el interior.

Afortunadamente me habían dado instrucciones precisas respecto de las llaves para la puerta de entrada. Había una llave antigua guardando directa relación con el estilo y edad de la casa, para la cual había un cerrojo visible. Pero había una segunda llave para la cual era necesario mover una cubierta metálica con forma de perno que escondía un cerrojo más moderno. Una curiosa manera de ocultar la cerradura para que no desentonara con el estilo dominante de la entrada.

Abrí la pesada puerta que hizo un chirriante y agudo sonido, y crucé el umbral de la rústica entrada. Hacía tres meses que nadie ingresaba en ella y se notaba, tres meses desde la trágica muerte de su dueño. La casa estaba polvorienta, descuidada y dejada a su suerte, afortunadamente no era invierno sino hubiera habido un fuerte olor a humedad envolviendo cada rincón. Los muebles estaban tapados con sábanas blancas para evitar que se estropearan y su hija me solicitó que dejara todo tal cual estaba una vez hecho el recorrido.

Ella ni siquiera vino a ver en qué estado se encontraba todo, con suerte apareció en el funeral de su padre; lo único que ahora deseaba era venderla con todo en su interior y olvidar al que fuera su progenitor.

Era la típica casa polvorienta que ningún agente desea visitar por su lejanía. Pero para mí era o más interesante. Uno no aprende mucho de las situaciones fáciles de la vida, sino que se aprende más de esas oportunidades para conocer algo diferente. Sin embargo a pesar de la expectación y la emoción de entrar a un lugar así, al ingresar sentí una sensación muy extraña, como un escalofrío que se sumaba a la baja temperatura del lugar. Me apresuré entonces a recorrer cada rincón para mantener mi cuerpo en movimiento y no congelarme.

Después de tres horas revisando y chequeado cada detalle de la propiedad, por fin me senté en la sala frente a la chimenea a descansar un momento. Ahora podía decir que había sido una experiencia como pocas otras. La casa tenía siete habitaciones muy amplias, tres baños con tinas antiguas enlozadas. La cocina poseía su propia chimenea y mesones envidiables para cualquier cocinera.

Había dos habitaciones más que estaban alrededor de un metro bajo el nivel del suelo con ventanillas que permiten ver todo e iluminarlas completamente; algo de lo que no me percaté desde fuera al llegar. Seguramente era su salón estudio ya que había una biblioteca llena de libros y un hermoso escritorio de un tipo de madera que no pude precisar. Unas lámparas de cristal muy fino y muchos archiveros que no venían al caso abrir en ese momento. Todo era de un lujo casi indescriptible, realmente ésa era una casa sólo para verdaderos entendidos.

Y pensar que su dueño murió solo, en ese mismo asiento frente a la chimenea. Yo estaba anonadado sin dejar de observar los detalles tan finos de la decoración. Con la mirada recorrí una vez más de lado a lado la habitación, hasta fijar la mirada en la cornisa de la chimenea. Algo llamó mi atención, había una especie de manilla que sobresalía del costado, pero que era notoriamente distinta a las demás.

El cromado de ésa ya casi no recubría el metal, mientras que el óxido ya había comenzado su labor destructiva. Con curiosidad me levanté del sillón y acercándome lentamente para observarla, me dio la impresión de que más bien se trataba de una palanca. Después de lo experimentado con la puerta de entrada y de las habitaciones en el subsuelo, no me sorprendería si había algún otro secreto en esa casa.

No soporté la curiosidad, tomé la manilla con fuerza y jalé en dirección hacia mi cuerpo, pero para mi decepción no pasó nada. Sin darme por vencido, se me ocurrió girar y tirar, como si fuera la manilla de una puerta común; enseguida sentí como se deslizó y liberó algo que no supe qué era.

Miré al costado de la chimenea y alrededor de ella, por sobre la cornisa, incluso por el costado de los atizadores y nada parecía haber cambiado. Intenté revertir el movimiento y dejar todo como lo había encontrado, pero el mecanismo ya estaba trabado. Mientras intentaba averiguar con mucha curiosidad qué había sucedido, los últimos rayos de sol de la tarde comenzaban a irse, acababa el día, la luz bajaba en intensidad y la casa se tornaba más tenebrosa y fría.

No podía quedarme con la duda e irme a mi casa intrigado. Además era muy largo el viaje como para volver otro día y en realidad mi curiosidad ya estaba al límite. Dispuesto a invertir el tiempo que fuera necesario en descubrir ese misterio, guardé los papeles de registro, la declaración de haberes y ordené rápidamente mi maletín.

Luego saqué la linterna que siempre llevaba conmigo y volví decididamente a la chimenea. Tomé un atizador y me acerqué hasta las cenizas para probar suerte excavando en el único lugar donde aún no había buscado. Al interior de la chimenea.

Una leve abertura me hizo suponer que algo más se ocultaba en ese lugar. Poco a poco fui moviendo las cenizas, mientras se descubría entre la penumbra una pequeña y esperanzadora ranura.

Haciendo palanca con el atizador, empujé levemente y el sonido de mi esforzado aliento fue opacado por el chirrido metálico de una puerta de hierro oxidada. Apliqué una cuota mayor de fuerza para empujarla y se dejó sentir un viento frío y húmedo que venía desde el interior.

Mientras se abría la puertecilla escondida y alumbré con la linterna, descubrí una especie de pequeño túnel con un acceso muy estrecho. Al fin lo había descubierto, un pasadizo escondido que debía llevar a algún lugar misterioso. Al acercarme al interior de la chimenea y afirmar mi primer paso entre las cenizas, resbalé hacia el oscuro interior del pasadizo. La linterna se apagó al golpear el suelo y yo caí fuertemente golpeando mi espalda y mi cabeza. Mi vista se nubló tras puntitos negros que oscilaban de lado a lado en mi retina, hasta perder completamente el conocimiento.

Al volver en mis sentidos no veía nada, estaba sumergido en la total oscuridad. No sabía cuanto tiempo había permanecido inconciente, pero sabía perfectamente que ya era de noche. Hacía mucho frío y se me dificultaba la respiración, el aire se sentía muy denso dentro de ese pasadizo húmedo, oscuro y mal oliente.

Con las manos a tientas por el suelo, palpando las húmedas piedras que se sentían viscosas, busqué la linterna en todas direcciones hasta encontrarla. Retuve la respiración un momento hasta conseguir prenderla y sentirme aliviado de que el golpe no la hubiese dañado. Al fin levanté mi mano y pude iluminar el estrecho pasadizo por el cual había entrado y caído.

La puertecilla estaba cerrada y no tenía manilla para poder abrirla desde dentro. Un intenso y sofocante olor a humedad y cenizas se mezclaban inundando el pasillo que se extendía tanto, que la luz de la linterna no alcanzaba a recorrerlo por completo. Tampoco se trataba de una gran caverna o un túnel minero, sólo tenía dos metros y medio de altura y aproximadamente un metro y medio de ancho.

Por más que golpeaba la oxidada puerta metálica, no pude hacer que cediera. Una y otra vez retumbaron los secos golpes que hacían eco contra las paredes de piedra. Sentía bajo mis pies como si pisara una resbaladiza alfombra de musgo fangoso. Mientras más embistes daba contra el metal, más sofocado comencé a sentirme. La fatiga fue venciendo mis fuerzas y mi vista comenzó a nublarse. Me dejé caer sobre el húmedo suelo intentando recuperar el aliento. Finalmente ante mis fallidos intentos por abrirme paso de vuelta a la sala y en vista de que no podía salir por el mismo lugar que había entrado; me vi obligado a avanzar hacia el interior del pasadizo.

Estaba encerrado, congelado, aún aturdido y adolorido; ahora sólo tenía que asumir el riesgo de esa disparatada e inesperada aventura. Por un instante quise ver todo por un lado más optimista y pensé —qué bien que no vine con uno de mis trajes elegantes o lo hubiera arruinado acá adentro. O con esos zapatos nuevos de gamuza que tanto me gustan— pero a cada paso que daba, la humedad era más notoria y el frío se intensificaba haciendo temblar mis manos que con dificultad sostenían la linterna.

Aún alumbrando muy de cerca cada paso que iba dando, no conseguía ver mucho hacia delante. Recorrí unos dieciocho metros de manera muy pausada y cautelosa, el túnel comenzó a reducirse paulatinamente en altura hasta que llegué al final de ese corredor. Mis manos tocaron el borde musgoso impregnándose de ese olor putrefacto y su color verde oscuro casi marrón.

El pasadizo dio un giró a la derecha, enangostándose medio metro. Mientras avanzaba otros ocho metros, mis pies comenzaron a humedecerse y el sonido del agua golpeaba el silencio a cada paso que daba. Mi respiración se tornaba más y más pesada, el sonido de las gotas que escurrían desde el techo de piedra producían una sinfonía de pequeños chasquidos.

Un nuevo giro esta vez a la izquierda y el espacio se redujo enormemente, tanto que me obligó a encorvarme para acceder a un nuevo codo. La sensación era cada vez más claustrofóbica, mientras el frío comenzaba a dominar mi cuerpo con pequeños temblores involuntarios. De vez en cuando sentía un hilo de agua helada deslizándose por mi espalda, el estremecimiento y la desesperación ya comenzaban a hacer presa de mis sentidos.

El aire estaba tan denso que se podía cortar con una navaja, se podía saborear un dejo salino que me secaba la boca y una fuerte putrefacción a cloaca invadía el estrecho pasillo. Cinco metros más adelante y un nuevo giro a la derecha terminó en un pequeño muro de un metro y medio de alto. Había unas piedras que habían sido sacadas de su lugar y apiladas a un costado. Ya no podía avanzar de pie y tuve que comenzar a gatear en el piso mojado con más de diez centímetros de agua. Tuve que colocar la linterna en el bolsillo de mi camisa para evitar mojarla. El musgo espeso se enredaba en mis manos, mientras el sonido del agua escurriendo por los muros, parecía como pequeñas cascadas a mi alrededor.

Lentamente el piso iba tomando una notoria inclinación que descendía. El agua resonaba entre las paredes como los remos de un bote golpeando la superficie, con cada centímetro que avanzaba. Una brisa helada con un ligero aire fresco me ayudó a ventilar mis pulmones exhaustos y al borde del colapso. Esa brisa me hizo pensar que me encontraba cerca de alguna salida.

Me detuve un instante para reponer mis fuerzas. De pronto en medio de la oscuridad y el silencio, donde sólo se escuchaba el goteo del agua por los rincones y el agitado vaivén de mi respiración, un lejano alarido como enterrado en la oscuridad se dejó oír. Un desgarrador grito de dolor y desesperación, sumergido en la distancia y seguido de un eco apagado y escalofriante.

Nada de lo escuchado en toda mi vida se asemejaba a tal grito desgarrador. La piel se me erizó de pies a cabeza, sintiendo una corriente helada paralizar mi espalda y mis extremidades. Un aterrador pensamiento cruzó por mi mente —estaba atrapado en ese profundo pasadizo, quién podría descubrir que me encontraba en ese lugar. Recién el día lunes al no regresar a mi trabajo, alguien cuestionaría mi ausencia; pero nadie pensaría en buscarme allí. Moriría lentamente sin comida o quizás cerraría los ojos por el frío y me iría lastimosamente en un profundo y oscuro sueño.

Como los perros mojados, me sacudí el agua en el lomo y con ella las ideas que me invadían. Continué avanzando mientras el piso rocoso tomaba cada vez más pendiente. El agua tomaba velocidad entre mis brazos y se escurría ligera tras una lejana abertura en el muro.

El piso ya tenía unos treinta grados de inclinación cuesta abajo y cuando menos lo esperaba las piedras frente a mí cedieron. Una especie de puerta de hierro se abrió por debajo y me hizo caer unos dos metros al interior de otra habitación seguido de una cascada de agua sobre mí. La portezuela se cerró tras de mí y quedé en el suelo de espaldas, mojado completamente y muy adolorido.

El agua y la caída habían estropeado la linterna sumergiéndome en una silenciosa oscuridad momentánea. Mis ojos se iban acostumbrando lentamente a la penumbra. Un rayo de sol caía a la habitación desde un rincón elevado. Entonces me di cuenta que si había luz entonces era de día y yo había permanecido más de doce horas dando vueltas, atrapado en ese lugar.

Mis ojos comenzaron a ver siluetas mecánicas alrededor, estructuras informes que comenzaban a dilucidarse cada vez más. El piso empedrado de la habitación estaba húmedo y ennegrecido por manchas marrones. Finalmente mis ojos precisaron con horror el escenario más impensado para una mansión tan lujosa y elegante.

La habitación en la que me encontraba era aterradora, estaba llena de aparatos de tortura, cadenas, grilletes y un sin número de herramientas filosas colgadas de la pared, me sentí transportado siglos atrás, al oscuro período de la inquisición. La sangre salpicada, bañaba las paredes secas y olvidadas.

Sin duda esa no era una habitación con aparatos de colección, ese lugar verdaderamente había sido utilizado. Mi corazón estaba totalmente acelerado, pensando que en cualquier momento al mirar hacia un rincón, encontraría el cuerpo de alguien encadenado o mutilado. No había lugar donde mirar sin que me estremeciera de horror.

Cruzando al otro extremo de la pieza polvorienta había una puerta metálica, de la cual inicialmente no me había percatado. Aunque estaba cansado y adolorido por la travesía, corrí hasta ella para intentar salir por allí. Sin embargo estaba cerrada desde fuera y seguramente los interruptores de las lámparas que colgaban del techo también se encendían desde el exterior.

Nuevamente estaba atrapado en una habitación hermética y sofocante, pero al menos no tan putrefacta como el pasadizo por el cual llegué. Por más golpes que le diera a la puerta, no se abriría, mientras el sonido retumbante hacía eco en la distancia.

Dirigí la vista nuevamente al rincón que filtraba ese esperanzador rayo de sol que iluminaba levemente la pieza. Acerqué un pesado y astilloso mesón sobre el cual subirme y tomé un fierro que tenía a la mano para comenzar a roer los bordes de la pared.

Poco a poco comencé a golpear los bloques de piedra hasta que finalmente desprendí el primero. Ni siquiera fue suficiente como para que la luz entrara con mayor fuerza a la habitación, pero eso no me desalentó. Era mi única escapatoria de ese lugar y debía esforzarme al máximo para salir de allí.

Pedazo a pedazo avanzaba hasta que logré ampliar la abertura por la cual se sintió una brisa fresca que silbaba libertad. Luego de desprender una gran cantidad de bloques de piedra, ya estaba en posición de meter mi cuerpo por ahí. Acerqué una silla para poder elevarme hasta el nivel superior y con mucho esfuerzo conseguí pasar mi cuerpo a una nueva habitación.

El piso terroso era lo único de piedra, el resto de la construcción era de madera, muy descuidada; parecía una cabaña olvidada a la intemperie. Tenía una ventana sin vidrio por donde se había filtrado la luz hasta el rincón. Una mesa y dos sillas de madera. Al final de la habitación había una escalera que descendía; por la cual no tenía ninguna intención de bajar; ya suficientes problemas me había traído mi curiosidad.

La puerta estaba cerrada por una senda cadena desde afuera, así que no hubo más remedio que saltar por la ventana. El sol pegó de lleno en mi cara y mis ojos acostumbrados a la penumbra, se demoraron algunos minutos en dejar de arder con la bienvenida luz.

Las sombras acortadas que se proyectaban en el suelo me indicaban que la hora era cercana al mediodía. El aire fresco llenaba mis pulmones contaminados por el olor persistente de la humedad y el moho que aún llevaba en mi cuerpo.

Finalmente fuera de ese lugar pude contemplar con total placer la llanura donde me encontraba. Los abundantes matorrales y la enorme arboleda, mantenían la cabaña oculta, a muchos metros detrás de la mansión. Ni siquiera había un sendero demarcado que ayudara a llegar a la rústica edificación. Ese acceso nunca hubiera sido encontrado de no ser por esa accidentada y agotadora aventura. Por suerte para mí pude escapar para contar tan macabro secreto encerrado tras túneles escondidos.

El gruñido de mi estómago rompió mi contemplativo descanso y me recordó que debía volver a mi realidad. Tras recuperar las fuerzas caminé hasta la casa principal nuevamente y llamé a la policía. Ni siquiera sabía como comenzar a relatarles todo lo sucedido. La verdad no recuerdo con precisión qué les dije para que me creyeran y se hicieran presentes en el lugar.

Finalmente con tales sucesos y antecedentes la propiedad nunca se pudo vender; la hija mandó demolerla piedra por piedra y donó todo lo que había en el interior a fundaciones de beneficencia. No guardó nada que le recordara a su padre.

Algunos meses después se supo por la prensa, que en las excavaciones encontraron otros pasadizos secretos a pocos metros de donde conseguí escapar y enterrados en catacumbas, descubrieron muchos cadáveres, aunque ninguno reciente. De los gritos aterradores que escuché aquella noche de horror, nunca se supo.



Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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