miércoles, 7 de octubre de 2015

OBSESION





OBSESION

Han pasado los minutos y aún te espero con impaciencia al final del andén. Hoy he llegado más temprano que de costumbre, porque no podía permanecer durmiendo pensando en ti. Doy vueltas y vueltas en mi cama sabiendo que necesito ver la luz de tu sonrisa; mi casa es como una cárcel que encierra mis pensamientos y oprime mis latidos.

Mi piel se enciende cada vez que las luces se asoman por el túnel. Cada metro que pasa hace que mis tripas se revuelvan de los nervios. Sólo espero que seas tú esta vez, que sean tus delicadas manos guiando esa máquina llena de gente. Deseo que tus ojos se encuentren con mis ojos y me sonrías. Sólo así subiré a ese carro, sólo así podré continuar con mi rutinario día.

Ese instante lleno de plenitud que absorbe mi vida entera, es el que me da fuerzas para volver cada día y pararme al borde del andén hasta observar que llegas. Pero nuevamente no eres tú quien conduce ese coloso, y me resigno a esperar una vez más. Sé que no es tu día libre, porque acostumbras a pedir los lunes y los viernes para escapar de la multitud. Tampoco cambiarías tu turno porque te encanta comenzar temprano por la mañana para volver temprano a tu casa.

Lo sé porque muchas veces he subido a tu carro para hacer todo el recorrido de ida y vuelta toda la jornada. Lo sé porque hemos tomado el mismo bus camino a tu casa y me he quedado a tu puerta hasta que apagas la luz. Conozco la hora a la que te levantas y también cuanto te cuesta llegar cada día a tu trabajo.

Así ha sido desde el día que te conocí, ese día que por primera vez vi una mujer conducir ese tren. Tal fue mi impresión que no pude dejar de pensar en ti, necesitaba conocer más de ese ángel en los controles.

Sin darme cuenta comencé a buscar tu rostro cada día, a observarte a través del cristal, a mirar tus labios y tu sonrisa, comencé a necesitarte. Muchas veces tomé distancia para que no me vieras, pero otras veces pasé frente a ti sin que notaras mi presencia. Recuerdo muy bien el número de tu casa, el color de sus cortinas, las tres variedades de rosas que crecen en tu jardín; blancas como tu piel, rojas como tus labios y amarillas como las luces que iluminan tu cara cada día.

Entre carro y carro sólo pienso en ti, en tus ojos que hacen resplandecer mi corazón, mientras otro tren sin tu cara pasa frente a mí. La gente ya me mira extraño porque parezco uno de esos desesperados que se lanzan a las vías. Pero ellos no saben el motivo de mi delirio, ni las razones de mi larga espera.

Así que tomo distancia de la orilla, saco mi teléfono simulando una llamada y me río fingidamente para dejar atrás las sospechas. Mientras los minutos siguen avanzando y mi día no comenzará hasta no verte otra vez.

Mi corazón agitado desfallece y mis manos sudorosas se impacientan cada vez más, mi respiración se vuelve densa y sudo helado entre carro y carro. Sólo espero que se acabe este infierno temporal que tiene sus minutos contados.

Incertidumbre, desespero, sensaciones vertiginosas y tormentosas. Quisiera gritar de la rabia pero retengo ese aullido penoso al fondo de mi pecho. Me siento demasiado expuesto con tanta gente alrededor y nuevamente las luces a la distancia me llenan de esperanza.

Mis manos sudorosas dejan caer mi teléfono. Mi corazón ansioso se apresura a recogerlo y al levantar la mirada veo tu cara hermosa a través del cristal. Ahora sí, tras largos minutos de agotadora espera, al fin encuentro recompensa al reconocer tu mirada. Esa cara de ángel que me cautiva, esa silueta dorada que me inspira vida. Mis latidos recobran su agitada normalidad, el aire recorre mis pulmones con mayor velocidad dándome vigor y nuevas energías.

El tren se detiene lentamente, mientras me acerco hasta la entrada más cercana a ti, siento el sonido de las puertas al abrir y el movimiento de la multitud me empuja hacia ellas. Abres tu puerta para mirar hacia atrás poniendo atención a la gente que baja y sube.

Tus ojos siempre permanecen fijos en el horizonte, pero en el preciso momento que llego al borde de la entrada, bajas la mirada para saber que estaba ahí, esperándote pacientemente como cada día.

Ahí están tus hermosos ojos que atraviesan mi corazón haciéndolo latir con más fuerza; es como un golpe de corriente que me llena cada día. Eres tú quien guía mis pasos hasta subir al carro tras de ti y aunque oculto por el cristal que nos separa nunca podría abrazarte, esperaría la eternidad sólo por verte unos segundos en mi vida. Esa sensación de estar vivo sólo vuelve a mis venas cuando consigo reflejarme en tu mirada.

Las puertas se cierran y me acomodo cerca de la ventanilla que da hacia tu carro. El cristal oscuro deja ver levemente tu silueta, mientras en mi mente se completan las líneas que mis ojos no ven. Muchas cosas he vivido desde que nos vimos la primera vez, al principio pensé que era una coincidencia cruzar nuestras miradas; pero luego me di cuenta que sólo contigo siento esa energía que me estremece y me ha hecho adicto a ti.

El sonido de las vías recorridas es una sinfonía cuando viajo cerca de ti, una a una van pasando las estaciones en este viaje mágico. No veo hacia otro lado que no sea tu ventana, no siento otro olor que no sea tu perfume y no espero otro momento en el día más que disfrutar de esta travesía. Nada tendría sentido hoy sin verte, aunque ya he pasado antes esa agonía.

La primera vez que faltaste al trabajo, pensé que lo dejarías, ese día permanecí largas horas en la estación, mirando cada carro detenidamente. Mi desesperación por saber qué te había pasado, me llevó a preguntarle a mucha gente si te conocía, consulté en todos lados hasta saber tu nombre y que un fuerte resfriado te impidió venir.

Ese día me di cuenta que no podría vivir sin verte otra vez, tu presencia ha causado algo inexplicable en mí. Me has hechizado y encadenado a tu vida. Ya no tengo poder sobre mis actos, cada mañana debo verte y soy esclavo de esta rutina que me está matando.

No sé porqué no puedo acercarme a ti y hablarte, lo he intentado muchas veces. He estado al borde de abrir mis labios y saludarte, pero mi boca traicionera se cierra y los sonidos enmudecen frente a tus ojos. A veces siento que tú también esperas lo mismo, que al fin pueda romper esa barrera y acercarme a ti; pero mi corazón cae en un vacío cada vez que pienso las palabras que diría.

Mis mejores sueños y mis peores pesadillas han sido contigo, eres la causa de mis delirios y el motivo de mi desesperación. Mi sudor se vuelve helado cada vez que me imagino tomándote de las manos, mirando tus ojos fijamente y besándote. Esos pensamientos siempre terminan mal, un vértigo increíble me invade, mis piernas pierden sus fuerzas y he llegado al límite del desmayo.

Las estaciones avanzan y reconozco los últimos andenes de este viaje, una hora junto a ti, ha sido como cinco minutos. Pero es lo que necesito cada día, es lo que mueve mi vida, es lo que colma mis venas y mis pensamientos, no me imagino teniendo otra rutina. El último túnel se acerca, los últimos metros del recorrido comienzan, los segundos avanzan mientras las luces de la última estación ya se divisan a lo lejos.

Debo reconocer que tengo una vista privilegiada, casi puedo ver lo mismo que tú, puedo saber cuando estamos cerca del final de otro viaje en tu compañía. Ojala sintieras lo mismo sólo por una vez, esa satisfacción y esa agonía que me invaden cada día. Suena el intercomunicador y tu voz anuncia la estación terminal. Es obligatorio descender, aunque si por mí fuera continuaría por siempre cerca de ti.

Reduces la velocidad y lentamente nos detenemos para finalizar nuestra travesía, las puertas se abren y la gente comienza a bajar. Esa sensación extraña me atormenta, saber que no te veré en el resto del día es un sentimiento doloroso.

Espero unos momentos hasta que abres tu puerta para mirar hacia atrás, aunque muy en mi interior sé que también lo haces para verme bajar una vez más. Ese instante milagroso en que no necesitamos palabras, sólo las miradas. Cómo quisiera romper esa rutina y hablarte; pero ese miedo eterno que me consume, me hace sentir que podría perder la magia que vivo cada día, sólo por el caprichoso acto de abrir mi boca.

Saco mi teléfono como cada día y simulo hablar con alguien mientras me acerco a la puerta. Mis ojos recorren ansiosos los centímetros que me separan de tus ojos; hasta que finalmente se produce ese encuentro milagroso. Si hay algo cercano al paraíso es este instante, cuando logro ver tu cara de ángel iluminando mis últimos segundos en este tren.

Como cada día desde hace once meses y trece días nuestras miradas se cruzan al bajar y un nudo en la garganta me impide decir palabras. Mis manos sudan y mi corazón se acelera intensamente, ni siquiera puedo esbozar una sonrisa, sólo mantener mis ojos fijos en ti y disfrutar de tu hermosura.

Si algún día rompiera este miedo también podría perder esta fantasía; es más fácil callar y mantener el suspenso eterno de lo que pasaría, que experimentar el sabor amargo de un rechazo. Lo he soñado tantas veces que hasta he sufrido por algo que nunca ha sucedido.

Disfruto mis últimos instantes frente a tus ojos, mientras me acerco lentamente a las escaleras, volteo para verte por última vez parada junto a la puerta del tren. Tu hermoso rostro llena mi corazón y tu silueta permanece en mi recuerdo por largas horas. Y aunque espero verte nuevamente mañana y recorrer contigo la ciudad; el miedo de que eso no suceda está siempre presente, hasta que mis ojos te vean aparecer desde ese túnel para iluminar mi día nuevamente.



Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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OBSESION 2: MIENTRAS ME MIRAS




OBSESION 2: MIENTRAS ME MIRAS

No podía dejar de pensar en ti al despertar esta mañana y sin darme cuenta, me quedé dormida nuevamente tras apagar el despertador. Los minutos de atraso me han hecho correr para comenzar mi turno, pero aún así no recuperé el tiempo perdido. Cada día es un alivio salir de mi casa y llegar a trabajar sabiendo que te veré al comenzar la mañana. Es como vivir en un mundo diferente cada vez que te veo, como detener el tiempo frente a mis ojos y que la vida pase en cámara lenta.

Sólo espero que no te hayas ido, ya faltan pocas estaciones para llegar a ti; si pudiera hacer volar este tren para llegar más rápido a tu estación lo haría, pero soy esclava de la velocidad y del tiempo.

Otra estación más para detenerse y observo a la gente salir y entrar de los vagones, mientras mi corazón sólo quiere cerrar las puertas y partir pronto a tu encuentro. Espero que no pienses que me he tomado el día libre, ya deberías saber bien que sólo los lunes y viernes me gusta escapar de tanta gente. Ni hablar de cambiar mi turno, mientras más temprano comience mi día, más temprano regreso a casa.

Aunque debo asumir que la primera vez que me seguiste a mi casa, tenía un miedo enorme de que fueras un maniático asesino tras de mí. Pero luego me acostumbré a esas locuras y hasta puedo decir que extraño tu presencia cuando no lo haces.

Desde el primer día que trabajo aquí las miradas de las personas me seguían, era la primera mujer en conducir ese tren; la verdad me costó mucho esfuerzo ganar esa responsabilidad. Pero tu mirada era diferente, no sé si habré disimulado bien mi sorpresa frente a ti; tus ojos, tu cara, todo de ti me cautivó.

Al pasar los días y verte en el mismo lugar, a la misma hora, como si esperaras que yo llegara para subir, se fue llenando mi corazón de una extraña sensación. Como una droga diaria, comencé a necesitarte y aunque muchas veces tuve que aparentar que no te veía, sé que estabas ahí buscando cruzar nuestras miradas.

Las estaciones avanzan y sólo pienso en ti, en ver tus ojos cristalinos y tu tímida mirada. Observo por la ventana mientras las caras de mucha gente pasan por mi retina; pero sólo quiero encontrar la tuya.

Nuevamente abro las puertas para que la gente salga y entre de esta locura de fierros. Mi corazón se acelera sabiendo que en la próxima estación podría verte. La alarma suena y cierro las puertas para entrar en el último túnel que me separa de ti.

La cuenta regresiva comienza, los metros que quedan son los más intensos. Sé que es tarde, pero no pierdo la esperanza de que aún estés ahí; la luz de la siguiente estación ya se ve cerca, las personas a un costado del andén se divisan desde lejos y comienzo a bajar la velocidad para salir del túnel.

Lentamente el tren se detiene, mientras mis ojos no paran de buscarte entre la multitud; la adrenalina fluye intensamente por mis venas y los rostros desconocidos se desvanecen hasta poder encontrar el tuyo. Ya casi me he detenido y a lo lejos veo tu cara levantarse entre la multitud. Mi aliento retenido vuelve a mí, mis palpitaciones son mucho más fuertes, es una sensación difícil de explicar. Sabía que estarías aquí aunque los minutos de retraso me hicieron pensar por un momento que hoy no te vería.

Disimulas muy bien tu alivio al verme llegar, aunque sé que haber esperado tanto tiempo debió ser una eternidad para ti. El tren se detiene completamente y abro las puertas para que esa multitud siga su destino. También abro mi puerta para asomarme a la orilla y aunque no es obligación ya que por los espejos se ve perfectamente cuando ya es tiempo de cerrar, esta estación es especial para mí.

Mantengo la mirada fija hasta el final del andén, siempre intentando no observarte, pero algo me hace bajar mis ojos y verte en el preciso momento que entras al vagón. Ese cruce de miradas me ha hecho adicta a ti, ya no puedo luchar contra estas sensaciones.

Es un instante único, tus ojos atraviesan mi corazón, es como una corriente que me acelera, que podría llevarme a correr a ti y abrazarte. Verte cada día es una energía que me llena a diario, no sé qué pasaría si una mañana no te encuentro entre la multitud o si decidieras entrar en otro vagón que no fuera cerca de mí.

Entras en mi cuerpo y recorres mis venas como una droga, enciendes mis ganas de vivir cada momento, llenas mi corazón con tu presencia y te mantengo en mi mente todo el día.

La gente ha terminado de subir y cierro las puertas nuevamente para proseguir nuestro viaje. Quizás no te has dado cuenta, pero desde que descubrí que te acomodas tras la ventanilla que da a mi carro, instalé un espejo para verte mientras me miras. Aunque no puedo distinguir tus rasgos porque la luz te ilumina desde la espalda, sé que tus ojos no se despegan de mí. Al principio pensé que era una coincidencia pero muchas veces te he probado atrasando el comienzo de mi turno, sólo para verificar que sólo entrabas en mi tren.

Es extraño sentirme protegida y acosada al mismo tiempo, pero tu compañía hace el recorrido algo más interesante. El ruido de las vías se vuelve música en mis oídos y la rutinaria entrada y salida de los túneles es como un día de campo junto a ti. Son los momentos más esperados de mi día y me gustaría hacerlos eternos.

Sólo una vez he faltado a trabajar, ese día fue como un tortura; normalmente no me enfermo, pero desperté con tanta fiebre que no podía salir en ese estado. Ahí descubrí cuán importante te habías vuelto en mi vida, lo fuerte que este sentimiento se tornó en mi interior; ya no podía pensar en otra persona que no fueras tú.

Por un instante pensé que era una locura, hasta que me enteré que ese día alguien preguntó por la muchacha que maneja el tren. Sólo tú harías algo semejante, sólo tú te atreverías a preguntarle a todo el mundo averiguando de mí, pero no te acercarías a hablarme directamente. Yo creo que es eso lo que me ha cautivado, saber que me invades en silencio, pero que no me ahogas con tu presencia, que no me canso de verte cada día observándome tras el cristal.

No sé por qué no te acercas, por qué no me hablas, lo he deseado tantas veces, incluso he pensado en ser yo quien tome la iniciativa y saludarte. Pero luego pienso que quizás se rompería esta magia de la que soy esclava y permanezco en silencio esperando tus palabras.

Esa barrera te mantiene a un paso de mi corazón, aunque se mezclan las ansias y el miedo de que eso suceda. No sabría qué hacer, no sé cómo reaccionaría si algún día rompieras el silencio.

Muchas veces lo he soñado, pero al igual que hoy, a veces esos dulces momentos se vuelven una pesadilla. Me despierto de madrugada en medio de mi desesperación, sabiendo que mis manos te llevan cada día a tu destino y que cualquier distracción puede ser una tragedia para los dos. Pero en mis sueños eres el héroe que me salva la vida y me rescata del desastre para besarme al final con pasión y locura.

Las paradas y los minutos van pasando y las últimas estaciones de nuestro viaje ya se acercan. Me gustaría detener el tiempo y permanecer viajando eternamente junto a ti; pero una hora cerca de ti es mejor que nada. Rompes mi rutina cada día y le das sentido a mis viajes, aunque a lo lejos ya se divisan las luces de nuestra última estación.

¿Qué harás hoy? ¿Cambiarás de andén para volver a subir del otro lado? ¿O es demasiado tarde para continuar este viaje junto a mí?

Te observo por el espejo mientras recorremos los últimos metros de las vías, mi corazón desacelera las revoluciones sabiendo que ya termina un nuevo viaje contigo. Tomo el micrófono para anunciar la estación terminal, aunque no encuentro justo que tú conozcas mi voz y yo ni siquiera te haya escuchado una vez. Para muchos su día de trabajo recién comienza, pero para mí el día termina al traerte a tu destino.

Entramos al andén y reduzco la velocidad hasta detenernos por completo, abro las puertas para que descienda la multitud, mientras observo a través del espejo los últimos gestos de tu cara. Sé que no te moverás hasta que abra mi puerta y me asome a la orilla para observar a la gente bajar; así que no demoro más ese momento. Abro la puerta y me coloco en mi lugar habitual de observación.

La agonía me invade, un vacío enorme llega a mi corazón esperando ver tus ojos una vez más. Quizás hoy es el día, tal vez hoy rompas la barrera del silencio, no en vano esperaste largas horas para que este encuentro se realizara. Si tan sólo por una vez abrieras tu boca para decirme buenos días, al menos sería un paso más para nosotros.

La gente sigue bajando mientras mis ojos no enfocan a nadie que no seas tú. Hasta que veo tu rostro aproximarse a la salida, tu mano al teléfono como cada día; ya no sé si es verdad o sólo lo haces para disimular tus nervios. La verdad es que nunca he visto tus labios moverse mientras atiendes esa supuesta llamada.

Mis ojos encuentran los tuyos y la vida vuelve a mi cuerpo, la angustia de los últimos segundos se va en ese instante mágico que me rodea. Ya ha pasado casi un año desde la primera vez y cada día se siente tan intenso ese momento, que aunque te acercaras no sabría qué contestarte. Mi corazón se acelera e intento desviar mi mirada para disimular lo mucho que esperaba este instante.

Las últimas personas descienden de los vagones y la multitud se acerca lentamente a las escaleras. Tus pasos se alejan de mí y el silencio de esta fantasía sigue presente, sé que es más fácil callar que enfrentar el desafío, pero espero que algún día te des cuenta que no te rechazaría.

Me mantengo unos instantes más al costado de la puerta, esperando hasta el momento exacto en que giras tu cabeza hacia mí. Esa última mirada que llena mi día nuevamente, que le da sentido a estas horas de trabajo y me dan esperanzas de un nuevo día. Esos instantes que quedan en mi recuerdo hasta verte otra vez, hasta llevar este tren a tu estación y recogerte donde me esperas con impaciencia. El único temor que permanece cada día, es no verte nunca más, no recorrer contigo la ciudad. Pero ese miedo se disipa al encontrar tu rostro en la multitud, al salir del oscuro túnel y ver tus ojos iluminar mi vida.



Publicación reeditada 2013

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viernes, 10 de abril de 2015

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jueves, 9 de abril de 2015

ESPERADO DESCANSO




ESPERADO DESCANSO

Una brisa suave otoñal mecía las ramas de los árboles, era una noche agradable a pesar de ser las once de la noche. Las estrellas centelleaban alegres sin luna que opacara sus colores vigorosos. Para Francisco, un día más de trabajo había terminado y retornaba a casa exhausto. Las extensas horas laborales y el doble turno que estaba haciendo hacía una semana, lo tenían al borde del colapso. Al entrar a su casa a penas podía levantar los pies para avanzar hasta su dormitorio y sólo deseaba recostarse sobre la cama para recuperar sus fuerzas.

Dejó caer el maletín por el pasillo y unos pasos más adelante, arrojó la camisa mientras se acercaba a su cama. Sin desatar los cordones de sus zapatos, se los sacó de un tirón y los lanzó a un costado del velador. Encendió la radio para escuchar algo de música suave, apagó la luz y se tendió sobre la cama con los pantalones puestos. Sus párpados se cerraron pesadamente y el sueño lo venció con la rapidez que un fósforo se consume en la oscuridad.

Ya habían pasado unos cuarenta minutos, cuando un susurro en su oído lo despertó repentinamente. De un salto se incorporó asustado, sorprendido por lo que había escuchado. Su corazón estaba agitado y su cuerpo sudoroso, Francisco sintió el frío viento que entraba desde afuera. Encendió la luz, apagó la radio y se asomó a mirar por la ventana. Las calles estaban vacías y nada extraño pasaba afuera; luego recorrió la casa desde su dormitorio hasta la puerta de entrada; pero todo estaba bien.

—Quizás estaba roncando muy fuerte o me ha dado por hablar dormido —se decía mientras caminaba de vuelta al dormitorio, recogiendo el maletín y la camisa que había tirado a su llegada.

La inquietud de ese susurro rondando en su interior lo mantenía alerta; estaba casi seguro de que había escuchado una voz hablando directamente a su oído. Pero Francisco estaba demasiado cansado para conjeturas fantasiosas, sólo necesitaba descansar un poco más y recuperar fuerzas. Al regresar al dormitorio sintió nuevamente la brisa fría que entraba por la ventana.

La temperatura de la noche había descendido notoriamente, así que se puso una sudadera para cubrir su torso desnudo y cerró la ventana. Sin apagar la luz se tendió sobre la cama y cerró los ojos intentando no dormirse. Pero el sueño lo venció.

A los pocos minutos su cuerpo se mecía al vaivén de su respiración y la saliva fluía por su boca empapando el lugar donde reposaba su cara. En medio de ese placentero descanso, Francisco despertó de un gran salto. Nuevamente había escuchado ese susurro en su oído, muy nítido y demasiado real para ser un sueño. Él se incorporó y al mirar hacia los pies de la cama yacía una aterradora silueta gris dibujándose al fondo de la habitación.

Francisco quedó totalmente paralizado, se puso pálido como una mota de algodón. Sus gritos de espanto quedaron contenidos por el pánico. Ni una palabra salió de su boca. No sabía si estaba realmente despierto o dormido; miraba alrededor buscando alguna respuesta a esa interrogante. Intentó moverse hacia un costado de la cama, pero sus músculos agarrotados no le respondían. En ese preciso instante, una ráfaga de viento recio abrió la ventana de un golpe y la luz del dormitorio se apagó como una vela en medio de la tormenta.

La figura incorpórea comenzó a acercarse y a resplandecer iluminando toda la habitación. Francisco ya había recobrado la movilidad de su cuerpo y se deslizó lenta y suavemente por la cama en dirección a la puerta. Cuando sintió que tenía el espacio suficiente y el valor para correr hacia el pasillo. A poco de avanzar, la aparición espectral se le colocó por delante y detuvo abruptamente su escape.

Balbuceando, con su mandíbula temblorosa y sus manos frías como hielo, intentó emitir alguna frase comprensible, pero su garganta estaba apretada. Gotas de sudor frío recorrían su espalda, los segundos se hacían una eternidad y tras un largo esfuerzo, al fin pudo dejar salir dos frases entre dientes:

— ¿Quién eres?… ¿Qué quieres de mí?

Un viento envolvente ingresó a la habitación trayendo consigo una niebla blanquecina que hizo que el espectro comenzara a tomar una forma más definida. Al menos ya se denotaban facciones humanas en su cara y un cuerpo femenino se contorneaba lentamente entre la bruma espesa.

Sin emitir palabras, la silueta fantasmal levantó una de sus manos invitándolo a seguirla por el pasillo. Francisco se armó de valor para seguirla y con cada paso que daba; la brisa que lo envolvía con un roce suave y delicado que se llevaba todos sus temores. La siguió mientras ella levitaba por la sala en dirección a la puerta trasera que daba directo al patio. La figura femenina atravesó la puerta envuelta en la niebla, mientras él se apresuró a seguirla abriendo rápidamente la puerta al jardín.

La noche se sentía húmeda y la bruma que se levantaba en su patio, era ahora más espesa y tenebrosa. Ella continuaba avanzando hacia el fondo del jardín y él la seguía de cerca como hipnotizado por su invitación seductora. Un cúmulo de niebla se formó delante de ellos, como si las nubes hubiesen descendido de los cielos y se hubieran posado en aquel lugar.

Ambos se internaron en la niebla y a poco de avanzar, Francisco se dio cuenta que ya no estaban en el patio de su casa. La bruma los transportó en un viaje misterioso hasta un viejo cementerio, lúgubre y abandonado. La imagen resplandeciente de la mujer le antecedía, y ambos seguían avanzando entre las lápidas y los nichos. Recorrieron senderos olvidados dejados a su suerte, llenos de hierba seca por doquier.

Los bordes gastados de las lápidas sobresalían con ángulos irregulares. Los epitafios desteñidos casi eran ilegibles en la penumbra de la noche. Cruces quebradas, flores marchitas y restos de velas consumidas por el tiempo. Finalmente ella se detuvo frente a una pila de escombros y levantando su brazo derecho, le señaló los restos de una tumba destruida. En ese preciso instante, en un abrir y cerrar de ojos, ella desapareció dejando tras de sí un resplandor que iluminaba todo alrededor, mientras la niebla lentamente se disipaba.

La duda había quedado prendada en los pensamientos de Francisco ¿Cuál sería la razón de haber sido trasladado hasta allí? Él se acercó cautelosamente a observar la tumba y escarbó con delicadeza entre los pedazos desmoronados y olvidados por el tiempo. Entre los escombros húmedos, encontró una cruz caída y una lápida rota con una inscripción aún legible que decía:

—Ana Mariela Ortega Ruiz 1950 – 1979.

No había nada más escrito en ella, ni un epitafio, ni una frase que hablara más de ella. Al seguir escarbando en medio de los escombros gastados, Francisco encontró un medallón de plata que había perdido su brillo por el paso de los años. A un costado tenía una especie de traba que le permitió a Francisco abrirlo y descubrir en su interior el retrato de una mujer junto a su hija. La foto estaba gastada por los años y era imposible reconocer las caras.

Pero unos detalles le llamaron la atención sobre la tapa del medallón. Tenía grabado cuatro letras en el borde, ubicadas a la misma distancia entre sí, como si fuera un diagrama de puntos cardinales, y en el centro un extraño símbolo. Las letras eran las iniciales del nombre grabado en la lápida, A M O R y el símbolo en el centro le pareció conocido, pero no recordaba exactamente dónde lo había visto.

Francisco estaba muy concentrado examinando los detalles de aquel objeto y buscando algo más entre los escombros de la tumba. De pronto la sensación de sentirse observado lo estremeció por completo. Los vellos de sus brazos se erizaron,  mientras un aire frío recorrió toda su espalda. La niebla envolvente humedeció todo su cuerpo y pudo escuchar ese susurro tenebroso en su oído nuevamente. Su alma pareció paralizarse, su corazón parecía latir en cámara lenta como llevado por el lento movimiento de un caracol.

—Encuentra las respuestas —escuchó con total claridad.

En un abrir y cerrar de ojos logró se rompió ese instante tenebroso y dando un gran grito de espanto, despertó sobre su cama. Estaba completamente mojado por un sudor frío y sus latidos acelerados al máximo. Francisco respiró profundo hasta normalizar su respiración, mientras el viento frío ondeaba las cortinas de la habitación.

En su mente intentaba convencerse que ya había dejado atrás tan angustiante pesadilla. Pero al moverse hacia un costado de la cama y abrir la palma de su mano, de entre sus dedos apretados se escapó el medallón de sus sueños.

Francisco se levantó con dirección al baño para mojarse la cara e intentar calmarse. En repetidas ocasiones fue de la cocina al baño, del baño al dormitorio y viceversa. Cual león enjaulado, no sabía hacia donde caminar; no entendía nada de lo sucedido. Luego volvió a la cama para intentar dormir, pero se dio mil vueltas sobre ella sin poder conciliar el sueño.

Se levantó nuevamente decidido a averiguar más sobre aquella mujer. Se preparó un café bien cargado para mantenerse despierto. Encendió su computador y comenzó a buscar información sobre aquel símbolo inscrito en el medallón. Francisco sabía que en algún lugar había visto esa imagen y tenía que ver con runas o algo así. Después de largos minutos buscando en internet viendo cientos de imágenes que desfilaron frente a sus ojos; al fin encontró exactamente lo que buscaba. Se trataba de un símbolo rúnico formado por dos caracteres; R y U.

Se interesó tanto en el tema que toda gota de cansancio se alejó de su cuerpo y se dispuso a seguir en busca de la verdad. Algo en su interior lo alentaba a seguir adelante y encontrar las respuestas. Minutos más tarde encontró unos interesantes estudios del Futhark, que es el equivalente rúnico al abecedario.

Futhark significa susurro de los dioses.

Lo que Francisco asoció inmediatamente con el susurro misterioso que lo había despertado. La combinación de letras RU inscritas en el medallón, también tenía un significado legendario.

RU, algo misterioso o secreto.

—Esto no puede ser una coincidencia, esto está realmente relacionado.
Francisco reposó su espalda en el asiento con las manos entrelazadas sobre su cabeza y respiró profundo con la vista perdida en el techo de la habitación. Muy en su interior sabía que no estaba equivocado, que todo tendría sentido al final. Pero la cantidad de información que había encontrado era muchísima; así que debía ordenar los datos de alguna manera lógica.

Jugando con el medallón en las manos y poniendo atención en las demás letras talladas en el metal; supuso que cada una de ellas debía tener un segundo significado y no sólo representar el nombre de la mujer a quien perteneció. Buscó una hoja blanca sobre la cual tomar notas de que encontraba.

A, es la runa Anzuz y significa mensaje… el mensaje es un llamado, un llamado a una vida nueva —hizo una pausa y prosiguió— M, es la runa Mannaz y representa el Yo, porque el punto de partida debe ser siempre uno mismo.

Todo podía estar relacionado o mezclado, así que prosiguió analizando las letras de las inscripciones; los resultados eran cada vez más reveladores.

O, es la runa Othila y significa una separación radical. Esta es la época de separar los caminos —citaba el texto— R, es la runa Raido y representa la rueda que marca los viajes, tanto físicos como espirituales.

—Veamos… Un mensaje o un llamado a un vida nueva… el punto de partida soy yo mismo… habrá una separación radical de caminos y un viaje físico… o espiritual…

Francisco se quedó en silencio, contemplativo; era tan claro para él lo que los símbolos decían, que lo aterraba y lo hizo pensar que quizás estaba yendo demasiado lejos con todo eso. Confundido por completo pero intrigado a la vez, sólo necesitaba recordar un detalle muy importante.

—Pero, ¿dónde he visto el símbolo en el centro del medallón?

Cerró los ojos para buscar en su memoria esa imagen lejana y de pronto todo en su mente parecía claro como el agua. Corrió a buscar el almanaque universitario del año 1979; año en que se graduó de su carrera. Subió al ático para desempolvar antiguas cajas con libros y recuerdos. Abrió el almanaque y rápidamente encontró las fotos que lo transportaron a esos años de su vida. Por varios minutos se quedó recordando a sus compañeros y vivencias de la vida universitaria.

Una a una recorrió las antiguas páginas de más de treinta años, mientras los recuerdos volvían a él como en aquellos tiempos. Miraba las caras de sus compañeros en las fotografías y se acordaba de algunos nombres y de las anécdotas compartidas. En medio de los recuerdos encontró la foto que tanto buscaba. El símbolo en el medallón era parte de un emblema de fraternidad y en la foto encontrada el emblema era llevado por una compañera de Francisco.

En realidad, ella siempre quiso ser más que una compañera o amiga, pero era mayor que él por varios años. Francisco, vanidoso y ególatra, no se expondría a las burlas de sus compañeros por salir con una mujer cinco años mayor. Así que más allá de compartir las clases, él no tenía ningún interés en ella. A pesar de eso, ella siempre intentó conquistarlo. Cuando él faltaba a clases le prestaba los apuntes y siempre estaba atenta a lo que él hacía o necesitara. Tan insignificante era ella para él, que ni siquiera recordaba su nombre.

Un recorte de diario amarillento cayó de entre las hojas del libro; cuando Francisco se agachó a recogerlo, el medallón se deslizó caprichosamente desde su bolsillo cayendo sobre la hoja de papel. La mirada de él se centró en el titular que decía:

Universitaria se suicida el día de su graduación… Ana Mariela Ortega…

En ese momento su cara se transformó completamente; de la alegría y la nostalgia de los recuerdos, pasó abruptamente a un pánico indescriptible. Un enorme sentimiento de culpa le sobrevino. Los malos recuerdos ocultos en el baúl de su memoria, aquellos que se había prometido olvidar afloraban como un manantial de aguas tormentosas.

Recordó entonces los sucesos de ese día. Después de la ceremonia de graduación todos los compañeros fueron a celebrar a un pub. También iba Mariela, como le gustaba que la llamaran. Ella no le despegó la vista de encima en toda la noche, situación que ya tenía incómodo a Francisco. Entre tragos y risas, él se levantó de su asiento y caminó en dirección a ella ante la mirada expectante de todos sus compañeros. Pero en el último segundo estando a sólo medio metro de ella, Francisco abrazó a otra mujer que estaba cerca besándola en los labios apasionadamente.

Mariela sintió que su mundo subía a las nubes al momento que él se acercaba y que se desmoronaba en mil pedazos el verlo en brazos de otra. Su corazón partido había recibido la última estocada de desprecio e indiferencia de parte de él. Ella salió corriendo del lugar y después de ese episodio Francisco nunca supo más de ella. Hasta ese momento, al leer esa página que extrañamente estaba oculta entre sus cosas.

Un escalofrío recorrió su espalda. Las luces comenzaron a parpadear hasta que la habitación se oscureció por completo. Al instante una niebla espesa inundó el cuarto totalmente y en cosa de segundos, la silueta espectral que se le había aparecido horas antes, tomó forma frente a sus ojos.

—Al fin has encontrado las respuestas —dijo ella.

Al mirarla a los ojos Francisco la reconoció de inmediato. Sin duda era ella, Mariela, su compañera que siempre lo había amado; aquella que constantemente era presa de las burlas de los demás, de todos quienes se daban cuenta de su devoción hacia él y de la indiferencia que Francisco demostraba.

Pero antes que él dijera palabra alguna, antes que pudiera expresar la pena y el arrepentimiento que estaba sintiendo en ese momento; la figura tenebrosa de la mujer lo sujetó firmemente de los brazos. Las manos frías de la mujer se dejaron sentir profundamente hasta los huesos. Lo arrastró a través de la niebla de vuelta al antiguo cementerio donde yacía su olvidado cadáver.

Francisco luchaba con todas sus fuerzas por soltarse y escapar de ella; pero era inevitablemente llevado por la mujer hasta su tumba. Aunque el tiempo pasara y el olvido tapara con polvo la memoria de la muchacha; ella al fin conseguía vengarse del traidor a quien amaba. Aquel que destrozara su corazón y culpable de la horrible decisión de quitarse de la vida. Ahora Mariela encontraba el deseado descanso de su alma, abrazándolo hasta la muerte.




Publicación reeditada 2013


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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