martes, 21 de agosto de 2012

IRREVERSIBLE

IRREVERSIBLE


Con el tiempo la vida nos enseña que hay decisiones incomprensibles que cambian la dirección de nuestros destinos; que existen caminos que jamás deben ser recorridos y que hay senderos que es mejor evitar. Pero cuando alguien se arriesga a recorrer esos peligrosos caminos y sigue avanzando sin retroceder, normalmente termina en un callejón sin salida, sin amigos y muchas veces sin las personas a quien ama.

Si se conociera el final de cada camino no existirían los errores, pero la vida sería monótona, aburrida y sin gracia. Esa era la visión de Antonella, vivir día a día sin importar hacia donde la llevaría su camino y cada vez que se sentía repitiendo las mismas acciones una y otra vez, hacía algo para romper esa rutina. Muchas veces el simple hecho de teñir su pelo de color diferente o cambiar la posición de los muebles de su departamento, le daba la tranquilidad interior de haber roto esa monotonía. Cada día al recorrer las calles de la ciudad se sentía una esclava de las circunstancias, sabiendo que estaba obligada a cumplir las mismas reglas que todos su alrededor. Así que cada cierto tiempo inventaba rutas nuevas para ir a su trabajo o salía más temprano con el sólo fin de no estar amarrada al tiempo. Ese era también uno de los motivos por los que no se había ido a vivir con su novio, ella necesitaba su propio espacio en el cual sentirse libre aún.

Día tras día su mente intentaba resolver el misterio que la envolvía; inventaba situaciones que existían sólo en su cabeza, aunque esa vida paralela sólo estuviera en su mente. Ella necesitaba creer que cada día al quedarse en el departamento de su novio, un nuevo mundo se abría para ella. Aunque cada noche al acostarse, su realidad fuera la misma; triste, vacía e interminable; como si el tiempo se hubiera detenido en un torbellino que la obligaba a dar vueltas y vueltas sin parar.

Pero una mañana al despertar al lado de su novio Vicente, se quedó observándolo detenidamente, examinando cada ángulo de su cara, la redondez de su barbilla y sus pómulos marcados; miraba con toda calma los detalles de su pelo, sus orejas y manos. En ese momento ella se dio cuenta de que él no era el mismo de cuando lo había conocido, sentía que de una u otra manera los meses junto a él habían cambiado su aspecto.

Ella se levantó silenciosamente, sin despertarlo y fue al baño para tomar una ducha caliente. Mientras el agua caía por su cabeza y recorría todo su cuerpo desnudo, ese pensamiento obsesivo seguía rondando su mente. Era como gotas de tinta vertidas en una recipiente de agua caliente; expandiéndose rápidamente hasta teñirlo todo. Al terminar de ducharse, Antonella se envolvió en una tolla y se paró frente al espejo empañado por el vapor de agua; mientras se secaba miraba su cara de uno y otro lado.

—Estoy segura que él está diferente, en cambio yo sigo igual, es como si los años no pasaran por mí.

Pero estaba equivocada, porque a cada instante de nuestras vidas, todos los días, a cada segundo cambiamos. En su afán por obtener respuestas a su banal curiosidad, ella volvió a la cama y despertó a Vicente.

— ¿Tú me amarías si yo fuera diferente? —le preguntó cuando abrió los ojos— ¿Me amarías si yo fuera otra persona?

—No podría amar a otra persona que no fueras tú —contestó él un poco extrañado por la pregunta y aún somnoliento— Si fueras diferente no me habría fijado en ti, porque ya no serías tú realmente. ¿Por qué lo preguntas?

—No, por nada —respondió ella un poco desconcertada y no conforme con la respuesta.

Sin embargo en silencio guardó una pregunta más complicada aún; una interrogante que la atormentó todo el día; al recorrer las calles con su mirada perdida; al subir al metro y avanzar en dirección a su trabajo. Aún en su oficina mientras trabajaba frente al computador, esa pregunta rondaba sus pensamientos. Las horas pasaron y ese gusano en su cerebro permaneció carcomiendo su conciencia. Hasta que finalmente, esa noche de vuelta en el departamento de Vicente,  al estar con él en la intimidad, lo dejó escapar de su boca.

— ¿Podrías cerrar los ojos e imaginar que yo soy otra mujer?

Vicente quedó muy impactado por sus palabras.

— ¿Qué acabas de preguntar?... ¿Qué está pasando contigo Antonella?

—Nada, sólo quiero que pienses que soy otra mujer ¿Acaso tiene algo de malo eso?

—Después de todo el tiempo que hemos estado juntos —le dijo Vicente mientras se levantaba de la cama enojado y se arropaba con su bata— ¿Ahora vienes con estas locuras superficiales? Estás muy equivocada Antonella, el amor entre nosotros es mucho mayor que las apariencias; el que no vivamos juntos aún no quiere decir que no quiera estar contigo o que me imagine mi vida con otra mujer…

Sin saber qué hacer o cómo explicar lo que estaba sintiendo, ella se puso a llorar desconsoladamente, no sabía cómo expresarle lo que estaba sucediendo en su interior. Ese pensamiento estaba muy arraigado en su mente. Antonella le pidió disculpas y se acostaron nuevamente a dormir. Aunque después de apagar las luces ella permaneció despierta gran parte de la noche. Sabía que lo sucedido había abierto una puerta difícil de cerrar, por su mente sólo desfilaba la idea de escapar, huir lejos de todo lo conocido, desaparecer de la tierra y que nunca más se supiera de ella.

Antonella se levantó silenciosamente antes que amaneciera, con suerte durmió un par de horas mientras pensaba en lo que haría ese día. Ella salió sin despedirse de Vicente, aunque a él no le extrañaba nada de lo que ella hiciera, ya estaba acostumbrado a muchas de sus actitudes y locuras. Simplemente para él, ese había sido uno más de sus caprichos; aunque esta vez él no le daría en el gusto.

Ella salió del departamento sin rumbo fijo, sólo se dedicó a caminar por las calles sin pensar dónde la llevarían sus pasos. La fría mañana humedecía sus mejillas que aún recordaban las huellas de las lágrimas derramadas. Sus ojos brillosos, fatigados y somnolientos miraban al horizonte sin encontrar donde acabaría ese peregrinar. Antonella apagó su celular para no atender ninguna llamada y después de muchas vueltas por la ciudad, decidió no ir a trabajar ese día y volver directamente a su departamento. Al pasar el umbral de su puerta, ella sabía exactamente lo que haría.

Como cada tarde Vicente la llamó y se preocupó mucho al no poder comunicarse con ella. Ya antes habían discutido por sus caprichos, pero nunca había dejado de responder sus llamadas; a lo mucho le enviaba un mensaje de vuelta diciéndole que no quería hablar con él, pero jamás apagaba su teléfono. En vista que no le respondió las llamadas durante toda la tarde, él decidió ir a su oficina; pero al preguntar por ella en la recepción, le informaron que ese día no se había presentado a trabajar. Vicente sabía que algo no andaba bien, era un mal presentimiento extraño y angustiante; así que decidió ir al departamento de ella esperando encontrarla allí. Pero al hablar con el conserje, él le dio la mala noticia:

—La señorita Antonella dejó su apartamento durante el día. Me pidió que le avisara cuando llegara el camión de mudanza y al irse, dejó un sobre sellado para el dueño del departamento con las llaves. Los hombres de la mudanza cargaron todas sus cosas en un par de horas y finalmente se fue sin dejar ninguna dirección… estaba muy apurada y casi ni se despidió… realmente fue algo muy repentino.

La cara de Vicente reflejaba toda la angustia que estaba sintiendo en ese momento, casi no podía creer lo que había sucedido, pero en el fondo esa era exactamente una de las cosas típicas de Antonella. Quizás se había aburrido de vivir allí y había encontrado otro lugar mejor; seguramente cuando se sintiera cómoda lo llamaría para avisarle. Pero los días pasaron y Vicente seguía sin saber nada de ella, era como si la tierra se la hubiera tragado completamente. La situación había dejado de ser algo típico de ella y Vicente decidió dar aviso a la policía por presunta tragedia. Colocó carteles en lugares públicos, intentó localizar a algún familiar o alguien que la conociera por más tiempo que él; hizo todo cuanto estuvo a su alcance hacer, pero sin obtener resultado alguno. Antonella simplemente había desaparecido.

Las semanas se transformaron en meses; pasó el invierno, la primavera y el verano, y Vicente poco a poco se fue resignando a que jamás la volvería a ver. Pero cada vez que él veía a una mujer parecida a ella, su corazón se aceleraba al máximo, para luego caer en un vacío enorme que recalaba en su pecho al darse cuenta que no era Antonella. El otoño ya presagiaba un frío invierno y las hojas cubrían las calles y los parques. Sus amigos lo alentaban una y otra vez a salir y conocer a alguien que lo hiciera olvidar su desamor, pero cada vez que alguna salida podía ser realmente importante, algo sucedía, algo interfería con una linda velada y esa posibilidad de llenar nuevamente su corazón se esfumaba.

Al completar un año de que Antonella desapareciera, Vicente llevó un ramo de flores para arrojarlas al borde del río donde una fría tarde se conocieron. Él quería cerrar el ciclo de su pasado y dejar atrás de una vez todo lo sucedido, aunque muy en su interior siempre habría un pedazo de su corazón para ella.

Ya habían pasado un par de meses desde esa tarde en que Vicente decidió sacar el recuerdo de Antonella de su vida. El día había estado lluvioso y helado, la noche era propicia para tomar un trago que le subiera la temperatura, al menos esa era su intención cuando entró a ese bar. Pero después de un par de tragos se dio cuenta que frente a él había una mujer que no le quitaba los ojos de encima. Primero sus miradas se cruzaron entre la multitud y luego de unos minutos él decidió acercarse a conversar.

—¿Aceptarías que te invite un trago y algo de compañía?

Ella aceptó ambas. Su nombre era Alicia y algo en ella le recordaba a su Antonella, aunque ya había escuchado de sus amigos que esas cosas solían suceder. Que por más que intentara olvidarla, siempre vería algo de ella en otras mujeres.

—Siempre después de una pérdida se busca reemplazar a esa persona con alguien muy similar en apariencia o en personalidad.

Pero eso era algo que Vicente no quería hacer, él quería conocer a alguien totalmente opuesta. Así que mientras él la miraba detenidamente, observaba sus finas facciones y recorría con su vista cada detalle, en su mente se repetía una y otra vez lo diferentes que eran. Aún así, algo en su manera de sonreír lo estremecía y algo en su forma de mirar le recordaba a su querida Antonella. Después de mucho conversar ambos se sentían muy a gusto hablando de sus vidas y de sus sueños. Alicia hacía muchas preguntas, como toda persona curiosa de saber el pasado de quien tiene enfrente, pero había cosas que Vicente evitaba decir.

A las horas después, ambos ya estaban pasados de copas y reían por cualquier cosa; desde ese momento Vicente no dudó en sincerarse cada vez más con ella, al punto de contarle lo sucedido con Antonella. Mientras él hablaba, cada palabra reflejaba que Vicente aún la amaba, era algo inevitable; pero Alicia lejos de molestarse con la situación lo seguía escuchando atentamente y sin interrumpirlo. La conversación se tornó en un monólogo cuyo único tema era Antonella, hasta que Vicente se dio cuenta lo que hacía y guardó silencio un momento.

—Perdona —dijo avergonzado— lo menos que quería era terminar hablando de ella, pero comprenderás que necesitaba desahogarme.

—No te preocupes —dijo ella mientras se le acercaba al oído¬— Yo haré que la olvides.

Con tanta convicción lo dijo que Vicente se estremeció completamente y se levantó de un salto de su asiento.

—Jamás la olvidaré —dijo molesto mientras golpeaba la mesa— nunca podré sacarla de mi mente.

Vicente se dio media vuelta y se encaminó hacia la puerta tambaleándose de ebrio mientras hacía el intento de abotonar su abrigo. Alicia lo seguía de cerca gritando y llorando, afirmándose de las sillas intentando no caer al suelo.

—Al menos te pido una oportunidad —decía Alicia a sus espaldas— ya verás que yo podría llegar a amarte mucho más que ella.

—A penas me conoces —dijo Vicente dándose vuelta hacia ella— ¿Cómo entonces puedes hablar de amor? ¿Qué sabes tú de lo que yo siento por ella o de la intensidad con ambos nos amamos?

Alicia guardó silencio y bajó la mirada. Vicente salió a la calle mientras la lluvia caía copiosamente, Alicia lo siguió en silencio y a la distancia lo vio subirse a un taxi y perderse en la oscuridad de la noche. La lluvia ocultaba sus lágrimas, pero la amargura en su corazón no se la llevaría ni la tormenta más grande de la tierra.

Al día siguiente la lluvia había parado por completo, pero la mañana permanecía nublada, húmeda y helada. Vicente aún sentía el malestar de esas copas de más de la noche anterior, pero no era su costumbre faltar al trabajo por muy mal que se sintiera. Un café muy cargado y un sándwich lo harían recuperar el semblante. Aunque su mente aún permanecía atada a las palabras de Alicia. Él se colocó el abrigo y salió en dirección a su trabajo; pero al llegar a su auto, encontró una nota sujeta al parabrisas. Lo abrió rápidamente y al mismo tiempo lo dejó caer de sus manos paralizado por la impresión. Era un mensaje de Antonella.

—Perdóname por haber desaparecido así de esa manera; sé que no es justo lo que he hecho y que no debería pedirte nada, pero aún te amo. Quisiera que nos viéramos hoy a las siete de la tarde en nuestro lugar; si no vienes lo entenderé, pero te estaré esperando. Con amor Antonella.

Volvió a recoger la nota antes que el viento se la llevara. Su corazón comenzó a latir aceleradamente, una combinación de alegría y rabia chocaban en su interior. Sabía con toda certeza que esa no era una broma. La letra y la forma especial en la que la carta estaba firmada eran indiscutiblemente de ella. Después de leerla un par de veces más, Vicente sintió que tenía todo claro en su vida nuevamente. La angustia de esos meses y el vacío que sentía en su corazón se alejaban, sabía que si se encontraban volverían a estar juntos otra vez, sin rencores; porque a la única persona a quien podría perdonarle esa locura era ella.

Ese día las horas pasaron muy rápido y ya se acercaba el tan esperado momento del reencuentro. Lo único en que Vicente pensaba era en ver su cara nuevamente, estrecharla entre sus brazos y besar sus dulces labios. Deseaba sentir su perfume embriagante y perderse en su mirada una vez más. A cada instante, a cada segundo sentía su corazón más y más agitado, como si fuera un adolescente camino a su primera cita. Él entró al bar que habían bautizado como “su lugar”, ya que fue allí precisamente donde se conocieron.

El lugar no había cambiado mucho, a pesar que sólo volvió a visitarlo un par de veces desde la desaparición de Antonella, con toda la esperanza de encontrarla allí sentada. Por eso ese momento era tan mágico para Vicente; quien había soñado con ese instante cientos de veces.

Desde lejos la vio sentada de espaldas a la puerta, con las manos entre cruzadas sobre la mesa y con la cabeza levemente inclinada hacia delante, como era su costumbre. Vicente se colocó frente a ella y quedó atónito al ver que Antonella llevaba una máscara que le cubría la cara. La imagen con la que escondía su cara era la foto que se habían tomado la noche en que se conocieron. Vicente se sentó frente a ella sin quitar su vista de la máscara, sabiendo que el humor de ella siempre había sido fuera de lo común. Sin embargo sentía que esa broma había llegado demasiado lejos; una rabia incontenible crecía en su interior como un volcán a punto de estallar. Antonella permanecía en silencio y Vicente no soportó más, se levantó de la mesa y se dio media vuelta para irse.

—Espera amor... espera... —dijo ella antes que él emprendiera la huída.

— ¿Qué es todo esto Antonella?... —respondió Vicente volviéndose violentamente hacia ella— Desapareces por más de un año y luego apareces de la nada, me escribes para que nos juntemos, y ahora vienes aquí con esa ridícula máscara para burlarte de mí ¿Qué crees que estás haciendo?

—Perdóname —le contestó Antonella sin quitarse la máscara— te amo tanto que tenía miedo que te enamoraras de otra mujer. Pero ahora me doy cuenta que lo nuestro es más grande que cualquier circunstancia. Perdóname por todo el tiempo que he perdido de estar contigo...

Vicente se acercó a ella hasta colocar su mano sobre la máscara, pero antes que la pudiera sacar de su cara, Antonella le sujetó la mano.

—Espera un momento… ¿Realmente quieres ver mi nueva cara?

— ¿Nueva cara dices? —Vicente soltó la máscara de inmediato y dio un paso hacia atrás mientras un escalofrío recorrió su cuerpo— ¿Qué has hecho Antonella? ¿Quién eres realmente? La verdad es que te desconozco... Ya no eres la persona de quien me enamoré…

Vicente dio media vuelta y se alejó del lugar muy desconcertado, dejando atrás a Antonella y su máscara. Él salió del bar y caminó varios metros lejos de donde se habían reunido, pero la intriga lo obligó a devolverse y esperar escondido a que ella saliera para seguirla. Antonella salió del bar y caminaba sin mirar hacia atrás, llevaba la máscara en la mano mientras avanzaba aceleradamente. Vicente la seguía a distancia pero no podía ver su cara, luego de veinte minutos de perseguirla, la vio entrar a una clínica muy particular. Las puertas se cerraron tras de ella y él se escabulló siguiendo sus pasos.

Escondido en los rincones observó cada paso que ella dio hasta llegar a una sala donde la atendieron. Ella permaneció adentro cinco minutos y salió llorando desconsolada, corrió por el pasillo hasta la entrada y se fue sin darse cuenta que él la había seguido. Esa era la oportunidad que Vicente estaba esperando para averiguarlo todo. Sin demorar más, él entró en la misma sala de la cual salió Antonella y allí se encontró de frente con un doctor.

Vicente estaba algo nervioso, no sabía de qué manera explicarle lo que estaba pasando. Pero finalmente encontró las palabras para hablar con aquel cirujano especialista en estética facial. Vicente le explicó que la mujer que acababa de salir era su novia e inmediatamente él bajó la mirada y se colocó algo nervioso.

—Necesito saber ¿Por qué salió llorando de aquí?

El doctor algo dubitativo guardó silencio un momento antes de explicarle con mucho pesar las razones tras el desconsuelo de Antonella.

—Cuando ella vino a la clínica la primera vez hace más de un año, la verdad es que no entendí cómo una mujer tan hermosa podía necesitar una cirugía para ser feliz. Sin embargo por más que le insistí para que desistiera de hacerla, ella estaba tan decidida que pensé sería mejor que se atendiera conmigo y no con cualquier inescrupuloso. Pero ahora ha vuelto arrepentida porque quería revertir la operación, quería volver a tener su antiguo aspecto pero eso es imposible. Por más que me esfuerce, ella nunca volverá a tener sus antiguas facciones.

Vicente se mostraba algo confundido, la verdad que sin ver el nuevo rostro de ella no podía tener una imagen diferente de Antonella. El doctor sin decir más palabras sacó del archivero la ficha médica y se la entregó. Vicente extendió su mano para tomar las fotos que el hombre le entregaba, en ese momento sintió un enorme vacío en su interior y un estremecimiento que lo sacudió por completo, ya que sabía que ella no sólo había cambiado en apariencia; modificar su rostro también había cambiado su interior. Pero jamás pensó que esa nueva cara sería el rostro de Alicia.

Apenas podía sostener las fotos en su mano, con suerte se mantenía en pié. Sin duda que la extraña aparición de Alicia en su vida le había devuelto las esperanzas de superar la pérdida de Antonella, pero ahora que todo tenía un sentido macabro y egoísta, le sería muy difícil volver a amarla. Según le había contado el cirujano, cinco meses le tomó a ella la recuperación después la operación. En ese lapso de tiempo, lo que él más amaba de ella, su esencia y su fragilidad, también se habían perdido.

Cada foto que él había guardado junto a Antonella, ahora eran de otra persona, de una total desconocida y aunque pudiera fingir que todo estaba bien, no podría sobrellevar la triste realidad. Su dolor estaba más allá de la razón, Vicente había sufrido mucho por toda esa situación. La pérdida de Antonella, la incansable búsqueda, el interminable sentimiento de esperanza que ahora se diluía en una profunda confusión.

Desde ese día Vicente desapareció sin dejar rastros y ahora sería Antonella quien lloraría la partida de su amado. Ya habían pasado unos días cuando el teléfono de ella sonó; su corazón se aceleró al pensar que sería Vicente. Pero esa alegría momentánea se esfumó al darse cuenta que era el cirujano que la había operado, quien la llamaba y necesitaba que se dirigiera a la clínica urgente. Nuevamente su cara se llenó de alegría al pensar que había una solución para recuperar su antigua apariencia y que al fin el doctor la operaría para lucir como era antes de esa locura.

Los minutos que la separaban de las noticias se hicieron eternos; al llegar a la clínica entró raudamente corriendo por los pasillos y antes que recuperara el aliento, el doctor le entregó una carta para ella. Era de Vicente y decía:

—Te amo y nunca dejé de amarte aunque no estabas aquí conmigo, me había resignado a tu pérdida y hasta tenía predispuesto mi corazón para volver a amar. Pero nunca imaginé que volverías a romper mi corazón, que jugarías con mis sentimientos para saciar tu egoísmo. Sin embargo no puedo ocultarte la decisión que he tomado. No me verás hasta en seis meses más, cuando al igual que tú sanen mis heridas por la operación, aunque no creo que con eso sane mi corazón. Yo también he cambiado mi rostro para ser alguien diferente, sólo así tú sabrás lo que siento ahora y yo sabré lo que estás sintiendo tú. Te buscaré cuando todo esté bien, pero ¿Sabrás reconocer quién soy yo?...

La carta terminaba con esa frase de despedida; el doctor no tenía fotos del nuevo aspecto de Vicente, él se las había llevado consigo; no había nada que le mostrara a Antonella cómo sería su nuevo rostro o cómo poder reconocerlo. Los días se convirtieron en semanas y las semanas pasaron a ser meses y el tiempo del anhelado regreso se había cumplido. Antonella lo buscaba siempre tras cada mirada, en cada hombre que se cruzaba en su camino, pero no lo encontraba. Muchos hombres la invitaron a salir y ella accedió pensando que se trataba de Vicente; pero pronto se daba cuenta que no era él. Su corazón ya no sabía a quien amar y sus labios ansiaban encontrarlo. Esa tortura la estaba matando y la consumía lentamente hasta el alma.

Cada día que pasaba era una incansable búsqueda entre la multitud; una locura descontrolada que no soportó más. Antonella volvió a la clínica para sacarse esa máscara de mentiras. Antonella había quedado atrás en el pasado y ahora Alicia pasaría a ser otro rostro olvidado. Vicente no volvería a ella y si lo hiciera algún día, tampoco sería el hombre a quién ella amó. Si el destino los uniera en algún momento no se reconocerían y desde ese día serían sólo dos desconocidos para siempre, caminando la senda de una decisión irreversible.



Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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miércoles, 8 de agosto de 2012

LA OSCURA DAMA DEL LAGO


LA OSCURA DAMA DEL LAGO


El aire templado de la noche me invitaba a abrir las ventanas para que la brisa de la noche acariciara suavemente mi piel. Desde la cabaña se podía ver claramente la superficie del lago reflejando la luz de la luna. Ya casi había olvidado como se veía ese paisaje por las noches de luna llena, ya que hacía más de ocho años que no iba por esos lados. Esa cabaña pertenecía a mis padres y en mi niñez, durante las vacaciones de verano, era el lugar habitual para escaparse por dos meses. En ocasiones mis padres nos llevaban unos días en invierno, para disfrutar del apacible entorno del bosque, de los árboles altos y la vegetación abundante.

A veces cuando uno se ausenta de algún lugar por mucho tiempo, al verlo nuevamente uno se vuelve a enamorar o se desencanta completamente al descubrir que esos recuerdos guardados en la memoria son diferentes a la realidad. Lamentablemente tendría que esperar hasta el otro día para volver a recorrer los alrededores a la luz del sol y saber si mis recuerdos me ayudarían a reencantarme con ese hermoso lugar. El viaje había sido tan largo que a penas llegué a ver la puesta del sol tras las colinas del occidente.

El aire cálido del verano fluía por las habitaciones renovando el ambiente que olía a polvo y encierro. Quien diría que al final sólo la muerte de mis padres podría traerme de vuelta a ese hermoso lugar. Y pensar que hace unos pocos meses ellos habían estado allí, frente a ese mismo lago, disfrutando de la última visita a esos lugares. La vida es tan frágil que cuando menos se lo espera, la llama se extingue y el alma vuela al infinito, dejando esa pila de huesos y carne que vuelven a la tierra.

Encendí las luces exteriores y cambié también aquellas ampolletas que estaban quemadas, luego conecté el refrigerador nuevamente a la corriente y lo abrí para que se fuera ese olor a húmedo. Afortunadamente cada vez que mis padres iban dejaban todo limpio y guardado. La única suciedad que había era el polvo que se había acumulado en esos meses. Por un instante mientras me dedicaba a limpiar y a barrer las habitaciones, me pareció escuchar un susurro en el exterior. Era como dos personas conversando, pero cuando me asomé por la ventana, no había nadie. Entonces salí de la cabaña para estar seguro, pero no había nadie en los alrededores.

Entré nuevamente para continuar ordenando y aseando; después de ese agotador viaje yo sólo quería comer algo y descansar plácidamente hasta el otro día. Regresé a la cocina para comenzar a guardar los víveres que había traído con el fin de estar un par de semanas allí. Por más hermosos recuerdos que tenía de mi niñez, no estaba en mis planes inmediatos hacerme cargo de ese lugar. Por el contrario, muchas veces había recriminado a mis padres por no venderlo. Desde mi punto de vista, significaba más un gasto que una inversión ya que ni siquiera lo arrendaban. Toda vez que algún amigo de ellos lo quería usar, sólo les bastaba con pedirlo prestado con anticipación y mi padre les entregaba las llaves para que lo usaran. Lamentablemente ellos ya no estarían para hacerse cargo de las cosas, ni para disfrutar de su pequeña cabaña.

Mientras barría la sala y sacaba las cenizas acumuladas en la chimenea, por segunda vez escuché ese extraño ruido que parecía un susurro lejano. Era como una especie de zumbido que me obligó a dejar lo que estaba haciendo en ese momento y a guardar silencio. Pero entre el ruido que hacían las ramas de los árboles al mecerse por el viento y los sonidos de grillos y ranas cantoras que se percibían alrededor, no logré escuchar nada fuera de lo común, aquel sonido constante, molesto y repetitivo había cesado nuevamente.

Continué haciendo mis labores pero esta vez una extraña intranquilidad me invadía, era una sensación difícil de explicar. Era un sentimiento triste y desolador como si hubiera un profundo vacío en mi interior. No era una necesidad de algo, tampoco la tristeza de estar en la cabaña de mis padres y que ellos no estuvieran más a mi lado. Estaba seguro que tampoco era un llanto ahogado por su pérdida, ya que había llorado a mares desde el mismo día que me avisaron que habían tenido un grave accidente. En ese momento no necesité saber más detalles, algo en mi interior me avisó que los había perdido para siempre.

Pero eso era diferente, era como si una voz interna o la voz de algo a mi alrededor, quisiera hablarme o intentara comunicarse de alguna manera. Eso me mantenía muy inquieto y expectante. De un instante a otro la sensación se hizo más fuerte, mi corazón estaba muy agitado latiendo con mucha fuerza, casi a punto de salir de mi cuerpo. Comencé a sentirme sofocado, me faltaba el aire; miraba a mi alrededor sin poder encontrar una explicación a lo que me causaba esa agonía.

La temperatura de mi cuerpo subía y subía, comencé a sentirme como una antorcha encendida. El calor invadía todo mi ser, mis manos comenzaron a sudar sin parar y mis latidos hacían fluir una gran cantidad de adrenalina por mis venas. Nunca en mi vida había experimentado esa sensación desesperante, casi suicida. Sentía mis ojos pesados y mi piel estaba completamente mojada en sudor. Las ganas de gritar me invadían y mis manos comenzaron a temblar; casi no podía mantenerme en pie y mis piernas se doblaban cada vez más.

Me senté un momento para recuperarme de mi malestar, pero fue peor; el calor de mi cuerpo aumentaba y mis fuerzas flaqueaban hasta hacerme caer. Estaba tendido en el suelo pero sin perder la conciencia y comencé a arrastrarme hacia la puerta. Con los codos y brazos me impulsaba poco a poco hasta que finalmente alcancé la manilla y pude abrir la puerta para salir y respirar profundamente el aire de la noche. El bosque estaba claro, la luna brillante penetraba la espesura de los árboles y provocaba reflejos en el agua del lago.

Pero mi agitación no disminuía, así que me arrastré desde la entrada en dirección al agua. Me sujeté de la baranda del sendero que conectaba la cabaña con el muelle y me impulsé hasta colocarme en pie nuevamente; paso a paso avancé hasta llegar al borde del muelle. Aún sofocado y casi sin aire, me quité la camisa y los zapatos para me dejarme caer al agua. Sin duda que eso debería calmar esa sensación extenuante y apagaría ese fuego que sentía.

Durante largos minutos nadé bajo la luz de la noche, dejando que el agua fría apagara mi piel encendida en llamas. Nuevamente ese susurro gutural retumbó en mis oídos y me invadió el pánico. Me encontraba a unos cincuenta metros de la orilla y el ruido se sentía tan claro como el agua; lentamente ese sonido se convirtió en una voz que me llamaba desde las sombras. Mi nombre se escuchaba nítido al viento, mi corazón se aceleró por el miedo y comencé a nadar con total desesperación hacia la orilla. El agua agitada se ponía cada vez más helada, como si de un momento a otro se fuera a congelar.

En ese momento sentí una corriente de agua gélida que pasó bajo mis pies y comenzó a arrastrarme lejos llevando mi cuerpo hacia el centro del lago. Mis piernas se entumecían, mis manos desfallecían al intentar mantenerme a flote. Las fuerzas se me iban agotando y decidí dejarme llevar por la corriente hasta que todo se detuvo. Eso parecía sólo un mal sueño, una oscura pesadilla que me rodeaba y me aprisionaba sin salida. Nuevamente el murmullo acallaba, el agua se calmaba y volvía a su temperatura normal.

Me acerqué lentamente al muelle hasta llegar exhausto y salí del agua para volver a la cabaña. Caminé por los tablones resecos hasta llegar al sendero, cuando a cinco metros de llegar a la cabaña, la silueta de una mujer parada en el umbral de la puerta se hizo visible, ella estaba totalmente vestida de negro. De algún modo extraño, mi corazón sabía que era ella quien había susurrado mi nombre hace unos minutos atrás, que era ella quien había causado tal estrago mi alrededor, era ella la causante de tan irreal desorden.

Algo en mi interior me impulsaba a hablarle, pero mis palabras se encerraron en la oscuridad; yo estaba totalmente petrificado, sin habla y sin movimiento. Su fuerte presencia agitaba el aire y lo consumía completamente; su perfume a flores secaba el ambiente y penetraba en lo más profundo de mi ser hasta controlarme totalmente. Ella comenzó a acercarse a mí y con cada paso que daba su presencia me invadía. Saqué la daga que siempre llevo en mi cinturón y se la mostré amenazante, pero pareció no inmutarse y continuaba avanzando hacia mí.

La hoja de la daga reflejó la luz de la luna cuando la levanté para atacarla. Ella no se movió ni hizo ningún movimiento cuando se la enterré en el costado. Fue como enterrar un cuchillo en una cascada de agua, al retirar la daga de su cuerpo la hoja se volvió negra y se convirtió en cenizas como papel quemado en medio de una fogata. Sus ojos se encendieron en respuesta a mi osado ataque y con un soplido me lanzó al suelo. Mientras yo permanecía tendido sobre la hierba ella repetía una y otra vez mi nombre, y comenzó a acercarse nuevamente a mí flotando por el aire.

Ella levantó su mano izquierda, me sujetó con firmeza del cuello y comenzó a elevarme lentamente. El miedo me embargó por completo, sentía que el aire me abandonaba y que mi vista se nublaba. Mientras con su mano derecha, alzó lo que parecía un afilado puñal; la luz de la luna se reflejó sobre la hoja de frío y reluciente acero iluminando su cara. Ella tenía ojos negros y su piel era blanca como la nieve. Sus rasgos finos y definidos se grabaron en mi mente y en mi corazón; de manera que aún no logro explicar. Desde lo más profundo de mi ser y con la voz al borde de extinguirse le dije:

—Entiendo lo que estás sintiendo, yo también perdí a las personas que más he amado en la vida.

Ella se estremeció por un instante, parecía muy confundida por mis palabras a pesar de su naturaleza fantasmagórica y sobrenatural. Seguramente no esperaba que un simple mortal le dijera algo tan profundo y verdadero. Ella dejó de presionar mi garganta hasta liberarme, yo caí de rodillas sobre la hierba húmeda, mientras ella dejaba caer su arma. Ella permaneció inmóvil, confundida, como meditando en mis palabras. Entonces aproveché su estado letárgico y sin darle tiempo de reaccionar, me levanté y corrí hacia la espesura del bosque dejando atrás su figura oscura y sus ansias de matarme.

Yo corría bajo la oscuridad de la noche alumbrado suavemente por la plateada luz de la luna, me escabullí entre los árboles intentando dejarla atrás. Cada cierto tiempo miraba hacia atrás sobre mis hombros esperando no ver su silueta tras de mí. Mi corazón estaba tan agitado que tenía miedo que en cualquier momento estallara. Mi piel comenzó a sentir un calor envolvente que me consumía paso a paso. Sólo seguí corriendo sin detenerme, ocultándome tras los troncos y la hierba para poder recuperar el aliento. Pero mientras hacía esas pequeñas pausas, a lo lejos lograba ver su silueta que me seguía lentamente sin perder mi rastro y que era precedida de un aire sofocante que olía a pasto seco quemado.

Yo sabía perfectamente quien era ella. Muchas veces había escuchado su trágica historia que ahora volvía a mi memoria para ayudarme a comprender todo lo que estaba sucediendo a mi alrededor. Avancé otro largo trecho entre los senderos olvidados y las pendientes ocultas en lo profundo del bosque. Nuevamente hice una pausa para recuperar mis fuerzas y comencé a recordar la primera vez que había escuchado de ella. Ya habían pasado más de veinte años desde ese día alrededor de una fogata junto a algunos de mis amigos más cercanos. Mientras nos turnábamos para contar las mismas historias de terror que solíamos decir una y otra vez en toda ocasión, uno de ellos habló por primera vez de la oscura dama del lago.

—Ella recorre estos lugares —dijo mi amigo— los bosques, las quebradas y las orillas del lago con sus vestidos negros y su hermosa apariencia angelical. Se dice que es normal verla en las noches entre invierno y primavera. Los meses en que comienzan a aparecer los primeros brotes y la nueva vida germina en el bosque. Nadie que se la haya encontrado cara a cara ha podido sobrevivir a su mirada asesina y cae paralizado en el mismo lugar.

Yo tenía quince años cuando escuché esa historia. Muchos años atrás un incendio de grandes proporciones, el peor que se recuerda en esos lugares, se propagaba por las laderas del cerro a las orillas del lago. Las llamas se veían a kilómetros y el humo se levantaba en una interminable columna que oscurecía el cielo. La hermosa mujer vivía muy cerca de ahí junto a su esposo y su hija pequeña. Ese día ella había ido al pueblo por suministros y al regresar, ella vio desde lejos el humo que se elevaba entre los árboles y su corazón se estremeció por completo. El sonido de las sirenas de bomberos se escuchaba a kilómetros, mientras las brigadas forestales y mucha gente, colaboraban en sofocar el fuego. Su casa se encontraba al borde de un acantilado y la única forma de llegar, era cruzando el bosque en llamas. Cuando vio la gran aglomeración de gente y los carros cerca del camino que accedía a su casa, entró en pánico.

—Mi esposo y mi hija están ahí —les dijo a los bomberos esperando de ellos su ayuda— ellos no podrán salir porque mi esposo se encuentra muy enfermo en cama.

Mientras ella les rogaba que los rescataran, nadie reaccionó a sus palabras. La verdad es que nadie la conocía, generalmente no era ella quien iba al pueblo sino su marido. Pero en esa ocasión, por la enfermedad de su esposo, ella debió ir por medicamentos y provisiones. Lamentablemente los que estaban en el lugar la confundieron con una mujer trastornada que vivía al otro lado del lago. Ella comenzó a gritar y se esforzaba por hacer que la ayudaran a sacarlos de allí, pero no consiguió hacerse escuchar. En un acto desesperado, ella se internó en el bosque corriendo por el sendero rumbo a su casa.

Los brigadieres que la siguieron se sorprendieron al ver que subiendo hacia un costado del acantilado había un estrecho sendero que terminaba en una pequeña casa escondida. Las llamas ya estaban al borde de la cabaña y el calor envolvía todo como un infierno abrasador. Al entrar en ella vieron al hombre que estaba postrado en cama, el humo ya comenzaba a entrar por las rendijas y el calor era sofocante. Al preguntarle por la mujer, él les respondió que ella había salido en busca de su hija. Cargando al hombre en brazos, los bomberos salieron de la cabaña para dejarlo en un lugar a salvo. Lamentablemente se demoraron demasiado tiempo en trasladarlo y al volver sólo encontraron las cenizas de la pequeña casa en el risco.

Por más que buscaron en todos los alrededores del bosque, nada se supo de la mujer y su hija. Finalmente el fuego fue sofocado tras largas horas de esfuerzo y arduo trabajo. Las cenizas y la desolación eran los únicos testigos del desastre que había arrasado tan hermoso paraje. Al día siguiente la niña apareció deambulando a las orillas del lago, desorientada, hambrienta, con sus vestidos rotos y llenos de hollín, pero afortunadamente no tenía heridas graves que lamentar. Al preguntarle por su madre, la pequeña les relató lo sucedido ese día del incendio. Ellas corrieron por el sendero, pero el fuego les cortó el paso. Al verse rodeadas por el fuego y sintiéndose sofocadas por el calor y el humo, ellas llegaron al borde del acantilado. La mujer abrazó a su hija y ambas saltaron al lago desde lo alto del risco, tras sobrevivir a la caída, juntas nadaron hasta la otra orilla. La mujer le pidió a su hija que la esperara ahí un momento, mientras ella iba por ayuda; finalmente la ayuda llegó pero la mujer nunca má
s regresó y nunca se supo nada de ella.

Se decía que a veces la mujer aparecía a las orillas del lago con sus largos vestidos negros y mataba a aquellos hombres que no la querían escuchar; pero hasta ese día no había escuchado de nadie conocido que la hubiera visto con propios ojos. Pero esa noche cálida, yo era testigo de su fantasmal aparición. Todo eso llegaba a mi mente mientras corría por el bosque y me internaba cada vez más sin rumbo fijo, sólo seguía el sendero que iluminaba la luna hasta donde pudiera escapar de ella.

Hice una pausa tras unos árboles y la suave brisa pareció detenerse de improviso, las ramas que se mecían quedaron como petrificadas y los insectos que cantaban armoniosos a la luna callaron. El silencio profundo estremeció mi corazón, mis brazos se entumecieron del miedo pero mi piel estaba ardiendo. Mis pies estaban pegados al piso y el aire que respiraba se hacía cada vez más denso. La silueta de la mujer apareció nuevamente entre las sombras y su largo pelo negro reflejaba la luz mientras su cuerpo flotaba hacia mí.

—¿Por qué me sigues, qué tienes contra mí?... Yo también conozco ese dolor de perder a quien se ama y quedar sólo sin rumbo, sin deseos de vivir.

Pero en esta ocasión mis palabras no tuvieron ningún efecto sobre ella y continuaba acercándose más y más hacia mí. Sacando todo el coraje desde el fondo de mi corazón, comencé a correr nuevamente entre los árboles y senderos poco transitados. Los árboles eran más pequeños en esa zona del bosque y de pronto me vi en medio de un claro donde apenas crecía la hierba. Sin darme cuenta, me encontraba cerca del acantilado donde el fuego había arrasado todo a su paso. Frente a mí estaba el lugar donde alguna vez estuvo su casa que fue arrasada por el fuego y que nunca más fue reconstruida.

Seguí corriendo con todas mis fuerzas porque sabía que ella estaba muy cerca. A unos metros del borde tropecé con un viejo bloque de cemento que estaba cubierto de hierba y musgo. Desde el suelo me arrastré para verlo más de cerca y me di cuenta que en él había un epitafio recordatorio en memoria de aquella mujer que nunca volvió a su casa después de ese día infernal. El monolito indicaba la misma fecha de hoy, pero hace más de setenta años atrás; ese día era el aniversario de aquel desastroso momento que le costó volver a ver a su querida familia.

La leyenda cobraba sentido frente a mis ojos, el corazón me palpitaba aceleradamente, el aliento volvía a faltarme y el aire se hacía irrespirable a mi alrededor. Se me erizaron los pelos del cuerpo y sentí su oscura presencia acercándose una vez más a mí; yo ni siquiera quería voltear a verla, porque sabía que ella estaba allí. Comencé a gatear hacia el borde, alejándome lentamente del monolito de cemento, sólo deseaba que ella no me siguiera, que no se hubiese percatado de mi presencia en ese lugar. Sólo rogaba que las sombras de la noche me mantuvieran oculto a sus ojos y que el recuerdo de ese lugar la distrajeran para poder escapar nuevamente.

Mis ojos encontraron la imagen del lago al llegar al borde del acantilado, me volteé para mirar atrás; pero ahí estaba ella a unos cinco metros frente a mí. Sólo había una manera de escapar de ese lugar y del destino de muerte que me esperaba. Mientras ella se me acercaba cada vez más y sin pensarlo dos veces; me levanté, tomé impulso y salté al vacío. No sabía cuantos metros había hasta llegar al agua o la profundidad a la que caería, no me importaba nada. La caída me pareció eterna y finalmente mi cuerpo se sumergió en el lago. Al salir otra vez a la superficie, nadé sin parar la misma distancia que según la leyenda, ella habría recorrido hasta la otra orilla para escapar del fuego. Desde lejos yo escuchaba el susurro de su voz que se perdía en la soledad de la noche.

Esa fue la única vez que me encontré con ella y la verdad, no me gustaría repetir la experiencia otra vez. Pero muchas preguntas quedaron rondando en mi cabeza desde ese día, todas ellas sin respuestas. Mi corazón quedó prendido de un fantasma que sólo buscaba quitarme la vida; había sido tan intenso ese momento y tan reales las palabras que salieron de mi boca, que todos esos recuerdos me atormentaban hasta el día de hoy. Finalmente me quedé viviendo en la cabaña de mis padres y cada noche de luna llena abro las ventanas y veo el reflejo de su figura en el agua o al menos eso quisiera ver. Quisiera presenciar sus hermosos ojos una vez más, acariciar su blanca piel y besar sus rojos labios que casi me quitan el aliento.



Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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