jueves, 7 de junio de 2012

UN BESO EN LA MEJILLA


UN BESO EN LA MEJILLA


Ese día el invierno había dejado caer su furia como nunca antes lo recordaba, la lluvia torrencial no había parado en todo el día. Ya eran las siete y treinta de la tarde y hacía mucho frío. Mis pies estaban entumecidos y con mucho esfuerzo había mantenido el calor de mis manos para poder escribir sin problemas. Ya había oscurecido hacía más de una hora, aunque ese día el sol se había mantenido oculto tras un manto de nubes tormentosas toda la tarde. La lluvia no daba tregua ni cinco minutos y aún seguía golpeando con fuerza las calles de la ciudad.

Mis clases ya estaban por terminar, y aunque había estado atento y anotado los apuntes de todo lo que dijo el profesor; mi pensamiento y todo mi ser estaban desde hace muchas horas lejos de allí, esperándola llegar. Esa noche mi novia volvía de su viaje de dos semanas y yo quería recogerla en el Terminal de buses a las ocho de la noche.

Al fin el profesor daba por finalizada la clase y rápidamente ordené mis cosas para salir lo antes posible. Me dirigí a la puerta de salida y al mismo tiempo mi amiga y compañera de curso salía de la sala junto a mí. Mientras ambos avanzábamos por el pasillo, nuestra conversación pasó del interesante tema de la clase a la inclemente lluvia que aún caía a nuestro alrededor.

Ambos íbamos en la misma dirección, así que nos acompañamos conversando todo el camino. Las cinco cuadras para llegar al metro se hicieron muy cortas para mí, caminábamos esquivando los charcos de agua y recibiendo el embiste oblicuo de las gotas de lluvia. Ninguno de los dos llevaba paraguas, sólo nos protegíamos de la lluvia con nuestras parkas impermeables y las delgadas capuchas que ellas tenían. Aunque debo admitir que a mi me agrada más caminar bajo la lluvia con mi cabeza despejada, y sentir como las gotas recorren  mi cara. Pero el agua que caía ese día estaba tan helada, que no me dieron ganas de quitarme la capucha.

Al terminar nuestro recorrido, entramos juntos al metro bajando con mucho cuidado por los escalones mojados y el piso resbaloso. Pagamos nuestro pasaje y descendimos hasta el andén mientras el agua escurría por nuestra ropa. Yo comenzaba a sentir los pies más húmedos, pero nuestra caminata había conseguido entibiarlos bastante. Continuamos hablando de todo un poco, mientras esperábamos que pasara algún tren menos desocupado.

Hacía pocos meses que nosotros éramos compañeros en algunas clases y desde el principio ella me gustó mucho. Sus lindos ojos verdes acompañaban unas facciones muy finas y hermosas que me cautivaban, su voz era dulce y delicada y su carácter amistoso era muy parecido al mío. Tal vez ambos vimos en el otro un complemento perfecto y permanecimos cerca el uno del otro, sin hacer nada más que compartir el día a día y disfrutar de la mutua amistad.

Mientras más hablábamos, más cerca sentía su piel de mi piel. Era una sensación extraña de magnetismo que no había sentido en mucho tiempo. Yo miraba sus labios distraídamente y sentía que me perdía en el brillo de sus ojos. Miré sus manos que estaban enrojecidas por el frío y la humedad, mientras que las mías siempre guardaban calor para compartir.

Tomé sus pequeñas y delicadas manos sin segundas intenciones, sólo con el fin de entregarle mi cobijo. Mi piel se estremeció al instante que la toqué y me corazón se aceleró de una manera muy especial, aunque dudo que ella lo notara. La verdad en ese momento sentí que ella me gustaba más que nunca y que era una persona por quien valía la pena jugársela.

Pero había un gran problema que daba vueltas en mi mente más que en mi confundido corazón. No podía dar pié a cualquier situación sentimental, porque yo tenía novia y precisamente en ese instante iba a buscarla de su viaje. Y a pesar que yo nunca comenté mi situación sentimental con mi amiga, no me parecía justo el momento para mencionarlo.

Al fin un tren más vacío pasó y nos subimos al carro que se detuvo justo frente a nosotros. Al ingresar notamos que todos los asientos estaban ocupados, aunque para nosotros no era tema, ya que ambos coincidimos en que era muy incómodo sentarse con las ropas mojadas. Así que buscamos un rincón que estaba más seco y nos sentamos en el piso del vagón, como lo hacen muchos universitarios desinhibidamente para conversar a gusto.

Sus labios rojos se movían suavemente, mientras su dulce voz, sus ojos y su perfume invadían todos mis sentidos, haciendo de mi pecho una tormenta de sentimientos encontrados. Su cara mojada por la lluvia irradiaba una paz que me envolvía por completo.

Mi corazón latía con más fuerza que nunca mientras conversábamos tan cerca y en un instante sin darnos cuenta, entre risas y palabras, guardamos silencio. Nos miramos intensamente cara a cara y nuestros ojos completaron las palabras silenciosas que fluían. Sentí como si en mi interior una cascada de sentimientos se desbordara sin límites. Era como las escenas románticas del cine, donde el silencio de los protagonistas da paso a la música de fondo que culmina en un beso de antología.

Pero eso era la vida real y era nuestro momento. Como si la gente alrededor nuestro no existiera, como si estuviéramos solos en el universo sin nada alrededor. No era necesario decir absolutamente nada, sólo me bastaba con acercarme, tomar su suave cara entre mis manos y besar sus labios que estaban listos para recibirme.

El instante no podía ser mejor para nosotros, pero muy dentro de mí me invadió el temor y el recuerdo latente de mi novia detuvo cualquier reacción de parte mía. Mi racionalidad pudo más que mi instinto y mis impulsos se detuvieron al instante, se congelaron con sólo colocar su cara y su nombre en mi memoria.

Más poderoso de lo que yo sentía por mi novia, fue mi profundo sentido de lo correcto. Ese absurdo remordimiento que me estaba carcomiendo por dentro. Me alejé levemente de ella simulando un estornudo, rompiendo ese momento mágico sin decir nada; yo sabía perfectamente que nunca más volvería a tener una oportunidad como la ofrecida esa noche.

Me levanté del suelo lentamente y sólo pude decirle que ya estaba pronto a llegar a mi estación. Le extendí mi mano para ayudarla a levantarse, mientras mi mente estaba echa un desastre y mi cuerpo realizaba la acción contraria a la que mi deseo me impulsaba. Por dentro maldecía mi mala suerte y mi reacción infantil y moralista por hacer lo correcto.

Ella me extendió su mano y la ayudé a pararse, nuevamente sentí ese magnetismo que venía desde sus manos atravesando hasta el fondo de mi corazón. Por mi mente pasó fugazmente la imagen perfecta para poder reanudar esa instancia con ella:

—Dile que aún es temprano y que la puedes acompañar hasta su estación.

Mientras seguía luchando con mis labios para que pronunciaran esas palabras, en mi mente pensaba que incluso si ella lo quería, yo podría acompañarla hasta la puerta de su casa. Miré el reloj despreocupadamente y sin decirle cual era mi destino esa noche, logré invocar toda mi fuerza interior para decir:

—Sabes, aún es temprano, te acompaño hasta tu estación.

Sus ojos se iluminaron nuevamente, mi corazón se aceleró al punto que mis manos eran como una estufa encendida. Permanecimos de pié esta vez y seguimos conversando de cualquier cosa mientras nos mirábamos. A cada instante rogaba que el metro frenara de golpe, para que la inercia del movimiento la empujara directo a mis brazos.

Las estaciones pasaban muy rápido y ya estábamos pronto a llegar hasta el fin de nuestros caminos. Era el momento decisivo.

—Si la beso ahora la acompañaré hasta su casa y luego veré cómo soluciono lo demás. Si la dejo ir ahora, quizás no vuelva a tener una oportunidad como esta en mi vida, pero dormiré tranquilo esta noche.

El tren se detenía finalmente en su estación, las puertas se abrían frente a nosotros y descendimos junto con la multitud. Para mi no había nadie más en ese andén que ella, el perfume que respiraba era ella, la luz que me envolvía era ella, todo me tenía envuelto en su encanto de mujer. Quizás esperaba un segundo instante mágico que no llegó y aunque toda mi piel y mis labios rogaran por besarla, sólo pude despedirme con un tierno beso en su mejilla y un roce en sus manos mientras nos separamos en el pasillo.

Las puertas del carro se cerraron y el tren continuó su recorrido, mientras la gente subía por las escaleras. El silencio invadió en un momento el andén y sus ojos luminosos no me perdieron de vista mientras la observaba partir. La cobardía había triunfado, contra la osadía de hacer lo que realmente sentía.

Realicé el cambio de andén y me dirigí con prontitud hasta el Terminal de buses para esperar a mi novia. Ella había estado dos semanas lejos y necesitaba estar con ella, besarla y abrazarla; por más que las situaciones se orientaban hacia otro final, nada impidió que reservara mis besos y mis caricias sólo para ella.

Esperé pacientemente mientras la lluvia continuaba cayendo en la ciudad. El bus ya llevaba más de media hora de retraso. Todos los que aguardaban a sus familiares estaban a la expectativa, preocupados e impacientes. Ya había pasado más de una hora del tiempo de llegada y recién avisaron por los parlantes acerca del retraso del bus a causa del clima. Sin dar una hora exacta sólo dijeron que al menos serían dos horas de demora en total.

Yo estaba mojado completamente ya que cada cierto tiempo me acercaba al andén a ver los buses que llegaban pensando que podría ser ella. Volví a colocarme bajo techo otra vez y por mi mente aún pasaban las interrogantes y discusiones morales de lo sucedido. Si hubiera acompañado a mi compañera a su casa, aún hubiera estado a tiempo para recibir a mi novia allí. El momento crítico de más tensión se repetía una y otra vez en mi memoria.

Finalmente después de dos horas más tarde, el bus hacía su ingreso por la entrada sur del Terminal. Ella ya estaba de regreso, de pronto me di cuenta que su padre también había venido a recibirla; eso era extraño ya que hasta donde yo sabía, nadie de su familia vendría a buscarla, pero quizás por la intensa lluvia habían cambiado los planes.

Primero bajaron sus dos amigas con las que realizó el viaje y al verla aparecer en las escaleras, mi primera reacción fue acercarme corriendo a saludarla con todo mi amor. Ella colocó su mejilla para recibir mi beso de bienvenida y su abrazo, fue un cortés compromiso que desmoronó mi mundo en pedazos al instante.

Se acercó a saludar a su padre, mientras yo ayudaba a bajar su equipaje del bus, al volver me dijo que iría con él donde una tía, que si yo quería iba también. No comprendí en ese momento la real intención de sus palabras, así que accedí a acompañarlos pensando que serían sólo unas horas para volver luego a casa.

El transcurso del Terminal a la casa de su tía fue un recorrido muy silencioso, sus manos tibias se oponían a mis heladas y húmedas manos que esperaron bajo la lluvia una eternidad. La estadía en ese lugar fue un tormento que no me gustaría repetir jamás en la vida, su lejanía evidente era una señal inequívoca de que algo andaba mal.

Ese frío beso en la mejilla bajo la copiosa lluvia y el triste pasar de las horas, estaban lejos de esos cálidos segundos frente a mi compañera. Esa magia intensa llenó el verdadero sentido de estar vivo ese día tormentoso. Más adelante en la vida aprendería a responder asertivamente a mis instintos, pero ahora debía pasar el trago amargo de la decepción.

Esos instantes sin retorno permanecen en mi recuerdo con mucho pesar. No sólo por la situación o por dejar ir un momento que hubiera cambiado mi vida, sino porque a los dos días de volver de su viaje, finalmente mi novia terminaba conmigo. Y la única oportunidad real de encontrar un nuevo amor, desaparecía como las aguas de la lluvia de ese día.



Publicación reeditada 2012

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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