jueves, 21 de marzo de 2013

IDENTIDAD





IDENTIDAD


La luz entraba por la ventana, mientras él permanecía inmóvil frente al espejo del baño. Sus manos estaban apoyadas en el lavado y el peso de su cuerpo se posaba sobre ellas haciendo que su espalda se curvara levemente hacia delante. Con cada segundo que pasaba la línea de luz se movía hasta llenar cálidamente la pequeña habitación.

El reflejo del sol dio de pleno en su cara y sus ojos pardos se iluminaron sacándolo de su letargo. Su boca se abrió y las palabras susurrantes comenzaron a fluir intermitentes y casi ahogadas tras sus labios resecos. Era su acostumbrado tartamudeo y esa timidez que hacían que su voz se escuchara como un soplido de viento.

—He intentado explicarme lo que sucede —dijo con su mirada fija en el espejo— Las sombras del pasado han vuelto para atormentarme y necesito ayuda para comprender lo que está pasando. ¿Qué piensas de todo esto?

Sus manos se tensaron y los músculos de sus brazos se contornearon mientras sus dedos se enrollaban hasta quedar escondidos en un puño amenazante.

—Tú sabes que el silencio en el que te ocultas está matándome. Me siento como un títere del destino, solitario y sin esperanzas, oculto tras esta sonrisa falsa y corrupta.

Su mirada lentamente se perdió en el infinito de sus ojos. Mientras bajaba la vista hacia el grifo. Sus manos soltaron la tensión contenida y se dispusieron a acumular el agua que ya estaba corriendo por el lavado. Una vez llenas se mojó la cara y el agua comenzó a caer por su cuello hasta empapar su sudadera gris. Luego mojó su cabeza y el calor que corría por las hinchadas venas, poco a poco comenzó a disiparse. Una voz profunda y firme hizo eco en la habitación, mientras sus ojos reflejaron un verde intenso en el espejo.

Estoy escuchándote amigo mío, nunca me he apartado de tu lado. Recuerda que yo domino tus miedos y sé perfectamente lo que sientes en este momento. Yo controlo tus temores y retengo tus lágrimas. Nunca he intentado herirte aunque sé que a veces lo hice; pero tú no puedes decir lo mismo, maldito arrogante.

Una sonrisa malévola se esbozó en su cara, aunque la curva de sus labios no alcanzó a mostrar sus dientes. Apoyó nuevamente sus manos a los costados del lavado dejando tensos sus codos que soportaban el peso de su cuerpo.

Me has tratado de una manera egoísta y apática. Cuando mejor estabas dejaste de buscarme, dejaste de hablarme e hiciste un vacío en tu mente para que yo no pudiera guiarte más. Yo no merecía ese trato de tu parte; pero veo que al fin has recapacitado y lograste entender que no puedes vivir sin mí, gusano perdedor.

Sus ojos pardos se llenaron de temor y sus manos volvieron a empuñarse, mientras su voz temblaba nuevamente.

—¡No!... Sólo vine a pedirte un consejo, no vine para que te quedaras. ¡Sólo dime lo que piensas y luego vete!

Ya es muy tarde amigo mío, ya me has invitado a venir. ¿Qué crees? Que puedes llamarme cuando se te antoja y luego desecharme como rata vagabunda. Ahora yo tomaré el control, yo dictaré las reglas una vez más. Era imposible que llegaras hasta aquí sin sufrir; ahora todo volverá a ser como antes. Sólo prepárate porque es tiempo de encontrarnos una vez más.

—¡Te equivocas!... Yo no te necesito, soy capaz de resistir todo lo que está pasando. Ahora soy más fuerte que antes y si supero este momento de debilidad, seré libre de tu control. Continuaré con mi vida y tú serás sólo un mal recuerdo.

—Eres patético ¿No ves lo solitaria y vacía que es tu vida? Yo soy y seré el único amigo que te soporte, aunque me hayas escondido todos estos años. Yo me he tragado tus lloriqueos, todos tus fracasos, todas tus frustraciones y tus amarguras. Es tiempo que lo entiendas de una vez.

Su cabeza se levantó despegando las manos del lavado y apoyando las palmas en el espejo. La luz del sol iluminó sus ojos verdes mientras acercaba su cara a su reflejo.

—Soy tu fuerza interior y el único que realmente te sostiene. Soy el que marca el camino de tu vida, es mejor que creas mis palabras…

—Por qué debería creerte, sólo apareces cuando te conviene, sólo te alimentas de mis miedos y de mi sufrimiento. Nunca me has dejado expresar lo que realmente siento y sólo dejas ese sentimiento de angustia en mi interior…

—No me culpes por tu falta de voluntad, eres un títere de la gente que te trata como quiere. ¿Qué deseas expresar? Si no tienes voz para imponer tus ideas estúpidas e infantiles. Las pocas veces que te animaste a hablar en público sólo hiciste el ridículo. Pobre perdedor, la gente se ríe de ti en tu cara y quieres que sigan pisoteándote mientras les enseñas esa patética sonrisa. Ya es tiempo que uno de los dos se vaya, ya no podemos permanecer los dos aquí.

Estirando sus manos temblorosas de impotencia, volvió a mojarse la cara y sus ojos se llenaron de una ira contenida.

—Lo he pensado por mucho tiempo y creo que tienes razón, el momento de separarnos ha llegado. Es la hora de tomar el control y de sacar tu voz fuera de mí. Yo conozco tus miedos, conozco tus faltas y ahora seré tu juez. Tú eres culpable y es mi oportunidad de tomar el dominio de mi ser. ¡Sólo déjame! ya no seré tu esclavo, acepta la verdad y sal fuera de mí.

—Te sentirás frío y solitario. Sentirás esa profunda amargura que te hace llorar como niña y cuando las lágrimas caigan ¿Quién te levantará? ¿Quién será tu guía cuando te sientas perdido y ahogado? Debes darte cuenta que no eres tan fuerte como crees y que tu mundo perfecto se desmorona. Tu futuro prometedor se cae en pedazos, perfecto iluso.

—No sé qué decir, sólo necesito comprender por qué sigo escuchando tu voz dentro de mí, cuando te ordené que te fueras.

—¿Me lo estabas ordenando? Perdón por no darme cuenta, es que entre tanto lloriqueo sólo escuché como tartamudeabas… Reconozco que me he equivocado, sé muy bien cuáles son mis fallas, por eso si quieres que me vaya, me tendrás que ayudar a salir. Las sombras del pasado están de vuelta y necesito escapar de esta oscuridad, ayúdame y esta vez te prometo que no regresaré.

—Eso dijiste el día que ella murió y nunca debí confiar en ti ¡Tú la mataste! Por eso la culpa te está consumiendo, por eso quieres escapar de tus acciones. Ya no soportas el peso de tus errores y sólo buscas una salida fácil para no cargar con esa culpa.

—Tú sabes bien que no fui yo quien la mató, sabes bien que sólo cubrí tus huellas, que sólo escondí tus lágrimas, y si algo de culpa hay en mí, fue ser tu testigo y tu cómplice en todo eso. Eras tú el que estaba cansado de sus arrebatos y sus mentiras…

—No cargaré con tus errores, el viaje de mis preguntas ha terminado y la verdad que has escondido por años ha salido a la luz; se vuelve real y ya encontré las respuestas que estaba buscando.

—La verdad no entendí nada de lo que dijiste ¿Qué clase de discurso barato intentas darme? ¿Estás seguro que has encontrado todas las respuestas? En tus sueños ese viaje confuso tiene otro final. Pero en lo más profundo de ti sabes que fuiste tú quien tomó ese cuchillo y lo clavó en su corazón. Y cuando viste tus manos llenas de sangre, sin saber qué hacer, me llamaste, buscaste mi ayuda incondicional. Lo único que hice fue darte refugio y levantarte en ese momento tan difícil para ti. ¿Ahora buscas un culpable? Pues mírate al espejo y te mostraré al culpable.

Él golpeó el espejo con todas sus fuerzas mientras observaba como la malévola sonrisa aparecía frente a sus ojos pardos.

—¡No!... ¡Déjame… vete! No coloques recuerdos que no son míos en mi mente, sólo toma tus recuerdos y llévatelos..., ¡desaparece!

—Es tiempo de ver la verdad querido amigo, es el momento de que me vaya; sólo déjame salir, déjame llevarme este dolor que llevo dentro. He peleado tantos años por ti desde la oscuridad, apartando tus miedos incluso cuando has estado al borde de la desesperación. Me has encerrado en la esquina más oscura de nuestra mente, mirando por sobre tu hombro. Ahora sé que no puedo confiar en ti, que estás tan perdido en tus recuerdos que no quieres ver tu insana forma de vivir. Créeme, la verdad dolerá al principio pero después te acostumbrarás a ella.

—No intentes convencerme de tus culpas, tus mentiras no me harán cambiar de opinión. Eras tú en esa habitación oscura, eras tú el que cavaba la fosa profunda, eras tú el que enterró el cuerpo frágil de mi esposa. La sangre corría por tus manos; mientras tu corazón sin piedad no derramó una lágrima y luego regresaste a la casa para sentarte frente a la ventana a ver como amanecía.

—Sabía que dirías esas cosas, sabía que recurrirías a tus falsos recuerdos para justificarte, pero ahora sabrás la verdad. Sólo recuerdas lo que quieres mantener en nuestra mente; ahora cierra los ojos por un instante para que veas lo que realmente sucedió ese día. Entra a este rincón donde has escondido esos detalles, acércate al rincón donde has ocultado la realidad. Entra...

—¡No!... ¡Deja mi mente, por favor vete lejos! ¡Vete de una vez!

Con las manos empuñadas volvió a golpear el espejo con todas sus fuerzas, esta vez la ira contenida se convirtió en un golpe desesperado que rompió el espejo en mil pedazos. Los fragmentos cayeron por toda la habitación y sus manos ensangrentadas tiñeron el lavado de rojo.

—Entra...

¡No!...

— ¡Entra de una vez...!

Sus manos mancharon su cara con sangre mientras su espalda se encorvaba y sus piernas se doblaron dejándolo en cuclillas. Cerró los ojos por un instante y la oscuridad lo envolvió.

—¡No!... ¡No!... ¡No!... ¿Por qué la oscuridad me rodea? ¿Por qué escucho el latido de mi corazón? No puede ser que me hayas engañado nuevamente. Me hiciste confiar en ti y sembraste las dudas en mis recuerdos ¡Escúchame!... déjame salir otra vez..., no cometas el error de dejarme aquí, es mi cuerpo... es mi mente...

El brillo del sol en los trozos de cristal roto, encandiló por un momento sus ojos verdes y una sonrisa amplia se esbozó en su cara teñida de rojo.

—Te lo dije amigo mío, es mi tiempo de tomar el control...



Publicación reeditada 2013


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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sábado, 16 de marzo de 2013

TRANSFORMACION



TRANSFORMACION

En blanco como las hojas de mis historias antes de escribir cada relato.
Como mi mente, antes de despertar del sueño eterno que me consume.
Como la partitura de mis canciones, antes de escribirte una sonata.
En blanco como mi corazón antes de conocerte, libre de todo sentimiento
Lejano, solitario y perdido, pero siempre en el camino escondido del sol
Oculto en sombras de reposo, vagando por calles desoladas y vacías.

Negro, como la tinta que escribe mis historias sobre hojas ansiosas.
Como mis pensamientos, antes de dormir por las noches de tormenta.
Como las notas que escribo para complacer tus oídos con mi melodía.
Negro como mi corazón después de conocerte; atado y acongojado.
Buscando el calor del sol que se aparta de mis ojos moribundos.
Intentando reposar del cansancio de tu piel que derrama su sudor en mí.

Blanca era tu piel cuando te vi esa primera vez, deslumbrante.
Como un ángel entrando por esa puerta, como una sinfonía de luz.
Blanca sonrisa cautivante que escondía la tentación de tu lujuria y tu deseo.
Cada vez que recuerdo ese momento, soy como un ánima en medio de la habitación.
Una frase sin conclusión, una palabra sin razón, sin distancia en el tiempo
y sin prisa para decir lo que pasaba por mi mente, por este corazón confundido.

Negra tarde en la que decidiste partir, con un cielo helado y triste.
Como demonio desatado saliendo por esa puerta, como danza entre las sombras.
Negras mentiras escondidas, prisioneras de tu boca, tentando mis labios.
Fantasma perdido que se presenta en mis pensamientos nublados.
Las palabras toman sentido y las frases acaban en más mentiras.
Huyendo, escapando libres de la prisión que las mantenía escondidas.

Blanca tela sobre la que pinté mis sueños, donde tú eras el centro de inspiración.
Tela blanca como leche, que dejó su palidez al trazar mis colores en tu textura.
Donde mis pinceles ilustraron un pasado brillante, encendido en luces.
Digno de la galería del cielo, adornado por la última estrella de la mañana.
Bañada en el rocío de mi pecho, que abrazó tu cuerpo hasta desfallecer.
Blanco manantial de amores que fluyó sin tiempo, sin barreras, sin fin.

Fue negra la noche siguiente, entre sábanas vacías, sin tu aroma floral
Dulce como frutas de estación maduras, simple como la fría soledad;
Donde los matices palidecieron y se perdió el color de tus pasos en mí.
Estrella fugaz que cayó del cielo al abismo para perderse de mis ojos.
Rodeada del aroma de mi piel, que se impregna en tus manos vacías.
Negra conciencia que te atormenta cada día, fugitiva del amor perdido.

El almendro se pinta de flores blancas, pero rosas negras hay en tu jardín.
Los brotes del prado se elevan a la blanca luz del sol que les da calor.
Mientras, las raíces se esconden en la negra tierra buscando ocultarse.
La nieve blanca encuentra su río cristalino hasta descender al oscuro mar.
Como la oruga se oculta en sombras antes de transformarse en mariposa;
Mientras más blanca sea mi alma, más negro es tu recuerdo en mi memoria.



Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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sábado, 9 de marzo de 2013

LIBERACION NOCTURNA



LIBERACIÓN NOCTURNA


La puerta se cerró tras de él y la luz roja del cuarto oscuro se encendió. El trabajo de un día completo recorriendo la ciudad, estaba sobre el mesón listo para ser revelado. David dejó revelando el nuevo rollo que traía, mientras en la penumbra del cuarto revisaba otros negativos de días anteriores. La fotografía era su trabajo y su pasión, no se imaginaba haciendo algo diferente aunque para muchos podría ser sólo un pasatiempo. Capturar la realidad en su cámara y plasmarla sobre el papel era una manera de robarle un segundo a la vida y perpetuarlo en el tiempo. Era la manera de mantener vivo un instante sobre el blanco rectángulo de papel, mientras los colores quedaban sólo en la memoria de quien había llevado ese instante en su cámara.

Los minutos pasaron lentamente mientras en la penumbra del cuarto David revisaba otros negativos de días anteriores. La fotografía era su trabajo y su pasión, no se imaginaba haciendo algo diferente aunque para muchos podría ser sólo un pasatiempo. Capturar la realidad en su cámara y plasmarla sobre el papel era una manera de robarle un segundo a la vida y perpetuarlo en el tiempo. Era la manera de mantener vivo un instante sobre el blanco rectángulo de papel, mientras los colores quedaban sólo en la memoria de quien había llevado ese instante en su cámara.

Luego de colocar el negativo en la ampliadora y disparar el haz de luz, el líquido revelador actuaba lentamente sobre el papel fotográfico que llevaba dormida la imagen latente de su trabajo. Al principio parecían ser sólo manchas, pero luego las luces y sombras aparecían paulatinamente en la blanca hoja mojada. El encuadre era perfecto, la silueta que estaba en el primer plano era clara y nítida, pero David no recordaba exactamente de donde era el paisaje del fondo ya que estaba muy desenfocado.

Mientras la foto anterior se secaba, él colocó en el líquido revelador la siguiente hoja que había ampliado. Se trataba del mismo centro de atención pero el fondo esta vez estaba nítido y los detalles mostraban algo de lo que no se había percatado al momento de hacer la toma. Había una oscura silueta escondida en medio de los arbustos y un reflejo blanco que parecía metálico le daba un brillo extraño. David amplió la imagen tanto como la máquina se lo permitía, la escena captada era algo totalmente insólita y confusa. La difusa figura, si estaba en lo cierto, mostraba una escena muy perturbadora.

Muchas veces las sombras y luces en una fotografía suelen tomar formas especiales que en realidad no existen. Pero en esa ocasión la luz del día era perfecta, esa tarde de verano con intenso sol no debía reflejar formas extrañas entre los matorrales, sin embargo aquello parecía un hombre con un cuchillo en sus manos y una mujer tendida en el suelo. Si no era así, su imaginación estaba yendo demasiado lejos.

David no podía despegar sus ojos de esa figura y pensando que quizás otra toma podría ser más explícita en lo que estaba viendo, decidió sacar una copia de cada foto tomada ese día. Luego de ampliar todo el material y constatar que nada extraño aparecía en las demás tomas, sino que sólo era ese instante peculiar frente a la fuente del parque el que escondía un misterio que debía resolver.

Sólo una persona podía ayudarlo en esa extraña situación, su amigo Ricardo, teniente de la división sur de homicidios de la ciudad. David le llevó la ampliación y los negativos a su amigo; quizás ellos con sus instrumentos de alta tecnología y sus años de experiencia podrían dar respuesta a la incógnita. Después de varios análisis, concluyeron que las fotografías estaban en lo correcto; la escena se trataba de un asesinato. David les indicó exactamente donde había tomado la foto para que los investigadores realizaran los peritajes correspondientes. En cosa de horas todo se había transformado de una simple corazonada a un caso policial.

Sin restricción para publicar las imágenes, David no demoró en encontrar un medio que se interesara en el exclusivo material y en breve sus fotografías ya estaban publicadas en la prensa. La noticia daba cuenta que se trataba de un horrible asesinato a la luz del día y esa era la primera imagen que se conocía del hecho, captada por un aficionado, de una serie de asesinatos similares en la ciudad. David había tenido la fortuna de captar la horrible fotografía aquel día recorriendo la ciudad y ahora como centro de atención de la brutal coincidencia, él también era solicitado por los medios.

Comenzó a aparecer en entrevistas en radio y televisión, y obviamente debía dar declaraciones a la policía cooperando en todo cuanto pudiera aportar a la investigación. El teléfono no paraba de sonar cada día, David se sentaba por horas buscando en sus antiguas fotografías algún otro fenómeno escondido o alguna situación diferente. Pero finalmente siempre volvía a la tan nombrada imagen del asesinato. Algo comenzó a suceder en su interior con todo eso; algo que lo hacía sentir privilegiado de ser quien hiciera la polémica toma. Ahora su pasión por las fotografías artísticas ya no lo satisfacía, ya no encontraba valor alguno en una fuente de agua bien iluminada o en la casual mirada de un ave hacia su lente mientras descansaba en una rama. David necesitaba encontrar algo distinto detrás de la cámara, algo que encendiera nuevamente su sangre y su pasión.

Unas semanas después, cuando la atención sobre él ya había disminuido bastante, una prestigiosa agencia le ofreció a David una considerable suma de dinero, si era capaz de conseguir fotos similares a su primer acierto noticioso. Sin duda era una excelente oferta y un gran reconocimiento por su trabajo. Sus antiguos motivos de atención, plazas, edificios arquitectónicos con historia, lugares especiales dentro de la ciudad, captados siempre en blanco y negro. Daban ahora paso a morbosas situaciones ocurridas en la misma ciudad; muerte y desolación serían desde ese día el centro de su atención.

David comenzó a comunicarse con sus contactos policiales, para intentar ser siempre el primer fotógrafo en llegar a las escenas de asesinatos brutales y cosas similares. Al contrario de lo que cualquiera pudiera pensar, su nuevo enfoque estaba muy lejos de ser algo rutinario, ya que todos los días suceden cosas extrañas en la ciudad. Día a día su nuevo trabajo se volvió algo adictivo, mórbido y sin escrúpulos; ya no había nada que lo impactara, se había transformado lentamente en una persona insensible e indolente. Tras cada imagen que capturaba no había una persona para él, no había un padre o una medre o un ser humano, simplemente era un objeto inanimado para fotografiar.

Cada día David quería ver más sangre, más muertes y ser testigo de más cosas extrañas a su alrededor. De pronto sin darse cuenta, todo eso comenzó a ser una necesidad insaciable y enfermiza, no podía controlar esa sed de capturar las escenas más insólitas y llegar a ser reconocido por su trabajo tétrico e insólito. Pero los altos y bajos de la vida siempre van cambiando de ritmo y con el paso de los meses le tocó a David estar abajo.

Esa había sido una semana muy difícil, por varios días no había sucedido nada particularmente especial en las calles y la larga espera comenzó a desesperarlo. Tal era su agonía y su anhelo de presenciar algo sangriento, que salió a caminar por las calles esperando que el azar lo guiara hacia algo espantoso. Con cada persona que veía pasar a su lado, se imaginaba una forma diferente de muerte. Algo muy fuerte estaba creciendo en su interior, algo que estaba ahogándolo, consumiéndolo vivo y que no podía esperar más tiempo por salir a la luz.

Era una noche solitaria y fría, el invierno traía a diario una bruma espesa y húmeda que mojaba las calles. Pero David sentía que esa atmósfera era la más indicada para que las cosas sucedieran en la oscuridad de la noche. Él tomó su cámara y la colocó oculta entre los arbustos, enfocando hacia un solitario asiento en el parque. Esperó por horas a que alguien en la oscuridad de la noche se hiciera presente y se sentara en ese banquillo. Hasta que llegó ella, una mujer de cabello oscuro, delgada y en tenida deportiva. Una mujer que se tomaba horas de la noche para trotar despreocupada, no importando qué clase de clima hubiera. Ella se sentó frente a él, indefensa, con la vista hacia el suelo, cansada de correr, inspirando profundamente para recuperar el aliento.

La cámara tenía conectado el disparador remoto de alto alcance. David comenzó a acercarse sigilosamente hacia ella. Sólo el sonido de la brisa lograba percibirse en el silencio y las gotas de agua que suavemente caían entre las ramas de los árboles. Él la sujetó con su brazo izquierdo, levantando su cabeza para evitar que ella gritara; mientras en la mano derecha empuñaba un filoso cuchillo de caza. David alzó su mano dejándola caer con fuerza sobre ella. Cada golpe que le dio fue como una enorme lanceta de avispa directo al corazón de su víctima.

Ella era la primera, la que le mostró el camino de su perversa y sedienta mente; ella le abrió la puerta a su oscura ansiedad de muerte y a la cara oculta de su apacible vida de fotógrafo. Bañado en sangre trajo su cámara para fotografiarla más de cerca, su adrenalina fluía como hacía mucho tiempo no lo hacía, él había iniciado un viaje vertiginoso y excitante. Una sensación de dominio y control absoluto se había apoderado de él, se sentía como un semidiós del parque; dominador de cada ángulo de su muerte. Una tras otra las tomas quedaban guardadas en su cámara, única testigo del nacimiento de un asesino.

David tenía las pulsaciones a mil, mientras sostenía la ensangrentada cámara frente a su obra maestra; ese era el inicio de su liberación, era el comienzo de su nuevo vivir. Hasta ese momento se había sentido atado a las acciones de otros, sumergido en los deseos de otros. Pero ahora había sido él quien mutilara ese cuerpo, quien decidió dónde dar el primer golpe, fue él quien decidió el momento y la forma de su muerte. Lo que sentía era indescriptible, abrumador y envolvente. Casi no podía esperar a llegar a su laboratorio a revelar las fotos que había obtenido, y así en la oscuridad de la noche, entre la bruma húmeda del invierno gris, desapareció del lugar sin dejar pistas.

Horas después mientras David revelaba las fotos, al ver las imágenes de la secuencia en que él le daba muerte a la mujer, éstas no lo llenaban en absoluto. Sintió que era como ver escenas de una película de la cual ya sabía el final. Se dio cuenta que no era la acción de matar la que lo impulsó esa noche. Pero al ver las fotos de su víctima ya muerta era diferente lo que sentía; su inmovilidad le permitió obtener las mejores fotografías de la noche. Sin duda sentía que su trabajo estaba alcanzando un nivel muy especial, nadie tendría la suerte de verla en ese preciso instante, cuando el alma deja el cuerpo agónico.

David se sentía vivo y completo, con el poder de capturar un momento único, el instante perfecto del viaje eterno. En su interior se encendieron nuevamente los recuerdos de ese momento único, un éxtasis profundo y electrizante. Pero que a la vez se desvanecía fácilmente con la misma rapidez que su aliento se iba. Unos pocos minutos de satisfacción ya no eran suficientes para él.

Como una adicción fuera de control, comenzó a buscar formas extrañas y maneras novedosas de repetir ese momento único, mórbido y enfermizo. Al principio sólo era algo que sucedía sin planificar, sólo era algo que él hacía para callar ese llamado interno que lo impulsaba. Pero se dio cuenta que más importante que la acción realizada, lo que él necesitaba era que su obra post mortem trascendiera, debía ser reconocida como algo único, especial y deslumbrante. Nada conocido podría ser mejor que capturar la sencillez de la muerte; ya que ella no tenía prejuicios, miraba por igual a ricos y pobres, a jóvenes y viejos.

Desde ese momento una nueva evolución sucedió en David, su vida se transformó en un estudio de los comportamientos humanos previos a una muerte inesperada. De día seguía a los elegidos y los fotografiaba a la distancia. Fotografiaba los lugares que recorrían, sus pasos, sus gestos y toda su rutinaria vida. Luego por las noches cuando volvían a sus casas, se convertían en sus presas y sus trofeos.

Él descubrió que la mayoría de las personas hacen lo mismo cada día, caminan por las mismas calles, van a los mismos lugares; aprenden una forma única de hacer las cosas y la repiten una y otra vez. Son esclavos de la rutina, esclavos que necesitan ser liberados. Al principio a David le tomaba casi una semana analizar los movimientos de sus víctimas, luego con la experiencia, sólo le tomaba un par de días saber que harían. Anticipaba sus movimientos repetitivos y los sorprendía de una manera muy particular. Les dejaba una foto de ellos retratándolos en cualquier momento de sus rutinarias vidas.

Cuando los interceptaba en los parques o las plazas, David les dejaba una fotografía en los asientos; cuando era en las calles solitarias o callejones, les dejaba una foto tirada en la vereda donde pudieran encontrarla fácilmente. También al llegar a sus departamentos usaba los peldaños de las escaleras o las barandas para dejarles la imagen; o cuando era en los estacionamientos les dejaba una foto junto a la puerta de sus autos, siempre en el lugar más visible.

Sus víctimas se sorprendían tanto verse fotografiados, que no alcanzaban a darse cuenta cuando él se les venía encima como un rayo, dándole muerte en el lugar. Esa era su firma por la que comenzó a ser reconocido y buscado; el fotógrafo asesino. Su forma de firmar siempre era la misma, en el lugar del asesinato dejaba una foto del acechado tomada en el día y días después mandaba a la prensa las fotos de la víctima tomadas la noche de su asesinato. Su centro de atención no eran escenarios sangrientos o mutilaciones exageradas y llenas de ira, más bien le gustaba captar ese instante de paz que a él le inspiraba la muerte.

Ya habían pasado más de tres años desde su primer asesinato y a pesar que ya se había vuelto un experto en el acoso. Sentía en su interior que aún no alcanzaba la perfección de su trabajo.

Una noche de invierno brumoso después de haber seguido a su nueva víctima por semanas, David la esperaba impaciente a que volviera a su departamento. Sabía que debía llegar en cualquier momento, pero miraba una y otra vez su reloj ya que se estaba demorando mucho más de lo habitual. A ella la había seguido mucho más que a otras víctimas, tenía en su mente un escenario totalmente inesperado para ella. Ya estaba cansado de fotografiar personas en los parques, estacionamientos o callejones poco iluminados. En esa ocasión quería lograr algo mucho más arriesgado y artístico. Quería herirla de gravedad antes que ella terminara de subir las escaleras para llegar a su departamento y que desplomara muerta en los peldaños. En su mente ya había dibujado la silueta de ella con los pies hacia arriba y una de sus manos extendida hacia abajo mientras la otra descansaba sutilmente en su corazón tapando la mortal herida.

David estaba totalmente obsesionado con lograr algo diferente con ella, su cara angelical y su piel de porcelana lo habían cautivado, sus ojos grandes y su mirada tierna le darían un sentido armonioso y artístico que había buscado por años. Incluso había bautizado esa obra como “La caída de un ángel”. Pero la impaciencia lo invadía por completo y las ansias de ver su sangre correr como río escaleras abajo lo atormentaban.

Él ya había colocado la fotografía tomada el día anterior en el último peldaño de su escalera. Esperaba que ella la recogiera y cuando se incorporara nuevamente él le daría una estocada limpia directa al corazón. Pero al ver que los minutos transcurrían, David regresó a las escaleras para sacar la foto y dejar todo para otra oportunidad. No era la primera vez que echaba pié atrás en uno de sus planes, pero era la primera vez que estaba tan ansioso por concretarlo que sus manos temblaban sin parar.

David recogió la foto del suelo al final de las escaleras, pero al girar oyó los gritos de dos policías que aparecieron de improviso apuntándole. Era una trampa, de algún modo insospechado había sido descubierto. No tenía tiempo para pensar en cual había sido su error después de más de una treintena de asesinatos. Sin dar pie a que lo atraparan, David se abalanzó con todas sus fuerzas contra la puerta de un departamento, la cual se abrió sin oponerle resistencia. Corrió hacia la ventana sabiendo que estaba en un quinto piso y que no podía saltar desde esa altura. Pero como él siempre estudiaba muy bien los lugares donde cometía sus asesinatos, sabía que el edificio tenía una escalera de emergencia por la cual podría escapar. Así que rompió la ventana y salió hacia ella.

Al mirar hacia abajo se dio cuenta que había dos patrullas cerrando ambos lados del callejón; entonces se vio obligado a subir a la azotea. Peldaño a peldaño subía con la adrenalina fluyendo por sus venas, desde abajo escuchaba las voces de los policías que le gritaban; pero él continuaba subiendo sin parar hasta llegar al final de la escalera. Después de subir veinte pisos interminables, para su fortuna no había nadie en la azotea. David se acercó a la orilla del edificio para mirar a su alrededor y se dio cuenta que frente a él, una construcción cercana le ofrecía la única salida posible, pero estaba demasiado lejos. La distancia era de unos tres metros hacia el lado y un piso más abajo de donde se encontraba; era su única salida así que debía intentarlo si quería escapar.

A lo lejos se escuchaban las voces de sus perseguidores cada vez más cerca. David se armó de valor, se alejó lo más posible del borde tomando suficiente distancia y tras respirar profundamente, corrió con todas sus fuerzas para saltar hacia el otro lado. Sus piernas se estiraron lo más posible, mientras en el aire David sentía como si todo pasara en cámara lenta. Su cuerpo estuvo a centímetros de llegar al otro lado, pero sus piernas golpearon fuertemente contra el muro y se sujetó como pudo de la cornisa; la mitad de su cuerpo estaba colgando y sus manos apenas lo sostenían.

La adrenalina estaba corriendo a mil por sus venas y eso le dio fuerzas para lograr subir nuevamente al techo. Abrió la puerta de servicio del edificio vecino que daba a las escaleras internas del pasillo y comenzó a bajar nuevamente hasta llegar sin problemas hasta al piso trece. Sus adoloridas piernas ya comenzaban a inflamarse por el golpe. Al girar por el pasillo, David escuchó un grito que fue opacado por un disparo y luego sintió el metal golpeando su cuerpo. Segundos después rodaba escaleras abajo sin poder detenerse; instintivamente sujetó la cámara muy apegada a su cuerpo para evitar que se dañara.

Al golpear contra el piso, David sentía un punzante dolor en medio de su pecho y veía con horror como la sangre brotaba abundantemente de la herida. Sabía que su momento había llegado, sentía que su aliento se volvía más delgado a cada instante. Con la muerte tocando su puerta, sintió la urgencia de encender nuevamente su preciada cámara. Si ese era el final de su obra, quería ser capaz de fotografiar su propia muerte.

Encendió la cámara con mucha dificultad y la programó para hacer una toma automática a diez segundos; por un instante pensó en los titulares que saldrían en la prensa la mañana siguiente y mientras su mente se llenaba de imágenes que realmente nunca vería publicadas, sintió el inconfundible y lejano sonido del disparador y la luz del flash de su cámara, fiel cómplice y testigo de sus atrocidades que finalmente se despedía de él.


Publicación reeditada 2013


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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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miércoles, 6 de marzo de 2013

PREMONICION



PREMONICIÓN


Desperté con ese extraño presentimiento, algo dentro de mí me advertía que el sueño que había tenido no era sólo un sueño. No era una pesadilla que pudiera pasar por alto, esta vez se trataba de una premonición. No es que tenga visiones y ellas se cumplan como un acto privilegiado de la contemplación del futuro; es algo que sólo me ha sucedido algunas veces de manera muy extraña.

Recuerdo muy bien el día que mi abuela falleció, yo me encontraba a más de doscientos kilómetros de distancia y caminaba rumbo a la playa con unos amigos. Cuando en medio de la calle encontré un naipe boca abajo y lo levanté era el as de espada.

—Este es el as de la muerte —le dije a mis amigos

Ellos me miraron con asombro y con molestia a la vez; todos coincidieron en decirme que dejara de hablar tonteras. Sin embargo sentí en mi interior ese pálpito extraño que me indicaba que algo había sucedido. Dos días después al volver de mi viaje, me comunicaron la muerte de mi abuela y la hora exacta era la misma en que bajábamos con mis amigos a la playa. ¿Coincidencia? Puede ser...

En otra ocasión iba de viaje al sur, era un trayecto de unas cinco horas. Mis pasajes originalmente eran para las tres y media de la tarde, sin embargo yo llegué más de media hora antes al terminal. Con el afán de adelantar mi viaje, me acerqué a la ventanilla para pedir que me cambiaran los pasajes para el bus que salía a las tres. Pero ese pálpito se hizo presente y por más que intentaba racionalizarlo, no fui capaz de sobrellevar el miedo y decidí no cambiarlos.

Cinco horas más tarde casi llegando a mi destino, vimos en la carretera que el bus que salió a las tres de la tarde, se había accidentado en medio de la ruta. Sin duda que mi semblante cambió por la impresión; ya que si hubiera insistido en mi decisión yo hubiera estado en él.

Quizás han sido más experiencias como esas las que me han llevado a tomar muy en serio cuando esos pálpitos vienen a mí. Pero esta vez no sabía qué hacer, ese sueño había sido tan revelador, que no me explicaba cómo evitar que esa situación pasara sin salir de mi casa esa mañana.

Soñé que era un día normal, me duché y desayuné como siempre y luego me dirigí a mi auto para salir rumbo a mi trabajo. Al cerrar la puerta de la casa, recordé que no había sacado las llaves para abrir el portón. Por suerte guardo un segundo juego en alguna parte del auto. Pero me tomó más de quince minutos encontrarlas. Al fin abrí el portón e intenté encender el auto, pero no arrancaba por más me esforzaba. Respiré profundamente, me tranquilicé un momento e insistí hasta que encendió el motor.

Sin duda ese día estaba destinado a llegar tarde a mi trabajo; la única forma de recobrar el tiempo perdido era tomar la carretera que cruza toda la ciudad. Normalmente no la uso ya que la entrada más cercana, queda a varias cuadras en dirección opuesta a mi trabajo; sin embargo iba tan retrasado que debía intentarlo.

Como era de esperarse, el trayecto más lento eran las últimas cuadras antes de llegar a la entrada, pero una vez en la carretera, todo era más fácil. Aceleré al máximo permitido, quizás un poco más. En mi mente sólo tenía por objetivo llegar a tiempo. Por esas cosas que suceden en los sueños, sólo veía manchas de colores alrededor y no distinguía la figura de los autos. Sin embargo por el espejo retrovisor pude ver un vehículo que venía a una velocidad impresionante, casi parecía volar.

Uno a uno sobrepasaba a todos serpenteando peligrosamente de un lado a otro. Al ver que ya estaba muy cerca de mí, cambié de carril para dejarlo pasar. Pero el veloz auto rojo bajó la velocidad y se apegó a mi parte trasera. Luego comenzó a levantarme las luces para que yo acelerara. Tanto insistió que volví a cambiar de carril para que me sobrepasara sin problemas, pero nuevamente se colocó tras de mí, encendiendo y apagando sus luces.

Molesto por su actitud acosadora, decidí acelerar para perderlo de vista. Pero cada vez que ya lo tenía lejos en el horizonte, lo veía acercarse nuevamente con la misma actitud. Ya decidido a dejarlo atrás a toda costa, aceleré mi vehículo hasta el fondo, tan real era la situación que hasta sentía el vértigo de la velocidad. Las siluetas del paisaje se tornaban líneas indefinidas y yo serpenteaba con toda facilidad de una pista a otra.

No alcanzaba a leer las señales ni los letreros que indicaban las salidas de la carretera; todo estaba escrito con símbolos irreconocibles. De pronto me veía enfrentado de manera repetitiva a las mismas señales una y otra vez. Cuando me acercaba a la siguiente señal, reduje la velocidad y me detuve en la berma para poder leer lo que decía. Me bajé del auto y caminé hacia ella, pero parecía que mientras más cerca estaba, el letrero se hacía más pequeño obligándome a seguir caminando para poder leerlo.

Cuando al fin comprendí lo que decía y entendiendo que esa era la salida correcta que debía tomar, me volteé para volver a mi auto, pero ya no estaba. De hecho, no había nada alrededor de mí; ni vehículos, ni carretera, sólo el letrero que me indicaba el camino a seguir en medio de la nada.

Agobiado por todas las dificultades que experimenté, decidí correr; lo que en los sueños generalmente sucede en cámara lenta y termina desesperándote más aún. Me aparté por una vereda para subir una pequeña loma, que a mi entender, era un atajo para llegar más rápido a mi trabajo.

A lo lejos veía nuevamente la carretera y aunque yo ya había salido caminando de ella, podía divisar el vehículo rojo que momentos antes me había causado tantas molestias. Él tomaba la misma salida que yo y rápidamente se acercaba hacia mí. Yo corría con todas mis fuerzas para evitar que me alcanzara, pero cuando ya lo tenía detrás de mí sentí un estruendoso ruido que me elevó por los aires.

Como un espectador omnisciente, veía desde la altura la escena dantesca de un accidente a la salida de la carretera. Podía ver al vehículo rojo que me perseguía, pero lamentablemente, también veía mi auto en medio del desastre. En mi mente yo me decía que no era posible, mientras flotaba en el aire observando todo con detalles.

Miraba la gente que se acercaba para ayudar y yo quería hacerlo también, pero por más que movía mis brazos para acercarme, sólo flotaba a la distancia. De pronto unas personas sacaban mi cuerpo del auto.

—Pero eso no puede ser posible —me dije— si yo estoy aquí mirando.

Lo recostaban en el suelo e intentaban reanimarlo porque no tenía pulso. Nada tenía sentido, todo era un caos y el fuego comenzaba a incendiar los vehículos alrededor. A lo lejos se escuchaban explosiones y los gritos de la gente, mientras continuaban dándole respiración a mi cuerpo.

Repentinamente me vi en el suelo apartando a la multitud para llegar a mi propio cuerpo; como si fuera una persona distinta y sólo yo tuviera la facultad para devolverle la vida. Me acomodé para realizar las maniobras de resucitación y mientras lo intentaba; desperté sobresaltado de esa confusa y desesperante pesadilla.

Quizás era la manera en que debían suceder las cosas o sólo es una ventana del futuro para que evitara ese final latente. Miré el reloj y eran las cuatro de la mañana, intenté descansar unas horas más, pero las imágenes invadían mi mente y me mantenían despierto. Sentía la ansiedad de que ya fuera la hora de levantarme y poder cambiar mi destino. Sin darme cuenta y sin noción de la hora me dormí nuevamente.

De pronto desperté sobresaltado, de algún modo era tan profundo mi sueño que no me di cuenta cuando sonó la alarma, ni la manera en que lo apagué. Ya no había tiempo para desayunar, así que me duché rápidamente y me alisté a salir. En todo momento tenía en mi mente las imágenes de mi pesadilla. Imágenes que se hicieron más presentes cuando al intentar encender el auto, éste se negó a arrancar repetidas veces. Después reiterados intentos lo conseguí, pero nuevamente la única posibilidad de recuperar el tiempo perdido sería la carretera. Yo estaba decidido a cambiar el destino de ese día, así que en principio deseché esa idea.

Tomé mi ruta habitual aunque fuera más lenta, pero luego de algunos minutos de conducir entre el tráfico, quedé atrapado en un embotellamiento de proporciones. A pocas cuadras se encontraba el único desvío que enlazaba esa calle con la carretera. Así que venciendo todos mis miedos, decidí tomar esa ruta y no quedarme atascado en esa congestión.

Una vez entrando a la carretera, mi mirada estaba constantemente en el espejo retrovisor, atento al momento en que aparecería el auto rojo de mi sueño. A los pocos minutos de recorrido, todos los vehículos comenzaron a frenar repentinamente. Poco a poco se fue formando un embotellamiento que no era lo habitual. Lo primero que vino a mi mente, es que se trataba de algún accidente. La fila de vehículos avanzaba lentamente, muchos optaron incluso por usar la berma como vía para avanzar y yo fui uno de ellos.

Luego de varios minutos, divisé a través de mi espejo lateral, un vehículo rojo a lo lejos que serpenteaba de un lado a otro entre las pistas. Era una camioneta de rescate y al igual que en mi sueño encendía y apagaba sus luces para que la dejaran pasar. Poco a poco consiguió abrirse paso entre los vehículos hasta llegar muy cerca de mi auto.

Anticipando sus movimientos, me pasé de la berma a la primera pista para facilitarle su avance; pero con el apuro, el conductor de la camioneta no comprendió mi movimiento y quedó atrapado detrás de mí levantando las luces para pasar por mi pista. Me coloqué en la berma nuevamente, pero como ya lo había anticipado esa era la vía más expedita para avanzar, así que logré recorrer varios metros lejos de la camioneta roja que permaneció en la primera fila.

Al darse cuenta el conductor que efectivamente la berma era más rápida, volvió a conducir por esa pista quedando nuevamente atrás de mí. Esta vez yo no podía cambiar de pista, pero los vehículos delante de mí se salían uno a uno del paso dejándome vía libre. Aprovechando la oportunidad comencé a acelerar y a tomar una leve distancia de la camioneta de rescate. Mientras avanzaba, yo tocaba la bocina y levantaba las luces para que los que iban delante se dieran cuenta que un vehículo de rescate venía atrás de mí.

Varios metros avancé de esa manera, hasta que por fin encontré el espacio suficiente para cambiar a la primera pista y dejar que me adelantara la camioneta roja. Astutamente en cuanto pasó por mi lado, me coloqué detrás de ella para aprovechar la rapidez de conducir por esa vía.

A esa altura había olvidado por completo los detalles de mi pesadilla hasta que me enfrenté a los primeros letreros de salidas de la carretera. En ese momento mi corazón se aceleró y ese pálpito extraño se hizo presente. Sabía que lo inevitable estaba cerca; por más que me esforzara en cambiar las líneas del destino, debía enfrentar lo que estaba por suceder.

Reduje la velocidad y dejé que la camioneta de rescate tomara distancia de mí, ya me faltaba poco para llegar a la salida que debía tomar y no me arriesgaría a ser el protagonista de otro accidente. Distraído en mis pensamientos no me di cuenta cuando los vehículos comenzaron a desacelerar, de pronto me vi con la camioneta roja a muy poca distancia. Puse mi pie en el freno rogando que alcanzara a parar.

El auto se deslizó en el pavimento y me acercaba cada vez más y más, hasta que finalmente me detuve a no más de un metro de distancia. El motor de mi auto se apagó, y yo sentía la adrenalina fluyendo por mis venas como un torrente de agua tormentosa.

Bajé la mirada unos segundos mientras intentaba arrancar el auto nuevamente. En ese momento sentí el estruendoso rechinar de neumáticos atrás de mí; un camión también sorprendido por la repentina detención, intentaba frenar. Los vehículos delante de mí volvieron a la marcha y si mi auto hubiera arrancado a tiempo, todo se habría evitado.

Con impotencia miraba por el espejo mientras la gran máquina se acercaba imparable hacia mí. Instintivamente y resignado a lo peor, saqué las manos del volante, retraje mis piernas y coloqué mi cuerpo rígido esperando el choque. Sólo escuché el golpe en la parte trasera y luego sentí como mi auto era impulsado hacia un costado.

Sentí la fuerte sacudida, mientras mi auto sobrepasaba la altura de las barreras de contención, y comenzaba a caer por una ladera. No atiné a hacer nada, no esperaba nada, sólo mil imágenes pasaron por mi mente en esos segundos que se hicieron interminables. Recuerdo sentir las vueltas que daba sin detenerme y el sonido de los fierros retorciéndose con cada golpe, hasta perder la conciencia.

A lo lejos escuchaba sonidos que parecían explosiones, gritos y murmullos. Me pareció sentir olores entre perfumes y combustible mezclados en el aire. Sentía un calor que me envolvía y mi cuerpo ausente no respondía a mis ganas de salir de ahí. Las voces lejanas se hicieron cada vez más notorias y la luz brillante del sol alumbró mi cara. La silueta de alguien aparecía entre las sombras, aunque el sol en la cara me impidió distinguir de quien se trataba y me desvanecí.

Cuando logré despertar nuevamente estaba inmovilizado, con algo sujeto al cuello y amarrado a una camilla. Aún estaba aturdido por los golpes y no sabía si eso era parte de un sueño o era realidad. Mis ojos se cerraban largamente y caían en la oscuridad mientras escuchaba el ruido alrededor de mí. Sólo rogaba por salir vivo de todo eso, sólo esperaba tener la oportunidad de sobrevivir a esa pesadilla.

Lentamente los días pasaron hasta recuperarme de todas las complicaciones, golpes y heridas del accidente; quizás lo más difícil podría ser volver a manejar nuevamente. Pero aunque no pude evitar que mi destino me alcanzara esa mañana, agradezco que pudiera haber visto anticipadamente ese desastre. Al menos así tengo la tranquilidad que hice lo que estaba a mi alcance para evitarlo.

A veces me despierto por las noches y las imágenes de mi pesadilla se mezclan con la realidad de ese día. He perdido la noción de qué cosas realmente sucedieron y cuáles no; sobre todo después que me sacaron del auto mientras se incendiaba.

Sólo recuerdo vagamente un rostro conocido, pero a mi mente viene el recuerdo de mi sueño, donde me veía a mí mismo rescatándome. Sé que eso no es lo que sucedió, pero nadie me pudo responder, quién fue la persona que tomaba mi mano cuando estaba a punto de morir.



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lunes, 4 de marzo de 2013

SUEÑO ETERNO




SUEÑO ETERNO

Un fuerte golpe contra su ventana lo despertó abruptamente; el reloj daba las siete de la mañana y él difícilmente había conseguido dormir esa noche. El sol del verano ya iluminaba toda la habitación. Aún tenía los ojos a medio abrir, pero necesitaba ir a ver de qué se trataba el golpe que lo había despertado tan temprano.

Al intentar bajar de su cama sus piernas se enredaron con las sábanas y con la torpeza de quien recién se despabila por la mañana, cayó al suelo. Por suerte las mismas sábanas amortiguaron un poco el golpe contra el piso de madera.

Se incorporó muy enojado y algo aturdido, sus ojos aún permanecían a medio abrir, la luz que entraba por su ventana le molestaba demasiado. Quizás era la luz o talvez el hecho de haber dormido tan poco durante la noche, el asunto es que sentía un gran dolor de cabeza que le martillaba los sesos. Finalmente llegó a la ventana para percatarse que un pájaro se había estrellado contra ella; el animal estaba muerto por el impacto y colgando al borde de la cornisa.

Lógicamente no podía dejarlo allí hasta que se descompusiera y la peste inundara su habitación, así que abrió la ventana y lo tomó con un pedazo de papel para luego botarlo a la basura. Parecía ser un gorrión por su tamaño y su plumaje pardo y marrón. Estaba sorprendido de que un ave tan pequeña hubiese hecho tanto ruido al estrellarse.

Descendió las escaleras con el animal en las manos y una vez en el primer piso, al tocar con los pies la fría cerámica del pasillo, se dio cuenta que no se había puesto sus pantuflas para bajar. Ya qué importaba, no se devolvería con el ave muerta hasta su habitación, así que se encaminó en dirección a la cocina. Apuró el paso para no sentir tanto frío en los pies, pero antes de llegar a ella, se resbaló con un río de agua que se había filtrado hasta el pasillo.

— ¡Mierda!… ¡Qué manera de comenzar el día! —exclamó indignado.

Volvió a incorporarse con la ropa y el cuerpo empapados, se dio cuenta que al caer había soltado el pájaro. Miró hacia ambos lados y dio un suspiro de alivio al ver que no había caído sobre él y esparcido sus vísceras por el pasillo. Lo levantó nuevamente sosteniendo una de sus tiesas patas con la punta de los dedos. El agua escurría por las plumas del ave muerta; que ahora tenía más apariencia de ratón que de gorrión.

Botó el animal muerto en el tarro de basura de la cocina y al mirar alrededor, pudo darse cuenta que el agua se había filtrado desde fregadero. Los platos que había dejado ahí en la noche, bloquearon el sumidero y el chorrito de agua que caía de la llave terminó por llenarlo. El agua se desbordó inundado la cocina hasta llegar al pasillo.

Al verse descalzo en medio del agua, agachó la cabeza y resignado fue a buscar unas zapatillas para ponerse y no pescar un resfriado. Trajo algunos paños secos y un balde para empapar el agua del piso. Ahí estaba de rodillas en el suelo mojado cuando sonó el timbre de la entrada. Ni siquiera había bajado con su bata. Dejó lo que estaba haciendo y tal como estaba fue a ver quien era.

No pudo ver a nadie a través de la mirilla, abrió levemente la puerta y se asomó; en ese momento vio al perro de su vecina huyendo con el diario matutino agarrado en el hocico. Al instante salió corriendo tras el animal gritándole, pensando que así lo soltaría y escaparía, pero el perro arrancó con el periódico a través del antejardín. Él continuó persiguiéndolo sin tomar en cuenta cómo estaba vestido. Fue muy gracioso verlo correr tras el perro en calzoncillos, camiseta y zapatillas, hasta que finalmente el animal soltó el diario y pudo regresar a su casa.

Pero al llegar a la puerta, se dio cuenta que estaba cerrada y que no había salido con las llaves; estaba en ropa interior parado frente a la calle, totalmente avergonzado. Recordó entonces que había dejado la ventana de su habitación en el segundo piso abierta y se aventuró a escalar la reja y luego el muro hasta alcanzar el techo de la casa.

Se movía lentamente para no agrietar el tejado; paso a paso apoyado con las manos y los pies se acercaba a la ventana. Hasta que faltando un par de metros, una de las vigas del techo bajo él cedió. El hombre perforó el techo y cayó desde esa altura, hasta el living de su sala, quedando inconsciente.

Despertó sobresaltado por un golpe en su ventana, miró a su alrededor extrañado de estar en su habitación. El reloj daba las siete de la mañana y el sol luminoso del verano inundaba todo el cuarto. Se levantó muy animoso a pesar que la noche anterior no había dormido muy bien. Aún somnoliento y pasándose las manos por la cara fue a ver qué había sucedido. A medio camino estiró los brazos completamente y dio un gran bostezo. Al mirar hacia fuera, se dio cuenta que un pájaro se había estrellado contra su ventana quedando muerto al borde de ella.

Abrió la ventana y tomó al animal con un papel que tenía cerca. Luego lo dejó sobre la repisa mientras iba a ponerse algo de ropa para bajar. Él no tenía la costumbre de usar pijama y menos en verano, dormía sólo con una camiseta y calzoncillos. Aún caminaba medio dormido y al darse vuelta en dirección al closet, se golpeó un pié contra la esquina del velador dando un gran grito de dolor que se escuchó desde lejos.

— ¡Mierda que dolor!…

A regañadientes se vistió, sintiendo el punzante dolor en el dedo gordo del pié. Luego bajó las escaleras llevando el pájaro muerto para botarlo a la basura, pero iba llegando al último peldaño cuando sonó el timbre de la casa. Como la puerta de calle estaba más cerca que la cocina se aventuró a ver quién era.

Al mirar por la mirilla alcanzó a ver la espalda del repartidor de diarios que se alejaba de la puerta; también vio como se acercaba corriendo el perro de la vecina, directamente hacia el periódico. No lo pensó dos veces y abriendo la puerta rápidamente le arrojó el pájaro muerto directo a la cabeza. El perro dio un par de ladridos y luego se fue con el animal en el hocico para horror de su dueña, que dio un grito de espanto al verlo llegar con el ave muerta. El hombre recogió el periódico y cerró la puerta con una sonrisa de satisfacción en la cara, pensando:

—Bien merecido se lo tiene la vieja de mierda, a ver si ahora mantiene a su perro lejos de los jardines ajenos.

Dejó el periódico sobre la mesa del estar y se encaminó a la cocina para servirse un rico desayuno. Pero al encaminarse por el pasillo comenzó a sentir el chapoteo del agua en sus pies y se dio cuenta que la cocina estaba totalmente inundada. El agua estaba cayendo desde el fregadero que se había rebalsado porque los platos de la noche anterior bloquearon el sumidero. La llave había quedado levemente abierta dejando caer un hilito de agua, lo suficiente como para rebalsarlo después de tantas horas, inundar la cocina y filtrarse hasta el pasillo.

Resignado trajo unos paños secos y un balde para empapar el agua y secar el piso lo más rápido posible. Ya había terminado con la cocina y sólo le faltaba una parte del pasillo por limpiar y secar, cuando al levantarse se resbaló y cayó de espaldas golpeándose fuertemente la cabeza y quedando inconsciente en el suelo.

Despertó exaltado, estaba mojado en sudor y su corazón palpitaba aceleradamente. El reloj marcaba dos minutos para las siete de la mañana. Por un momento permaneció sentado en la cama tratando de recordar qué extraño sueño había tenido. Cuando un fuerte golpe en su ventana lo hizo reaccionar. Se levantó rápidamente para ver qué había sido; pero algo le pareció extraño al momento de pararse, tenía la extraña sensación de haber vivido eso antes.

Se asomó por la ventana y vio un pájaro muerto que se había estrellado en ella. Tenía el pico destrozado con el impacto y estaba con las patas hacia arriba. Por el color del plumaje y el tamaño parecía un gorrión, aunque por el golpe que se escuchó momentos antes hubiera pensado que era algo más grande como un zorzal. Abrió la ventana para sacarlo de allí, pero al mirar hacia la calle se dio cuenta que venía el repartidor de diarios y le gritó desde arriba.

— ¡Espéreme por favor bajo enseguida!

El hombre alzó la mano dándole a entender que lo había escuchado. Se vistió lo más rápido que pudo con un buzo y zapatillas, tomó la billetera y las llaves de la casa que estaban sobre el velador y bajó corriendo las escaleras. Al abrir la puerta se encontró con el repartidor que lo esperaba.

—Gracias —le dijo intentando recuperar el aliento— quería dejarle pagada la semana y pedirle que ya no deje el periódico en la puerta de la casa, porque el perro de la vecina tiene la costumbre de venir y mordisquearlo entero; otras veces lo orina y a veces se lo lleva quien sabe donde. Prefiero que lo coloque en el buzón si no es molestia.

—No se preocupe ahí lo dejaré —le respondió amablemente.

El repartidor recibió el pago por el servicio de la semana y se despidió. A los pocos segundos que él cruzará el límite del antejardín, el perro venía cruzando la calle en dirección hacia su casa. Al verlo que se acercaba dijo:

—Ahí viene el maldito, si parece que lo tuvieran amaestrado para robarse mi diario.

Se escondió a un costado del jardín esperando sigilosamente que el perro pasara la reja y una vez que lo hizo le plantó un grito que lo hizo salir huyendo despavorido con la cola entre las piernas.

—A ver si con eso aprende este animal a no meterse en mi patio.

Ya venía de regreso en dirección a la puerta de entrada con una sonrisa complaciente en la cara, cuando sintió la extraña sensación de que algo le faltaba. En las manos traía el periódico, revisó sus bolsillos, tenía las llaves y la billetera consigo, pero no lograba quitarse esa sensación de encima.

Aprovechando que ya estaba afuera y que la mañana estaba agradable, se sentó en la banca del antejardín a leer el periódico. Ya había pasado más de una hora cuando sintió hambre y decidió ir a preparar el desayuno. Al llegar a la puerta de entrada vio como un río de agua salía por el frente de su casa y se apresuró a ver lo que pasaba; al abrir la puerta se encontró con la sala inundada por una fuga de agua que venía desde la cocina.

Una de las llaves del fregadero se había reventado y el agua había inundado la cocina, el pasillo y luego escurrió hacia el resto de la casa. Se apresuró a cortar la llave de paso del medidor en el antejardín y después volvió a secar el desastre. Estuvo varias horas barriendo el agua y secando todo. Tuvo que saca la alfombra de la sala al patio para que se secara y que mover de lugar algunos muebles debido a la humedad.

El día pasó rápido con tanto desorden y había sido agotador con todo ese incidente; apenas y pudo comer entre los pequeños descansos que tuvo. Llamó a un gasfitero que vino a arreglar la llave descompuesta, pero finalmente dejó todo en orden y después de tomar una ducha caliente al finalizar el día, se acostó a dormir.

A la mañana siguiente despertó asqueado por un fuerte y desagradable olor que venía desde afuera. El olor putrefacto había inundado toda la habitación. Fue a la ventana para ver de qué se trataba y se dio cuenta que la había dejado abierta durante la noche. El olor se hacía más intenso cada vez y al asomarse vio al pájaro que había muerto la mañana del día anterior al borde de la cornisa. La pestilencia del animal descomponiéndose era tan desagradable, que prefirió empujarlo desde la ventana hacia el patio, para enterrarlo en el jardín minutos después. Lo más extraño de todo es que estaba casi seguro de haberlo botado a la basura el día anterior.



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viernes, 1 de marzo de 2013

LA PUERTA DE LOS DESEOS


LA PUERTA DE LOS DESEOS


Estaban todos atentos escuchando mientras yo les contaba la historia de la vieja mansión en la colina que poseía un pasillo encantado.

—A la medianoche del solsticio de invierno, aquel que se atrevía a recorrerlo, debía contar los pilares de los pórticos a medida que avanzaba por él. Desde la entrada hasta el final tiene veinte pilares, pero si tienes suerte y la magia de la noche te llevaba a contar veintiuno, aparecerá una puerta oculta en el último portal del pasillo. Sin dudarlo debes entrar a ese portal mágico y buscar en la habitación un cofre de madera donde debes colocar un papel escrito con tu mayor deseo. Al cabo de dos días ese deseo se cumplirá, pero al tercer día alguien vendría a cobrar un favor a cambio de tu deseo. Se dice que a los hombres se les aparece una mujer y en el caso de las mujeres un hombre.

Nadie en el grupo se sorprendió, de una u otra forma todos habían escuchado esa antigua leyenda pero ninguno de nosotros lo habíamos intentado.

— ¿Cuántos se atreverían a hacerlo? —fue mi pregunta.

Nadie respondió, todos nos miramos a las caras y a un mismo tiempo comenzamos a reír a carcajadas. Pero Diana me miró con un dejo de curiosidad y con evidentes ganas de saber más sobre el tema.

Mientras nos íbamos a casa, ella se acercó para preguntarme detalles de esa misteriosa historia.

— ¿No pensarás que es verdad? —le dije.

— ¿Y si lo fuera? —me respondió con total decisión.

Su osada actitud me dejó pensando por un instante. Todos habíamos escuchado alguna vez esa historia, pero no conocíamos a nadie que lo hubiera intentado alguna vez. Además el solsticio estaba a tres días, por eso había elegido contarles esa historia.

—Si quieres averiguarlo —le dije resuelto— te acompaño esa noche para que pruebes suerte, nada pierdes con intentarlo; cómo sabes si se abre la puerta para ti… Y si sucediera ¿cuál sería tu deseo?

—Eso es secreto o no se cumple —me respondió Diana riendo.

Chocamos las manos para cerrar el trato y esperaríamos hasta ese día sin contarle a nadie, éramos cómplices en esa emocionante aventura. Los días pasaron muy rápido y pronto eran las once de la noche del día en cuestión. Siempre me he preguntado por qué estos asuntos suceden a las doce de la noche. Pero ahí estábamos, en la vieja mansión cruzando el amplio y oscuro jardín. Al fin encontramos el pasillo del que hablaba la leyenda y nos miramos sorprendidos, pero temerosos a la vez.

— ¿Estás lista?

Ella me miró un poco asustada, pero era adicta al peligro.

— ¿Tienes todo lo necesario? —le pregunté— recuerda que sólo te puedo acompañar hasta aquí… la leyenda dice que sólo una persona puede intentarlo esa noche…

—Si sé —me dijo con tono exaltado y temeroso.

Me besó en la mejilla y se giró; bajó la mirada y comenzó a caminar por el pasillo contando cada uno de los pilares. Seguía calmadamente, mientras a lo lejos la veía como paso a paso avanzaba. Al llegar más allá de la mitad del recorrido, las sombras la escondieron completamente, ya no se veía ni su silueta. Los minutos se hacían eternos y me comencé a inquietar. Diana se estaba demorando mucho en regresar. Pero luego pensé que si ella me diría que todo era cierto, entonces se iba a demorar un buen rato para darle credibilidad a sus fantasías.

—¿Estás bien? —le grité para obligarla a que me respondiera.

Pero ella no respondía y ya había conseguido molestarme. Así que me animé a realizar el mismo recorrido dispuesto en descubrirla. Mientras avanzaba por el pasillo mi vista se acostumbraba poco a poco a las penumbras, de pronto la vi tendida en el suelo. Entonces corrí hasta ella pensando que estaba fingiendo estar desmayada, pero por más que le hablaba Diana no reaccionaba. La levanté en brazos sujetándola con fuerza y salimos de la mansión.

Ya en el jardín con el aire fresco en nuestras caras, le hablé suavemente hasta que despertó y me abrazó con todas sus fuerzas sin decir nada.

— ¿Qué pasó?… ¿Viste algo?… ¿Era verdad todo eso?…

Ella me miró a los ojos y tras un suspiro me dijo:

—No hay veintiún pilares sólo los veinte de siempre, pero estaba tan concentrada que al llegar al final me pareció ver algo y me asusté; intenté gritar pero la voz no me salió y después no supe nada más.

— ¿Estás bien para irnos? —le pregunté más aliviado.

—Sí, vayámonos —me respondió aún con voz temblorosa.

La acompañé hasta su casa y luego me fui a la mía. Toda esa situación me había dejado exhausto y esa noche dormí profundamente. Al día siguiente ella no fue a clases y pensé que por el incidente de la noche anterior, así que después de clases fui a visitarla. Su madre me recibió en la puerta sin hacerme pasar.

—Está muy resfriada —me dijo— quizás mañana se sienta mejor.

Al día siguiente fue a clases como siempre, se veía lo más bien aunque no alcanzamos a hablar antes de entrar a clases. Durante la primera hora de la mañana, mientras todos estaban en sus salas, se dejó oír un desgarrador grito en el patio de la escuela. Una alumna del curso medio estaba muerta a los pies de las escaleras, nadie sabía qué había sucedido, sólo la encontraron tendida en el suelo sin vida.

El alboroto fue general, ella era una de las más populares y lindas del colegio; pertenecía al coro al igual que Diana. Todos estaban consternados; nunca había pasado algo similar. Las clases se suspendieron esa mañana y todos lloraban a la desafortunada muchacha. Pero Diana parecía estar en otro mundo, no mostraba sus sentimientos a pesar que ella la conocía más de cerca que yo.

—¿Qué te pasa Diana? ¿Te sientes bien?

—Tomaré su lugar en el coro —me respondió balbuceando— tendré que aprenderme todas sus canciones…

Evidentemente ella no estaba bien, tenía la mirada perdida y lejana. Todos tomaron rumbo a sus casas, pero el grupo de coro fue citado a reunirse de manera especial, dado que su compañera, la voz más destacada del grupo había fallecido. El coro haría una presentación especial en su memoria, el director se les acercó muy dolido y les dijo:

—Sé que es difícil para ustedes hacer esto después de lo sucedido esta mañana, por eso las he citado con prontitud, para saber quienes participarán y así designar alguien para la voz principal pasado mañana…

Entre sollozos y lágrimas todos levantaron las manos en señal de apoyo y se ubicaron en sus respectivos puestos para el ensayo; mientras tanto el director designó a Diana y a Elizabeth para la prueba de voz. Tras unos minutos de ensayo, Diana evidenció no estar bien de su voz, su reciente resfriado le impedía estar en un cien por cien para el puesto vacante.

—Creo que será Elizabeth nuestra nueva voz principal —dijo el director— espero que lo entiendas Diana, pero tú sabes que soy muy exigente.

Diana no dijo nada en ese momento, sólo tomó sus cosas y se despidió de todos resignadamente. Al finalizar el ensayo, todos se retiraron a sus casas, pero Elizabeth se quedó a repasar los últimos detalles de la presentación. El salón de música se encontraba en el tercer piso del edificio, repentinamente se sintió un fuerte crujido en todo el salón y el techo se desplomó sobre los que aún quedaban. El director quedó atrapado detrás de la tarima del coro, pero Elizabeth fue alcanzada por una viga que golpeó una de sus piernas.

Era el segundo accidente en un mismo día; providencialmente esta vez no fue fatal, aunque Elizabeth debió ser hospitalizada. A la mañana siguiente les informaron a todos lo sucedido y los citaron a ensayar esa tarde al gimnasio, ahora Diana era designada como la voz principal. Sin embargo, a pesar de anhelarlo con tantas ansias, la noticia no pareció sorprenderla; era como un bloque de hielo, nada la hacía sonreír. Tal vez era comprensible, ya que ella no había conseguido el puesto por méritos propios, sino por las desafortunadas circunstancias de esos días.

Diana ensayó esa tarde como nunca lo había hecho antes, con mucho esfuerzo pero sin corazón. Mucha técnica y perfección en la ejecución de cada frase, pero ese estremecimiento que te causa el canto que proviene del alma, no estaba presente. El director la llamó aparte y le habló a solas para no avergonzarla.

—Sé que es duro lo que ha sucedido a tus compañeras, pero debes ser fuerte y dar lo mejor de ti mañana.

Diana agachó la cabeza un instante y luego lo miró con los ojos llenos de rabia diciendo:

— ¡Yo no soy como ellas!… ¡Nunca seré como ellas, nunca cantaré como ellas!… ¡Yo puedo ser mucho mejor, mañana se lo demostraré y todos verán lo equivocados que están de mí!…
Diana tomó su bolso y se retiró llorando; el director no esperaba esa reacción de parte de ella, pero no lo consideró grave dado los sucesos por los que habían pasado, todo estaba muy tenso así que les dijo:

—Mejor descansen por hoy y mañana temprano nos reunimos en la misa, den lo mejor de ustedes en memoria de su compañera, sé que ella se hubiera sentido halagada de escucharlos entonar estos himnos.

El colegio cerró temprano sus puertas para efectuar los preparativos, la misa y el funeral comenzarían temprano y no habría clases después en señal de luto. Me encontré con Diana en el pasillo y me ofrecí a acompañarla a su casa, pero ella en su nueva actitud se negó diciéndome que debía volver a ensayar. Yo sabía que nadie más estaría allí, que era una obstinación de su parte seguir practicando.

La seguí sin que se diera cuenta y la vi entrar al gimnasio; encendió las luces y la mesa de sonido. Colocó la pista de ensayo una vez más y comenzó a cantar. Su voz se oía dulce y melodiosa como nunca antes, las horas pasaban y ella seguía ahí ensayando.

De pronto los instrumentos comenzaron a emitir sonidos extraños, se sentía como si las cuerdas de los violines se cortaran una a una. Diana guardó silencio un momento y miró hacia el iluminado rincón; el sonido se detuvo y ella continuó cantando con toda la fuerza de su corazón.

Nuevamente comenzaron los ruidos de cuerdas cortándose, pero esta vez no pararon; las cuerdas de todos los violines, chelos y contrabajos se cortaban. El ruido era estremecedor, Diana dio un grito terrible de espanto y la silueta oscura de un hombre se hizo presente en el lugar. El hombre se acercó a ella como flotando en el aire, lentamente colocó su mano sobre su cara y luego de unos segundos desapareció. Diana cayó al suelo y corrí a ayudarla, comencé a hablarle y a moverla pero no despertaba.

La tomé en brazos y la senté en la gradas; ella abrió sus ojos lentamente pero una nube blanca opacaba el café de su iris.

—Por favor enciende la luz —me dijo aterrada.

—Pero Diana, está encendida —respondí extrañado.

— ¡No, mentira!… ¡Todo está oscuro!… ¡No veo nada!…

Aunque me costara aceptarlo, todo lo sucedido esos días era demasiada coincidencia tras nuestra experiencia en la mansión. Busqué una respuesta entre líneas al preguntarle:

— ¿Qué hiciste Diana?… ¿Qué pediste esa noche?

—Sólo pedí ser la mejor cantante del coro —me respondió estallando en un mar de lágrimas y desconsuelo.

Sus palabras corroboraron mis más profundos miedos. Comprendí que la leyenda se hizo realidad para Diana esa noche y el pago de su deseo fue entregar su vista, a cambio de la más hermosa voz que jamás había escuchado. Por más que la abrazara e intentara consolarla, sabía que nada cambiaría lo sucedido. Sabiendo que nadie nos creería lo que pasó, decidimos no hablar de ello jamás y eso se convirtió en nuestro secreto por siempre. Lo que aún no termino de entender es cómo a veces, los deseos más simples, pueden convertirse en los más desafortunados si se los busca con envidia y vanidad.


Publicación reeditada 2003


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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