sábado, 26 de octubre de 2013

EL OCASO



EL OCASO

Henri  caminaba por la orilla de la playa, el día estaba soleado, pero unas nubes caprichosas jugaban en el cielo escondiendo entre su danza la luz del sol. Las olas golpeaban con fuerza la orilla, pero igual había gente que desafiaba su locura y entraba al mar para apagar el calor de la tarde. Henri observaba todo con detención, como si por primera vez hubiese estado en ese lugar; como un niño que por primera vez es llevado al océano y escudriña cada centímetro a su alrededor en busca de aquellas maravillas por descubrir. Los pedazos de moluscos de diferentes formas y las piedras de colores pulidas por el viento y el oleaje. El azul del mar, intenso y espumoso, como un cuadro de pinceladas firmes y abstractas a la vez. La arena fina y amarilla, con toques de ocre hacia la orilla, donde el agua acariciaba su borde irregular.

Henri miraba maravillado a los niños jugando con sus pelotas inflables, esas que miden como cuarenta centímetros de diámetro y que los más chicos apenas pueden sostener entre sus brazos contra sus pechos. Él tenía la sensación de estar sumergido en un viaje a sus recuerdos más lejanos, todo alrededor parecía una postal de imágenes que ya había vivido, pero con énfasis en los detalles de su infancia. El algodón de azúcar, las pelotas de playa, hasta los trajes de baño parecían de otra época, aunque era la primera vez que estaba allí.

—La moda siempre es cíclica— se dijo, apagando esas voces que le resaltaban los detalles que no parecían encajar para su tiempo.

Henri caminó entre la multitud disfrutando del día que se tornaba cada vez más agradable; las nubes juguetonas se dispersaban dejando relucir el azul intenso del cielo y el viento embravecido se calmaba dando paso a una suave brisa que acariciaba su piel. El aire tibio que lo envolvía soplaba sobre su pelo y lo despeinaba, a lo que Henri llevaba constantemente sus manos a la cabeza para ordenarlo y sacarlo de su frente. Como un adolescente de quince se paseaba por la arena observando las curvilíneas mujeres, de piel bronceada y cuerpos voluminosos. Rubias, morenas y pelirrojas, esculturales; muchas parecían modelos o sacadas de una revista de modas, con ojos hermosos y labios brillantes. También había gente común y corriente, pero para él era como si no existieran, sus ojos sólo enfocaban lo que le parecía atractivo.

Entre la multitud de mujeres que veía a su alrededor, unos lindos ojos sobresalieron para él. Un verde intenso que no había visto antes y una mirada tierna que parecía invitarlo a acercarse. La joven caminaba alejándose de la playa hacia donde estaban los quioscos de bebidas, golosinas y helados. Henri no quería perderla de vista; la miró de pies a cabeza para recordar su apariencia y poder reconocerla a la distancia o aunque se le perdiera en la multitud. Pero su vestido era demasiado común y lo único que resaltaba de su atuendo eran unas vistosas chancletas rosadas que cubrían sus finos pies. Él intentó seguirla de cerca, pero se estrellaba con un mar de personas que caminaban por la arena en sentido contrario a de él. Cuando logró llegar a la zona de los quioscos, se dio cuenta que la había perdido de vista y que eran tantos los locales que habían alrededor, que se tardaría toda la tarde en encontrarla allí.

Su corazón se apretó con amargura y el recuerdo de esos ojos luminosos, lo impulsaron a comenzar la búsqueda de esas chancletas tan originales que llevaba la dueña de esa cautivante mirada. Su largo pelo cobrizo, resaltaba su cara de ángel adornada de esos verdes luceros. Cada vez que veía un vestido similar, miraba sus pies buscando esas peculiares chancletas que le ayudarían a saber que era ella. Pero recorría los locales sin poder encontrarla.

—Quizás ya se devolvió a la playa y yo sigo acá buscándola.

La aventura le había traído una sed impresionante que le raspaba la garganta y un amargor de boca impasable. Buscó en los bolsillos de su pantalón y llevaba unas cuantas monedas que le alcanzaban para un jugo. Al acercarse al mesón a pagar, vio por la ventana la inconfundible silueta de la joven que había estado siguiendo. Dejó caer las monedas frente al tendero y agarró la botella de refresco. Con la velocidad de una gacela que se escapa de su cazador, salió de la tienda corriendo en busca de la joven, al salir por el umbral, alcanzó a ver el borde de su vestido ingresando en un negocio cercano.

Su corazón se aceleró, su boca permanecía seca y su lengua rasposa, la saliva no bajaba de su paladar y decidió tomar un sorbo del refresco de naranja que había comprado. Con la cabeza en alto y la mirada al frente consiguió hidratarse sin perder de vista el umbral por el que ella había entrado. Al ingresar a la tienda, miró a su alrededor y sólo veía pelotas inflables, baldes y otros artículos de playa tan comunes. Entre los colores rojos, azules y anaranjados, logró ver una silueta parecida a de la joven. Corrió hasta un rincón de la tienda y al girar hacia su derecha se topó de frente con un grupo de muchachas; todas de cabello largo y cobrizo, con vestidos muy parecidos. Por los rasgos similares de sus caras pudo darse cuenta que ellas eran hermanas, muy parecidas pero de diferentes edades y estaturas. Henri bajó su mirada para verles el calzado y detrás de las dos primeras jóvenes vio las chancletas que habían llamado tanto su atención.

—Las chancletas rosadas— dijo en voz alta y luego se sonrojó al darse cuenta que sus pensamientos escaparon por su boca.

—Te gustan— dijo ella desde su lugar.

Henri levantó la mirada y se perdió en sus ojos verdes como esmeraldas; su corazón latía a mil y sentía una tranquilidad impensada que llenó su interior, como si hubiera encontrado un objeto perdido por muchos años. Ella avanzó esperando que él le respondiera algo sobre su llamativo calzado, pero él parecía sumergido en su mirada y desde lo más profundo dijo:

—No más que tus ojos.

La joven se sonrojó las muchachas alrededor se rieron con timidez por las palabras de Henri. Ni el más completo manual del casanova hubiera definido la frase usada para dirigirla a la joven portadora de tan hermosos ojos. Su cara de ángel y su piel blanca como la nieve, levemente enrojecida por el sol, tenían boquiabierto al joven, mientras su mirada no se despegaba de ella.

Sin decir palabra, la muchacha lo tomó de la mano y juntos salieron de la tienda alejándose de los demás. Por un rato caminaron por la orilla de la playa mientras hablaban de sus vidas y comenzaban a conocerse. Pero ninguno de los dos preguntó el nombre del otro, ni qué edad tenían; fue como si se conocieran desde antes y no necesitaran hacer esas consultas poco originales. Era más enriquecedor conversar de otras cosas y hacerse compañía, disfrutar del paisaje, de la brisa y del roce de las manos al caminar.

Henri se sentía completo por primera vez en su vida, aunque el misterio de las preguntas sin responder permanecía en su mente como un aguijón punzante y venenoso; como si esas respuestas fueran vitales para su tranquilidad. Pero prefirió no romper la magia del momento y continuar disfrutando de su tiempo junto a ella. Tiempo perecedero que sabía que no era eterno, pero que era mejor vivirlo que cuestionarlo.

Los minutos y las horas pasaban, pero el sol se mantenía en la misma posición como si la vida se hubiera detenido y el mundo ya no girara. Como si el centro del universo fueran ellos y no existiera nada más alrededor. Henri sabía que todo se desvanecería en cualquier momento, pero prefería seguirla a todos lados, abrazarla y besar su frente, mientras ella se recostaba con su cabeza en el pecho de él. Juntos miraban las olas y permanecían largos minutos sin decir nada, como si todas las palabras del mundo ya hubieran sido dichas, como si no necesitaran oír el sonido de sus voces.

Era algo inexplicable y a la vez lleno de misterio y regocijo. Henri sabía perfectamente cuando había sido la única vez en su vida que se había sentido así y hasta se sentía culpable de tanta felicidad. A su mente venían recuerdos difusos y poco claros de su esposa. Del día en que la había conocido no recordaba nada, pero sí la sensación que había causado en él. Esto era lo mismo, pero su mente le hacía sentir un pesar extraño. Si estaba casado ¿qué hacía en esa playa al lado de una muchacha quinceañera? Ahora que lo pensaba mejor, se suponía que él tenía más de setenta aunque se sentía un adolescente en su plenitud.

El temor hizo presa de su corazón, en parte comprendía, pero en parte se sentía desorientado; como si esas sensaciones y esos recuerdos maduros fueran parte de otra vida y no de ese cuerpo juvenil que abrazaba a la muchacha. La joven lo miraba constantemente con ojos de adolescente enamorada, le acariciaba la cara y besaba sus mejillas con ternura. No había en ellos esa locura carnal, ni ese deseo incontenible de los muchachos que se dejan llevar por las hormonas. En ellos había un apacible y emotivo amor que iba en aumento conforme pasaban las horas.

Las nubes volvían a revolotear en el azul del cielo, a ratos tapaban el sol oscureciendo todo y luego se desvanecían con la misma rapidez que habían llegado. Los jóvenes siguieron caminando por la playa tomados de la mano, mientras el sol se tornaba anaranjado y difuso. Un velo de nubes comenzó a cubrirlo y a crear unos cúmulos oscuros y amenazantes como de tormenta. El cielo se tornó violáceo y a lo lejos, en el horizonte del mar, se sentía los truenos y se podían apreciar las luces de los relámpagos lejanos. La tormenta se venía veloz sobre ellos, sus manos se soltaron y Henri sintió la mano fuerte de un hombre que lo llevaba lejos de ella y lo subía a un auto.

Esa imagen ya la había vivido alguna vez en su vida; la ubicación en el asiento era similar a la que recordaba en el auto de su padre, la silueta del acompañante de adelante se asemejaba a la figura de su madre. Pero ese recuerdo era tan lejano que no tenía la certeza de que fuera verdad; ellos habían muerto en un accidente cuando él tenía sólo cinco años, pero la sensación era la misma que había tenido en su niñez. Por un instante dejó de pensar en la muchacha de las chancletas y comenzó a ver cómo el vehículo en el que viajaban se alejaba velozmente de la tormenta.

El resplandor de los relámpagos iluminaba el camino que se tornaba escabroso y poco regular. Los hoyos en el asfalto hacían saltar el auto y Henri golpeaba su cabeza contra la ventana de su costado izquierdo. Nada parecía tener sentido, un momento antes estaba en la playa y ahora iba con rumbo desconocido, en compañía de sus recuerdos por una carretera olvidada y con una oscura amenaza rodeándolos a todos. Henri cerró los ojos, su miedo era más grande que la curiosidad por ver el camino por el que iban. Un estruendoso relámpago iluminó todo alrededor y el paisaje cambió en un abrir y cerrar de ojos. Henri ya no estaba en el auto, ahora caminaba por un bosque oscuro y tenebroso, con los pies sumergidos en el fango y con el olor a humedad impregnado en su nariz.

Desde lejos vio la silueta de la muchacha corriendo entre los árboles, con su vestido floreado y su cabello al viento. La tormenta se tornaba cada vez más intensa, la lluvia comenzó a caer copiosa y los estruendos estremecían todo alrededor. Henri miró al cielo y vio las nubes oscuras, de un violeta casi negro que se revolvían en lo alto, mientras la lluvia mojaba con fuerza su cara. Podía sentir el golpe de las gotas caer sobre su cuerpo como si fueran piedrecillas de arenilla cayendo desde el cielo. Mientras más intentaba acelerar su paso para alcanzar a la joven, más se hundía en el lodo; el barro le llegaba hasta las rodillas y se le hacía imposible avanzar.

—¡Chancletas!

Gritó Henri esperando que ella se detuviera y regresara a ayudarlo. Él intentaba zafar sus pies del lodazal y continuaba luchando por salir de la trampa. Mientras, la lluvia seguía fluyendo e inundando todo alrededor. El agua ya le llegaba a la cintura, cuando escuchó la voz de la muchacha:

—Sujétate de esto.

Al levantar la mirada, Henri vio a la joven que le extendía una rama para que él la usara para escapar del lodazal. Él la sujetó con fuerza y comenzó a tirar de ella sintiendo su cuerpo desplazándose hacia afuera de la trampa mortal. Los truenos seguían golpeando sus oídos temerosos y la lluvia lavaba en parte su cuerpo enlodado a medida que él salía del fango. Henri miraba con asombro como la muchacha parecía estar dibujada en ese lugar, su cabello no estaba mojado por la lluvia y sus vestidos no estaban manchados por el barro. También sus chancletas estaban limpias, sin rastro alguno de haber tocado el lodo.

Al fin Henri consiguió salir por completo del lodazal, la lluvia le ayudó a lavar su cuerpo embarrado y en breve ya se veía como si nunca hubiera estado sucio. Él extendió su mano para tomar la de ella y al instante se transportaron a la playa donde se habían conocido. El sol ya rozaba el horizonte y los colores anaranjados del atardecer dominaban el cielo frente a sus ojos. Una paz inmensa dominaba sus sentimientos y al mirar los ojos de la muchacha se dio cuenta de quien tenía enfrente, no era otra que su amada esposa.

El delirio de la fiebre lo había llevado en ese sueño tormentoso, confundiendo sus pensamientos y mezclando escenas de su pasado con paisajes surrealistas que jamás había visitado. Su amada esposa que había fallecido diez años atrás estaba ahora frente a él tras la imagen juvenil de la muchacha de las chancletas. Pero sus ojos no mentían, era ella, el amor de su vida, su pasión, su eterno complemento. Un momento de lucidez le permitió comprender lo que estaba pasando y un miedo pasajero se alojó en su corazón.

—No temas, estamos juntos otra vez —dijo ella.

—¿Pero qué hago aquí?¿Estoy muerto?

—No aún, pero estas cerca.

Henri retiró su mano con el miedo de que la hermosa silueta de la muchacha, no fuera más que el audaz disfraz de la muerte que venía por él. Henri no despegaba la vista de sus hermosos ojos color esmeralda y trataba de comprender la locura que estaba viviendo. No estaba despierto, eso lo tenía claro, pero quizás solo era un mal sueño.

Él dio un paso atrás, pero sus pies parecían flotar en el aire y la joven se acercaba a él hasta abrazarlo con calidez y ternura. Susurró algo en su oído, una frase que solo él podía haber escuchado de labios de su esposa. En ese momento el velo de sus ojos fue quitado y vio a través de la cristalina muchacha quinceañera, el alma de su amada y rejuvenecida esposa. Su cabello negro y ondulado le llegaba a los hombros y sus blancas manos sostenían su mano temerosa, su sonrisa lo rodeaba con la luz de las estrellas. Todo sentimiento de temor se había esfumado al momento de reconocerla. Aunque no sabía qué sentido tenía lo que estaba viviendo, estaba feliz y completo al estar junto a su amada otra vez.

—¿Dónde estamos? —preguntó él.

—En todos lados y en ninguna parte; es solo el lugar donde reposan las almas una vez que pasan la primera puerta.

—¿Cuál puerta?

—La puerta de la inconciencia o como la nombran los médicos: el estado de coma.

Henri parecía confundido pero todo tenía sentido después de escucharla a ella; sus recuerdos de la infancia mezclados por los sentimientos hacia su esposa. No importando que apariencia hubiera tenido, dónde la hubiera encontrado, las almas gemelas existen para encontrarse en esta y en la otra vida. Algo en él sabía que todo no estaba dicho aun. Había una tensión que le impedía seguir adelante, como si estuviera forzado a  esperar un momento más.

—¿Qué sigue después de esto? —preguntó Henri.

—Eso no podría explicártelo, tendrás que verlo con tus propios ojos. No hay palabras para describir lo que viene tras la siguiente puerta.

—¿Cuál puerta?

—La puerta de luz o el túnel como lo nombran quienes se han devuelto y no han pasado más allá.

El momento era dudoso y a la vez el esperado, tras tanto sufrimiento por su enfermedad ahora estaba en su ocaso y aferrado a la mujer que siempre amó.

—¿Podemos seguir adelante juntos? —preguntó él temeroso.

—Podemos llegar allí juntos, pero lo que pase más allá del túnel no lo sabremos hasta llegar. Estas son las cosas milagrosas que suceden solo una vez en la vida.

—Como cuando nos conocimos —aseveró Henri.

—Sí, como ese maravilloso día.

La luz comenzó a ser más intensa y el paisaje de la playa en el atardecer comenzó a esfumarse lentamente dando paso a un espacio vacío, blanco y luminoso. Una paz indescriptible que guiaba sus pasos flotantes hacia la eternidad.







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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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jueves, 13 de junio de 2013

CUATRO LAGRIMAS




CUATRO LAGRIMAS

Una a una las guardas en vasijas frágiles y vasos de cristal fino. Reservadas en receptáculos sensibles que las dejan escapar cuando menos lo esperas. Algunas son especiales y otras dolorosas, siempre llenas de sentimientos, pero no todas son iguales ni causadas por la misma razón, ellas son atemporales. No tienen límites de espacio ni tiempo, sólo escapan ligeras desde lo más profundo, desde el centro mismo de tu sencillo corazón.

En momentos de alegría incontenible, cuando la risa te invade a más no poder; tu estómago se aprieta de tanto reír y tus mejillas se extienden libres como las alas de las aves. Las carcajadas espontáneas fluyen y no eres capaz sólo de sonreír livianamente. Necesitas explotar de hilaridad y descargar esa lava de alegría que estaba cautiva. Tu boca resbala una bulliciosa risotada y desde tus ojos brotan danzantes, esas lágrimas de júbilo y de gran relajo liberando tu ser de satisfacción.

Hay otros instantes que son muy tensos y sujetos a una gran presión. Cuando la injusticia coloca su pie en tu cabeza y te aplasta sin piedad. Cuando ya no puedes resistir más y la salida se esconde de tu alcance, son esos momentos en que nada es fácil de sobrellevar.

Tu corazón expulsa esa ira reprimida y brotan llenas de impotencia esas lágrimas complejas, que son una mezcla de enojo y desesperación. Aguas amargas con un sentimiento absurdo y descontrolado, donde sólo deseas dejar existir. Ojalá algo arrancara esa bomba contenida a punto de estallar sin disimulo. Tu cara se enciende enrojecida y tus ojos enceguecidos buscan un escape.

Lágrimas negras, capaces de nublar los sentidos y de llevarte a la locura. Aguas insensatas como dagas, como un veneno fluyendo por las venas, surcando la piel llenas de ira. Ríos contenidos que sólo desean arrasar con todo a su paso; gritos apagados que sólo buscan derribar el muro de la opresión que te envuelve.

Cómo quisieras en esos momentos cambiar tus lágrimas de impotencia, por unas de lágrimas alegría. Cuando la emoción te invade y tu corazón se infla lleno de orgullo y satisfacción. Aguas pasivas que desatan júbilo y que brotan sin medida; cuando no importa que las vean derramarse y corren libres mojando tus mejillas. Cuando vuelan expresando lo lindo de una situación, lo grandioso de un momento esperado, cuando nada detiene la nobleza del corazón.

Esas dulces lágrimas acompañan a un abrazo apretado en reencuentros y se hacen presentes en un —te perdono— sincero. Cuando ves que una nueva vida nace o cuando se llega a la meta tan anhelada con gran esfuerzo. Aparecen al sentir la cercanía de un amigo en momentos de dificultad y al ser consolado. Cuando te sentías en soledad absoluta y una mano solidaria se hace presente junto a ti, tocando tu corazón con palabras de consuelo y ánimo, con cariño y amor.

Ojalá esos momentos fueran eternos, pero son más los instantes de tristeza que nos rodean. Cuando un nudo se aloja en la garganta y un vacío profundo se clava en el corazón. Lágrimas desatadas con amargura, que rompen el alma cuando las escuchas fluir. Quien diera el mundo entero, por evitar esos momento devastadores.

Aguas tormentosas que no saben de calma, ni esperan tranquilidad, sólo piden salir junto con la vida y esparcirse en el suelo sin retorno. Son como un puñal en medio de tu pecho que rompe la vasija frágil de tu corazón, así la tristeza abre la llave de las aguas que se pierden con amargura. Cuando un ser amado se ha ido o cuando se pierde aquello tan querido. Instantes de desilusión en que sólo deseas rendirte y desvanecerte en el aire. Cuando navegas en ese mar oscuro, tormentoso y desconsolado; sin escuchar, sin olvidar, sin perdonar a nadie; aguas solitarias sumergidas en dolor.

Todos quisieran evitar las lágrimas que fluyen mojando la cara, la humedad de su presencia recorriendo las mejillas hasta caer y perderse en el tiempo. Sin duda esos momentos son inevitables y surgen espontáneos sin aviso; limpian el alma y desalojan sentimientos contenidos en el corazón. Si se pudiera elegir un momento o alguien por quien llorar, siempre valdrá la pena derramar una lágrima por esa persona que lo daría todo, para evitar que derrames las tuyas.


Publicación reeditada 2013


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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lunes, 27 de mayo de 2013

MIRADAS SILENCIOSAS



MIRADAS SILENCIOSAS


La lluvia intensa de la mañana se sentía como una brisa húmeda que golpeaba en la cara, los pies mojados estremecían su cuerpo, mientras la caída de las gotas en el suelo, levantaban una bruma blanca que rápidamente desaparecía. Ella miraba ansiosamente a través de la ventana del bus en que viajaba, mientras las gotas de agua se deslizaban suavemente por el cristal empañado. Pero los nervios por encontrar los ojos de él en medio de la gente, eran más importantes que el clima tormentoso de ese día.

Su mente viajaba constantemente por cada día en que lo había visto subirse en el mismo lugar, a la misma hora, en el mismo bus en que ella viajaba. Fugazmente vino a su memoria el recuerdo de esa primera mirada silenciosa que los ha unido por tanto tiempo.

Era una cálida mañana de verano y el sol entraba por las amplias ventanas del bus en que viajaba, ella lo vio subir las escaleras, pagar su pasaje y ubicarse tranquilamente en el pasillo. Sus ojos lo observaban detalladamente sin que él lo notara. Hasta que de improviso, él levantó la vista y sus miradas se encontraron en medio del pasillo como un choque mágico de dos rayos en medio de una tormenta. Por largos segundos, sin dejar de observarse, sonrieron culpables y tímidos, hasta cambiar nuevamente su centro de atención.

Pero a medida que el bus avanzaba, volvían a mirarse incluso a través de los reflejos en las ventanas. Desde ese día, casi todas las mañanas repetían la misma escena. Una y otra vez captando cada detalle que los hiciera recordar ese momento durante el día; esperando con ansias el final de la jornada y que otra mañana trajera de regreso la imagen de esos ojos caprichosos.

A veces la situación era un poco diferente; mientras ella esperaba que él subiera al bus en que ella viajaba, aquello no sucedía dejándola algo triste. Pero algunas cuadras más allá, se daban cuenta que iban en buses diferentes y esbozaban una sonrisa tranquilizadora al verse nuevamente a través de las ventanas. Sus miradas culpables que buscaban en silencio eran recompensadas; ojos encantados y unidos por el destino cada día.

Después de algunas semanas, el verano ya acababa y el viento del otoño comenzaba a hacerse presente. Sus ropa eran ahora más abrigadoras, pero no les dificultaba reconocerse entre la multitud. Sus ojos eran como faros que guían al navegante en la oscuridad y lo llevan con bien hasta su destino. El brillo de sus miradas, sonrojaban sus mejillas cada vez que se sentían descubiertos en el acto de observar; intentando retener cada detalle hasta el día siguiente.

Las hojas secas caían en las calles mientras sus ansias estaban en pleno florecimiento, los capullos de sus corazones comenzaban a abrirse lentamente, esperando cada día y soñando algún instante de mágico encuentro. Incluso al bajarse del bus, él mantenía su vista en ella y siempre esperaba que se alejara antes de cruzar la calle, ambos con sus ojos fijos en el otro se entregaban un suspiro hasta perderse en la distancia.

Todos esos pensamientos estaban en su mente cuando el bus lentamente llegaba al paradero donde toda esa magia comenzaba. Esa mañana nada presagiaba que algo diferente a los días anteriores sucedería, sólo la primera lluvia del invierno cambiaba el paisaje diario y le hizo suponer a ella que hoy no lo vería.

Los paraguas de la gente le impedían mirar con libertad por las ventanas, ella se acomodó más atrás en el pasillo, justo frente a la puerta trasera; esperaba que en ese lugar tendría una mejor visión.

Cuando ya había perdido las esperanzas de encontrarlo, ella mantenía su mirada fija en la puerta delantera del bus. El chofer abrió la puerta de atrás y una ráfaga de viento subió por las escaleras, mientras él comenzaba a subir los peldaños justo frente a ella. Por un momento el cielo dejó ver un resplandor que dio de pleno en la cara de él, sus miradas nuevamente se encontraban; él continuó subiendo hasta quedar a su lado y decir en tono amable:

—Hola.

Ella le respondió el saludo; sonriendo tímida y nerviosamente, sólo una palabra bastó para romper la distancia que por meses habían sostenido. Sus cuerpos más cerca de lo que jamás habían estado, mostraban las ansias contenidas y la impaciencia del momento; realmente no sabían qué decirse el uno al otro. La conversación fue tan básica y tan llena de tensión, que al separarse apenas recordaban realmente sus nombres.

Al encontrarse nuevamente al día siguiente, ya con menos impaciencia, continuaron su matutina conversación, compartieron cada uno el teléfono del otro y cuando no se encontraban en el bus, al menos sabían que podían conversar las veces que quisieran. Desde ese día sus encuentros se complementaban con largas horas de charlas al teléfono y profundos suspiros tras colgar.

Las semanas pasaron y ella ya había cambiado de trabajo, por lo que no tomaba su acostumbrado bus por las mañanas, sin embargo siempre conversaban largo rato cada vez que podían. Para ella, él se había convertido en alguien muy importante y necesitaba mantener esa comunicación a diario, aunque él no tomara ninguna iniciativa.

Por esas cosas incomprensibles de las que nunca nos arrepentimos, ella sintió la necesidad de verlo una vez más y de saber de él personalmente. Ya no quería depender del teléfono para escucharlo, sino que deseaba oír su voz directamente y ver sus ojos otra vez. Buscó la manera de conseguir la dirección de su trabajo y sin previo aviso fue a visitarlo a la hora de salida; la verdad ella no sabía cómo no ser evidente y fingió una mera casualidad del destino. La sorpresiva visita fue muy agradable para él, quien la acompañó hasta el paradero, sin percatarse del verdadero motivo por el que ella estaba allí.

Conversaron largamente, se rieron y disfrutaron de sus compañías mientras las horas avanzaban rápidamente. Las sombras de la tarde se tornaban largas e indefinidas, y luego de despedirse muchas veces ella le dio un beso en la mejilla y se alejó caminando. En cada paso que daba no dejaba de pensar en él, se sentía ligada a él como nunca antes se sintió por ningún hombre. Había hecho un largo viaje sólo para verlo y aunque había estado toda esa tarde conversando con él, sentía que no podía dejar pasar esa oportunidad así como así.

Ella se devolvió rápidamente, aceleró su paso hasta alcanzarlo y se abalanzó a los brazos de él besándolo en los labios con gran pasión. El beso correspondido duró largos e interminables minutos, hasta que ella se atrevió a decir:

—Hace tiempo que esperaba este momento.

Y aunque no fue él quien diera el primer paso, asintió con la cabeza y dijo:

—Yo también había esperado este momento mucho tiempo.

Pero él bajó su mirada un instante sintiendo la culpa de no haber tomado el protagonismo. Ella comprendió lo que sentía y sin decir nada más, volvieron a besarse y así estuvieron largas horas nuevamente. Nada importaba en esos momentos, la larga espera había terminado, la distancia se perdía y sólo estaban ellos besándose al atardecer.

Esa mirada que meses atrás los unió en el lugar más común, compartido por dos personas, cerraba el encuentro final entre ellos de la manera más romántica y hermosa para dos almas gemelas. Si bien el tiempo no fue inmediato en su actuar, se puede asegurar que lo de ellos fue amor a primera vista. Se reconocieron sin saber, se buscaron sin conocer y a pesar de las circunstancias, el verdadero amor prevaleció; se mantuvo latente y encendido hasta juntar sus corazones, sus cuerpos y sus almas.

Los años han pasado y la vida les sigue sonriendo. Hoy estos recuerdos llegan nuevamente a la memoria de ella, justo cuando espera su segundo hijo con él. Si alguien alguna vez dudó de su verdadero amor por la forma en que ellos se conocieron, el tiempo alejó toda duda y todo miedo al qué dirán.

Dos miradas encontradas en un bus, una mañana destinada sólo para ellos, dos miradas silenciosas, culpables del amor una mañana de verano.


Publicación reeditada 2013

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martes, 23 de abril de 2013

PELIGROSA SEDUCCION


PELIGROSA SEDUCCION



Alonso se encontraba sentado frente al cuerpo sin vida de la mujer. Estaba desnudo, empapado de sudor, su respiración se sentía agitada, poco menos de lo que había estado minutos antes mientras copulaba con ella. Su mirada recorría el cuerpo pálido e inerte, mientras sus manos sudorosas permanecían sobre la cama, a veces quietas otras veces sin saber dónde colocarlas.

No sabía qué hacer, jamás pensó que su primera experiencia terminaría en semejante tragedia. Sus ojos recorrían el cuerpo sensual de la mujer, sus pechos esponjosos, sus curvas bien formadas y sus muslos contorneados. Sin duda los cuarenta no habían pasado por ella o la buena mano de un cirujano dejaba una firma recomendable en ese cuerpo de ensueño. El largo cabello aún húmedo caía caprichoso sobre parte de su cara, tapando sus ojos cerrados que parecían estar durmiendo.

Alonso intentaba retener en su memoria lo bueno que pudiera recordar de ese momento, quería imaginar sobre esa cara los ojos azules y excitados, antes de que todo se desencadenara y se saliera de control. En sus manos aún sentía el olor de su piel, sus labios aún mantenían el sabor de su cuerpo maduro. Al cerrar los ojos las imágenes de esa noche aparecían fugases en su recuerdo. Sus reflejos lujuriosos en los espejos de la habitación estaban grabados en su memoria como una película porno para un adolescente. Las sensaciones en su piel estaban cargadas de un magnetismo inolvidable, casi perpetuo; aunque percibía que en cualquier momento todas esas sensaciones se perderían.

Era la primera vez que se armaba de valor y dejaba atrás su timidez para invitar a una mujer a una cita y a pesar de no ser tan atractiva, ella lo hacía sentir bien. Por mucho tiempo había pensado en hacer cosas como ésas. Salir a tomar unas copas y conquistar a una mujer sin importar su apariencia; una mujer madura y deseosa que le quitara su prolongada virginidad. Él sólo buscaba una aventura con una mujer que no huyera de sus veinticinco años.

Esa noche todo había salido según lo planeado, alrededor de la una de la mañana ya tenía en vista, desde su lugar en la barra, a la mujer a quien se le acercaría. Llevaban minutos mirándose mutuamente, él pidió un último trago; en realidad dos, uno para ella y otro para él, y se le acercó sin vacilar. Alonso intentaba no evadir su mirada, eso sería signo de debilidad. Pretendía ser todo un galán y un seductor; actuar como mujeriego aunque jamás lo había sido, asumir ese rol ficticio que sólo existía en su mente.

Al llegar a su lado colocó ambos tragos sobre la barra, y sin decir nada tomó suavemente su mano. En ese momento un intenso magnetismo se produjo en ella como si una inyección de adrenalina ingresara de golpe por sus venas. Ella no pudo decir que no y lo siguió hasta la pista de baile mientras sus ojos permanecían fijos en ella.

Por más de una hora disfrutaron de la música, luego él se le acercó y le susurró al oído mientras con su cara acariciaba su cuello. Ella había tomado unas copas de más, pero no era el licor lo que la movía, era esa extraña sensación que él le hacía sentir; un perfume cautivante que la provocaba y la estremecía. Estaba hipnotizada por su presencia, por sus palabras y sus caricias; ella accedió a su atrevida invitación y dejaron el lugar para ir a un sitio más privado.

El tiempo transcurría en una esfera de otra dimensión. Los minutos que les tomó llegar al cuarto de motel fueron como un pestañeo para ambos. Él sabía perfectamente el efecto que estaba causando en ella, sabía cómo elevar sus sensaciones y seducirla de manera que se entregara sin vacilar. Sus besos y caricias la embriagaron hasta tenerla rendida en su lecho, la tomó en sus brazos llevándola por un viaje de placer incontenible, era totalmente imperceptible que él era sólo un principiante.

Con manos hábiles y rápidas quitó la blusa sin arrancar un solo botón. Mientras besaba su cuello pasó su mano por la espalda de ella y con un toque de sus dedos medio y pulgar soltó el hermoso sostén de encaje negro. Sus firmes pechos quedaron expuestos al aire mientras la respiración agitada de ambos se confundía en un único sonido. La mujer mantenía sus ojos cerrados mientras él observaba cada movimiento a través de los espejos.

Un remolino de sensaciones descendió en la habitación y en pocos momentos los besos y las caricias los despojaban de sus ropas. Él sostenía sus caderas mientras la poseía por primera vez. Su primera sensación húmeda y placentera, esa calidez acuosa que lo rozaba con intensidad y desenfreno. Hasta que él tuvo su primer orgasmo en ella. Una sensación irrepetible y adictiva con una explosión de placer que lo dejó volcado sobre la cama. Ambos hicieron una pausa recostados sobre el calor de la cama. Sus agitadas respiraciones buscaban un momento de descanso de tan intensos minutos.

— ¿Dónde estaba escondido este hombre toda mi vida? —se preguntaba la mujer sin decir palabra, mientras intentaba recuperar el aliento.

—Parece que lo he hecho bien —se decía él aplaudiendo hacia adentro el haber compensado su inexperiencia con acciones.

Alonso pasó nuevamente sus manos por el cuerpo de la mujer, poco a poco se encendían nuevas sensaciones en ella, su piel ardiente parecía que iba a estallar. Y antes de que él se lo insinuara de alguna manera, ella ya estaba estimulándolo otra vez.

—Sólo espero que me dure toda la noche —decía ella en su mente mientras recorría con su boca desde su pecho hasta su ingle.

Alonso se dejó acariciar por ella mientras su deseo crecía nuevamente y esa sensación presurosa de estar en ella nuevamente se apoderaba de él. Por largos minutos ambos gozaron de esa lujuria, de esa pasión incontrolable, de esa aventura de una noche que parecía no acabar. Alonso sacó fuerzas nuevas para satisfacer a la incansable mujer que una y otra vez tenía orgasmos fugaces y prolongados. Ella comenzó a sobre exaltarse, sus gemidos eran cada vez más fuertes y ambos estaban entregados por completo a sus impulsos más básicos, empapados en sudor. Ambos se movían como caballos desbocados hasta que ella exhaló con un grito y desplomó sobre la cama sin emitir más sonidos.

Estaba quieta y silenciosa, tendida en la cama; él pensó que eso era natural, que la había llevado a un límite de éxtasis extraordinario y sin cuestionarse más, se levantó de la cama y fue al baño a refrescarse. Al volver se recostó a su lado y se dio cuenta que ella no se movía, tampoco parecía respirar. Alonso la movía pero ella no reaccionaba, intentó reanimarla soplando aire por su boca y masajeando su pecho, pero nada la volvía de su estado de eterno letargo. No sabía qué hacer, por largos minutos se quedó contemplando su silueta desnuda a su lado de la cama.

Muchas cosas pasaban por su mente, pero una muerte bajo cualquier circunstancia le traería problemas. Ninguna explicación sería comprensible, nadie le creería lo sucedido, era culpable por naturaleza y sintió mucho miedo de ir a parar a la cárcel por semejante situación. Se dirigió al baño nuevamente y tomó una larga ducha, necesitaba aclarar sus pensamientos y tomar la mejor decisión. Finalmente se vistió y la vistió a ella sacándola de la habitación y colocándola en el auto. A la distancia parecía como si estuviera durmiendo, además a las cinco de la mañana no sería algo que llamara la atención. Por largos minutos condujo sin rumbo hasta llegar a lugares oscuros y desolados; estacionó su auto frente a un acantilado, mientras pensaba temerosamente en lo que haría ahora. Él no había hecho nada malo, pero por alguna extraña circunstancia la mujer estaba muerta y sentada en su auto.

Luego de mucho pensarlo, desvistió a la mujer y con mucho pesar se deshizo del cuerpo lanzándola por una solitaria quebrada. Esa primera vez marcó un deseo extraño dentro de él, sabía que ese magnetismo que fluía a través de su ser era algo muy sobrenatural. Las caricias de sus manos y sus besos seductores, todo ese ritual había llevado a esa mujer a un lecho de muerte, no podía ser coincidencia ni el infortunio de una noche.

El trauma de esa primera noche quedó atrás y también las dudas de ese peligroso magnetismo que parecía ser parte de su esencia. Pronto esa situación pasajera ya se había convertido en algo recurrente. La intensidad máxima de sus deseos ya había causado la muerte de otras dos mujeres, las que se habían desvanecido en sus brazos. En el corto plazo se había convertido en un adicto a esas sensaciones extremas y aunque los cuerpos de ninguna de ellas habían sido descubiertos aún, no sabía cómo controlar las consecuencias de su fatal magnetismo. Pero ese poder con el que cargaba lo hacía sentirse único y capaz de dominar a cualquier mujer, había despertado en su interior a un ser que no pensaba que podía existir en este mundo.

Pronto su apariencia diurna tímida, sencilla y apacible, comenzó a oponerse a ese hombre conquistador e imparable, lleno de seducción y magnetismo en que se convertía por las noches. Él era irresistible a las mujeres y cada día mejoraba su técnica más y más; a veces las encantaba sin tener que llevarlas consigo, pero prometiéndoles una nueva salida juntos. Tan peligroso e impredecible se había tornado esa virtud, que a veces seducía sólo para probarse a sí mismo que tenía la capacidad de hacerlo. Le daba lo mismo la estatura o la hermosura de la mujer, para Alonso era sólo una más, sólo un juguete para sus encantos. No le tenía respeto ni temor a nadie, mientras más difícil se hacían al principio, mayor era el desafío para él. Era cosa de minutos para verlas salir del brazo con él, sonriendo como hipnotizadas atrapadas en su red de encantos.

Pero todo cambiaría el día que el primer cuerpo fue encontrado. Era una mujer de treinta dos años, morena de tez clara. A esa altura ya habían sido diez sus víctimas fatales y otras muchas se habían salvado de ese final, porque sólo fueron seducidas por él sin que llegaran a intimar. Alonso sabía bien que no podía dejar que todas llegaran a ese éxtasis explosivo y fatal, ya que tarde o temprano podría cometer un error. En cosa de semanas, seis de los diez cuerpos habían aparecido en los diferentes lugares en que los había abandonado.

No había un patrón que le diera a la policía algún indicio de quién era el asesino. En todos los casos la autopsia indicaría lo mismo: ingesta de alcohol, muerte por paro cardíaco y heridas post mortem a causa de la caída en alguna quebrada o mordeduras de animales salvajes, cuando las dejaba en algún predio eriazo. Aunque tuvieran algún rastro de su semen o algún cabello en los cadáveres, él nunca estaría en la lista de sospechosos. Las había escogido al azar en cualquier lugar, incluso en diferentes ciudades.

Alonso estaba cansado de llevar esa doble vida, ahora quería tener de día esa vida opulenta y desinteresada que pretendía vivir por las noches. Su nueva vida debía incluir un plan de selección con el cual actuar. Ya no escogería mujeres al azar en bares o en discotecas, ahora las escogería por su apariencia y su dinero; no sólo tomaría sus deseos, sino que además todo lo que ellas le dieran a cambio. Varios meses después y con ese modo de operar rápidamente había conseguido mujeres adineradas, sedientas de pasión y capaces de darle todo lo que él quisiera con tal de verlo otra vez.

Alonso cuidaba siempre de no excederse en sus impulsos, ya que no quería tener otra mujer muerta entre sus brazos. La prensa ya había dejado atrás el sensacionalismo de los primeros hallazgos. Pero la policía jamás dejaría en el olvido un caso así. Por otro lado ya no era un pobre desconocido y la desaparición de cualquiera de esas mujeres de posición apuntaría directamente hacia él.

Ahora tenía un auto lujoso y vivía en un departamento muy bien ubicado; había dejado de trabajar y tenía todo el día para preocuparse de su apariencia. Iba al gimnasio y por las noches visitaba a sus amigas adineradas, siempre reprimiendo los límites a lo que él sabía que podía llegar. Pero esa sed de exteriorizar todas sus capacidades lo atormentaban y lo consumían vivo, estaba condenado a reprimir todo su potencial por miedo a matar nuevamente; de alguna manera debía encontrar un escape a esa maldición que lo envolvía.

Esa noche Alonso decidió no salir con ninguna de sus amigas conocidas, necesitaba volver a sus primeras experiencias aunque fueran fatales. Estaba ahogado en su deseo de ser él mismo una vez más, era algo completamente necesario a punto de estallar en su interior. Fue a un bar cualquiera a las afueras de la ciudad, nada muy ostentoso porque no quería llamar la atención, sólo necesitaba ser un desconocido más sentado en la barra bebiendo algo. Ya había pasado más de un año desde esa primera noche en que descubrió ser un semental lujurioso y peligroso al mismo tiempo. No quedaba un ápice del joven tímido y recatado que algún día fuera.

Pidió unos tragos esperando ahogar en parte esa necesidad que crecía en su interior, esas ganas enfermas de ser un instrumento de placer. Pero ese impulso era más fuerte que su voluntad y en pocos minutos ya se había acercado a una mujer a su lado. Conversaban y se reían distendidamente; ella ya estaba atrapada en sus encantos, en ese magnetismo envolvente y cautivante. Alonso pedía otro trago intentando evadir lo inevitable, al pasar de los minutos y de las copas fue ella la que lo invitó a retirarse del lugar, a lo que él accedió.

Sabiendo cual era el desenlace que le esperaba a la mujer si la noche continuaba el curso que había iniciado, Alonso no quiso llevarla a ningún lugar conocido y condujo su auto con rumbo a la playa. Poco a poco él comenzaba a sentir esa satisfacción de controlar toda la situación nuevamente, de ser un magneto de pasión y seducción, esa emoción de volver a ser el gran amante que solía ser. Ella lo acariciaba todo el camino, no tenía real conciencia de lo que estaba a punto de suceder, ni a donde realmente se dirigía esa aventura.

Alonso estacionó el auto en un mirador que daba a la playa, era noche primaveral de luna llena y el reflejo iluminaba el mar con su estela plateada. Los besos y caricias aumentaron la excitación del momento; era una noche de desenfreno y pasión desenfrenada al borde de la locura. Pero a pesar de todo el ambiente sensual y envolvente, ella aún no se entregaba por completo.

Dos cosas pasaron por la mente de Alonso, o los tragos habían calmado su magnetismo envolvente, o por haber estado tanto tiempo reprimiendo su verdadero don, ahora no estaba causando el efecto deseado. Se sentía adormecido, como si todo eso fuera un sueño aletargado, así que se esforzó por aumentar esa magia natural que siempre fluía por su piel.

Esta vez las cosas tomaban el rumbo que él quería, la temperatura aumentaba mucho, entre besos y caricias; la pasión y el deseo estaban fluyendo sin límites en el aire. Con la destreza de siempre consiguió desabotonar su blusa y sumergirse entre sus pechos. Ella había hecho lo propio con su camisa acariciando su piel desnuda y sudorosa. Alonso acercaba peligrosamente sus manos por sus muslos y cuando él pensaba que todo estaba listo, ella se alejó de él bajándose del auto.

Con ambas manos se abanicaba la cara y se ventilaba ante la atónita mirada de él, ella se paró frente al auto mirándolo en todo momento y esbozando una sonrisa. Cuando él ya pensaba que esa noche de pasión llegaba a su fin; ella se desvistió sensualmente a la luz de la luna. Los reflejos azulados sobre su piel dibujaban los contornos delicados y deseados de la mujer, Alonso volvía a creer en el destino de esa noche. Cuando ella terminó de sacarse cada pieza de ropa, corrió desnuda por las dunas de arena en dirección al mar.

Alonso pasó de sentirse confundido y frustrado a excitado nuevamente. Descendió del vehículo también y la siguió corriendo tras ella hasta alcanzarla en la arena antes de que entrara al agua. El juego seductor se tornaba demasiado lúdico para él, la mujer le sacó la camisa y el resto de la ropa; se besaron con más pasión y sin más preámbulo comenzaron a copular en la arena. El vaivén de las olas, acompañaba el ritmo de sus cuerpos iluminados por la luna.

Ese nuevo escenario lo mantenía alerta y desconcentrado, sin embargo ella estallaba una y otra vez en éxtasis. Cuando él pensaba que todo acababa, ella volvía a retomar el ritmo con sus gemidos. Alonso se sentía muy extraño, por un lado estaba disfrutando al máximo el momento sin tener que refrenarse en nada, pero por otro lado necesitaba que todo fuera como sus primeras y fatales experiencias. Por un instante llegó a pensar que al fin había encontrado a la única mujer capaz de resistir cien por cien su magnetismo explosivo.

Ella acabó nuevamente sobre él y se detuvo un instante, lo besó intentando recuperar el aliento perdido. Se levantó nuevamente y salió corriendo y riéndose en dirección al mar hasta zambullirse en las aguas cálidas. Alonso se levantó y la alcanzó entre el apacible oleaje que les bajaba la temperatura a sus ardientes cuerpos. El vapor subía desde sus hombros por sobre la superficie de las saladas aguas. Tomándola de los brazos, Alonso volvió a unirse a ella, deseoso de su cuerpo húmedo y ardiente. El agua les llegaba hasta más arriba de la cintura, la adrenalina de ambos se disparaba y estaban prendidos como antorchas.

Ambos estaban en la misma sintonía, ella comenzaba a gemir nuevamente y a excitarse más allá de sus límites. Al fin estaba entregada, extasiada y perdida por su encantador magnetismo, presa en las manos de su cazador. Estaban en lo más alto de sus sensaciones a punto de conseguir un nuevo orgasmo en conjunto, cuando él sintió un pequeño dolor en su pierna derecha. Ella seguía aumentando su excitación, se movía hacia arriba y hacia abajo siguiendo el vaivén de las olas.

Un nuevo pinchazo se dejaba sentir en las piernas de Alonso, un intenso dolor que lo hizo mirar a su alrededor. De una manera inexplicable, el altísimo nivel de sus feromonas, había atraído una gran cantidad de medusas a su alrededor. La luz de la luna iluminaba las pequeñas masas blanquecinas que se reunían en torno a ellos. Algunas de ellas lo habían aguijoneado y las toxinas comenzaban a hacer efecto en él.

Ella continuaba moviéndose más intensamente sin percatarse de lo ocurrido, Alonso intentaba sostener el peso de la mujer y al mismo tiempo resistir el dolor que comenzaba a expandirse hacia su estómago. La mujer totalmente conectada con su deseo más profundo estallaba en el máximo nivel de excitación que jamás había experimentado. El agua ya les llegaba a la altura del pecho. Ella no resistió esa sensación de eterno éxtasis y su corazón dejó de latir abrazada a él como muchas otras.

El peso del cuerpo inerte de la mujer junto al efecto del veneno, tumbaron a Alonso en el agua. Con mucha desesperación él intentaba sacarse a la mujer de encima sin lograrlo, las medusas continuaban atacándolo y lentamente perdía las fuerzas para luchar. A la luz de la luna, sin testigos y envenenados de lujuria, ambos fueron arrastrados por las olas hasta perderse en el vaivén del apacible mar.



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jueves, 11 de abril de 2013

VIAJE DE 30 AÑOS




VIAJE DE 30 AÑOS

Cada año es la misma situación, él se sienta bajo el puente que por años ha visto su silueta recorrer esos rincones. El recuerdo de estaciones pasadas y situaciones lejanas, perdidas con el paso del tiempo, casi olvidadas. Su mirada fija en el horizonte, contemplando sus penas y alegrías. Aunque más han sido los momentos de aflicción, las noches solitarias, el frío intenso al dormir y los sonidos que causa el hambre de tres días.

Las fechas no se marcan en el calendario, la única cuenta en su memoria es quince días después de año nuevo, quince días hasta llegar a su cumpleaños. Sólo así sabe que un año más se ha ido y que es un año más viejo.

Sus manos curtidas y su barba abundante, lo hacen verse mayor de lo que en realidad es. Pero qué importa, es sólo un número más en el cuerpo. Una estadística sin sentido, un instante que se perderá en el olvido. Así, un día más se va y sus ojos llenos de lágrimas, contemplan el cielo de esa cálida noche de verano, esa noche especial que tiene otro sentido para él.

Esa noche ya son treinta años de que comenzó ese viaje andariego. Tenía doce cuando huyó de su casa y sólo cargaba un saco pequeño con algunas prendas de ropa y un montón de ilusiones. Su pequeña humanidad no entendía lo difícil que llegaría a ser el camino; pero no importaba nada, era necesario escapar de su miserable vida. Era el día de su cumpleaños y su padre borracho le regaló una golpiza; mientras su madre ausente no se acordaría de esa fecha como en años anteriores.

Asumió que no era importante permanecer en ese lugar, no era su casa, o al menos no la sentía como tal, era todo menos un acogedor hogar. Caminando por esas calles olvidadas, solitarias como su propia vida, recorrió kilómetros hasta que el sueño lo venció y se recostó bajo las estrellas. Su corazón estaba lleno de sentimientos confusos, sensaciones diversas y encontradas.

La alegría de dejar atrás los maltratos y la pena de verse durmiendo en la calle, viviendo al mismo tiempo la libertad y el temor. Intentando sobrevivir esa primera noche en aquella calle lúgubre, insegura y perdida. Su esperanza se había ido y ya no había camino de retorno, los días debían continuar, ya no había rastro en su caminar, ni huellas para volver.

Las imágenes de treinta años pasaban por su mente. Veranos calurosos y noches de hambruna vagando por las calles, buscando algo de comer. Mendigando en las esquinas por una moneda que alimentara su mísera y pequeña humanidad, fragilidad que la calle y los años al fin se llevarían. A cada paso el niño quedó atrás, saltando a ser adulto de improviso, sin ver tantas cosas de adolescente y siendo testigo de tanta maldad.

La calle le enseñó a robar y a ser el que pega el primer golpe, también que el clima no mira credo ni raza, no mira quién eres al momento de llover y no tiene compasión al mojar los pies descalzos. No hay donde esconderse del frío, ni de la humedad de las mañanas. Mientras miraba esas calles grises y olvidaba la forma de su cara, el espejo que alguna vez lo conoció, luego le dio la espalda y se olvidó de su rostro.

Nadie recuerda sus pasos de niño, ni el sonido de su llanto se escuchó más. Ahora en la inmensidad de la noche, mira sus manos agrietadas, mira con tristeza su miseria y contempla esa aventura que sólo trajo decepción y desesperanza.

No hay nada que le de fuerzas para levantarse por la mañana, no hay un futuro ni un amor por quien luchar. Nadie sabrá si su alma no despierta para recorrer un nuevo día. Tampoco nadie escuchará el latir de su corazón y su cara no reflejará la luz de los primeros días de libertad. Ya no hay recuerdos, sólo el día a día que avanza hasta hoy.

El sueño aplasta su cansado cuerpo y otro día más se va, es sólo otro año en el recuerdo que se perderá. Los números corren en el calendario, pero no lo sabrá hasta sentir los ruidos de fin de año, cuando se ilumina el cielo de colores mágicos y quince días después, se siente nuevamente allí. Recordando aquellos momentos, llorando por lo que ha quedado atrás, añorando lo no vivido y despertando nuevamente a esa mísera realidad.
 


Publicación reeditada 2013


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jueves, 21 de marzo de 2013

IDENTIDAD





IDENTIDAD


La luz entraba por la ventana, mientras él permanecía inmóvil frente al espejo del baño. Sus manos estaban apoyadas en el lavado y el peso de su cuerpo se posaba sobre ellas haciendo que su espalda se curvara levemente hacia delante. Con cada segundo que pasaba la línea de luz se movía hasta llenar cálidamente la pequeña habitación.

El reflejo del sol dio de pleno en su cara y sus ojos pardos se iluminaron sacándolo de su letargo. Su boca se abrió y las palabras susurrantes comenzaron a fluir intermitentes y casi ahogadas tras sus labios resecos. Era su acostumbrado tartamudeo y esa timidez que hacían que su voz se escuchara como un soplido de viento.

—He intentado explicarme lo que sucede —dijo con su mirada fija en el espejo— Las sombras del pasado han vuelto para atormentarme y necesito ayuda para comprender lo que está pasando. ¿Qué piensas de todo esto?

Sus manos se tensaron y los músculos de sus brazos se contornearon mientras sus dedos se enrollaban hasta quedar escondidos en un puño amenazante.

—Tú sabes que el silencio en el que te ocultas está matándome. Me siento como un títere del destino, solitario y sin esperanzas, oculto tras esta sonrisa falsa y corrupta.

Su mirada lentamente se perdió en el infinito de sus ojos. Mientras bajaba la vista hacia el grifo. Sus manos soltaron la tensión contenida y se dispusieron a acumular el agua que ya estaba corriendo por el lavado. Una vez llenas se mojó la cara y el agua comenzó a caer por su cuello hasta empapar su sudadera gris. Luego mojó su cabeza y el calor que corría por las hinchadas venas, poco a poco comenzó a disiparse. Una voz profunda y firme hizo eco en la habitación, mientras sus ojos reflejaron un verde intenso en el espejo.

Estoy escuchándote amigo mío, nunca me he apartado de tu lado. Recuerda que yo domino tus miedos y sé perfectamente lo que sientes en este momento. Yo controlo tus temores y retengo tus lágrimas. Nunca he intentado herirte aunque sé que a veces lo hice; pero tú no puedes decir lo mismo, maldito arrogante.

Una sonrisa malévola se esbozó en su cara, aunque la curva de sus labios no alcanzó a mostrar sus dientes. Apoyó nuevamente sus manos a los costados del lavado dejando tensos sus codos que soportaban el peso de su cuerpo.

Me has tratado de una manera egoísta y apática. Cuando mejor estabas dejaste de buscarme, dejaste de hablarme e hiciste un vacío en tu mente para que yo no pudiera guiarte más. Yo no merecía ese trato de tu parte; pero veo que al fin has recapacitado y lograste entender que no puedes vivir sin mí, gusano perdedor.

Sus ojos pardos se llenaron de temor y sus manos volvieron a empuñarse, mientras su voz temblaba nuevamente.

—¡No!... Sólo vine a pedirte un consejo, no vine para que te quedaras. ¡Sólo dime lo que piensas y luego vete!

Ya es muy tarde amigo mío, ya me has invitado a venir. ¿Qué crees? Que puedes llamarme cuando se te antoja y luego desecharme como rata vagabunda. Ahora yo tomaré el control, yo dictaré las reglas una vez más. Era imposible que llegaras hasta aquí sin sufrir; ahora todo volverá a ser como antes. Sólo prepárate porque es tiempo de encontrarnos una vez más.

—¡Te equivocas!... Yo no te necesito, soy capaz de resistir todo lo que está pasando. Ahora soy más fuerte que antes y si supero este momento de debilidad, seré libre de tu control. Continuaré con mi vida y tú serás sólo un mal recuerdo.

—Eres patético ¿No ves lo solitaria y vacía que es tu vida? Yo soy y seré el único amigo que te soporte, aunque me hayas escondido todos estos años. Yo me he tragado tus lloriqueos, todos tus fracasos, todas tus frustraciones y tus amarguras. Es tiempo que lo entiendas de una vez.

Su cabeza se levantó despegando las manos del lavado y apoyando las palmas en el espejo. La luz del sol iluminó sus ojos verdes mientras acercaba su cara a su reflejo.

—Soy tu fuerza interior y el único que realmente te sostiene. Soy el que marca el camino de tu vida, es mejor que creas mis palabras…

—Por qué debería creerte, sólo apareces cuando te conviene, sólo te alimentas de mis miedos y de mi sufrimiento. Nunca me has dejado expresar lo que realmente siento y sólo dejas ese sentimiento de angustia en mi interior…

—No me culpes por tu falta de voluntad, eres un títere de la gente que te trata como quiere. ¿Qué deseas expresar? Si no tienes voz para imponer tus ideas estúpidas e infantiles. Las pocas veces que te animaste a hablar en público sólo hiciste el ridículo. Pobre perdedor, la gente se ríe de ti en tu cara y quieres que sigan pisoteándote mientras les enseñas esa patética sonrisa. Ya es tiempo que uno de los dos se vaya, ya no podemos permanecer los dos aquí.

Estirando sus manos temblorosas de impotencia, volvió a mojarse la cara y sus ojos se llenaron de una ira contenida.

—Lo he pensado por mucho tiempo y creo que tienes razón, el momento de separarnos ha llegado. Es la hora de tomar el control y de sacar tu voz fuera de mí. Yo conozco tus miedos, conozco tus faltas y ahora seré tu juez. Tú eres culpable y es mi oportunidad de tomar el dominio de mi ser. ¡Sólo déjame! ya no seré tu esclavo, acepta la verdad y sal fuera de mí.

—Te sentirás frío y solitario. Sentirás esa profunda amargura que te hace llorar como niña y cuando las lágrimas caigan ¿Quién te levantará? ¿Quién será tu guía cuando te sientas perdido y ahogado? Debes darte cuenta que no eres tan fuerte como crees y que tu mundo perfecto se desmorona. Tu futuro prometedor se cae en pedazos, perfecto iluso.

—No sé qué decir, sólo necesito comprender por qué sigo escuchando tu voz dentro de mí, cuando te ordené que te fueras.

—¿Me lo estabas ordenando? Perdón por no darme cuenta, es que entre tanto lloriqueo sólo escuché como tartamudeabas… Reconozco que me he equivocado, sé muy bien cuáles son mis fallas, por eso si quieres que me vaya, me tendrás que ayudar a salir. Las sombras del pasado están de vuelta y necesito escapar de esta oscuridad, ayúdame y esta vez te prometo que no regresaré.

—Eso dijiste el día que ella murió y nunca debí confiar en ti ¡Tú la mataste! Por eso la culpa te está consumiendo, por eso quieres escapar de tus acciones. Ya no soportas el peso de tus errores y sólo buscas una salida fácil para no cargar con esa culpa.

—Tú sabes bien que no fui yo quien la mató, sabes bien que sólo cubrí tus huellas, que sólo escondí tus lágrimas, y si algo de culpa hay en mí, fue ser tu testigo y tu cómplice en todo eso. Eras tú el que estaba cansado de sus arrebatos y sus mentiras…

—No cargaré con tus errores, el viaje de mis preguntas ha terminado y la verdad que has escondido por años ha salido a la luz; se vuelve real y ya encontré las respuestas que estaba buscando.

—La verdad no entendí nada de lo que dijiste ¿Qué clase de discurso barato intentas darme? ¿Estás seguro que has encontrado todas las respuestas? En tus sueños ese viaje confuso tiene otro final. Pero en lo más profundo de ti sabes que fuiste tú quien tomó ese cuchillo y lo clavó en su corazón. Y cuando viste tus manos llenas de sangre, sin saber qué hacer, me llamaste, buscaste mi ayuda incondicional. Lo único que hice fue darte refugio y levantarte en ese momento tan difícil para ti. ¿Ahora buscas un culpable? Pues mírate al espejo y te mostraré al culpable.

Él golpeó el espejo con todas sus fuerzas mientras observaba como la malévola sonrisa aparecía frente a sus ojos pardos.

—¡No!... ¡Déjame… vete! No coloques recuerdos que no son míos en mi mente, sólo toma tus recuerdos y llévatelos..., ¡desaparece!

—Es tiempo de ver la verdad querido amigo, es el momento de que me vaya; sólo déjame salir, déjame llevarme este dolor que llevo dentro. He peleado tantos años por ti desde la oscuridad, apartando tus miedos incluso cuando has estado al borde de la desesperación. Me has encerrado en la esquina más oscura de nuestra mente, mirando por sobre tu hombro. Ahora sé que no puedo confiar en ti, que estás tan perdido en tus recuerdos que no quieres ver tu insana forma de vivir. Créeme, la verdad dolerá al principio pero después te acostumbrarás a ella.

—No intentes convencerme de tus culpas, tus mentiras no me harán cambiar de opinión. Eras tú en esa habitación oscura, eras tú el que cavaba la fosa profunda, eras tú el que enterró el cuerpo frágil de mi esposa. La sangre corría por tus manos; mientras tu corazón sin piedad no derramó una lágrima y luego regresaste a la casa para sentarte frente a la ventana a ver como amanecía.

—Sabía que dirías esas cosas, sabía que recurrirías a tus falsos recuerdos para justificarte, pero ahora sabrás la verdad. Sólo recuerdas lo que quieres mantener en nuestra mente; ahora cierra los ojos por un instante para que veas lo que realmente sucedió ese día. Entra a este rincón donde has escondido esos detalles, acércate al rincón donde has ocultado la realidad. Entra...

—¡No!... ¡Deja mi mente, por favor vete lejos! ¡Vete de una vez!

Con las manos empuñadas volvió a golpear el espejo con todas sus fuerzas, esta vez la ira contenida se convirtió en un golpe desesperado que rompió el espejo en mil pedazos. Los fragmentos cayeron por toda la habitación y sus manos ensangrentadas tiñeron el lavado de rojo.

—Entra...

¡No!...

— ¡Entra de una vez...!

Sus manos mancharon su cara con sangre mientras su espalda se encorvaba y sus piernas se doblaron dejándolo en cuclillas. Cerró los ojos por un instante y la oscuridad lo envolvió.

—¡No!... ¡No!... ¡No!... ¿Por qué la oscuridad me rodea? ¿Por qué escucho el latido de mi corazón? No puede ser que me hayas engañado nuevamente. Me hiciste confiar en ti y sembraste las dudas en mis recuerdos ¡Escúchame!... déjame salir otra vez..., no cometas el error de dejarme aquí, es mi cuerpo... es mi mente...

El brillo del sol en los trozos de cristal roto, encandiló por un momento sus ojos verdes y una sonrisa amplia se esbozó en su cara teñida de rojo.

—Te lo dije amigo mío, es mi tiempo de tomar el control...



Publicación reeditada 2013


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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sábado, 16 de marzo de 2013

TRANSFORMACION



TRANSFORMACION

En blanco como las hojas de mis historias antes de escribir cada relato.
Como mi mente, antes de despertar del sueño eterno que me consume.
Como la partitura de mis canciones, antes de escribirte una sonata.
En blanco como mi corazón antes de conocerte, libre de todo sentimiento
Lejano, solitario y perdido, pero siempre en el camino escondido del sol
Oculto en sombras de reposo, vagando por calles desoladas y vacías.

Negro, como la tinta que escribe mis historias sobre hojas ansiosas.
Como mis pensamientos, antes de dormir por las noches de tormenta.
Como las notas que escribo para complacer tus oídos con mi melodía.
Negro como mi corazón después de conocerte; atado y acongojado.
Buscando el calor del sol que se aparta de mis ojos moribundos.
Intentando reposar del cansancio de tu piel que derrama su sudor en mí.

Blanca era tu piel cuando te vi esa primera vez, deslumbrante.
Como un ángel entrando por esa puerta, como una sinfonía de luz.
Blanca sonrisa cautivante que escondía la tentación de tu lujuria y tu deseo.
Cada vez que recuerdo ese momento, soy como un ánima en medio de la habitación.
Una frase sin conclusión, una palabra sin razón, sin distancia en el tiempo
y sin prisa para decir lo que pasaba por mi mente, por este corazón confundido.

Negra tarde en la que decidiste partir, con un cielo helado y triste.
Como demonio desatado saliendo por esa puerta, como danza entre las sombras.
Negras mentiras escondidas, prisioneras de tu boca, tentando mis labios.
Fantasma perdido que se presenta en mis pensamientos nublados.
Las palabras toman sentido y las frases acaban en más mentiras.
Huyendo, escapando libres de la prisión que las mantenía escondidas.

Blanca tela sobre la que pinté mis sueños, donde tú eras el centro de inspiración.
Tela blanca como leche, que dejó su palidez al trazar mis colores en tu textura.
Donde mis pinceles ilustraron un pasado brillante, encendido en luces.
Digno de la galería del cielo, adornado por la última estrella de la mañana.
Bañada en el rocío de mi pecho, que abrazó tu cuerpo hasta desfallecer.
Blanco manantial de amores que fluyó sin tiempo, sin barreras, sin fin.

Fue negra la noche siguiente, entre sábanas vacías, sin tu aroma floral
Dulce como frutas de estación maduras, simple como la fría soledad;
Donde los matices palidecieron y se perdió el color de tus pasos en mí.
Estrella fugaz que cayó del cielo al abismo para perderse de mis ojos.
Rodeada del aroma de mi piel, que se impregna en tus manos vacías.
Negra conciencia que te atormenta cada día, fugitiva del amor perdido.

El almendro se pinta de flores blancas, pero rosas negras hay en tu jardín.
Los brotes del prado se elevan a la blanca luz del sol que les da calor.
Mientras, las raíces se esconden en la negra tierra buscando ocultarse.
La nieve blanca encuentra su río cristalino hasta descender al oscuro mar.
Como la oruga se oculta en sombras antes de transformarse en mariposa;
Mientras más blanca sea mi alma, más negro es tu recuerdo en mi memoria.



Publicación reeditada 2013

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sábado, 9 de marzo de 2013

LIBERACION NOCTURNA



LIBERACIÓN NOCTURNA


La puerta se cerró tras de él y la luz roja del cuarto oscuro se encendió. El trabajo de un día completo recorriendo la ciudad, estaba sobre el mesón listo para ser revelado. David dejó revelando el nuevo rollo que traía, mientras en la penumbra del cuarto revisaba otros negativos de días anteriores. La fotografía era su trabajo y su pasión, no se imaginaba haciendo algo diferente aunque para muchos podría ser sólo un pasatiempo. Capturar la realidad en su cámara y plasmarla sobre el papel era una manera de robarle un segundo a la vida y perpetuarlo en el tiempo. Era la manera de mantener vivo un instante sobre el blanco rectángulo de papel, mientras los colores quedaban sólo en la memoria de quien había llevado ese instante en su cámara.

Los minutos pasaron lentamente mientras en la penumbra del cuarto David revisaba otros negativos de días anteriores. La fotografía era su trabajo y su pasión, no se imaginaba haciendo algo diferente aunque para muchos podría ser sólo un pasatiempo. Capturar la realidad en su cámara y plasmarla sobre el papel era una manera de robarle un segundo a la vida y perpetuarlo en el tiempo. Era la manera de mantener vivo un instante sobre el blanco rectángulo de papel, mientras los colores quedaban sólo en la memoria de quien había llevado ese instante en su cámara.

Luego de colocar el negativo en la ampliadora y disparar el haz de luz, el líquido revelador actuaba lentamente sobre el papel fotográfico que llevaba dormida la imagen latente de su trabajo. Al principio parecían ser sólo manchas, pero luego las luces y sombras aparecían paulatinamente en la blanca hoja mojada. El encuadre era perfecto, la silueta que estaba en el primer plano era clara y nítida, pero David no recordaba exactamente de donde era el paisaje del fondo ya que estaba muy desenfocado.

Mientras la foto anterior se secaba, él colocó en el líquido revelador la siguiente hoja que había ampliado. Se trataba del mismo centro de atención pero el fondo esta vez estaba nítido y los detalles mostraban algo de lo que no se había percatado al momento de hacer la toma. Había una oscura silueta escondida en medio de los arbustos y un reflejo blanco que parecía metálico le daba un brillo extraño. David amplió la imagen tanto como la máquina se lo permitía, la escena captada era algo totalmente insólita y confusa. La difusa figura, si estaba en lo cierto, mostraba una escena muy perturbadora.

Muchas veces las sombras y luces en una fotografía suelen tomar formas especiales que en realidad no existen. Pero en esa ocasión la luz del día era perfecta, esa tarde de verano con intenso sol no debía reflejar formas extrañas entre los matorrales, sin embargo aquello parecía un hombre con un cuchillo en sus manos y una mujer tendida en el suelo. Si no era así, su imaginación estaba yendo demasiado lejos.

David no podía despegar sus ojos de esa figura y pensando que quizás otra toma podría ser más explícita en lo que estaba viendo, decidió sacar una copia de cada foto tomada ese día. Luego de ampliar todo el material y constatar que nada extraño aparecía en las demás tomas, sino que sólo era ese instante peculiar frente a la fuente del parque el que escondía un misterio que debía resolver.

Sólo una persona podía ayudarlo en esa extraña situación, su amigo Ricardo, teniente de la división sur de homicidios de la ciudad. David le llevó la ampliación y los negativos a su amigo; quizás ellos con sus instrumentos de alta tecnología y sus años de experiencia podrían dar respuesta a la incógnita. Después de varios análisis, concluyeron que las fotografías estaban en lo correcto; la escena se trataba de un asesinato. David les indicó exactamente donde había tomado la foto para que los investigadores realizaran los peritajes correspondientes. En cosa de horas todo se había transformado de una simple corazonada a un caso policial.

Sin restricción para publicar las imágenes, David no demoró en encontrar un medio que se interesara en el exclusivo material y en breve sus fotografías ya estaban publicadas en la prensa. La noticia daba cuenta que se trataba de un horrible asesinato a la luz del día y esa era la primera imagen que se conocía del hecho, captada por un aficionado, de una serie de asesinatos similares en la ciudad. David había tenido la fortuna de captar la horrible fotografía aquel día recorriendo la ciudad y ahora como centro de atención de la brutal coincidencia, él también era solicitado por los medios.

Comenzó a aparecer en entrevistas en radio y televisión, y obviamente debía dar declaraciones a la policía cooperando en todo cuanto pudiera aportar a la investigación. El teléfono no paraba de sonar cada día, David se sentaba por horas buscando en sus antiguas fotografías algún otro fenómeno escondido o alguna situación diferente. Pero finalmente siempre volvía a la tan nombrada imagen del asesinato. Algo comenzó a suceder en su interior con todo eso; algo que lo hacía sentir privilegiado de ser quien hiciera la polémica toma. Ahora su pasión por las fotografías artísticas ya no lo satisfacía, ya no encontraba valor alguno en una fuente de agua bien iluminada o en la casual mirada de un ave hacia su lente mientras descansaba en una rama. David necesitaba encontrar algo distinto detrás de la cámara, algo que encendiera nuevamente su sangre y su pasión.

Unas semanas después, cuando la atención sobre él ya había disminuido bastante, una prestigiosa agencia le ofreció a David una considerable suma de dinero, si era capaz de conseguir fotos similares a su primer acierto noticioso. Sin duda era una excelente oferta y un gran reconocimiento por su trabajo. Sus antiguos motivos de atención, plazas, edificios arquitectónicos con historia, lugares especiales dentro de la ciudad, captados siempre en blanco y negro. Daban ahora paso a morbosas situaciones ocurridas en la misma ciudad; muerte y desolación serían desde ese día el centro de su atención.

David comenzó a comunicarse con sus contactos policiales, para intentar ser siempre el primer fotógrafo en llegar a las escenas de asesinatos brutales y cosas similares. Al contrario de lo que cualquiera pudiera pensar, su nuevo enfoque estaba muy lejos de ser algo rutinario, ya que todos los días suceden cosas extrañas en la ciudad. Día a día su nuevo trabajo se volvió algo adictivo, mórbido y sin escrúpulos; ya no había nada que lo impactara, se había transformado lentamente en una persona insensible e indolente. Tras cada imagen que capturaba no había una persona para él, no había un padre o una medre o un ser humano, simplemente era un objeto inanimado para fotografiar.

Cada día David quería ver más sangre, más muertes y ser testigo de más cosas extrañas a su alrededor. De pronto sin darse cuenta, todo eso comenzó a ser una necesidad insaciable y enfermiza, no podía controlar esa sed de capturar las escenas más insólitas y llegar a ser reconocido por su trabajo tétrico e insólito. Pero los altos y bajos de la vida siempre van cambiando de ritmo y con el paso de los meses le tocó a David estar abajo.

Esa había sido una semana muy difícil, por varios días no había sucedido nada particularmente especial en las calles y la larga espera comenzó a desesperarlo. Tal era su agonía y su anhelo de presenciar algo sangriento, que salió a caminar por las calles esperando que el azar lo guiara hacia algo espantoso. Con cada persona que veía pasar a su lado, se imaginaba una forma diferente de muerte. Algo muy fuerte estaba creciendo en su interior, algo que estaba ahogándolo, consumiéndolo vivo y que no podía esperar más tiempo por salir a la luz.

Era una noche solitaria y fría, el invierno traía a diario una bruma espesa y húmeda que mojaba las calles. Pero David sentía que esa atmósfera era la más indicada para que las cosas sucedieran en la oscuridad de la noche. Él tomó su cámara y la colocó oculta entre los arbustos, enfocando hacia un solitario asiento en el parque. Esperó por horas a que alguien en la oscuridad de la noche se hiciera presente y se sentara en ese banquillo. Hasta que llegó ella, una mujer de cabello oscuro, delgada y en tenida deportiva. Una mujer que se tomaba horas de la noche para trotar despreocupada, no importando qué clase de clima hubiera. Ella se sentó frente a él, indefensa, con la vista hacia el suelo, cansada de correr, inspirando profundamente para recuperar el aliento.

La cámara tenía conectado el disparador remoto de alto alcance. David comenzó a acercarse sigilosamente hacia ella. Sólo el sonido de la brisa lograba percibirse en el silencio y las gotas de agua que suavemente caían entre las ramas de los árboles. Él la sujetó con su brazo izquierdo, levantando su cabeza para evitar que ella gritara; mientras en la mano derecha empuñaba un filoso cuchillo de caza. David alzó su mano dejándola caer con fuerza sobre ella. Cada golpe que le dio fue como una enorme lanceta de avispa directo al corazón de su víctima.

Ella era la primera, la que le mostró el camino de su perversa y sedienta mente; ella le abrió la puerta a su oscura ansiedad de muerte y a la cara oculta de su apacible vida de fotógrafo. Bañado en sangre trajo su cámara para fotografiarla más de cerca, su adrenalina fluía como hacía mucho tiempo no lo hacía, él había iniciado un viaje vertiginoso y excitante. Una sensación de dominio y control absoluto se había apoderado de él, se sentía como un semidiós del parque; dominador de cada ángulo de su muerte. Una tras otra las tomas quedaban guardadas en su cámara, única testigo del nacimiento de un asesino.

David tenía las pulsaciones a mil, mientras sostenía la ensangrentada cámara frente a su obra maestra; ese era el inicio de su liberación, era el comienzo de su nuevo vivir. Hasta ese momento se había sentido atado a las acciones de otros, sumergido en los deseos de otros. Pero ahora había sido él quien mutilara ese cuerpo, quien decidió dónde dar el primer golpe, fue él quien decidió el momento y la forma de su muerte. Lo que sentía era indescriptible, abrumador y envolvente. Casi no podía esperar a llegar a su laboratorio a revelar las fotos que había obtenido, y así en la oscuridad de la noche, entre la bruma húmeda del invierno gris, desapareció del lugar sin dejar pistas.

Horas después mientras David revelaba las fotos, al ver las imágenes de la secuencia en que él le daba muerte a la mujer, éstas no lo llenaban en absoluto. Sintió que era como ver escenas de una película de la cual ya sabía el final. Se dio cuenta que no era la acción de matar la que lo impulsó esa noche. Pero al ver las fotos de su víctima ya muerta era diferente lo que sentía; su inmovilidad le permitió obtener las mejores fotografías de la noche. Sin duda sentía que su trabajo estaba alcanzando un nivel muy especial, nadie tendría la suerte de verla en ese preciso instante, cuando el alma deja el cuerpo agónico.

David se sentía vivo y completo, con el poder de capturar un momento único, el instante perfecto del viaje eterno. En su interior se encendieron nuevamente los recuerdos de ese momento único, un éxtasis profundo y electrizante. Pero que a la vez se desvanecía fácilmente con la misma rapidez que su aliento se iba. Unos pocos minutos de satisfacción ya no eran suficientes para él.

Como una adicción fuera de control, comenzó a buscar formas extrañas y maneras novedosas de repetir ese momento único, mórbido y enfermizo. Al principio sólo era algo que sucedía sin planificar, sólo era algo que él hacía para callar ese llamado interno que lo impulsaba. Pero se dio cuenta que más importante que la acción realizada, lo que él necesitaba era que su obra post mortem trascendiera, debía ser reconocida como algo único, especial y deslumbrante. Nada conocido podría ser mejor que capturar la sencillez de la muerte; ya que ella no tenía prejuicios, miraba por igual a ricos y pobres, a jóvenes y viejos.

Desde ese momento una nueva evolución sucedió en David, su vida se transformó en un estudio de los comportamientos humanos previos a una muerte inesperada. De día seguía a los elegidos y los fotografiaba a la distancia. Fotografiaba los lugares que recorrían, sus pasos, sus gestos y toda su rutinaria vida. Luego por las noches cuando volvían a sus casas, se convertían en sus presas y sus trofeos.

Él descubrió que la mayoría de las personas hacen lo mismo cada día, caminan por las mismas calles, van a los mismos lugares; aprenden una forma única de hacer las cosas y la repiten una y otra vez. Son esclavos de la rutina, esclavos que necesitan ser liberados. Al principio a David le tomaba casi una semana analizar los movimientos de sus víctimas, luego con la experiencia, sólo le tomaba un par de días saber que harían. Anticipaba sus movimientos repetitivos y los sorprendía de una manera muy particular. Les dejaba una foto de ellos retratándolos en cualquier momento de sus rutinarias vidas.

Cuando los interceptaba en los parques o las plazas, David les dejaba una fotografía en los asientos; cuando era en las calles solitarias o callejones, les dejaba una foto tirada en la vereda donde pudieran encontrarla fácilmente. También al llegar a sus departamentos usaba los peldaños de las escaleras o las barandas para dejarles la imagen; o cuando era en los estacionamientos les dejaba una foto junto a la puerta de sus autos, siempre en el lugar más visible.

Sus víctimas se sorprendían tanto verse fotografiados, que no alcanzaban a darse cuenta cuando él se les venía encima como un rayo, dándole muerte en el lugar. Esa era su firma por la que comenzó a ser reconocido y buscado; el fotógrafo asesino. Su forma de firmar siempre era la misma, en el lugar del asesinato dejaba una foto del acechado tomada en el día y días después mandaba a la prensa las fotos de la víctima tomadas la noche de su asesinato. Su centro de atención no eran escenarios sangrientos o mutilaciones exageradas y llenas de ira, más bien le gustaba captar ese instante de paz que a él le inspiraba la muerte.

Ya habían pasado más de tres años desde su primer asesinato y a pesar que ya se había vuelto un experto en el acoso. Sentía en su interior que aún no alcanzaba la perfección de su trabajo.

Una noche de invierno brumoso después de haber seguido a su nueva víctima por semanas, David la esperaba impaciente a que volviera a su departamento. Sabía que debía llegar en cualquier momento, pero miraba una y otra vez su reloj ya que se estaba demorando mucho más de lo habitual. A ella la había seguido mucho más que a otras víctimas, tenía en su mente un escenario totalmente inesperado para ella. Ya estaba cansado de fotografiar personas en los parques, estacionamientos o callejones poco iluminados. En esa ocasión quería lograr algo mucho más arriesgado y artístico. Quería herirla de gravedad antes que ella terminara de subir las escaleras para llegar a su departamento y que desplomara muerta en los peldaños. En su mente ya había dibujado la silueta de ella con los pies hacia arriba y una de sus manos extendida hacia abajo mientras la otra descansaba sutilmente en su corazón tapando la mortal herida.

David estaba totalmente obsesionado con lograr algo diferente con ella, su cara angelical y su piel de porcelana lo habían cautivado, sus ojos grandes y su mirada tierna le darían un sentido armonioso y artístico que había buscado por años. Incluso había bautizado esa obra como “La caída de un ángel”. Pero la impaciencia lo invadía por completo y las ansias de ver su sangre correr como río escaleras abajo lo atormentaban.

Él ya había colocado la fotografía tomada el día anterior en el último peldaño de su escalera. Esperaba que ella la recogiera y cuando se incorporara nuevamente él le daría una estocada limpia directa al corazón. Pero al ver que los minutos transcurrían, David regresó a las escaleras para sacar la foto y dejar todo para otra oportunidad. No era la primera vez que echaba pié atrás en uno de sus planes, pero era la primera vez que estaba tan ansioso por concretarlo que sus manos temblaban sin parar.

David recogió la foto del suelo al final de las escaleras, pero al girar oyó los gritos de dos policías que aparecieron de improviso apuntándole. Era una trampa, de algún modo insospechado había sido descubierto. No tenía tiempo para pensar en cual había sido su error después de más de una treintena de asesinatos. Sin dar pie a que lo atraparan, David se abalanzó con todas sus fuerzas contra la puerta de un departamento, la cual se abrió sin oponerle resistencia. Corrió hacia la ventana sabiendo que estaba en un quinto piso y que no podía saltar desde esa altura. Pero como él siempre estudiaba muy bien los lugares donde cometía sus asesinatos, sabía que el edificio tenía una escalera de emergencia por la cual podría escapar. Así que rompió la ventana y salió hacia ella.

Al mirar hacia abajo se dio cuenta que había dos patrullas cerrando ambos lados del callejón; entonces se vio obligado a subir a la azotea. Peldaño a peldaño subía con la adrenalina fluyendo por sus venas, desde abajo escuchaba las voces de los policías que le gritaban; pero él continuaba subiendo sin parar hasta llegar al final de la escalera. Después de subir veinte pisos interminables, para su fortuna no había nadie en la azotea. David se acercó a la orilla del edificio para mirar a su alrededor y se dio cuenta que frente a él, una construcción cercana le ofrecía la única salida posible, pero estaba demasiado lejos. La distancia era de unos tres metros hacia el lado y un piso más abajo de donde se encontraba; era su única salida así que debía intentarlo si quería escapar.

A lo lejos se escuchaban las voces de sus perseguidores cada vez más cerca. David se armó de valor, se alejó lo más posible del borde tomando suficiente distancia y tras respirar profundamente, corrió con todas sus fuerzas para saltar hacia el otro lado. Sus piernas se estiraron lo más posible, mientras en el aire David sentía como si todo pasara en cámara lenta. Su cuerpo estuvo a centímetros de llegar al otro lado, pero sus piernas golpearon fuertemente contra el muro y se sujetó como pudo de la cornisa; la mitad de su cuerpo estaba colgando y sus manos apenas lo sostenían.

La adrenalina estaba corriendo a mil por sus venas y eso le dio fuerzas para lograr subir nuevamente al techo. Abrió la puerta de servicio del edificio vecino que daba a las escaleras internas del pasillo y comenzó a bajar nuevamente hasta llegar sin problemas hasta al piso trece. Sus adoloridas piernas ya comenzaban a inflamarse por el golpe. Al girar por el pasillo, David escuchó un grito que fue opacado por un disparo y luego sintió el metal golpeando su cuerpo. Segundos después rodaba escaleras abajo sin poder detenerse; instintivamente sujetó la cámara muy apegada a su cuerpo para evitar que se dañara.

Al golpear contra el piso, David sentía un punzante dolor en medio de su pecho y veía con horror como la sangre brotaba abundantemente de la herida. Sabía que su momento había llegado, sentía que su aliento se volvía más delgado a cada instante. Con la muerte tocando su puerta, sintió la urgencia de encender nuevamente su preciada cámara. Si ese era el final de su obra, quería ser capaz de fotografiar su propia muerte.

Encendió la cámara con mucha dificultad y la programó para hacer una toma automática a diez segundos; por un instante pensó en los titulares que saldrían en la prensa la mañana siguiente y mientras su mente se llenaba de imágenes que realmente nunca vería publicadas, sintió el inconfundible y lejano sonido del disparador y la luz del flash de su cámara, fiel cómplice y testigo de sus atrocidades que finalmente se despedía de él.


Publicación reeditada 2013


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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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miércoles, 6 de marzo de 2013

PREMONICION



PREMONICIÓN


Desperté con ese extraño presentimiento, algo dentro de mí me advertía que el sueño que había tenido no era sólo un sueño. No era una pesadilla que pudiera pasar por alto, esta vez se trataba de una premonición. No es que tenga visiones y ellas se cumplan como un acto privilegiado de la contemplación del futuro; es algo que sólo me ha sucedido algunas veces de manera muy extraña.

Recuerdo muy bien el día que mi abuela falleció, yo me encontraba a más de doscientos kilómetros de distancia y caminaba rumbo a la playa con unos amigos. Cuando en medio de la calle encontré un naipe boca abajo y lo levanté era el as de espada.

—Este es el as de la muerte —le dije a mis amigos

Ellos me miraron con asombro y con molestia a la vez; todos coincidieron en decirme que dejara de hablar tonteras. Sin embargo sentí en mi interior ese pálpito extraño que me indicaba que algo había sucedido. Dos días después al volver de mi viaje, me comunicaron la muerte de mi abuela y la hora exacta era la misma en que bajábamos con mis amigos a la playa. ¿Coincidencia? Puede ser...

En otra ocasión iba de viaje al sur, era un trayecto de unas cinco horas. Mis pasajes originalmente eran para las tres y media de la tarde, sin embargo yo llegué más de media hora antes al terminal. Con el afán de adelantar mi viaje, me acerqué a la ventanilla para pedir que me cambiaran los pasajes para el bus que salía a las tres. Pero ese pálpito se hizo presente y por más que intentaba racionalizarlo, no fui capaz de sobrellevar el miedo y decidí no cambiarlos.

Cinco horas más tarde casi llegando a mi destino, vimos en la carretera que el bus que salió a las tres de la tarde, se había accidentado en medio de la ruta. Sin duda que mi semblante cambió por la impresión; ya que si hubiera insistido en mi decisión yo hubiera estado en él.

Quizás han sido más experiencias como esas las que me han llevado a tomar muy en serio cuando esos pálpitos vienen a mí. Pero esta vez no sabía qué hacer, ese sueño había sido tan revelador, que no me explicaba cómo evitar que esa situación pasara sin salir de mi casa esa mañana.

Soñé que era un día normal, me duché y desayuné como siempre y luego me dirigí a mi auto para salir rumbo a mi trabajo. Al cerrar la puerta de la casa, recordé que no había sacado las llaves para abrir el portón. Por suerte guardo un segundo juego en alguna parte del auto. Pero me tomó más de quince minutos encontrarlas. Al fin abrí el portón e intenté encender el auto, pero no arrancaba por más me esforzaba. Respiré profundamente, me tranquilicé un momento e insistí hasta que encendió el motor.

Sin duda ese día estaba destinado a llegar tarde a mi trabajo; la única forma de recobrar el tiempo perdido era tomar la carretera que cruza toda la ciudad. Normalmente no la uso ya que la entrada más cercana, queda a varias cuadras en dirección opuesta a mi trabajo; sin embargo iba tan retrasado que debía intentarlo.

Como era de esperarse, el trayecto más lento eran las últimas cuadras antes de llegar a la entrada, pero una vez en la carretera, todo era más fácil. Aceleré al máximo permitido, quizás un poco más. En mi mente sólo tenía por objetivo llegar a tiempo. Por esas cosas que suceden en los sueños, sólo veía manchas de colores alrededor y no distinguía la figura de los autos. Sin embargo por el espejo retrovisor pude ver un vehículo que venía a una velocidad impresionante, casi parecía volar.

Uno a uno sobrepasaba a todos serpenteando peligrosamente de un lado a otro. Al ver que ya estaba muy cerca de mí, cambié de carril para dejarlo pasar. Pero el veloz auto rojo bajó la velocidad y se apegó a mi parte trasera. Luego comenzó a levantarme las luces para que yo acelerara. Tanto insistió que volví a cambiar de carril para que me sobrepasara sin problemas, pero nuevamente se colocó tras de mí, encendiendo y apagando sus luces.

Molesto por su actitud acosadora, decidí acelerar para perderlo de vista. Pero cada vez que ya lo tenía lejos en el horizonte, lo veía acercarse nuevamente con la misma actitud. Ya decidido a dejarlo atrás a toda costa, aceleré mi vehículo hasta el fondo, tan real era la situación que hasta sentía el vértigo de la velocidad. Las siluetas del paisaje se tornaban líneas indefinidas y yo serpenteaba con toda facilidad de una pista a otra.

No alcanzaba a leer las señales ni los letreros que indicaban las salidas de la carretera; todo estaba escrito con símbolos irreconocibles. De pronto me veía enfrentado de manera repetitiva a las mismas señales una y otra vez. Cuando me acercaba a la siguiente señal, reduje la velocidad y me detuve en la berma para poder leer lo que decía. Me bajé del auto y caminé hacia ella, pero parecía que mientras más cerca estaba, el letrero se hacía más pequeño obligándome a seguir caminando para poder leerlo.

Cuando al fin comprendí lo que decía y entendiendo que esa era la salida correcta que debía tomar, me volteé para volver a mi auto, pero ya no estaba. De hecho, no había nada alrededor de mí; ni vehículos, ni carretera, sólo el letrero que me indicaba el camino a seguir en medio de la nada.

Agobiado por todas las dificultades que experimenté, decidí correr; lo que en los sueños generalmente sucede en cámara lenta y termina desesperándote más aún. Me aparté por una vereda para subir una pequeña loma, que a mi entender, era un atajo para llegar más rápido a mi trabajo.

A lo lejos veía nuevamente la carretera y aunque yo ya había salido caminando de ella, podía divisar el vehículo rojo que momentos antes me había causado tantas molestias. Él tomaba la misma salida que yo y rápidamente se acercaba hacia mí. Yo corría con todas mis fuerzas para evitar que me alcanzara, pero cuando ya lo tenía detrás de mí sentí un estruendoso ruido que me elevó por los aires.

Como un espectador omnisciente, veía desde la altura la escena dantesca de un accidente a la salida de la carretera. Podía ver al vehículo rojo que me perseguía, pero lamentablemente, también veía mi auto en medio del desastre. En mi mente yo me decía que no era posible, mientras flotaba en el aire observando todo con detalles.

Miraba la gente que se acercaba para ayudar y yo quería hacerlo también, pero por más que movía mis brazos para acercarme, sólo flotaba a la distancia. De pronto unas personas sacaban mi cuerpo del auto.

—Pero eso no puede ser posible —me dije— si yo estoy aquí mirando.

Lo recostaban en el suelo e intentaban reanimarlo porque no tenía pulso. Nada tenía sentido, todo era un caos y el fuego comenzaba a incendiar los vehículos alrededor. A lo lejos se escuchaban explosiones y los gritos de la gente, mientras continuaban dándole respiración a mi cuerpo.

Repentinamente me vi en el suelo apartando a la multitud para llegar a mi propio cuerpo; como si fuera una persona distinta y sólo yo tuviera la facultad para devolverle la vida. Me acomodé para realizar las maniobras de resucitación y mientras lo intentaba; desperté sobresaltado de esa confusa y desesperante pesadilla.

Quizás era la manera en que debían suceder las cosas o sólo es una ventana del futuro para que evitara ese final latente. Miré el reloj y eran las cuatro de la mañana, intenté descansar unas horas más, pero las imágenes invadían mi mente y me mantenían despierto. Sentía la ansiedad de que ya fuera la hora de levantarme y poder cambiar mi destino. Sin darme cuenta y sin noción de la hora me dormí nuevamente.

De pronto desperté sobresaltado, de algún modo era tan profundo mi sueño que no me di cuenta cuando sonó la alarma, ni la manera en que lo apagué. Ya no había tiempo para desayunar, así que me duché rápidamente y me alisté a salir. En todo momento tenía en mi mente las imágenes de mi pesadilla. Imágenes que se hicieron más presentes cuando al intentar encender el auto, éste se negó a arrancar repetidas veces. Después reiterados intentos lo conseguí, pero nuevamente la única posibilidad de recuperar el tiempo perdido sería la carretera. Yo estaba decidido a cambiar el destino de ese día, así que en principio deseché esa idea.

Tomé mi ruta habitual aunque fuera más lenta, pero luego de algunos minutos de conducir entre el tráfico, quedé atrapado en un embotellamiento de proporciones. A pocas cuadras se encontraba el único desvío que enlazaba esa calle con la carretera. Así que venciendo todos mis miedos, decidí tomar esa ruta y no quedarme atascado en esa congestión.

Una vez entrando a la carretera, mi mirada estaba constantemente en el espejo retrovisor, atento al momento en que aparecería el auto rojo de mi sueño. A los pocos minutos de recorrido, todos los vehículos comenzaron a frenar repentinamente. Poco a poco se fue formando un embotellamiento que no era lo habitual. Lo primero que vino a mi mente, es que se trataba de algún accidente. La fila de vehículos avanzaba lentamente, muchos optaron incluso por usar la berma como vía para avanzar y yo fui uno de ellos.

Luego de varios minutos, divisé a través de mi espejo lateral, un vehículo rojo a lo lejos que serpenteaba de un lado a otro entre las pistas. Era una camioneta de rescate y al igual que en mi sueño encendía y apagaba sus luces para que la dejaran pasar. Poco a poco consiguió abrirse paso entre los vehículos hasta llegar muy cerca de mi auto.

Anticipando sus movimientos, me pasé de la berma a la primera pista para facilitarle su avance; pero con el apuro, el conductor de la camioneta no comprendió mi movimiento y quedó atrapado detrás de mí levantando las luces para pasar por mi pista. Me coloqué en la berma nuevamente, pero como ya lo había anticipado esa era la vía más expedita para avanzar, así que logré recorrer varios metros lejos de la camioneta roja que permaneció en la primera fila.

Al darse cuenta el conductor que efectivamente la berma era más rápida, volvió a conducir por esa pista quedando nuevamente atrás de mí. Esta vez yo no podía cambiar de pista, pero los vehículos delante de mí se salían uno a uno del paso dejándome vía libre. Aprovechando la oportunidad comencé a acelerar y a tomar una leve distancia de la camioneta de rescate. Mientras avanzaba, yo tocaba la bocina y levantaba las luces para que los que iban delante se dieran cuenta que un vehículo de rescate venía atrás de mí.

Varios metros avancé de esa manera, hasta que por fin encontré el espacio suficiente para cambiar a la primera pista y dejar que me adelantara la camioneta roja. Astutamente en cuanto pasó por mi lado, me coloqué detrás de ella para aprovechar la rapidez de conducir por esa vía.

A esa altura había olvidado por completo los detalles de mi pesadilla hasta que me enfrenté a los primeros letreros de salidas de la carretera. En ese momento mi corazón se aceleró y ese pálpito extraño se hizo presente. Sabía que lo inevitable estaba cerca; por más que me esforzara en cambiar las líneas del destino, debía enfrentar lo que estaba por suceder.

Reduje la velocidad y dejé que la camioneta de rescate tomara distancia de mí, ya me faltaba poco para llegar a la salida que debía tomar y no me arriesgaría a ser el protagonista de otro accidente. Distraído en mis pensamientos no me di cuenta cuando los vehículos comenzaron a desacelerar, de pronto me vi con la camioneta roja a muy poca distancia. Puse mi pie en el freno rogando que alcanzara a parar.

El auto se deslizó en el pavimento y me acercaba cada vez más y más, hasta que finalmente me detuve a no más de un metro de distancia. El motor de mi auto se apagó, y yo sentía la adrenalina fluyendo por mis venas como un torrente de agua tormentosa.

Bajé la mirada unos segundos mientras intentaba arrancar el auto nuevamente. En ese momento sentí el estruendoso rechinar de neumáticos atrás de mí; un camión también sorprendido por la repentina detención, intentaba frenar. Los vehículos delante de mí volvieron a la marcha y si mi auto hubiera arrancado a tiempo, todo se habría evitado.

Con impotencia miraba por el espejo mientras la gran máquina se acercaba imparable hacia mí. Instintivamente y resignado a lo peor, saqué las manos del volante, retraje mis piernas y coloqué mi cuerpo rígido esperando el choque. Sólo escuché el golpe en la parte trasera y luego sentí como mi auto era impulsado hacia un costado.

Sentí la fuerte sacudida, mientras mi auto sobrepasaba la altura de las barreras de contención, y comenzaba a caer por una ladera. No atiné a hacer nada, no esperaba nada, sólo mil imágenes pasaron por mi mente en esos segundos que se hicieron interminables. Recuerdo sentir las vueltas que daba sin detenerme y el sonido de los fierros retorciéndose con cada golpe, hasta perder la conciencia.

A lo lejos escuchaba sonidos que parecían explosiones, gritos y murmullos. Me pareció sentir olores entre perfumes y combustible mezclados en el aire. Sentía un calor que me envolvía y mi cuerpo ausente no respondía a mis ganas de salir de ahí. Las voces lejanas se hicieron cada vez más notorias y la luz brillante del sol alumbró mi cara. La silueta de alguien aparecía entre las sombras, aunque el sol en la cara me impidió distinguir de quien se trataba y me desvanecí.

Cuando logré despertar nuevamente estaba inmovilizado, con algo sujeto al cuello y amarrado a una camilla. Aún estaba aturdido por los golpes y no sabía si eso era parte de un sueño o era realidad. Mis ojos se cerraban largamente y caían en la oscuridad mientras escuchaba el ruido alrededor de mí. Sólo rogaba por salir vivo de todo eso, sólo esperaba tener la oportunidad de sobrevivir a esa pesadilla.

Lentamente los días pasaron hasta recuperarme de todas las complicaciones, golpes y heridas del accidente; quizás lo más difícil podría ser volver a manejar nuevamente. Pero aunque no pude evitar que mi destino me alcanzara esa mañana, agradezco que pudiera haber visto anticipadamente ese desastre. Al menos así tengo la tranquilidad que hice lo que estaba a mi alcance para evitarlo.

A veces me despierto por las noches y las imágenes de mi pesadilla se mezclan con la realidad de ese día. He perdido la noción de qué cosas realmente sucedieron y cuáles no; sobre todo después que me sacaron del auto mientras se incendiaba.

Sólo recuerdo vagamente un rostro conocido, pero a mi mente viene el recuerdo de mi sueño, donde me veía a mí mismo rescatándome. Sé que eso no es lo que sucedió, pero nadie me pudo responder, quién fue la persona que tomaba mi mano cuando estaba a punto de morir.



Publicación Reeditada 2013

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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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