domingo, 28 de marzo de 2010

SIGUIENDO TU PERFUME



SIGUIENDO TU PERFUME

Esta mañana desperté pensando en ti; en mi cama vacía, quería sentir tu piel, tus besos, tus caricias. En mis labios secos deseaba el sabor dulce de los tuyos. El recuerdo de amaneceres junto a ti se hacía cada vez más fuerte, pero no estabas aquí.

Con la mirada perdida en el horizonte, buscaba algo para recordarte, tus fotos ya no están en mis paredes; tus recuerdos desaparecen uno a uno de mi mente; te busco cada vez que siento tu fragancia en las calles, pensando que estás ahí, a mi lado.

Es ese perfume el que sigo ahora, recorriendo calles para alcanzarte en algún lugar; siguiendo los pasos del aroma de tu piel, la sensualidad de tu silueta que algún día perdí. Caminando por lugares conocidos, donde antes pasamos el tiempo unidos, ahora ese tiempo marchita las flores que siempre nos vieron pasar.

Aquel parque verde, hoy se torna anaranjado con los colores del otoño, las hojas me dicen que no han visto tus ojos mirarlas, que no han escuchado tu voz nunca más. Los árboles susurran tu nombre al verme caminar, preguntando el destino de tu andar. No tengo respuesta para ellos, sigo avanzando solo, mientras el viento guía mis pasos.

Decido detenerme frente a ese lugar donde tantas veces compartimos una cena, donde comenzaba una noche de pasión, donde tomaba tu mano por sobre la mesa, mirando tu mágica sonrisa.

Las horas pasan y no consigo encontrarte, recorro la ciudad como muchas veces lo hicimos, repito los mismos trayectos que muchas veces recorrimos, queriendo encontrar tu silueta. Ver tu cara nuevamente perdida en mis ojos, sería como llenar mi alma vacía otra vez, descubrir el brillo de tu mirada en alguna esquina, sería como descubrir un tesoro en medio del desierto.

Perdóname por intentarlo otra vez, pero he estado tan perdido desde que te has ido, que mi corazón no lleva el mismo ritmo que solía tener. Por las noches ya no siento tus caricias, las mañanas ya no saben a tu piel y la vida tiene un gusto amargo. Tu silencio me hace contener la respiración sabiendo que por siempre seré tuyo.

Perdido entre calles inundadas de gente, espero una señal para encontrarte otra vez, tal vez sólo saber que te encuentras bien. Pero sólo encuentro el silencio en estas horas de desesperación.

Nunca dejaré de esperarte, jamás renunciaré a buscarte, porque se que te encontraré en algún lugar, en algún lado estarás para verme pasar. El tiempo sigue transcurriendo y llego a la casa donde solías vivir, está vacía como mi corazón, hace falta tu presencia. El jardín se marchita esperando por ti, no hay una mano que lo atienda, que lo cuide; el sol y la lluvia han hecho presa de él, dejando sólo un campo vacío.

He sido un tonto al dejarte ir, eso lo se; he perdido más que ganado al verte partir. Nunca pensé que te perdería, pero no me di cuenta que fue mi decisión la que te alejó, la que puso tus pasos en otra dirección; ahora necesito saber donde estás para darle un descanso a mi corazón.

A veces culpé al destino de no haberte conocido en el momento correcto, a veces sentí que la vida no era justa y no conseguiría lo que buscaba. Ahora me doy cuenta que he buscado a alguien como tú toda mi vida, pero cuando te encontré no te supe ver. Tomé tus manos, te abracé, pero no te supe retener; me rendí frente a la lucha, renuncié antes de pelear por tu amor.

Me siento sumergido en la oscuridad, perdido en el silencio, aunque se que te encontraré nuevamente, seguiré intentándolo hasta que me lleve la muerte; no pierdo la esperanza de verte otra vez. Me muero por respirar tus besos por acariciar tu espalda, por ahogarme en tu piel. Sólo quiero volver a creer que mi corazón volverá a ser un lugar hermoso, adornado por tus encantos; antes que se pierda en la agonía de mi soledad.

Sigo recorriendo lugares tan nuestros como el sol, las nubes se alejan de mi camino, pero me siento frío como el hielo. El calor de la tarde no llega a mi lado. Sólo tu cuerpo puede encender mi sangre otra vez. Recorro el mar y su plenitud, pero la arena esconde tus huellas, las lleva lejos para no seguir tu rastro.

Desde lejos percibo otra vez tu perfume, el único medio que tengo para llegar a ti, lo sigo incansablemente, corro por las calles, por lugares nunca conocidos por mi. Tus pasos te han llevado muy lejos para que nuestros caminos no pudieran cruzarse nunca más. Pero he sido tan testarudo en seguirte, que al fin conseguí llegar a la fuente de tu aroma.

Vi tu silueta recorriendo nuevas calles, vi tu mano ocupada por otras manos y tus ojos encantados por otro mirar. Silenciosamente me acerqué hasta ti dando mi último aliento, tanto tiempo buscando y al fin te encontré. Siento las manos del destino, sofocando mi respiración y se que es el fin de mi camino.

Me acerqué tanto que casi llegué a rozar tu mano, tu cabello se movió por el soplo de mi respiración en tu espalda. Era el momento para susurrarte al oído mi eterno y devoto amor. Cuanto hubiera dado por rozar tu piel de porcelana, por besar esos labios dulces. Estuve tan cerca de ti que capturé tu perfume en mis sentidos y lo llevo prisionero de regreso a casa. Sólo quería ahogar esta agonía de no saber donde estabas, ahora veo que no volveré a tenerte nunca más.

Cuando te conocí te dije que nunca te olvidaría y nunca lo haré. Aunque permanezca perdido en la oscuridad, en esos momentos de silencio, imaginaré que estás aquí. Tu perfume traerá tus recuerdos de vuelta a mi lado e invadirá otra vez mi ser. Aunque sea por un momento, aliviarás mi dolor, llenarás de nuevo mi corazón, porque sólo en esos recuerdos veré tu sonrisa nuevamente iluminar mi alma.



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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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viernes, 12 de marzo de 2010

EL TIEMPO DE LOS ANGELES




EL TIEMPO DE LOS ANGELES

La mañana casi terminaba, el sol de mediodía estaba a punto de alcanzar su mayor altura. El calor del verano se disipaba levemente con una fuerte brisa que venía desde el sur y las sombras de los árboles caían en noventa grados sobre el césped.

Él estaba de pie frente a la multitud, un toldo blanco resguardaba a los presentes del calor y los ordenaba entre pasillos de sillas blancas. La roja alfombra marcaba la ruta que ella recorrería hasta llegar al altar, lado de su novio. Los nervios de ese gran momento se sentían en el aire, era el día más importante de sus vidas, la escena más esperada de esa película estaba por comenzar.

Mientras contemplaba ansioso a la multitud de invitados, a su memoria volvían todos los recuerdos que lo trajeron hasta este lugar, lejanos pensamientos que inundaban su mente llevándolo en un pequeño viaje al pasado.

Años atrás su solitario corazón lo llevó a hacer una visita a un pariente lejano, a muchos kilómetros de su hogar vivía la tía de su madre. Apenas recordaba como llegar a su casa, pero se había aventurado en ese viaje de cortesía, recorriendo aquellos parajes que visitaba con su madre cuando era pequeño.

La verdad no sólo era un paseo nostálgico a su infancia, sino que también quería escapar de la soledad en la que se sumergía. No soportaba la idea de que los años avanzaran y su vida sólo tuviera un sentido, trabajar. A veces es difícil disfrutar los momentos a los que nos enfrenta la vida, cuando se desea intensamente tener a alguien especial con quien vivirla.

Mientras avanzaba por las calles recordadas y rescatadas del baúl de los recuerdos, llegaban a su memoria antiguas imágenes de esos viajes vividos. Los colores y las figuras que sólo se habían guardado en su mente, ahora se materializaban con cada paso que daba.

Al fin llegó a la casa de su tía, tocó el timbre y tras algunos segundos la puerta de la casa se abrió dejando ver la figura mucho mayor de la mujer. Los años habían multiplicado las canas de su otrora gris cabellera, su rostro también había hecho suyas las líneas de la vida marcando el paso del tiempo sin retorno.

Ella no lo reconoció de inmediato, habían pasado casi quince años desde la última vez que se habían visto. Pero si le recordó cuando él mencionó de quien era hijo. Con un grito de emoción ella le brindó un cariñoso abrazo y lo invitó a entrar a su casa y a alojarse esa noche. Invitación que fue muy bien recibida al principio ya que el viaje de regreso era largo.

Toda la tarde conversaron de la vida y de tantas cosas que habían pasado en esos años sin verse. Entre recuerdos y anécdotas se produjo un silencio que se rompió con una pregunta que lo dejó pensando un poco triste:

— ¿Y usted sobrino aún no se ha casado? —le dijo la mujer con curiosidad, sacando cuentas que él ya tendría más de veinticinco años.

—No, aún no encuentro a la persona que llene mi vida —contestó él con tristeza y dando un suspiro de desolación, mientras fingía una mezquina sonrisa, le contó los por menores de su vida amorosa.

—Ya llegará la mujer indicada, usted aún es joven —exclamó la mujer, intentando consolar a su sobrino y entendiendo que la pregunta no había llegado en un buen momento para él.

Él miró una vez más su reloj y dando las gracias por la invitación a quedarse, argumentó que no podía aceptar, debido a un importante compromiso al día siguiente.

La verdad sentía tanta pena y desconsuelo, que no quiso evidenciar que estaba a punto de llorar; tenía un nudo en la garganta desde que se sinceró con su tía respecto a sus experiencias en el amor.

A los minutos después se los veía salir por la puerta de la casa; con un fuerte abrazo se despidió de su tía y se acercó a la reja de salida. En ese momento frente a sus ojos, apareció una hermosa joven que empujaba un coche con un bebé. Al verla pasar del otro lado de la reja, se quedó contemplando su figura, sus facciones y su caminar.

Se sintió tan atraído a ella que muy dentro de él quería acercársele y romper su infinita timidez, pero no fue capaz. Era tan grande el miedo al rechazo que opacó cualquier pequeña llama de valentía y que prefirió no arriesgar nuevamente su corazón.

Sin embargo tras un suspiro dijo una frase al cielo con la esperanza de que Dios escuchara su ruego o los ángeles trajeran su petición milagrosamente ante él:

—Así me gustaría conocer una mujer, que se enamore de mí y estar con ella para siempre; el único problema con ella es que me hubiera gustado que no tuviera un hijo.

La joven mujer pasó de largo empujando el coche y se alejó por la calle en dirección opuesta a la que él debía caminar. Nuevamente se despidió de su tía y emprendió el viaje de regreso a su casa.

Todo el camino lo recorrió con la imagen de la joven en su cabeza, cerraba los ojos y sólo la veía a ella. Esa imagen lo atormentaba y lo entristecía; por un lado sentía una gran atracción hacia joven y por otro, el bebé que ella llevaba, le daba cuentas que posiblemente era una mujer comprometida y alguien había tenido la fortuna de encontrarla antes.

Al paso de los días y de los meses, la imagen de ella se perdía en el lejano recuerdo de esa tarde. Varias veces volvió a visitar a su tía esperando tener la suerte de verla otra vez. Sin embargo nunca más volvió a verla, los años fueron pasando y esa silueta se esfumó de sus pensamientos.

Él seguía solitario en búsqueda del gran amor para su vida. Mucho tiempo después conoció una mujer por Internet; normalmente él no hacía esas cosas para conocer personas, pero había escuchado de casos exitosos y nada perdía con probar.

Ella estaba en la misma situación que él, soltera aún en búsqueda de esa persona especial que llenara su vida. Con mucho que hablar y compartir, sus conversaciones cada vez se hicieron más intensas e interesantes. Algo los atraía a ambos, algo estaba creciendo lentamente entre esos dos solitarios. Tras poco tiempo de conocerse virtualmente y conversar por horas al teléfono, el destino los llevó a encontrarse en persona.

Ella había viajado a la casa de un amigo en la ciudad donde él vivía y aunque se suponía que se alojaría allí, por esas cosas de la vida, su amigo tenía otro compromiso por el cual no se podía quedar y tampoco podía acompañarla a tomar el bus de regreso a su ciudad. Fue en ese momento que ella pensó en él para pedirle ayuda.

El casual encuentro los llevó a reunirse por primera vez e ir juntos al terminal de buses, ya era avanzada la tarde y ninguno de los dos había almorzado, por lo que decidieron compartir ese momento y conocerse más mientras llegaba la hora de partir.

Los nervios de esa primera cita casual se desvanecían a medida que la charla se hizo más amena. Sin duda ambos sintieron que ya se conocían de mucho tiempo. Toda la tarde continuaron compartiendo anécdotas y experiencias de sus vidas; el tiempo pasaba y ninguno mostraba señales de aburrimiento. Cuando finalmente se dieron cuenta, el sol se había escondido hacía mucho rato y ya era avanzada la noche. Ella tomó el bus de regreso a su ciudad y por semanas continuaron conversando más y más ala distancia.

Los meses habían pasado y esta vez fue el turno de él de viajar a la ciudad donde ella vivía. Juntos asistirían a un concierto y pasarían el resto del fin de semana disfrutando de su compañía.

Desde ese día mantuvieron esta relación a distancia, viajando constantemente para estar el uno con el otro y afianzar sus lazos de amor. Fue en uno de esos viajes donde él recordó a su tía lejana que vivía en la misma ciudad que su novia. Ya habían pasado más de siete años que no la visitaba y decidió invitarla a ella para que la conociera.

Se trasladaron hacia su casa y a pesar del tiempo transcurrido, las calles y casas del entorno parecían mantener su característica calidez y sencillez. Mientras se acercaban y para sorpresa de él, ella le comentó que ya conocía esos lugares. La sorpresa fue mayor cuando llegaron a la entrada de la casa de su tía y ella le dijo:

—Hace años yo cuidaba un bebé por estos lados y cuando él no quería dormir lo sacaba a pasear por estas calles, de hecho pasaba siempre por enfrente de esta casa.

Él sintió un acelerado pálpito en su corazón y al instante fue como si un velo se hubiera caído de sus ojos. Recordó entonces a aquella joven que paseaba un bebé en coche; aquella hermosa mujer que le hizo suspirar, pero a quien no se le acercó pensando que era casada. La coincidencia era bastante y no podía guardar lo que estaba pensando y sintiendo; decidió contarle lo que años atrás le había pasado.

Mientras él describía a la joven muchacha, como andaba vestida y la situación en la que todo había pasado, los ojos se le iluminaron hasta no retener más la emoción:

— ¡Esa era yo! ¡Yo cuidaba a ese bebé hace siete años atrás!

La exclamación terminó por sacar la venda de sus ojos y darse cuenta que a su lado tenía a aquella hermosa joven por la que su corazón suspiró; siete años se demoró en concretarse su encuentro, siete años de vivir sus vidas sin saber el uno del otro.

Ambos sintieron algo inexplicable en sus corazones; cuando dos almas gemelas están destinadas a conocerse, aunque el tiempo pase sin medida, el encuentro se concretará tarde o temprano. Y cuando al fin se reconocen y se necesitan, es difícil pasar más tiempo sin esa anhelada compañía; así que ambos decidieron dar el gran paso para siempre.

Lentamente esa visión del pasado se iba de su mente mientras la veía a ella avanzar hacia el altar, la marcha nupcial llenaba de una emocionante melodía el ambiente y a lo lejos ella caminaba por el pasillo del brazo de su padre en este día tan especial.

El tiempo de los ángeles había llegado y el cielo se abría para contemplar semejante milagro de la vida. Al fin ella llegaba al lado de su amado, aquel por el cual también le había rogado tanto a Dios.

Muchos aspirantes intentaron conquistar su corazón, pero en el fondo ella siempre supo que había una persona especial esperándola. La larga ceremonia se volvía sólo segundos mágicos, el brillo de sus ojos al mirarse uno al lado del otro, las caricias de sus manos al recibir los anillos, el suspiro previo y posterior del —Sí, acepto.

Sólo esperaban la célebre frase que retumbo en el silencio expectante de los invitados:

—Los declaro marido y mujer, que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre... Puede besar a la novia...

Todos los presentes sintieron como un poco de ese amor llenaba sus corazones, las lágrimas de algunos, las sonrisas emocionadas de otros. Era como un torbellino de emociones adornando el hermoso cuadro plasmado en cientos de fotos. Los sonidos no sincronizados de las cámaras fotográficas que captaban cada segundo de la ceremonia.

El entorno adornado por flores blancas y cintas doradas, parecía un extracto del cielo mientras los novios escoltados por ángeles y unidos por la voluntad soberana de Dios, sellaban sus destinos con un apasionado beso de amor.


Publicación reeditada 2010

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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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miércoles, 10 de marzo de 2010

ANILLO SIN DESTINO



ANILLO SIN DESTINO

Cuando piensas en ciertos instantes de la vida que deberían ser plenos y satisfactorios, nunca imaginas que algo inesperado pueda suceder y que todo lo que intentaste anticipar se esfuma ante tus ojos. Siempre pensé en ese momento como los segundos más intensos y esperados en nuestra relación. Quizás estaba tan ciego que no pude ver que ambos mirábamos hacia lados opuestos del camino. Pero cómo podría anticipar tan inesperado giro en nuestras vidas, cómo imaginar si quiera la dirección que tomarían nuestros pasos.

Esa tarde sólo pensaba en ti y en cual sería tu reacción en ese momento. Por semanas había buscado el instante preciso, el lugar más indicado y había planificado cada detalle de esa velada. Las reservas para cenar en ese restaurante las hice cinco días antes, era un lugar amplio y bien iluminado. Sus mesas adornadas con mucha delicadeza invitaban a hacer de la velada una mágica noche de romanticismo.

La cena fue un paso más en esa noche de fantasía, el vino calmó mis ansias por un momento mientras admiraba tu belleza. Simplemente estabas radiante, algo misteriosa; pero tu cautivante hermosura me deslumbraba. Tan ciego estaba que no fui capaz de ver nada de lo que realmente sucedía.

Frente a tus ojos, tomaba y acariciaba tus manos, de vez en cuando bajabas la mirada; ingenuamente pensé que te sentías abrumada por tantos halagos. Ahora comprendo que sólo buscabas ocultar las palabras verdaderas que estaban en tu boca. Mientras avanzaba la noche, conversábamos pausadamente disfrutando de la cena. Al llegar al postre pedimos el único sabor que siempre hemos compartido, mousse de chocolate con un poco de crema encima.

Cada vez que llevabas una cucharada a tu boca me mirabas con ojos culposos, pensé que debido a las mil locuras que hicimos disfrutando ese sabor. Pero sin duda tus dulces labios escondían las verdaderas frases silenciosas. Cuando terminábamos de comer, llevé mi mano a uno de los bolsillos de mi chaqueta; tus manos temblorosas me soltaron, demostrando tu gran preocupación por lo que yo habría de hacer en ese momento.

Un gran temor atravesó mi corazón y una angustia indescriptible se apoderó de mí, fue como un balde de agua helada que recorrió mi espalda. En cosa de segundos y con el latido de mi corazón a mil, cambié mi mano de bolsillo sacando rápidamente un pañuelo y simulando un repentino estornudo. Luego estornudé nuevamente y me levanté de la mesa para ir al baño.

Al mirarte a la cara nuevamente, los colores volvieron a tu rostro y un suspiro contenido salió silenciosamente de tu boca. En ese momento lo supe, mi corazón no se había equivocado al esconder mis verdaderas intensiones para esa noche. Bebiste con prisa de la última copa de vino que habías ordenado mientras yo me alejaba de la mesa.

Rápidamente caminé por el salón serpenteando entre las mesas llenas de gente, por un momento sentí como si todas las miradas estuvieran sobre mí. Los segundos se hacían interminables y los escasos siete metros que me separaban de la puerta se veían como un abismo oscuro y desolador. Mi garganta estaba cada vez más apretada y mis manos temblorosas, comenzaron a sudar en una mezcla de nervios y rabia. Al entrar al baño me dirigí a los lavados para echarme agua fría en la cara, dejé el agua correr sobre las palmas de mis manos hasta bajar la tensión del momento.

Sólo una vez en nuestra relación había sentido ese vacío intenso, profundo y desolador. Fue precisamente el día que compré ese anillo. Primero pensé que era la ansiedad de dar un paso tan importante en nuestras vidas; pero ahora me doy cuenta que era un mal presentimiento que me advertía ese amargo desenlace.

Llevé mis manos al bolsillo nuevamente y abrí la pequeña cajita para contemplar ese reflejo cautivante que cambió el sentido de la velada. Puse la caja abierta junto al lavado mientras mojaba nuevamente mis manos y mi cara. Mis ojos no paraban de mirar ese pequeño anillo en la caja, ese círculo dorado con reflejos de mi gran amor por ti, con un pequeño rubí rojo símbolo de nuestra pasión.

Nunca pensé que algo tan pequeño podría tener tal fuerza como para cambiar el destino o tal poder para romper una velada. Nuevamente llevé agua a mi cara y luego tomé un sorbo para pasar la amargura en mi boca; esa sensación seca y desagradable que me cerraba la garganta.

Sequé mis manos y le di un último vistazo al anillo antes de cerrar la caja, para guardarla nuevamente en mi bolsillo. Respiré profundo anticipando cual sería el destino de esa noche, mi corazón estaba totalmente acelerado y apretado. Sentía mis pasos pesados y mis movimientos torpes mientras me acercaba de regreso a la mesa.

Intentaba ver en tus ojos alguna señal que desmintiera lo que estaba sintiendo en ese momento. Pero tu mirada sólo se mantenía unos pocos segundos en mí y luego mirabas hacia abajo acentuando tu oculta culpabilidad. Me senté frente a ti y esperé en silencio que iniciaras nuevamente la conversación. No sé si fue la frase o el modo en que lo dijiste lo más doloroso, pero esas palabras tan temidas y repetidas por tantas personas, ya estaban en el aire:

—Tenemos que hablar...

Creo que tan sólo escucharlas desgarra el alma de quien las recibe. Asentí con mi cabeza dando pie a que comenzaras a hablar. Tus palabras pasaban fugazmente por mis oídos y ni siquiera necesité poner mi atención en ellas, sólo con mirar tus ojos y tus gestos me bastaban para comprender que me dejabas.

Las lágrimas brotaron de tus ojos y cayeron por tu cara, mientras mi corazón se partía pedazo a pedazo dentro de mí. Mis manos entrelazadas permanecieron sosteniendo mi cara sin siquiera intentar buscar tu piel. Con mucho dramatismo decías una palabra tras otra, mientras mi mente estaba totalmente evadida de la situación. Era como un mal sueño que se desvanecía y se diluía a lo lejos, pero que al mismo tiempo provocaba tanto dolor que era mejor permanecer en la distancia.

Tus últimas palabras sólo reflejaban confusión y un rumbo desconocido, pero la verdad no es que yo no haría nada por retenerte esta vez, si buscabas tu libertad no sería yo quien te lo impediría.

Tus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas, como si fuera yo quien te estuviera dejando. Quisiste alcanzar mis manos con las tuyas, pero me giré hacia el costado para señalarle al mozo que trajera la cuenta y tus manos se retrajeron ante el evidente rechazo.

No había rabia ni rencor en mi actuar, sólo una lejanía incomprensible producto de ese vacío en mi interior. Hasta podía sentir el vértigo como una montaña rusa en bajada, cayendo al vacío infinito sin saber si algo amortiguaría mi caída. Mi estómago estaba hundido en mi pecho como queriendo escapar por mi boca.

Nos levantamos de la mesa cuando ya te habías calmado y nos dirigimos rápidamente hasta la salida. Nos despedimos con un suave beso, tierno y delicado pero lleno de tristeza y desesperanza. No había luna que nos viera esa noche, no hubo luces para iluminar el regreso a casa y tampoco hubo testigos de ese triste adiós. En ese último beso podría haber entregado mi vida y mi corazón, pero sólo vi tu cara por última vez y caminé hacia el horizonte con rumbo desconocido.

Mis pasos perdidos recorrieron calles solitarias en busca de consuelo, atravesaron el desamparo y la desesperanza, mientras mis palabras se escondieron junto con mi llanto.

Una vez más saqué la cajita para contemplar el anillo. Sin destino, extraviado de su camino, dejado atrás por la infortuna de esa triste noche. Mientras admiraba su brillo y su hermosura, sabía que no podría darle a otra lo que para ti escogí. Sería como regalar algo que me recordaría tu presencia en mí. Con dolor cerré la pequeña caja y también cerré mi triste corazón para ti, nunca sabrás lo que tenía preparado el final de esa noche y nunca verán tus ojos ese rojo rubí.


Publicación reeditada 2010

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