viernes, 1 de abril de 2016

NO ENCIENDAN LA LUZ






NO ENCIENDAN LA LUZ


Por dieciséis años esa casa había estado vacía. Dieciséis años en que nada se había hablado de lo sucedido en ese lugar; dieciséis años en que un pueblo entero había evitado comentarlo siquiera. Pero desde que Alicia y su familia llegaron a esa casa, los recuerdos afloraron, todos murmuraban a escondidas sobre aquellos que antes vivieron allí.

Alicia llegó una tarde de sábado junto a sus padres y su hermana menor; los cuatro venían de una ciudad muy lejana. Don Benjamín, el padre de Alicia, había sido transferido a uno de los bancos de ese pueblo; su madre, doña Susana no trabajaba y Alejandra su hermana pequeña, aún no iba al colegio. Alicia, por su parte, ya había terminado sus estudios de veterinaria y pretendía encontrar un lugar donde ejercer su profesión o bien colocar su propia clínica.

El pueblo no era muy grande pero cumplía con todo lo necesario para tener un buen pasar. Además, la lejanía de las grandes ciudades les daría la tranquilidad que buscaban; sin duda que el ritmo de vida sería menos estresante y más hogareño. Por otra parte la gente siempre ha sido más cercana y amable en esos lugares; por ese motivo a todos les agradó la idea de vivir allí. Los bosques y las colinas cercanas brindaban un paisaje especial que recreaban la vista de tonos verdes y oxigenaban los pulmones con un aire más puro.

Esa primera noche la familia durmió cansada por el largo viaje. A la mañana siguiente, todos se levantaron con mucho ánimo para desempacar las cosas que habían bajado de los camiones, ya que el día anterior sólo armaron las camas para poder dormir. Poco a poco ordenaron los muebles y los llenaron con sus pertenencias. La loza, ropa, adornos y cuadros; todo lo que habían traído iba tomando una ubicación definitiva en su nuevo hogar.

El domingo pasó rápido con tanto trabajo agotador y al fin habían terminado de ordenar y de limpiar toda la casa, al menos por dentro. Todo estaba en su lugar y la casa estaba reluciente. Más adelante habría tiempo para arreglar el patio, tiempo para retirar la maleza y darle vida a ese lugar abandonado por tantos años. Después de un arduo día de trabajo, era el momento de celebrar la llegada a su nuevo hogar.

Ya entrada la noche la familia se sentó a la mesa para cenar. Todo estaba servido y aunque no era una comida muy elaborada, ya que la mayor parte del día la dedicaron a ordenar y limpiar, se veía apetitosa. Ensaladas verdes, papas cocidas y un trozo de carne a la cacerola, cocinada en su jugo con zanahorias, arvejas y un poco de cebolla, todo muy bien sazonado.

En medio de la cena Alicia sintió una extraña sensación. Una sensación inquietante como si estuviera siendo observada, como si alguien desde alguna parte de la habitación la mirara. Se giró hacia la ventana pensando que quizás alguien los observaba desde allí, pero no había nadie ahí. Su madre se dio cuenta de la incomodidad de Alicia, pero prefirió no decir nada en ese momento para no asustar a la hija menor. La cena prosiguió sin problemas y se quedaron conversando acerca de cómo pensaban que sería su segundo día en ese pueblo. Aunque Alicia hablaba sin mayores complicaciones, esa sensación permanecía con ella y daba esporádicas miradas  su alrededor. Al rato después, mientras estaban lavando la loza, doña Susana le preguntó:

—Te vi incómoda durante la cena hija. ¿Pasó algo?

— ¿Has tenido alguna vez esa sensación extraña como si supieras que alguien te observa mamá? —Preguntó Alicia— ¿Un sentimiento como de miradas a tu alrededor pero que no te causa miedo, sino preocupación?

—Estás cansada hija mía, han sido unos días muy agotadores, el cambio de casa, llegar a un pueblo diferente, lo único que te pido es que no comentes nada delante de tu hermana, ella es muy pequeña para entender esas cosas.

Alicia asintió con la cabeza y no hablaron más del tema; cuando todo estuvo ordenado se dirigieron a sus habitaciones para dormir.

Don Benjamín recorría la casa cerrando puertas y ventanas. Se dirigió a la puerta trasera, donde había un interruptor con dos encendidos; con uno prendió la luz del patio trasero y el otro al perecer no estaba funcionando. Seguro que era la luz del fondo, pensó don Benjamín, donde había un cobertizo que se usaba como taller y para guardar herramientas.

La casa era bastante amplia, tenía dos pisos de alto, cuatro dormitorios y dos baños, uno en cada piso. La cocina era amplia y la sala estaba separada del comedor por una mampara de madera y vidrio. El patio por otro lado era muy grande, tenía alrededor de veinte metros de largo y al fondo estaba el cobertizo. Esos terrenos quedaban a orillas de la antigua línea del ferrocarril, de ahí su gran terreno y la lejanía de la casa respecto del fondo del patio. Sin duda que cuando el tren aún recorría esas vías el sonido debió ser estruendoso. Por suerte, hacía más de diez años que estaba a en desuso.

Todo estaba apacible y en orden, ni comparado con su antigua casa en la ciudad donde los autos circulaban toda la noche y los ruidos se escuchaban sin parar. Acá con suerte se escuchaba el sonido de los grillos en algún lugar lejano en el patio. Hasta que en medio de la noche Alejandra, la hermana menor, dio un gran grito de espanto que alertó a todos en la casa. En menos de un minuto todos estaban en su habitación para ver qué le había pasado. La pequeña no paraba de llorar, mientras la madre la abrazaba intentando consolarla. A sus cortos cinco años eran comunes las pesadillas y más aún tratándose de un lugar nuevo para ella. Cuando al fin se calmó, no dijo nada que esclareciera lo ocurrido; luego todos volvieron a dormir a sus habitaciones, menos doña Susana que esa noche durmió con la pequeña.

Al día siguiente Alejandra no recordaba nada de lo sucedido en la madrugada, así que asumieron que sólo se trataba de un mal sueño. Ese día Alicia decidió recorrer el pueblo, si tenía suerte encontraría algún trabajo en su especialidad; si no, debería comenzar a visitar las granjas de los alrededores para presentarse y atender casos particulares.

Mientras en la casa, su padre trabajaba con afán en el jardín. Sacaba la maleza frente a la casa, barría las hojas secas e intentaba darle un aspecto más hogareño a tan amplio lugar. Cuando terminó con la limpieza del patio puso sus ojos en el cobertizo. Si la casa parecía haber estado abandonada por años, ese cuartucho parecía estarlo por siglos. Necesitaría de mucha ayuda para poner todo en orden, había que hacer reparaciones con madera, alguna mano de pintura. Pero al menos quería dejar funcionando la luz para iluminarlo durante las noches.

Fue hasta la pieza del fondo y se dio cuenta que la puerta estaba cerrada con una cadena y un gran candado. Buscó entre las llaves de la casa que había recibido, pero ninguna de ellas coincidía con ese candado.

Alicia, por su parte, había tenido mejor suerte en encontrar un puesto como ayudante del médico veterinario del pueblo, él realizaba visitas en las granjas de los alrededores y hacía bastante tiempo que necesitaba un ayudante:

—Has llegado caída del cielo —le dijo el doctor— ¿Puedes comenzar esta tarde? Tengo varias visitas pendientes que realizar.

—Sí doctor —respondió Alicia con gran emoción— esta misma tarde lo acompaño en sus visitas.

Al regresar Alicia a la casa no podía esperar de contarles a todos la gran noticia. Su madre ya tenía listo el almuerzo y su padre había avanzado mucho en el jardín, mientras Alejandra había pasado la mañana dibujando y pintando. Alicia se acercó a ver lo que hacía su hermana y se sorprendió al ver uno de los dibujos de la pequeña. Junto con dibujar lo que representaba esa casa, había dibujado a cinco personas en el papel: Papá, Mamá, Alicia y dos niñas pequeñas, una de las cuales era sin duda su hermana, pero la otra era una representación pequeña de Alicia.

Ella no contuvo las ganas de preguntar:

— ¿Quién es la otra niña Alejandra?

—Es mi amiga —respondió la pequeña sin parar de pintar.

Alicia tomó otro de los dibujos y la misma niña aparecía dibujada sola en una casa más pequeña, rodeada de flores, con unas líneas que parecían una calle que pasaba por su lado:

— ¿Esa es la casa donde vive la niña?

Alejandra asintió con la cabeza mientras continuaba pintando sus dibujos; Alicia estaba muy inquieta por lo que hacía su hermana. La pequeña dejó de pintar y salió al patio con la hoja de papel en la mano, corrió hasta llegar al cobertizo y la colocó en una rendija entre la puerta y el umbral. Luego regresó a la casa, se sentó en su silla y dando un gran suspiro dijo:

—Ya..., ahora puedo pintar uno para mí.

Esa frase hizo que Alicia se estremeciera por completo, ya que con ella su hermana daba a entender que sus dibujos los había hecho para otra persona. Sin decir nada, pero muy preocupada, fue a la cocina contarle a su madre lo sucedido.

—Estás muy pendiente de otras cosas hija, estás muy tensa y viendo cosas raras en todos lados —respondió doña Susana— el cambio de casa nos afectó a todos de diferente manera, pero en pocos días todo será normal otra vez. Así que deja de poner atención a detalles sin sentido y disfruta de tu nueva casa.

Tan enérgica fue su madre que en realidad terminó por convencerla, de que quizás eran las ansias y el estrés de todos esos cambios.

—Encontré trabajo mamá —le dijo después de terminar de escucharla— como ayudante del médico veterinario del pueblo.

—Ves hija, todo está saliendo muy bien para todos nosotros.

Alicia dio un suspiro de alivio y luego se retiro a descansar un momento a su habitación antes de ayudar a su madre a colocar la mesa.

Después de almorzar, esa tarde Alicia comenzó sus visitas junto al médico del pueblo, el día pasó rápido y ella estaba feliz de todo lo que tenía que hacer. Tan emocionada estaba que no se dio cuenta cómo el día terminó y ya debía volver a casa. Esa noche cenaron todos juntos y el centro de la conversación fue Alicia contando los pormenores de su primera tarde laboral. Estaba muy emocionada y el resto de la familia la escuchó con atención. Al parecer todos estaban muy contentos por el cambio. Cuando finalizaron de cenar y de conversar, ordenaron la mesa y la cocina y se fueron a dormir.

Don Benjamín hizo todo el recorrido habitual por la casa, asegurando puertas y ventanas. Encendió la luz del patio, pero la ampolleta parpadeó un poco y se apagó. En la casa no había ampolletas de repuesto para reponerla, así que tomó una de la lámpara y salió al patio a cambiarla. Caminó los cinco metros que lo separaban de la puerta trasera hasta el soquete con la ampolleta quemada. En una mano llevaba la ampolleta de cambio y en la otra una linterna para iluminar el sendero de piedra que unía la casa con el cobertizo del fondo.

Entre la penumbra le pareció ver una sombra que se movió al fondo del patio. Con la linterna en la mano, alumbraba de un lado para el otro sin ver nada extraño; pero cada vez que la oscuridad volvía, esa silueta se presentaba en sus ojos. Un gran temor le sobrevino y se apresuró a cambiar el foco para volver a la casa, prendió el interruptor otra vez y la ampolleta reventó como si fuera un globo cayendo sobre espinas. El padre de Alicia quedó pálido y muy consternado; puso el cerrojo de la puerta y sin decir nada se fue a la cama ante la mirada preocupada de su mujer.

— ¿Qué pasa viejo?

—Nada mujer —respondió él— sólo ha sido un día muy agotador y me quedan pocos días libres para dejar toda la casa arreglada.

Aunque doña Susana no quedó muy tranquila con la respuesta, apagó la luz y se durmió sin insistir. En el silencio de la noche su hija pequeña gritó aterrada nuevamente; eso le quitó el sueño a toda la casa y otra vez la madre se quedó a dormir con la pequeña.

Así pasaron los días para la familia, algunas noches Alejandra dormía bien y otras no, lo que mantenía a doña Susana pasando las noches junto a ella. Mientras, a Alicia le iba bien como ayudante de veterinaria y el padre ya se había incorporado a su trabajo en el banco; aunque aún había cosas de la casa que no alcanzó a arreglar. Seguro que tendría tiempo para hacerlo el fin de semana; mientras, la luz del patio continuaba dando problemas y el cuarto del fondo seguía abandonado.

El día viernes de la tercera semana que habían llegado a la casa, por la mañana don Benjamín llamó al corredor de propiedades para pedirle la llave que faltaba, sin embargo él le respondió que se había extraviado hace mucho tiempo. También llamó a varios maestros albañiles del pueblo para terminar con los arreglos pendientes, pero todos se negaban a ir al enterarse de la dirección de la casa. No era un pueblo que sobraran los trabajos, pero aún así no encontró ni un sólo trabajador para contratarlo.

Esa tarde Alicia volvió temprano a casa y vio a la pequeña Alejandra hablando sola en la habitación mientras dibujaba.

— ¿Qué pasa Alejandra? ¿Con quién hablas?

—Con mi amiga que no me deja tranquila —dijo la niña— no quiere que prendan la luz del patio y me hace dibujar muchas cosas y yo ya me cansé.

Alicia más que asustada, tomó los dibujos de Alejandra y eran inquietantes. Lo que parecía ser la habitación del patio, estaba rodeada de una nube negra, la niña aparecía dibujada en el interior y la familia afuera en el patio. Todos los dibujos que estaban sobre la mesa tenían un contenido similar y Alicia no resistió más, así que le llevó los dibujos a su madre.

Camino hacia la cocina, Alicia escuchó un susurro muy nítido en sus oídos.

—Alicia..., Alicia..., diles que no enciendan la luz...

La joven se dio vuelta pensando que era Alejandra hablándole, pero no había nadie atrás de ella. Un escalofrío recorrió su cuerpo y salió corriendo a la cocina a contarle a su madre. Al llegar doña Susana estaba tan pálida como ella, entre ambas se estorbaban queriendo decir lo que les había sucedido. Una vez que Alicia terminó de contarle a su madre lo sucedido, prosiguió ella diciendo:

—Yo la escuché también hija, la voz me decía que no prendieran la luz y yo pensé que era Alejandra hablándome desde la puerta. Últimamente le ha dado por dibujar y jugar hablando sola.

—No mamá —dijo Alicia— ella no juega hablando sola, ella habla con alguien que le pide que haga esos dibujos.

Doña Susana se puso aún más pálida y casi se desmaya al verlos. Por suerte el padre venía llegando para almorzar, sujetó a su mujer y la llevó a la habitación para que descansara un momento. Cuando le contaron lo sucedido, él no les creyó, a pesar de las cosas extrañas que le habían pasado a él también.

—Para mañana —dijo don Benjamín cambiando el tema— contraté unos maestros del siguiente pueblo para que vengan a hacer los trabajos que faltan, a ver si antes del domingo queda todo terminado incluyendo las luces del patio.

Las palabras del hombre pasaron desapercibidas para las dos mujeres. Después del almuerzo, Alicia volvió a su trabajo con una pregunta que le daba vueltas en la cabeza y que no tardó en formulársela al doctor.

— ¿Usted sabe quién vivía en nuestra casa antes de nosotros?

— ¿No son ustedes familiares de los Salgado? —preguntó el doctor sorprendido.

—No, nosotros acabamos de llegar hace unas semanas y según nos contaron hace dieciséis años que nadie vive allí.

El doctor llevó su mano a la barbilla y bajó la mirada, estaba muy intrigado y con la duda de si contarle o no lo que él sabía. Al final dio un suspiro y dijo:

—Eres muy parecida a una niña que vivió en esa casa hace muchos años. La verdad es que no quería mencionarlo pensando que eran familiares; pero esa familia quedó destruida tras la muerte de la pequeña. Ellos se fueron de la casa y luego corrieron los rumores que un fantasma visitaba ese lugar. Tú sabes cómo es la gente de pueblo.

El doctor se sonrió mientras decía esa última frase, pero las palabras no le causaron ninguna gracia a Alicia y decidió no contarle lo sucedido esos días en la casa.

— ¿Usted sabe cómo murió esa niña doctor?

—Si claro, todo el pueblo lo sabe… La casa tiene al fondo del patio una pieza, esa habitación llega hasta la muralla que separa ese terreno de una antigua vía ferroviaria. La pequeña encontró el modo de pasar desde la habitación, al otro lado de la muralla para jugar. Una noche, la pequeña bajó hacia las vías para ver de cerca las luces del tren. Nadie se explica cómo se resbaló y cayó frente al ferrocarril falleciendo en el momento. Semanas después y tras varios sucesos extraños, la familia decidió irse de la casa. El tren también dejó de pasar por estos lados unos años después. Algunos rumores hablaban de apariciones, otros sólo dicen que la modernidad dejaba atrás al tren.

Alicia quedó muy pensativa con el relato del doctor y regresó a su casa después de una larga tarde de trabajo, en su mente seguían dando vueltas sus palabras y la trágica historia que envolvía a esa casa. La cena ya estaba lista y en silencio compartió con el resto de la familia. Como cada noche después de cenar, su padre cerraba las puertas y ventanas, y al prender la luz del patio, se quemó nuevamente.

— ¡Hoy será la última vez que te quemes! —le gritó a la ampolleta con disgusto.

Cuando regresaba en dirección al dormitorio pasó frente a la cocina y vio la puerta del refrigerador abierta. A contraluz se veía la silueta de una pequeña niña, por lo que pensó que era Alejandra.

— ¿Qué haces ahí hija? No son horas de estar levantada goloseando.

—No insistas en arreglar esa luz porque siempre se quemará... —respondió la figura que resultó no ser su hija.

La puerta del refrigerador se cerró de improvisto y el hombre dio un grito de espanto al ver que tras la puerta no había nadie. Sin duda alguien le habló, alguien estaba ahí; todos fueron a la cocina mientras él sólo preguntaba por Alejandra.

—Está dormida viejo —respondió doña Susana.

Él corrió a la habitación de la pequeña y la vio acostada. Regresó al comedor para contarles lo sucedido a los demás; estaba descompensado, lleno de angustia y sólo se repetía que era imposible lo que había visto. Alicia no resistió más su silencio culposo y decidió contarles lo que había averiguado con el doctor, acerca de la anterior familia que habitó la casa. Mientras que el semblante de la madre palidecía con el relato, su padre sólo se enojó más.

—No puedes ser tan crédula Alicia —le gritó don Benjamín— esos cuentos existen en cada pueblo al que vayas. Siempre hay fantasmas, espíritus y lo que quieras para asustar a la gente, sobre todo a los nuevos. Todo siempre tiene su explicación. Ya verás que mañana mismo quedará arreglada la habitación del fondo y todas las luces del patio.

El hombre se dirigió muy ofuscado a su habitación, mientras la madre algo más preocupada fue a ver a Alejandra antes de dormir. Alicia continuaba muy asustada y triste por la reacción de su padre y regresó a dormir a su cama. Estaba muy intranquila por todo lo sucedido, los dibujos de su hermana, los relatos del doctor y las demás situaciones que habían vivido, no eran normales. Por más que su padre se enojara y quisiera restarle importancia a esas cosas, algo no estaba bien.

Alicia daba vueltas y vueltas en la cama, soñando cosas extrañas y sin sentido. Ella se vio caminando por el patio, dirigiéndose a la pieza del fondo y antes de llegar a ella, la puerta se abrió. Ella entró a la habitación y tras mover unas cajas de uno de los rincones, consiguió ver un panel de pared falsa que se podía mover con facilidad. En el sueño escuchaba una voz que le decía:

—Empújalo con fuerza…

Y así lo hizo, el panel se desplazó por completo y al otro lado había una pronunciada pendiente que daba directo a las antiguas vías del tren. Tras la muralla todo era luminoso y la silueta de una niña se le presentó al costado de las vías.

—Diles que no enciendan la luz —decía la niña— ¿Ves? Aquí está demasiado iluminado no se necesita que las enciendan.

—Pero las luces son para el patio —respondió Alicia con toda serenidad.

—Ayúdame, sólo diles que no las enciendan, que no es necesario...

Al terminar la frase, la imagen de la pequeña comenzó a desvanecerse ante sus ojos. Alicia sintió el vértigo del vacío como si su cuerpo flotara a gran velocidad desde el patio, hasta llegar de vuelta a su habitación. Ella despertó sobresaltada y sintiendo un gran temor; su corazón estaba muy agitado. Aún no amanecía, tenía la boca seca y amarga. Encendió la lámpara, tomó agua del vaso que mantenía en su velador y aunque intentó volver a dormir, la visión que había tenido daba vueltas en su cabeza.

Al llegar la mañana del sábado, Alicia se vistió rápido y salió al patio, aunque ese día no trabajaba. Llegó a la puerta de la pieza trasera; aún recordaba el extraño sueño que había tenido y al ver que estaba cerrada con un candado, tomó una palanca de fierro para forzarlo hasta que cedió después de reiterados golpes. La puerta se abrió produciendo un agudo chirrido por sus oxidadas bisagras. Una vez adentro de la oscura habitación el polvo se levantaba a cada paso que daba, los vidrios llenos de tierra apenas permitían que el sol iluminara el interior. Movió algunas cosas empolvadas que no eran tan livianas como en su sueño y con mucha dificultad desplazó el panel que la llevaba al otro lado de la propiedad.

Alicia quedó asombrada de la exactitud del sueño que había tenido. Al cruzar hacia el otro lado, bajó una pendiente de unos cinco metros y llegó al costado de las abandonadas vías del tren. Ahí había una gruta para recordar el accidente que terminó con la muerte de la pequeña niña. La hierba la ocultaba casi por completo. El tiempo transcurrido y el olvido eran evidentes sobre los gastados y viejos ladrillos. Desde ese lugar, al mirar hacia la casa, se veían unos grandes focos que apuntaban en esa dirección. A eso se refería su padre al decir que arreglaría todas las luces del patio.

Pero qué sentido podría tener para el supuesto fantasma de la niña mantener ese lugar a oscuras durante la noche. Por qué su molestia con las luces del patio. Alicia intentaba comprender y darle sentido a las palabras del espíritu de la niña, como si no fuera suficiente locura que algo así estuviera sucediendo.

Con sus propias manos, Alicia arrancó la hierba que cubría la pequeña gruta. Después de algunos minutos en que se quedó contemplando el desolado lugar, se apresuró a volver a la casa, sin comentarle a nadie lo que había hecho ni donde había estado. Sin embargo, durante todo el día las preguntas permanecieron rondando su cabeza.

Mientras las horas del sábado pasaban, algunos maestros que su padre había contratado se encargaban de los arreglos y la pintura de la habitación trasera. Otros se dedicaron a pintar el exterior de la casa; mientras otro se encargaba de la conexión eléctrica que iba hacia el patio. Don Benjamín estaba convencido de que era un cable en mal estado, el que estaba produciendo que las ampolletas se quemaran cada vez que encendían la luz. Él, por su parte, se dedicó a ordenar el cuarto trasero y al descubrir el panel roto que daba acceso al otro lado de la propiedad, le pidió a los trabajadores que lo repararan.

Alicia estaba cada vez más impaciente, la noche se acercaba y el sol se escondía en el horizonte. Los susurros resonaban en su cabeza; mientras, las sombras de la tarde se tornaban alargadas y difusas. Ella entró en un estado nervioso que nunca había experimentado. Cuando la luz del sol ya se ocultaba en el horizonte y los trabajadores ya comenzaban a guardar sus herramientas para volver al día siguiente; su hermana comenzó a gritar otra vez y doña Susana entró en la casa para ver qué le sucedía.

Las cosas comenzaron a flotar por las habitaciones, por el aire se movían muebles y otros objetos de la casa. Alicia escuchaba con toda claridad la voz fantasmal gritando que no encendieran la luz. Mientras en el otro cuarto, Alejandra lloraba aterrada y abrazada a su madre.

Don Benjamín que estaba en el patio trasero y venía a probar si el trabajo de electrificación había dado frutos, escuchó los gritos y vio cómo la puerta que daba al patio trasero se cerró de golpe. El padre corrió para abrirla, pero estaba trabada, así que fue a la entrada del frente y al entrar vio la aterradora escena al interior.

Entre los gritos de las mujeres y el ruido que hacían las cosas arrastrándose y chocando en el aire, don Benjamín comenzó a gritar:

— ¡Váyanse de esta casa! ¡Déjennos en paz!

Al ver que su padre se dirigía hacia el interruptor del patio que estaba junto a la puerta trasera, Alicia intentó correr hasta él gritando:

— ¡Papá no enciendas la luz!..., ¡ella no quiere que enciendas la luz!..., ¡nos matará a todos, por favor papá no enciendas la luz!...

El hombre no entendía nada de lo que estaba pasando y menos lo que Alicia le gritaba, su intención no era encender la luces, sino que abrir la puerta para pedir ayuda a los trabajadores que aún estaban en el patio. Pero por más que se esforzaba por avanzar, las cosas se le venían encima y las luces del interior de la casa comenzaron a parpadear. Alicia cayó al suelo golpeada por un florero y la figura de la niña se le apareció nítida frente a sus ojos.

—Por favor, no dejes que encienda la luz o todos morirán, la luz nos matará a todos, se ve tan hermosa desde lejos pero viene muy rápido y después todo está en silencio e iluminado. La luz nos deja solos y castigados aquí, no dejes que la encienda...

En ese momento Alicia comprendió el sentido real de las palabras de la niña. No era una amenaza lo que ella decía, sino más bien el reflejo de su miedo. Su trágica experiencia con el tren era la que la mantenía aferrada aún a ese mundo. La luz a la que ella tanto le temía, era sin duda la del foco del tren que le había arrebatado la vida. Si bien nada de lo que estaba sucediendo tenía sentido, Alicia pensó que lo mejor era enfrentar al espíritu a sus temores. Sólo de esa manera podría liberarla de su cautividad y que ella alcanzara su descanso eterno.

Mientras los objetos seguían flotando a su alrededor Alicia le gritaba a su padre:

— ¡Enciéndelas!..., ¡Enciende las luces del patio papá!

Don Benjamín, seguía sin entender nada aún y hacía los últimos esfuerzos por llegar a la puerta trasera mientras Alicia lo alentaba. No tenía sentido lo que su hija le pedía, pero ya nada lo tenía y decidió hacer caso sin cuestionar a lo que ella decía. Al ver que mientras su padre más se acercaba al interruptor, los objetos más lo golpeaban, Alicia fijó su mirada y sus palabras en la figura espectral de la pequeña.

—No tengas miedo…, todo estará bien… confía en mí…

Mientras ella distraía a la niña con sus palabras, al fin el hombre llegó al interruptor y encendió las luces del patio. Todo se iluminó por completo y los focos cubrieron con su brillo toda la casa, alcanzando con su resplandor hasta el otro lado del patio, justo donde se encontraba la pequeña gruta.

La niña dio un grito agudo y aterrador, luego una luz resplandeciente comenzó a envolver su pequeña silueta iluminando el interior de la casa. Las cosas que aún flotaban por el aire cayeron al suelo. El grito de la niña fantasma se extendía hasta confundirse con el sonido estruendoso de la bocina de un tren y el mismo sonido que harían esas pesadas ruedas pasando por en medio de la sala. El ruido se fue apagando hasta desvanecerse junto con la luminiscente aparición y un estruendo impactante reventó todas las luces del patio. Todo el mundo quedó perplejo, sobre todo los trabajadores que estaban afuera y no habían escuchado nada de lo acontecido al interior de la casa.

Una vez regresada la calma, toda la familia se abrazó emocionada, todos se sentían aliviados de haber salido de esa pesadilla. Alicia abrazaba a su padre mientras lloraba, sabía que todo lo sucedido al fin había terminado y que éste era el verdadero comienzo de su nueva vida. Desde la otra habitación doña Susana y la pequeña Alejandra, vinieron corriendo para unirse todos en un gran abrazo familiar.

Todo volvió a la normalidad con el paso de las semanas, pero el recuerdo de la pequeña niña, siempre quedará en sus mentes. A pesar de todo lo sucedido, ellos decidieron seguir viviendo en la casa. Don Benjamín echó abajo la habitación trasera y colocó unas luces enormes que iluminan todo el patio por las noches. Alicia continuó sus labores de veterinaria, pero jamás le contó a nadie lo sucedido en aquel lugar. Y después de dieciséis años el espíritu de esa pequeña niña al fin encontraba su camino y aquella casa volvía a ser un alegre lugar donde vivir.