domingo, 24 de febrero de 2013

CITA A CIEGAS



CITA A CIEGAS


Las tardes de oficina muchas veces son estresantes y vertiginosas, con mucho trabajo que hacer y poco tiempo para desarrollarlo, en esos días las horas se pasan volando y los compromisos deben cumplirse dentro de los plazos establecidos. Pero en ocasiones también hay días monótonos y aburridos en los que uno sólo quiere apagar el computador e irse para la casa. Son esos días donde más agradezco tener la libertad para conectarme a internet y chatear con amigos o amigas mientras las horas pasan lentamente y el día pareciera ser eterno.

Nuestros módulos de trabajo son deprimentes, tienen como un metro cincuenta de alto y separadores laterales que dan la sensación que se estuviera trabajando dentro de una celda o una caja. Están ordenados en filas de cuatro módulos y si uno no se levanta para hablar con un compañero de trabajo, pueden pasar largas horas sin conversar con nadie. Pero lo bueno es que son muy privados, incluso he visto compañeros que se han quedado dormidos sin que nadie lo note.

Esa tarde calurosa de verano habíamos vuelto temprano del almuerzo, ya que el sofocante calor de las calles contrarrestaba con el agradable clima que había en la oficina, gracias al aire acondicionado. También era una tarde bastante tranquila y los jefes estarían ocupados en reunión el resto del día. Yo me serví una taza de café para pasar el sueño que me da después del almuerzo y me puse a navegar por internet despreocupadamente.

—Mira quien se conectó al chat —dijo Alejandro, mi amigo y compañero de oficina.

Al mirar su computador y ver la foto de su amiga, quedé muy sorprendido; ella era una chica estupenda, con un cuerpo de modelo, piel bronceada y vestía un bikini muy sexy; pero en su foto sólo mostraba su cuerpo desde el cuello hasta las piernas. Mi primera reacción fue pensar que a pesar del lindo físico que ella pudiera tener, seguramente era muy fea como para mostrar su cara.

—Es súper simpática y tierna —dijo mi compañero— tal vez es lo que estas buscando como pareja para ti.

Sus palabras removieron ese velo vacío y superficial de mi cabeza haciéndome sentir culpable simplemente por pensar así. Quizás él tenía razón y viniendo la recomendación de alguien tan cercano comencé  pensar que no sería mala idea conocerla.

—Puede ser —le dije— preséntamela para ver qué pasa.

Inmediatamente mi compañero la saludó por el chat, se escribieron un par de cosas y luego le comentó que invitaría a alguien más a la conversación. Ella aceptó y ya estábamos los tres conectados. Cuando ya nos habíamos preguntado algunas cosas, Alejandro gentilmente abandonó la conversación; en otras palabras nos dejó solos para que pudiéramos conocernos mejor. Presencialmente me cuesta ser muy directo con las mujeres, pero en el medio virtual eso cambia totalmente. Me gusta que fluya la comunicación y pasar un momento entretenido con quien está del otro lado del chat.

Cada cierto tiempo ella cambiaba la foto de su perfil de usuario, aunque todas las imágenes eran muy similares; fotos en las que ella aparecía muy sexy pero sin mostrar su cara. Conversamos ese día muy superficialmente y al cabo de unos minutos, me desconecté para continuar con un proyecto que estaba avanzando. Sin embargo la imagen de su silueta daba vueltas en mi mente y ese gusano de la curiosidad comenzaba a sembrar la ansiedad de saber más de ella. Finalmente faltando unos minutos para terminar el día de trabajo, me volví a conectar al chat, pero ella ya no estaba.

Al día siguiente muy temprano me conecté nuevamente esperando a que ella apareciera en cualquier momento. Conversamos de todo un poco, desde lo más trivial del día, hasta cuales habían sido las noticias del día anterior y después de un rato me atreví a preguntarle su edad.

—Treinta y tres años —dijo ella, un año mayor que yo.

Una sensación extraña me hacía sentir incómodo ¿Soltera a los treinta y tres años? Me pregunté intrigado, eso era algo fuera de lo común en mi círculo de amigos. Esa fue la segunda razón por lo que la situación me parecía muy extraña. Pero seguimos conversando de otras cosas; me contó que no trabajaba frecuentemente, a pesar de ser promotora de una importante marca. Eso le daba credibilidad respecto de sus fotos, ninguna marca prestigiosa contrataría una modelo que no fuera hermosa. Además yo no me atrevía a preguntarle por qué sus fotos no mostraban su cara.

Un par de días más nos comunicamos de esa manera, ella era bastante agradable para conversar y rápidamente me dio confianza para dar un paso más, y como la curiosidad me estaba matando, le ofrecí dejar de lado el chat y comunicarnos por teléfono. Por un instante se mantuvo sin responder, pero luego de unos segundos escribió su número telefónico para que yo la llamara. Mientras marcaba intenté imaginarme cómo sería su voz, pero al escuchar sus primeras palabras, su tono al hablar se sentía algo extraño. Inmediatamente ella se disculpó antes que yo lo insinuase siquiera.

—He estado con una gripe terrible y mi garganta está completamente inflamada, pero en realidad mi voz es mucho más encantadora que ahora.

Por un momento me pareció como si estuviera hablando con mi abuela por el teléfono, pero dejé de lado esa primera mala impresión y aunque me costaba asociar sus fotos sensuales con esa voz de anciana, continuamos conversando largo rato. Después de un par de días hablando a varias horas de la tarde por chat o por teléfono, me dieron ganas de conocerla en persona. Lo que mi compañero había dicho era cierto, ella era una persona muy tierna e interesante. En algún momento de la conversación me animé para invitarla ese fin de semana a salir y conocernos.

—Me hubiera encantado —me respondió ella— pero como escucharás esta gripe aún me tiene complicada, al menos por este fin de semana, pero con mucho gusto aceptaría más adelante.

Acepté su excusa pero con la condición de que esa invitación se concretara a la semana siguiente. Ella aceptó, así que en lo que respectaba a ese tema teníamos fijada la fecha para nuestra primera cita a ciegas. Durante los días del fin de semana no hablamos por teléfono, sólo nos conectamos unos pocos minutos. Tampoco fue posible comunicarnos al inicio de la semana, así que decidí llamarla durante la tarde del martes. Yo esperaba que su voz hubiese mejorado después del fin de semana, pero el cambio de voz no fue tan drástico como yo lo imaginaba, de hecho siendo muy radical con mi apreciación, a mí me parecía exactamente igual.

El resto de la semana pasó muy rápido y nuestras conversaciones ya no eran tan superficiales como al principio, todo apuntaba a que nos conoceríamos ese viernes. La expectación y los planes ya estaban concertados, sólo tenía que llegar el momento que terminara con todas las intrigas. La tarde del viernes pasó bastante rápido para mí.

— ¿Qué harás al salir de la oficina hoy? —me preguntó mi compañero.

—Tengo una cita con tu amiga del chat —le respondí —¿Por qué?

—Que bien, parece que las cosas van bastante rápido... Te lo preguntaba porque nos juntaremos con mi novia en un bar y ella iba a llevar una amiga.

Nuevamente la duda de concretar esa cita me asaltaba, habían cosas que no cuadraban en mi cabeza pero la curiosidad del momento era más fuerte que mi instinto. Además el compromiso ya estaba hecho y si hay algo que nunca hago es faltar a mi palabra. La hora de salida había llegado y antes de salir a buscarla a su casa, la llamé para avisarle que ya estaba en camino. Me dirigí a mi auto bien perfumado, incluso había llevado una camisa para cambiarme en la oficina.

Mientras avanzaba por las calles, el recuerdo de sus fotos seductoras daban vueltas en mi cabeza. Estacioné mi auto y la llamé una vez más por teléfono para avisarle que ya estaba allí. Una a una desfilaban nuevamente por mi mente sus fotos como un recuerdo muy vívido en mi memoria y totalmente opuesto a lo que vi salir por su puerta ese día.

La saliva se me atoró en la garganta como un trago amargo difícil de pasar. Sentí un vacío en mi pecho decepcionante y traicionero. Con mucho esfuerzo mantenía la mirada arriba rogando que no fuera ella la mujer que yo venía a recoger. Su silueta no era tan contorneada como en las fotos, su estatura no superaba el metro sesenta, muy distante de la altura promedio de una modelo. Vestía jeans azules, mal teñidos con anilinas baratas y se estiraban como diez centímetros por sobre sus caderas. Hacia arriba llevaba una chaquetilla de mezclilla, muy fuera de lugar con el calor que hacía. Pero mi decepción no paraba allí, bajo la chaqueta vestía una blusa blanca muy ajustada, que no sólo dejaba ver que sus pechos no eran los redondos y firmes de las fotos, sino que tampoco tenía esa cintura esbelta como pretendía hacerme creer. Prácticamente parecía que no tenía cintura que lucir, era como un tronco de árbol, parejo y recto.

Volví a tragar saliva rogando nuevamente al cielo que no fuera ella la cita a ciegas de esa velada, que ojalá fuera alguna amiga que venía a decirme que ella aún no estaba lista, que por favor la esperara. De hecho no me hubiera molestado esperar algunos minutos o hasta una hora con tal que no fuera ella mi cita. Hasta que al fin llegó a mi lado y con una fallida voz imitando a Marilyn Monroe me dijo:

—Hola Guapo.

Definitivamente y para mi mala suerte era ella, esa inconfundible voz hacía eco en mis oídos, estremeciéndome completamente. Su cara era como porcelana, pero sus manos y el cuello estaban arrugados como si hubiera estado por horas debajo del agua. Tenía pelo corto, tornándose grisáceo con largas canas que nacían desde la raíz. Evidentemente no era modelo y dudo mucho que alguna vez lo hubiese sido, tampoco podía tener treinta y tres años, ya que se veía mucho mayor. Y para colmo de mis males, sus dientes parecían haber sido lanzados al azar en su diminuta boca que apenas dibujaba unos diminutos labios. Ni con el trago más fuerte, podría borrar esa imagen de mi cabeza.

Yo estaba totalmente horrorizado, sólo quería morir en ese mismo instante o despertar de una vez de esa pesadilla. Caballerosamente continué sufriendo en silencio y le abrí la puerta de mi auto para que subiera.

— ¡Qué caballero, galanes como tú ya no se encuentran tan fácil!

Cada palabra que ella pronunciaba me hacía sentir más miserable aún. No podía estar pasándome eso, mi día viernes se convertía en un verdadero suplicio. Sólo pensaba en la manera más fácil de no arrancar el auto y dejarla allí plantada; de alguna forma tenía que zafar airoso de eso sin ánimo de ser cruel ni superficial. Ella se sentó y cerré su puerta, me di la vuelta y entre al auto también. Recién me estaba acomodando cuando para torturarme más aún, ella se llevó las manos a los pechos y los deslizó de manera sensual desde arriba hasta su cintura diciendo.

—Ves, este es mi cuerpo, tal como en las fotos.

Esa frase mató todo el concepto de sensualidad y todos los sinónimos que conozco de algo agradable. A leguas se notaba que ella no era la fiel representante de esas fotos. Debo confesar que hasta ese momento yo me merecía absolutamente todo lo que estaba pasando, porque de una u otra manera ya lo presentía. Yo siempre he sido desconfiado y más aún en esas situaciones poco convencionales, desde el principio dudé de toda la situación, pero jamás pensé que habría un abismo de distancia entre lo esperado y la persona que se había subido a mi auto esa tarde. Así que tenía guardada una carta bajo la manga para esa ocasión.

Con su nombre y dirección conseguí averiguar a través de un amigo que trabaja con registros de personas, la verdadera edad de esa mujer; aunque al principio yo no podía creerlo cuando me lo dijo, era tanta la diferencia que yo tenía que comprobarlo con mis propios ojos. Pero mientras lo vivía en carne y hueso, tristemente pensaba en que debí haber hecho caso a mi certero instinto de supervivencia y haber desistido de mi capricho por conocerla en persona. Tragué saliva nuevamente para retener esa rabia contenida y ese volcán que estaba por estallar en mi interior.

—Como te conté en la semana —le dije— yo trabajo en una agencia de datos de personas y he averiguado que tú edad no es la que me dijiste; tu verdadera edad es cincuenta y cuatro años.

Al enrostrarle su vil mentira sin más preámbulo, ella no mostró ni una pizca de vergüenza o arrepentimiento. Muy por el contrario, hábilmente y con total frialdad argumentó contra la información que yo le estaba aseverando.

—La verdad es que para las citas a ciegas siempre uso el nombre de mi hermana mayor y recién hoy tendría la oportunidad de decírtelo.

Jamás en mi vida había experimentado tal grado de descaro, toda esa situación sobrepasaba los límites permitidos del engaño y ya no aguantaba las ganas de bajarla del auto. Pero algo más habíamos averiguado de su vida con mi amigo. Ella tenía un hermano mayor de sesenta y dos años, si era capaz de mentirme respecto de él ahora, en mi propia cara, esa sería mi excusa de salida de toda esa situación.

—Sé que tienes un hermano mayor también. ¿Qué edad tiene él?

—Cuarenta y dos años —respondió mintiendo nuevamente.

 Desde ese momento mis palabras cambiaron de tono, yo estaba muy enojado conmigo mismo por dejar que esa situación llegara hasta ese nivel. En qué momento pude pensar que los datos que habíamos averiguado de ella con mi amigo estaban equivocados; realmente no podía resistir tal grado de descaro y engaño para salir con alguien como si no se fuera a darse cuenta de la realidad. No se realmente qué palabras usé pero no tardé en desenmascarar toda esa mentira acerca de su edad, su hermano y sus falsas fotos.

Ella me miró fijamente sin mostrar una pizca de remordimiento y con los ojos llenos de rabia me dijo:

— ¡Eres un poco hombre!... no mereces que salga contigo.

Y haciendo un ademán de desprecio se giró hacia el costado y se bajó del auto azotando la puerta con todas sus fuerzas. Una parte de mí, muy escondida, en lo más profundo de algún lugar de mi corazón, sintió lástima por ella. El resto de mi ser daba gracias al cielo por haberme evitado esa mala velada, todo gracias a que tenía los argumentos precisos para salir airoso de esa situación.

Sin darle más vueltas al asunto y sin siquiera intentar mirarla por el espejo retrovisor, arranqué el auto y me fui lo más rápido que pude. Subí las ventanas del auto a pesar del calor de la tarde, coloqué la música al máximo de volumen y di un grito de rabia que tenía contenido hacía largos minutos.

Mientras conducía de vuelta a mi casa, pensaba en lo triste de lo sucedido; ella en su cabeza aún tenía veinte años menos. Ella había construido todo un mundo de fantasías alrededor y vivía haciéndole pensar a los demás sus palabras. Escondida tras fotos falsas, tras vivencias diarias inventadas de eventos y pasarelas inexistentes, relatos de viajes y aventuras que seguramente jamás había vivido. Pero ¿Cuál era el verdadero sentido de todas esas mentiras? Para qué engañarse si la realidad ineludible se nos aparece cada día frente al espejo.

A las pocas cuadras de manejar con la música alta ocultando mis gritos y mis maldiciones, no aguanté las ganas de llamar a mi compañero Alejandro, el gestor intelectual de ese horrendo encuentro. Aún escucho su risa a través del teléfono y las carcajadas burlonas que acompañan por siempre mis pesadillas cuando sueño con ella, cuando recuerdo los detalles desagradables e inolvidables de esa triste cita a ciega.


Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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jueves, 21 de febrero de 2013

LA PUERTA EN EL ATICO




LA PUERTA EN EL ATICO

Siempre es interesante viajar en vacaciones y conocer nuevos lugares, recorrer parajes desconocidos y descubrir los secretos que ocultan los pueblos lejanos. Al menos a mí siempre me ha gustado lo misterioso y lo enigmático; me gusta pensar que una casa en medio del bosque tiene historias únicas que revelar. A veces a esas casas viejas en pueblos antiguos y olvidados de la civilización, los cuentos y relatos de la gente les otorgan un velo de misterio.

Esta vez nuestro viaje nos había llevado hacia el sur, a una casa de madera, con una gran chimenea de piedra en la cocina, con escaleras largas y empinadas. El crujir de las maderas era constante dependiendo del cambio de temperatura y para cerrar el cuadro de misterio, sobre el pasillo del segundo piso, había un acceso en el techo que llevaba a un ático.

Desde que mis ojos encontraron la figura de esa cerradura, no pude sacar de mi mente que esa casa escondía un secreto en ese viejo ático. Cartas antiguas o ropas de gente que ya no vivía en esa casa; quizás fantasmas o apariciones. Seguramente alguien tenía que haber escuchado algún relato sobrenatural alguna vez.

Esa primera noche cenamos con los dueños de la casa, los que muy amablemente nos invitaron.

—Es una costumbre siempre que tenemos visitas o nuevos huéspedes, les invitamos la cena de bienvenida —nos dijo el dueño— el viaje es largo y agotador.

El hombre tenía unos 70 años, de pelo canoso y frente amplia, tenía ojos negros y tez clara. Sus mejillas coloradas evidenciaban una leve rosácea, que cuando se agitaba mucho hacía que su nariz y parte de su frente se tornaran roja también. Su voz era profunda pero apacible y sus manos eran robustas y agrietadas por el trabajo de la tierra.

Debo ser sincero y decir que el exquisito banquete de bienvenida pasó a segundo plano, ya que en mi mente sólo daba vueltas la idea de preguntar en algún momento, si había historias fantasmales en esa casa. Ya estábamos en el postre cuando el crujir de la madera del techo, hizo sobresaltar a mi madre. En realidad todos aguantamos en silencio la respiración hasta soltar un gran suspiro de alivio. Esa era mi oportunidad para sacar el tema a la conversación.

—No te habrá asustado el fantasma de la casa —le dije a mi madre de manera irónica, sabiendo el terror que ella le tiene a esas cosas.

—Ni en broma lo digas —dijo con voz temblorosa y demostrando el pánico que esos temas le dan.

Giré la mirada a nuestro anfitrión esperando de él alguna palabra al respecto. Un leve silencio se produjo. La tensión se sentía en el aire, más densa que aguas tormentosas, hasta que calmadamente dijo:

—Esas cosas ya no se dan por acá muchacho.

Luego esbozó una sonrisa que me pareció más preocupante que sincera. En realidad su respuesta no desmintió nada de lo que yo estaba insinuando, por el contrario, dejaba ver que tales cosas habían sucedido en algún momento. Eso aumentó mis ansias de conocer detalles de algunas historias tenebrosas que se supiera en esos lugares.

— ¿Se escuchan relatos de ese tipo por acá don Bernardo? —pregunté queriendo continuar con el mismo  tema.

— ¡Basta! —gritó mi madre con tono nervioso y molesto.

Guardé silencio después de eso y acabamos el postre con cierta tensión; por esa noche la cena había terminado. Luego de eso, como había sido un agotador viaje, cada uno se dirigió a su habitación para dormir. Toda la noche me la pasé pensando en cómo acceder al ático, cómo alcanzar ese lugar para explorarlo y descubrir sus secretos. En tantas cosas pensé que finalmente no me di cuenta cuando me venció el cansancio y me quedé dormido profundamente.

Tanto pensé en aquel ático, que en mi primer sueño en esa casa, me vi accediendo a ese lugar, pero mientras entraba por una puerta estrecha y oscura, alguien tomaba mis pies desde mis tobillos y me jalaba fuertemente hacia fuera. Yo luchaba por avanzar al interior de la habitación sin poder lograrlo. A lo lejos escuchaba voces sin sentido y en medio de esa escena desperté.

La luz iluminaba toda la habitación, ya era avanzada la mañana, aunque por la forma de las sombras aún no daban las doce del día. Yo me sentía cada vez más atraído por la idea de explorar ese lugar. Bajé al patio para distraerme un rato de esos pensamientos, sin embargo no había nadie de mi familia en la casa.

Me dirigí a la casa de los dueños que se encontraba algunos metros más allá. La señora estaba en la entrada y antes que yo le preguntara cualquier cosa, me dijo:

— ¿Buscas a tu familia? Salieron con don Bernardo a recorrer el bosque a caballo, seguramente estarán de vuelta pronto.

Como esa era la respuesta que buscaba, le di las gracias y volví rápidamente en dirección a la casa. Ésa era la oportunidad que esperaba para hacer de las mías. Entré corriendo y subí las escaleras hasta el pasillo del segundo piso. Me quedé un momento contemplando la puerta y rápidamente me las ingenié para alcanzarla. Traje algunas sillas y las puse una sobre otra hasta alcanzar la puertecilla. Con mucho cuidado subí sobre ellas y con un fuerte empujón logré abrirla.

Primero asomé mi cabeza lentamente; pero aparte de la nube de polvo que se levantó y el olor a madera envejecida, no había nada aterrador ahí por lo cual salir huyendo. Me animé a entrar en la habitación. Una pequeña ventana en un extremo iluminaba el cuarto por completo; en su interior había bolsas con ropas viejas, restos oxidados de herramientas en desuso y muebles pequeños llenos de polvo.

También había lo que más anhelaba encontrar, un viejo ropero y un baúl; clásicos elementos que en las historias de terror esconden los misterios de una casa. Lo primero que abrí fue el baúl pensando que en él encontraría cosas especiales y secretos familiares. Sin embargo sólo encontré más bolsas con ropas, un espejo con el marco de madera tallado a mano y diarios antiguos que me di el tiempo de revisar uno a uno, pensando que leería en ellos la típica noticia de gente desaparecida o asesinos seriales en el pueblo.

Pero no descubrí absolutamente nada, no contenían ni siquiera una frase fuera de lo común. Aparte de eso lo último que encontré fue un bloc con dibujos hechos en tinta negra, paisajes y retratos antiguos firmados al pie con las iniciales D.I.E. Al verlo me reí sabiendo que las iniciales formaban la palabra morir en inglés.

Aparte de los paisajes, también había bocetos de muebles antiguos, entre los que estaban aquel baúl, algunas sillas que había visto en la sala, dibujos de repisas, el mismo espejo que había encontrado momentos antes y el ropero.

Al principio no lo había notado, pero al mirar nuevamente el ropero, me di cuenta que era de tal tamaño que habría sido imposible ingresarlo a la habitación por la puertecilla. Era evidente que debió haber sido armado en el ático. Por algún motivo, si algo guardaba algún misterio en esa habitación, era eso.

Rápidamente me levanté y abrí sus puertas llenas de polvo, sólo para ver su interior vacío. Que gran decepción y tantas ilusiones que me había hecho por descubrir algún secreto en su interior. Me metí dentro del ropero recorriendo centímetro a centímetro sus rendijas, sin encontrar ninguna puerta oculta, ni dobles fondos. Sencillamente las fantasías en mi cabeza no ameritaban que me mantuviera más en aquel lugar.

Fue en ese instante de desconsuelo, sentado en el interior del mueble con mi espalda pegada a su fondo y mis ojos mirando hacia la habitación, donde la suave luz de la ventana al otro lado del cuarto, dejó ver un leve tallado en el interior de una de las puertas.

Mi corazón se sobresaltó de sólo pensar que había descubierto algo importante, saqué un trapo y sacudí el polvo de la puerta para poder leer esa pequeña inscripción de cinco líneas. Estaba tan concentrado intentando leer aquellas palabras, que me sorprendió en gran manera escuchar el galopar de los caballos que llegaban a la casa. Obviamente no quería que me encontraran allí, así que me apresuré a buscar en el baúl algún lápiz o algo con que escribir las palabras, pero sólo encontré las hojas del bloc de dibujo.

Recordé en ese instante un viejo truco que le enseñan a uno en el colegio para rescatar texturas, coloqué la hoja amarillenta sobre la zona donde estaban talladas las frases y froté con el mismo trapo lleno de polvo. La suciedad marcó detalladamente el relieve quedando completamente impregnado el mensaje en la hoja.

Sin perder más tiempo cerré el baúl y el ropero, y corrí por la ático hasta la puertecilla mientras guardaba el papel en mi bolsillo. En dos tiempos estaba sobre las sillas con las que me había subido hasta allí. Alcancé la puertecilla para cerrarla, cuando escuché la voz inconfundible de mi madre gritando mi nombre desde el descanso de la escalera.

Las sillas que me sostenían se desestabilizaron y me resbalé cayendo de costado sobre el piso del pasillo. Seguramente por la adrenalina que corría por mis venas, no sentí el dolor de la caída, al menos no en ese momento.

Mi madre corrió a verme y tras comprobar que no me había hecho daño, el sermón no se dejó esperar. Fueron largos minutos escuchando los retos, sin ni siquiera intentar explicar que es lo que hacía subido a esas sillas; de hecho, sólo dejé en claro que no había alcanzado a entrar a aquella habitación.

La historia de mi frustrada hazaña llegó a oídos del dueño quien esperó el momento propicio para hacer un comentario al respecto. Cuando estábamos en pleno almuerzo y todos presentes dijo:

—Así que intentaste subir al ático jovencito, luego puedo mostrarte la habitación si quieres para que no te quedes con la curiosidad de intentarlo otra vez.

Yo estaba asombrado de la proposición que él me hacía, hasta que dijo algo que me hizo comprender el motivo de sus palabras:

—En ese cuarto tengo algunas cosas de recuerdo, muebles en desuso, un baúl con periódicos viejos y un ropero lleno de ropas viejas; el problema es que el piso no está en buen estado por lo que ya nadie sube allí y sólo podrás asomar tu cabeza desde la puerta para ver la habitación.

Yo sabía que el piso estaba en buen estado, así que sólo lo había dicho esperando mi negativa y que yo desistiera de intentarlo nuevamente. Sabiendo que si contestaba algo inadecuado él me tendría en la mira para que no volviera a subir al ático, le respondí:

—Bueno, me conformo con mirar desde la puerta, aunque pensé que había cosas más entretenidas en ese cuarto.

Una vez terminado el almuerzo don Bernardo trajo una escalera con la cual me ayudó a mirar al interior del ático, él había cumplido con su parte y yo esperaba que con eso no me estuviera vigilando. Cuando se fue lo seguí de lejos para ver donde dejaba la escalera, así no tendría que correr riesgos nuevamente usando las sillas para subir. A pesar que las ganas de entrar nuevamente me estaban matando, me comporté bien el resto del día para no despertar sospechas.

Cuando faltaba poco para reunirnos a cenar, me fui a mi habitación buscando tener un instante a solas. Me recosté en la cama, a esas alturas ya podía sentir el dolor en mi cuerpo por la caída. También tenía un gran moretón que con el pasar de los días se vería peor.

Conseguí un lápiz para marcar nuevamente las letras que a medias se habían impregnado en la hoja de papel. Una a una las repasé y me di cuenta que algunas de las letras del mensaje estaban en minúscula, mientras que el resto lo estaba en mayúscula. No presté más atención a ese detalle ya que lo más importante marcar bien todo el mensaje.


LA pUERTa ESTArA CERRaDA
HAsTa QUE lA ILUMiNE UN rAYO
dE SOL eNTRAR DEbE SeR sENCILLO
PERO sALIR SERa EN bASe A LAS rESPUESTAS
mARCADAS CoN NOTOrIAS DiFErENCIAS EN MI


No lo podía creer, había encontrado algo muy interesante y ahora debía descubrir el verdadero sentido de esas simples frases. La primera parte hablaba de una puerta que se abría con la luz del sol y la segunda hablaba de la manera de salir.

— ¿Pero qué significará, la puerta cerrada se abriría con un rayo de sol?... ¿Será que existe un pasaje secreto?

Parecía muy simple y absurdo al mismo tiempo, así que guardé la hoja en mi bolsillo y bajé a cenar como si nada hubiera pasado.

Al día siguiente me la pasé haciendo la pantalla de que había olvidado el incidente del ático. Aproveché la tarde para recorrer el bosque, el olor a eucaliptos llenaba el aire por doquier. Ese olor siempre me ha traído bonitos recuerdos y una sensación extraña de tranquilidad. Los árboles largos y estirados con sus hojas verde grisáceo y sus troncos descascarados, llenaban la extensión por muchos kilómetros. El aroma del bosque parecía impregnarse en mis manos, mis pies y hasta en mi ropa. El día terminó con un lindo atardecer que se pudo apreciar desde un cerro cercano. El color anaranjado del crepúsculo me hizo olvidar por instantes las historias enigmáticas y ubicarme en la realidad que vivía, un lindo viaje por los hermosos paisajes del sur.

Al otro día se me hizo difícil encontrar un momento en que nadie estuviera en la casa, pasó toda la mañana y llegó el almuerzo. Mientras comíamos comentaron que nuevamente irían a recorrer el bosque a caballo, era la oportunidad ideal para escabullirme otra vez.

Después del almuerzo, llegado el momento del paseo, le pedí a mi padre montar con él para no despertar sospechas, yo sabía que los caballos disponibles no alcanzaban para que yo fuera solo en uno. Me subió junto a él, pero no contaba con que yo picaría al animal con un alfiler que llevaba escondido. El caballo comenzaba a moverse molesto por los leves pinchazos que yo le daba, al punto que me pidieron que me bajara para evitar algún accidente. Tras ese episodio, salieron todos cabalgando hacia el bosque y yo me quedé observándolos hasta perderlos de vista.

Rápidamente corrí al galpón donde don Bernardo había dejado la escalera y la llevé sigilosamente hasta la casa. El resto fue muy sencillo y ya estaba ahí nuevamente, parado frente al ropero. Había pensado tanto lo que debía hacer que casi mecánicamente me dirigí al costado del ropero para intentar moverlo hacia la ventana. Sin embargo era tan grande y pesado que ni en un millón de años conseguiría moverlo. Viendo lo fallido de mi plan inicial, fui al baúl y saqué el espejo que estaba allí, caminé hasta la ventana al otro lado de la habitación y sacando un poco mi mano por ella, conseguí que el sol se reflejara en el espejo y diera de pleno en las puertas del ropero.

Luego corrí velozmente hasta él y lo abrí pensando que se abrirían las puertas de un mundo fantástico, pero nada había sucedido. Lo intenté nuevamente pero esta vez manteniendo ambas puertas abiertas para ver qué pasaba en el interior. Dirigí el haz de luz en todas direcciones y nada aconteció.

Estaba totalmente decepcionado, ya me decía yo que la respuesta era demasiado tonta para ser verdad. Al retirar el espejo de la ventana un destello de luz iluminó la cara interior de la puerta con el tallado. Las letras bajo relieve reflejaron la luz como si hubieran sido de plata y en seguida el sonido de la madera crujiendo hizo eco en la silenciosa habitación.

Me acerqué nuevamente para ver una pequeña abertura en el fondo del mueble, me agaché y pude abrir una estrecha portezuela por la cual comencé a entrar hacia un pasadizo escondido. Era un pequeño túnel con una leve luz que se veía al final. Fueron como cinco metros de recorrido hasta salir nuevamente dentro del ropero. Pero ese nuevo lugar carecía de colores, todo estaba en blanco y negro, todo parecía ser un gran dibujo.

Era igual al ático que había dejado atrás pero sólo eran líneas, miré mis manos y mi piel era blanca como si yo también fuera un dibujo. Corrí hacia la ventana y al mirar a través de ella el paisaje era un boceto como los encontrados en el baúl. Fui a abrir el baúl pensando en encontrar en él alguna respuesta, pero sólo contenía pedazos de papel en blanco.

Me dirigí a abrir la puertecilla del ático, pero al levantarla, sólo se veía un fondo negro e interminable, no había nada tras la puerta. Un susurro tenebroso se escuchaba a lo lejos, como si el viento siseara desde el fondo de un abismo. Ese lugar me aterraba, así que cerré la puerta y decidí volver por donde había entrado, pero para mi sorpresa no existía puerta de regreso. Las marcas en la puerta del ropero tampoco existían. Mi corazón se aceleró y en la medida que recorría toda la habitación me sentí encerrado en un mundo fantástico y misterioso.

Asumí entonces que el modo de salir de ese lugar debía ser diferente al usado para entrar. Recordé que llevaba conmigo el papel con las frases rescatadas del ropero, sólo rogaba que las letras en él fueran reales y no hubieran desaparecido al entrar a ese mundo.

Afortunadamente el papel era legible, si ya había conseguido entrar debía fijarme en la parte del mensaje que explicaba cómo salir:

—Salir será en base a las respuestas marcadas con notorias diferencias en mí.

Así proclamaba la segunda parte del enigma y me tomó largos minutos de meditación llegar a posibles soluciones; hasta pensar detenidamente en cuales eran las diferencias a las que el mensaje se refería. Volví a mirar el escrito y recordé que mientras remarcaba las letras me llamó la atención que algunas de ellas estuvieran en minúscula. Eso debía tener algún sentido. Una a una comencé a aislar las letras diferentes dentro del mensaje  de pronto, cinco palabras que me estremecieron y me confundieron más aún:

—Para salir debes saber morir.

Varias veces revisé el escrito combinando las posibles frases que podían surgir de esas líneas, pero el mensaje era tan claro y simple que no daba lugar a otra interpretación.

—Para salir debes saber morir.

¿Sería literal lo que el mensaje estaba sugiriendo? ¿Sería que morir era la única manera de escapar de ese lugar? Y si fuera así, ¿cómo lograría morir si no había ningún elemento con qué provocarme la muerte? Todo era totalmente confuso.

—Morir… morir… morir…

Sólo esa palabra daba vuelta en mi cabeza. En ese mundo de dibujos no necesitaría comer por lo que de hambre no moriría. No había elementos punzantes, la ventana tampoco era lo suficientemente grande como para saltar desde ella. Caminaba de un lado a otro revolviendo todas las cosas alrededor y no podía pensar en soluciones claras. Era como una pesadilla que me hacía enojarme conmigo mismo:

— ¿Por qué tenía que ser tan curioso y osado?… ¿Cómo llegué a terminar en esa situación tan absurda e increíble?

Entre las vueltas y mis desesperados gritos de rabia, recordé un detalle que me causó risa en su momento y fueron las iniciales de quien firmaba los dibujos: D.I.E. o como yo lo leí de pasada, muere en inglés. En ese momento sentó un pálpito en mí, como cuando descubrí el tallado en la puerta. Quizás esa era la clave, las iniciales debían estar escondidas en algún lado indicando el camino. Esa debía ser la única respuesta a todo ese misterio; pero ¿qué relación podía haber entre las siglas y la sugerencia que el enigma revelaba?

A cada instante las teorías e ideas de una y otra cosa invadían mi mente, a la vez que no conseguía las respuestas que buscaba. Cerré mis ojos por un momento intentando visualizar las siglas en cada uno de los dibujos que había visto, hasta que al fin una imagen clara se estableció en mi mente. Las letras ubicadas al pié del dibujo, estaban acompañadas de una línea oblicua y aunque parecía lo más absurdo que se me podría ocurrir, era evidente que esa línea apuntaba hacia abajo cual flecha que indica un camino a seguir.

Volví a registrar completamente toda la habitación y el baúl en busca de respuestas, pero a pesar de vaciarlo por entero, no pude encontrar las iniciales en ningún lado. Sólo tenía una posibilidad, sólo un lugar donde no había revisado; la puertecilla que llevaba a esa profunda oscuridad debería ser mi única salida.

Ya no pensaba en nada más, sólo rogaba que esa locura en mi cabeza tuviera sentido al final. Abrí la puerta contemplando el negro absoluto ante mis ojos; un miedo aterrador se apoderó de mí y mi corazón palpitaba cada vez más rápido. Al mirar hacia la cara exterior de la puerta las iniciales se encontraban allí y la línea oblicua apuntaba directo al vacío.

Sentía las manos acaloradas, prácticamente podía sentir mis latidos haciendo eco en la habitación. La simpleza de los mensajes me aterraba, también el hecho de no saber qué encontraría en esa oscuridad eterna ante mis ojos. Sentía una presión en mi pecho indescriptible, estaba completamente descompensado.

Cerré los ojos y me paré al borde del abismo hasta tener el valor para dejarme caer al interior del vacío. Largos segundos me mantuve así, estupefacto, impávido, inamovible, como una gárgola parada al borde de una cornisa. Una y otra vez revisaba en mi cabeza las frases del enigma sin dar crédito a lo que debía hacer para salir de allí.

Finalmente me armé de valor y con el susurro del vacío en mis oídos, salté sintiendo el vértigo de la caída por varios segundos hasta que mis pies tocaron fondo. Al instante abrí mis ojos y escuché la voz inconfundible de mi madre gritándome. No podía creer lo que estaba sucediendo, al mirar hacia abajo, me di cuenta que estaba subido en la pila de sillas igual que la primera vez que entré en el ático; con la sorpresa perdí el equilibrio y me fui al suelo.

Con la fuerza del golpe perdí el conocimiento por unos minutos y al despertar mi familia me rodeaba, también estaban allí los dueños de la casa. Una vez recobrada la conciencia y pensando que todo era un sueño, escuché el sermón de mi madre con las mismas palabras que ya había escuchado alguna vez.

Estaba confundido y sólo pensaba en lo absurda de toda esa situación. Hasta llegué a pensar que todo había sido producto de mi imaginación. Entonces llevé la mano al bolsillo y ahí encontré el papel con las inscripciones que había recuperado en el ropero del ático. Todo había sido real, toda esa angustia vivida no había sido una pesadilla, realmente la experimenté. Mi subida a ese lugar, mi entrada a ese pasillo y mi extraño regreso, sólo que de alguna manera el tiempo había vuelto atrás regresándome al punto de inicio de esa loca aventura.

A pesar que muchas interrogantes invadían mi mente desde ese momento, nunca volví a subir al ático; para mí bastaba con una experiencia para saber hasta donde era prudente llegar. Al menos ese trozo de papel que llevo conmigo cada día, me recuerda que lo vivido en ese extraño viaje fue real; que al menos por una vez en mi vida, los misterios escondidos se hicieron una realidad.

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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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martes, 19 de febrero de 2013

RECUERDOS DE UN ATARDECER



RECUERDOS DE UN ATARDECER


El vaivén de la silla mecedora, producía un sutil crujido en las maderas del piso; su cuerpo se balanceaba suavemente descansando a la luz de la tarde. Sus ojos grises por los años, estaban perdidos en el horizonte mientras recordaba. Sus pensamientos lejanos en el tiempo, permanecían sumergidos en las imágenes de su vida.

Pocas veces se había sentido tan nostálgica, ausente y hasta miserable. El fantasma de sus caminos olvidados siempre la atormentaba. Qué daría por saber hoy, cómo hubiese sido recorrer otros senderos, que su vida hubiese tomado otros rumbos y haber podido vencer sus absurdos miedos, atravesando las barreras que ella misma construyó.

Cuando realmente quiso hacer ese cambio importante, el rumbo de su vida se le había ido de las manos y ya no podía regresar sobre sus pasos, ni revertir las malas decisiones tomadas. Entonces se vio obligada a enfrentar su destino sin mirar atrás, sin pensar jamás que el tiempo finalmente le daría la espalda.

Ella se sentía incompleta y abandonada a pesar de haber sacado adelante sus metas personales con gran esfuerzo; pero en la vuelta de la vida perdió al gran amor de su vida, el único que realmente la hizo sentir íntegra y realizada en todo. Esa decisión de abandonarlo la marcaría para siempre ya que las circunstancias la obligaron a dejarlo.

Pero a pesar de lo sucedido, no podía quejarse de lo que le deparó su destino, ya que su vida siguió adelante después de él. Se casó con otro hombre, tuvo hijos que llenaron ese vacío y al final después de muchas dificultades entre ellos, se separó. Ella siempre pensó que con otro hombre superaría la pérdida del amor de su vida, pero no fue así. Su corazón, su mente y su alma siguieron ligados a ese recuerdo para siempre.

Con el pasar de los años, sus hijos se convirtieron en la fuerza de su vida, ellos eran el motivo para continuar viviendo cada día. Cuántas veces sólo quiso morir y olvidar todas las dificultades a su alrededor; pero al ver a sus pequeños niños reír, sacaba fuerzas nuevas y se esforzaba más por superar cada inconveniente. Si tan sólo hubiera tenido ese mismo valor cuando era más joven, entonces todo sería muy diferente.

Un par de veces vio a su gran amor caminando por la calle, pero ella giró la cara hacia otro lado y no quiso hablarle. La vergüenza la invadía y prefería estar sumergida en las sombras de la duda sin saber nada de él, que exponerse a los detalles de un pasado olvidado para ella. Pero en el fondo de su corazón siempre hubiera querido saber si se había casado, si realmente había logrado encontrar otra persona en su vida, o si corría igual fortuna que ella, luchando contra el destino y las vueltas de la vida.

Lentamente el sol bajaba en el horizonte, mientras ella contemplaba las flores de su jardín y admiraba la simpleza de la vida alrededor. Las lágrimas comenzaron a brotar y a humedecer sus ojos, recorriendo lentamente sus marchitas mejillas y cayendo en sus manos marcadas por el paso de la vida.

Qué daría por sentir esos suaves besos nuevamente después de tanto tiempo y perderse en sus ojos por largas horas. Qué daría por sentir esa pasión perdida que jamás pudo volver a experimentar en otros brazos y volver a tocar su piel. Mientras ella continuaba meciéndose, sacó un pañuelo para secar las lágrimas de su cara y cerró los ojos por un instante. Sólo quería ver su rostro una vez más en la distancia de sus recuerdos.

Con mucho esfuerzo le pareció dibujar sus ojos brillantes escondidos en su memoria; esa mirada tierna y cautivante que la hacían volar lejos. Su silueta se dibujó completamente recostada a su lado y lleno de pasión al amar. Lentamente aparecieron los rasgos de él para completar esa anhelada visión del pasado. Su nariz y sus dulces labios, la redondez de sus mejillas y su pelo desordenado. Esa cara de ángel que ahora sólo estaba presente en sus recuerdos, su sonrisa encantadora llena de alegría. Con él podía liberarse, evadir los malos momentos y olvidarse de todo. Al mismo tiempo, tenerlo cerca la hacía sentir muy temerosa de perderlo.

Ese miedo la alejaba de él de manera inconciente, resistiendo a entregarle todo su corazón. Aunque sabía que sin él nada sería igual en su vida, lo mantenía cerca pero no tanto como para enamorarse perdidamente y perder el control de sus sentimientos. Sin darse cuenta ella lo fue alejando poco a poco con sus actitudes, hasta que un día él ya no estaba más a su lado. A veces conversaban, pero el curso de sus caminos se alejaba cada día, hasta llegar a no verse más.

Ya no recordaba el perfume de su piel, pero sí la sensación que causaban sus roces; ya no sentía la dulzura de sus labios, pero claramente los necesitaba. Lo odiaba por haberla dejado, pero odiaba aún más su joven cobardía y ese egoísmo que la mantuvo siempre a distancia, temerosa del amor y sin entregarle libremente todo su corazón.

Las últimas aves de la tarde regresaban a sus nidos en los árboles, el atardecer comenzaba a acercarse y el sol descendía rápidamente en el horizonte, mientras su suave calor se alejaba poco a poco. Ella cerró los ojos nuevamente, intentando recordar por un instante esa última noche que pasaron juntos, En ese momento ambos sabían que no volverían a verse nuevamente y se amaron con total entrega y pasión. Por unos minutos ese recuerdo rompió las barreras de la realidad, llevándola a sentir el calor de su amor invadiendo cada rincón de su ser. Esos minutos eternos en que se amaron fugazmente, esa pasión verdadera bajo la luz tenue de la luna. Con manos entrelazadas y cuerpos danzantes al amparo de la noche, mientras sus besos rompían el silencio con gran pasión.

Ella no quería dejar de recordar ese momento pleno de su vida. Pero finalmente la última imagen de esa noche llegaba nítida a su memoria. Ellos se despidieron en la madrugada con un último beso que selló sus destinos por caminos separados y partió sus corazones para toda la vida. Ambos recordarían esa noche por siempre y si hubieran tenido una nueva oportunidad de reencontrarse, la hubieran aprovechado sin dudar y nada en el presente hubiese sido igual. Pero ese momento jamás llegaría.

En un instante todo se desvaneció en su memoria; el vaivén de la silla cesó de manera abrupta y el silencio invadió nuevamente la casa. Mientras la imagen de su vida cerraba la puerta desapareciendo en el horizonte con un largo suspiro; el pañuelo húmedo por las lágrimas cayó al suelo sin más testigos que el frío atardecer. Sus latidos abandonaron su corazón, mientras su aliento se perdía acompañado por la última luz del sol que sus ojos pudieron ver.



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domingo, 17 de febrero de 2013

EN BOCA DE LOBOS




EN BOCA DE LOBOS

Las siluetas de la gente ya se habían perdido de las calles oscuras de la noche y el agua de la lluvia se llevaba consigo la sangre de sus heridas que caía por su cuerpo. Hacía varios minutos que sangraba de su brazo izquierdo; la bala aún estaba ahí manteniendo abierta la carne desgarrada. Pedro sabía muy bien que había perdido mucha sangre, pero no podía ir a un hospital para atenderse porque harían muchas preguntas y seguramente llamarían a la policía por tratarse de una herida de bala. Pero a cada instante se sentía más débil y al borde de perder los sentidos, debía encontrar ayuda antes de que fuera demasiado tarde. El sujeto que le disparó seguramente lo dio por muerto y era mejor que siguiera pensando igual.

Pedro se dirigió a una clínica privada que conocía, esperaba tener la suerte de ser atendido sin preguntas. Con la pistola escondida entre sus ropas, entró lo más normal que pudo y sin que nadie lo advirtiera se ocultó en una sala. Buscó en todos los estantes hasta reunir todo lo necesario para curar su brazo. Tenía gasas, pinzas, bisturí y mucho alcohol sobre un mesón. Luego se escabulló por el pasillo caminando lentamente hasta que se encontró de frente con una enfermera de turno. Pedro simuló que se desmayaba encogiendo levemente las piernas y apoyando su brazo en la muralla. La mujer lo vio encorvarse y se apresuró a ayudarlo, en ese momento Pedro la sujetó de la cintura y le mostró su placa.

La primera reacción de ella fue salir corriendo pero Pedro ya la había sujetado por el brazo firmemente. Esta vez desplazó levemente su chaqueta hacia atrás hasta mostrarle el arma que llevaba en la cintura y le pidió silencio. Ella se mantuvo quieta y expectante, estaba muy temerosa y tenía razonables dudas de que fuera un detective real, pero una vez que entraron en la sala de donde él había salido, le explicó todo lo sucedido:

—Estábamos en plena investigación por un caso y alguien nos disparó desde la oscuridad, vi a algunos de mis compañeros caer a mi lado y también a mí me alcanzó un disparo, pero logré escapar justo antes que hubiera una gran explosión.

Ella se mostraba incrédula y temblorosa, sabía que una placa y una pistola no lo convertían en un policía.

—Sé que es difícil de creer pero estábamos muy cerca de desbaratar un gran contrabando de armas y si el que nos traicionó me dio por muerto, quiero que siga creyendo lo mismo hasta recuperarme y volver tras las pocas pistas que nos quedan —Pedro hizo una pausa mientras ella le quitaba la camisa ensangrentada— sólo te pido que saques la bala, sutures la herida y me mantengas escondido unas horas, luego desapareceré.

La enfermera asintió con la cabeza y lo preparó para extraerle la bala con mucho cuidado. Pedro apretaba los dientes mientras la sangre volvía a salir desde su brazo. Cuando ella terminó de suturar su herida, él se recostó sobre una camilla. Ella lo vio tan convencido y a la vez tan disminuido que decidió seguir ayudándolo y no decir nada a nadie. Escondió las ropas ensangrentadas y salió unos minutos de la sala. Al regresar traía con ella suero y una camisa limpia. Colocó el suero en el brazo de Pedro y puso la camisa cerca de la camilla.

—Intente dormir unas horas, esto le hará sentirse más recuperado. Cuando despierte diríjase por el pasillo hasta el fondo y luego doble a la izquierda encontrará una salida de emergencia. Salga por ahí y nadie lo verá.

Pedro sólo veía su silueta a contraluz mientras lentamente sentía que su cuerpo se volvía cada vez más pesado hasta desvanecerse. Así permaneció por algunas horas. Cuando despertó aún sentía el dolor en su brazo, pero la hemorragia había cesado. Encontró la camisa que la enfermera le había traído e hizo como ella dijo para salir de allí sin que nadie lo detuviera. La noche aún no se terminaba pero lentamente comenzaba a aclarar en el horizonte. Mientras caminaba por las húmedas calles, a su cabeza venían mil rostros y buscaba en sus recuerdos alguna pista que hubiera pasado por alto; algo que le revelara quien era el traidor o quién se beneficiaría con su muerte. Quién habrá sido el cobarde que les había disparado desde la oscuridad. El recuerdo de ver a sus compañeros caer a su lado permanecía en su memoria y el sonido de los disparos aún resonaban en sus oídos. Pedro se refugió cual prófugo huyendo de la justicia, en una pensión de mala muerte, donde sólo se veían prostitutas, borrachos y uno que otro extranjero refugiado. Así pasó algunos días, permaneciendo oculto y dejando que todos creyeran que en realidad había muerto en la emboscada.

La búsqueda de los cuerpos proseguía en curso en los alrededores del muelle, aunque con menor intensidad. La explosión había desmembrado la mayoría de los cuerpos por lo que sólo habían identificado a tres de los cinco policías desaparecidos aquella noche. Pero esa ventaja era algo que Pedro desconocía aunque su instinto lo estaba guiando correctamente. Sólo salía de noche para no ser visto y recurrió en secreto a cada uno de los contactos conocidos del bajo mundo que pudieran darle alguna valiosa información.

Esa noche Pedro despertó sobresaltado, la pesadilla de lo sucedido aquella noche en el muelle lo atormentaba a cada instante. Pero esta vez recordó un detalle muy singular de lo sucedido, aunque no tenía la certeza si era real o sólo parte de su sueño. Después de escuchar el primer disparo se giró para ver de donde venía el ataque, alcanzó a ver la silueta de quien les disparaba pero todo estaba muy oscuro. Entonces algunos disparos dieron sobre unos barriles de combustibles al costado del muelle y se produjo la explosión. En ese momento según sus vagas imágenes creyó ver al atacante con un impermeable morado con capucha y mangas negras. Esa sin duda era una gran pista como punto de partida, aunque posiblemente su memoria le podía estar jugando en contra. De todas formas era lo único que tenía para empezar.

Con el pasar de los días y tras indagar con todos los medios a su alcance, las alternativas se redujeron rápidamente a cinco empresas que usaban ese tipo de impermeables. Tres de ellas se encontraban cruzando la ciudad, una frente al muelle donde le dispararon y a media cuadra de ahí, una agencia de repartos de correspondencia era la última posibilidad. La lógica indicaba que cualquiera de los dos puntos más cercanos al ataque podían estar vinculados con la emboscada. Pero debería esperar hasta la noche para continuar su investigación si quería pasar desapercibido. Esa misma tarde en las noticias señalaron que una nueva víctima había sido identificada en la explosión del muelle y se temía que el último cuerpo sin encontrar hubiese sido arrastrado mar adentro por la corriente marina. Desde ese momento todos los operativos de rescate serían suspendidos en el sector del muelle. Sin duda que esa era la mejor noticia para Pedro, ahora tenía dos pistas que investigar y el muelle estaría despejado para moverse con libertad.

La noche llegaba nuevamente para cubrir sus pasos; hacía frío y la lluvia que había caído intermitente en días anteriores, amenazada nuevamente con azotar la ciudad. Bien armado y ya recuperado de su herida, Pedro se dirigió primeramente a la agencia de correos. Era más pequeña y más cercana al muelle que la otra industria, por lo que sería más práctico comenzar por ahí. Al llegar todo estaba tranquilo y rápidamente se aventuró a saltar la reja principal sin ser visto. La lluvia comenzó a caer a raudales haciendo el piso más resbaladizo, pero al mismo tiempo el ruido de las gotas al golpear el asfalto le ayudaba a ocultar el sonido de sus pasos al desplazarse.

Sigilosamente se adentró en el garaje donde se suponía estaban los vehículos de reparto, pero grande fue su sorpresa al encontrar sólo enormes cajas de madera que llenaban toda la bodega. Al fondo, en una oficina apartada, se veía la luz encendida y se oían voces. Pedro se acercó silenciosamente a las cajas intentando ver el contenido de alguna de ellas. Buscó en la oscuridad hasta encontrar una barra de acero con la que hizo palanca hasta romper uno de los embalajes y descubrir la peligrosa carga. Las cajas estaban llenas de armas automáticas, sin duda ese era el cargamento que no habían podido encontrar en su investigación.

Las pruebas estaban frente a sus ojos, pero aún le faltaba saber quien estaba detrás de ese contrabando. Comenzó a caminar en dirección a la habitación iluminada, pero sin darse cuenta pasó a llevar la barra de acero a su lado, al caer al suelo el ruido se escuchó hasta la calle y al girarse para escapar, se encontró con un tipo que le dio un puñetazo en pleno rostro. El golpe lo tiró al suelo, fue muy sorpresivo como para reaccionar; rápidamente se levantó para pelear con él; ambos daban y recibían golpes sin darse tregua. El sujeto le acertó una patada en el costado lastimándole la pierna y obligándolo a inclinarse. El siguiente golpe lo recibió en pleno rostro y Pedro cayó de espaldas sobre el húmedo piso del galpón. El hombre se lanzó sobre él golpeándolo en la cara reiteradamente, hasta dejarlo sangrando y aturdido.

Una vez que logró inmovilizar a Pedro, el sujeto llamó a sus compañeros, los que tomaron al detective arrastrándolo hasta una silla cercana y lo ataron. Entre los ruidos y voces que escuchaba, le pareció reconocer una de ellas y aunque le costara creerlo, tenía casi la certeza que era la voz de Alonso, uno de sus compañeros. Pedro agachó la cabeza y cerró los ojos para concentrarse; siempre tuvo la corazonada que tenía que ser alguien interno y corrupto quien estuviera involucrado en semejante complot y ahora todo indicaba que era Alonso. Tráfico de armas, corrupción, asesinato y quizás en cuantos delitos más estaba envuelto. Ahora todo tenía sentido para Pedro por muy duro que pareciera.

Hace unos meses cuando recién comenzaron a tener grandes avances en la investigación, Alonso su compañero solicitó ser asignado a otro caso. De esa manera se mantuvo al margen de la investigación y fuera de toda sospecha. Pedro levantó la cabeza y se quedó mirando fijamente la silueta del sujeto, esperando que por algún milagro se tratara sólo de una coincidencia. Pero de pronto las luces del galpón se encendieron y la claridad reveló cada rasgo inconfundible de la cara de su colega. Alonso se acercó sin demostrar una cuota de arrepentimiento.

— ¿Sorprendido? —dijo de manera prepotente— y aún no has visto nada… Pensé que habías muerto esa noche en el muelle, en realidad parece que todos lo pensaron; porque la búsqueda de tu cadáver terminó hace varios días. Así que ya nadie te busca. Podría dispararte ahora mismo y nadie se enteraría jamás de que estabas vivo. Pero esperaré un tiempo más para hacerlo, primero hay que cerrar este asunto y luego se me ocurrirá qué hacer contigo.

La lluvia continuaba cayendo ruidosamente afuera, las luces se apagaron y se encendieron un par de linternas que se acercaron a él. Los mismos sujetos que lo ataron a la silla ahora lo llevaban a otra bodega más pequeña que estaba al interior del galpón. Al entrar en la habitación vio a contraluz que había otra persona en el suelo amarrado a un pilar. Cuando se acercaron lo suficiente ellos le iluminaron la cara para que lo viera bien.

—¡¿Alonso?! —exclamó Pedro lleno de sorpresa e incredulidad— ¿Pero qué clase de broma es esta?...

Una carcajada burlona se dejó oír en toda la habitación.

—Toma asiento junto a tu amigo, sé que te mereces una buena explicación de lo que está pasando aquí.

El hombre cuyo rostro era idéntico al de su compañero se paró frente a él, con una sonrisa complaciente y lleno de orgullo dijo:

—Hace seis meses que comenzamos a investigarlos minuciosamente a ambos, seguimos sus movimientos diarios y vigilamos sus patéticas y rutinarias vidas. Hace dos meses raptamos a tu compañero para suplantarlo y lo alejamos de ti pidiendo la asignación a otro caso. Eso apartaría toda sospecha de él y te impediría darte cuenta que esta cara es en realidad sólo una máscara…

Mientras decía esas palabras descubrió su verdadero rostro, arrojando la máscara frente a los pies de Pedro; ya no necesitaba ocultarse tras ella, ya que en cuestión de minutos todo el complot estaría finiquitado.

— ¿Me recuerdas Pedro?

Pero por más que lo intentara no lograba traer a su memoria dónde había visto antes esa cara; aunque tenía la certeza que si lo conocía de algún lado.

—Que mala memoria tienes... Hace cinco años fui uno de los veinte aspirantes a su escuadrón de elite; como ves ahora, fue un error haberme rechazado, es evidente que soy mucho mejor que todos ustedes. Escuadrón Lobo Solitario —dijo de manera irónica con una sonrisa en la cara— ahora serán sólo perros apaleados.

Pedro no le quitaba los ojos de encima y se tragaba todas las ganas de responderle, el maldito había matado a sus compañeros y ahora se jactaba de estar por sobre ellos y sobre la justicia.

—Y pensar que estuve a punto de ser un fracasado como ustedes dos —terminó de decir esas palabras mientras le hacía una seña a sus compañeros.

Ellos amarraron a Pedro al mismo poste que Alonso y luego rociaron bencina en las paredes de la bodega y cerraron la puerta de la habitación dejándolos a oscuras. Ahora Pedro lamentaba no haber hablado lo que estaba pasando con alguno de los superiores, su miedo a que fuera un complot interno lo llevó a trabajar solo para esclarecer el caso. Pero ya estaban las cartas echadas y ahora debía ver la manera de salir de allí con vida. Lo primero era despertar a su compañero, así que lo empujaba con el hombro intentando que reaccionara. Le hablaba y lo movía con fuerza hasta que finalmente Alonso despertó.

—Alonso, soy yo Pedro, ¿puedes oírme?...

—Si..., pensé que jamás volvería a escuchar tu patética voz —dijo bromeando como era su costumbre— ¿Dónde estamos?

—En algún lado cerca del muelle. Ellos acaban de irse pero volverán y en la otra habitación hay cajas llenas de armas automáticas, las mismas que por meses habíamos investigado.

—¿Por qué huele a bencina? —dijo Alonso aún un poco aturdido.

—Ellos rociaron todo el lugar. No sé que se traen entre manos, pero es mejor que tengamos un plan para cuando hayan vuelto... Amigo, de verdad llegué a pensar que eras tú el que estaba detrás de esto; pero ahora está todo claro. Lo malo es que como no sabía en quien confiar, no le avisé a nadie que vendría a este lugar; así que estamos solos en esto.

—Como en los viejos tiempos —respondió su compañero algo más repuesto.

Pedro se encorvó para alcanzar algo de su pierna derecha y luego lo deslizó a las manos de Alonso; era una pequeña daga que les serviría para cortar las amarras. Una vez que se liberaron comenzaron a revisar todo el entorno de la pequeña bodega; pero no había otra salida por donde escapar. Sólo encontraron unas cadenas que podían usar para defenderse.

—Cuidado, vienen de vuelta.... volvamos al pilar donde nos amarraron para que no sospechen.

Alonso escondió las cadenas atrás de él y sentó junto a Pedro simulando que aún estaba inconsciente. No habían podido armar un plan de escape, así que desde ese momento todo sería improvisado; pero tenían la confianza de que juntos ya habían enfrentado situaciones similares y habían salido adelante. Las luces se encendieron y los cuatro conspiradores armados entraron nuevamente a la habitación. Uno de ellos se dirigió a un rincón para instalar un pequeño aparato, al parecer se trataba de un dispositivo incendiario. Mientras los otros dos se colocaron frente a ellos.

—Nunca pensé que me serían tan útiles —dijo el líder, mientras los otros dos miraban complacidos sujetando sus armas— ya vinieron a ver el cargamento de armas y el dinero ya está en mi cuenta; lo que ellos no saben es que esas armas nunca saldrán de aquí. A los dos minutos que crucen por esa puerta todo esto explotará con ustedes adentro.

En ese momento Pedro se dio cuenta que tendrían sólo una oportunidad de escapar de allí y sería enfrentándolos antes que abandonaran esa habitación.

—Ya me imagino los titulares de los diarios —dijo el sujeto de manera irónica— Dos policías corruptos mueren en gran incendio... Caso de corrupción y contrabando de armas es resuelto por investigador privado, que irónicamente fue rechazado por el cuestionado escuadrón hace cinco años atrás— su muerte será mi ganancia y mi reconocimiento público, así me desharé de ustedes, de los compradores y de las armas.

Alonso fingiendo que lentamente despertaba de su inconsciencia, comenzó a murmurar en voz baja. Eso obligó al líder a acercarse para escuchar lo que decía, en ese instante desde su espalda sacó las cadenas y lo golpeó fuertemente en la cara. Se incorporó de un salto, torció las cadenas haciendo una especie de lazo con el que apresó el brazo del sujeto obligándolo a botar su arma. Pedro se incorporó rápidamente y antes que reaccionara el sujeto que estaba más cerca de ellos, le clavó la pequeña daga en la garganta y lo despojó de su arma. El líder se soltó de las cadenas y corrió a ocultarse detrás de unas cajas desde donde comenzó a disparar. Los otros dos hombres también se pusieron a resguardo disparando incansablemente.

Pedro y Alonso se refugiaron hacia el fondo de la habitación tras unos tambores de metal vacíos. Al menos ya eran dos contra tres y habían conseguido un arma cada uno para hacerle frente. Pero debían evitar que los sujetos salieran de la habitación y los dejaran encerrados. Alonso disparó a los focos, dejando todo a oscuras y luego se desplazó por una de las orillas sin disparar para no revelar su ubicación en la oscuridad. Pedro hizo lo propio pero en sentido contrario, eso les daría dos frentes de ataque y confundiría a los sujetos.

Con uno de los sujetos en la mira, Alonso disparó directamente a su cabeza, de inmediato una lluvia de balas se vino sobre él obligándolo a esconderse tras unas cajas. Del otro lado Pedro seguía avanzando agazapado en la oscuridad para tener un buen ángulo desde donde disparar. Entre tantas balas, alguna de ellas encendió el combustible que habían rociado dentro de la habitación; el fuego comenzó a expandirse rápidamente mientras los disparos continuaban de ambos lados. Todos estaban atrapados en la habitación y las cajas que contenían municiones comenzaron a estallar por el fuego; las balas silbaban por el aire, hasta que una bala perdida golpeó a Alonso en la pierna.

Pedro se levantó y con certero disparo logró matar al tercer sujeto que se encontraba en un rincón de la habitación. El líder corrió fuera de la habitación, mientras las llamas ya eran peligrosamente amenazantes, Pedro disparó el resto de su carga intentando darle al sujeto mientras huía, pero no lo logró. Las cajas con municiones continuaban explotando y todo podía estallar en cualquier momento. Pedro se acercó a Alonso que estaba tendido en el suelo, lo sujetó por el hombro y ambos comenzaron a avanzar entre las llamas para salir de ese lugar lo antes posible.

Ya habían avanzado gran parte del galpón cuando el sujeto volvió a entrar por el frente disparando una ráfaga de balas sobre ellos. Una de las balas pasó rozando a Alonso quien trastabilló, mientras otra hirió a Pedro en una pierna y ambos cayeron al suelo. Pedro ya no tenía balas sólo confiaba en su habilidad y en la daga que aún llevaba consigo. El hombre al verlos caídos y sin la posibilidad de escapar se acercó confiadamente a ellos sin dejar de apuntarles.

—De una u otra manera ustedes no saldrán de ésta con vida, tal vez las cosas no salieron como yo las esperaba, pero de cierta manera aún me favorece todo esto.

El sujeto levantó el arma lentamente apuntando a Pedro listo para dispararle. A lo lejos seguían escuchándose las pequeñas explosiones y el calor del fuego acercándose se hacía más presente. Las llamas iluminaban la cara del sujeto, sus ojos llenos de ira reflejaban los brillos del fuego a la distancia y una sonrisa de satisfacción se dibujaba en su oscura cara.

El disparo hizo eco en la habitación, los tres permanecieron quietos por un instante hasta que Pedro dejó caer de su mano la daga que empuñaba firmemente. El sujeto dio un paso al costado y luego se desplomó frente a ellos. Pedro estaba estupefacto, al escuchar el disparo no sintió dolor y por un momento se dio cuenta que jamás había pensado en morir de esa manera. Alonso se las había arreglado para apuntarle al hombre con el arma escondida entre sus ropas y afortunadamente había acertado justo a tiempo.

Pero aún no estaban a salvo, el fuego se extendía rápidamente por todo el galpón y la carga de explosivos era un peligro latente. Ambos se ayudaron para levantarse y lentamente caminaron los metros que los separaban de la ansiada libertad. A medida que avanzaban sus fuerzas disminuían pero se daban ánimo mutuamente para continuar adelante. El dolor en ambos era tremendo y sus heridas iban dejando un rastro de sangre atrás de ellos.

Una vez afuera alcanzaron a caminar unos diez metros más apoyados uno en el otro; la lluvia continuaba cayendo alrededor mojando sus cuerpos heridos. La sangre que caía de sus cuerpos se mezclaba con el agua diluyéndose en la oscuridad de la noche. Las llamas a sus espaldas se elevaban unos tres metros por sobre la liviana construcción y mientras ambos contemplaban el infierno que habían dejado atrás, todo explotó en mil pedazos lanzándolos al suelo con mucha fuerza.

Pocos minutos después, se escuchaban a la distancia las sirenas que anunciaban que la ayuda venía en camino. Afortunadamente para ellos ya todo había terminado, el complot y las mentiras que los habían envuelto estaban disueltas. Mientras a sus espaldas las llamas lentamente consumían todo alrededor, en su interior tenían la tranquilidad de haber resuelto todo juntos nuevamente; el caso finalmente estaba cerrado.



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jueves, 14 de febrero de 2013

NOCHE DE LLUVIA



NOCHE DE LLUVIA

Una a una las cajas se acumulaban en la sala de su nuevo hogar, mientras tanto los hombres de la mudanza seguían bajando muebles y otras cosas del camión. Lentamente todos los rincones de su casa eran ocupados hasta no quedar ninguna habitación vacía.

—Es impresionante —dijo Andrés— ver la cantidad de cosas que se pueden acumular al pasar los años.

Ya la tarde del sábado había avanzado mientras el oscuro día se acercaba a su fin. La lluvia intermitente había caído durante todo el día, esa era la primera gran lluvia del invierno y el frío comenzaba a anunciar que esa sería una noche muy helada. A él sólo le importaba dejar armada la cama, ya que el resto de las cosas podían permanecer en las cajas, al menos por ahora.

Había sido un día muy agotador y finalmente tenía un pequeño descanso, se preparó un café, encendió la estufa y se acomodó en el sillón a pensar un rato. Ese cambio era un giro muy importante en su vida. Atrás dejaba un pasado lleno de sin sabores y dificultades, esa era la ansiada oportunidad que estaba esperando para un nuevo comienzo, una vida con nuevos desafíos. Su mayor anhelo era encontrar nuevamente aquello fundamental en su existencia, aquello que lo hiciera pensar nuevamente en el futuro, aún cuando llegar a ese momento le había costado dejar atrás muchas experiencias.

Sentado a la luz de una lámpara, Andrés miraba a su alrededor dando suspiros de cansancio y de nostalgia; mientras afuera la lluvia, que por un momento había parado, volvía a golpear copiosamente la ventana. Una vez recuperadas las fuerzas y el ánimo, él se levantó de su asiento, abrió algunas cajas y colocó algunas cosas en orden en su nueva habitación. Se apresuró a armar y preparar su cama, después de todo el esfuerzo realizado durante todo el día, eso era lo primordial para intentar dormir con tranquilidad.

Por mucho tiempo Andrés había soñado con ese momento y ahora todo era una realidad. Había luchado mucho para estar en su nuevo hogar, había trabajado duro para conseguir armar su nueva vida. Pero sentía la ausencia de la persona a quien más amaba en la vida, su ex novia a quien siempre recordaba y que sabía que nunca olvidaría.

—Hay momentos que no tienen el mismo sabor cuando se está solo —pensaba él en la soledad de su habitación— cuando uno quisiera que esa persona importante compartiera estos momentos.

Eso era lo único que no lo tenía contento, era una ausencia que lo marcaba profundamente y sobre todo porque esa lejanía en sus vidas, pudo haberse evitado en algún momento. Ambos querían volver a estar juntos pero las circunstancias, las diferencias de opinión y el orgullo principalmente se los impedía. Al final cada uno vivía su vida esperando que el otro diera el primer paso.

Ya eran las tres de la madrugada y Andrés despertaba a intervalos, la noche estaba más fría y húmeda que nunca. Hacía pocos minutos que había parado de llover dando una pausa a esa tempestuosa noche. El vaho de su boca tomaba forma con cada aliento de su respiración y se estiraba en la oscuridad de la habitación con sus largos suspiros.

Mientras los pensamientos atormentaban sus sueños, el teléfono sonó como un estruendo rompiendo el silencio de la noche, él despertó sobresaltado, nada hacía suponer que tras largos meses de no estar en contacto con ella, en ese momento volvería a tener noticias de ella. Lamentablemente la llamada no era nada alentadora. Ella había tenido un terrible accidente de tránsito y había sido trasladada a una clínica de urgencia. El nombre de Andrés estaba en la agenda de ella como el número al cual llamar en caso de emergencias.

Respondiendo al llamado él se vistió lo más rápido que pudo y se mojó la cara para despertar de su somnolencia; tomó las llaves, su celular y salió al tiempo que la lluvia volvía a caer sobre la ciudad. Su corazón estaba totalmente agitado, sus manos sudaban como si estuviera tendido al sol del verano, pero el frío penetrante le recordaba que estaba en medio del invierno. Su mente estaba muy confundida, después de tantos meses de distancia él sólo esperaba poder verla una vez más con vida.

A pocas cuadras de camino, la ventisca y el aguacero le nublaban la visión, los goterones de lluvia se acumulaban sobre el parabrisas haciéndole muy dificultoso manejar correctamente. Pero Andrés, en su loca carrera por llegar pronto a su destino, comenzó a desatender las señales de tránsito, sólo le importaba estar lo antes posible a su lado. Sólo media hora los separaba de estar juntos otra vez, media hora para verse cara a cara nuevamente o al menos esa era la esperanza que él llevaba en su corazón.

Pero a la mitad de su recorrido, al llegar a una curva muy cerrada; el vehículo perdió agarre por el pavimento mojado y comenzó a derrapar de costado. Mientras él hacía su mayor esfuerzo por mantener firme la dirección y enderezar el vehículo; el auto sin control continuó girando y se volcó a un costado del camino. Andrés estaba aturdido, mirando la lluvia caer a su alrededor, mientras en su mente sólo estaba la imagen de ella, de su hermosa y dulce cara, con ese recuerdo finalmente perdió el conocimiento.

La ambulancia lo trasladó coincidentemente a la misma clínica donde ella estaba interna. La camilla era conducida a través de los pasillos directamente a la sala de urgencias. Mientras los gritos del personal se mezclaban con los ruidos de las máquinas, todo estaba listo para asistirlo, todo estaba preparado para intentar salvarle la vida a ese imprudente enamorado.

Quizás ella nunca sabría lo que él había hecho esa noche para intentar llegar a su lado, ya que sólo dos pisos más arriba, ella aún se encontraba debatiéndose entre la vida y la muerte. Mientras en la sala de urgencia los médicos, anestesistas y enfermeras estaban preparados para comenzar a operarlo. Andrés había perdido demasiada sangre en el accidente y la baja presión arterial era el gran problema en la mesa de operación. Los minutos avanzaban y los instrumentos quirúrgicos pasaban de mano en mano. Cortaban y suturaban su piel; drenaban la sangre de las heridas, limpiaban y suturaban nuevamente.

Los minutos pasaban mientras su pulso se mantenía muy inestable, aunque todo parecía normal y los cirujanos continuaban con la operación. Irónicamente en ese momento él estaba en la misma sala de urgencias donde había estado ella. De improviso el pitido ensordecedor de los instrumentos comenzó a sonar alertando a los doctores y al personal que su estado empeoraba; su respiración y su pulso se detenían por completo. Ellos hacían todos los esfuerzos para revivirlo pero nada lo traía de vuelta. Trajeron el desfibrilador para intentar reanimarlo.

—Uno, dos, tres..., despejen..., otra vez…

Dos, tres choques eléctricos y nada daba resultado. Mientras Andrés a lo lejos lograba escuchar todo ese ruido a su alrededor, como si estuviera en un viaje lejano o un sueño muy profundo. Creyendo que al fin despertaba abrió los ojos y se vio ahí postrado, tendido en esa ensangrentada camilla, mientras a su alrededor los médicos y enfermeras continuaban haciendo todos los esfuerzos posibles por salvarle la vida.

De pronto sintió su cuerpo flotar hasta llegar al techo, la sensación era increíble; se sentía muy a gusto, libre del peso de su cuerpo, lejos del intenso dolor que sentía y de las ataduras de la carne. Hasta ese momento no lo había asimilado, pero poco a poco comenzó a darse cuenta de lo que realmente sucedía; eso no era un sueño, su alma flotaba en la habitación y su cuerpo yacía tendido en esa camilla.

En ese momento, algo que era totalmente absurdo en esa situación sucedió, Andrés comenzó a sentir el grato aroma de su amada. Ese dulce perfume con el que tantas veces despertó abrazado a ella, ahora invadía toda la habitación. Sin duda que ese inconfundible aroma sólo podía ser de su fragancia. Todos los gratos recuerdos junto a su amada venían a su mente como un torbellino, en ese momento de desesperación. Si al instante de la muerte, dicen que la vida pasa frente a los ojos, en ese momento ella era lo único que venía a sus recuerdos; ella era toda su vida. La intensidad de la fragancia se hacía cada vez más fuerte en sus sentidos, era como un lazo irrompible que lo sujetaba a la vida. Mientras más aumentaba el agradable aroma, más imágenes de sus inolvidables y especiales momentos juntos llegaban a él.

Con una sorpresiva sensación de vértigo sintió su forma flotante que estaba a la altura del techo, caer raudamente hacia su inerte cuerpo que estaba postrado en la camilla y abriendo los ojos gritó:

— ¡Mi amor...!

Su corazón estaba en extremo agitado, su cuerpo estaba totalmente mojado en sudor, la oscuridad invadía la habitación y sus ojos. Mientras Andrés recobraba el aliento, poco a poco comenzó a darse cuenta de que todo había sido un sueño. Una tétrica y macabra pesadilla en la cual se había envuelto. Encendió la luz y sus ojos entre abiertos desconocieron su nueva habitación, pronto la agitación comenzó a diluirse y recobró el sentido de su realidad. Por largos minutos se quedó contemplando el techo de la habitación, pensando sólo en ella, mientras afuera el viento silbaba agitando fuertemente las ramas de los árboles. Al fin el sueño comenzó a pesar sobre sus ojos nuevamente y se durmió con el pensamiento de su amada presente.

Al día siguiente Andrés despertó muy animoso, aunque al ver tal desorden alrededor, decidió salir y postergar las largas horas de desempacar y ordenar. El día estaba oscuro y las nubes amenazantes dejaban caer sus gotas intermitentes cada cierto tiempo. Pero eso no lo desanimaba, sólo llevaba una idea fija en su mente, necesitaba encontrar la manera de invitar a su ex novia a cenar. Él se preguntaba cómo comenzar a reconstruir aquella relación nuevamente después de meses de separación. Para Andrés ese extraño sueño la había traído de vuelta a su vida y estaba más presente que nunca en sus pensamientos, estaba más profunda en su corazón de lo que jamás antes estuvo.

— ¿Qué pasaría si le mando un mensaje a su celular?

A esa altura él no tenía nada que perder, si había algún mínimo interés de parte de ella seguramente le contestaría, si no había respuesta, simplemente él seguiría adelante con su nueva vida. Tan inesperada fue para Andrés la respuesta de ella, como debió haber sido para ella el mensaje de él. Y de esa manera, con la simpleza de las palabras, ya estaban comunicados nuevamente.

—Estoy inaugurando mi casa nueva ¿aceptarías cenar conmigo esta noche?

Ella aceptó su invitación a los pocos minutos y con algunos mensajes más, ya estaban de acuerdo en la hora en que Andrés la pasaría a buscar. Él pensaba que ese sería el momento propicio para reconciliarse, la instancia para volver a estar juntos como antes, dejando atrás todas sus diferencias. Desde ese momento su corazón anhelaba con todas sus fuerzas que el día pasara rápido para estar con ella.

Él dedicó el día completo a ordenar y desempacar lo que le faltaba, mientras cada detalle y cada instante de la futura velada pasaba mil veces por su mente. Las horas corrieron rápido y sabía que algunas cosas no las alcanzaría a ordenar. Mientras movía todo lo que estaba aún embalado para apilarlo en un rincón de la habitación, se encontró con una caja muy especial. Él sabía perfectamente lo que había colocado en ella. Sabía que contenía las fotos y recuerdos que por tanto tiempo compartieron juntos.

Su corazón palpitaba con más fuerza de sólo sostenerla en sus manos; la abrió con mucho cuidado y comenzó a traer a su memoria cada instante compartido con ella. Cada día que habían vivido juntos, cada momento de felicidad estaba impregnado en todo lo que había en su interior. Su corazón se llenó de alegría al pensar que estaba a sólo pocas de poder verla nuevamente. Los minutos pasaron de manera infinita, mientras él permanecía viajando en el tiempo a lugares lejanos y sentimientos renacientes.

Al ver que la hora se acercaba, Andrés cerró la caja nuevamente y escribió con un plumón en el exterior, el nombre de su amada. Tras terminar de arreglar algunos detalles, darse una ducha y vestirse para la ocasión, lo último que quedaba por hacer era ir por ella.

Salió en su auto rumbo a su casa, la lluvia había comenzado a bañar nuevamente las calles de la ciudad. Sin duda que esa sería una velada al son de las gotas danzantes. Sólo esperaba que en esa noche helada y húmeda se mantuviera el fuego encendido en su corazones. Mientras conducía por las calles, sentía nuevamente los mismos nervios de su primera cita con ella. Era como si el tiempo hubiera vuelto atrás y trajera de regreso a su piel todas esas sensaciones que se mantenían latentes, guardadas en el baúl de los recuerdos inolvidables.

Por los parlantes de su auto se escuchaba música romántica, tal como lo ameritaba esa velada soñada junto a ella. Sobre el parabrisa caía una lluvia cada vez más intensa que le levantaba una suave bruma que nublaba el camino. Sus manos estaban heladas por los nervios, ni siquiera la calefacción del auto lograba subirle la temperatura. Sólo esperaba llegar luego y estrecharlas en sus brazos. Sabía que al cruzar sus miradas nuevamente, todo sería como un sueño, como si nunca hubieran estado lejos. Mientras sus pensamientos volaban lejos,  recibió un mensaje de ella en su teléfono.

—Por favor no te enojes pero surgió un inconveniente, dejémoslo para otro día, te quiero mucho.

Él sintió un pálpito de desconcierto en su corazón, como si la helada noche se le viniera encima. Pero Andrés sabía que ella no era de las mujeres que inventaban excusas, si en verdad necesitaba retrazar ese encuentro es porque realmente había algo que se los impedía esa noche. Con la urgencia de responderle lo antes posible para que ella supiera que estaba de acuerdo en aplazarlo unos días, Andrés comenzó a escribirle un mensaje a su celular. Tan concentrado estaba en escribir una amable respuesta, que descuidó toda señal en su camino.

Las gotas de lluvia golpeaban el parabrisas mientras las luces de la calle y otros vehículos se multiplicaban en los reflejos acuosos de la noche. La luz roja cayó frente a sus desprevenidos ojos y Andrés se atravesó delante de una camioneta. Por más que intentó esquivarla ya era demasiado tarde. Los neumáticos patinaron en el pavimento y la camioneta golpeó su auto directamente en el costado. Con la velocidad que llevaba, su vehículo salió despedido hacia un costado y volcó sin control dando vueltas por varios metros hasta detenerse.

En esos instantes toda su vida pasó frente a sus ojos en cámara lenta. La sensación era muy similar a la que había experimentado en su pesadilla, sólo que esta vez estaba seguro de estar despierto. Andrés estaba atrapado entre los fierros retorcidos, mientras el dolor de su cuerpo se extendía desde su cabeza hasta sus piernas; él sentía como fluía la adrenalina por todo su ser y la falta de aire al respirar. El auto estaba con el techo hacia el pavimento con los vidrios totalmente destrozados. Sus piernas estaban atrapadas por la carrocería, sentía sus costillas aprisionadas contra el volante y la bolsa de aire había golpeado su cara fracturando su nariz.

Andrés sentía el sabor de la sangre tibia pasar por su garganta, mientras aún tenía la vista nublada por el golpe. Miraba a todas partes intentando enfocar la mirada para poder encontrar su teléfono; en ese instante de desesperación sólo quería llamarla y escuchar su voz una vez más, o al menos terminar de enviar el mensaje que le había escrito. Pero sus esfuerzos infructíferos se desvanecían con su conciencia. Sus fuerzas se empequeñecían, sus ojos se nublaban cada vez más y a la distancia la lluvia se confundía con el murmullo de las personas a su alrededor que intentaban socorrerlo. Ni siquiera tenía fuerzas para pedir ayuda.

Sentía en el extremo de sus dedos, la textura viscosa de la sangre goteando por su mano hasta caer al pavimento mojado; allí se diluía su rojizo tinte hasta perderse entre los charcos de agua de la calle. Mientras las imágenes reales a su alrededor se desvanecían paulatinamente, la silueta de su amada aparecía ante sus ojos hablándole y dándole ánimo para salir adelante. En medio de la oscuridad de la noche la imagen resplandeciente de ella lo mantenía aún con vida, a pesar de su gravedad. Poco a poco el peso de su cuerpo se hacía cada vez más liviano; recordó en ese momento aquella misma sensación de su sueño, cuando su alma se desprendía de su ser.

—No quiero morir ahora —se decía con dolor y angustia— no ahora que estábamos más cerca otra vez.

Andrés ya no sentía nada en su cuerpo y la visión de su amada lentamente comenzó a esfumarse y le daba la espalda. Sus palabras lentamente se alejaban y el resplandor de su silueta desaparecía en el oscuro horizonte. Todo cuanto pudo querer recobrar era ahora una fantasía inalcanzable. Sólo segundos de distracción, unos instantes de desconcentración cobraban en ese momento la cuenta de una vida plena y esforzada.

Dicen que uno sabe cuando el alma esta pronta a partir y al parecer esa era la sensación que él sentía. Las lágrimas más amargas cayeron por su cara hasta perderse en la lluvia y su corazón lentamente desfallecía. Su respiración se adelgazaba mientras sus ojos comenzaron a navegar en un mar profundo y sin retorno.

—Hubiera querido una vez más haber escuchado su dulce voz, haber estrechado sus brazos y haberla besarla en los labios como siempre lo hacía.

Aunque realizaron todos los esfuerzos por sacarlo con vida de entre los fierros aplastados, su luz se había ido fugazmente esa noche oscura y lluviosa de invierno.

Por algunos días el teléfono de Andrés recibió varios mensajes de ella; hasta que finalmente al no haber respuestas, ella pensó que él ya no le respondería. Quizás era mejor dejar las cosas como estaban, aunque no perdía la ilusión de que pronto se le pasara la molestia de no haberse juntado ese día y volvieran a intentarlo otra vez.

No fue hasta una semana después de lo sucedido, que ella se enteró de la trágica noticia. La familia de Andrés que había recibido sus pertenencias después del accidente, la contactó para entregarle aquella caja que llevaba su nombre escrita con plumón. Ella no podía dar crédito a lo sucedido, su corazón se partía en mil pedazos y no había llanto capaz de sacar de su ser tanta amargura. Ahora sólo le quedaban esas fotos y esos recuerdos que él había guardado para ella. Tesoros perdidos en el tiempo, imágenes lejanas de una felicidad eterna que se esfumaba para permanecer viva solamente en la memoria y en el corazón.



Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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lunes, 11 de febrero de 2013

CAMINO A LA RESIGNACIÓN



CAMINO A LA RESIGNACIÓN


Virginia era una mujer moderna con sus metas muy claras en la vida, siempre privilegió el éxito profesional por sobre la familia y siempre postergó sus aspiraciones personales por consolidarse como una mujer exitosa e independiente. Pero después de un largo día de trabajo, al llegar la noche, estaba sola y con sus anhelos sumergidos en el laborioso día por venir. Los fines de semana eran casi un castigo para ella, tanto tiempo libre y las ganas vivas de que llegara pronto el lunes; y si tenía la oportunidad de realizar algún viaje de negocios, era la mujer más feliz del mundo. Su trabajo era casi una obsesión enfermiza y descontrolada.

Ese martes de febrero no sería la excepción. Después de un agotador día de trabajo, apenas se dio tiempo de pasar por su departamento, darse una ducha y recoger la maleta que ya tenía lista desde el fin de semana. Sería un largo viaje de negocios a otra ciudad y estaba ansiosa de salir y cambiar de aire.

Ya era de noche cuando se la escuchó cerrar la puerta de su departamento y encaminarse por el pasillo hasta su auto. El tic toc de sus tacones hacía eco en el pasillo antes de subir al ascensor. Un zumbido apagado recorría de extremo a extremo el corredor hasta la recepción; eran las ruedas de su cara maleta siendo conducida por el pasillo hasta salir por el umbral del edificio.

Mientras la gente común y corriente ya se encontraba en sus casas para descansar, ella comenzaba su largo viaje. Eran las nueve de la noche y le darían la una o quizás las dos de la madrugada cuando arribara al hotel que había reservado. Por supuesto que no era nada por debajo de las cuatro estrellas, con un buen servicio de habitación y todas las comodidades que ella exigía.

Si bien parecía algo descabellado manejar de noche para una reunión que recién tendría al día siguiente; era muy práctico trasladarse de noche evitando el stress de la mañana y llegar a descansar lo suficiente para recuperar fuerzas. Así también podía comenzar temprano sus labores y no estar con la mente sumergida en un viaje matutino.

Ella conducía su vehículo por la carretera, en la radio tocaban una agradable música y en su mente repasaba su agenda de trabajo para el día siguiente. Las reuniones y los compromisos financieros que debía cubrir, los cheques por pagar y cada actividad a desarrollar estaban muy bien organizadas.

Luego de tres horas de viaje, sintió la fatiga de un largo día de trabajo. Poco a poco el cansancio le jugaría una mala pasada. Varias veces su cabeza dio contra su pecho en un peligroso vaivén, sus ojos se colocaban pesados y somnolientos. La monotonía del camino iluminado levemente por las luces de su vehículo, hacía del viaje una aventura poco agradable.

Ya eran más de las doce de la noche y aún le quedaba poco menos de la mitad del recorrido por avanzar. La señal de radio ya no era tan buena, la altura de los cerros por los que atravesaba la carretera bloqueaban a intervalos la señal. Sacó de la guantera del auto un CD con música variada para amenizar el viaje y subió el volumen esperando ahuyentar el sueño persistente que la envolvía.

La fórmula dio resultado por algunos minutos, pero sin darse cuenta, comenzó nuevamente a caer en ese peligroso letargo. Sus párpados caían pesadamente y le costaba trabajo volver a abrirlos. Su cabeza se balanceaba con un ritmo oscilante, inesperado y aletargado, mientras los músculos de sus brazos se tensaban de vez en cuando al sentir que la cabeza se iba hacia delante.

Finalmente sin darse cuenta, se durmió mientras manejaba. Por suerte al desvanecerse sus brazos permanecieron rígidos levemente inclinados hacia la derecha, en ningún momento aceleró, sino que sacó los pies de los pedales y el vehículo se fue inclinando lentamente hacia la berma. El auto se apegó a un costado del camino y con la inercia del movimiento siguió avanzando, botó la alambrada que cercaba una parcela de girasoles; y lentamente se internó en el plantío hasta detenerse y quedar cubierto por completo por las varas de más de metro y medio de alto.

Toda la noche estuvo allí en medio de la plantación, afortunadamente no era invierno ni era un lugar frío, sino hubiera muerto congelada en la madrugada. Lentamente comenzó a aclarar, el sol iniciaba su ascenso vertical tras las montañas y los capullos de girasoles levantaban sus cabezas para mirar hacia el resplandeciente astro que comenzaba a iluminar la mañana. El desfile de miradas amarillas lentamente se enfilaba hacia el este e iría en ascenso hasta muy entrada la mañana.

Virginia despertó muy sobresaltada rodeada de tallos verdes en todas direcciones y tardó un buen rato en darse cuenta de lo sucedido. Intentó arrancar el auto pero ya no tenía batería. Abrió la puerta del auto con dificultad, empujando con todas sus fuerzas hacia fuera para hacerse un espacio por donde salir. Al primer paso en la tierra, sus zapatos caros de tacón se hundieron en el barro del plantío. Seguramente habían regado el día anterior.

Con mucha dificultad salió a la carretera siguiendo las huellas dejadas por el vehículo al internarse al plantío. Su celular también estaba descargado y con el apuro por salir de allí olvidó sacar su cartera del auto. Eran alrededor de las nueve de la mañana y su mayor preocupación era los compromisos de negocios para ese día.

La carretera era muy solitaria y transcurrió mucho tiempo sin que pasara ningún vehículo. Entonces decidió caminar hasta encontrar alguna casa o algún lugar donde conseguir ayuda. Al fin una patrulla caminera apareció en la ruta, los dos policías la encontraron caminando por la berma con los zapatos en la mano.

El más gordo de los dos era quien conducía el vehículo, tenía unos treinta y cinco años y era el de mayor rango. El otro parecía recién salido de la academia y se veía delgado y enclenque, al menos mucho más delgado de lo normal. Ambos descendieron del auto y Virginia les contó inmediatamente lo sucedido; ellos la hicieron subir en la parte trasera del vehículo para llevarla a la tenencia.

Mientras iban de camino, ella continuaba relatándoles todo lo acontecido; ellos la escuchaban sin decir palabra y sin mostrar sorpresa por lo que ella las relataba. Llegando a la tenencia amablemente la hicieron pasar a una sala solitaria; sin muebles, sin ventanas, ni siquiera alguna revista para entretenerse, sólo había un sofá de espera que decoraba la habitación. Ella tomó asiento pensando que pronto volverían para ayudarla.

Los minutos pasaban y pasaban mientras ella esperaba sola en ese cuarto y comenzó a inquietarse bastante, miró su reloj y ya eran las once de la mañana. Había perdido su primera reunión y luego debía ir al banco porque tenía cheques que depositar. Fue en ese momento recién que se dio cuenta que no había bajado su cartera del auto. El pánico la embargó, sus manos comenzaron a sudar, el estómago se le apretó y sintió que por un instante se desmayaría.

Rápidamente se acercó a la puerta para ver si alguien podía venir a atenderla, pero al girar la perilla para abrirla e intentar salir al pasillo, se dio cuenta que la puerta estaba cerrada. Comenzó a golpear y a gritar para llamar la atención de alguien que la escuchara, pero nadie vino a verla. Sus manos ya le dolían de tanto golpear la puerta de madera y su agotada paciencia ya estaba a punto del colapso nervioso. Estaba perdiendo tiempo valioso de su agenda de trabajo y ni siquiera había podido avisar a alguien donde se encontraba.

Al fin se escuchó el cerrojo deslizarse y la puerta se abrió. El policía obeso que la había traído desde la carretera entró primero, seguido de dos hombres vestidos como enfermeros.

—Ella es —dijo el policía, señalándola con su dedo regordete.

Los hombres entraron y la guiaron hacia fuera llevándola del brazo a través del pasillo, algo confundida pero sin oponer resistencia ella los siguió. Todo era muy extraño, Virginia les hablaba de sus reuniones y de como se había quedado dormida conduciendo, pero ellos se miraban sin responder y sonreían. Finalmente llegaron al estacionamiento a una camioneta blanca.

—Suba señora —le dijo uno de ellos mientras abría la puerta.

—Pero dónde vamos —replicó ella asustada.

—Sólo suba…

Ella presintiendo que algo no andaba bien, comenzó a gritar desesperadamente e intentó alejarse de ellos. Uno de los sujetos la abrazó firmemente mientras Virginia forcejeaba y daba de patadas al aire intentando liberarse. El otro hombre se acercó con una jeringa en la mano y eludiendo hábilmente los elegantes zapatos negros de ella, le inyectó un sedante que la durmió.

Más de media hora permaneció sedada y comenzó a despertar sobre una cama en el suelo. Mirando alrededor pudo darse cuenta que la habitación de paredes blancas no poseía ningún mueble. El techo era alto como de unos tres metros de altura y al mirar hacia arriba, pudo ver una pequeña ventana cerrada que dejaba entrar algo de sol. Luego se miró la ropa y su elegante tenida había sido reemplazada por unos trapos anaranjados, similar a un overol de obrero, estaba sola y confundida en aquel cuarto sin saber dónde.

Virginia comenzó a gritar con todas sus fuerzas para que alguien viniera; su histeria y su desesperación iban en aumento, hasta que comenzó a golpear la puerta. No podía entender nada de lo que estaba pasando, nadie le decía nada, simplemente la levaron allí sin explicaciones. Más y más fuerte eran sus gritos y golpeaba las murallas, la cama y por todos lados.

Nuevamente entraron los dos enfermeros para intentar controlarla.

—Por favor cálmese o tendremos que sedarla nuevamente.

Esto debe ser un error, yo no he hecho nada malo, sólo me quedé dormida mientras manejaba… Por favor déjenme llamar a mi jefe para que le explique que sólo vine en viaje de negocios.

Al ver que uno de ellos traía una inyección en la mano para sedarla, apegó la espalda contra la muralla y comenzó a llorar histérica. Sus brazos se movían en todas direcciones mientras sus lágrimas caían por sus blancas mejillas. Mientras, gritaba y forcejeaba con ellos pidiendo una explicación; vio en sus uniformes una insignia. Seguramente era del lugar donde la tenían: H.P.S.A, Hospital Psiquiátrico San Alfonso. Virginia abrió unos ojos como si se le fueran a escapar de la cara, el pánico se apoderó de ella. Intentaba soltarse mientras les insistía que era un error, que ella no debería estar allí; entonces la inyectaron y lentamente el sedante hizo efecto hasta quedar completamente dormida.

Eran cerca de las dos de la tarde cuando Virginia despertó nuevamente recostada en la cama y aún mareada por el sedante. A la habitación entró una doctora.

—Estoy aquí para ayudarte —dijo con voz suave y mirada confiable.

La doctora de unos cuarenta y cinco años, llevaba una ficha médica en las manos y vestía una bata blanca con los dos primeros botones desabrochados, que permitían ver un suéter delgado color verde pistacho. En el bolsillo del lado derecho llevaba la insignia del hospital que ya había visto anteriormente en los auxiliares y del lado izquierdo venía bordado su nombre: A. Valencia.

—Necesito que me respondas algunas cosas sobre ti para conocerte —dijo la mujer antes que Virginia dijera algo.

Virginia asintió con la cabeza y se acomodó levemente sobre la cama, aún se sentía mareada por el sedante.

— ¿Cómo te llamas?

—Virginia Opazo.

— ¿Qué edad tienes?

—Veintiocho años.

— ¿Soltera, casada… con hijos?

—Soltera, sin hijos y si quiere saber más, tampoco tengo novio por ahora, no tengo tiempo para una relación en este momento… —ya comenzaba a molestarse.

— ¿En qué trabajas?

—Soy asesora financiera para grandes empresas.

Virginia contestaba todas las preguntas con mucha convicción.

— ¿Por qué estas aquí?

Se quedó en silencio un momento sin saber si responder cual era el motivo de su viaje o por qué creía que la habían llevado a ese lugar. Virginia miró a la doctora con molestia y respondió:

—Creo que me han confundido con alguien más, yo iba a una reunión de negocios y me quedé dormida mientras manejaba, salí a pedir ayuda...

Pero antes que prosiguiera con el relato la doctora la interrumpió.

—Si lo sé... Sé toda la historia de cómo llegaste aquí, lo que te pregunto es, ¿Por qué estas aquí, en este hospital y no en otro lugar?

Ella la miró confundida, no entendía el sentido de la pregunta.

—Mira te lo preguntaré de otra manera ¿Tienes algo que certifique que eres quien dices ser? ¿Alguna persona que pueda venir a verte? ¿Algún número de teléfono que nos ayude a contactar a alguien que te conozca?

De una manera extraña,  Virginia sintió que en su mente ninguna de esas preguntas tenía respuesta, que realmente no era capaz de darle un número telefónico.

—En este momento no recuerdo ningún número, pero mi cartera quedó en el auto y allí está mi identificación, mis tarjetas de crédito, mi agenda y mi teléfono…

Virginia se quedó en blanco un momento, por algún motivo extraño no recordaba direcciones, ni nombres de conocidos, ni números telefónicos. Todo lo que ella afirmaba con tanto ímpetu momentos antes, en un instante ya no lo sentía tan real. Se inclinó en la cama y apretando los puños comenzó a llorar.

—Quiero descansar —dijo ella entre llantos— Quiero tener paz para encontrar las respuestas que necesito.

Desde ese día Virginia permaneció recluida en ese centro hospitalario. Habían pasado cuatro meses desde su ingreso y las respuestas que anhelaba encontrar, ya no tenían ninguna importancia para ella. Comenzó a perder el interés por saber de dónde venía y quién era realmente. Ya no le importaba saber si lo que ella creía, era como lo sentía en su corazón o verdaderamente tenía un problema mental por el que estaba allí encerrada.

Cada día pretendía vivir esos momentos de su vida y disfrutar de su estadía en ese lugar. Ya no tenía sentido buscar las respuestas, para qué, si no sabría qué hacer con ellas, no sabría qué decir o cómo asimilarlo todo. Ese día al cumplir los cuatro meses, en la evaluación periódica que le realizaba la doctora Valencia, dijo:

—No quiero buscar más respuestas para mí, sólo quiero disfrutar mi vida aquí.

— ¿Estás segura Virginia?

—Si doctora, creo que es una pérdida de tiempo intentar encontrar algo en mi mente cuando no tengo ninguna certeza de que llegue a lograrlo, para mí es muy difícil asumir que soy alguien sin pasado, pero creo que es lo mejor para sentirme bien cada día y avanzar.

La doctora la miró con compasión, pero aún extrañada por su modo de querer enfrentar su situación. Esa fue la última vez que la vio llorar tan amargamente al hablar de su pasado perdido. A partir de ese día fue otra mujer la que vía en los pasillos; una mujer alegre, presta a ayudar a los demás pacientes y siempre sonriendo. Quien la viera no hubiera pensado que se trataba de una paciente sino de una enfermera más.

El tiempo pasó rápidamente y las cosas siguieron de la misma manera en la vida de Virginia. Como no conocían su verdadera fecha de cumpleaños, a ella y a cualquiera en su situación, les celebraban el día de su ingreso al hospital. Ese día Virginia cumplía dos años de estadía en ese lugar y lo celebraron cantándole y con torta para el desayuno y uno que otro regalo del personal del hospital.

Ella se había ganado el cariño y la confianza de todos, la doctora entraba a su habitación sin tener que cerrar la puerta. Era una paciente modelo que jamás había dado problemas; era muy tranquila y nunca había sido violenta. Mostraba una total resignación a su situación, una total entrega a no saber nada de su vida pasada y no pretendía irse jamás de ese lugar.

Todos esos factores, más su conducta solidaria con el resto de los pacientes, le otorgaron privilegios que otros no tenían. Ella podía moverse por todas las instalaciones con toda libertad y sin que nadie se lo impidiese. Incluso en varias ocasiones la doctora Valencia había presentado su caso ante la comisión aludiendo que lo de ella era un severo caso de amnesia y no un trastorno mental. Pero mientras no se encontraran familiares o se supiera su verdadera identidad, ella debía seguir recluida allí.

Cuando todo comenzó la policía encontró su auto en el lugar que ella les había indicado, pero no encontraron ningún bolso, cartera o documento que les indicara que ella era la dueña del vehículo. Por el número de patente se supo que el auto estaba a nombre de Benjamín Opazo, pero en la dirección que indicaba el registro del vehículo nadie lo conocía a él o a ella.

Su foto fue publicada en los medios de prensa pero nadie dio pistas o indicios de quien era realmente ella. Todo esfuerzo cesó el día que Virginia solicitó no buscar más respuestas en su pasado.

Ese día de noviembre transcurrió normalmente como cualquier otro. Al llegar la noche, la doctora Valencia hacía el recorrido habitual de la última ronda antes de irse a su casa. Normalmente ese recorrido se realiza en pareja, pero ese día dos de las enfermeras habían faltado, así que se vio obligada a hacerlo sola. Avanzó por el pasillo asomándose por la ventanilla de cada paciente y anotando en la ficha. Pasó frente a la puerta de Virginia y al verla dormida prosiguió revisando las otras habitaciones. Casi al llegar al final del pasillo frente a la penúltima puerta, recibió un fuerte golpe en la cabeza y cayó al suelo aturdida.

El golpe seco se apagó en la oscuridad del largo pasillo y la doctora era arrastrada por el piso hasta la habitación de Virginia. Sin encender la luz de la habitación, le quitó el delantal blanco y las llaves que le darían acceso a la oficina de la doctora. Virginia asomó la cabeza sigilosamente fuera de su habitación por el pasillo y al ver que no había nadie, salió caminando presurosa en dirección a las oficinas. Primeramente debía sortear la puerta del ala norte, de la que llevaba la llave en la mano.

Una vez traspasada la puerta, volvió a cerrarla y se encaminó hacia las oficinas, afortunadamente cada puerta tenía una placa exterior que indicaba el nombre del doctor a quien pertenecía. Llegó frente a la oficina de la doctora y giró la perilla de la puerta para verificar que estaba cerrada y que no hubiera nadie más allí. Giró la llave y entró en la habitación buscando a oscuras la ubicación del interruptor. Encendió la luz y cerró la puerta de la oficina. En los cajones del escritorio encontró una agenda, la cartera y las llaves del auto de la doctora, tomó del perchero un largo abrigo negro, que aunque no era de temporada, le ayudaba a cubrir el vistoso uniforme anaranjado del hospital.

Salió de la habitación con mucho cuidado y se encaminó por el pasillo hacia una puerta trasera que daba directo al estacionamiento. La puerta estaba abierta y al salir al patio sintió la agradable brisa de noviembre que acariciaba su cara. Después de dos largos años nuevamente podía sentir el aire rozando suavemente su cara fuera de las instalaciones del hospital. Por más confianza que le hubieran tenido, estaba estrictamente prohibido que los pacientes salieran al patio ya que no contaban con un sector acondicionado para ellos.

Poco pudo disfrutar esa sensación de libertad porque sabía que tenía poco tiempo para escapar sin ser descubierta. Apretó el botón de la alarma del auto para saber cual de todos era el de la doctora. El sonido agudo se escuchó claramente a mitad del estacionamiento, Virginia se apresuró a subir y arrancó el motor sin problemas. Tomó aire profundamente y emprendió su fuga. Sólo debía pasar el control de la entrada y estaría afuera. Aceleró suavemente por la calle, y antes de llegar a la caseta de control, la barrera se levantaba dejándole el camino despejado. La confiada rutina diaria de todos en ese hospital, nuevamente le facilitaban la huída; tanto la doctora, como las enfermeras y ahora los guardias hacían sus funciones tan mecánicamente que nadie pudo predecir que Virginia se escaparía en algún momento.

El auto cruzó la línea imaginaria que lindaba el hospital con la calle, Virginia era libre al fin, ya no era parte de ese lugar que le había quitado dos años de su vida. Mientras avanzaba por las calles colindantes, a lo lejos se escuchó el sonido de la alarma de las instalaciones, pero ella no las pudo escuchar, estaba muy emocionada como para poner atención a otras cosas. Sólo intentaba orientarse para saber qué dirección tomar, aceleró y condujo el vehículo con dirección a la carretera. No volvería a la ciudad de donde venía hace dos años y tampoco permanecería aquí, había decidido continuar hacia el norte.

Mientras tanto en el hospital todo había sido descubierto. La enfermera encargada de recibir el turno de la doctora Valencia, extrañada por la demora en la entrega de las llaves, se aventuró a recorrer los pasillos en su búsqueda. Al llegar frente a la habitación de Virginia, encontró la puerta entre abierta. Al encender la luz encontró a la doctora tendida en el suelo. Si hubiera sido una cárcel se activaría la alarma de fuga y se desplegarían los escuadrones para detener a los presos que se escapaban. Pero esto era un hospital y la enfermera corrió a activar la alarma de incendio para alertar a los guardias que algo estaba sucediendo.

Si bien Virginia no llevaba muchos minutos de ventaja desde su escape hasta que sonara la alarma, la pregunta era ¿serían capaces de capturarla? Lo primero que hicieron junto con atender a la doctora fue verificar que su vehículo había sido robado desde el estacionamiento. El guardia de la caseta recordó haber abierto la barrera pensando que era la doctora quien se retiraba. A los pocos minutos la policía ya estaba en el lugar y estaba al corriente de los detalles de la fuga. Por radio se alertó de lo sucedido compartiendo las características del auto robado y de la persona que lo conducía.

Virginia por su parte manejaba despreocupada como ajena a todo lo hecho los minutos anteriores. Por varios kilómetros avanzó sin encontrar obstáculos y se detuvo en una gasolinera para cargar combustible. Rápidamente revisó la cartera de la doctora en busca de dinero, llenó el estanque del vehículo y luego pasó a comer algo al casino que existía allí. Actuaba de la manera más normal del mundo, como si su mente se hubiera desconectado por dos años y ahora volviera a la noche aquella en que emprendía su viaje.

Con una tranquilidad increíble, pidió un café cortado y un sándwich con pasta de ave con pimiento. Consumió lo pedido pausadamente y luego pagó la cuenta para dirigirse nuevamente al auto. Apenas alcanzó a llegar a él sin subirse, cuando de la nada aparecieron dos policías que la tomaron por los brazos como si fuera un criminal peligroso.

— ¡Suéltenme! debo llegar al hotel donde hice mi reserva… mañana tengo una importante reunión de negocios y no puedo faltar…

Ella continuaba gritando sin parar, la esposaron y la llevaron de los brazos hasta que la subieron a la patrulla policial. Mientras era llevada de vuelta al hospital ella no paraba de gritar y llorar, repitiendo constantemente cada palabra dicha hace dos años atrás, como si en su mente el tiempo se hubiera detenido.

—Yo no he hecho nada malo, sólo salí a tomar algo de aire y a comer algo. Mi cartera está en mi auto por favor revíselo… Llame a mi jefe él le dirá quien soy…

Al llegar al hospital nuevamente fue colocada en su habitación, pero Virginia no paraba de gritar, así que tuvieron que sedarla. La doctora y todo el personal estaban totalmente consternados con todo lo sucedido. En sus años de trabajo jamás habían visto un caso similar. De qué manera había ganado su confianza, aprendió los horarios y planificó fríamente cada uno de los detalles para escaparse de allí. Sólo esperó el momento propicio para concretar esa casi exitosa fuga.

Al día siguiente Virginia despertó y a los minutos recibió la visita de la doctora, quien se encontraba mejor luego del golpe recibido en la cabeza, esta vez ella venía acompañada de dos enfermeras:

— ¿Cómo estás Virginia? —preguntó la doctora con tranquilidad.

— ¿Cómo sabe mi nombre si yo no se lo he dicho? —replicó ella.

—Tú eres paciente nuestra hace dos años.

—Lo siento pero me debe estar confundiendo con alguien más con ese nombre. Yo iba de paso por esta ciudad con destino al norte, tenía reservada una habitación en un lujoso hotel y a esta hora de la mañana debería estar en una importante reunión de negocios.

Por un instante a la doctora Valencia le pareció estar escuchando las mismas palabras que salieron de su boca hace dos años atrás. Virginia mantenía la mirada distante y hablaba como si nunca la hubiera visto en la vida.

—Perdón tal vez nos hemos confundido —dijo siguiéndole la corriente— ¿Cómo te llamas entonces?

—Virginia… Virginia Valencia.

Todo comenzaba a estar más claro para la doctora ahora. Los detalles de lo sucedido desde hace dos años y las posteriores investigaciones entorno a su caso, volvían fugazmente a su memoria. Como nunca encontraron alguna identificación en ese tiempo, asumieron que su apellido era el que Virginia les había dado, Opazo. Coincidentemente el apellido del dueño jamás encontrado del vehículo. Ahora el apellido que decía tener era el de la doctora a quien le había robado el auto y su cartera hacía pocas horas atrás.

Seguramente de ahí hacia atrás Virginia, si es que en realidad ese era su verdadero nombre, no recordaría nada. La doctora ya no sabía qué pensar de ella. Si por dos años se había mostrado resignada a esa realidad, fingiendo que todo estaba bien y maquinando su escape, ahora no volverían a tenerle confianza. Ya que aunque pasaran los años, en su mente, Virginia siempre pensará que nunca pudo llegar a su reunión de negocios.


Publicación reeditada 2013


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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