lunes, 5 de abril de 2010

SOBREVIVIENTES DE UNA NOCHE DE VERANO




SOBREVIVIENTES DE UNA NOCHE DE VERANO

Ese verano será difícil de olvidar para muchos, aquellos recuerdos disfrutando del sol en una playa, los paseos al aire libre por el campo o escalar la grandeza imponente de las montañas, pasarían a ser sólo imágenes lejanas de un instante que se pretende olvidar. Las vacaciones para muchos ya estaban terminando y los niños ya tenían en su mente la próxima temporada de clases. Ese último fin se semana de Febrero, eran para muchos las últimas horas de las vacaciones y había que disfrutarlas al máximo.

Por eso esa tarde Pablo después de salir de su trabajo, recorría el supermercado con un carro comprando víveres y tragos para la fiesta que tendría con sus amigos esa noche en su departamento. Siempre es bueno reunirse con amigos, una buena conversación y disfrutar de la buena compañía y qué mejor que un viernes para despedir una semana de trabajo y alistarse para despedir el verano.

En los terminales de buses de Santiago se vivían las dos caras de la moneda, por un lado los bronceados viajeros que regresaban de sus vacaciones con la mirada baja y los pensamientos nostálgicos por dejar atrás otro verano. Por otro lado aquellos que esperan hasta la última semana de Febrero para salir, con sus caras cansadas por el arduo trabajo del año y que sólo esperan encontrar pronto pasajes para llegar a su merecido destino de descanso. Pero un grupo no menor de personas tenía como destino el litoral central. Esa noche como toda la semana el Festival Internacional de la Canción de Viña del Mar tendría una nueva jornada y muchos de los que viajaban tenían por objetivo ir a ver a sus artistas favoritos. Mientras tanto en otro lugar de la ciudad, Oscar y su esposa sólo se contentarían con verlo por la televisión; sus días de vacaciones ya habían terminado y no tenían otro panorama para esa noche.

Las horas avanzaron fugaces después que el sol se perdió en el horizonte, una semana laboral más había terminado y el mes se iría en breve del calendario. El calor del día aún se prolongaba durante parte de la velada, mientras las calles eran visitadas por los vividores nocturnos. La madrugada del sábado estaba en su punto más alto para algunos, aunque aquellos que trabajan duro durante la semana a esa hora ya estaban durmiendo. El festival de Viña también había bajado el telón más temprano de lo que muchos pensaban. Mientras los que aprovechan los días al máximo estiraban las horas de distracción. El viento suave invitaba a caminar por las calles mientras la luz de la luna iluminaba con toda su hermosura los pasos de los noctámbulos.

Tres y media de la madrugada del sábado 27 de Febrero; el ruido y el silencio de la ciudad se mezclaban con un aullido silencioso que se tornaba cada vez más fuerte. Los perros inquietos comenzaron a moverse de un lado a otro, mientras los más asustadizos alzaban su llanto agudo en la oscuridad. De pronto un silencio sepulcral y un angustioso presentimiento se hizo sentir; un leve movimiento comenzó a gestarse desde lo profundo de la tierra, casi imperceptible al principio, como una serpiente sigilosa acercándose a su presa.

En plena ciudad Pablo y un grupo de sus amigos compartían la noche alrededor de la música y unos tragos. El cuarto piso de su departamento dejó sentir el leve vaivén que mecía suavemente la ciudad, algunos de sus amigos se detuvieron un momento esperando que el movimiento parara, otros acostumbrados a los frecuentes temblores le dieron poca importancia.

Pero la situación lejos de calmarse se extendió más de lo normal, uno de ellos comenzó a mecerse al ritmo del vaivén riendo nerviosamente y expectante. En cosa de segundos la intensidad del movimiento aumentó drásticamente y los primeros gritos de desesperación surgieron junto al ruido que los objetos hacían al caer alrededor. Las luces comenzaron a parpadear y el sonido del subsuelo ya era notoriamente mayor a cualquiera que se hubiera escuchado antes. La ondulación de la superficie comenzó a mover los pesados muebles llenos de loza y la quebrazón no se dejó esperar. En algún momento alguien gritó:

— ¡Abran la puerta!

Pero antes que alguno se animara a moverse hacia ella, la tierra envió un remesón que los dejó a todos a medio caer; uno tras otro los fuertes embistes evitaban que se mantuvieran en pie. En ese momento las luces parpadearon más fuerte, los sonidos se hacían confusos, como un zumbido acallado por los gritos de la multitud, mezclado con el aullido de perros y el sonido de las alarmas de los vehículos. De pronto las luces de toda la ciudad se apagaron y los gritos se multiplicaron. A través de las ventanas se veían los relampagueantes destellos azulados que iluminaban intermitentemente el cielo de la noche.

A varias cuadras de allí Oscar vivió todo de manera muy diferente. Él y su esposa estaban durmiendo cuando el estruendo subterráneo se hizo presente; al principio con un leve movimiento que los puso de aviso. Paulatinamente la tierra estremeció su departamento en el piso diecisiete. Los muebles comenzaron a caer uno a uno, las cosas más pesadas eran sacadas de sus lugares como hojas sopladas por el viento. Vasos y otras cosas frágiles cayeron por el piso haciendo de la única ruta de salida un peligroso recorrido. Ellos intentaron llegar a la puerta pero a esa altura el vaivén del edificio los llevaba de un lado para otro sin poder mantenerse en pié.

Las luces de la ciudad comenzaron a apagarse, mientras desde la altura, se veían los destellos en el horizonte; el cielo se iluminaba de colores verdes, celestes y morados relampagueantes. Mientras el estruendo de la tierra moviéndose como alfombra sacudida al viento, se escuchaba desde la altura de la construcción. Cada vez más fuerte se tornó el movimiento, tanto que ambos cayeron al suelo abrazados de espanto. Mil cosas pasaban por su mente, él intentaba calmar a su esposa quien presa del pánico, temblaba impotente al ver que estaban tan alto y sin poder escapar. Miles de pensamientos pasaban por tus cabezas en esos momentos, miles de caras para acordarse en medio de la crisis.

Mientras tanto a quinientos kilómetros de allí, tres y media de la mañana; la apacible noche no presagiaba lo que comenzaría en breves minutos. La frescura de la madrugada se hacía sentir junto a la brisa húmeda del mar. A lo lejos el golpe de las olas entró con el ritmo habitual a la bahía iluminada por la luz de la luna que se encontraba en lo más alto. La mayor parte de la gente ya estaba durmiendo. De pronto un repentino ruido subterráneo fue tan intenso que sorprendió a muchos a medio dormir. En breves segundos, el ruido fue seguido por el movimiento oscilante más intenso que se había sentido en décadas. Pocos alcanzaron a levantarse antes que fuera totalmente imposible caminar, algunos alcanzaron a bajar las escaleras y salir a la calle. Mientras en un céntrico edificio, el estruendo de la tierra rápidamente se confundió con el desliz de los cimientos de la construcción. Los aullidos y gritos de la multitud escondía el rechinar metálico y el desmoronamiento del concreto.

En el piso ocho, Benjamín y su esposa intentaban reunir a sus hijas en el pasillo, pero el intenso movimiento los mantenía pegados al piso. En cosa de segundos y apenas sujetos a los muebles a su alrededor, la orientación del suelo cambió lentamente en noventa grados, el impulso los arrojó contra las murallas que ahora con gran velocidad se precipitaban a tierra. El padre les gritaba a sus hijas que se acercaran, cuando la fuerza de la caída lo empujó contra el fondo de la construcción, atravesando con su cuerpo la muralla de tabique que separaba el pasillo de una de las habitaciones. Aquellos que estaban en el vestíbulo del edificio fueron alcanzados por los bloques de concreto que se desprendieron de los primeros pisos. El agónico grito de los vecinos se escuchó a lo lejos, mientras la ciudad entera se sumía en la oscuridad y las primeras explosiones hacían su aparición.

La gente estaba volcada a las calles, algunos escaparon con bien de esa gran tragedia, otros simplemente no lo lograron. Los segundos se hacían eternos, mientras el ruido ensordecedor se prolongaba a la distancia. Lentamente el movimiento desapareció dejando sólo desolación. Los corazones agitados de la gente aún permanecían envueltos en pánico y terror. No había mucho que hubiere permanecido firme frente a los embistes descomunales de la tierra. Uno tras otro los golpes ondulados del suelo pegaron en las edificaciones y las calles se abrieron ante semejante catástrofe.

Ochocientos kilómetros habían sido estremecidos, hasta el eje de la tierra se desplazaría algunos grados tan increíble terremoto. La luz de todo el país se había ido y los gritos incansables de la gente se hacían cada vez más fuertes y aterradores. A medida que el sonido subterráneo se disipó y la tierra lentamente volvió a su estado apacible, en la distancia se escuchaban de manera ensordecedora las alarmas de vehículos y las sirenas de ambulancias y bomberos. Mientras cada cierto tiempo, las explosiones estremecían el ambiente. Los gritos y llantos de la gente estremecían el corazón con angustia y desespero interminable. En la oscuridad de la noche todos intentaban llegar a un lugar seguro o contactar a sus seres queridos.

De vuelta en la capital, Oscar y su esposa en el piso diecisiete se levantaban lentamente intentando caminar en medio del oscuro pasillo sin lastimarse con los vidrios que había esparcidos por el piso. Juntos tras iluminarse mutuamente con sus teléfonos, alcanzaron algo de ropa, las llaves y se dirigieron a la puerta para comenzar a bajar las largas e interminables escaleras.

Lo mismo pasaba en el edificio donde se encontraba Pablo, todos habían conseguido llegar a la calle entre la desesperación y los gritos. Sólo las luces de emergencia iluminaban el entorno, el resto de la ciudad se sumergía en la más profunda oscuridad. A los minutos de permanecer afuera del edificio, se dieron cuenta que uno de sus amigos no estaba con ellos. Volvieron a buscarlo por las escaleras pero no lo encontraban, a poco de buscarlo el teléfono móvil de otro de los integrantes de la interrumpida fiesta sonó. Era su amigo pidiéndole ayuda desde el interior de uno de los ascensores. En su momento de desesperación y distracción, creyendo que lo peor había pasado, subió al elevador quedando atrapado entre dos pisos. Inmediatamente sus amigos comenzaron la difícil tarea de sacarlo de ese claustrofóbico lugar.

La gente se había volcado a las calles, desde lejos se escuchaban las sirenas de los vehículos de emergencia, la luz de la luna en el último día de su fase creciente, iluminaba la oscura ciudad. Las explosiones comenzaron a intensificarse conforme avanzaban los minutos, la gente llorando caminaba sin rumbo por las calles, las comunicaciones estaban totalmente colapsadas. Cada cierto tiempo uno que otro lograba llamar con éxito a sus seres queridos.

Fueron algo más de dos minutos y medio, en que la furia contenida por años de la tierra se desató sobre calles, caminos y carreteras, sobre ricos y pobres, sobre pueblos, localidades y ciudades. Estremeciendo a todos por igual sin discriminar condición alguna.

La gente sólo buscaba respuestas en medio de los llantos, sólo deseaban saber dónde había sido el epicentro de la catástrofe y a cuántos grados había alcanzado. Pero nadie se acordaba de los puertos y las caletas, para muchos todo había acabado, mientras para otros era el comienzo de un desastre mayor. Tras el silencio preocupante de los primeros minutos frente  las costas después del terremoto, el susurro del mar no se dejó esperar.

Muchos de los que viven en las orillas costeras saben que semejante movimiento es signo casi inequívoco de algo peor. Las voces de la gente alentaron a muchos a proseguir su ruta de escape hacia los cerros. Las filas de personas cargando bolsos y con sus hijos de la mano se extendían interminables, esperanzados que el fantasma de una ola gigante no se hiciera presente llevándose lo que el terremoto había dejado en pié. Los minutos pasaban lentamente mientras la gente vagaba sin sentido y sin rumbo, aún pensando que eso se trataba de una pesadilla de la que en cualquier instante despertarían.

Mientras tanto en el céntrico edificio que se había desplomado, desde lejos se apreciaba que la mole de concreto yacía recostada sobre su espalda. Decenas de personas que no alcanzaron a escapar permanecían atrapadas. Muchas de ellas seguramente habían muerto al derrumbarse todo, otros podrían estar viviendo esos agónicos minutos atrapados entre fierros, tabiques y concreto. La gente de alrededor, al ver el dantesco espectáculo se acercó para ayudar intentando de alguna manera alcanzar a quienes gritaban desde el interior del edificio. Tras largos minutos que se convirtieron en horas, Benjamín, el padre de la familia, despertó en una incómoda posición. No tenía noción de cómo estaba ubicado su cuerpo, sólo alcanzaba a ver entre penumbras la luminosidad de la ventana sobre su cabeza. A penas lograba comprender que las ventanas frente a él, por las que siempre observaba la bahía, ahora estaban hacia arriba.

Sus brazos y piernas estaban entumecidos y aún sentía un fuerte dolor en la parte superior de la cabeza; seguramente debido al golpe que lo dejó inconsciente. Dando voces comenzó a gritar a sus hijas y su esposa para saber donde estaban y si todas se encontraban bien. Las primeras en contestar fueron sus hijas, aunque no podía precisar donde estaban, pero él sentía que a unos cuatro o cinco metros de distancia. Lentamente él comenzó a moverse de su lugar. Con gran esfuerzo y dolor debido a su brazo roto y las múltiples contusiones en su cuerpo, Benjamín consiguió llegar hasta donde estaba su esposa. Suavemente la despertó y tras descubrir que no tenía grandes heridas, juntos se desplazaron hacia donde se encontraban sus hijas.

El piso bajo sus pies, que en realidad eran las murallas, estaban llenas de objetos y cristales que dificultaban su fácil desplazamiento. Lentamente llegaron a lo que solía ser el pasillo y entre penumbras lograron ver que de alguna manera milagrosa, los muebles más grandes y pesados se ubicaron de tal manera que dejaron cubiertos los cuerpos de las pequeñas, sirviéndoles de escudo contra los vidrios de las ventanas y otros escombros.

Benjamín comenzó a apilar algunos muebles para poder escalar hasta alcanzar las barandas el balcón. Al asomarse hacia afuera y observar el desastre a su alrededor, su corazón se apretó, su garganta apenas dejaba pasar algo de aire para respirar. Rápidamente ayudó a sus hijas a subir y finalmente su esposa los alcanzó, atónita ante el nuevo y desolador paisaje. Un bombero que recorría el costado del edificio dio voces a sus compañeros para que acercaran la escalera telescópica y una vez que los bajaron no hicieron más que abrazarse y llorar profundamente. Semanas después aún sacaban cuerpos sin vida debajo de los escombros del edificio.

Por otro lado los amigos fiesteros llevaban más de media hora intentando infructuosamente sacar a su amigo del ascensor iluminándose sólo con un par de débiles linternas. Golpeaban las puertas con fierros y hacían palanca con todo lo que tuvieran al alcance. El aire en el interior se hacía cada vez más denso y sofocante. Hasta que al fin los esfuerzos de largos minutos rindieron frutos; centímetro a centímetro las puertas se abrían ante la incansable tarea de los amigos. Juntos subieron las escaleras y volvieron al departamento para ordenar el desastre y esa anécdota sería recordada y comentada siempre que se juntaran.

La madrugada avanzaba lentamente, todos anhelaban en silencio que el sol se levantará sobre las montañas llevándose la oscuridad y revelando la verdadera magnitud de lo sucedido. Quienes pudieron sintonizar sus radios escuchaban en todo momento que no había peligro de olas en los litorales. Algunos decidieron volver a sus casas, mientras otros incrédulos, decidieron permanecer en lo alto de los cerros. Pero a la luz de la luna comenzó a escucharse el ruido inconfundible del mar enfurecido, la oscuridad del momento sólo permitía ver siluetas de personas moviéndose en dirección contraria al mar. Mientras para algunos ese abrupto despertar les significó sólo un gran susto, para otros la tragedia se extendía más aún.

Inesperadamente el mar se recogió trayendo de vuelta una enorme marejada que comenzó a arrasarlo todo. Los gritos de la gente volvía a hacer eco entre las casas que aún quedaban en pié. El agua entró por todas partes llevándose todo a su paso, cual ladrón, los turbios remolinos llevaban consigo muebles, ropa, hasta vehículos. Muchos intentaban escapar de ese osado regreso a casa, pero la fuerza de las olas era más fuerte y no había a que sujetarse. Nuevamente los que sobrevivieron al embiste del mar corrían hacia los cerros para salvarse de ese nuevo azote de la naturaleza. Los esfuerzos infructíferos de muchos se sumergían entre los desechos que llevaba el agua, casi tres metros de altura subió el nivel de las aguas con un estruendo y una fuerza que terminó por derribar todo lo que el terremoto no botó.

La claridad de la mañana, comenzó a mostrar lentamente las más terribles verdades escondidas al amparo de la noche; desolación y desesperanza; amargura y llantos por doquier. Las personas abrazadas no podían creer lo que la tierra y el mar habían causado; en menos de tres minutos los paisajes habían cambiado por completo. Lenta y estruendosamente el agua se retiraba llevando consigo todo lo que encontró a su paso, familias enteras llevadas por la fuerza de la corriente. Casas completamente arrancadas desde sus cimientos flotaban a lo lejos. Personas, autos, enceres y todo a su paso, ahora le pertenecían a ese gigante que llegó para tomar lo que no era suyo.

Novecientos kilómetros de tierra estremecidos, un país entero sumidos en la amargura de un suceso inesperado. Lentamente el sol de la mañana mostraba la cruda realidad. La tierra había clamado las vidas de cientos y el mar tomado su parte en ese asalto. A cada minuto, a cada hora la tierra hacía sentir sus réplicas, acelerando los corazones de la gente y trayendo a la memoria el inolvidable suceso de la madrugada. La impotencia se apoderaba con angustia de aquellos que necesitaban urgentemente comunicarse con sus seres queridos.

Las calles lentamente mostraban sus grietas; las carreteras y puentes estaban devastados y ahora no permitían llegar con urgencia a socorrer a los que más lo necesitaban. Pequeños poblados y grandes ciudades estaban completamente destruidos, las casas y edificios arrancados de sus cimientos como maleza para la quema. Las comunicaciones telefónicas estaban constantemente interrumpidas y la luz no volvería por días a algunas zonas. El agua escaseaba y nuestros ojos no eran testigos aún de los peores testimonios a los que la tierra nos enfrentó.

Aún hay muchas historias de héroes anónimos que sobrevivieron a esa catástrofe y que pusieron sus vidas en peligro por salvar a otros. Aún hay almas que reclaman ser rescatados del lodo y los escombros para encontrar una digna sepultura. Otros muchos simplemente se perdieron sin dejar rastros ni huellas. Las fogatas se extendieron por semanas en las calles desde la primera noche después del desastre, haciendo notar a quienes no tenían donde dormir. Mientras más recorrimos esas rutas desamparadas, más lágrimas brotaban de nuestros ojos. Estupefactos contemplamos los parajes perdidos y los poblados arruinados por el ondulante movimiento de la tierra. La garganta se nos cerraba sin poder dar un grito de aliento a los desamparados, sólo una palabra amable y una mano solidaria para esos corazones llenos de amargura. Seguimos adelante con esfuerzo para levantar lo que se había caído, seguimos caminando con lágrimas en los ojos al ver tanta necesidad, seguimos construyendo porque nuestras manos ya cansadas sólo quieren ayudar.

"En memoria de aquellos que lo perdieron todo en el terremoto que nos afectó el 27 de Febrero del 2010;  mucha fuerza y fe para aquellos que sobrevivimos, padres, hijos, abuelos, gente de mi país."

Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°




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