domingo, 24 de febrero de 2013

CITA A CIEGAS



CITA A CIEGAS


Las tardes de oficina muchas veces son estresantes y vertiginosas, con mucho trabajo que hacer y poco tiempo para desarrollarlo, en esos días las horas se pasan volando y los compromisos deben cumplirse dentro de los plazos establecidos. Pero en ocasiones también hay días monótonos y aburridos en los que uno sólo quiere apagar el computador e irse para la casa. Son esos días donde más agradezco tener la libertad para conectarme a internet y chatear con amigos o amigas mientras las horas pasan lentamente y el día pareciera ser eterno.

Nuestros módulos de trabajo son deprimentes, tienen como un metro cincuenta de alto y separadores laterales que dan la sensación que se estuviera trabajando dentro de una celda o una caja. Están ordenados en filas de cuatro módulos y si uno no se levanta para hablar con un compañero de trabajo, pueden pasar largas horas sin conversar con nadie. Pero lo bueno es que son muy privados, incluso he visto compañeros que se han quedado dormidos sin que nadie lo note.

Esa tarde calurosa de verano habíamos vuelto temprano del almuerzo, ya que el sofocante calor de las calles contrarrestaba con el agradable clima que había en la oficina, gracias al aire acondicionado. También era una tarde bastante tranquila y los jefes estarían ocupados en reunión el resto del día. Yo me serví una taza de café para pasar el sueño que me da después del almuerzo y me puse a navegar por internet despreocupadamente.

—Mira quien se conectó al chat —dijo Alejandro, mi amigo y compañero de oficina.

Al mirar su computador y ver la foto de su amiga, quedé muy sorprendido; ella era una chica estupenda, con un cuerpo de modelo, piel bronceada y vestía un bikini muy sexy; pero en su foto sólo mostraba su cuerpo desde el cuello hasta las piernas. Mi primera reacción fue pensar que a pesar del lindo físico que ella pudiera tener, seguramente era muy fea como para mostrar su cara.

—Es súper simpática y tierna —dijo mi compañero— tal vez es lo que estas buscando como pareja para ti.

Sus palabras removieron ese velo vacío y superficial de mi cabeza haciéndome sentir culpable simplemente por pensar así. Quizás él tenía razón y viniendo la recomendación de alguien tan cercano comencé  pensar que no sería mala idea conocerla.

—Puede ser —le dije— preséntamela para ver qué pasa.

Inmediatamente mi compañero la saludó por el chat, se escribieron un par de cosas y luego le comentó que invitaría a alguien más a la conversación. Ella aceptó y ya estábamos los tres conectados. Cuando ya nos habíamos preguntado algunas cosas, Alejandro gentilmente abandonó la conversación; en otras palabras nos dejó solos para que pudiéramos conocernos mejor. Presencialmente me cuesta ser muy directo con las mujeres, pero en el medio virtual eso cambia totalmente. Me gusta que fluya la comunicación y pasar un momento entretenido con quien está del otro lado del chat.

Cada cierto tiempo ella cambiaba la foto de su perfil de usuario, aunque todas las imágenes eran muy similares; fotos en las que ella aparecía muy sexy pero sin mostrar su cara. Conversamos ese día muy superficialmente y al cabo de unos minutos, me desconecté para continuar con un proyecto que estaba avanzando. Sin embargo la imagen de su silueta daba vueltas en mi mente y ese gusano de la curiosidad comenzaba a sembrar la ansiedad de saber más de ella. Finalmente faltando unos minutos para terminar el día de trabajo, me volví a conectar al chat, pero ella ya no estaba.

Al día siguiente muy temprano me conecté nuevamente esperando a que ella apareciera en cualquier momento. Conversamos de todo un poco, desde lo más trivial del día, hasta cuales habían sido las noticias del día anterior y después de un rato me atreví a preguntarle su edad.

—Treinta y tres años —dijo ella, un año mayor que yo.

Una sensación extraña me hacía sentir incómodo ¿Soltera a los treinta y tres años? Me pregunté intrigado, eso era algo fuera de lo común en mi círculo de amigos. Esa fue la segunda razón por lo que la situación me parecía muy extraña. Pero seguimos conversando de otras cosas; me contó que no trabajaba frecuentemente, a pesar de ser promotora de una importante marca. Eso le daba credibilidad respecto de sus fotos, ninguna marca prestigiosa contrataría una modelo que no fuera hermosa. Además yo no me atrevía a preguntarle por qué sus fotos no mostraban su cara.

Un par de días más nos comunicamos de esa manera, ella era bastante agradable para conversar y rápidamente me dio confianza para dar un paso más, y como la curiosidad me estaba matando, le ofrecí dejar de lado el chat y comunicarnos por teléfono. Por un instante se mantuvo sin responder, pero luego de unos segundos escribió su número telefónico para que yo la llamara. Mientras marcaba intenté imaginarme cómo sería su voz, pero al escuchar sus primeras palabras, su tono al hablar se sentía algo extraño. Inmediatamente ella se disculpó antes que yo lo insinuase siquiera.

—He estado con una gripe terrible y mi garganta está completamente inflamada, pero en realidad mi voz es mucho más encantadora que ahora.

Por un momento me pareció como si estuviera hablando con mi abuela por el teléfono, pero dejé de lado esa primera mala impresión y aunque me costaba asociar sus fotos sensuales con esa voz de anciana, continuamos conversando largo rato. Después de un par de días hablando a varias horas de la tarde por chat o por teléfono, me dieron ganas de conocerla en persona. Lo que mi compañero había dicho era cierto, ella era una persona muy tierna e interesante. En algún momento de la conversación me animé para invitarla ese fin de semana a salir y conocernos.

—Me hubiera encantado —me respondió ella— pero como escucharás esta gripe aún me tiene complicada, al menos por este fin de semana, pero con mucho gusto aceptaría más adelante.

Acepté su excusa pero con la condición de que esa invitación se concretara a la semana siguiente. Ella aceptó, así que en lo que respectaba a ese tema teníamos fijada la fecha para nuestra primera cita a ciegas. Durante los días del fin de semana no hablamos por teléfono, sólo nos conectamos unos pocos minutos. Tampoco fue posible comunicarnos al inicio de la semana, así que decidí llamarla durante la tarde del martes. Yo esperaba que su voz hubiese mejorado después del fin de semana, pero el cambio de voz no fue tan drástico como yo lo imaginaba, de hecho siendo muy radical con mi apreciación, a mí me parecía exactamente igual.

El resto de la semana pasó muy rápido y nuestras conversaciones ya no eran tan superficiales como al principio, todo apuntaba a que nos conoceríamos ese viernes. La expectación y los planes ya estaban concertados, sólo tenía que llegar el momento que terminara con todas las intrigas. La tarde del viernes pasó bastante rápido para mí.

— ¿Qué harás al salir de la oficina hoy? —me preguntó mi compañero.

—Tengo una cita con tu amiga del chat —le respondí —¿Por qué?

—Que bien, parece que las cosas van bastante rápido... Te lo preguntaba porque nos juntaremos con mi novia en un bar y ella iba a llevar una amiga.

Nuevamente la duda de concretar esa cita me asaltaba, habían cosas que no cuadraban en mi cabeza pero la curiosidad del momento era más fuerte que mi instinto. Además el compromiso ya estaba hecho y si hay algo que nunca hago es faltar a mi palabra. La hora de salida había llegado y antes de salir a buscarla a su casa, la llamé para avisarle que ya estaba en camino. Me dirigí a mi auto bien perfumado, incluso había llevado una camisa para cambiarme en la oficina.

Mientras avanzaba por las calles, el recuerdo de sus fotos seductoras daban vueltas en mi cabeza. Estacioné mi auto y la llamé una vez más por teléfono para avisarle que ya estaba allí. Una a una desfilaban nuevamente por mi mente sus fotos como un recuerdo muy vívido en mi memoria y totalmente opuesto a lo que vi salir por su puerta ese día.

La saliva se me atoró en la garganta como un trago amargo difícil de pasar. Sentí un vacío en mi pecho decepcionante y traicionero. Con mucho esfuerzo mantenía la mirada arriba rogando que no fuera ella la mujer que yo venía a recoger. Su silueta no era tan contorneada como en las fotos, su estatura no superaba el metro sesenta, muy distante de la altura promedio de una modelo. Vestía jeans azules, mal teñidos con anilinas baratas y se estiraban como diez centímetros por sobre sus caderas. Hacia arriba llevaba una chaquetilla de mezclilla, muy fuera de lugar con el calor que hacía. Pero mi decepción no paraba allí, bajo la chaqueta vestía una blusa blanca muy ajustada, que no sólo dejaba ver que sus pechos no eran los redondos y firmes de las fotos, sino que tampoco tenía esa cintura esbelta como pretendía hacerme creer. Prácticamente parecía que no tenía cintura que lucir, era como un tronco de árbol, parejo y recto.

Volví a tragar saliva rogando nuevamente al cielo que no fuera ella la cita a ciegas de esa velada, que ojalá fuera alguna amiga que venía a decirme que ella aún no estaba lista, que por favor la esperara. De hecho no me hubiera molestado esperar algunos minutos o hasta una hora con tal que no fuera ella mi cita. Hasta que al fin llegó a mi lado y con una fallida voz imitando a Marilyn Monroe me dijo:

—Hola Guapo.

Definitivamente y para mi mala suerte era ella, esa inconfundible voz hacía eco en mis oídos, estremeciéndome completamente. Su cara era como porcelana, pero sus manos y el cuello estaban arrugados como si hubiera estado por horas debajo del agua. Tenía pelo corto, tornándose grisáceo con largas canas que nacían desde la raíz. Evidentemente no era modelo y dudo mucho que alguna vez lo hubiese sido, tampoco podía tener treinta y tres años, ya que se veía mucho mayor. Y para colmo de mis males, sus dientes parecían haber sido lanzados al azar en su diminuta boca que apenas dibujaba unos diminutos labios. Ni con el trago más fuerte, podría borrar esa imagen de mi cabeza.

Yo estaba totalmente horrorizado, sólo quería morir en ese mismo instante o despertar de una vez de esa pesadilla. Caballerosamente continué sufriendo en silencio y le abrí la puerta de mi auto para que subiera.

— ¡Qué caballero, galanes como tú ya no se encuentran tan fácil!

Cada palabra que ella pronunciaba me hacía sentir más miserable aún. No podía estar pasándome eso, mi día viernes se convertía en un verdadero suplicio. Sólo pensaba en la manera más fácil de no arrancar el auto y dejarla allí plantada; de alguna forma tenía que zafar airoso de eso sin ánimo de ser cruel ni superficial. Ella se sentó y cerré su puerta, me di la vuelta y entre al auto también. Recién me estaba acomodando cuando para torturarme más aún, ella se llevó las manos a los pechos y los deslizó de manera sensual desde arriba hasta su cintura diciendo.

—Ves, este es mi cuerpo, tal como en las fotos.

Esa frase mató todo el concepto de sensualidad y todos los sinónimos que conozco de algo agradable. A leguas se notaba que ella no era la fiel representante de esas fotos. Debo confesar que hasta ese momento yo me merecía absolutamente todo lo que estaba pasando, porque de una u otra manera ya lo presentía. Yo siempre he sido desconfiado y más aún en esas situaciones poco convencionales, desde el principio dudé de toda la situación, pero jamás pensé que habría un abismo de distancia entre lo esperado y la persona que se había subido a mi auto esa tarde. Así que tenía guardada una carta bajo la manga para esa ocasión.

Con su nombre y dirección conseguí averiguar a través de un amigo que trabaja con registros de personas, la verdadera edad de esa mujer; aunque al principio yo no podía creerlo cuando me lo dijo, era tanta la diferencia que yo tenía que comprobarlo con mis propios ojos. Pero mientras lo vivía en carne y hueso, tristemente pensaba en que debí haber hecho caso a mi certero instinto de supervivencia y haber desistido de mi capricho por conocerla en persona. Tragué saliva nuevamente para retener esa rabia contenida y ese volcán que estaba por estallar en mi interior.

—Como te conté en la semana —le dije— yo trabajo en una agencia de datos de personas y he averiguado que tú edad no es la que me dijiste; tu verdadera edad es cincuenta y cuatro años.

Al enrostrarle su vil mentira sin más preámbulo, ella no mostró ni una pizca de vergüenza o arrepentimiento. Muy por el contrario, hábilmente y con total frialdad argumentó contra la información que yo le estaba aseverando.

—La verdad es que para las citas a ciegas siempre uso el nombre de mi hermana mayor y recién hoy tendría la oportunidad de decírtelo.

Jamás en mi vida había experimentado tal grado de descaro, toda esa situación sobrepasaba los límites permitidos del engaño y ya no aguantaba las ganas de bajarla del auto. Pero algo más habíamos averiguado de su vida con mi amigo. Ella tenía un hermano mayor de sesenta y dos años, si era capaz de mentirme respecto de él ahora, en mi propia cara, esa sería mi excusa de salida de toda esa situación.

—Sé que tienes un hermano mayor también. ¿Qué edad tiene él?

—Cuarenta y dos años —respondió mintiendo nuevamente.

 Desde ese momento mis palabras cambiaron de tono, yo estaba muy enojado conmigo mismo por dejar que esa situación llegara hasta ese nivel. En qué momento pude pensar que los datos que habíamos averiguado de ella con mi amigo estaban equivocados; realmente no podía resistir tal grado de descaro y engaño para salir con alguien como si no se fuera a darse cuenta de la realidad. No se realmente qué palabras usé pero no tardé en desenmascarar toda esa mentira acerca de su edad, su hermano y sus falsas fotos.

Ella me miró fijamente sin mostrar una pizca de remordimiento y con los ojos llenos de rabia me dijo:

— ¡Eres un poco hombre!... no mereces que salga contigo.

Y haciendo un ademán de desprecio se giró hacia el costado y se bajó del auto azotando la puerta con todas sus fuerzas. Una parte de mí, muy escondida, en lo más profundo de algún lugar de mi corazón, sintió lástima por ella. El resto de mi ser daba gracias al cielo por haberme evitado esa mala velada, todo gracias a que tenía los argumentos precisos para salir airoso de esa situación.

Sin darle más vueltas al asunto y sin siquiera intentar mirarla por el espejo retrovisor, arranqué el auto y me fui lo más rápido que pude. Subí las ventanas del auto a pesar del calor de la tarde, coloqué la música al máximo de volumen y di un grito de rabia que tenía contenido hacía largos minutos.

Mientras conducía de vuelta a mi casa, pensaba en lo triste de lo sucedido; ella en su cabeza aún tenía veinte años menos. Ella había construido todo un mundo de fantasías alrededor y vivía haciéndole pensar a los demás sus palabras. Escondida tras fotos falsas, tras vivencias diarias inventadas de eventos y pasarelas inexistentes, relatos de viajes y aventuras que seguramente jamás había vivido. Pero ¿Cuál era el verdadero sentido de todas esas mentiras? Para qué engañarse si la realidad ineludible se nos aparece cada día frente al espejo.

A las pocas cuadras de manejar con la música alta ocultando mis gritos y mis maldiciones, no aguanté las ganas de llamar a mi compañero Alejandro, el gestor intelectual de ese horrendo encuentro. Aún escucho su risa a través del teléfono y las carcajadas burlonas que acompañan por siempre mis pesadillas cuando sueño con ella, cuando recuerdo los detalles desagradables e inolvidables de esa triste cita a ciega.


Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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