viernes, 1 de marzo de 2013

LA PUERTA DE LOS DESEOS


LA PUERTA DE LOS DESEOS


Estaban todos atentos escuchando mientras yo les contaba la historia de la vieja mansión en la colina que poseía un pasillo encantado.

—A la medianoche del solsticio de invierno, aquel que se atrevía a recorrerlo, debía contar los pilares de los pórticos a medida que avanzaba por él. Desde la entrada hasta el final tiene veinte pilares, pero si tienes suerte y la magia de la noche te llevaba a contar veintiuno, aparecerá una puerta oculta en el último portal del pasillo. Sin dudarlo debes entrar a ese portal mágico y buscar en la habitación un cofre de madera donde debes colocar un papel escrito con tu mayor deseo. Al cabo de dos días ese deseo se cumplirá, pero al tercer día alguien vendría a cobrar un favor a cambio de tu deseo. Se dice que a los hombres se les aparece una mujer y en el caso de las mujeres un hombre.

Nadie en el grupo se sorprendió, de una u otra forma todos habían escuchado esa antigua leyenda pero ninguno de nosotros lo habíamos intentado.

— ¿Cuántos se atreverían a hacerlo? —fue mi pregunta.

Nadie respondió, todos nos miramos a las caras y a un mismo tiempo comenzamos a reír a carcajadas. Pero Diana me miró con un dejo de curiosidad y con evidentes ganas de saber más sobre el tema.

Mientras nos íbamos a casa, ella se acercó para preguntarme detalles de esa misteriosa historia.

— ¿No pensarás que es verdad? —le dije.

— ¿Y si lo fuera? —me respondió con total decisión.

Su osada actitud me dejó pensando por un instante. Todos habíamos escuchado alguna vez esa historia, pero no conocíamos a nadie que lo hubiera intentado alguna vez. Además el solsticio estaba a tres días, por eso había elegido contarles esa historia.

—Si quieres averiguarlo —le dije resuelto— te acompaño esa noche para que pruebes suerte, nada pierdes con intentarlo; cómo sabes si se abre la puerta para ti… Y si sucediera ¿cuál sería tu deseo?

—Eso es secreto o no se cumple —me respondió Diana riendo.

Chocamos las manos para cerrar el trato y esperaríamos hasta ese día sin contarle a nadie, éramos cómplices en esa emocionante aventura. Los días pasaron muy rápido y pronto eran las once de la noche del día en cuestión. Siempre me he preguntado por qué estos asuntos suceden a las doce de la noche. Pero ahí estábamos, en la vieja mansión cruzando el amplio y oscuro jardín. Al fin encontramos el pasillo del que hablaba la leyenda y nos miramos sorprendidos, pero temerosos a la vez.

— ¿Estás lista?

Ella me miró un poco asustada, pero era adicta al peligro.

— ¿Tienes todo lo necesario? —le pregunté— recuerda que sólo te puedo acompañar hasta aquí… la leyenda dice que sólo una persona puede intentarlo esa noche…

—Si sé —me dijo con tono exaltado y temeroso.

Me besó en la mejilla y se giró; bajó la mirada y comenzó a caminar por el pasillo contando cada uno de los pilares. Seguía calmadamente, mientras a lo lejos la veía como paso a paso avanzaba. Al llegar más allá de la mitad del recorrido, las sombras la escondieron completamente, ya no se veía ni su silueta. Los minutos se hacían eternos y me comencé a inquietar. Diana se estaba demorando mucho en regresar. Pero luego pensé que si ella me diría que todo era cierto, entonces se iba a demorar un buen rato para darle credibilidad a sus fantasías.

—¿Estás bien? —le grité para obligarla a que me respondiera.

Pero ella no respondía y ya había conseguido molestarme. Así que me animé a realizar el mismo recorrido dispuesto en descubrirla. Mientras avanzaba por el pasillo mi vista se acostumbraba poco a poco a las penumbras, de pronto la vi tendida en el suelo. Entonces corrí hasta ella pensando que estaba fingiendo estar desmayada, pero por más que le hablaba Diana no reaccionaba. La levanté en brazos sujetándola con fuerza y salimos de la mansión.

Ya en el jardín con el aire fresco en nuestras caras, le hablé suavemente hasta que despertó y me abrazó con todas sus fuerzas sin decir nada.

— ¿Qué pasó?… ¿Viste algo?… ¿Era verdad todo eso?…

Ella me miró a los ojos y tras un suspiro me dijo:

—No hay veintiún pilares sólo los veinte de siempre, pero estaba tan concentrada que al llegar al final me pareció ver algo y me asusté; intenté gritar pero la voz no me salió y después no supe nada más.

— ¿Estás bien para irnos? —le pregunté más aliviado.

—Sí, vayámonos —me respondió aún con voz temblorosa.

La acompañé hasta su casa y luego me fui a la mía. Toda esa situación me había dejado exhausto y esa noche dormí profundamente. Al día siguiente ella no fue a clases y pensé que por el incidente de la noche anterior, así que después de clases fui a visitarla. Su madre me recibió en la puerta sin hacerme pasar.

—Está muy resfriada —me dijo— quizás mañana se sienta mejor.

Al día siguiente fue a clases como siempre, se veía lo más bien aunque no alcanzamos a hablar antes de entrar a clases. Durante la primera hora de la mañana, mientras todos estaban en sus salas, se dejó oír un desgarrador grito en el patio de la escuela. Una alumna del curso medio estaba muerta a los pies de las escaleras, nadie sabía qué había sucedido, sólo la encontraron tendida en el suelo sin vida.

El alboroto fue general, ella era una de las más populares y lindas del colegio; pertenecía al coro al igual que Diana. Todos estaban consternados; nunca había pasado algo similar. Las clases se suspendieron esa mañana y todos lloraban a la desafortunada muchacha. Pero Diana parecía estar en otro mundo, no mostraba sus sentimientos a pesar que ella la conocía más de cerca que yo.

—¿Qué te pasa Diana? ¿Te sientes bien?

—Tomaré su lugar en el coro —me respondió balbuceando— tendré que aprenderme todas sus canciones…

Evidentemente ella no estaba bien, tenía la mirada perdida y lejana. Todos tomaron rumbo a sus casas, pero el grupo de coro fue citado a reunirse de manera especial, dado que su compañera, la voz más destacada del grupo había fallecido. El coro haría una presentación especial en su memoria, el director se les acercó muy dolido y les dijo:

—Sé que es difícil para ustedes hacer esto después de lo sucedido esta mañana, por eso las he citado con prontitud, para saber quienes participarán y así designar alguien para la voz principal pasado mañana…

Entre sollozos y lágrimas todos levantaron las manos en señal de apoyo y se ubicaron en sus respectivos puestos para el ensayo; mientras tanto el director designó a Diana y a Elizabeth para la prueba de voz. Tras unos minutos de ensayo, Diana evidenció no estar bien de su voz, su reciente resfriado le impedía estar en un cien por cien para el puesto vacante.

—Creo que será Elizabeth nuestra nueva voz principal —dijo el director— espero que lo entiendas Diana, pero tú sabes que soy muy exigente.

Diana no dijo nada en ese momento, sólo tomó sus cosas y se despidió de todos resignadamente. Al finalizar el ensayo, todos se retiraron a sus casas, pero Elizabeth se quedó a repasar los últimos detalles de la presentación. El salón de música se encontraba en el tercer piso del edificio, repentinamente se sintió un fuerte crujido en todo el salón y el techo se desplomó sobre los que aún quedaban. El director quedó atrapado detrás de la tarima del coro, pero Elizabeth fue alcanzada por una viga que golpeó una de sus piernas.

Era el segundo accidente en un mismo día; providencialmente esta vez no fue fatal, aunque Elizabeth debió ser hospitalizada. A la mañana siguiente les informaron a todos lo sucedido y los citaron a ensayar esa tarde al gimnasio, ahora Diana era designada como la voz principal. Sin embargo, a pesar de anhelarlo con tantas ansias, la noticia no pareció sorprenderla; era como un bloque de hielo, nada la hacía sonreír. Tal vez era comprensible, ya que ella no había conseguido el puesto por méritos propios, sino por las desafortunadas circunstancias de esos días.

Diana ensayó esa tarde como nunca lo había hecho antes, con mucho esfuerzo pero sin corazón. Mucha técnica y perfección en la ejecución de cada frase, pero ese estremecimiento que te causa el canto que proviene del alma, no estaba presente. El director la llamó aparte y le habló a solas para no avergonzarla.

—Sé que es duro lo que ha sucedido a tus compañeras, pero debes ser fuerte y dar lo mejor de ti mañana.

Diana agachó la cabeza un instante y luego lo miró con los ojos llenos de rabia diciendo:

— ¡Yo no soy como ellas!… ¡Nunca seré como ellas, nunca cantaré como ellas!… ¡Yo puedo ser mucho mejor, mañana se lo demostraré y todos verán lo equivocados que están de mí!…
Diana tomó su bolso y se retiró llorando; el director no esperaba esa reacción de parte de ella, pero no lo consideró grave dado los sucesos por los que habían pasado, todo estaba muy tenso así que les dijo:

—Mejor descansen por hoy y mañana temprano nos reunimos en la misa, den lo mejor de ustedes en memoria de su compañera, sé que ella se hubiera sentido halagada de escucharlos entonar estos himnos.

El colegio cerró temprano sus puertas para efectuar los preparativos, la misa y el funeral comenzarían temprano y no habría clases después en señal de luto. Me encontré con Diana en el pasillo y me ofrecí a acompañarla a su casa, pero ella en su nueva actitud se negó diciéndome que debía volver a ensayar. Yo sabía que nadie más estaría allí, que era una obstinación de su parte seguir practicando.

La seguí sin que se diera cuenta y la vi entrar al gimnasio; encendió las luces y la mesa de sonido. Colocó la pista de ensayo una vez más y comenzó a cantar. Su voz se oía dulce y melodiosa como nunca antes, las horas pasaban y ella seguía ahí ensayando.

De pronto los instrumentos comenzaron a emitir sonidos extraños, se sentía como si las cuerdas de los violines se cortaran una a una. Diana guardó silencio un momento y miró hacia el iluminado rincón; el sonido se detuvo y ella continuó cantando con toda la fuerza de su corazón.

Nuevamente comenzaron los ruidos de cuerdas cortándose, pero esta vez no pararon; las cuerdas de todos los violines, chelos y contrabajos se cortaban. El ruido era estremecedor, Diana dio un grito terrible de espanto y la silueta oscura de un hombre se hizo presente en el lugar. El hombre se acercó a ella como flotando en el aire, lentamente colocó su mano sobre su cara y luego de unos segundos desapareció. Diana cayó al suelo y corrí a ayudarla, comencé a hablarle y a moverla pero no despertaba.

La tomé en brazos y la senté en la gradas; ella abrió sus ojos lentamente pero una nube blanca opacaba el café de su iris.

—Por favor enciende la luz —me dijo aterrada.

—Pero Diana, está encendida —respondí extrañado.

— ¡No, mentira!… ¡Todo está oscuro!… ¡No veo nada!…

Aunque me costara aceptarlo, todo lo sucedido esos días era demasiada coincidencia tras nuestra experiencia en la mansión. Busqué una respuesta entre líneas al preguntarle:

— ¿Qué hiciste Diana?… ¿Qué pediste esa noche?

—Sólo pedí ser la mejor cantante del coro —me respondió estallando en un mar de lágrimas y desconsuelo.

Sus palabras corroboraron mis más profundos miedos. Comprendí que la leyenda se hizo realidad para Diana esa noche y el pago de su deseo fue entregar su vista, a cambio de la más hermosa voz que jamás había escuchado. Por más que la abrazara e intentara consolarla, sabía que nada cambiaría lo sucedido. Sabiendo que nadie nos creería lo que pasó, decidimos no hablar de ello jamás y eso se convirtió en nuestro secreto por siempre. Lo que aún no termino de entender es cómo a veces, los deseos más simples, pueden convertirse en los más desafortunados si se los busca con envidia y vanidad.


Publicación reeditada 2003


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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