viernes, 30 de octubre de 2009

SÓLO POR UN MOMENTO



SÓLO POR UN MOMENTO

¿Qué puedo decir en mi defensa? ¿Cómo puedo explicar esta situación recurrente?
¿Puedo tal vez argumentar que el destino aún me tiene desamparado y olvidado?
Sentado sobre la hierba, mirando al cielo, intento ver alguna estrella fugaz esta noche, verla caer mientras en lo profundo de mi corazón, exhalo un deseo para este momento.

Muy profundo junto a mi latir una frase recorre mis pensamientos; el último adiós que sonaba como un "hasta luego" y ese pálpito estremecedor de encontrarte a la vuelta de la esquina. Todo me hace presentir que esta historia no ha terminado.

Y sigo mirando el cielo de esta noche, no hay estrellas que caigan hoy, sólo se derrumba la esperanza de volverte a tocar.

En medio del silencio una voz susurra mi destino, una voz conocida que estaba ausente, pero que vuelve para mostrarme el camino. Tal vez no escuché lo suficiente para seguir ese  murmullo, quizás fueron sólo mis ansias de volver a tener esa melodía en mis oídos.

Dando vueltas con mi mirada perdida en el horizonte, me pregunto si me escucharías si hoy te llamara o estas muy lejos para oirme gritar mientras se pierden mis recuerdos. Quizás seamos como las estaciones, que se van por un momento para volver a abrazar su esperado tiempo.

Perdido en el silencio de esta noche, sólo quiero soñar un instante junto a ti, ver esos ojos traviesos y esos labios dulces llenos de pasión. Pero no consigo sino pensar en este amor que me ha dejado esta herida abierta, este dolor que no duerme y me desangra en amargura.

Aún siento temor de dejar ir lejos lo que siento, hay un fantasma en mi espejo cada día al despertar, la noches se vuelven muy frías y mi corazón se congela lentamente al amanecer, mientras mis manos intentan encontrar tu cuerpo sobre mi cama.

El cielo ha cerrado su puerta, los ángeles se mantienen en silencio y quisiera escucharlos sólo por un momento. Quisiera por un instante revivir esa gloria, llevar esos recuerdos a tu mente otra vez y hacerte recordar cada momento de amor, hacer que me recuerdes junto a ti.

Incluso las estrellas me recuerdan, mis pasos se pierden cada día, desde el momento que cerraste la puerta y me dejaste volar lejos. Recordar, sólo necesitas recordar. Escuchar mis ruegos entre frases amargas, frases desde lo profundo del corazón que te piden salvar nuestro amor, no rendirte, soportar un poco más, volver a creer, volver a sentir.

Toma mi mano o toma mi vida que ya no la necesito si no estás aquí, quiero navegar entre las estrellas de esta noche y recorrer ese camino contigo sin temores, toma mis sueños y vuelve a dibujarlos, no es tarde para revivir ese fuego.

No dejes que la noche se vaya, no dejes que termine, no permitas que llegue la mañana y que persista esta duda entre nosotros. Sólo regala una oportunidad a aquel que te lo pide, entre sueños despierto, entre sonrisas dolidas, antes que el sol levante el día.

Desde la oscuridad vuelvo a pedir tus besos para mi, que esa sonrisa ilumine este corazón marchito y le entregue vida a las últimas horas de la madrugada. Aún espero esa estrella caer y que no acabe este amor en su último destello, que permanezca iluminando el horizonte hasta el alba.

Utopía sin sentido, deseos engañosos, efímeros, recuerdos dolorosos al final, un beso amargo mientras las lágrimas caían por tus mejillas, no pude llorar mientras me lastimabas, no pude llorar mientras herías mi corazón, ni siquiera sangraban mis heridas, pero ese dolor estaba destruyéndome por dentro.

Ni siquiera pude ver tus ojos en el adiós, ni siquiera recuerdo tus palabras que sonaban como un "hasta luego"; con la garganta apretada, envuelta en llanto retenido, ni siquiera pude soltar un suspiro desgarrador.

Sólo tenía preguntas en mi mente que no pude responder. ¿Dónde se ha ido ese amor?
¿Dónde están los sentimientos que profesabas tan eternos?
Al final no hubo nada que pudiera decir, el silencio cerró mi boca y escondí mis sueños, no podía ver, me sentía ciego y sin rumbo, pero enfrenté la verdad mientras me alejaba.

Al ver que mis pasos no tenían retorno, que las huellas en la arena se las llevaba el mar, mientras mis poemas desaparecían en el blanco papel que las retuvo un instante. Sólo por un momento sentí ese fuego, como la estrella que al fin veo caer.

Pensar que esperé por ella toda la noche, mientras caminaba por el río, entre hielo y nieve, a pesar del frío intenso, mantenía esa llama de esperanza que ahora se apaga. Quemaba bajo mi piel, prendía mis ilusiones, te había buscado toda la noche para que me dieras esa pequeña luz de alegría, que me transforma sólo en un recuerdo.

¿Qué dirás de mi algún día? cuando los pensamientos vengan nuevamente y tengas que decir algo sobre mi. ¿Dirás que fui un buen hombre que te entregó amor y al que amaste también?
Quizás no dirás que fui el hombre perfecto, sino estarías aquí hoy conmigo. Es muy extraño pensar así, pero ¿qué dirías de nosotros? ¿dirías que era muy bueno para durar y que simplemente lo dejamos ir?

Talvez algún día, en los brazos de otro me recordarás y pensarás en cómo pudo haber sido, pero sentirás como si fuera arena entre tus manos para nunca volver.
¿Y si ese otro ya no estuviera más? ¿pensaría que fue un error no intentarlo nuevamente?
¿Qué me hubieras dicho en verdad? ¿Qué pensarías de mi si me vieras regresar y llamar a tu puerta? ¿Pensarías que es la oportunidad de recobrar el amor que dejaste ir? o dejarías pasar ese momento como la estrella que iluminó este instante y que se pierde mientras te recuerdo.

Ya la noche se escapa y el cielo se torna más claro, el sol levanta el día y otra noche de recuerdos se ha ido, mientras las preguntas continúan en mi cabeza y el dolor late en mi corazón, sólo por un momento pensé que sería feliz junto a ti.



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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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martes, 20 de octubre de 2009

TUNELES DE SANGRE




TÚNELES DE SANGRE
Secuela de la historia "El último tren de la noche"
Una brisa húmeda recorría la ciudad que en un par de horas más comenzaría a moverse. El metro aún no estaba abierto al público. Los primeros en llegar a las estaciones siempre eran los jefes de estación y los conductores del primer turno, después lo hacían los otros funcionarios y finalmente el personal de aseo. Pero aún con toda esa gente comenzando a moverse al interior de los pasillos, las puertas no se abren hasta que lo carros han salido de los talleres y están circulando por las vías rompiendo el silencio en que la ciudad se había sumergido.

Los rieles comenzaban a chirriar lastimeramente con el peso vacío circulando por sus cuerpos inertes y metálicos. Los fantasmas de los túneles ya se han escapado a sus refugios oscuros entre los rincones olvidados. Las criaturas de las sombras dejan de deambular entre las vías y se escapan a los ojos de aquellos que ya no creen en historias de terror. Pero hay ojos que los han visto y sólo cuentan lo que han descubierto a sus conocidos más cercanos; aunque otros muchos callan para no ser tildados de mentirosos, fantasiosos, chiflados o crédulos.

—Las vías tienen historias que muy pocos conocen —dicen los conductores más experimentados y viejos en el oficio.

Aunque los novatos siempre piensan que son sólo cuentos para asustar a los recién llegados. Sin embargo por las noches, mientras cumplen sus horas de capacitación recorriendo las vías cuando la gente se ha ido de los andenes, suelen ver de reojo sombras y figuras que se dibujan en la oscuridad. Aunque no siempre pueden afirmar si ha sido sólo sugestión o los viejos fantasmas del metro han salido a darles la bienvenida. Los más antiguos lo saben bien, pero no lo dicen, es mejor que lo averigüen por ellos mismos.

La madrugada era apacible, esa noche no hubo recorridos de prueba ni novatadas, las vías descansaron hasta la llegada del primer turno. Más de una hora había pasado desde que el primer carro salió de los talleres. Faltaban pocos minutos para abrir los grandes portones y que la gente comenzara a recorrer los pasillos como hormigas que encuentran un bocado y se apresuran sobre él. Sólo pocos minutos para que las boleterías comenzaran a vender los primeros boletos del día o a cargar las primeras tarjetas de la mañana. Muy poco para que los torniquetes comenzaran a dar vueltas una y otra vez incansablemente, sin parar hasta el final de la jornada.

Antes que el murmullo de la gente rompiera el silencio de la madrugada, antes del despunte del alba, se dejó escuchar el grito aterrador de una mujer haciendo eco en los solitarios corredores. El grito desgarrador no cesaba, se expandía por las escaleras y subía velozmente por los pasillos. El eco retumbante impedía precisar el origen de tan desesperado alarido. Desde lo alto de la pasarela que une los andenes, uno de los guardias logró ver desde donde venía tal escándalo. La encargada del aseo había descubierto un rastro de sangre que luego de recorrer varios metros desde los pasillos se perdía hacia el interior de uno de los túneles.

El guardia corría hasta donde estaba la mujer para ayudarla; al llegar la encontró paralizada por el pánico, blanca y helada como la nieve.

— ¿Qué le sucedió? —preguntó el hombre sujetándole la mano.

Pero ella no respondió, se quedó en silencio, con la vista perdida mirando el camino de sangre que recorría gran parte del pasillo hasta el final del andén, internándose abruptamente hacia el túnel. Eso mismo había visto él a la distancia antes de bajar. Con ese espíritu detectivesco que les aflora a algunos guardias, se arrodilló cerca de la mujer y pasó su dedo índice por la mancha roja que parecía cera o mermelada de frambuesa. La apretó entre sus dedos índice y pulgar palpando la viscosidad del líquido rojizo, luego la acercó a su nariz para olerla y aunque no sabía como era el olor a la sangre, descartó que fueran las otras dos opciones que había supuesto.

—Es sangre —lo pensó pero no lo dijo.

Luego mirando hacia ambos lados del sangriento camino, tomó el radio sin saber qué código indicar a sus compañeros, apretó el botón para hablar pero hizo una larga pausa.

—Atención… atención… Sigma, A uno norte… repito… Sigma, A uno norte.

—Copiado —respondió otra voz.

Inmediatamente el jefe de estación descendió al andén mientras el guardia se incorporó caminando en dirección opuesta al túnel. Al mismo tiempo otras cosas comenzaron a suceder en paralelo. Llamaron a la central para que desde allí se avisara a la policía y también se pidiera la presencia de una ambulancia; luego se alertaron a las demás estaciones y a todos los carros de la red sobre lo que estaba sucediendo en esa concurrida estación. Hasta no precisar lo que había pasado, el lugar permanecería cerrado al público.

El tiempo se convertía en un enemigo vil y descarado, cada minuto que transcurriera sería un paso más cerca de la tormenta que se asomaba. Era como estar en una planicie soleada y ver a la distancia las nubes negras cargadas de agua torrencial que se acercan y en vez de escapar en sentido contrario, comenzar a caminar hacia ellas. En cosa de minutos todo sería un caos; la estación sería clausurada y los trenes no podrían circular por horas.

El guardia continuó su peregrinar indagatorio siguiendo la sangrienta ruta hasta llegar a uno de los pasillos, ahí el charco de sangre coagulada como gelatina era el punto de partida del desastre. Ese era el origen del misterio. En sus años trabajando en el metro eso era lo más espeluznante que le había tocado ver. Una vez estuvo cerca de asistir un suicidio, pero la mujer que se lanzó a las vías quedó hecha picadillo y fueron otras personas las que debieron limpiar el desastre. En esa ocasión a él sólo le tocó evacuar la estación.

La otra situación extraña que vivió, fue una noche de invierno después de finalizar el turno. Cuando ya los trenes habían terminado su recorrido y se dirigían rumbo a los talleres, él subió en uno de los carros en compañía de un conductor amigo. De pronto en medio del recorrido, el conductor vio una pareja de ancianos sentados en el primer asiento al ingresar al andén, de inmediato detuvo el avance del convoy y abrió las puertas mirando en todo instante por el espejo lateral. En ningún momento perdió la vista de la pareja que permanecía sentada tranquilamente en la distancia, pero al ver que no se movían para subir, el conductor le pidió que fuera a ver qué pasaba. Ambos se asomaron por la puerta al mismo tiempo y quedaron petrificados, pálidos de la impresión; en un abrir y cerrar de ojos la pareja de ancianos había desaparecido. Los pelos se le erizaron, al igual que ahora al ver aquel charco rojo que se esparcía por el piso y las murallas, salpicando por todos lados.

No había ningún cuerpo a la vista, sólo sangre en abundancia y desde ese punto comenzaba el camino que él ya había recorrido. El guardia se devolvió sobre sus pasos y al llegar al andén nuevamente, otros compañeros ya habían bajado para ayudar a la mujer del aseo. Aunque más que para socorrerla estaban allí para calmar sus ansias morbosas y curiosas. La mujer estaba choqueada, su vista permanecía perdida en la distancia y temblaba completamente como un perro mojado en medio de la lluvia. Por suerte la ambulancia no tardó en llegar y se la llevaron.

Los portones permanecían cerrados al público y la gente que llegaba habitualmente a esa hora de la mañana, se agolpaba a las afueras observando con asombro y molestia el cierre de la estación. Algunos se movían rápidamente en busca de un transporte alternativo, pero otros permanecían en las afueras exigiendo una explicación e intentando averiguar más de lo sucedido al interior. En realidad no había mucho que averiguar, ya que nadie les daría las verdaderas razones por las cuales no podían entrar. Los rumores crecían a medida que los minutos avanzaban. Lo más escuchado fue que existía un desperfecto técnico en las vías; lo que fue descartado hábilmente por los curiosos cuando llegó un equipo especializado de la policía.

Otros hablaban de un suicidio al interior, la alerta de una posible bomba era más creíble y otros rumores similares que nacían espontáneos como una epidemia. Los medios de prensa no tardaron en llegar también para cubrir la noticia. No todos los días se producen situaciones tempraneras que amenazan con paralizar el traslado de toda una ciudad, teniendo en cuenta que esa estación era el punto de enlace más importante de toda la red. Tres niveles de flujo de público, donde personas del norte, sur, este y oeste de la ciudad se encontraban, muchos de ellos haciendo uso del cambio de andén para continuar su viaje.

Mientras tanto abajo en el andén, los policías acordonaron el área. Los forenses tomaban muestras de la sangre encontrada, la que horas más tarde revelaría que se trataba de sangre humana, y sacaban fotos a toda la horrorosa escena. Luego un grupo de policías se adentró en el túnel siguiendo el rastro de sangre, avanzaron por las vías más de ochenta metros hasta llegar a una zona de muy difícil acceso. Era una especie túnel de servicio por donde se internaba el rastro y se perdía en la oscuridad. Lo que hubiera causado todo ese desastre ya no se encontraba al alcance de ellos.

Dadas las circunstancias y que el tiempo que la estación había permanecido cerrada ya era demasiado, decidieron organizar un equipo de búsqueda más especializado, el cual retomaría la investigación durante la noche para no causar pánico en la población. Una vez que fueron limpiados los pasillos e incluso la pared que había sido salpicada de sangre quedaba limpia y sin residuos visibles; todos los recorridos volvían a la normalidad. Ya habían pasado seis horas de arduo trabajo y era más de mediodía, el sol estaba en la cima del cielo y el calor de la mañana permanecía en el aire.

—Misterioso incidente en el metro —citó un medio de prensa electrónico, junto a una foto añeja de esas imágenes de archivo que utilizan una y otra vez cuando no hay nada que mostrar. Los despachos televisivos sólo mostraban imágenes al exterior de la estación y por más que intentaron obtener entrevistas con los funcionarios involucrados, todos habían sido instruidos para no decir absolutamente nada.

—Estamos investigando… no podemos dar mayores detalles… todo está en completo orden… —fueron las escuetas palabras del jefe de estación.

El día pasó rápido entre especulaciones y la expectativa de la gente, que sólo esperaba llegar a su casa para ver en el noticiero central lo sucedido esa mañana. Pero nada de eso se hizo realidad y con la misma facilidad que nacieron las intrigas, el extraño suceso se esfumó de la pantalla.

Pero no sería así para los equipos especiales que ya estaban listos para su segunda entrada a los oscuros y misteriosos túneles del metro. La hora se acercaba, la multitud de gente comenzaba a menguar y la luna creciente de tres noches se asomaba tímida tras las montañas. La claridad del cielo prometía una linda vista de las pocas estrellas que se pueden divisar en la ciudad. La temperatura era medianamente agradable, mientras la expectación se hacía cada vez mayor en el escuadrón que ingresaría al túnel. El encuentro con lo desconocido mantenía a todos en un notorio estado de ansiedad. Además todos conocían perfectamente los detalles de lo encontrado esa mañana en los pasillos, todos sabían de la sangrienta escena digna de un asesinato bestial e inhumano.

Finalmente la jornada terminaba para los conductores y funcionarios del metro, los carros volvían a los talleres y las estaciones eran cerradas a la multitud que volvía a sus casas a descansar. Eran los minutos previos donde la tensión se podía cortar con navaja y hasta el sonido más pequeño e insignificante hacía eco en los solitarios pasillos.

—Procedan con el corte de corriente —solicitó el jefe de turno de la estación.

—Copiado —respondió otro funcionario que junto a tres guardias sumaban un total de cinco trabajadores del metro para apoyar al escuadrón de rescate.

Las linternas se encendieron iluminando el interior del misterioso túnel y los diez sujetos del equipo de rescate avanzaban lentamente para reiniciar la búsqueda. Por largos metros se internaron hasta llegar al lugar donde habían perdido el rastro de sangre. Uno a uno los hombres armados comenzaron a descender por un acceso estrecho y mal oliente. La sangre se mezclaba con la viscosa humedad de las paredes y lentamente avanzaron hasta llegar a una especie de recámara de descanso. En ese lugar había tubos y cables que se conectaban con la siguiente estación; también encontraron restos de ropas rasgadas, llenas de sangre y mezcladas con trozos de carne. Sin duda lo que arrastró el cuerpo hasta ese lugar, se alimentó luego de él. Pero qué clase de animal podría vivir bajo la ciudad, entre los túneles sin ser visto.

El oscuro pasillo se extendía por varios metros más hasta llegar a una nueva y húmeda recámara. El rastro de sangre no continuaba avanzando por el pasillo, sino que se desviaba hacia un foso tétrico y maloliente que permanecía abierto. Junto a la pesada tapa metálica del foso había una escalera de acero que descendía unos cinco metros al interior. Sólo seis policías ingresaron al foso para recorrer esos misteriosos lugares, el resto permaneció allí a la espera de sus compañeros. Lo que estuviera moviéndose a través de esos lúgubres pasillos, les llevaba la gran ventaja de conocer esos rincones.

Separados en tres parejas, se encaminaron en diferentes direcciones; la humedad se incrementaba a cada paso que daban y el olor se tornaba cada vez más insoportable. El primer equipo avanzó hacia el sur hasta llegar al final del pasillo original, donde se encontraron con un nuevo y más pequeño túnel que había sido rudimentariamente excavado a través de una muralla de ladrillos. Por otra parte el segundo equipo que avanzaba en dirección opuesta, encontró algo muy similar al final de su recorrido. Al parecer lo que recorría esos pasillos había realizado extensiones de los túneles, creando así nuevas conexiones por las cuales desplazarse libremente.

El miedo se sentía en el escaso aire que los rodeaba, había un temor evidente de continuar avanzando por esos estrechos y oscuros pasillos. De pronto una serie de disparos se escucharon rompiendo el silencio y la tensión del momento, los disparos venía desde el lugar hacia donde había avanzado el tercer grupo. El ruido movilizó a todos hasta llegar a uno de los pasillos donde encontraron sólo a uno de los policías tendido en el suelo en evidente estado de pánico. Sus ojos estaban llenos de terror y aún tenía el arma en la mano, apuntando hacia otro rústico y oscuro agujero al final del pasillo. Todos le preguntaban por su compañero, pero él no pronunciaba una palabra, sólo señalaba el oscuro pasadizo delante de ellos. Con mucha cautela se acercaron al borde del muro y encontraron rastros de sangre fresca mezclados con la húmeda tierra del lugar. Tres de ellos entraron por el rústico túnel intentando dar alcance a lo que había atacado a sus compañeros.

El laberinto de pasillos daba vueltas en todas direcciones desorientándolos al punto de no poder continuar la angustiosa búsqueda. Al no encontrar nada, el grupo decidió volver a la superficie antes de lamentar la pérdida de alguien más. A esa profundidad los equipos de radio eran totalmente inútiles por lo que debían organizarse para volver y dar aviso de lo sucedido. Mientras regresaban al punto donde se habían separado, encontraron el cadáver de su compañero desaparecido con la cara destrozada y los brazos quebrados. La aterradora y sangrienta visión los dejó perplejos; lo que estuviera escabulléndose por esos pasillos, sin duda era más peligroso de lo que ellos habían imaginado.

Los cinco sobrevivientes intentaban regresar a la superficie cargando lo que quedaba del cuerpo de su compañero. Las luces de las linternas se cruzaban entre las sombras, el silencio permitía escuchar sus pasos y su acelerada respiración. De pronto desde las sombras se dejó escuchar un fuerte alarido bestial que detuvo su veloz avance. Todos se sobresaltaron y se miraban entre ellos, el ruido hacía eco en los rincones y se perdía entre los oscuros pasadizos. El aterrador grito se sentía en todas direcciones y ya no sabían si seguir avanzando o retroceder.

Al fin llegaron a una recámara por la cual no habían pasado anteriormente, la que conectaba cuatro pasillos; luego de debatir por donde debían continuar, entraron por uno de ellos. Dos hombres iban al frente con sus armas levantadas, mientras eran seguidos de cerca por otros dos que cargaban el cadáver de su compañero y finalmente un quinto hombre cubriendo la retaguardia del grupo. Eso era así hasta que se dieron cuenta que en algún momento, él también había desaparecido sin ruidos y sin dejar rastros. Los estrechos y confusos pasadizos no los conducían a ningún lado, estaban atrapados en un laberinto de muerte sin salida.

Luego de algunos minutos de dar vueltas, llegaron a una recámara mucho más grande que conectaba el pasillo por el que venían con un canal de agua; posiblemente eran las aguas del antiguo alcantarillado proveniente de otras estaciones. Estaban casi seguros de que habían caminado en dirección opuesta a la que entraron; pero no tenían la más mínima intención de regresar por donde mismo, sólo necesitaban encontrar una nueva salida para escapar de ese lugar. Al seguir avanzando, se vieron obligados a cruzar por una pequeña plataforma sobre el canal de agua; unos metros más adelante había una escalera que se conectaba con un nivel superior. Desde ese punto les sería imposible subir el cadáver de su compañero, así que con mucho pesar decidieron dejarlo en aquel lugar.

Uno a uno subieron por la larga escalera hasta que finalmente fue el turno del cuarto hombre. Él se colgó el arma al hombro y comenzó a subir mientras sus compañeros lo esperaban más arriba. Sus manos se afirmaban torpemente en cada peldaño y el miedo hacía que sus rodillas se doblaran de vez en cuando, dando la impresión que en cualquier momento caería al vacío. Ya tenía medio cuerpo en la recámara superior cuando el hombre comenzó a dar gritos desesperados de dolor. Sus compañeros lo sujetaban de las manos sin poder sacarlo de la zona de escaleras y cuando al fin lo lograron, sólo tenían la mitad de su cuerpo sujeto por los brazos. La bestia había desgarrado sus piernas y el hombre se desangró rápidamente ante la mirada aterrada e incrédula de los demás.

Tanto fue el terror y la desesperación, que uno de ellos comenzó a disparar hacia la recámara inferior. Estaba cegado por el pánico y la ira de la situación, al escuchar los gruñidos de la bestia que procedían de abajo, decidió descender para enfrentarla y darle muerte. Con una mano se sostenía de los peldaños metálicos y con la otra sostenía el arma sin dejar de disparar. En medio de su locura, el hombre continuó bajando las escaleras disparando sin cesar hasta agotar sus municiones. Sus compañeros lo observaban desde arriba, parado sobre la plataforma, al pie de la escalera apretando el gatillo a pesar que ya no habían balas en su arma.

De pronto desde el agua se levantó la figura bestial que los había estado persiguiendo y cazando sigilosamente. Lejos de lo que ellos pensaban, no se trataba de un animal salvaje; más bien tenía apariencia de un hombre enorme con mutaciones en sus articulaciones que le obligaban a caminar encorvado. Tenía una gran musculatura y enormes garras en las manos y los pies. El color de su piel era muy pálido y se movía con una velocidad increíble para un cuerpo de su tamaño.

Se abalanzó sobre el hombre y de un zarpazo lo derribó. La situación fue tan repentina que ni siquiera le dio tiempo de escapar, desde el suelo el hombre continuaba intentando disparar sin darse cuenta que ya no tenía municiones. La bestia se acercó velozmente a él y le mordió el cuello hasta darle muerte con gran dolor. Los demás policías no podían creer lo que estaban viendo y sin pensarlo dos veces corrieron por el oscuro pasillo hasta una puerta lateral que los conducía a un largo y amplio túnel. Las luces de sus lámparas se movían sin dirección iluminando levemente la ruta por la que corrían. La pesada puerta rechinó al abrirse y un fuerte olor podrido los envolvió completamente. Ellos se internaron en la habitación mientras el olor del ambiente se impregnaba en su piel.

A medida que avanzaban, sus linternas alumbraban de vez en cuando las paredes, revelando que los túneles se teñían de sangre por todos lados. En el suelo habían rastrojos de huesos que crujían a cada paso que ellos daban y vestigios de ropas que se les enredaban en los pies. Desde lejos, en medio de la penumbra, pudieron divisar una nueva puerta que los condujo a una gran habitación llena de cadáveres, huesos y todo tipo de desechos humanos. Sin duda habían llegado a la guarida de la bestia; habían sido cazados uno a uno hasta ser acorralarlos en ese lugar sin salida.

Los hombres hicieron una pausa e intentaron trancar la puerta con largos trozos de huesos en forma de cuña. Al iluminar hacia el final de la habitación, descubrieron que había una escalera que conectaba con otro nivel superior. Esa podría ser su única salida. Ambos corrieron hasta ella sin detenerse sabiendo que lo más probable era que la bestia los seguía muy de cerca. A medida que subían cada peldaño, comenzaron a escuchar fuertes golpes contra la puerta metálica. La bestia embestía con todas sus fuerzas intentando entrar en la habitación. Paso a paso subieron hasta el final encontrando una enorme tapa metálica que cerraba el acceso a la galería de arriba. Golpe tras golpe la puerta de la habitación sucumbía ante las fuertes embestidas de la bestia, mientras los hombres intentaban desesperadamente levantar la pesada tapa que les impedía salir.

El sujeto que se encontraba más arriba le pasó el arma a su compañero y se acomodó de tal manera de sujetarse con las piernas, mientras con ambos brazos empujaba hacia arriba. En ese momento la bestia derribó la puerta y entró a la habitación; la adrenalina fluía más que nunca por las venas de los desesperados hombres. Aquel que tenía las armas comenzó a disparar mientras su compañero continuaba intentando despejar la salida.

Lentamente el bloque de acero se levantó ante los esfuerzos desesperados del sujeto, mientras la bestia no podía ser alcanzada por los disparos de su compañero. Con mucha habilidad se movía por la habitación gruñendo y eludiendo los disparos, hasta que finalmente recibió un disparo certero en el torso y cayó al suelo. La tapa metálica cedió en el momento preciso y el primer policía logró salir de la habitación, mientras su compañero permanecía expectante afirmado en la escalera y disparando las últimas balas que quedaban en su arma.

Unos segundos permaneció inmóvil esperando alguna reacción de la bestia que yacía tendida de espaldas; al ver que no se movía, procedió a subir los pocos peldaños que le faltaban para salir. Sin embargo no alcanzó a llegar al borde superior, cuando se escuchó el gruñido profundo y aterrador de la bestia que se había incorporado. Con unos grandes saltos  se trepó por las escaleras y sujetó las piernas del hombre que luchaba por subir. Su compañero intentó sostener sus brazos mientras la bestia lo jalaba hacia abajo; las fuerzas de ambos se desvanecían, sus manos se resbalaban centímetro a centímetro y con gran impotencia el hombre vio caer a su compañero escaleras abajo.

Ambos se precipitaron al vacío desde unos seis metros de altura, afortunadamente el policía cayó sobre la bestia amortiguando el golpe. Con lentitud intentó incorporarse la oscuridad lo envolvía por completo, sólo el punto luminoso de su linterna dejaba ver leves penumbras y siluetas estáticas y malolientes. Sabía que no podía intentar subir las escaleras nuevamente sin que la bestia le diera caza y lo matara. Tampoco era una alternativa huir en dirección a la otra habitación; su única salvación era encontrar el arma de su compañero en medio de la oscuridad y darle muerte a la criatura.

Gateando por el suelo viscoso, húmedo y putrefacto movía las manos en una y otra dirección de manera desesperada sin encontrar el arma. Un ronquido quejumbroso lo hizo sobresaltarse, la bestia estaba recuperando la conciencia, sólo sería cosa de segundos antes que lo volviera a atacar. Sus manos rozaron el frío metálico de la pistola y con los de dedos resbalosos consiguió empuñarla. Se tendió de espaldas, inmóvil, esperando que algún ruido o el más pequeño movimiento le indicaran hacia donde debía descargar las balas que le quedaban.

Un nuevo gruñido más largo y lastimero se dejó escuchar, mientras su respiración agitada hacía que sus oídos se taparan de vez en cuando. Sabía que tenía una única oportunidad de salir con vida y que no debía desperdiciar ni un disparo. De pronto sintió que una figura se movía y se incorporaba a no más de dos metros de distancia. La silueta de la bestia se dibujaba a contraluz de manera imponente y aterradora. Casi dos metros de músculos y se erguían como si nada a pesar del duro golpe de la caída. Las manos le temblaban, su garganta se secaba y a lo lejos los gritos de su compañero hacían eco en la habitación.

Esos mismos gritos hicieron que la bestia desviara la mirada hacia arriba y lanzara un rugido aterrador y profundo; como una advertencia final antes de ir por él y cazarlo. Ese rugido estremecedor delató finalmente la posición exacta en la que se encontraba la criatura, el sujeto sostuvo el arma de su compañero con ambas y dando un grito desesperado disparó la carga completa sobre la bestia. Esta vez los disparos fueron certeros y mortíferos; la figura imponente cayó al suelo emitiendo sonidos agónicos que lentamente se fueron perdiendo en la oscuridad. Al fin la pesadilla había terminado aunque habían perdido a cuatro compañeros en esa búsqueda fatal.

La radio de su compañero ya tenía señal en ese nivel y el resto del equipo de rescate se movilizó rápidamente hasta donde ellos se encontraban. Cientos de metros los separaban desde su el punto de entrada hasta donde habían conseguido escapar. Ambos estaban exhaustos, llenos de despojos malolientes, y muy acongojados por la muerte de sus compañeros. En los días posteriores a esa noche y ya sin la amenaza bestial que los atacara, se rescataron los cuerpos sin vida del resto del equipo. Los grandes túneles estaban sembrados de restos humanos y huesos; mientras en la madriguera de la bestia, se calcularon más de cien víctimas de la criatura. Meses después cuando muchos de ellos fueron identificados, se supo que en su mayoría habían sido antiguos funcionarios del metro que se habían dado por desaparecidos.

De la bestia nada se dijo en los medios para no crear pánico en la ciudad y su procedencia desconocida seguirá siendo un misterio por siempre, hasta convertirse en un mito urbano de nuestra ciudad. Pero lo sucedido aquella noche, no será fácil de olvidar por los dos hombres que consiguieron escapar con vida de sus garras.


Publicación reeditada 2013


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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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lunes, 19 de octubre de 2009

EL ULTIMO TREN DE LA NOCHE




EL ULTIMO TREN DE LA NOCHE

Largas líneas de metal recorren la ciudad bajo tierra, miles de personas que entran y salen de sus vagones cada día dándole vida a nuestra ciudad. La mañana y la noche se unen por el incansable peregrinar de los carros que circulan intermitentemente por las venas de este cuerpo de concreto. Mientras la gente transita por sus escaleras y andenes, apenas logran observar el entorno que los rodea.

Los oscuros túneles entre estaciones son un misterio que nadie cuestiona o se detiene a examinar, mientras los rincones secretos de los andenes guardan secretos escondidos que nunca nadie descubrió. ¿Qué pasa durante las noches mientras la ciudad descansa? ¿Hay vida en la oscuridad de los túneles? Probablemente si, pero nadie habla de ello.

Las historias de fantasmas y muerte se esconden tímidamente en el frágil recuerdo de los pasajeros que lo han experimentado y el tiempo se encarga de enterrar la memoria de los sucesos que nadie puede explicar. Es mejor no hablar de ciertas cosas, es mejor sólo entrar en los vagones y recorrer las distancias necesarias para descender en la estación de destino y continuar el viaje sin saber nada más.

Las mañanas comienzan para las vías mucho antes que para la gente y al abrir las puertas a los visitantes ansiosos, ya hay más vida en movimiento de la que pensamos. La mañana continúa cada vez más vertiginosa. Miles de personas inundan las escaleras y los pasillos caminando a paso ligero e intentando entrar a los vagones a como dé lugar. No hay paciencia, sólo ese acelerado ritmo enloquecido y casi salvaje que envuelve a la manada en medio de una estampida.

La tarde le da un pequeño respiro a los fierros trabajados, pero al terminar el día el mar de gente se vuelca nuevamente entre los pasillos buscando regresar a casa. Es como un espejo inverso que se repite una y otra vez. Finalmente al terminar el día las últimas horas traen un descanso momentáneo y pasajero. Pero aquellos que toman los últimos vagones de la noche viven otra realidad. Sin duda su jornada más extensa busca un pronto retorno y un momento de descanso en ese agotador día.

Por eso son muchos los que llegan cansados a la estación del metro, esperando sentarse unos momentos en el andén antes de tomar el último tren de la noche. Sólo necesitan sacarse el peso del día, cerrar los ojos por unos instantes y sentir que el cuerpo agradece ese momento de paz. Pero esos minutos de tranquilidad pueden no ser tan placenteros, cuando al abrir los ojos, te das cuenta que no hay nadie a tu alrededor; que una luz tenue te envuelve y que los minutos de espera se han vuelto horas durmiendo en ese solitario y frío asiento.

Eso es lo que le había sucedido a ese hombre, que después de una larga y agotadora jornada de trabajo decidió descansar su vista de los gruesos lentes que usaba. Se sentó en uno de los primeros asientos del andén, dejó sus lentes a un costado y apoyó la espalda en el incómodo respaldo. Unos segundos después tras unos largos suspiros de cansancio, su mente decidió perderse por un momento en un placentero sueño.

De pronto se despertó sobresaltado, quizás fue un ruido o el largo silencio lo que le hizo reaccionar. La noche ya estaba avanzada y el andén se encontraba vacío. Al menos eso es lo que apenas podía percibir ya que sin sus lentes sólo veía siluetas y contornos borrosos a su alrededor. Con suerte podía distinguir el borde de sus dedos al poner la mano cerca de sus ojos. No se explicaba en qué momento se quedó tan profundamente dormido, que ni siquiera escuchó el último tren pasar. Tampoco hubo nadie que le avisara, simplemente se quedó allí abandonado. Pero eso aún no lo sabía.

Extendió su mano al costado donde había colocado sus lentes, palpó en el asiento continuo pero no lograba encontrarlos. La poca luz que había tampoco ayudaba mucho. Los buscó en sus bolsillos pensando que seguramente sin darse cuenta los habría puesto allí, pero estaban vacíos. Sólo unos cuantos papeles arrugados logró rescatar de ellos. Acercó su reloj a la cara, tan cerca que el vaho de su boca por poco empañó la mica acrílica de la cubierta.

—Dos treinta y cinco —leyó para sí en silencio.

De pronto un sentimiento de miedo le sobrevino y un escalofrío recorrió su cuerpo completamente. Seguramente había visto mal, pensó y volvió a acercarlo a sus ojos.

— ¡Dos treinta y seis! —exclamó a viva voz con gran sorpresa.

Cómo era posible que nadie lo hubiera despertado o que él no hubiera escuchado el aviso del último tren ingresando al andén. Se quedó pensativo intentando ordenar sus ideas un momento. Si el conductor no lo había visto al ingresar al andén, difícilmente lo vería desde el otro extremo. Ahora además debía pensar de qué manera llegaría a su casa a esa hora de la madrugada.

Nuevamente se llevó la mano a los bolsillos de la chaqueta y de la camisa intentando descubrir dónde había dejado sus lentes. Se levantó lentamente para no tener la mala suerte de botarlos al suelo y romperlos, pero nada se sintió caer. Volvió a meter su mano entre las ropas pensando que lo habría dejado caer entre ellas sin darse cuenta, pero no los encontró.

—Tal vez se cayeron del asiento hacia el costado o hacia atrás —reflexionó.

Nuevamente con mucho cuidado, se colocó de rodillas rogando no aplastarlos al apoyar su rótula contra el piso. Con ambas manos palpaba en una y otra dirección sin poder encontrarlos. Recorrió todos los asientos donde se encontraba, por encima y por abajo, desde la derecha a la izquierda y desde el frente hasta el fondo, metiendo los dedos incluso en aquellos espacios que quedan entre un asiento y otro. Con un suspiro profundo se dejó caer con las nalgas apoyadas al piso, exhausto y desconcertado.

De pronto a la distancia, cruzando las vías, le pareció ver la silueta de un hombre que caminaba por el andén. Era como una mancha informe que se movía a velocidad regular y sin pausas.

— ¡Hey!... ¡Oiga…, acá! —Dijo moviendo los brazos en alto— oiga, por favor ¿me puede ayudar?

Rápidamente se incorporó bajando la vista sólo por un segundo y al levantar otra vez la mirada hacia el andén contrario, la silueta ya no estaba.

— ¡Oiga! Sé que está ahí… ¡por favor ayúdeme!

Comenzó gritar con más fuerza, pero sólo el eco de su voz se escuchaba retumbar en las paredes de la estación. Con la certeza de que había visto a alguien moverse allí entre las sombras, comenzó a caminar cuidadosamente por el pasillo hacia la escalera que conectaba ambos andenes.

—Seguramente es un guardia nocturno —pensó esperanzado.

Tantas veces había recorrido esos pasillos, que tenía la imagen de las escaleras grabada en su memoria, conocía cada rincón de una de las estaciones más grandes de la red en esta ciudad. Tenía tres plataformas por donde circulaba la gente a diario, cuatro andenes interconectados por treinta tramos con escaleras, para ayudar a las personas a circular entre las dos líneas que se cruzaban y que se dirigían hacia los cuatro extremos de la ciudad. Un centenar de peldaños, sin contar las escaleras mecánicas que en ese momento no estaban funcionando.

El hombre avanzaba a tientas entre los pasillos intentando llegar a alguna de las ocho salidas, siempre con la esperanza de encontrar a aquel guardia nocturno o vigilante que lo pudiera ayudar. Pero la sombra había desaparecido en algún rincón.

Tras largos minutos consiguió llegar a una de las salidas, que obviamente estaba cerrada por un gran portón metálico. A pesar de sus gritos y los duros golpes que le propinó a la estructura de fierro, nadie vino a ayudarlo. El viento frío entraba desde la calle y sus manos comenzaron a entumecerse rápidamente. Con resignación decidió volver por el pasillo e intentar encontrar ayuda hacia el interior. Nuevamente tuvo esa extraña sensación, un temor incontenible que lo estremeció, se giró para regresar por el pasillo, cuando nuevamente vio a la distancia esa silueta parada a unos treinta metros frente a él.

—Por favor acérquese, me he quedado dormido en el andén y necesito salir para volver a mi casa.

Paso a paso siguió avanzando por el pasillo sin perder de vista esa sombra lejana. Ya estaba a medio camino, cuando la silueta entró por uno de los pasillos que conducen al cambio de andén. El hombre decidió apresurar su caminar a pesar que su vista no le permitía ver los objetos desde lejos. Al menos veía lo suficiente como para no tropezar con los asientos al costado del pasillo y de medio lado mantenía distancia de la línea amarilla para no irse hacía las vías.

Casi corriendo, entró en la sección donde desapareció la extraña silueta y comenzó a subir los dos niveles de escaleras. En ocasiones tropezaba con el borde del peldaño siguiente pero lograba afirmarse de la baranda, se estabilizaba y continuaba subiendo. Al final del trayecto y llegando a los últimos peldaños de la escalera del primer nivel, pudo distinguir la figura oscura que se alejaba lentamente por un pasillo.

Acostumbrándose cada vez más a su disminuida condición, cruzó el pasillo y avanzó más rápido por las escaleras, siempre afirmándose con mucho cuidado en la baranda. Al llegar al final de la subida del segundo nivel, giró hacia la plataforma de conexión que lo llevaba a la línea norte del tren. Una vez en el andén fijó su vista intentando seguir el camino escogido por la silueta, sin embargo no veía nada, se había esfumado como la vez anterior.

Hizo una pausa por un momento para recordar los pasos que había dado para orientarse nuevamente.

—Estoy… hacia el… Norte…, Si, creo que hacia el Norte.

 Pensó otra vez con un murmullo en los labios repasando mentalmente.

—Si, Norte.

Continuó caminando a lo largo del andén, las vías norte/sur estaban más arriba que las este/oeste, la línea anterior; por lo que pensó por un momento, que sus gritos podrían ser escuchados más fácilmente desde fuera de la estación. Comenzó a gritar con todas sus fuerzas sin conseguir respuesta.

Se encaminó hacia una de las salidas, pero el resultado fue el mismo; un gran portón metálico cerraba los accesos y no había nadie de guardia en las instalaciones, ni nadie en las afueras que lo pudiese escuchar. Ya habían pasado otros largos minutos, quizás más de una hora en toda esa búsqueda. Acercó el reloj nuevamente a sus ojos.

—Tres dieciséis minutos.

No había pasado más de una hora aún. Pero él no lo había sentido así. Resignado, decidió volver a los asientos del andén y descansar, si no había nadie en la estación y las salidas estaban cerradas, en vano perdía su tiempo recorriendo los oscuros pasillos. Se sentó en los asientos del andén norte, cruzó los brazos frente a su pecho e inclinó la cabeza hacia delante apoyando el mentón contra su pecho. En esa posición se dispuso a dormir las horas que faltaran para que comenzara a funcionar nuevamente el metro.

Un golpe seco se dejó escuchar en la distancia y el eco retumbó en los solitarios pasillos, el hombre abrió los ojos con sobresalto, aunque su limitada vista no le permitía ver a lo lejos. Nuevamente visualizó a la extraña silueta emergiendo desde uno de los pasillos al otro lado de las vías.

—Ayúdame a salir de aquí —gritó nuevamente.

Su voz retumbaba en los pasillos.

— ¡Ayúdame maldito! No te quedes ahí mirándome —insistió con desesperación.

Esta vez al final del eco de su voz, si obtuvo respuesta a sus gritos. Un gruñido se dejó oír desde el otro lado del andén, como si se tratara de un animal que se siente hostigado y gruñe para amedrentar. Un animal que había comprendido que estaba siendo insultado por aquel hombre. La silueta se movió entre las sombras y de un salto entró en el foso de las vías. El hombre se asustó en gran manera y se incorporó del asiento.

Sólo una vez en toda su vida había visto a alguien descender a las vías de esa manera tan atlética. Fue una mañana de primavera, casi verano, cuando un tipo se lanzó delante del primer carro que venía entrando por el túnel al andén. El griterío de la gente se opacó por el chirrido metálico de las ruedas al frenar. La mayoría de las personas piensan que saltar al metro es sinónimo de una muerte segura. Pero la verdad es que por azar del destino o algún misterio más elevado, sólo la mitad consigue pasar al otro lado y la otra mitad sobrevive con las secuelas más espantosas imaginables.

Aquel hombre calculó mal la distancia faltante para que el carro saliera del túnel. El conductor viendo el bulto cayendo a las vías, hizo lo que muchas veces ensayan rogando que nunca les toque hacerlo en verdad. Aplicó el freno y gritó el corte de corriente por la radio. Los pasajeros siguiendo la inercia del movimiento salían despedidos hacia delante, muchos caídos, muchos lastimados, la histeria, el pánico, todo unido en la misma acción.

El sujeto suicida había quedado atrapado en el frente del carro con la mitad del cuerpo asomada hacia delante, ante los ojos incrédulos, morbosos y espantados de quienes esperaban subirse en ese momento. Fue en ese instante que desde la multitud otro hombre, no un guardia, no el conductor del carro que ya se había detenido completamente y permanecía con su vista perdida en el horizonte y con la mano aún en el radio. Ninguno de ellos, otro hombre brincó a las vías a socorrer al suicida que increíblemente había sobrevivido, quien sabe por cuanto tiempo.

El hombre sostuvo al suicida desde la espalda intentando averiguar cómo había quedado atascado en el frente del carro. Se agachó para ver con total espanto que el sujeto había sido privado de ambas piernas y que de alguna manera una barrera de metal estaba deteniendo el flujo de sangre y evitando que eso fuera un charco rojo. Los guardias aún no se presentaban en el andén y mucha gente se agolpó para mirar, mucha más de la que se alejó por el horror.

— ¡Llamen una ambulancia!...  ¡Llamen una ambulancia! —gritaba el osado hombre desde las vías mientras sostenía aquel medio cuerpo.

—Se le ruega a los usuarios que abandonen el andén, por el momento esta estación detendrá su servicio. Por su atención y comprensión, muchas gracias —se escuchó el escueto anuncio por los parlantes.

Finalmente los guardias descendieron por las escaleras, pero la prioridad era desalojar los vagones y la estación. Uno de ellos le indicaba al hombre en las vías que también debía salir de allí que la ambulancia ya estaba en camino.

—Soy médico —dijo por primera vez el hombre— me quedaré hasta que llegue la ambulancia y podamos sacarlo de aquí; tiene las piernas cercenadas y está desmayado, pero en cualquier momento podría comenzar a desangrarse.

El guardia asintió y continuó ayudando a desalojar a la multitud. El hombre al igual que el resto de los pasajeros debió abandonar la estación, aunque los más morbosos habían grabado o sacado fotos con sus celulares. Para él fue suficiente con la horrorosa imagen en su memoria.

La sombra emergió nuevamente desde las vías con un gran salto para quedar en pié a su lado del andén, a la vez que emitía un nuevo gruñido, seguido de otro y de otro. Cual animal molesto o hambriento, los sonidos eran intermitentes e inquietantes, el hombre sorprendido se fue de espaldas sentándose en el asiento.

— ¿Qué eres? ¿Por qué no me dejas en paz?

Con las piernas temblando se puso en pié y continuó increpando a la criatura, ya no sabía cómo dirigirse a la aterradora figura. Su voz se hacía cada vez más pequeña y sentía que aquello se acercaba cada vez más.

—Sólo estoy esperando que pase la noche para irme de aquí…

Poco a poco rompiendo el silencio del lugar, comenzó a sentir sus pasos acercándose cada vez más hacia él. El miedo se apoderó del hombre y girándose, comenzó a correr hacia la plataforma de conexión, regresando así al lugar desde donde venía. Cada vez que miraba hacia atrás, tenía la sensación que la silueta estaba más cerca de él. Llegó a la escalera y paso a paso, peldaño a peldaño comenzó descender rápidamente sujetándose del pasamano.

No podía bajar tan rápido como acostumbraba hacerlo a diario con sus lentes puestos, pero tampoco estaba ciego como para quedarse parado sin avanzar. Ya faltaba poco para terminar de bajar al primer nivel, cuando volteó nuevamente a mirar atrás, grande fue su sorpresa al ver que ya nada lo seguía. Otra vez la silueta se había esfumado. El hombre se detuvo un momento y respiró hondo recuperando el aliento perdido en la huída.

Pero al voltear la mirada al frente nuevamente, vio a la sombra parada al final de las escaleras. Tal fue su sobresalto y su pánico, que sus piernas fallaron y rodó escalera abajo los siete o más peldaños que le faltaban por bajar. El golpe lo aturdió un instante sin llegar a perder el conocimiento. Una línea de sangre bajó desde su cabeza por su frente hasta caer en forma de gota, muda y solitaria en el piso. El pánico lo tenía petrificado, se encontraba boca abajo en medio del pasillo. Sintió los pasos de su perseguidor acercarse, era un sonido seco y rasposo que resonaba cada vez más cerca.

Una mano fuerte y helada lo tomó del brazo, extendiendo los dedos de su mano y dejando caer sobre su palma, los lentes que había extraviado. Luego un gruñido animal se dejó oír y lo soltó repentinamente. Los pasos de la criatura se alejaban por las escaleras subiendo hacia el segundo nivel. El hombre apenas consiguió tener fuerzas para levantarse nuevamente. La sensación áspera y húmeda de la mano que lo sujetó con una fuerza sobre humana, permanecía en su piel.

Tras recuperar el aliento, se colocó los lentes para poder ver con claridad. Miró hacia todos lados en medio de la penumbra de las escaleras, pero ya no estaba. Todo estaba vacío, desde los pasillos hasta las escaleras. Incorporándose lentamente se dirigió a los asientos del andén para descansar. Estaba adolorido y aún temblando del miedo, se sentó en el lugar donde todo había comenzado aquella noche.

Tan traumática y aterradora había sido esa experiencia, que con la mirada recorría una y otra vez todos los rincones del andén. A cada instante le daba la impresión de estar siendo vigilado a la distancia desde las sombras. Seguramente había pasado una hora más cuando un extraño grito lo sobresaltó nuevamente. El hombre se incorporó aterrado, otra vez se dejaba escuchar el bestial y aterrador alarido, pero esta vez mucho más cerca que la vez anterior.

Con sus lentes puestos comenzó a correr por el andén, no quería toparse con lo que fuera que emitía semejando ruido y prefería resguardarse lo más cerca de alguna salida. Al llegar al pasillo que conecta con la salida, se detuvo un momento para recobrar el aliento; al girar hacia el portón se encontró cara a cara con la bestia. Ahora podía distinguir perfectamente los detalles de esa figura que lo había acosado toda la noche. Sus ojos grandes y negros, emitían un brillo malévolo y amenazante. Tenía una cara deforme y ennegrecida por la polución de los túneles y unas garras negras enormes.

El hombre no fue capaz de reaccionar ante tan espeluznante imagen y mientras permanecía petrificado, anclado al suelo y sin habla, la bestia se le acercó propinándole un letal zarpazo. Las garras destrozaron parte de su garganta lanzando sendos chorros de sangre que teñían las paredes y el pasillo. El hombre cayó muerto en el instante en un charco rojo que se extendía sobre el piso.

La bestia había estado jugando toda la noche con el hombre, tal como un gato juega con un ratón antes de cazarlo. Lo persiguió por horas por los solitarios pasillos, acosándolo desde lejos hasta determinar el momento preciso para acabar con su presa. La noche ya se iba y el cielo aún no comenzaba a tomar los colores del amanecer. Los últimos ruidos que se pudieron escuchar, fueron el grito del hombre ahogándose en su propia sangre, el gruñido de la bestia y el ruido que hace un cuerpo de ochenta kilos, siendo arrastrado por los pasillos al foso de las vías hasta perderse en la oscuridad del túnel.


Publicación reeditada 2013

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D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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lunes, 12 de octubre de 2009

UN ANGEL EN METROPOLIS VII



UN ÁNGEL EN METROPOLIS VII


La brisa rozaba suavemente el lomo de la colina, mientras a la distancia las nubes intentaban restarle protagonismo al sol apagando tempranamente su luz. El cielo se teñía de rojo al igual que las manos de Rubén quien luchaba por mantenerse con vida. Él estaba sentado en la hierba con la espalda apoyada en un viejo álamo. A medida que el sol se llevaba su calor, sus manos se ponían cada vez más heladas y su cuerpo comenzaba a temblar con mayor intensidad. Quien viera la escena a la distancia pensaría que él estaba tranquilamente contemplando la puesta de sol. Pero Rubén se estaba desangrando lenta y dolorosamente bajo la luz del crepúsculo.

Mirando hacia el horizonte luminoso abrió su boca y dijo palabras al viento sabiendo que no estaba solo.

—Sentí tu presencia cuando te acercabas y me alegré de sentirte cerca otra vez, pero me gustaría preguntarte por qué tardaste. Siempre has llegado a tiempo para socorrerme frente a las dificultades, siempre has estado presente en mis momentos de angustia. ¿Qué te retrasó esta vez? ¿Qué fue más importante que yo en esta ocasión?

La brisa continuaba agitando la hierba a su alrededor y el color del atardecer se perdía cada vez más en las frágiles pupilas de Rubén.

—Sé que estás aquí porque siento tu calor a mi lado, aunque mis manos ya comienzan a perder su fuerza y apenas puedo ver lo que queda del día tras la colina. Por favor calma mi dolor mientras pasa este momento de oscuridad, tómame en tus brazos y llévame de regreso a mi camino, porque ya no me quedan fuerzas para vivir.

Mientras esas palabras salían de su boca, levemente se dejó ver una silueta contorneada por los pocos reflejos del sol. Sus ojos no podían creer que después de tantos años a su lado, al fin su ángel se mostraba frente a él. La delgada línea que los separaba se rompía, el velo que lo ocultaba de sus ojos mortales era quitado completamente. Mientras el sol lentamente se escondía tras las nubes que dominaban el horizonte y el cielo comenzaba a tomar colores anaranjados y violáceos, ese resplandor y su silueta se hacían cada vez más notorios.

—Recorría la ciudad como siempre lo hago —dijo el ángel a su protegido con una voz apacible y llena de paz— quizás no entiendas los motivos de mi retraso o del por qué después de tanta vida recorrida has llegado al borde de la muerte. ¿Realmente quieres saber Rubén?

— ¿Al borde de la muerte has dicho? ¿Eso quiere decir que mi hora ha llegado y que no estás aquí para rescatarme sino para llevarte mi alma? —El silencio le respondió a Rubén sus preguntas— Es realmente irónico que el momento más glorioso de mi vida, sea también el último que disfrutaré en esta tierra. Esto es como estar hablando directamente con la muerte o presenciar mi alma salir de mi cuerpo, diciendo y escuchando mis últimas palabras al mismo tiempo.

El ángel que se mantenía a su lado pero con la mirada en el horizonte, se giró hacia él con sus ojos llenos de compasión.

—Como el viento se mueve a tu alrededor así nos movemos nosotros por la ciudad, a veces algunas personas sienten ese movimiento, tal como tú. Pero la mayor parte del tiempo nadie considera esa posibilidad a su alrededor. Hoy descendí y me dirigí al centro de la ciudad mirando los actos que no nos están permitidos alterar...

— ¿Hay cosas que no pueden impedir que sucedan? —interrumpió el hombre.

—No nos está permitido intervenir —respondió el ángel— sólo somos mensajeros de la fe. Si una convicción existe en alguien para enfrentar una situación, esa fe nos permite darle fuerza en lo momentos que más lo necesita. Aún así a veces, alguno de nosotros traspasa esa delgada línea. Tú deberías saberlo, varias veces has estado al borde de la muerte y yo salté esa barrera para ayudarte. Pero hoy era diferente, hoy me encontraba entre tu vida o la de otra persona.

Rubén bajó la cabeza sintiendo una profunda pena por las palabras de su custodio, un sentimiento decepcionante se apoderaba más y más de él, las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas pero no dijo nada de lo que sentía.

—Las decisiones a veces duelen Rubén, pero sé que me entenderás —prosiguió el ángel relatándole lo sucedido— En mi recorrido por la ciudad me enfrenté a varias situaciones difíciles este día. Primero vi cómo a una mujer anciana que caminaba por la calle, le quitaban su bolso con todo el dinero que llevaba. No era mucho comparado con lo que tú ganas, pero para ella significaba todo el sustento para el mes. Esto sucedió en un callejón solitario por donde ella nunca debió haber pasado. Luego, a unas pocas calles de ahí, una joven muchacha pedía un aventón y se detuvo un auto con un hombre adinerado, ella se dejó llevar por su ostentosa apariencia. Sin embargo, él viste así para no despertar sospechas de su torcida mente asesina...

—Pero esas fueron malas decisiones que ellas tomaron —volvió a interrumpirlo Rubén— ¿No podías darles una señal para que no tomaran ese camino?

—Las señales siempre están presentes querido amigo —respondió apaciblemente el ángel— siempre han existido las señales para todos, pero no todos quieren verlas. En ellas estaba la voluntad de seguir esos caminos peligrosos o de salirse de ellos. Pero lo más penoso no es ver los problemas en que la gente se mete por sus malas decisiones, lo triste es ver el dolor de quiénes no tienen ninguna posibilidad de elegir.

— ¿A qué te refieres? —preguntó Rubén apretando sus manos contra su vientre, visiblemente adolorido.

—Un hombre no vidente caminaba hacia su casa después de comprar; él hace ese recorrido todos los días. Se vale por sí mismo desde hace muchos años y prácticamente no necesita que lo ayuden. Pero otro sujeto al verlo mientras cruzaba la calle, lo tomó del brazo simulando que le ayudaba a no tropezarse con algo en su camino. En cosa de segundos echó mano a su billetera, mientras el hombre ciego le agradecía la gentileza de haberlo ayudado.

—Si en ninguna de esas situaciones te fue permitido intervenir… —Rubén hizo una pausa y se acomodó con un intenso dolor en su costado— no entiendo qué tiene que ver todo eso conmigo y con lo que me ha sucedido.

—Todo está ligado querido amigo —le respondió el ángel— ¿Puedes hacer memoria de cómo llegaste hasta este lugar? ¿Puedes contarme lo que te pasó antes de llegar aquí?

Rubén se acomodó nuevamente, ya que el dolor era tan intenso que no había posición ideal en la cual ubicarse para poder hablar con libertad. El ángel se inclinó un poco hacia él y lo tocó para aliviarle un poco su dolor. Un calor intenso inundó el cuerpo de Rubén dándole nuevas fuerzas para proseguir su relato.

—Tú sabes como soy, siendo siempre solidario cuando alguien lo necesita. Tal vez es esa fuerza que tú me entregas para realizar esas cosas la que me impulsa. Nunca he querido ser un héroe, pero he estado en los momentos precisos para socorrer a mucha gente. Esta vez no fue diferente. Mientras caminaba por una avenida en el centro, escuché los gritos de una muchacha en uno de los callejones cercanos. Cuando fui a ver qué pasaba, un tipo intentaba abusar de una joven. Sigilosamente me acerqué, tomé un palo que había a la pasada y le di un buen golpe en la cabeza al sujeto. La muchacha se levantó muy alterada y corrió por el callejón hacia la avenida. Mientras ella escapaba, intenté alcanzarla para asegurarme que estuviera bien. No me di cuenta que el sujeto tenía un arma. Sólo escuché los dos disparos y luego el dolor intenso que me hizo caer y desmayarme. Después de eso, simplemente desperté aquí poco antes de que tú llegaras.

Hubo un pequeño silencio acompañado de la brisa del crepúsculo, el cielo estaba cada vez más violeta. Las nubes en el horizonte se dibujaban voluminosas y contorneadas como si fueran copos de algodón iluminados por luces de colores. Luego el ángel prosiguió con su revelador relato.

—Como te dije antes, todo está ligado querido amigo. La muchacha que rescataste en ese callejón, es la misma que pedía aventón en la calle y terminó subiendo al auto de ese sujeto. Es la misma que conociste hace un mes, cuando tu hijo fue con ella a tu casa para confesarte que había dejado los estudios y que necesitaban ayuda porque ambos estaban metidos en drogas; la misma que echaste de tu casa y le diste la espalda.

Rubén lentamente cambió su semblante al escuchar el relato, un nudo amargo se formó en su garganta y las lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Se sentía cada vez más culpable mientras el ángel continuaba.

—Tu hijo no lo mencionó en ese momento, pero ella está embarazada y ambos sin dinero, han tenido que robar constantemente en las calles para subsistir. Los dos robos de los que te acabo de hablar, el de la anciana y el hombre ciego, los realizó tu hijo. Él también estaba presente cuando ella subió al auto de ese hombre. Todo era un plan para asaltarlo porque se veía adinerado. Ella lo llevó a un callejón cercano donde lo emboscarían, pero no contaban con que el sujeto estaba armado. Cuando tu hijo apareció forcejearon y un disparo se escapó hiriéndolo gravemente. Al ver la sangre y a tu hijo en el suelo, la muchacha se echó a correr para pedir ayuda. El sujeto la persiguió por la avenida hasta llegar dos callejones más allá; fue en ese instante que tú escuchaste sus gritos. Lo que no sabías era que tu hijo estaba herido muy cerca de ese lugar.

Rubén no daba crédito a lo que estaba escuchando, no necesitaba el juicio de su ángel para darse cuenta que a pesar de ser tan bondadoso con otra gente, no fue capaz de socorrer a su propia sangre. El ángel hizo una pequeña pausa entes de proseguir, como anticipando que lo más difícil de escuchar aún no había salido de sus labios.

—Y ésta es la parte más triste querido amigo. Cuando la liberaste de manos del sujeto y ambos corrían por el callejón, el primer disparo iba dirigido a ti y dio de lleno en tu costado. Sin embargo el segundo disparo era para ella... —volvió a hacer una pausa con la voz quebrada— fue una decisión de segundos, si ella moría allí nadie ayudaría a tu hijo y también tu futuro nieto moriría. Tal vez no quisiste ayudarlos en su momento, pero te conozco querido amigo y sé que darías tu vida por tu familia. Sólo me bastó hacerte caer hacia el costado para que tu cuerpo interceptara el segundo disparo. Ella continuó corriendo a salvo y fuera del alcance del sujeto; llegó a ayudar a tu hijo y ahora se encuentran en un hospital, pero fuera de peligro.

—En mi camino de cada día nunca imaginé llegar a este momento —dijo Rubén aprovechando la pausa que hizo el ángel— muchas veces pensé en morir pero jamás que sería de esta manera. Es lo más impensado del mundo tal vez, ver a un ángel y a su protegido en una colina solitaria al atardecer, hablando de la vida y de la muerte… Al menos es un alivio para mí saber que aunque no quise ayudarlos directamente, al final igual resulté ser útil para ellos... Pero ¿Cómo llegué hasta aquí?

—Después del tiroteo y al ver que la mujer escapaba, él echó tu cuerpo en su auto y vino a arrojarte aquí pensando que ya estabas muerto. El sujeto es un buscado asesino y tú no eres el primero que trae a esta colina. Sin embargo en su loca huída colina abajo, acaba de tener un accidente y estrelló su auto en una de las curvas. En su auto hay suficiente sangre para que revisen toda la colina y finalmente te encuentren a ti y a todas sus otras víctimas.

—Supongo que tú no has tenido nada que ver —preguntó Rubén.

—Tú sabes bien que no podemos intervenir, es una línea que no se debe cruzar.

Una leve sonrisa se asomó en la boca de Rubén mientras las lágrimas comenzaron a secarse en sus mejillas. Aunque se sentía muy culpable por todo lo sucedido, al final había encontrado consuelo en las palabras del ángel y comenzaba a asumir que de esa situación no escaparía. Buscando las palabras para un digno epílogo dijo.

—Definitivamente es nuestro último viaje juntos, amigo. He sido egoísta y obstinado, y nunca pensé que éste sería el resultado de mis actos. Ahora que sé toda la verdad y las razones de tu retraso, te encuentro toda la razón. Más importante que mi propia vida es la vida de mi hijo y ahora la de mi futuro nieto.

Rubén hizo una pausa llena de dolor y sintiendo que su pecho cada vez retenía menos su respiración. Sus ojos se llenaron nuevamente de lágrimas antes de continuar.

—Las razones de por qué mi alma me abandona son muy claras. Si éste era el precio a pagar por mis errores lo acepto; sólo te pido que los cuides como cuidaste de mí. Gracias por estar siempre a mi lado y ser una constante compañía como en esta hora oscura. Sólo una cosa más quiero pedirte, no me dejes solo mientras pasan mis recuerdos.

Las lágrimas dejaron de caer por su cara y sus manos ensangrentadas cayeron lentamente a su costado. La hierba se teñía de rojo y Rubén exhaló su último aliento con dolor y resignación. Una vida se perdía para salvar a tres.

El ángel permaneció unos instantes más antes de levantar su vuelo, el sol entregaba su último rayo de luz que se confundía con el resplandor de su aura. Su hora también había llegado y una nueva tarea le sería encomendada. Posiblemente nadie sabrá los detalles de esa historia cuando su muerte salga en los diarios; aunque los misterios de la vida son muy sorprendentes, como todo camino errado que puede regresar a la luz desde la más profunda oscuridad.


Publicación reeditada 2013

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