lunes, 19 de octubre de 2009

EL ULTIMO TREN DE LA NOCHE




EL ULTIMO TREN DE LA NOCHE

Largas líneas de metal recorren la ciudad bajo tierra, miles de personas que entran y salen de sus vagones cada día dándole vida a nuestra ciudad. La mañana y la noche se unen por el incansable peregrinar de los carros que circulan intermitentemente por las venas de este cuerpo de concreto. Mientras la gente transita por sus escaleras y andenes, apenas logran observar el entorno que los rodea.

Los oscuros túneles entre estaciones son un misterio que nadie cuestiona o se detiene a examinar, mientras los rincones secretos de los andenes guardan secretos escondidos que nunca nadie descubrió. ¿Qué pasa durante las noches mientras la ciudad descansa? ¿Hay vida en la oscuridad de los túneles? Probablemente si, pero nadie habla de ello.

Las historias de fantasmas y muerte se esconden tímidamente en el frágil recuerdo de los pasajeros que lo han experimentado y el tiempo se encarga de enterrar la memoria de los sucesos que nadie puede explicar. Es mejor no hablar de ciertas cosas, es mejor sólo entrar en los vagones y recorrer las distancias necesarias para descender en la estación de destino y continuar el viaje sin saber nada más.

Las mañanas comienzan para las vías mucho antes que para la gente y al abrir las puertas a los visitantes ansiosos, ya hay más vida en movimiento de la que pensamos. La mañana continúa cada vez más vertiginosa. Miles de personas inundan las escaleras y los pasillos caminando a paso ligero e intentando entrar a los vagones a como dé lugar. No hay paciencia, sólo ese acelerado ritmo enloquecido y casi salvaje que envuelve a la manada en medio de una estampida.

La tarde le da un pequeño respiro a los fierros trabajados, pero al terminar el día el mar de gente se vuelca nuevamente entre los pasillos buscando regresar a casa. Es como un espejo inverso que se repite una y otra vez. Finalmente al terminar el día las últimas horas traen un descanso momentáneo y pasajero. Pero aquellos que toman los últimos vagones de la noche viven otra realidad. Sin duda su jornada más extensa busca un pronto retorno y un momento de descanso en ese agotador día.

Por eso son muchos los que llegan cansados a la estación del metro, esperando sentarse unos momentos en el andén antes de tomar el último tren de la noche. Sólo necesitan sacarse el peso del día, cerrar los ojos por unos instantes y sentir que el cuerpo agradece ese momento de paz. Pero esos minutos de tranquilidad pueden no ser tan placenteros, cuando al abrir los ojos, te das cuenta que no hay nadie a tu alrededor; que una luz tenue te envuelve y que los minutos de espera se han vuelto horas durmiendo en ese solitario y frío asiento.

Eso es lo que le había sucedido a ese hombre, que después de una larga y agotadora jornada de trabajo decidió descansar su vista de los gruesos lentes que usaba. Se sentó en uno de los primeros asientos del andén, dejó sus lentes a un costado y apoyó la espalda en el incómodo respaldo. Unos segundos después tras unos largos suspiros de cansancio, su mente decidió perderse por un momento en un placentero sueño.

De pronto se despertó sobresaltado, quizás fue un ruido o el largo silencio lo que le hizo reaccionar. La noche ya estaba avanzada y el andén se encontraba vacío. Al menos eso es lo que apenas podía percibir ya que sin sus lentes sólo veía siluetas y contornos borrosos a su alrededor. Con suerte podía distinguir el borde de sus dedos al poner la mano cerca de sus ojos. No se explicaba en qué momento se quedó tan profundamente dormido, que ni siquiera escuchó el último tren pasar. Tampoco hubo nadie que le avisara, simplemente se quedó allí abandonado. Pero eso aún no lo sabía.

Extendió su mano al costado donde había colocado sus lentes, palpó en el asiento continuo pero no lograba encontrarlos. La poca luz que había tampoco ayudaba mucho. Los buscó en sus bolsillos pensando que seguramente sin darse cuenta los habría puesto allí, pero estaban vacíos. Sólo unos cuantos papeles arrugados logró rescatar de ellos. Acercó su reloj a la cara, tan cerca que el vaho de su boca por poco empañó la mica acrílica de la cubierta.

—Dos treinta y cinco —leyó para sí en silencio.

De pronto un sentimiento de miedo le sobrevino y un escalofrío recorrió su cuerpo completamente. Seguramente había visto mal, pensó y volvió a acercarlo a sus ojos.

— ¡Dos treinta y seis! —exclamó a viva voz con gran sorpresa.

Cómo era posible que nadie lo hubiera despertado o que él no hubiera escuchado el aviso del último tren ingresando al andén. Se quedó pensativo intentando ordenar sus ideas un momento. Si el conductor no lo había visto al ingresar al andén, difícilmente lo vería desde el otro extremo. Ahora además debía pensar de qué manera llegaría a su casa a esa hora de la madrugada.

Nuevamente se llevó la mano a los bolsillos de la chaqueta y de la camisa intentando descubrir dónde había dejado sus lentes. Se levantó lentamente para no tener la mala suerte de botarlos al suelo y romperlos, pero nada se sintió caer. Volvió a meter su mano entre las ropas pensando que lo habría dejado caer entre ellas sin darse cuenta, pero no los encontró.

—Tal vez se cayeron del asiento hacia el costado o hacia atrás —reflexionó.

Nuevamente con mucho cuidado, se colocó de rodillas rogando no aplastarlos al apoyar su rótula contra el piso. Con ambas manos palpaba en una y otra dirección sin poder encontrarlos. Recorrió todos los asientos donde se encontraba, por encima y por abajo, desde la derecha a la izquierda y desde el frente hasta el fondo, metiendo los dedos incluso en aquellos espacios que quedan entre un asiento y otro. Con un suspiro profundo se dejó caer con las nalgas apoyadas al piso, exhausto y desconcertado.

De pronto a la distancia, cruzando las vías, le pareció ver la silueta de un hombre que caminaba por el andén. Era como una mancha informe que se movía a velocidad regular y sin pausas.

— ¡Hey!... ¡Oiga…, acá! —Dijo moviendo los brazos en alto— oiga, por favor ¿me puede ayudar?

Rápidamente se incorporó bajando la vista sólo por un segundo y al levantar otra vez la mirada hacia el andén contrario, la silueta ya no estaba.

— ¡Oiga! Sé que está ahí… ¡por favor ayúdeme!

Comenzó gritar con más fuerza, pero sólo el eco de su voz se escuchaba retumbar en las paredes de la estación. Con la certeza de que había visto a alguien moverse allí entre las sombras, comenzó a caminar cuidadosamente por el pasillo hacia la escalera que conectaba ambos andenes.

—Seguramente es un guardia nocturno —pensó esperanzado.

Tantas veces había recorrido esos pasillos, que tenía la imagen de las escaleras grabada en su memoria, conocía cada rincón de una de las estaciones más grandes de la red en esta ciudad. Tenía tres plataformas por donde circulaba la gente a diario, cuatro andenes interconectados por treinta tramos con escaleras, para ayudar a las personas a circular entre las dos líneas que se cruzaban y que se dirigían hacia los cuatro extremos de la ciudad. Un centenar de peldaños, sin contar las escaleras mecánicas que en ese momento no estaban funcionando.

El hombre avanzaba a tientas entre los pasillos intentando llegar a alguna de las ocho salidas, siempre con la esperanza de encontrar a aquel guardia nocturno o vigilante que lo pudiera ayudar. Pero la sombra había desaparecido en algún rincón.

Tras largos minutos consiguió llegar a una de las salidas, que obviamente estaba cerrada por un gran portón metálico. A pesar de sus gritos y los duros golpes que le propinó a la estructura de fierro, nadie vino a ayudarlo. El viento frío entraba desde la calle y sus manos comenzaron a entumecerse rápidamente. Con resignación decidió volver por el pasillo e intentar encontrar ayuda hacia el interior. Nuevamente tuvo esa extraña sensación, un temor incontenible que lo estremeció, se giró para regresar por el pasillo, cuando nuevamente vio a la distancia esa silueta parada a unos treinta metros frente a él.

—Por favor acérquese, me he quedado dormido en el andén y necesito salir para volver a mi casa.

Paso a paso siguió avanzando por el pasillo sin perder de vista esa sombra lejana. Ya estaba a medio camino, cuando la silueta entró por uno de los pasillos que conducen al cambio de andén. El hombre decidió apresurar su caminar a pesar que su vista no le permitía ver los objetos desde lejos. Al menos veía lo suficiente como para no tropezar con los asientos al costado del pasillo y de medio lado mantenía distancia de la línea amarilla para no irse hacía las vías.

Casi corriendo, entró en la sección donde desapareció la extraña silueta y comenzó a subir los dos niveles de escaleras. En ocasiones tropezaba con el borde del peldaño siguiente pero lograba afirmarse de la baranda, se estabilizaba y continuaba subiendo. Al final del trayecto y llegando a los últimos peldaños de la escalera del primer nivel, pudo distinguir la figura oscura que se alejaba lentamente por un pasillo.

Acostumbrándose cada vez más a su disminuida condición, cruzó el pasillo y avanzó más rápido por las escaleras, siempre afirmándose con mucho cuidado en la baranda. Al llegar al final de la subida del segundo nivel, giró hacia la plataforma de conexión que lo llevaba a la línea norte del tren. Una vez en el andén fijó su vista intentando seguir el camino escogido por la silueta, sin embargo no veía nada, se había esfumado como la vez anterior.

Hizo una pausa por un momento para recordar los pasos que había dado para orientarse nuevamente.

—Estoy… hacia el… Norte…, Si, creo que hacia el Norte.

 Pensó otra vez con un murmullo en los labios repasando mentalmente.

—Si, Norte.

Continuó caminando a lo largo del andén, las vías norte/sur estaban más arriba que las este/oeste, la línea anterior; por lo que pensó por un momento, que sus gritos podrían ser escuchados más fácilmente desde fuera de la estación. Comenzó a gritar con todas sus fuerzas sin conseguir respuesta.

Se encaminó hacia una de las salidas, pero el resultado fue el mismo; un gran portón metálico cerraba los accesos y no había nadie de guardia en las instalaciones, ni nadie en las afueras que lo pudiese escuchar. Ya habían pasado otros largos minutos, quizás más de una hora en toda esa búsqueda. Acercó el reloj nuevamente a sus ojos.

—Tres dieciséis minutos.

No había pasado más de una hora aún. Pero él no lo había sentido así. Resignado, decidió volver a los asientos del andén y descansar, si no había nadie en la estación y las salidas estaban cerradas, en vano perdía su tiempo recorriendo los oscuros pasillos. Se sentó en los asientos del andén norte, cruzó los brazos frente a su pecho e inclinó la cabeza hacia delante apoyando el mentón contra su pecho. En esa posición se dispuso a dormir las horas que faltaran para que comenzara a funcionar nuevamente el metro.

Un golpe seco se dejó escuchar en la distancia y el eco retumbó en los solitarios pasillos, el hombre abrió los ojos con sobresalto, aunque su limitada vista no le permitía ver a lo lejos. Nuevamente visualizó a la extraña silueta emergiendo desde uno de los pasillos al otro lado de las vías.

—Ayúdame a salir de aquí —gritó nuevamente.

Su voz retumbaba en los pasillos.

— ¡Ayúdame maldito! No te quedes ahí mirándome —insistió con desesperación.

Esta vez al final del eco de su voz, si obtuvo respuesta a sus gritos. Un gruñido se dejó oír desde el otro lado del andén, como si se tratara de un animal que se siente hostigado y gruñe para amedrentar. Un animal que había comprendido que estaba siendo insultado por aquel hombre. La silueta se movió entre las sombras y de un salto entró en el foso de las vías. El hombre se asustó en gran manera y se incorporó del asiento.

Sólo una vez en toda su vida había visto a alguien descender a las vías de esa manera tan atlética. Fue una mañana de primavera, casi verano, cuando un tipo se lanzó delante del primer carro que venía entrando por el túnel al andén. El griterío de la gente se opacó por el chirrido metálico de las ruedas al frenar. La mayoría de las personas piensan que saltar al metro es sinónimo de una muerte segura. Pero la verdad es que por azar del destino o algún misterio más elevado, sólo la mitad consigue pasar al otro lado y la otra mitad sobrevive con las secuelas más espantosas imaginables.

Aquel hombre calculó mal la distancia faltante para que el carro saliera del túnel. El conductor viendo el bulto cayendo a las vías, hizo lo que muchas veces ensayan rogando que nunca les toque hacerlo en verdad. Aplicó el freno y gritó el corte de corriente por la radio. Los pasajeros siguiendo la inercia del movimiento salían despedidos hacia delante, muchos caídos, muchos lastimados, la histeria, el pánico, todo unido en la misma acción.

El sujeto suicida había quedado atrapado en el frente del carro con la mitad del cuerpo asomada hacia delante, ante los ojos incrédulos, morbosos y espantados de quienes esperaban subirse en ese momento. Fue en ese instante que desde la multitud otro hombre, no un guardia, no el conductor del carro que ya se había detenido completamente y permanecía con su vista perdida en el horizonte y con la mano aún en el radio. Ninguno de ellos, otro hombre brincó a las vías a socorrer al suicida que increíblemente había sobrevivido, quien sabe por cuanto tiempo.

El hombre sostuvo al suicida desde la espalda intentando averiguar cómo había quedado atascado en el frente del carro. Se agachó para ver con total espanto que el sujeto había sido privado de ambas piernas y que de alguna manera una barrera de metal estaba deteniendo el flujo de sangre y evitando que eso fuera un charco rojo. Los guardias aún no se presentaban en el andén y mucha gente se agolpó para mirar, mucha más de la que se alejó por el horror.

— ¡Llamen una ambulancia!...  ¡Llamen una ambulancia! —gritaba el osado hombre desde las vías mientras sostenía aquel medio cuerpo.

—Se le ruega a los usuarios que abandonen el andén, por el momento esta estación detendrá su servicio. Por su atención y comprensión, muchas gracias —se escuchó el escueto anuncio por los parlantes.

Finalmente los guardias descendieron por las escaleras, pero la prioridad era desalojar los vagones y la estación. Uno de ellos le indicaba al hombre en las vías que también debía salir de allí que la ambulancia ya estaba en camino.

—Soy médico —dijo por primera vez el hombre— me quedaré hasta que llegue la ambulancia y podamos sacarlo de aquí; tiene las piernas cercenadas y está desmayado, pero en cualquier momento podría comenzar a desangrarse.

El guardia asintió y continuó ayudando a desalojar a la multitud. El hombre al igual que el resto de los pasajeros debió abandonar la estación, aunque los más morbosos habían grabado o sacado fotos con sus celulares. Para él fue suficiente con la horrorosa imagen en su memoria.

La sombra emergió nuevamente desde las vías con un gran salto para quedar en pié a su lado del andén, a la vez que emitía un nuevo gruñido, seguido de otro y de otro. Cual animal molesto o hambriento, los sonidos eran intermitentes e inquietantes, el hombre sorprendido se fue de espaldas sentándose en el asiento.

— ¿Qué eres? ¿Por qué no me dejas en paz?

Con las piernas temblando se puso en pié y continuó increpando a la criatura, ya no sabía cómo dirigirse a la aterradora figura. Su voz se hacía cada vez más pequeña y sentía que aquello se acercaba cada vez más.

—Sólo estoy esperando que pase la noche para irme de aquí…

Poco a poco rompiendo el silencio del lugar, comenzó a sentir sus pasos acercándose cada vez más hacia él. El miedo se apoderó del hombre y girándose, comenzó a correr hacia la plataforma de conexión, regresando así al lugar desde donde venía. Cada vez que miraba hacia atrás, tenía la sensación que la silueta estaba más cerca de él. Llegó a la escalera y paso a paso, peldaño a peldaño comenzó descender rápidamente sujetándose del pasamano.

No podía bajar tan rápido como acostumbraba hacerlo a diario con sus lentes puestos, pero tampoco estaba ciego como para quedarse parado sin avanzar. Ya faltaba poco para terminar de bajar al primer nivel, cuando volteó nuevamente a mirar atrás, grande fue su sorpresa al ver que ya nada lo seguía. Otra vez la silueta se había esfumado. El hombre se detuvo un momento y respiró hondo recuperando el aliento perdido en la huída.

Pero al voltear la mirada al frente nuevamente, vio a la sombra parada al final de las escaleras. Tal fue su sobresalto y su pánico, que sus piernas fallaron y rodó escalera abajo los siete o más peldaños que le faltaban por bajar. El golpe lo aturdió un instante sin llegar a perder el conocimiento. Una línea de sangre bajó desde su cabeza por su frente hasta caer en forma de gota, muda y solitaria en el piso. El pánico lo tenía petrificado, se encontraba boca abajo en medio del pasillo. Sintió los pasos de su perseguidor acercarse, era un sonido seco y rasposo que resonaba cada vez más cerca.

Una mano fuerte y helada lo tomó del brazo, extendiendo los dedos de su mano y dejando caer sobre su palma, los lentes que había extraviado. Luego un gruñido animal se dejó oír y lo soltó repentinamente. Los pasos de la criatura se alejaban por las escaleras subiendo hacia el segundo nivel. El hombre apenas consiguió tener fuerzas para levantarse nuevamente. La sensación áspera y húmeda de la mano que lo sujetó con una fuerza sobre humana, permanecía en su piel.

Tras recuperar el aliento, se colocó los lentes para poder ver con claridad. Miró hacia todos lados en medio de la penumbra de las escaleras, pero ya no estaba. Todo estaba vacío, desde los pasillos hasta las escaleras. Incorporándose lentamente se dirigió a los asientos del andén para descansar. Estaba adolorido y aún temblando del miedo, se sentó en el lugar donde todo había comenzado aquella noche.

Tan traumática y aterradora había sido esa experiencia, que con la mirada recorría una y otra vez todos los rincones del andén. A cada instante le daba la impresión de estar siendo vigilado a la distancia desde las sombras. Seguramente había pasado una hora más cuando un extraño grito lo sobresaltó nuevamente. El hombre se incorporó aterrado, otra vez se dejaba escuchar el bestial y aterrador alarido, pero esta vez mucho más cerca que la vez anterior.

Con sus lentes puestos comenzó a correr por el andén, no quería toparse con lo que fuera que emitía semejando ruido y prefería resguardarse lo más cerca de alguna salida. Al llegar al pasillo que conecta con la salida, se detuvo un momento para recobrar el aliento; al girar hacia el portón se encontró cara a cara con la bestia. Ahora podía distinguir perfectamente los detalles de esa figura que lo había acosado toda la noche. Sus ojos grandes y negros, emitían un brillo malévolo y amenazante. Tenía una cara deforme y ennegrecida por la polución de los túneles y unas garras negras enormes.

El hombre no fue capaz de reaccionar ante tan espeluznante imagen y mientras permanecía petrificado, anclado al suelo y sin habla, la bestia se le acercó propinándole un letal zarpazo. Las garras destrozaron parte de su garganta lanzando sendos chorros de sangre que teñían las paredes y el pasillo. El hombre cayó muerto en el instante en un charco rojo que se extendía sobre el piso.

La bestia había estado jugando toda la noche con el hombre, tal como un gato juega con un ratón antes de cazarlo. Lo persiguió por horas por los solitarios pasillos, acosándolo desde lejos hasta determinar el momento preciso para acabar con su presa. La noche ya se iba y el cielo aún no comenzaba a tomar los colores del amanecer. Los últimos ruidos que se pudieron escuchar, fueron el grito del hombre ahogándose en su propia sangre, el gruñido de la bestia y el ruido que hace un cuerpo de ochenta kilos, siendo arrastrado por los pasillos al foso de las vías hasta perderse en la oscuridad del túnel.


Publicación reeditada 2013

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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