miércoles, 28 de marzo de 2012

NIEBLA EN EL CAMINO


NIEBLA EN EL CAMINO


A veces la vida rutinaria nos lleva a pensar que los caminos que día a día recorremos tendrán el mismo destino una y otra vez. Pero un instante en la vida puede cambiar el futuro, así como un acontecimiento insignificante puede llegar a definir el curso de una guerra. Nadie conoce lo que depara el futuro y ése es el misterio más emocionante de vivir la vida. Pero ese no era el pensamiento de Ignacio, él siempre daba por hecho que las cosas sucedían porque tenemos el control sobre nuestras vidas. Que si nos ceñimos a las reglas de nuestras acciones, somos capaces de manejar todas las variantes incluso los imprevistos. Una noche descubrió que estaba equivocado.

Mientras conducía su auto, la brisa fresca de la primavera le permitía llevar las ventanas abiertas y disfrutar de la velocidad en esa apacible noche estrellada. La carretera estaba sin mucho tránsito y las ganas increíbles de ver a Lorena lo llevaban a acelerar lo más que podía para estar pronto a su lado.

Los momentos junto a ella eran perfectos y prefería pasar la noche en su compañía que hacer cualquier otra cosa. En su mundo calculador y equilibrado, ella era un cohete al espacio que lo llevaba por viajes de locura. Con ella dejaba de lado su rutina y podía romper las reglas que había establecido. Aunque no dejaría su libertad por estar con una mujer por mucho que la amara.

Sólo una hora de viaje lo separaba de su destino. Una hora más de camino antes de disfrutar de su compañía. Pero mientras avanzaba a la distancia vio un cúmulo blanquecino que formaba una línea en el horizonte. Poco a poco parecía acercarse a una muralla pálida e informe que atravesaba el camino. Una niebla delgada y sutil al principio, se hacía presente alrededor. De improviso esa sutileza inicial se volvió poco a poco tan densa como una mota de algodón.

La brisa húmeda golpeaba su cara mojando su piel y obligándolo a cerrar las ventanas del vehículo. No podía ver con claridad a más de diez metros de distancia, las luces frontales dibujaban sus rayos a través del aire contra esa muralla blanca, mientras el pavimento se volvía cada vez más jabonoso y la humedad mojaba el parabrisas como si estuviera lloviendo. Como Ignacio conocía muy bien ese camino decidió seguir conduciendo sin reducir la velocidad, no quería retrasarse esa noche tan especial. Si había algo que lo caracterizaba era su exagerada puntualidad y no permitiría que nada estropeara esa reputación bien ganada. Además él era un convencido que no hay excusas en la vida para llegar atrasado y que siempre es posible revertir cualquier adversidad.

Tomó el carril izquierdo de la carretera y uno a uno dejaba atrás los autos que venían a menor velocidad por su derecha. Las luces pálidas parecían detenidas en el espacio, mientras él continuaba su viaje. Las condiciones no eran para nada favorables, así que mantenía la mayor concentración posible en las luces y en las líneas de la carretera. Cada kilómetro que avanzaba se hacía interminable, a pesar que conocía de memoria cada una de las curvas, las salidas y las entradas del camino. Pero conducir con esa niebla era casi como manejar a ciegas.

Después de varios kilómetros, le pareció llegar a la salida lateral que lo conduciría directamente a la casa de Lorena. Señalizó hacia la derecha, reduciendo levemente la velocidad y tomando la curva con mucha cautela. Desde ese punto ya no faltaba más de media hora de viaje a su destino. Pero la niebla se intensificó bastante al salir de la carretera, seguramente a causa de la humedad del bosque que cercaba el camino lateral.

Ignacio mantuvo la velocidad del vehículo por algún tramo, pero lo que menos esperaba sucedió. Un animal, posiblemente un potrillo o un asno raquítico, cruzó en medio del camino por la pista derecha. En una reacción felina, desvió el auto hacia un costado eludiendo al despistado animal, ni siquiera tuvo tiempo de hacer sonar la bocina, sólo sujetó el volante con ambas manos y maniobró.

Pero al querer volver nuevamente a su carril, el auto se deslizó de cola por el pavimento resbaladizo. El vehículo bajó a la berma izquierda y se fue de frente contra un banco de arena al costado opuesto del camino. La velocidad que llevaba y lo compacta de la arena húmeda, hicieron que el vehículo subiera la pequeña pendiente y se elevara más de un metro por sobre la alambrada, cayendo por una ladera hasta parar en unos arbustos a seis metros más abajo, fuera del camino.

La bolsa de aire explotó en su cara y su cabeza quedó pegada a la tela por unos segundos. Sus brazos habían soltado el volante, buscando hacia delante algo sólido a lo que aferrarse, afortunadamente sin encontrar nada o se hubieran partido con la violencia del choque. La brisa húmeda dejaba caer su rocío en el parabrisa mientras las luces del vehículo se perdían contra un banco blanquecino y pálido de niebla. Ignacio descendió del auto lentamente, una vez que se quitó de encima el aturdimiento del golpe; se encontraba absolutamente atascado y sin la posibilidad de volver a subir el auto al camino.

Poco a poco la adrenalina y la conmoción bajaban de intensidad y aparecían los primeros dolores posteriores al accidente. Sus brazos temblaban, su pecho ardía por el golpe con el cinturón, sus piernas parecían como de lana y se doblaban levemente al caminar. Pero afortunadamente no tenía heridas visibles. Lo que más lamentaba, sin embargo, era que ahora tendría que caminar largas horas hasta llegar a su destino.

Intentó llamar desde su celular a Lorena, pero fue imposible comunicarse con ella o con cualquier otro número, seguramente la distancia del camino bloqueaba la señal del aparato. Sacó de la guantera una linterna mediana, cerró bien las puertas del auto y subió la ladera hasta volver a la ruta desde donde había caído, pero el indicador en el visor del teléfono seguía mostrando sin señal. Resignadamente comenzó a caminar sin saber cuanto exactamente le tomaría llegar a la casa de Lorena o a algún lugar donde poder pedir ayuda.

Eran un poco menos de las once de la noche, la oscuridad impenetrable del bosque se veía perturbada por los cúmulos blanquecinos y húmedos que lo rodeaban. La luz de la linterna apenas sobrevivía unos pocos metros hasta encontrarse con la enorme muralla de niebla. Las gotas de agua bajaban copiosamente desde su pelo hasta mojar su cara y su ropa. El frío de la brisa húmeda golpeaba sus oídos y su cara. A cada paso que daba se sentía más empapado y perdido. Al menos caminar era mejor que quedarse allí sentado en el auto, atascado en ese lugar y fuera de la vista de cualquiera que pasara por esa poco transitada ruta.

Mientras avanzaba, insistía en llamar por su teléfono a quien fuera; pero no conseguía señal para comunicarse. La carretera estaba vacía y el bosque parecía dormido. Hasta podía escuchar el sonido de sus pasos en la soledad. Los helechos al borde de la berma se mecían suavemente por la brisa y los árboles del bosque se desdibujaban como sombras informes perdidos en la distancia.

Su cuerpo estaba totalmente mojado por la bruma y sus manos congeladas de frío y humedad. Dentro de su mundo perfecto, no había considerado que esa noche mantener una chaqueta más gruesa en el auto, le hubiera sido de gran utilidad.

Caminó varios minutos hasta llegar a un pequeño puente sobre el estero. El murmullo del agua se dejaba oír claro cortando el silencio de la noche. Sin hacer pausas, recorrió los cincuenta metros que tenía el puente de un extremo a otro. Pero al llegar a la otra orilla todo era diferente a lo que recordaba; nada tenía el mismo aspecto. Los árboles que se recortaban entre la bruma eran distintos, parecían más altos y densos. La berma parecía desaparecer entre los helechos de la orilla y el costado del camino estaba más cerca y más denso de lo que recordaba. Cada detalle a su alrededor parecía un paraje totalmente desconocido y extraño.

Pensó por un momento que de tanto recorrer esa ruta en auto, quizás había olvidado como era realmente todo el entorno, pero aún así se sentía confundido. Siguió avanzando hasta que el camino pavimentado se acabó completamente. Poco a poco la ruta se convertía en un pequeño sendero rodeado del espesor del bosque. Ignacio sabía perfectamente que después del puente el camino continuaba por varios kilómetros más, así que la única explicación era que se había desviado al salir de la carretera.

—Seguramente salí por un desvío muy parecido al que debía tomar —pensó.

Continuó caminando hasta llegar a una zona donde el sendero se dividía en dos. No había duda que ese no era el camino correcto y debía regresar. Se giró en ciento ochenta grados y caminó de vuelta por el sendero mientras intentaba recordar cual había sido la salida lateral que lo había traído hasta allí. Las siluetas de los árboles se estrechaban en el camino, el bosque se cerraba poco a poco; y por más que caminaba no conseguía volver al puente. Finalmente después de varios minutos de agotadora caminata llegó otra vez a la zona donde el sendero se dividía en dos.

Su corazón entró en pánico, todo parecía tan confuso y escalofriante. Era imposible que caminara en círculo nuevamente hasta la bifurcación. Lo que estuviera pasando parecía muy sobrenatural y la niebla cubría todo alrededor con su manto blanquecino, denso e infranqueable.

No eran más de las doce de la noche y quedarse atrapado en esos desolados parajes era totalmente impensable. A medida que los minutos pasaban la situación iba de mal en peor. El viento comenzaba a mecer los árboles y la ventisca traía consigo susurros de voces en la penumbra. Pensando que eran personas que caminaban cerca, Ignacio comenzó a gritar por ayuda, pero sus palabras hacían eco en el espeso bosque. Nadie respondía a sus gritos aunque los susurros permanecían en la inmensidad de la niebla.

El silbido del viento rozaba sus oídos y el frío quemaba sus ojos y su piel. La niebla se hacía tan densa que apenas podía ver sus pies. Poco a poco se sumergía en un torbellino blanco, la espesura era más y más. La vegetación lentamente le ganaba terreno al sendero, hasta que sin darse cuenta, comenzó a caminar sobre la hierba húmeda. Ya casi no veía donde pisaba y sus pasos ligeros y descuidados tropezaron con unas raíces haciéndolo caer hacia el costado del camino. Su cuerpo golpeó contra unas enormes piedras y comenzó a caer por una ladera. Rodaba sin parar. Incontables veces intentó sujetarse de ramas, rocas salientes, de lo que fuera; pero nada detenía su descenso.

La caída se volvía cada vez más vertiginosa, ya no sentía sus manos, ni sus piernas mientras daba vueltas. No supo cuantos metros cayó, hasta rebotar por última vez contra una pared de tierra, el golpe lo aturdió dejándolo desmayado por largos minutos.

La noche avanzaba lentamente, las estrellas tintineaban a la distancia por sobre la densa niebla que se mantenía alrededor. Ignacio escuchaba a lo lejos un sonido peculiar como el crujido de las papas fritas. Sin noción del tiempo que había transcurrido, comenzó a abrir los ojos poco a poco. Frente a él una fogata iluminaba la cueva húmeda y mal oliente donde me encontraba. Sus párpados dejaron su ocioso estado pasivo y se abrieron completamente a la luz radiante del fuego que lo alumbraba.

Ignacio vio desde el suelo los pies de alguien que se encontraba frente a él, al otro lado del fuego. Recorrió con la mirada desde los pies hasta la cara sin hacer ningún movimiento brusco. El hombre llevaba unos zapatos negros polvorientos pero elegantes. Más arriba el manchado pantalón de tela se plegaba a la altura de las rodillas. Finalmente una camisa celeste a rayas cerraba la silueta del extraño personaje que lo miraba fijamente, como queriendo preguntar algo, pero sin poder encontrar las palabras para hacerlo. Ignacio se sobresaltó y se incorporó levemente quedando sentado con la espalda pegada a la pared de la caverna.

— ¿Dónde estoy? —fue su primera pregunta.

El hombre levantó la cabeza y sonrió diciendo:

—Eso quisiera saber yo también… Hace varias horas que estoy aquí dando vueltas y vueltas recorriéndolo todo en todas direcciones, pero con esa niebla tan densa no he podido encontrar el camino y finalmente decidí buscar refugio en esta cueva… Hacía pocos minutos que había encendido el fuego, cuando sentí tu escandalosa caída unos metros más allá. Al verte ahí tendido primero pensé que habías muerto, luego al asegurarme que estabas vivo y que no tenías nada roto, te traje aquí.

—Gracias —respondió Ignacio sintiendo el intenso dolor en la espalda, piernas y manos— es increíble que no tenga más que rasguños y golpes.

El hombre bajó la mirada esbozando una sonrisa mientras con una vara de madera atizaba el fuego. Su vista se quedaba perdida en algún lugar fijo entre las llamas y las cenizas. Hasta que levantó nuevamente la cabeza mirando hacia la entrada de la cueva y diciendo.

—Al menos ya somos dos los atrapados en este lugar.

Ignacio se puso en pié totalmente adolorido sus brazos estaban magullados y su ropa cubierta de tierra y manchas verdes por el roce con la hierba. Mientras hablaba se llevó la mano a los bolsillos, encontró las llaves del auto, las pocas monedas que cargaba, pero no pudo encontrar su teléfono. Aún se sentía conmocionado y miró su reloj para saber qué hora era.

—Las tres de la mañana —dijo con sorpresa.

—Parece que los minutos no avanzan y esa niebla maldita sigue cubriéndolo todo en todas direcciones —dijo el hombre mirando el fuego nuevamente.

Tras conversar algunos minutos, decidieron buscar una solución para salir de ese lugar. El hombre le mostró con simples dibujos en la tierra, los posibles lugares que ya había recorrido antes de encontrar esa cueva. En realidad no estaba seguro completamente de las distancias que había caminado a causa de la densidad de la niebla que le impedía ver el entorno con detalles. Por eso prefirió encender el fuego, resignado a pasar la noche allí.

Pero el hombre no había subido hacia el sendero por el cual Ignacio había caído, así que esperaba a que él despertara para recorrer juntos ese camino. Apagaron el fuego y se encaminaron en medio de la oscuridad hasta el lugar donde Ignacio cayó. La pendiente era complicada y la poca visibilidad les dificultaba aún más desplazarse cuesta arriba. Sólo tenían la tenue luz del celular del hombre que les alumbraba a pocos centímetros de sus pies. Uniendo los cinturones y amarrando sus camisetas, improvisaron una cuerda y comenzaron a subir lentamente. La hierba verde y húmeda hacía que el suelo estuviera resbaladizo, mientras las protuberantes raíces les impedían encontrar piso firme donde apoyar los pies.

A lo lejos vieron un punto luminoso que parecía perderse en la espesura del bosque, ambos comenzaron a gritar por ayuda, pero la luz se mantenía inmóvil, escondida de cuando en vez por el mecer de la hierba. A medida que subían sus torsos desnudos y mojados comenzaron a sentir el frío intenso de la noche. A cada paso dudaban más si esa aventura era el camino correcto para salvar la noche. Al menos sabían que abajo había una amplia cueva que los podía cobijar el resto de la noche hasta que volviera la claridad, si decidían volver.

El punto luminoso se encontraba cada vez más cerca, hasta que Ignacio fue el primero en llegar a él. Estiró la mano y se dio cuenta que era su linterna que había sobrevivido a la larga caída. Ignacio esbozó una sonrisa y se levantó optimista mostrándole la linterna al hombre, él no había perdido las esperanzas de que todo fuera mejor. Aunque a la luz de todo lo sucedido habían sido horas interminables y agotadoras. Luego prosiguieron su dificultoso ascenso, mientras Ignacio no despegaba los ojos del suelo buscando en todas direcciones su teléfono perdido. Después de mucho esfuerzo lograron llegar hasta el borde superior de la quebrada.

Descansaron unos minutos para recuperar el aliento y las fuerzas. Volvieron a colocarse las arrugadas y sucias camisetas para abrigar sus torsos. La niebla era persistente y no menguaba con el pasar de las horas. Todo estaba húmedo y las siluetas oscuras del bosque se desdibujaban a la distancia tras ese velo grisáceo.

—Por ese camino llegué hasta aquí —dijo Ignacio señalando a su derecha.

—Creo que esa es la dirección que yo traía también —respondió el hombre algo desorientado— pero yo bajé en algún lado del sendero hasta llegar a la orilla del río, luego perdí el rumbo y comencé a oír ruidos extraños. Parecían como animales salvajes merodeando, así que intenté volver al camino sin conseguirlo. Después de muchas vueltas encontré esa cueva y decidí esperar allí el amanecer para reanudar mi búsqueda con la luz del sol.

Luego de decidir la dirección que tomarían y esperando que los llevara a sus destinos, cruzaron el bosque intentando encontrar el sendero nuevamente. Finalmente llegaron otra vez a la bifurcación donde el camino se dividía en dos.

—Esto lo recuerdo bien —dijo Ignacio— por ese camino venía y hacía allá debería estar el puente y unos kilómetros más allá la salida a la carretera.

El hombre siguió los pasos de Ignacio sin cuestionar la dirección que habían de tomar, después de todo era más fácil devolverse que intentar descubrir otra ruta. Ya eran las cuatro de la madrugada y aún faltaban varias horas para el amanecer. El camino se ampliaba frente a ellos dejando ver nuevamente la berma y los helechos a un lado del camino.

Poco a poco la ruta se dibujaba hasta llevarlos directo al puente. Ambos recordaban haber llegado allí de distintas maneras, pero los dos coincidían en que después de haber recorrido esos cincuenta metros, todo frente a sus ojos se transformó. Mientras avanzaban por la vieja estructura se escuchaban susurros escalofriantes y guturales que se unían al crujir de la madera.

—Debe ser el viento o el agua del río —dijo el hombre.

Ignacio guardó silencio. La niebla parecía formar siluetas oscuras e imágenes difusas frente a sus ojos. Pronto lo que creían ser producto de su imaginación se convirtió en una realidad compartida.

— ¿Ves esas sombras en la orilla? —preguntó Ignacio con tono temeroso.

—Si las veo, pero pensé que eran ideas mías.

Formas similares a espectros con rostros desdibujados y cuerpos oscuros comenzaron a aparecer alrededor del puente, a ambos lados. Parecían acercarse cada vez más, mientras los sonidos guturales comenzaban a escucharse nuevamente rompiendo el silencio del bosque.

— ¡Corre! —gritó Ignacio envuelto en pánico.

 Y sin pensarlo dos veces ambos emprendieron una desenfrenada carrera. Los susurros a su alrededor se hacían más fuertes a cada paso y las imágenes cada vez más nítidas se acercaban hacia ellos. Pasado la mitad del puente y producto de la desesperación, el hombre tropezó hacia delante golpeando la espalda de Ignacio y ambos cayeron al suelo.

La brisa cada vez más fuerte envolvía sus cuerpos con el rocío de la niebla, desde el suelo sólo veían un muro gris que los rodeaba. Ni siquiera podían ver el extremo del puente en la distancia y las sombras oscuras y espectrales se acercaban cada vez más. Ambos estaban pegados al piso, petrificados de miedo. Los dos hicieron un esfuerzo sobrehumano para incorporarse y seguir huyendo. Las piernas les flaqueaban y a los pocos metros de avanzar, el hombre cayó al suelo nuevamente.

— ¡Ayúdame! —gritó desde el suelo.

El golpe sordo y los gritos desesperados, alertaron a Ignacio; el cual se detuvo y regresó a ayudarlo. Una de las figuras tomó de las piernas del hombre y comenzó a arrastrarlo. Ignacio lo sujetó de las manos con todas sus fuerzas, pero sentía que no era suficiente. Inclinando todo el peso de su cuerpo hacia atrás e intentando anclar sus pies al suelo, sentía la fuerza con que la oscura silueta jalaba de ambos.

Pronto eran dos las figuras que lo sujetaban y luego tres, ya no podía sostenerlo por más tiempo. La humedad hacía que sus manos se resbalaran y sus pies se desplazaban varios centímetros con cada jalada de las sombras. Ignacio sintió como uno de los espectros lo tomaba del brazo a él también e instintivamente soltó al hombre intentando liberarse de las garras que lo sujetaban. Tristemente vio como el sujeto era llevado hasta internarse en lo profundo del bosque. Sus gritos de horror se apagaban en la inmensidad de las sombras.

Aterrado, con los latidos a mil y la adrenalina fluyendo por sus venas, se incorporó y siguió corriendo hasta pasar los límites del puente. Continuó corriendo hasta que el aliento y las fuerzas le faltaron y finalmente se desplomó en el suelo húmedo y barroso del camino. Sabía que no debía detenerse hasta que estuviera totalmente a salvo, cuando eso sucediera recién podría volver en busca del hombre que lo acompañaba.

Se incorporó nuevamente y corrió mucho más hasta alcanzar la calle principal, allí se dio cuenta que la salida que había tomado estaba muchos kilómetros antes del camino que lo conducía a casa de Lorena. La noche ya se iba, la bruma se levantaba dejando paso a la cálida brisa de la primavera y él se sentó al borde de la carretera. El cielo comenzaba a aclarar, aunque pasaron largos minutos antes que un vehículo se detuviera para ayudarlo.

— ¿Qué le sucedió? —preguntó el conductor al verlo lleno de barro y herido.

Ignacio sabía bien que nadie lo ayudaría si contaba lo que realmente había sucedido en el bosque esa noche.

—Tuve un accidente en mi auto unos kilómetros más allá —respondió señalando el camino que se adentraba en el bosque. Le agradecería si me presta su celular para hacer un par de llamadas.

El sujeto accedió y al fin Ignacio pudo contactar a Lorena que lo había estado llamando toda la noche preocupada por su desaparición. Sin dar muchos detalles, él le indicó dónde se encontraba para que lo fuese a buscar. Al principio estaba molesta e incrédula, pero al oír lo del accidente y conociendo que él no inventaría excusas de ese tipo, Lorena accedió a ir por él.

A los minutos después llegó en su auto a ese lugar y al verlo una risa nerviosa se apoderó de ella, él estaba cubierto de barro con el semblante notoriamente cansado y varias heridas en los brazos y en la cara. Ella lo llevó a su casa mientras le preguntaba detalles de lo sucedido aquella noche. Ignacio le contó sólo en parte lo sucedido, sin poder sacarse las imágenes aterradoras que rondaban su memoria y los sonidos fantasmales que hacían eco en su mente. Él sólo quería darse una ducha caliente, cambiarse la ropa y dejar atrás todo mal recuerdo.

Durante ese día y sin la espesa neblina de la noche anterior, ambos volvieron con una grúa para intentar recoger el auto accidentado. Era increíble ver como el vehículo había saltado la cerca y caído tantos metros por la ladera sin volcarse. Tan difícil era el acceso que a la gente de la grúa le tomaría mucho tiempo y esfuerzo sacarlo de donde se encontraba.

Aprovechando eso Ignacio invitó a Lorena a dar un paseo por los alrededores. Él tenía una idea fija en la mente, encontrar pistas del paradero de aquel hombre perdido. Pero a cada paso que daba no lograba encontrar indicios de lo sucedido esa noche. El sol iluminaba todo alrededor y no había huellas visibles en la tierra húmeda.

Juntos recorrieron todo el sendero hasta llegar al puente y aunque avanzaron mucho una vez que lo atravesaron, nunca llegaron a la bifurcación en el camino. Por más que Ignacio buscaba incansablemente por la orilla del sendero, tampoco pudo dar con la ladera por donde cayó.

— ¿Qué buscas? —preguntó Lorena al darse cuenta de su actitud.

Algo había sucedido en su interior, algo que le hizo darse cuenta que si respondía esa simple pregunta, estaría obligado a relatarle todo lo sucedido. Tenía un nudo en la garganta de pensar que jamás podría decirlo, que toda esa experiencia increíble debía callarla para siempre, pero nunca olvidarla. Que no podría sacar de sus oídos esos susurros fantasmales, ni apartar de su mente la cara del hombre perdiéndose en la espesa niebla. El terror de lo vivido se apoderó de él nuevamente y sin poder soportar más la presión de los recuerdos Ignacio cayó al suelo de rodillas.

Lorena corrió a ayudarlo, pero él la abrazó fuertemente de la cintura. Él temblaba por completo y sin darle más vueltas al asunto, le contó los detalles de todo lo vivido esa noche de terror. Cómo se extravió en el camino y al hombre que conoció durante la madrugada; también lo acontecido en el puente y cómo logró escapar de allí.

Lorena estaba estupefacta, sabía muy bien que él era incapaz de inventar algo semejante. Su pensamiento racional y calculador siempre tenía una respuesta para todo y ahora lo veía ahí aterrado y desorientado.

—No hay nada que tú puedas hacer —le dijo ella con voz suave y sujetando su mano.

En ese momento Ignacio se dio cuenta que algunas cosas habían cambiado radicalmente en su interior. Comprendió que los azares de la vida no siempre son situaciones de la que se puede escapar. Que a pesar de lo que él pensaba de las relaciones, había encontrado en Lorena alguien que lo conocía y que creía ciegamente en él. Ese era el inicio de una nueva forma de ver la vida para él.

Mucho más aliviado decidieron volver y dejar atrás todo lo sucedido. Al llegar nuevamente  al puente junto al bosque, a Ignacio le pareció escuchar un grito apagado en la inmensidad de las siluetas pidiendo ayuda. No supo si Lorena lo había oído también o si eran sólo ideas de él, pero su corazón se aceleró al recorrer esos cincuenta metros. En su mente aún escuchaba los susurros de aquella madrugada y en su recuerdo llevaba la cara aterrada del hombre mientras las sombras que los rodearon, se lo llevaban en la espesa niebla del bosque.


Publicación reeditada 2012


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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°

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