viernes, 17 de febrero de 2012

AMOR CAUTIVO



AMOR CAUTIVO



Los sonidos lejanos de puertas abriéndose y cerrándose retumbaron en sus oídos despertándola de su largo sueño. Luego el silencio envolvía nuevamente sus sentidos y suaves murmullos de voces distantes recorrían la habitación. La oscuridad era dueña de sus ojos que permanecían cubiertos por una improvisada venda.

El aire se sentía denso y saturado por el calor de su respiración. Sus pies y manos estaban atados y parecía estar recostada sobre un duro colchón. Por más que intentaba traer a su memoria las imágenes previas a ese momento, seguía sin recordar cómo había llegado a ese lugar. Sólo tenía lejanas luces de lo último que hacía antes de despertar allí.

Recordaba que iba caminando por la calle, era una noche fría de invierno y llevaba un largo abrigo negro que le cubría hasta más abajo de sus rodillas, el cual no sentía tener puesto en ese momento. Su elegante sombrero y unos zapatos negros de tacón alto, le daban un toque de elegancia y distinción.

El taconeo de sus pasos hacía eco en la brumosa noche, mientras la niebla húmeda mojaba sutilmente las calles vacías. Al llegar a la parada de taxis, extrañamente esa noche no había ninguno, seguramente porque el gélido aire que golpeaba la piel hacía que la gente deseara estar a resguardo y no caminando por las calles.

A lo lejos vio las luces de un vehículo que se aproximaba, mientras más cerca estaba notó que se trataba de un taxi que venía ocupado. El vehículo se detuvo precisamente frente a ella y el pasajero abrió la puerta para bajar. El hombre descendió dejando la puerta abierta para que ella subiera.

Apenas alcanzó a acercarse a la puerta, cuando sintió una mano fuerte que la sujetó por la cintura y otra que le tapaba la boca con un paño. Su vista comenzó a nublarse y por más que luchó por zafarse de esos brazos fornidos, se desvaneció en la oscuridad de la noche. Luego de eso despertó en aquel lugar húmedo y frío, sin poder moverse, con la vista vendada y con una mordaza que le impedía gritar.

De pronto la puerta de la habitación se abrió con un chirrido metálico que la hizo sobresaltarse. Su cuerpo se estremeció por el miedo y levemente se escuchaban sus gemidos y sollozos. Un aroma inconfundible a estofado inundó la habitación y su boca sintió la grata sensación de estar cercana a probar bocado.

Su estómago ya gruñía hace largo rato y tenía la boca seca y amarga. Sintió el peso de alguien que se sentó a su lado y le decía con voz firme:

—Te voy a desatar y a quitarte la mordaza para que puedas comer; pero la venda se queda en tus ojos. Si gritas o intentas escapar te mueres, si intentas sacarte la venda, te amarraré nuevamente y no comerás en tres días… ¿Entendiste?

Ella asintió con su cabeza y permaneciendo quieta como oveja en el matadero, él hizo de acuerdo a lo conversado y comenzó a llevar cucharadas de estofado a su boca. Así ella saboreaba el primer bocado después de muchas horas cautiva. Sin importar que estuviera algo falta de sal, devoraba cada cucharada como si fuera su última comida. Y antes que se le ocurriera mencionar palabra, él le dijo:

—Disfrútala y no hagas preguntas por ahora; todo saldrá bien para ti y para nosotros, sólo estamos esperando que tu marido nos pague por tu rescate.

Ella hizo una pausa después de terminada la frase y dio un largo suspiro reteniendo la bola de comida en la boca. Luego continuó comiendo hasta acabarse todo.

— ¿Deseas ir al baño?... Aprovecha ahora porque debo atarte nuevamente y no sé por cuanto tiempo será.

Ella aceptó la propuesta y él la encaminó con la venda puesta hasta el baño.

—Entrarás, cerrarás la puerta y podrás sacarte la venda; a tu izquierda encontrarás el interruptor de la luz. Cuando termines, sacarás el cerrojo de la puerta y te colocarás la venda primero, luego abrirás la puerta… ¿entendido?

Aunque no respondió a lo dicho, ella hizo según las indicaciones que se le habían dado. Al volver se sentía cansada y somnolienta, él la amarró otra vez a la cama tendiendo sus piernas como antes y lentamente ella se durmió por el somnífero que él había puesto en su comida.

Horas después despertó asustada al escuchar una discusión que había afuera de la habitación. La oscuridad tenía cautivos sus ojos y sus piernas estaban entumecidas tras horas sin moverlas. El viento frío se calaba por la rendija de la puerta silbando suavemente hasta su cara. Sentía su garganta apretada y la nariz húmeda y congelada. Apenas lograba enroscar los dedos de las manos por el frío.

Mientras tras la puerta de la habitación, los dos hombres seguían discutiendo acaloradamente, ambos se culpaban mutuamente porque todo había salido mal. Al parecer sus planes se complicaban y tenían que tomar decisiones radicales respecto de la mujer, pero no lograban ponerse de acuerdo.

Ella se mantenía expectante, intentando escuchar lo que ellos decían a través de la puerta. La discusión terminó abruptamente con la frase.

—Sólo hazlo— seguida de un fuerte portazo que estremeció las paredes.

Los pasos de uno de los sujetos se alejaban por el corredor, mientras el otro seguía murmurando muy molesto. Luego se escucharon los golpes airados contra lo que parecían ser tambores metálicos y otras cosas.

La puerta de la habitación se abrió nuevamente dejando escuchar el terrible ruido de las bisagras faltas de aceite y a los segundos alguien se sentó en su cama. El silencio la mantenía expectante y temerosa, tan sepulcral era el momento que podía escuchar el latido de su propio corazón. El sujeto en la cama se movía incómodo, sin emitir palabra alguna, pero soltando leves sonidos como gruñidos acallados.

El silencio se rompió abruptamente con un singular ruido metálico, al parecer el sujeto estaba manipulando un arma. No sabía si la estaba cargando o la limpiaba, pero el sonido la atemorizaba.

Ella estaba impaciente, temblaba del miedo y movía levemente los dedos de sus frías y nerviosas manos. Suspiraba profundo, ahogada por la angustia y la presión de la mordaza en su boca. La adrenalina fluía por su cuerpo y cada sonido la sobresaltaba más aún. Los nerviosos movimientos del sujeto sólo conseguían apretar su estómago y exaltar su angustiado corazón.

Él se ponía en pié nuevamente y daba vueltas en la habitación. Tras unos pasos ansiosos se sentaba otra vez y manipulaba el arma, la cargaba, la descargaba, suspiraba y murmuraba casi imperceptiblemente. Así se mantuvo varios minutos mientras ella tragaba saliva de amargura sin saber su incierto destino.

A la distancia se escuchó un fuerte y resonante portazo metálico, luego unos pasos acercándose por el pasillo. El sujeto a su lado se levantó de la cama y salió rápidamente de la habitación. Unos segundos después tres disparos se escucharon seguidos por los gritos apretados de los sujetos, luego un silencio sostenido y aterrador invadió la atmósfera haciéndose dueño de la situación.

La mujer permanecía sobre la cama inmóvil, llorando del pánico, amarrada y amordazada sin saber lo que había sucedido afuera. Después de unos instantes de total silencio, intentó soltarse las amarras sin conseguirlo. Los fuertes nudos no aflojaban y sus muñecas ya sentían el escozor del forcejeo.

Los minutos se hacían interminables y la incertidumbre la consumía viva. Intentó balancearse en la cama, pero no se pudo mover ni un centímetro, luego trató de correr la mordaza de su boca y de sacarse la venda de los ojos, pero en nada prosperaba.

De pronto un ruido la hizo quedarse quieta y en silencio nuevamente. Escuchó el leve chirrido que produjo la puerta de la habitación al abrirse. Tal fue el silencio producido, que ella pudo escuchar la respiración y los quejidos de quien se arrastraba hacia ella; la cama se hundió con el peso del sujeto que se arrimaba dificultosamente a su lado.

Sintió en su cara la mano fría y húmeda que lentamente corrió la venda de sus ojos y luego desató la mordaza diciendo en voz muy baja y dolorida:

—No grites… nnn…

Al quedar descubiertos sus ojos, la luz impactó su vista que lentamente comenzó a salir de las tinieblas y vio al hombre ensangrentado sentado a su lado, debatiéndose entre la vida y la muerte.

—Nadaaa resultó bien… paaa… —le dijo con voz moribunda.

Después de unos segundos para tomar aire y acomodarse nuevamente en la cama, prosiguió su relato. Sus ojos parecían perdidos en el horizonte, mientras con su mano derecha se apretaba el estómago.

—Nada resultó bien para nosotros… tu marido no quiso pagar el rescate que pedíamos… nos dijo —quédense con ella, ni siquiera daré aviso a la policía— y se limitó a desatender todos nuestros llamados... Ya no podíamos retenerte aquí así que mi socio decidió que sería mejor matarte y hacerte desaparecer… claro que él no se ensuciaría las manos y quería que yo me encargara de eso... mmm

El dolor le obligó a hacer una pausa mientras intentaba recuperar el aliento, no había posición posible que mitigara su sufrimiento.

—Esto tenía que ser sencillo… sólo debíamos conseguir que nos diera el dinero y soltarte en algún lugar alejado… pero nunca el trato fue matar a alguien.

Los ojos de ella se llenaron de lágrimas y desde lo más profundo, dejó escapar un grito de angustia desgarrador que hizo eco en la habitación. Fue un grito de dolor tan triste y desconsolador que partía el alma verla sufrir de esa manera. Él se sintió conmovido y culpable a la vez de tanto dolor.

Entre sollozos y con la voz quebrada de la amargura, ella dijo:

—Él tiene otra mujer desde hace años, hemos mantenido nuestras vidas aparentando como si nada pasara. Pero nunca pensé que esto sucedería y que él encontraría la excusa perfecta para deshacerse de mí para siempre.

Él la miró con ojos compasivos y llenos de culpa, mientras la sangre continuaba fluyendo de su vientre y sentía que su aliento cada vez le faltaba más.

—Mi herida no es superficial —dijo con mucha dificultad— y mi socio está muerto allá afuera, si no te desato ahora no podrás escapar... Déjame alcanzar las amarras para soltarte y dejar que te vayas de aquí.

Estiró sus brazos para desatar la cuerda, lentamente le ayudó a extender sus dormidas piernas y sus brazos, y con gran esfuerzo le ayudó a colocarse bien sobre la cama.

— ¿Fuiste tú el que me dio de comer? —preguntó ella mientras se enderezaba.

Él asintió con la cabeza mientras resistía el aún más intenso dolor y medio cerraba los ojos en una mueca de notorio malestar… Ella no se alejó de él, sino que le sostuvo su cabeza y examinó su herida. Él sangraba profusamente y su cuerpo comenzaba enfriarse como un témpano de hielo. Su cara cada vez más pálida apenas sostenía los colores en su semblante. Ahora era ella quien le ayudaba a estirarse en la cama, acomodando la almohada en su cabeza y permaneciendo a su lado.

— ¿Dónde estamos? —preguntó otra vez ella, descargando todas las consultas que había retenido por horas— ¿tienen algún teléfono aquí?... ¿qué tan lejos está la ciudad?... ¿podrás resistir hasta que pida ayuda?...

Él negó cada una de las preguntas con su cabeza, mientras apretaba su mano y resistía el intenso dolor. Ella sintió una extraña cercanía por su raptor, una mezcla entre agradecimiento por liberarla y compasión por su estado moribundo. En esa situación desvalida ese extraño había logrado cautivar su corazón dolido y desamparado. Pero las vueltas de la vida lo tenían ahí en sus brazos a punto de morir, ella intentó levantarse pero él le sujetó la mano pidiéndole que se quedara un instante.

—Eres mi ángel protector —le dijo casi susurrando— perdóname por todo lo sucedido, siento que me quedan pocos minutos y no quiero morir solo.

De algún modo ella comenzó a admirar su valentía, si bien seguramente la vida lo había empujado a tomar caminos torcidos, él respetaba la vida de una inocente mujer y se enfrentó a su propio cómplice por defender lo que creía correcto. Sin mediar palabras, sin explicar nada, ella se acercó y le besó los labios en una completa e inexplicable entrega de afecto. Él correspondió ese beso único y agónico, lleno de complicidad y entrega; sabiendo que no se verían nunca más y que además la muerte estaba pronta a separarlos.

Ella estaba en libertad de irse, pero su corazón estaba cautivo en sus brazos y así permanecieron algunos minutos más. Ella lo miró a los ojos, mientras su vista se nublaba y sus manos heladas sostenían las de ella firmemente, hasta el instante agónico de su último respiro, cuando exhalando suavemente le dijo:

—Gracias por no abandonarme...


Publicación reeditada 2012

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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy
D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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