lunes, 7 de septiembre de 2009

LOS EXTRAÑOS



LOS EXTRAÑOS
No era fácil para mí hablar de ellos sin sentir escalofríos recorriendo mi ser, de sólo pensar que estuvieron allí y compartiendo la misma casa, me inquietaba y me aterraba hasta los huesos. Todo hubiera sido tan diferente si no los hubiéramos conocido, todo hubiera sido normal sin tener que pasar por esa difícil situación. Pero el hecho era que no podía cambiar lo sucedido y debía seguir adelante sobrellevando ese angustiante recuerdo.

Era una tarde de verano calurosa y radiante, la brisa marina corría suave por las calles del litoral, levantando cada cierto tiempo pequeños y arenosos remolinos. Recién nos disponíamos a almorzar después de volver de una agradable mañana en la playa. Las olas habían estado muy suaves y espumosas, no como otros días donde la marejada golpeó sus olas fuertemente contra la orilla. Eran unas fenomenales vacaciones, todo lo que un chico a la edad de trece años puede querer durante el verano.

Sol, playa y la libertad de pedirles a los viejos lo que se me ocurriera. Ni tan pequeño como para que te digan que debes estar en la orilla y ni tan adulto para que te digan que no pueden comprarte un helado. Las primeras miradas indiscretas a esos bikinis diminutos y bien formados de las mujeres tendidas en la arena. Esas que sólo se la pasan tomando sol sobre sus toallas luciendo sus cuerpazos curvilíneos y bronceados. Esas figuras casi perfectas que lo llevan a uno a mirarse los brazos raquíticos, las piernas flacas de pollo y los pectorales de tabla informe, y exclamar:

—Mierda, cuánto se demora en pasar la adolescencia.

Todos los días lo mismo, playa por la mañana, playa por la tarde hasta el atardecer y por las noches, caminatas por los paseos cercanos a la orilla del mar que se llenan artistas callejeros. Músicos, talentosos pintores con latas de spray que le dan vida a fantásticos paisajes que terminan con ese fuerte olor a esmalte fresco. Carros de comidas, frituras, algodones de azúcar y otro sin número de confites con los que nos llenamos la panza con mi hermana. Mientras a lo lejos las olas se escuchan entre el murmullo de la gente, las estrellas y la luna se reflejan sobre el inmenso mar formando una carretera plateada que se extiende hasta el horizonte.

Para el almuerzo, el menú más clásico; pescado con puré. Aunque otras tardes lo fuera un rico pollo asado con papas fritas. Pero hoy era una reineta a la mantequilla con puré y ensalada. Estábamos todos sentados a la mesa, apunto de dar el primer mordisco a ese delicioso manjar, cuando sin previo aviso, la puerta del frente de la casa se abrió y un niño pequeño de unos siete años entró sin decir una palabra.

Se paró frente al comedor donde estábamos sentados y nos miró a todos detenidamente, luego se giró hacia el pasillo y entró directo al baño principal. Estábamos atónitos y boquiabiertos de asombro, en ese momento nadie dijo nada, sólo nos miramos en silencio hasta que mi padre decidió ir a ver quien era el pequeño visitante.

Llegó al cuarto al mismo tiempo que se escuchó descargar el estanque del baño, luego sonó la llave del lavado y el pequeño salió pasando por el costado de mi padre sin decir nada. Como si se tratara de su propia casa, sin pedir permiso ni dar las gracias, con las manos estilando agua, el niño pasó frente a todos en la mesa y se fue. Mi padre hizo una pausa, aún sorprendido luego nos miró y sin decir nada nosotros nos encogimos de hombros como si hubiera sido una coreografía bien coordinada.

Desconcertado se apresuró para intentar alcanzarlo, pero al pasar el umbral de la puerta, él ya no estaba. De la misma manera como llegó, el pequeño había desaparecido bajo el sol quemante de la tarde. Obviamente el único tema de conversación ese día fue lo sucedido en el almuerzo. Lo pasamos comentando e infiriendo quien podía ser ese niño, que por demás, teníamos claro que no se trataba de una aparición, ni de un fantasma. A menos que se tratara de una alucinación colectiva.

A los días después ya casi habíamos olvidado el asunto, cuando una nueva situación aconteció. Volviendo a la casa una tarde, después de una tranquila cabalgata por los cerros costeros, nos encontramos a una familia entera sentada a nuestra mesa. Un hombre adulto de unos cuarenta y cinco años, su mujer y dos niños, uno de los cuales era nuestro anterior visitante desconocido. Todos estaban a la mesa tomando el té con unas galletas y pan casero aún tibio, como si hubiera salido del horno hace no más de veinte minutos.

Un velo denso se sentía en toda la habitación y permanecimos ahí, anclados al piso, mudos del pánico. Tras superar el susto inicial de encontrar extraños en nuestra casa, mi padre intentó encarar a nuestros visitantes, pero su tono de voz estaba muy lejos de un llamado de atención o del enojo. Por el contrario, su voz temblorosa casi se perdió entre las cuatro paredes.

—Creo que se han equivocado de casa, aquí vivimos nosotros.

Mientras hablaba, bajó la mirada como intimidado por ellos. El hombre se apresuró a beber un último sorbo de té de su taza, luego se levantó sin decir nada, tomó a uno de sus hijos de la mano y se dirigió a la puerta de salida, mientras su mujer hizo lo mismo con su otro hijo. Todo quedó servido sobre la mesa y los restos de pan a medio comer con la mantequilla escurriendo por los bordes.

Lo más sorprendente de la situación fue la reacción de mi padre, en ningún momento se tornó violento, ni manifestó su enojo. Por menores cosas yo lo había visto ofuscarse y ponerse rojo de la rabia con los ojos a punto de salírsele de la cabeza. Era un cubo de hielo que pacientemente miraba como los extraños visitantes abandonaban nuestra casa. Cuando ya se habían retirado, mi padre suspiró profundamente como si se hubiera quitado un gran peso de encima. Ni él podía explicar su apacible reacción.

—La mirada de ese hombre tiene algo extraño —señaló con un temblor en su voz— Tenía ganas de golpearlo por haber entrado a nuestra casa y sentarse a comer nuestras cosas, pero algo me detuvo, un temor enorme se apoderó de mí.

No había sido el único, cada uno de nosotros experimentó ese terror, esa impotencia; un magnetismo terrorífico que nos expuso a los más profundos miedos. Por primera vez en la vida había experimentado una situación tal de pánico. Tanto nos afectó que en lo que quedaba del día no hubo ganas de hacer mucho más. Mi hermana y yo cenamos porque e aire de la playa da hambre. Pero mis padres apenas probaron bocado. Tampoco hubo paseo a la luz de las estrellas esa noche; no con esa gente rondando nuestra casa.

—Si salimos esta noche, es probable que cuando volvamos estén durmiendo en nuestra cama —exclamó mi padre aún molesto— así que por hoy no habrá paseo nocturno.

Esa noche casi no pude dormir, en mi retina tenía la mirada de aquel hombre, su silencio tenebroso y su caminar pausado. Tenía perfectamente grabada su silueta en mi memoria, como una pesadilla inolvidable y repetitiva. Hasta podía sentir el olor de sus viejas ropas. Todos tenían esa mirada profunda y confusa que hacía sentir un vacío interior, como si te estuvieran leyendo la mente o robando el alma.

Desde ese segundo encuentro cada noche fue peor. Estaban dentro de mi cabeza, esos ojos oscuros escondían una presencia aterradora, un poder sobrenatural y envolvente, lleno de malos presagios. Ni siquiera quería cerrar mis ojos para no enfrentar esa aterradora visión.

Una noche me sentí demasiado mal, la fiebre me invadía y mi cuerpo bañado en sudor temblaba por completo. En medio de esos delirios febriles, comencé a escuchar susurros desde todos lados en la habitación. Sentía voces debajo de mi cama, frases sin sentido rondando en el aire y manos invisibles queriéndome atrapar, hasta que no pude callar mi pesadilla y grité tan fuerte como pude. Todos corrieron a mi habitación preguntando qué había pasado. Yo no podía explicar lo que me había sucedido, sólo balbuceaba queriendo darle sentido a lo sin sentido. Las únicas palabras que podía pronunciar eran:

—Los extraños... los extraños…

Mi madre me abrazó dándose cuenta del calor en mi cabeza y de mi mirada desenfocada, mientras mi padre se asomó a ver por la ventana de mi habitación. Entre la oscuridad de la noche, le pareció divisar las siluetas de nuestros extraños visitantes afuera de la casa. A esa altura, todos estábamos envueltos en una paranoia colectiva que nos mantenía alerta.

Eran las tres de la mañana y mis padres decidieron que debíamos permanecer todos juntos en la misma habitación, así que mi padre me hizo caminar hasta su cuarto mientras mi madre bajaba a la cocina. Luego llevaron a mi hermana. Mientras mi madre colocaba paños helados en mi frente para bajar la fiebre, mi padre permanecía dando vueltas en la habitación como león enjaulado. La preocupación aumentaba entre nosotros, cada ruido extraño sobresaltaba nuestros corazones y exponía nuestros miedos más profundos.

Nuevamente nuestro padre se asomó a la ventana y la expresión de su cara nos aterrorizó por completo; jamás en mi vida lo había visto así. Todos corrimos a su lado para mirar hacia fuera. En pleno verano, la casa estaba rodeada por una espesa niebla tenuemente iluminada por la luz de la luna.

La silueta del hombre se dibujaba sólida y solitaria frente a nuestra casa, entre la espesura de la neblina. Sin duda que su mirada estaba puesta en nosotros. Su mujer y sus pequeños no se veían cerca de él; hasta que de improviso, un ruido extraño y espeluznante se dejó sentir en la sala del primer piso.

Con una velocidad impresionante nuestro padre corrió por el pasillo y comenzó a bajar las escaleras, obviamente todos lo seguimos sin tardar. La puerta de la entrada estaba completamente abierta y la brisa fría de la noche se dejó sentir por el pasillo. Al llegar al lado de nuestro padre, vimos que en plena sala estaban los dos niños, de pie sin moverse, sin decir palabra alguna y mirándonos fijamente.

El silencio reinante permitía escuchar el silbido del viento al cruzar el umbral de la casa. Fueron segundos que parecieron una eternidad, una verdadera pesadilla, algo inimaginable para unas apacibles vacaciones familiares.

De pronto la puerta de la cocina se abrió y el sonido provocó el agudo grito de mi hermana. Bastó con ese sobresalto para que todos hiciéramos lo mismo. Desde la oscuridad y en medio del griterío, se asomaba la cara pálida e inexpresiva de la extraña mujer, paso a paso avanzó por el pasillo hacia la sala. Mi percepción del entorno cambió por completo, ya no era capaz de ver nada más alrededor, no tenía noción del tiempo, ni de quien estaba a mi lado.

Como una fuerza interior que me impulsaba, un deseo sobrenatural de acabar con ese horror que estábamos viviendo, un grito de irá salió desde mi interior:

—Basta..., ¡lárguense de mi casa!

En ese instante el hombre, quien hasta ese minuto permanecía afuera, comenzó a caminar hacia el interior de la casa con rumbo fijo hacia mi persona. Pero esa rabia contenida se sobreponía al miedo que él inspiraba. Se acercó lentamente a mí, sin despegar su vista de mis ojos y esbozó una sonrisa. No fue cualquier gesto, fue una sonrisa macabra, vengativa y amenazante, casi una sentencia de muerte.

Acto seguido tomó a los dos niños de las manos y se retiró lentamente mientras la mujer le seguía de cerca. Al salir al antejardín, se giró hacia nosotros, levantó su mano señalándome y se fueron hasta perderse en la espesa niebla. Pocos minutos después, la noche se sobreponía a la extraña neblina dejando ver la luna y las estrellas, como en una noche normal de verano.

Ese recuerdo fue la fuente recurrente de mis peores pesadillas a partir de esa inolvidable noche. No sé como explicar de dónde saqué el coraje para enfrentarlo. Sólo sé que de haberlo pensado bien, no lo hubiera hecho ni en un centenar de años. A partir de esa noche, ya nada sería igual en nuestras vacaciones. A cada instante pensábamos que aparecerían nuevamente los extraños; que en cualquier momento entrarían sin anunciarse y sin ser invitados. Los días transcurrieron rápidamente y no hubo señales de ellos por un tiempo; las noches se me hacían eternas y apenas podía conciliar el sueño. Hasta que sin darnos cuenta, el día de irse llegó.

Desde muy temprano ordenamos el equipaje, alistándonos a volver a nuestra verdadera casa. El ambiente estaba en silencio, más que el viaje de regreso y el término de unas relajadas vacaciones, parecía una fuga desesperada de un pueblo fantasma. La tensión aumentaba en el ambiente y ni siquiera nos tomábamos el tiempo de doblar nuestra ropa y ordenarla correctamente; sólo la metíamos como fuera dentro de las maletas y lo que no cupiera, lo poníamos en bolsas.

Ya estábamos trasladando los bolsos y maletas al auto cuando el agua de la ducha comenzó a correr desbordantemente. Las otras llaves de la casa también comenzaron a abrirse y el agua corría por los pasillos inundándolo todo. Sólo había una explicación, ellos estaban de vuelta en la casa.

Corrimos llevando las últimas cosas al auto para salir de ese lugar. En medio de la conmoción, entré a la cocina en busca de una caja que se había quedado allí. Todo estaba inundado, mis pies estaban completamente mojados. Tomé la caja en mis manos y al girarme hacia la puerta para volver al auto, sentí su inconfundible presencia.

El hombre misterioso había aparecido frente a mí cortándome el paso de salida; me quedé petrificado, apenas sentía que respiraba y el pánico me invadió completamente. Junto a él apareció uno de sus hijos y se me acercó con esa mirada perdida y penetrante. Tomó mis manos firmemente y sentí su fría piel invadir todo mi ser. Yo no podía hablar, ni gritar, ni salir huyendo de aquel lugar, estaba totalmente paralizado.

Mis pies parecían estar clavados al piso, mientras el frío de sus manos recorría todo mi cuerpo haciéndome temblar. Lentamente, la cara del niño comenzó a cambiar y a tomar mi apariencia, todo en él había mutado como un camaleón imitando el entorno.

A lo lejos escuché los gritos de mi familia llamándome desesperadamente para que saliera de la casa, pero yo no podía responderles. El niño sacó de mis manos la caja que yo había recogido de la cocina y se dirigió por el pasillo hacia la salida y subió al auto tomando mi lugar.

Nadie notó la diferencia entre él y yo, ni mi hermana, ni mis padres, nadie fue capaz de descubrir el vil engaño. A la distancia sentí como se cerraba la puerta de la casa y al instante el agua dejó de correr en todas las llaves. Luego el agua del piso desapareció dejando la casa totalmente seca, como si nada hubiera sucedido.

El auto de mi padre arrancaba y finalmente se iban, dejándome aquí atrapado en esta pesadilla. Todo volvía a la normalidad, pero yo permanecía inmóvil y en silencio. Minutos después recién recobré la movilidad de mi cuerpo, pero de cierta manera me sentía liviano y diferente.

Corrí a la puerta para salir de allí pero no pude abrirla, ni siquiera pude sujetar la perilla con mis manos. Intenté con las ventanas pero era imposible tomar algo con mis manos. Mi cuerpo parecía no existir, aunque yo me veía perfectamente. Horas más tarde al pasar frente al espejo de una de las habitaciones, me di cuenta que no me reflejaba en él.

Algo había sucedido cuando ese niño tocó mis manos, me había dejado atrapado y perdido en un mundo sin escape. Mi cuerpo y mi vida se la había llevado ese pequeño ladrón. Y allí permanecía atrapado, con la esperanza de que algún día se rompa esta maldición que me mantiene cautivo y olvidado.

Los extraños nunca más aparecieron por la casa y nadie fue a visitar ese lugar por mucho tiempo. Los días pasaban fugazmente, mientras mi alma vagaba por los rincones, sumergida en la incertidumbre. Nunca sabría qué pasó con mi familia, qué sería de ellos después de llevarse a ese suplantador, a ese pequeño ladrón de mi cuerpo.


Publicación reeditada 2013

(^)(^)
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..°¤¤°.¸¸.¤´¯`» Freddy D. Astorga «´¯`¤.¸¸.°¤¤°


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3 comentarios:

Anónimo dijo...

excelente pasare pronto otra vez
BOLIDO

Anónimo dijo...

Me encantas estas historias, sobre todo cuando puedo leerlas de una sola vez (ya sabes porque)
Que bueno que estres escribiendo otra vez, ya extrañaba estos amenos encuentros...
Bueno, a estas historias no hay que darle muchas vueltasm solo disfrutarlas. ojalá que tenga alguna secuela, para saber que paso después de que el resto de la familia abandonó la casa....no creo que tu creatividad llegue sólo hasta aqui... ijijijiijij
Bien pues mi estimado escritor, un abrazo grande, cuidate mucho y exito en esta nueva etapa.
Muchas bendiciones para ti....

Prisci...

Anónimo dijo...

increible y totalemten inesperado, hechaba de menos cuentos tan lenos ambiguedad, emocional y tambien circunstancial. megusto mucho tu cuento!!


sigue asi obviamente
saludosss

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